Exterior Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Escuchar cómo relacionaba la dulzura de Fuji con los postrecitos hizo que contuviera una risita cristalina, porque habíamos pensado exactamente en la misma broma. Nuestra ocurrencia, con todo, daba cuenta de que el carácter tan tierno de ese chico era una realidad irrefutable, y yo podía confirmarlo gracias al tiempo que pasamos juntos. Había algunas licencias afectivas que aún no me tomaba con él porque de a ratos lo notaba recatado, y eso que me había besado la mano y tomó mi rostro entre las suyas; ¡Pero…! Eso no quitaba el enorme valor que le daba a todas las cosas que hizo por mí; a su cuidado, su esfuerzo y la dedicación que ponía con tal de hacer brillar mi sonrisa.

    Y deseaba de todo corazón que me dejara hacer lo mismo por él, porque no podía olvidar la tristeza que le noté el viernes.

    Las flores que Jez eligió tenían un aspecto de lo más encantador, eran preciosas. Admiré sus formas alargadas, la ondulación que los pétalos y su intenso color blanco, como el de nuestros cabellos. El cuadro lo completó la mano de Jez, que las rozó con la delicadeza y cuidado que tanto la definían, y que tanto me hacían apreciarla. Con la sonrisa enternecida, acomodé la silla en su lugar correspondiente y le pedí que me esperara unos segunditos. Como no habíamos quedado muy apartadas de la mesa de nuestros almuerzos, regresé hasta allí en unas pocas zancadas. Fue entonces cuando agarré el estuche cilíndrico y, mientras Jez respondía unos mensajes en su móvil, yo destrabé el broche de plata.

    Desenrollé el estuche. Era un objeto que se plegaba sobre sí mismo, por eso recordaba a un pergamino. Éste se extendió hasta quedar planito sobre la mesa, revelando así su interior: era un set de tres peines, todos a buen resguardo en su respectivo bolsillito de cuero; y había un cuarto espacio que contenía brochecitos, hebillas y ligas. Además de esto, de la bolsa de tela también saqué un cepillo rectangular, de esos que venían super bien para peinar cabellos largos. Mientras preparaba todo, no podía parar de sonreír…

    Cuando le dije a Jez que vine bien preparada para esto, le había hablado con toda la verdad del mundo. Respondía a la ilusión, al cuidado y a la voluntad de alegrar su corazón.

    Tomé un peine de dientes anchos y el cepillo. Al bolsillo de mi falda fueron a parar unas hebillas, además de un par de ligas. ¡Y en el medio…! Volví a sentir ese rumor de alas pequeñas merodeando cerca nosotras, y parecían bastante ansiosas. Con una sonrisa, llamé a Copito con mi silbido, el cual fue suave para no sorprender a Jez. El gorrión, que nos había estado observando desde alguna pequeña ventana del invernadero, finalmente voló hasta mi hombro. Y como siempre, me picoteó la oreja para saludar, haciendo que me estremeciera entre risas.

    —Extrañabas a Jez, ¿verdad, chiquitín? —le pregunté mientras me giraba hacia mi amiga, mirándola con una sonrisa y las cosas en mi mano— Ahora te llevo con ella, se va a alegrar mucho, ¿sabes?

    Tomé la segunda silla de la mesa, y la llevé hasta donde estaba Jez, colocándola detrás de ella. Antes de sentarme, acaricié sus hombros para anticipar lo que vino después: un abrazo desde atrás, por sobre su cuello.

    —¿Lista? —pregunté antes de regresarle su espacio y ocupar mi silla, a sus espaldas.

    Mis manos se alzaron hacia la cascada nívea y, con extrema suavidad, empecé a acomodar su hermoso cabello para facilitar aún más la parte de peinarlo con el cepillo. Mis dedos rozaron con prudencia los costados de su cabeza, para echar detrás de las orejas todos los mechones posibles. También busqué con breves deslizamientos si existía alguna zona que se hubiese enredado, para encargarme de darle prolijidad; en esta parte de mi tarea no hubo casi ningún inconveniente, su cabello estaba perfecto y reluciente.

    Y lo trataba con mucha delicadeza y cuidado, como si fuese un tesoro.

    En cierto momento, Copito saltó desde mi hombro para posarse en la maceta que contenía las flores que nos acompañaban. El gorrión quedó en el campo de visión de Jez y sus ojitos carmesíes la observaron, mientras el color de sus plumas combinaban con las flores y con ella misma. Sacudió las alas sin abrirlas y estiró el cuello repetidas veces, como apuntándola con su piquito. A espaldas de Jez, mientras terminaba de preparar su pelo, reí por lo bajo.

    —Copito te está saludando —le expliqué—. Y también te pide que lo acaricies, por eso estira el cuellito de esa forma.
     
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    Después de que Vero me pidió que esperara, mientras contestaba los mensajes, la había oído preparando sus cosas y pensé en el cariño que desprendían las acciones de esta chica. Era transparente, dulce y amorosa, brillaba muchísimo y estaba segura de que lo sabía, porque ponía ese brillo al alcance de los demás cada vez que estaba con alguien. Se lo había notado en el campamento, lo veía en el tiempo que compartíamos, en su emoción por los clubes y hasta en el saludo a Cayden; puede que en los ojos de las personas hubieran muchas cosas, pero el azul de Vero estaba lleno de algo que quizás debía definir como valentía.

    Amar sin restricciones requería muchísimo valor.

    Me pareció escuchar que llamaba a Copito, a pesar de la suavidad del silbido, pero mantuve mi posición y seguí intercambiando la vista entre las calas y las flores cercanas. Había muchos colores en este espacio, las plantas se veían alegres, fuertes y pensé que esta también era una forma de amor. Las plantas y flores eran también formas de vida, requerían agua, luz y nutrientes, por consecuencia requerían de esfuerzo, y se notaba que la gente del club las cuidaba con esmero y cariño. Puede que al final del día las personas fuésemos igual que las flores y justo por eso podíamos marchitarnos.

