Exterior Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

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    Negó haberse resfriado, aunque sobre la marcha también recordé que esa noche era la que lo habían matado a golpes y todo lo que sobrevino después. Quizá hubiera muchas cosas que se me desdibujaban o que olvidaba a secas, pero el nombre que Kohaku me había otorgado permanecía fresco en mi memoria, como marcado a fuego. Hikari Sugino había sido el responsable.

    Al había seguido acariciando mi cabello mientras hablaba y el gesto, aunque sencillo, me resultó tibio y reconfortante. A mi voz le siguió un silencio que, supuse, él estaba utilizando para ordenar sus ideas, y lo primero que decidió hacer fue regañarme. La tontería me dibujó una sonrisa floja en los labios y bajé la mirada un par de segundos. Probablemente en esta ocasión no me hiciera cambiar de parecer. Si él decía que auto culparme era injusto, yo creía que injusto había sido comportarme de manera tan caprichosa. Era mi culpa, o mi responsabilidad, si se quiere, y no lo decía para sabotearme ni para cortarme las piernas. Lo decía porque era la única de la cual dependía hacer las cosas bien. Era mi cuerpo, eran mis pulmones.

    Era mi vida.

    Creí notar que me acomodaba el cabello y lo miré, busqué sus ojos. Rompió el contacto, seguí de soslayo el movimiento de su mano hasta que desapareció de mi vista y exhalé por la nariz, negándome el impulso, el capricho, de pedirle que no se detuviera. Él clavó su atención en la mesa y aguardé, quizá, con la esperanza de finalmente recibir una pregunta directa. Sabía que era estúpido de mi parte, por ello no se lo pedía a nadie, pero eso no quitaba que una parte de mí lo esperara. Lo hacía, de hecho, con un anhelo y una intensidad que llegaba a dolerme.

    Acabaste hospitalizada, ¿no?

    Así como con la mascarada, los recuerdos de ese viernes se habían licuado y deformado. Estaba el evento, sí, la coreografía y los aplausos; y, sobre eso, la tos insistente, la casa vacía y el sudor frío resbalándome los dedos sobre la pantalla. El mundo se había ido a negro y había reaparecido bajo unas luces fluorescentes que no reconocía, y me pregunté... me pregunté si Kakeru había sentido este terror visceral.

    Si Al oscilaba sobre él a diario.

    No me estaba mirando, pero yo sí mantuve los ojos en su rostro y los sentí llenarse de lágrimas. Murmuré un sonido afirmativo, si acaso vibró en mi garganta, y las manos en mi regazo se enredaron entre sí. Miedo. Había sentido mucho, mucho, mucho miedo, por eso era mi culpa. Porque no podía repetirse.

    —Los broncodilatadores dejaron de hacer efecto y tuvieron que ingresarme —expliqué en voz baja, respirando a consciencia para mantener el llanto aparcado—. Y me tuve que quedar varios días porque mamá trabaja de sol a sol, papá anda en la otra punta del país y no podía estar sola.

    Los ataques de asma se habían sostenido con tal insistencia que llegué a preguntarme si acabarían en algún momento. Era como si alguien hubiera aplastado mis pulmones debajo de un yunque y no pude entender por qué lo único que me daba felicidad tenía que lastimarme de esa forma.

    —Perdona por no habértelo dicho directamente, o si tuviste la idea en la cabeza todos estos días —agregué con un ligero apremio—. No se lo dije a nadie, en realidad. No supe cómo hacerlo, era... me daba vergüenza.
     
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    No que yo lo supiera, de hecho nadie que importara lo sabía, por decirlo de alguna manera, pero Sugino era un malnacido incluso si luego de la paliza había vuelto a hablar conmigo, ya para dejar todas las mierdas claras. Un tercero había intercedido por mí y por Arata, el mismo que luego Hikari atacaría sin un atisbo de duda y así, empezando por mí, el hijo de puta había empezado a llenar un cartón. Uno que algún día, tal vez, le costaría la vida.

    Todos estábamos unidos.

    La cadena era infinita y nosotros los eslabones.

    Regañé a Anna, pero por la manera en que sonrió supuse que entendió que era un regaño casi de mentiras. Ambos teníamos formas diferentes de ver la cosa, puede cada una tuviera razón a su manera e igual no tenía mucho derecho a decirle cómo lidiar con el asunto o no, porque yo tampoco era lo que se dice el mejor gestionando ese tipo de cuestiones. El estado en el que me había movido por el mundo desde que todo se fue a la mierda lo dejaba muy claro.

    No supe si hice bien al preguntar, al soltar la duda y darle voz, al romper la jaula de un monstruo con el que no sabía si podría lidiar, pero también pensé que... Que no hacer nada no me había ayudado en lo absoluto, que la había perdido por ello y que por eso papá tenía que regañarme. Por eso una voz exterior tenía que obligarme a borrar el pensamiento distante, pero violento.

    De que la caída lo había detonado.

    Que una parte era mi culpa.

    El sonido afirmativo que hizo me obligó a pasar saliva y batallé, batallé muchísimo con mi cerebro espeso, las voces y el frío. Batallé contra la imagen de Anna en una habitación de hospital con su nombre y con los pulmones inútiles. Recordé mi propio ataque de pánico, que era lo más parecido a no respirar que podía medio recordar, y tuve que pasar saliva.

    En el fondo del océano la bestia seguía mirándome, con sus ojos de vidrio negro.

    Que los broncodilatadores dejaron de hacer efecto, que tuvieron que ingresarla porque no podía estar sola, que su madre trabajaba de sol a sol y su padre estaba en la otra punta del país. La habitación de hospital ya no fue solo eso, fue también un espacio vacío, grisáceo en sí mismo, y me punzó en el pecho porque Anna no merecía eso tampoco. Anna no merecía nada de lo que le pasaba o lo que le hacíamos.