    Escuché la silla que acomodó Vero detrás de mí y pronto sentí sus manos, el anuncio del abrazo, así que lo recibí con naturalidad. Mis manos encontraron sus brazos, la acaricié con mimo y cerré los ojos; el calor de su cuerpo me resultó tranquilizador como su presencia y asentí cuando preguntó si estaba lista. La dejé ir suavemente cuando percibí que me regresaba el espacio.

    Sus manos empezaron su labor entonces con extremo cuidado, delicadeza incluso. Sus dedos movieron las hebras albinas, recorrieron los mechones en búsqueda de nudos y parpadeé con cierta pesadez, porque cuando alguien te hacía cosas en el cabello siempre daba algo de sueño. No era recelosa de mi espacio ni nada, pero entendía que en esta clase de gestos se marcaba una confianza grande, una que no se permitía a cualquiera, justamente porque había algo de vulnerabilidad al dejarse hacer.

    En uno de los parpadeos Copito apareció en mi campo de visión y sonreí con suavidad, lo vi sacudir sus alitas, estirar el cuello y la explicación de Vero me alcanzó no mucho después, haciéndome reír un poco. Estiré las manos hacia Copito, haciéndole un nido improvisado pero también dejándole la opción de que se posara en mis dedos nada más si quería.

    —Pero estás muy lejos, Copito —dije hacia el gorrión y esperé por si saltaba a mis manos para acariciarle el pecho con cuidado—. ¿Has cuidado bien de Vero? ¡Espero que sí! No podría esperar menos del Copito Guardián.

    La tontería era una broma en el cincuenta por ciento, sabía que Copito era pequeño, pero también pensé que a su manera... pajaril, se preocupaba por su compañera y la cuidaba, como ella lo cuidaba a él. Seguí acariciándolo con movimientos suaves, con la sonrisa pegada en la cara y me moví un poco solo para relajar mejor el peso en el respaldo, sin pretender interrumpir a Vero.

    —¿Copito no juega con otros pajaritos? Cuando te espera fuera de la escuela y así.
     
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    Mientras lo veía a Copito llamando la atención de Jez, pude visualizar mentalmente la sonrisa que debió haber alcanzado su rostro, y la risita que dejó escapar tras mi explicación terminó por reforzar la imagen. A sus espaldas, mi propia sonrisa me entrecerró los ojos, pues casi que me morí de ternura por su pequeña expresión de alegría. También me sentí dichosa porque percibía su comodidad y la notaba muy relajada, justo como había pretendido al traerla aquí, al llevarla cerca de las flores que más le gustaban y al mimar su cabello de esta manera.

    Mientras tanto, mis dedos no cesaban su tarea de acomodar las briznas resplandecientes. Cada movimiento que realizaba estaba marcado por un cuidado muy medido, casi meticuloso, con el que procuraba evitar tirones accidentales que le hiciesen doler o quebrar alguna hebra sin querer, algo como eso sería bastante catastrófico en un pelo tan hermoso. Mi suavidad daba cuenta de una gran concentración, pero también llevaba la energía de las caricias. Era, por decirlo de alguna manera, una expresión a través de la cual le hacía saber que la cuidaba, que conmigo estaría siempre protegida.

    Este movimiento constante se mantuvo durante mi explicación y también cuando Jez estiró las manos hacia Copito, ofreciendo con la unión de sus dedos un cálido nido en el que refugiarse. El pajarito se tomó un segundo o dos para picotearle una mano con suavidad, apenas toquecitos con los que también saludaba a la gente, y casi al instante se zambulló en el corazón del nido improvisado. Sin detener mi tarea, estiré el cuello justo a tiempo para ver cómo el gorrión se hacía una bolita de plumas infladas sobre las manos de Jez, recibiendo sus caricias, mientras yo escuchaba con ternura cómo le preguntaba si me había cuidado, llamándolo Copito Guardián.

    Volví a sonreírme. El pequeño, en efecto, me cuidaba muy bien. No era sólo por el hecho de que permanecía cerca de mí en todo momento, como si fuera mi ángel guardián. La clave también radicaba en sus instintos, en ese sexto sentido que sólo los animales poseían. A través de los comportamientos de Copito, podía anticiparme a situaciones incómodas o, inclusive, prever la proximidad de algún peligro que debía ser eludido. Sin importar su pequeño tamaño, era mí Guía además de Guardián. Chiquito pero poderoso.

    Para cuando Jez me hizo la pregunta, justo había terminado de preparar su cabello. Éste se meció junto al movimiento de su espalda, la cual relajó en el respaldar de la silla. Disfruté de la visión de este pequeño vaivén, viendo como el brillo oscilaba a lo largo de la blancura. Dejé escapar un risita baja, encantada con todo esto. Y entonces tomé el cepillo, que reposaba sobre mi regazo.

    —¿Podrías cerrar los ojos mientras te cuento algo bonito? —le pedí.

    Asumiendo que cumplía con mi petición, pasé la mano por debajo de su melena, con la palma apuntando en mi dirección, y sobre ésta hice reposar una buena extensión de cabello, la cual atrapé delicadamente entre mis dedos. Con el cuidado de antes, con el cariño de siempre, empecé a peinarla con el cepillo rectangular. Sus dientecitos eran de plástico flexible, se adaptaban con facilidad a cualquier forma y dejaban una sensación relajante sobre el cuero cabelludo. Lo pasaba desde la coronilla de Jez, hasta los extremos inferiores de las hebras, que reposaban sobre mis piernas. Mis movimientos fueron más pronunciados debido a la extensión.