    Se disculpó, yo negué con la cabeza porque no logré bajarme el nudo en el fondo de la garganta para decir algo y tuve que tomar aire para poder recuperar algo de oxígeno en el cerebro. Me di cuenta que buscar palabras para esto no era algo que pudiera hacer, que de hecho en sí hablar de cualquier cosa que involucrara demasiadas emociones se me daba como el culo, así que volví a lo único que creía que funcionaba incluso si desdibujaba otros límites.

    Giré el cuerpo en la silla, la miré un momento, busqué sus manos para arrastrarla un poco en mi dirección y entonces invadí su espacio para abrazarla. La estreché con fuerza, cerré los ojos y me forcé a seguir respirando.

    —No pienses en eso ahora —murmuré cuando sentí que ya podía hablar sin hacer un destrozo de ambos y acaricié su espalda—. Solo necesitaba saber, no podía quedarme con la duda en la cabeza, pero ya. Ya está, ya estás aquí.

    Tuve que volver a callarme, tragar y seguí acariciando su espalda.

    —Siento mucho que haya tenido que ser todo así. Lo siento de verdad.
     
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    Gigi Blanche

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    Su reacción en un primer momento me pareció rígida e incluso desarticulada, pero lo conocía y sabía que las emociones pesadas tendían a significarle más trabajo que al promedio; o que a mí, al menos. Esperé, esperé hasta que giró el cuerpo y desde el instante que encontró mis ojos sentí que algo se me desarmó dentro. Lo anticipé, aún si no dijo una palabra, y despegué las manos de mi regazo al mismo tiempo que él las buscó.

    Alcancé a rodear su cuello pero tuve que estirarme muchísimo, eventualmente me despegué de mi silla y con cierto reparo busqué sentarme en su regazo, cerca de sus rodillas. Si su gesto desdibujaba los límites, el mío sólo lo empeoraba, pero en ese momento no llegó a importarme. No lo hizo en absoluto. De esa forma, ahora sí, me enredé con fuerza y hundí el rostro en el hueco, contra su cuello. Cerré los ojos, tomé mucho aire y siquiera pude recriminarme nada. No tenía sentido negarlo, ya no quería luchar.

    Era su abrazo.

    Sólo el suyo.

    Sentí las caricias en mi espalda y pude respirar profundamente, calmándome poco a poco. Había verdades que nadie se atrevía a cantar, culpas y responsabilidades que acarreábamos por el camino. Sabía que se echaría peso por mi colapso, así como yo encontraba mi nombre en su propia lista de perpetradores. Probablemente estuviéramos destinados a rearmarnos y destruirnos por el mismo motivo que esperaba sus mensajes, esperaba su almuerzo y esperaba cualquier excusa estúpida para tocarlo.

    —Ya estamos aquí —lo corregí con suavidad, con intención, y aproveché la cercanía para hundir los dedos en su cabello y acariciarlo, rascarle apenas la nuca—. Ya estamos aquí, Al. Ya está.
     
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    Puede que fuese una cagada y una fortuna al mismo tiempo, pero Anna me conocía y yo la conocía a ella. Esperó por mi reacción con delay, pero para cuando me giré con tal de buscar sus manos ya ella las estaba separando de su regazo, como si me hubiese leído la mente y me rodeó el cuello con los brazos, tuvo que estirarse mucho y en los límites desdibujados seguimos encontrando trozos de nosotros.

    Nos reconocíamos, puede que pudiéramos hacerlo incluso a oscuras.

    Noté el reparó con el que lo hizo, pero la recibí en mi regazo, la envolví con más firmeza y la dejé hundir el rostro en el hueco de mi cuello. Continué con las caricias, cerré los ojos con algo más de fuerza y pensé que tal vez batallar tanto no tenía sentido, que era de hecho en esa lucha mental donde me quedaba atorado, y que quizás solo tenía que comenzar a ser yo. A ser la versión de mí que encontraba en esta burbuja.

    Ya no la versión aterrada de fantasmas.

    Tomé aire profundamente, lo solté muy despacio y de una de las cajas de archivo saqué las palabras de papá, cuando me dijo que no me atreviera a pensarlo, a pensar algo que yo no quería que ella pensara. Tenía razón y lo sabía, que Anna también podía atorarse en ese mismo espacio intermedio, donde la idea de que uno era culpable en cierto grado del estado del otro surgía sin permiso, pero no tenía sentido.

    No podíamos hacernos esto, acabaríamos matándonos como había dicho Bleke.

    —Perdona si te preocupé yo también —murmuré luego de haber sentido sus dedos hundirse en mi cabello y la estreché con un poco más de fuerza—. Te extrañé mucho. Fui muy feliz al verte esta mañana y ahora que aceptaste comer conmigo.

    Lo había sido de verdad.
     
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    Las palabras de Al horadaron mi pecho y entreabrí los ojos lentamente, sin enfocar la vista en ningún punto específico. Mantuve el movimiento vago de mis dedos en su cabello y su voz siguió latiendo y latiendo, replicando un eco eterno. Entendía las emociones en sus sonrisas, en ciertas acciones y ciertos atrasos, podía hacerlo, pero oírlo directamente siempre tenía otro efecto. Era pesado, envolvente y enorme. Le temía como la resistencia de cualquier hombre de mirar a Medusa, de concederle oído a un hechicero, pues allí había poder y del simple hecho de presenciarlo podía no haber retorno. Un error, un paso falso, y quedabas atrapado para siempre. No olvidaba las palabras de Al.

    Por eso eran peligrosas.

    Me forcé a interrumpirme, a frenar el cerebro, y erguí apenas el cuello, apoyando la mejilla al costado de su cabeza. Mis caricias se volvieron más amplias, inhalé y solté el aire poco a poco. Sabía que era sincero, que lo que decía lo sentía de verdad. El problema era que, así como Medusa, creía más en su poder destructor que en sus propias emociones.

    —¿Quieres hablarme de algo de lo que pasó? —ofrecí desde mi posición, en voz baja.
     
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    Entendía que en las cosas que decía había también un poder de destrucción, era así con todo, lo era todo el tiempo. En la sinceridad todo podía volverse un arma, el objeto del colapso futuro, pero si seguía pensando así acabaría en el mismo lugar que nos había traído aquí para empezar. Al haber encapsulado el miedo me había cerrado y arrancado del mundo, de ella, y también había sellado las verdades buenas.

    El sentimiento de calma que encontraba en estos espacios.

    Sentí que apoyaba su mejilla en el costado de mi cabeza, también la amplitud de sus caricias y yo reinicié las mías en su espalda. No me di cuenta en realidad, pero también empecé a mecerla muy suavemente, lo hice incluso cuando me alcanzó más o menos la misma pregunta que yo le había hecho a ella, aunque con menos precisión. La pobre niña todo lo que supo fue que me ausenté dos días.

    No contesté nada en el momento, me quedé pensando, dando vueltas y entendí que no podía pedirle a ella algo que yo no le daba, no podía hacerlo más. Hilé ideas, tantas como me lo permitía el cerebro y en todo ese rato mantuve las caricias, también la suerte de arrullo al mecerla. ¿Cómo decía uno esta mierda? Creía haberle mencionado algo... ¿O había sido de la ira? Ya no tenía idea, tenía muchos recuerdos apelmazados, alterados y mezclados. Los documentos de secciones específicas se habían salido de los archivos y estaban desperdigados.

    —Se me fue todo a la mierda —confesé y cerré los ojos con algo de fuerza—. Se me fue a la mierda y no supe cómo frenarlo, era como si todo el cuerpo se me hubiese quedado en neutro. No tenía hambre, las migrañas reventaron y entonces, ¿qué otra opción quedó más que ponerme la camisa de fuerza y meterme al cuarto acolchado? Ya había pensado en quedarme en casa cuando papá me dijo que no pensaba dejarme ir a la escuela. Se tiró estos días vigilándome comidas, sueño, metas diminutas en las horas del día. Por eso me tenía ayudándolo.

    Respiré, abrí los ojos y parpadeé. Me punzaba el pecho por contarle esta mierda, lo hacía porque luego de las sentencias de Bleke y las de papá comencé a entender la forma en que todo podía superponerse.

    —Lo siento, An. Perdona.
     
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    Gigi Blanche

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    Su respuesta tardó, como llevaba ocurriendo desde hoy temprano, y frente a mis ojos palpitó un recuerdo lejano. No era ninguna novedad que los fantasmas insistían en superponerse, se lo había dicho a Emi el viernes y desde mucho antes era consciente del hecho; eso no significaba que me perturbara menos. En los silencios forzados había una ralentización inevitable, una distancia que me separaba de ellos por abismos invisibles. Era como si debieran preparar el equipo, encender la linterna y hundirse muy, muy, muy profundo hasta encontrar la máquina que los mantenía vivos.

    En los silencios de Al también veía la mirada de Kakeru perdida en el cielo.

    La primera sentencia sobrevino y mis caricias se congelaron sólo un instante. Ya lo sabía, me lo temía, pero recibir la confirmación directa era más poderoso. Más letal, si se quiere. El cuerpo aletargado, la ausencia de apetito, las migrañas. Su rutina de sueño probablemente también se había trastocado, fuera por el insomnio o por dormir demasiado. Me alegraba que su papá lo hubiera atajado a tiempo y obligado a detenerse. Era difícil demarcar límites cuando el mundo perdía su consistencia, perdía su forma y su relevancia.

    Lo perdía todo, ¿verdad?

    Me había mantenido quieta, acariciando su cabello, hasta que se disculpó. No estaba segura en qué punto él era consciente de las similitudes que encontraba en su figura, tampoco tenía sentido revolver el pasado ni... no quería compararlo con un chico que se había bajado un frasco de pastillas. Hacerle eso a cualquiera sería imperdonable. Sorbí ligeramente por la nariz, le dejé un beso en el pelo y me desenredé de él con calma, retrocediendo. Acuné sus mejillas, lo miré desde arriba y acaricié la piel con ambos pulgares, con todo el cariño que quería profesarle. Sabía que era muchísimo más complejo que esto, que unos mimos y unas palabras bonitas no le devolverían el mundo a su forma original, pero a Kakeru lo había dejado solo. Lo había abandonado y no podía perdonármelo.

    Mi única esperanza era esta.

    —¿Podrías agradecerle a tu papá de mi parte? —pedí, en un murmullo, y le sonreí—. Por el almuerzo, por evitar que comamos carne quemada, por la carta y por haberse quedado contigo. Hizo lo que cualquier padre decente debería hacer por su hijo, pero aún así, agradécele.

    Me incliné y removí el cabello de su frente para dejarle un beso suave. Sólo presioné los labios y cerré los ojos, suspendiéndome allí un par de segundos.

    —Acepto las disculpas, pero prefiero que, de hacer algo, me agradezcas. —Retrocedí y encontré sus ojos—. La necesidad de pedir perdón viene de un lugar más gris y un poquito más egoísta, ¿no crees? No pretendo ponerme aquí a darle lecciones de moral a nadie, si muchas veces soy la primera en ahogarme en culpa, pero cuando sientas la compulsión de disculparte... pregúntate primero si no tienes algo que agradecer. Es más bonito apreciar el esfuerzo de la otra persona antes que pedirle algo que, probablemente, sólo necesites tú. —Me reí en voz baja—. ¡Y todo este discurso va para mí, también! Intentemos agradecer más y disculparnos menos. Preferible quedar como locos de una secta agradeciendo todo a estancarnos en un círculo de lamentos.

    Solté el aire despacio, mis manos se deslizaron a la curvatura de su cuello y siguieron hasta suspenderse sobe su pecho. Seguí el movimiento con la vista.