    —Lo he visto con otros pajaritos, sí, aunque no tanto en la academia. Por lo general se queda en la ventana de mi salón durante las clases, aprovechando que mi asiento queda justo al lado de ésta —relaté, ahora pasando el cepillo por un costado de su cabello con una suavidad relajante—. Es diferente en el apartamento donde vivimos. Allí, suelo dejar una ventana abierta para que Copito entre y salga a gusto, pues estirar las alas es importante para su salud y su libertad —hice otra pausa, en la que el paso del cepillo emitió un susurro en medio del silencio del invernadero— ¿Y sabes qué…? Hay veces que… regresa con otros gorrioncitos, ¡y hasta con palomas pequeñas...! —me reí—. Se quedan mirando desde afuera lo más panchos, pero huyen si me acerco mucho porque, claro está, no me conocen. Pese a todo, siempre les dejo semillas en la ventana, a modo de bienvenida, y observo desde la distancia cómo Copito y los demás pajaritos se alimentan. Este chiquitín se lleva bien con los suyos a pesar de que es silencioso.

    >>¿Y sabes que más, Jez? A veces tengo la sensación de que los gorriones que aparecen en el apartamento son los mismos todas las veces. Sería bastante gracioso de ser el caso, porque entonces podríamos pensar que Copito formó su propia banda de barrio —bromeé—. Son todos chiquititos, pero ya sabes lo que se dice: la unión hace a la fuerza.
     
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    El gorrión me picoteó una mano primero, fue muy suave y se me escapó una risa cristalina, ni siquiera me di cuenta. Igual no tardó en acomodarse en el nidito que hice para él, se acomodó, infló las plumas y yo lo traje suavemente hasta poder descansar las manos sobre mi regazo. No interrumpí las caricias, delicadas y constantes, mientras seguía sintiendo las manos de Vero encargarse de mi cabello.

    Vero me pidió que cerrara los ojos y así lo hice, con Copito entre mis manos. Lo trataba con mucho cuidado porque me parecía muy pequeñito, me daba miedo hacerle daño sin quererlo, pero estaba cómodo, se sentía incluso con los ojos cerrados. Ella siguió con su tarea, con los movimientos delicados y el cariño inmenso que transmitían; comenzó a hablar también y sonreí mientras la escuchaba.

    Resultaba que Copito sí se juntaba con otros pájaros, ella le dejaba la ventana abierta y aparecía con otros gorriones o incluso palomas pequeñas. Se me ocurrió que quizás no era demasiado diferente a su compañera, que de repente hablaba con todo el mundo, pero lo de que el gorrión tenía su propia banda de barrio me hizo reír.

    —Chiquitos pero picosos, dicen por ahí —bromeé todavía con los ojos cerrados, casi en voz baja—. No lo sabes, pero pronto te protegerá una banda de gorriones.

    Guardé silencio unos instantes, seguí acariciando a Copito y empecé a tararear muy bajito el trozo de una canción que conocía. No respondió a nada en realidad más que a un impulso o tal vez a la calma que sentía aquí; no canté porque la tontería me daba algo de vergüenza, pero las notas se suspendieron en el espacio hasta que guardé silencio de nuevo y suspiré.

    —¿Tú no era que tenías un montonazo de cosas que contarme? —Le recordé a Vero, divertida—. No vas a decirme que ya se acabaron.


    mi post también es chiquito pero poderoso

    acá la cancioncita que tarareo jez yOU ARE THE SNOWSTORM *inhales* a
     
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    Mi broma sobre la pandilla de gorriones le arrancó una risa, luego me tocó reír a mí cuando dijo que estos me protegerían.


    —Me han llamado “Blancanieves” un par de veces —convine, divertida—, así que no sería de extrañar.

    Hubo un pequeño momento de silencio, en el que terminé de peinarla. Su cabello quedó muy liso e increíblemente brillante. Tenía una blancura tan pura, que bien podría haber reflejado los colores de nuestro alrededor. Nunca me iba a cansar de remarcar la belleza del cabello de Jez, para mí era el más hermoso de toda la academia.

    Y finalmente, para el júbilo de mi corazón, comenzó la parte más importante de todas: las trenzas.

    Tenía decidido de antemano que armaría dos trencitas grandes, de estilo holandés. O sea, neerlandesas, ¡como ella...! Lo primero que hice fue dividir su manto níveo en dos, haciendo uso de las manos. Luego, aseguré una de estas mitades con un broche que tenía guardado en el bolsillo de mi falda; con este pequeño aislamiento, las trenzas no se entorpecerían ni se mezclarían.

    Me puse de pie, manteniéndome a sus espaldas, y con mucha suavidad alcancé los mechones de su flequillo, pues este tipo de trenzas partían desde esa zona. Tres pequeñas tiras blancas quedaron entre mis dedos, y las entrecrucé con precisión y paciencia. Con el avance de mis manos sobre su cabeza, fui sumando otros mechones, que se volvían cada vez más largos y voluminosos. El patrón de las trenzas pronto comenzó a dibujarse en su coronilla. Me aseguré de no apretarlas demasiado, pues me gustaban más cuando se veían sueltitas, como si fueran esponjosas.

    Y mientras tanto, Jez nos deleitaba con su propia canción.

    Mejor dicho, la tarareaba. Y eso era algo que se me hizo muy especial considerando que yo había hecho lo mismo hoy por la mañana, allá en el patio frontal. Las melodías de Jez me hicieron sonreír en todo momento y, a la vez, me llevaron al borde de una explosión de emoción cuando noté que Copito movía su garganta, como si estuviera a punto de responderle con otro canto. Estiró el cuello desde las manos de Jez, ladeó la cabeza un par de veces, con los ojitos curiosos. ¡Pero…! Otra vez mantuvo el piquito cerrado, ay.

    La buena noticia: nos llevaba al siguiente tema de conversación. Jez se ocupó de recordármelo, a lo que correspondí con una sonrisa radiante.

    —Copito está volviendo a cantar —conté, llena de alegría—. Es más, ¡estuvo a punto de acompañarte en tu tarareo de recién! Pero todavía le cuesta...

    Hubo un momento de silencio, en el que continué armando la trenza, que ya iba por la mitad. Mis movimientos se ralentizaron porque, en ese momento, estaba pensando las palabras más adecuadas para decir lo siguiente.

    —Es un gorrión silencioso —repetí, pues ya había señalado tal detalle—. Esto se debe a que en el pasado sufrió de mucho estrés y maltrato. Yo misma lo rescaté del lugar horrible donde lo mantenían encerrado —confesé con suavidad—. Y desde hace unos meses, todas las noches me pongo a tararearle canciones, por lo menos durante una hora, mientras le hago mimitos, con la idea de que recupere su voz perdida… De que el canto lo relacione conmigo, con su vida de libertad... Y anoche volvió a cantar por primera vez, ¡casi exploté de felicidad, Jez...! —exclamé, con una risa animada— Me emocioné tanto que esta mañana, antes de las clases, me detuve en el patio frontal para tararearle un poquito más...

    >>¿Y sabes qué ocurrió? Apareció un chico muy adorable y maravilloso que me ayudó con su canto. Mi caballero de melena roja: Cayden. Es el muchachito que me viste saludar, compañero tuyo de clase.
     
    Última edición: 18 Enero 2024
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    Sonreí al escuchar que la había llegado a llamar Blancanieves, porque con esto del gorrión que la acompañaba tenía su gracia, pero no añadí nada más y centré mi atención en sus manos dedicándose a trabajar mi cabello. Mantuve los ojos cerrados, tranquila, y fue así como la canción me alcanzó la mente mientras ella trenzaba las hebras. Me mantuve con los ojos cerrados hasta que me pareció que Copito se movía, así que me di cuenta del intento que hizo por cantar, aunque no entendí muy bien por qué al final no lo hizo.

    En cualquier caso, sonreí con suavidad y elevé despacio mis manos para dejarlo a la altura de mi rostro, mientras le hacía mimitos entre las plumas. Si no presionaba a las personas mucho menos se me ocurriría presionar a un animalito que me cabía entre las manos, así que solo seguí acariciándolo aunque alcé un poco las cejas al escuchar lo que dijo Vero.

    —Siento mucho que pasaras por eso, Copito —dije en voz baja para el gorrión y lo acerqué despacio a mi rostro, para pegarlo suavemente a mi mejilla en un abrazo muy muy chiquito, antes de volver a dejar las manos sobre el regazo.

    Había seguido escuchando a Vero mientras tanto, se le notó la emoción cuando dijo que volvió a cantar anoche y yo sonreí una vez más, enternecida. Lo que Vero hacía por Copito era una tarea de paciencia movida por un amor inmenso, uno que solo personas como ella podían profesar sin tropezar, y se me ocurrió que solo sería cuestión de tiempo para que el gorrión volviera a cantar con regularidad. Cuando pudiera asociarlo totalmente a ella, a su compañera.

    Me pareció tierno que incluso se hubiera puesto a tararearle en el patio frontal, pero cuando mencionó que alguien le ayudó cantando, me quedé patinando en la idea un momento hasta que dijo lo de la melena roja, ya que eso reducía opciones y pronto no las necesité pues me dijo que era Cayden. Eso explicaba el saludo de antes, porque en mis recuerdos no creía que se conocieran todavía.

    Mantuve la atención puesta en Copito, en los mimos y la suavidad de sus plumas, y me causó algo de gracia imaginar al chico cantando. En general era callado, no hablaba en clase con nadie de no ser que lo pusieran a hacerlo y tampoco respondía preguntas a voluntad, hacía falta que los profesores lo eligieran a dedo para que contestara. Se paseaba entre la calma y la ansiedad con cierta frecuencia, como si jugara a la lotería todos los días consigo mismo.

    —¿Te gustó la canción de Cayden o te agradó él en sí? —le pregunté al gorrión como si fuese a contestarme y reí por lo bajo, para hablarle a Vero sin mover demasiado la cabeza—. Es nervioso, pero bastante amable por lo general. Le pedí sus apuntes una vez que estuve faltando a la escuela, estaban muy ordenados, y otro día me vio leyendo un libro de fantasía y me dijo que le avisara cuando lo terminara, fue como si le pudiera más la curiosidad que otra cosa.

    >>Tal vez se le dé mejor tratar con animales que con personas, ni idea. Suele parecer demasiado metido en su propia cabeza una buena parte del tiempo, creo que no habla tanto como piensa. Antes bajó casi corriendo, no lo viste.
     
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    Hubo cierto momento en el que sentí una tentación MUY grande de lanzarme sobre Jez para volver a abrazarla, con un poquito más de fuerza quizá; sin embargo, tuve que quedarme con las ganas porque eso hubiera implicado tener que soltar la trenza en mis manos y correr el riesgo de que se desbaratara, y yo estaba centrada en hacer una labor impecable. ¡Pero es que…! Ay, es que el modo en que estrechó a Copito contra su mejilla… Uf, fue increíblemente hermoso. Y, debía admitirlo, también me conmovió muchísimo.

    Mencionar el motivo por el que el gorrión guardaba silencio siempre traía imágenes de aquellos difíciles días, en los que veía con mucha impotencia, desde el exterior, cómo su cuerpo se iba deteriorando al otro lado de esa ventana… Hasta que un día rompí la ley para salvar su vida… No fue fácil para ambos, pero… ¡aquí estábamos…! Aquí estaba él, sano, fuerte y tentado a cantar. Aquí estaba Jez y su inmenso amor. Y aquí estaba yo, con una cantidad colosal de alegría que era increíble que entrara en mi cuerpo.

    Jez continuó mimando a Copito. El pequeñín se dejaba porque se sentía super-cómodo con ella, eso estaba más que claro; incluso acomodaba su cuerpo y sus alas para recibir los mimos. En el medio de todo, evocaba con mis palabras al bello de Cay, a la vez que mi cuerpo seguía con meticulosidad la misión de las trenzas. Cuando la chica le preguntó al pequeñín si le agradó Cay o la canción, acompañé a su risita con la mía, tras lo cual presté la debida atención a lo que tuvo para decirme sobre el muchachito. Conforme hablaba, mi sonrisa se ensanchaba lentamente, aunque hacia el final adquirió un tono pensativo por el detalle de que bajó corriendo sin que lo viera.