    —Y recuerda: son mis decisiones, Al. Si estoy aquí, si sigo aquí, es porque quiero hacerlo. —Una risa me vibró en el pecho y regresé a sus ojos; para sacarle algo de peso a la conversación agregué, en tono más jocoso—: Dirás que soy masoquista, yo digo que soy testaruda como una piedra... y ahora que lo dije ninguna suena bien, ¡pero se entiende el punto!


    post de cierre, ponele JAJAJA

    podemos nomás asumir que luego de eso terminaron de comer y shala shala. Gracias por el almuercito, lo disfruté un montón <3
     
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    Zireael

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    No era el más hablador de la camada, nunca lo había sido, pero era consciente de que mis reacciones atrasadas eran completamente distintas al silencio puro. Incluso cuando hablaba en monosílabos mi velocidad de reacción era más afilada que ahora y sabía que me tomaría tiempo resetear el cerebro para volver a poder usarlo a una potencia que rozara lo aceptable. Eso no quitaba, bueno, que fuese una cagada.

    Que era algo que se remontaba a una lejanía tan inmensa que parecía haberme respirado en la nuca toda la vida.

    Apenas solté la lengua fui consciente de que las caricias de Anna se detenían un instante, puede que ella no fuese tampoco lo que se dice una mente maestra, pero algunas de sus ideas paranoides tendían a tener razón. La niña conocía a sus personas, lo hacía con claridad, y por eso era estúpido de nuestra parte pretender solo no preocuparla cortando información. Era una estupidez inmensa como una casa, quizás debíamos confiar en ella.

    En la fuerza de su carácter y su amor.

    Sus caricias se reiniciaron, me concentré en ellas y pude relajar un poco el cuerpo que había tensado sin darme cuenta. La escuché sorber por la nariz, así que acaricié su espalda con algo más de amplitud y ella me dejó un beso en el cabello, algo que solía hacer de por sí. Quizás luego, a las diez de la noche mirando la tele, pensara en que los límites eran de papel y le diera mil vueltas a la estupidez, aunque quizás no debiera ser tan importante. ¿Por qué debía ser tan importante si parecía lo más orgánico?

    Cuando quise darme cuenta se separó, me acunó las mejillas y el cariño que encontré en sus ojos, en el destello magenta en medio del gris, quiso desbaratarme la vida entera y volverla a armar. La miré y la miré, como si no me conociera su cara de memoria, y cuando preguntó si podía agradecerle a papá por ella sonreí un poco sin darme cuenta. Enlistó por qué debía agradecerle, además, pasando por lo de salvarnos de la carne quemada hasta lo de no dejarme solo.

    —Se lo diré —respondí en voz baja y cerré los ojos cuando me dejó el beso en la frente.

    De la nada me soltó el speech del siglo, fungió de eso, de discurso y de regaño, así que cuando abrí los ojos mi vista se perdió en algún punto de su uniforme. La escuché, no era que supiera hacer algo diferente, y fue asintiendo con la cabeza cuando me pareció necesario. Al menos se incluyó en el regaño, que aquí no podíamos irse limpio ninguno, y pensé que igual entonces sí íbamos a parecer unos locos por ahí. Igual la lógica de su argumento tenía algo de sentido y me quedé dándole vueltas hasta que el recorrido de sus manos me distrajo y volví a mirarla.

    —Pero si llevo desde que te conozco bien consciente de que eres terriblemente testaruda, ¿qué dices? —cuestioné y alcé las manos para llevarlas a sus mejillas—. Ninguna suena bien es cierto. A ver... ¿Agradecer decías? Entonces gracias por eso.

    El "eso" en cuestión quizás fue muy abstracto, me di cuenta después, así que le pellizqué las mejillas para molestarla un poco. Sabía que aquí nada funcionaba por magia, pero también habían cosas que evitaban que cayéramos en picada hasta reventarnos los huesos contra el pavimento y había que reconocerlas, porque en ellas residía el esfuerzo y el amor de las personas que se quedaban a nuestro lado.

    —Por ser testaruda como piedra y seguir aquí, por escucharme y responderme. Gracias, An.


    ni toretto conduce a esta velocidad *nyooom*

    dale <3 bueno los cierres nunca me quedan muy cerrados, ya me hice a la idea JAJAJ pero aquí todo lo que cuentan son las intenciones (?) esperé con mucha ilusión juntar a mis BEBÉS *prende las velas del altar* así que muuchas gracias ;; estuvo bien bonito
     
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    No tenía idea dónde mierda meternos. Había intentado con la azotea, pero apenas vi gente allí (y a Maxwell, para terminar de hacerla) volví a cerrar de un portazo sin siquiera molestarme en saludar, ni pedir disculpas, ni permitirles ver a Kaia. Ella se reguló durante el eterno viaje que nos llevó al... ¿invernadero? Era mi primera vez ahí. Estaba vacío, al menos, y bastante alejado del resto de las instalaciones, así que me valía.

    Me detuve en el centro del espacio, solté el aire con pesadez y la miré. Ella me correspondió un instante, sólo uno, y empecé a andar como un animal enjaulado. No quería pegarle mi ansiedad ni hacerla sentir aún peor, pero...

    —¿Por qué? —inquirí de repente, volteándome hacia ella, a un par de metros de distancia—. Dijimos que mantendríamos la distancia, que no permitiríamos que-

    —¡Ya sé lo que dijimos! ¡Ya lo sé y no sirvió de nada!

    Era la primera vez en muchísimo tiempo que su voz se desequilibraba. Me clavó a mi lugar, congeló la ira incipiente que siquiera había reconocido aún y en sus ojos, a la distancia, reconocí una secuencia de emociones tan intensa como contradictoria. Quiso perforarme, estaba enfadada, y sus hombros se desarmaron y todo su pecho se vació. Confusión, culpa, tristeza, se precipitó como una represa dañada y me pregunté cuánto tiempo llevaba con esto atorado en el cuerpo. El primer sollozo rasgó el silencio.

    —No pude, Yu —admitió, más y más endeble—. No pude ignorarlo, no pude fingir, no pude... No pude convencerme.

    Me acerqué a ella lentamente, sin decir una palabra, sin tocarla, y aguardé.

    —Desapareció de su casa —prosiguió, esforzándose por hablar—. No volvió en todo el fin de semana y cuando lo vi aquí, cuando vi cómo estaba, yo... Su madre es tan menuda, Yu, y los niños, ellos...

    Busqué sus hombros, pretendí llamar su nombre, pero Kaia me clavó los ojos encima y no pude decir una palabra.

    —¿Qué hicimos, Yu? —reclamó, con las mejillas empapadas, y sus manos se anclaron a mis brazos. Con fuerza—. ¿Qué hicimos? ¿Qué le hicimos a esa familia?

    Nada. Ryouta era un hijo de puta, dudaba que le hubiese hecho algún bien a esa pobre gente en años y también estaba mi viejo, estaba él y el sonido de la lluvia contra la madera y su silueta delgada, el kimono morado de Kaia y sus pies descalzos. Estaban las incontables noches que la había escuchado llorar contra la almohada. Ryouta se había convertido en el chivo expiatorio, en nuestro pase de salida y no me arrepentía ni un segundo de lo que habíamos hecho, pero su corazón era mucho más puro, más cristalino que el mío, y le dolía. Le dolía de formas que probablemente jamás lograra entender.

    No podía decírselo.

    La abracé. La presioné contra mí, aún frente a su resistencia inicial, y lentamente su cuerpo cedió. Replegó los brazos, se hizo tan pequeña que temí que desapareciera y acaricié su espalda, en silencio, imperturbable. Era tonta. Se habría echado el fin de semana entero frente a la casa de los Shimizu, torturándose a sí misma con imágenes e ideas que tardarían meses en abandonarla. Era tonta y yo un absoluto imbécil al haberla descuidado. ¿Por qué no lo preví? ¿De veras me había dejado engañar?

    Se suponía que la conocía.

    "¿Qué hicimos?". Lo repitió una y otra vez hasta quedarse sin energía, sin aliento ni fuerza. Acabé retrocediendo hasta sentarme en el suelo, contra el borde de los canteros, y mantuve la barbilla apoyada sobre su cabeza. No le pedí que se detuviera ni que se calmara en ningún momento, sólo la sostuve con fuerza hasta que se agotó a sí misma.

    —No pierdas la perspectiva —fue lo primero que murmuré tras un largo rato, con la mirada clavada en las flores al otro lado—. Puede dolerte, pero no te ahogues en la culpa. No pierdas la perspectiva, Kaia. Eres mucho más fuerte que esto y estarás bien. Te juro que estarás bien.

    No iba a permitir que se derrumbara, no ahora que finalmente nos habíamos quitado al demonio de encima. Noté que asintió y parpadeé con pesadez. Éramos pequeños, muy pequeños, las cañitas chispeaban sobre la arena e iluminaron su sonrisa, nuestros meñiques entrelazados. El sonido de su risa se mezcló con el oleaje y la puerta del dojo rebotó con violencia. Estaba la voz de su madre, también, sus siluetas desdibujadas en la habitación de al lado y la punzada de celos. Sonaba tan dulce y tan cálida. Había tanto amor en ella.

    Sleep, my darling —canté en voz baja, la recordaba a la perfección y las manos de Kaia se ciñeron a mi uniforme—, when the rain pours from your eyes. When you wake, will you still love me?

    Siguió llorando, pero ahora había calma, había quietud, y su cuerpo, eternamente tenso, comenzó a relajarse.

    Angel iris, when the universe expires, while it fades, will you still hold me?

    La canción se deslizó y detallé la luz del sol fraccionándose en cada panel de vidrio, respiré el aroma de las flores, la sostuve cada segundo. Así era, así había sido y así sería siempre.

    I'll bleed for you, love —susurré contra su coronilla, tal y como su madre había hecho tantas, tantas veces.

    Era una promesa, una plegaria y un encantamiento. Era todo lo que había tenido y juré cuidarla. Juré seguir cantándole hasta que estuviera a salvo, no sólo de los monstruos.

    Sino de ella misma.
     
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    Me daba algo de vergüenza admitirlo, pero mi curiosidad de la mañana había sido demasiado grande y había acabado espiando a Kenneth en los casilleros... ¡solo hasta saber para quién era la flor de papel, nada más! Y grande fue mi sorpresa al descubrir qué se trataba de O'Connor-senpai, de todas las personas. ¿Acaso yo no lo había visto yéndose de picnic con Pierce-senpai en el campamento? Vaya, vaya.

    El resto del día se sucedió sin mayor inconveniente; o por lo menos lo hizo hasta que llegó el receso, claro. Los mensajes de Anna me pillaron a medio camino de las escaleras, pues había decidido aprovechar aquel día tan bonito para almorzar en otro lugar que no fuera el aula, y mentiría si dijese que no me quedé completamente atorada en medio del pasillo al leerlos. ¿Estaba enfadada conmigo? Pero no habíamos tenido ningún nuevo problema desde el campamento... de hecho, esos días había estado muy contenta de haber podido hablar con ella como siempre y todo lo demás. ¿Acaso había interpretado mal la situación...?

    ¡Claro!
    Pensaba pasar el receso en el invernadero, ¿qué te parece?
    Te espero en la entrada.


    Me había podido tranquilizar lo suficiente como para responderle a los mensajes, y creía haber hecho un buen trabajo disimulando el nerviosismo por escrito, pero... bueno, estaba convencida que los mismos iban a ser muy evidentes en cuanto me viera. Había salido prácticamente corriendo hacia el invernadero tras mandarle el texto, y me situé en la entrada, dando pequeños saltitos sobre mis talones mientras la esperaba.