    —Hemos hablado bastante después de lo de Copito —comenté, enfocada en los últimos entrelazos de su primera trenza—, pero es verdad que lleva bastante timidez encima, le noté la vergüencita cuando le cantó. Y hasta hice que se pusiera colorado… dos veces —me reí por lo bajo, sin malicia alguna—. Por eso me contuve bastante con él, obviamente, pero no me faltaron las ganas de acariciarle los bracitos o incluso estrecharle las manos. Me pareció increíblemente buenito, es un muchachito que se hace querer muy rápido y se preocupa por los demás. Y la verdad… me alegra muchísimo que les haya tocado en el mismo grupo para el proyecto escolar.

    Sonreí. Justo cuando terminé de hablar, había terminado de armar la primera trenza. Até el extremo de ésta con otro elemento que guardaba en mi bolsillo: Era un lazo de color ámbar, que combinaba perfecto con su blancura y el ámbar de sus ojos, con el que hice un moño muy bonito. Asentí con bastante satisfacción, tras lo cual acomodé un poco las hebras para que la trenza se viera más esponjosa.

    Hecha la primera parte de mi labor, mis manos alcanzaron la segunda mitad del manto níveo. Mis dedos recorrieron una vez más la coronilla de Jez, y al atrapar tres mechones del flequillo, rocé su frente en una suerte de caricia relajante.

    —Ojalá esté bien, lo noté muy pensativo en el patio. Espero que no le esté dando muchas vueltas a alguna preocupación. —dije, iniciando el nuevo trenzado con movimientos muy suaves—. Si supiera que es el caso, no dudaría en hacer lo posible para que le pese menos. Acercarme, comprender y acompañar.

    Entonces, me permití alzar una mano para estrecharla por su hombro sin descuidar la trenza. Me incliné por un costado para buscar sus ojos y le sonreí fraternal, con mucha dulzura.

    —Y lo mismo va para ti, linda —le dije—. Prometí cuidarte y jamás dejaré de hacerlo. Tienes mi apoyo y mi fuerza. Nunca dejes de buscarme si lo necesitas, como yo nunca dejaré de venir contigo…. Esto ya lo sabes, pero siempre es lindo reafirmarlo, ¿no? —le acomodé un mechón pequeñito detrás de la oreja y volví a colocarme a su espalda para seguir con la trenza— Y no olvidemos la bendición de Copito, el Guardián más poderoso del mundo.

     
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    Lo pensé con bastante retraso, pero en el silencio de Copito, en lo que había vivido, se revolvían los motivos del silencio de todas las criaturas, humanos incluidos. Había algo detrás de nosotros que nos impedía dos tipos de liberación esenciales, la primera de ellas era en la que descubríamos el corazón fragmentado y señalábamos dónde dolía, la otra era esa que, como a Copito, nos habría permitido cantar como lo hacíamos antes. Dejar doler y sanar estaban en el mismo saco, por eso era tan terrible.

    Habían leyes que debían romperse para salvar las vidas de otros.

    ¿Poseía la fuerza para romper las paredes que los demás levantaban sobre sí?

    Copito se había quedado de lo más tranquilo con las caricias, se movía para recibirlas y nunca demostró un solo signo de incomodidad; la presencia del pajarito, así como de Vero, me hacía de cable a tierra. Estaba pensando con algo más de claridad, al menos así lo sentía, porque esta chica sostenía una luminaria sin siquiera darse cuenta o quizás le parecía tan natural que se olvidaba de ella.

    Le solté mi impresión de Cayden aunque no hiciera falta, las propias primeras impresiones de Vero, como las mías, provenían de una conexión más estable e invisible con las personas. Ella veía lo bueno en todo lo que la rodeaba, yo era capaz de hundir las manos en el pantano más negro para encontrar algo bueno incluso en quienes creían no tenerlo. Lo había hecho por Al, le había extendido la mano a Anna cuando recién llegaba a la escuela y había hecho lo mismo con Laila. Puede que fuese un trabajo conjunto bastante inconsciente, el que podíamos llevar a cabo Vero y yo.

    Me dijo que habló bastante con el chico luego de lo de Copito, lo que acabó por confirmar lo de que igual se llevaba mejor con los animales o se sentía más suelto cuando había una figura distinta a la que arrojar la atención, y señaló su timidez, la vergüenza cuando le cantó a Copito y el hecho de que lo había ruborizado. En sí los límites de la paciencia del niño eran un poco extraños, recordaba haberlo visto reaccionar con casi violencia a la chica que ya no venía a clase, Tolvaj, pero compartir mesa con Altan, Shimizu y Anna en el campamento. Suponía que todo ciervo era capaz de matarte de una cornada al saberse arrinconado.

    Lo que me hizo gracia y consiguió arrancarme otra risa fue escuchar a Vero admitir a los cuatro vientos que se contuvo, pero que en resumidas cuentas habría querido hacerle mimitos. Le había parecido un buen chico, algo que yo no dudaba que fuese, pero el apunte de su preocupación por los otros me hizo recordar que fue él quien me dio el papelito que decía lo de Anna.

    Se había dado cuenta, había pescado el hilo en el aire y detenido su avance.

    ¿Pero quién detenía el suyo?

    ¿Quién detenía el de Altan?

    Les abriría el corazón en dos para el final de la semana.

    Con mucho mucho cuidado acomodé a Copito solo en una de las palmas de mi mano, no dejé de acariciarlo con el mismo cuidado de antes y saqué el papelito que me había dado Cayden, pues me lo había guardado en el bolsillo de la falda. Estaba arrugado ya, pero observé los caracteres mientras seguía escuchando a Vero y sus manos continuaban su tarea. Sentí su caricia en la frente, oí lo que dijo sobre Dunn y parpadeé con cierta pesadez.