    Gigi Blanche heyo, heyo uwu
     
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    Gigi Blanche

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    La respuesta de Emi no tardó en llegar y le respondí con un sticker de un gatito lleno de corazones. En mi camino hacia el invernadero pasé por la expendedora y compré un zumito para cada una, asumiendo que, como siempre, ella tendría su almuerzo tamaño ejército. A la distancia noté que ya se encontraba en nuestro punto de encuentro y correteé hasta alcanzarla, con una gran sonrisa. La abracé sin intermedios, achuchándola un par de segundos antes de regresarle su espacio.

    No había notado que estaba nerviosa ni nada, la verdad, no era muy brillante, pero eso debería bastar, ¿verdad?

    —Traje zumitos —le mostré los cartones que llevaba en ambas manos, de naranja y de cereza, y empezamos a entrar—. ¿Cómo estás, Em? ¿Todo bien?
     
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    Amane

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    La espera se me hizo eterna, incluso cuando, en realidad, no pasó mucho tiempo hasta que distinguí la figura de la chica viniendo desde el patio por el camino de piedras. No había esperado que empezara a gritarme nada más verme ni nada por el estilo, pero eso no quitó que sintiera algo de genuina sorpresa cuando lo que hizo fue recibirme con un abrazo, de esos en los que se quedaba un par de segundos para achucharme en el proceso. Le correspondí al instante, claro, y noté como mi cuerpo se relajaba visiblemente una vez nos separamos, hasta el punto de no poder reprimir el suspiro de alivio que se me escapó de los labios.

    Todos los años me ponía de propósito dejar de asumir que todo el mundo solo quería darme malas noticias y, por supuesto, todos los años fallaba estrepitosamente a los pocos días.

    Le sonreí cuando me mostró los cartones de zumitos, inspeccionándolos un segundo antes de asentir con la cabeza para darles mi aprobación, y luego le mostré el almuerzo que había traído conmigo. La realidad era que no había anticipado comer acompañada, por lo que no traía el bento tan grande que solía preparar en aquellas ocasiones, pero siempre me pasaba con las cantidades y traía comida demás, así que supuse que estaríamos bien.

    —Sí, todo bien. He estado bastante tranquila —contesté, renovando la sonrisa mientras caminábamos juntas hacia el interior del invernadero—. ¿Tú cómo has estado, cielo?
     
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    Gigi Blanche

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    La pseudo inspección que Emi hizo de los juguitos me ensanchó la sonrisa, y aguardé muy diligentemente a que me diera su aprobación para relajar los brazos y considerar mi trabajo una misión cumplida. Una vez empezamos a caminar, me enganché de su brazo y atravesamos el pasillo con calma; el ambiente de ese lugar, como siempre, era sumamente pacífico, y al distraer mis ojos en las flores, al recibir los resquicios de sus aromas, sentí que me relajaba bastante. Además era la compañía, ¿no? Giré el rostro hacia Emi para escucharla y una sonrisa suave quedó suspendida en mis labios.

    Ella también me calmaba.

    —Mis días fueron un poco más caóticos, pero ese es mi trabajo en nuestra amistad, ¿no? Traerte todos los chismes de turno —respondí, riéndome.

    Me desprendí de su brazo cuando alcanzamos el corazón del invernadero, pero le eché un vistazo a la mesa y tuve una idea repentina. Junto a ella, en la zona donde tenían los utensilios de té, había también una pila con algunos manteles.

    —Oye, ¿y si armamos un picnic? Podemos echar un mantel en el suelo, junto a las flores, y vivir nuestra mejor vida cottage core. Improvisada, obvio. ¡Cottage core life en cinco minutos!


    Nos faltaban los vestidos y los pajarillos, pero al menos... ¿quizá me dejara hacerle algún peinado bonito?
     
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    Amane

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    Después de mi aprobación a su elección de zumitos, Anna se enganchó de mi brazos para empezar a caminar juntas por el pasillo del invernadero y yo, por supuesto, la acepté en mi espacio sin ningún problema. Sentí una ligera chispa de preocupación cuando me empezó a decir que sus días habían sido más caóticos, pero me permití relajarme antes de reaccionar de manera muy visible, pues ella parecía habérselo tomado a broma y eso no podía ser una mala señal. Le sonreí un poco, entonces, y asentí un par de veces con la cabeza, riendo al mismo tiempo que ella por el asunto de los chismes.

    Una vez alcanzamos el final del pasillo, Anna se separó de mi brazo y yo me dispuse a dejar el bento sobre la mesa, como solíamos hacer siempre. En aquella ocasión, sin embargo, la chica llamó mi atención justo antes de que pudiera hacerlo, y mi atención se redirigió hacia los manteles en cuanto entendí de dónde vino la repentina idea del pícnic. La propuesta me sacó una sornisa de pura emoción, obvio, y se la dediqué justo después de que terminara de hablar.

    —¡Claro, Annie! ¡Qué divertido! A ver...

    Así, finalmente dejé el bento sobre la mesa y me acerqué al montón de manteles junto a ella, para poder elegir entre ambas el que más nos gustase de todas las opciones. Una vez hecho eso, elegimos el mejor lugar para extender la tela sobre el suelo y, por último, dejamos la comida y los zumitos por encima del manto. Di una palmadita emocionado cuando acabamos, admirando la puesta en escena durante un par de segundos, y después de ese rato carraspeé, imponiéndome de repente algo de seriedad.

    >>Lady Anna... —murmuré, haciendo una reverencia con los bordes de la falda entre mis dedos—. ¿Tomamos asiento~?
     
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    Gigi Blanche

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    Que Emi aceptaría mi idea era una certeza que ni siquiera percibía como tal; quizá fuese difícil de explicar, simplemente se trataba de algo natural. Nos acercamos a la pila de manteles y los husmeamos hasta seleccionar uno bien típico de picnics, rojo y blanco de a cuadros. Ella ubicó el bento y los zumos, pero yo tuve una idea sobre la marcha y agregué dos tazas de té con sus platitos y cucharillas. El resultado quedó bonito y se me escapó una risilla entre divertida y emocionada. Emi se metió en el papel al instante y yo, por supuesto, le seguí la corriente.