    Acercarme, comprender y acompañar.

    Y lo mismo va para ti, linda.

    Vero estrechó mi hombro, se coló en mi campo de visión y la dulzura de su sonrisa quiso desbaratar mi eterna templanza, una que había adquirido a una edad tan temprana que parecía imposible. Le sonreír de vuelta, ni siquiera lo pensé, pero tomé aire despacio y lo liberé de la misma manera. Todo este rato le había preguntado por las cosas que tenía que contarme pero había evitado que la mesa girara y me dejara en la cabecera.

    —¿Recuerdas que te hablé de Al? —comencé luego de regresar la vista el papelito entre mis dedos mientras con la otra mano seguía enfocada en Copito, en sí no le di tiempo de respuesta a ella—. Lleva días con una pinta espantosa, no creo que esté durmiendo bien y si lo hace el descanso no lo alcanza realmente. Ha sido siempre difícil, su personalidad quiero decir, es poco expresivo incluso en sus buenos días, habla poquísimo y usa toda su energía manteniendo en funcionamiento una mente que parece mayor a lo que su cuerpo es capaz de soportar. Como cuando le pones más corriente a una máquina de la que necesita realmente.

    Dejé el papel en mi regazo, me llevé la mano al rostro y me enjuagué los ojos en un gesto cansado. Seguía tratando de no moverme demasiado para no interrumpir la tarea de Vero, incluso mientras soltaba todo lo que llevaba rumiando desde hace días.

    —Comenzó a poner distancia conmigo hace un rato, incluso antes de que su estado físico se deteriorara, así que ahora no puedo alcanzarlo. No habla y cada día que pasa parece más cansado que el anterior; tuve que enterarme por Cayden qué era parte de lo que lo tenía angustiado e incluso así no creo poder sacárselo yo misma, no sin... Sin dispararle otro pico de estrés. —Lo dije como si tuviera una pistola cargada en las manos y al acercarme a Altan fuese a disparar la única bala que había en la cámara; si lo estresaba más podía dejarlo inútil—. Padece migrañas, casi siempre tensionales, desde que entró a la adolescencia. Tiene que llevar días con la cabeza vuelta puré y si es el caso debe tener el estómago casi vacío desde entonces. Mide uno ochenta, ¿cómo va a mantener un cuerpo de ese tamaño sin comer?

    >>Ya no sé qué hacer. No es que él me deje hacer algo de por sí, ni siquiera me quiere cerca.

    Se me revolvió en el centro del pecho, lo sentí, y el tono me quiso flaquear un instante en la dirección incorrecta. Supo a molestia, a una ira que no reconocía como parte de mí, y por eso la tomé para hundirla en mis propias aguas. Me negué a recibirla, a dejarla conectar, porque cuando lo hacía no era capaz de reconocerme a mí misma.


    tengo un mash up de quilombos increíble aquí, debe ser mi mejor trabajo en años (??????
     
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    Bruno TDF

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    Antes de regresar a mi posición a sus espaldas, Jez llegó a corresponder a mi sonrisa con la suya. Y mientras mis manos continuaban deslizándose sobre las primeras hebras de su segunda trenza, escuché su respiración. Una inspiración de aire suave, bocanada que se liberó con igual delicadeza…Presté atención. Mi cuerpo siguió respondiendo al armado de las trenzas, mas mi mente estuvo con ella por completo.

    Empezó mencionando a Alty. Recordaba perfectamente el día que me habló sobre él, pues de ahí nació mi interés de conocer a ese muchacho, alguien a quien Jez definía como su mejor amigo y, por lo tanto, una relación de inmenso afecto. Asentí un poco por inercia aun sabiendo que no me vería, pues seguía detrás suyo pasando los dedos por sus hebras blancas. Cuando Jez mencionó que el chico llevaba un buen tiempo padeciendo los estragos de un mal descanso, rememoré fugazmente nuestro encuentro de hace unos días. Más allá de la intensa emoción que me dio la oportunidad de conocerlo en persona, sí que lo había notado bastante cansado, además de su marcado esfuerzo por adaptarse a mis modos de interactuar. Llevó en todo momento su inalterable semblante de acero, de tal forma que no me fue posible atribuir ese cansancio a algo más severo o siquiera adivinar en qué estaba pensando…

    Pero lo de la distancia fue una revelación inesperada.

    A partir de este punto, mis manos, que iban por la mitad de la trenza, se movieron con algo más de lentitud. En ningún momento había dejado de mirar hacia el frente, a su espalda, por lo que distinguí la pesadez con la que se enjugó los ojos.

    La convicción con la que expresó que ahora no podía alcanzar a Altan me pesó en el pecho, fue una frase con una carga que rozaba lo devastador. Y entendía el por qué… Jez cuidaba de los demás, movida por el enorme amor que la definía; buscar el bienestar del prójimo era su misión, su motivación y su impulso, el rasgo principal de su persona. Y por lo mismo, debía ser muy doloroso que alguien te alejara de esa forma. Y, para peor, cuando se suponía que existía una amistad de años. Y al final, a causa del miedo de empeorar todo si se le acercaba, no le quedaba más remedio que ver cómo su mejor amigo se deterioraba frente a sus ojos.

    Desde la distancia, como separados por una ventana cerrada.

    "Ya no sé qué hacer."

    Cuando terminó de hablar, ya estaba atando en el extremo de la segunda trenza el lazo amarillo que la coronoaba, estaba completa. Acto seguido, moví mi silla hacia un costado y la adelanté hasta dejarla a su altura. Me senté junto a ella, hombro con hombro, del lado de su mano que contenía a Copito. Hubo un pequeño espacio en el que nos envolvió el silencio de las flores.