    —Lady Hodges —entoné con cierta solemnidad, imitando su reverencia—. Por supuesto, querida. Después de ti.

    Al erguirme, saqué el móvil y elegí rápidamente una de las playlist que tenía más arriba, la que era mi favorita de este estilo. Un violín comenzó a sonar y apoyé el aparato sobre el borde externo de la manta, procediendo a sentarme con toda la elegancia de la que fui capaz y acomodando la falda bajo mis piernas.

    —Mi Lady, ¿ha oído? —dije con tono pomposo, seleccionando el zumo de naranja, y lo manipulé con movimientos gráciles (y algo exagerados) para perforar el aluminio con el sorbete—. Estas infusiones son furor en el Club de Damas, su materia prima aparentemente proviene de las Américas y ¿a que no sabe quién las elabora? —Me incliné hacia ella y susurré, en confidencia—: Lord Expendedor.

    Vertí el contenido del cartón en mi taza como si fuera el té más fino de la provincia, inclinándolo con una mano mientras apoyaba dos dedos de la otra sobre él; lo revolví con la cucharilla y proseguí con el zumo de cereza.

    —Oh, permíteme, querida. —Repetí el proceso y, mientras rellenaba su taza, le lancé un vistazo divertido—. ¿Y bien? ¿Ha vuelto a utilizar la cocina a expensas de los deseos de su padre?


    esta idea fue patrocinada por la playlist que escucho todos los pinches días

    MIS PRINCESAS, LAS AMO
     
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    Amane

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    Así como yo me había acoplado al instante a la idea de Anna, ella también me siguió el rollo con muchísima facilidad después. Me correspondió a la reverencia con otra parecida y me indicó que tomase asiento primero, por lo que le dediqué una sonrisa de agradecimiento antes de hacer aquello mismo. Mientras me acomodaba en el mantel, ella puso algo de música en su móvil, y mi sonrisa se ensanchó todavía más al sentir el ambiente tan bonito que nos habíamos montado en unos pocos minutos.

    —¡Oh! —exclamé, dando un pequeño respingo de sorpresa ante la inesperada revelación de la chica, y hasta me llevé la mano hacia los labios para tapar el gesto, como toda buena señorita de alta alcurnia—. Pensé que Lord Expendedor se había retirado del negocio... ya sabes, después de lo que se reveló que había hecho con su sirvienta... —añadí lo último bajando el tono de voz, claro, y también tuve que echar un par de vistazos a nuestro alrededor, asegurándome de que nadie escuchara aquellos temas tan poco adecuados para nosotras.

    La tontería me estaba haciendo mucha gracia, era imposible negarlo, y ni siquiera sabía cómo estaba siendo capaz de aguantarme las ganas de reír. Pero estaba consiguiendo mantener la compostura, incluso cuando la pregunta final de Anna amenazó con romper mi faceta serena, y me permití negar ligeramente con la cabeza mientras recogía mi taza de té, sonriendo con algo de vergüenza (impostada, cabía aclarar).

    >>Oh, Lady Anna, ¿qué puedo decir? Así ha sido. Es demasiado difícil resistir la tentación... —dejé escapar un suspiro, para poco después darle un sorbo a la bebida de la taza y alzar ligeramente las cejas, haciéndome la sorpresa por el buen sabor de la misma—. Vaya, se nota la calidad de los ingredientes de las Américas —sentencié, satisfecha, antes de dejar de nuevo la taza sobre el mantel—. ¿Y usted? Creo recordar que tenías un nuevo escándalo que comentarme...

    SOMEONE CROWN THEM ALREADY
     
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    Gigi Blanche

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    Asentí ante sus palabras, brindándole mi apoyo tanto a sus suposiciones como al carácter escandaloso de aquel... incidente. ¿Cuál, exactamente? Pues eso no importaba, sólo tenía que ser eso: un escándalo escandaloso. Además, se me ocurrían muy pocas opciones si implicaba a un Señor y una de las sirvientas de su casa.

    —Mi querida amiga, ¿en qué momento un refinado y elegante caballero debió cargar con la responsabilidad de sus acciones alrededor de su personal doméstico femenino? ¿O de sus hermanas? ¿O sus hijas, o su esposa? ¡Jamás! —Chasqueé la lengua suavemente antes de beber de mi taza—. Aunque, debo decir, estoy algo complacida de que se haya mantenido en el negocio. Podemos disfrutar de estas exquisitas bebidas gracias a ello.

    Los utensilios, por supuesto, los estaba manipulando con el más extremo cuidado y, claro, con el meñique alzado. Había oído que en realidad era de mal gusto hacerlo, probablemente un inglés me escupiría el té en la cara al verme, pero aquí nadie iba a reprocharme los estereotipos. La respuesta de Emily me ensanchó la sonrisa.

    —Oh, Lady Hodges, en el fondo siempre ha sido una traviesa, y ese lado de usted es precisamente mi favorito~

    Le guiñé un ojo, rompiendo fugazmente con el personaje, y al instante regresé a mi rol de alta alcurnia. Al preguntar por el escándalo del momento, suspiré con una cuota extra de pesadez y regresé la taza a su platillo. Pesqué la atención de Emily y miré el almuerzo con intención, como pidiéndole que lo abriera. Tenía hambre, después de todo.

    —Su amiga aquí siempre acaba envuelta en los enredos más engorrosos, ¿no cree? —Me reí con cierta culpabilidad—. Pero, al final del día, los caballeros siempre son el corazón de esos problemas. Ah, Lady Emily, nos hemos convertido en criaturas tan necias...

    Era cierto que la había buscado para hablar, pero con el teatro armado de repente me estaba distrayendo y... no me apetecía del todo desarmarlo sólo para seguir llorando sobre leche derramada.

    —Ahora, querida, ¿con qué manjares nos deleitará hoy?
     