    Mi mano descendió hacia el gorrión, acariciando su cuerpito con delicadeza. Y en el proceso, también, los dedos de Jez recibían mis mimos.

    —Llevabas bastante tiempo con eso encima, por lo que veo —dije con calma hacia Jez, aunque mis ojos se mantenían sobre el pajarito que me picoteaba la yema de un dedo—. Gracias por contármelo, linda, es muy importante que lo hayas hecho... Ya no estás sola.

    >>A partir de ahora lo llevaremos entre las dos, ¿sí?

    Coloqué mi mano debajo de la suya, mi palma contra su dorso, y colé mis dedos entre los suyos tanto como pude. Debajo de Copito se formó un nuevo nido, ahora compuesto por el calor de ambas. El gorrión percibió los leves movimientos con un dejo de curiosidad, pero pronto se acomodó con una quietud pacífica.

    Finalmente, alcé mi rostro hacia Jez. Mi expresión era calmada, un poquito solemne, pero mis ojos le transmitían el cariño que nos unía.

    —Incluso un ave puede ser alcanzada con el debido amor y la correspondiente paciencia —proseguí con voz suave—. Sé que con las personas es más complicado, pero eso también se aplica. Tú conoces a Altan mucho mejor que yo, que apenas me lo crucé una vez, pero aún así me voy a tomar el atrevimiento de opinar algo sobre lo que me has dicho…

    >>Altan no es inalcanzable. En realidad, soy de la opinión de que nadie lo es —afirmé—. A lo sumo, podemos decir que hay caminos que son más difíciles de atravesar, que traen sus propias dificultades. Pero el punto es ese: siempre hay un camino hacia el corazón de alguien. Algunos requerirán más esfuerzo y paciencia, hasta nos harán dudar de nosotros mismos. Mas, nunca se cerrarán.

    >>Además… —continué— Me has dicho que Altan es tu mejor amigo, se aprecian desde hace muchísimo tiempo. Algo como eso... no puede simplemente desvanecerse por una decisión o ceder ante las resistencias. Todos cambiamos con el tiempo, pero siempre queda un rastro de ese mismo afecto. Como una lucecita en la oscuridad.

    >>También apuntaste que Altan está angustiado por algo, ¿no? Lo que te dijo Cay —hice una pausa— No es necesario mencionarlo si no corresponde, respetaré su privacidad. ¡Pero...! Quizá ahí esté la clave de su comportamiento, o que al menos explique buena parte de éste.
     
    Última edición: 21 Enero 2024
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    Zireael

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    Sabía que Vero me prestaba atención incluso si tenía las manos ocupadas, era una chica atenta, sobre todo con quienes comenzaba a considerar sus amigos y por eso mismo entendí que no podía hacerla ella lo mismo que Altan hacía con todos. No quería culpar al otro por su manejo emocional penoso, pero creía que el punto se entendía, no podía reclamarle a Al una cosa que yo misma hacía. Si quería hacerlo, si quería sentirme en el derecho de entrar en su espacio en algún momento, primero tenía que dejar a Vero entrar al mío.

    Incluso si no se suponía que los pilares fuesen sostenidos.

    El estado emocional de Altan siempre se enmascaraba con su inexpresividad natural, solía tender a responder poco con el cuerpo, no daba muchas pistas en su tono de voz ni en sus ademanes, pero cuando lo rebasaba era su cuerpo el que se rendía primero. Su cabeza pretendía seguir soportando, como una muralla, pero lo alcanzaban las migrañas, el mal dormir y el estómago anudado. Era hasta entonces que los demás nos dábamos cuenta de que algo estaba fallando en el entramado de su propia red, pero entonces ya era tarde.

    No quería hablar como si estuviera rindiéndome, como si solo fuese a dejar todo estar, pero si seguía sujetando el hilo de la manera en que parecía estarlo haciendo él, acabaría por abrirme la piel en la palma de las manos. Tenía que soltarlo, no porque quisiera, si no porque en caso contrario acabaría hundida también y sería inútil. Sin embargo, entendía que en esa aceptación también había dolor.

    Al me había defendido de los que me molestaban.

    ¿Podía yo protegerlo de sí mismo?

    Dejé el silencio suspendido, Vero ató la trenza y entonces, con las manos ya libres, acomodó la silla junto a mí. Hombro con hombro, en el espacio sagrado de quienes cuidaban estas flores, dejé los ojos puestos en las calas delante de mí y solo aparté la mirada de allí cuando Vero acarició a Copito, pero también me acarició a mí en el proceso. Observé su mano, pequeña como la mía, y me pregunté cuánta fuerza poseía este cuerpo que no parecía ser demasiado distinto al mío.

    Acertó al decir que llevaba con esto encima ya un tiempo, me agradeció por contármelo y una sonrisa algo amarga me alcanzó el rostro aunque seguía mirando su mano, distraída. Me dijo que no estaba sola y pensé en los pasillos del apartamento, en las fotos de mis padres que jamás envejecerían, me pregunté qué era realmente estar solo o cómo era posible sentirse así incluso cuando había personas alrededor y entonces entendí, quizás luego de negarlo sin querer por años, que el pesar de Altan era mucho más grande que la ausencia de Anna en la escuela.

    La respuesta estaba en sus ojos negros y su mente de adulto, demasiado cansada desde que era un niño de diez años o incluso antes. La respuesta estaba en las veces que me vi en el espejo y fui incapaz de reconocerme. Habíamos habitado el mismo océano incluso sin saberlo, pero a mí algo me había sacado antes de conocer a mi propio monstruo. Fui capaz de alcanzar la superficie del agua, romper su resistencia y respirar, pero Altan estaba atado al fondo.

    Era más grande que él y era lo bastante peligroso para hacerlo anhelar la muerte como me había pasado a mí.