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    Amane

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    Negué de manera muy solemne con la cabeza ante las preguntas de mi acompañante, todavía con la taza de "té" entre mis manos, y al final no me quedó más remedio que dejar salir un suspiro pesado, antes de aceptar su comentario final con un leve sonido afirmativo y permitirme darle un nuevo trago a la bebida; no había mucho más que unas señoritas como nosotras debieran comentar al respecto, de todos modos. Poco después volví a dejar la taza sobre el mantel, y fue una suerte que hubiera decidido hacerlo, pues lo que Anna añadió después de mi pseudo-confesión me hizo dar un pequeño respingo, claramente avergonzada por sus palabras.

    —Usted sí que es traviesa... —murmuré, en un reproche que en realidad no pretendía tener ningún peso de verdad.

    Le sonreí con ligereza tras recibir su guiño, queriendo recalcar así mis intenciones de que fuera una broma, y me dediqué a abrir el bento mientras seguía escuchándola hablar. Al parecer, el asunto tenía que ver con un caballero, por lo que supuse que sería algo nuevo en relación a Altan, pero también resultó que no quiso indagar más de lo necesario en el asunto, así que también imaginé que no debía ser nada especialmente urgente. Me gustaba el chisme como a cualquier persona, pero si de aquel receso Anna se llevaba un buen recuerdo por habernos montado el teatro del siglo con aquel pícnic, entonces yo me quedaba muchísimo más contenta al respecto.

    >>Aquí tiene, señorita. ¡He preparado un almuerzo con los mejores ingredientes del mercado! Tenemos arroz, verduras, tortilla y algo de pollo, ¡por supuesto! Y, Lady Anna, le agradecería que me diera su opinión, pues necesito toda la ayuda posible para convencer a mi padre de que permita seguir cocinando —añadí, con una seriedad bastante repentina, mientras acercaba el bento en su dirección.
     
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    Gigi Blanche

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    Apenas se reveló el contenido del bento, sonreí con plena ilusión y uní las palmas de mis manos, llevándolas a un costado de mi rostro. Asentí ante el pedido de Emily con gran solemnidad y recogí los palillos, disponiéndome entonces a saborear el primer bocado de comida. No había nada que analizar, sus almuerzos siempre estaban riquísimos y este no era la excepción, pero por el bien del teatro obviamente sembré el suspenso.

    —Sus talentos culinarios se mantienen tan impecables como siempre, querida —dictaminé finalmente—. Es una dicha para mí tener la posibilidad de disfrutar su cocina. Su padre definitivamente entrará en razones, ¡y si no...!

    Usé los palillos y los deslicé por encima de mi cuello, a centímetros de la piel, exagerando el ultraje que no dejaba de ser eso: una broma. Escandalosa, pero broma en fin. Luego de eso seguí comiendo y bebiendo con calma, hasta que se me ocurrieron, de repente y en paralelo, dos temas de conversación diferentes.

    —¿De casualidad lo entrevistarán a él para el proyecto? Lord Hodges, me refiero. —Hice la pregunta y solté el aire por la nariz con cierta pesadez—. En verdad... puede que sí tenga un chisme para compartirte. Recién me crucé con una senpai, no sé su nombre pero quizá la ubiques, ¿la pelirroja de la...? ¡Ah, la que compartía tienda contigo! En el campamento. Bueno, que hablé un poco con ella y... no me entero de nada, eh, me pareció que tiene problemas en el trabajo, pero la vi bastante mal. Cuando me fui creo que estaba llorando o casi, me dio bastante pena.

    Se me había desbaratado el teatro, sentí que hablar de forma tan tonta sobre algo real lo habría banalizado y no me sentí cómoda con eso. Al finalizar, sin embargo, volví a esbozar una sonrisa de clase alta... o lo que fuera eso.

    —¿Y usted, querida? ¿Posee algún rumor que valga la pena nuestro tiempo~?
     
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    Amane

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    Quizás fuera algo pretencioso de mi parte, pero la realidad era que ya había asumido que a Anna le iba a gustar mi almuerzo sin importar lo que sucediera. Eso no evitó que le siguiera el teatro en todo momento, claro, mirándola con un montón de expectación mientras probaba la comida, para después dejar salir un suspiro de alivio y finalmente permitirme probar bocado también. El gesto amenazante hacia mi supuesto padre controlador que hizo después quiso hacer que me escandalizase, pero lo cierto es que me pilló tan desprevenida que me fue imposible reprimir la risa que se me escapó de los labios.

    Recuperé la compostura a tiempo para asentir con la cabeza ante su pregunta, confirmando que íbamos a entrevistar a mi padre para el proyecto, y si bien había querido acompañar el gesto con unas palabras, mis intenciones se vieron interrumpidas cuando Anna decidió seguir hablando. Lo que empezó a contarme logró captarse toda mi atención, obviamente, y la escuché mientras seguía comiendo un poco, sin poder evitar fruncir apenas el ceño al terminar de recibir aquella información, en un gesto de preocupación.

    —¿Pierce-senpai? Hablé una vez con ella antes del campamento, ¿sabes? Parece una chica muy serena, así que debe ser algo bastante grave si le ha llegado a afectar tanto, supongo... —murmuré, haciendo un pequeño mohín con los labios.

    Me daba algo de pena, porque había sido simpática conmigo desde nuestro primer encuentro, y eso que ni siquiera me había portado especialmente bien con ella en el campamento... pero si tenía problemas en el trabajo, no parecía que nosotras pudiéramos hacer algo al respecto; o por lo menos no en ese mismo instante, quizás. Sea como fuere, Anna recuperó parte del teatro después y yo no tardé en corresponderle la sonrisa, queriendo que aquel receso mereciera la pena para ella.

    >>Lamento decir que no es el caso, señorita. Como bien ha dicho anteriormente, es usted la que acaba envuelta en todo tipo de escándalos... —contesté, negando ligeramente con la cabeza con algo de decepción—. ¿Quizás yo debería tentarlo más a menudo? ¿Con quién me recomienda que lo intente?
     
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