    Sentí la mano de Vero, tibia al tacto, el cuerpo de Copito aceptando ese nuevo nido y las palabras de mi pequeña luminaria blanca siguieron repicando en lugares que no habría alcanzado sola. Recibí su mirada, el azul de sus ojos, y parpadeé cuando sentí los ojos arder por la suerte de revelación que me había alcanzado tan tarde en la vida.

    Dijo que incluso un ave podía ser alcanzada con el debido amor y paciencia, lo sabía, y también tenía entendido que con las personas era más difícil por diferentes razones. Era cierto que no era inalcanzable, ninguno de nosotros lo era en realidad, que siempre había un camino y era posible encontrarlo por más complicado que fuese. El puente que existía entre Al y yo, incluso si estaba lleno de baches, no podía derribarse, pero me quedaba sin opciones.

    Apuntó a la angustia que le mencioné, a lo que me dejó Cayden en el papel, y cuando mencionó que quizás la clave estaba allí el corazón se saltó un latido. Dios, me había tomado demasiado tiempo, ¿cierto? Demasiado, nada parecía tener que ver y yo era lenta de por sí, pero había algo desajustado, incluso aunque los vi bailando escondida en el patio para que no me pescara Ferrari.

    —Oh, cielo —dije en un murmuro y el apelativo no iba hacia Vero, iba hacia Altan aunque ni siquiera estaba allí.

    Lo recordé cuando salía con Kurosawa, cuando insistió en que no era su novia y cuando rompieron sin más, sin ningún cambio de actitud de su parte ni de la de ella. Solo entonces mi corazón ingenuo, empeñado en ver amor donde no lo había, entendió que por fin había perdido el sitio donde sí había creído encontrarlo. Que quizás llevara muchísimos días aterrado de algo que escapaba a mis ojos, algo que él mismo había impedido que yo viera.

    Hij is bang —susurré en neerlandés, ni siquiera lo procesé, fue un pensamiento llegado de la nada y suspiré relajando todo el cuerpo en la silla regresando el cerebro al idioma común, repitiendo la idea—. Está asustado. Todos nos asustamos cuando se nos rompe el corazón.

    Tomé aire, parpadeé y con la mano que me quedaba libre busqué la de Vero, unida a la mía bajo Copito. La hice soltarme con cuidado, solo para sujetarla con la otra, y la atraje para dejarle un beso liviano en el dorso. Eran la clase de besos que le daba a Anne y a Isaac, tomaba sus manitas, las estrechaba y dejaba allí una semilla. Era un agradecimiento, un punto de unión y un consuelo propio, pues me recordaba que podía amarlos.

    —Gracias por escucharme, cariño —le dije regresando nuestras manos al regazo, acariciándola con mimo—. Sé que tienes razón con todo lo que has dicho, pero las cosas son difíciles, las personas lo somos en sí. Sé que la distancia no implica que lo haya perdido, aunque lo sienta tan lejos, así que supongo que tendré que sacarlo. Se ahogará si no lo hago y lo sé con toda certeza.

    >>Jamás podría abandonarlo a su suerte. No puedo abandonar a ninguno así.
     
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    Amane

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    La chica me informó que había llegado junto a su hermano hacía apenas dos días, así como también me dijo que hasta el momento había estado estudiando desde casa y, ahora, su padre había decidido que ingresase en el Sakura. Eso parecía... un poco demasiado, ¿no? No sabía si yo sería capaz de afrontar de muy buena manera cambios tan extremos y de manera tan abrupta, pero claro, no todo el mundo era como yo.

    —Vaya, pues sí que ha sido un cambio grande... pero al menos estás con tu hermano, ¿cierto? Supongo que eso lo habrá hecho algo más llevadero... —comenté, sonriendo con suavidad al intentar darle un enfoque positivo a la situación, y justo después asentí con la cabeza, en respuesta a su pregunta—. Sí, yo llevo aquí desde el primer día. Si necesitas cualquier cosa o en algún momento te sientes sola, ¡puedes buscarme sin problema!

    Seguimos bajando hasta llegar a la planta baja y, de ahí, me la llevé al exterior para redirigirnos hacia el invernadero. La verdad era que no había esperado que también estuviese ocupado durante aquel receso, y solo me di cuenta de la presencia ajena una vez nosotras estuvimos dentro y, bueno, las vi de frente. El asunto me sorprendió un poco, a decir verdad, haciéndome abrir ligeramente la boca mientras miraba alrededor con algo de timidez. ¿Deberíamos irnos...?

    >>Ah, Vólkov-senpai, hola... —murmuré al rato, con una rápido inclinación a modo de saludo hacia ambas chicas—. Perdonad, no sabía que había alguien más aquí. Lombardi-san es nueva y quería ver el invernadero. No queda mucho de receso, así que estaremos un rato por aquí y volveremos a clase.

    No conocía a la otra chica, pero les dediqué una sonrisa amable a ambas y volví a girarme en dirección a Stella, indicándole que fuéramos a una zona algo más alejada de las mayores. Seguramente no habría ningún problema, ¿cierto? El invernadero era lo bastante grande como para que estuviésemos las cuatro y, si nos poníamos a la suficiente distancia como para no escuchar la conversación ajena, todas podríamos disfrutar del lugar durante aquellos últimos minutos.

    bueno, perdonen la irrupción, antes de nada (?) segundo... quemcita, nos traje ya aquí porque queda poquito tiempo de receso y me hubiese dado mucha pena si no llegábamos a pisar el invernadero después de todo JAJAJ so eso (?)
     
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    Bruno TDF

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    Hablar de las adversidades que pesaban sobre el corazón no era fácil para nadie. Requería de gran voluntad y, por sobre todo, demandaba una cuota de valor para sobrepasar aquellos miedos que sellaban los labios, como el temor de preocupar a los demás o enfrentarnos a nuestra propia vulnerabilidad. Abrirse y desvanecer los muros… desataba un proceso muy complejo en el espíritu de las personas, cosa de lo cual yo era muy consciente. Por esa misma razón, profundizaba mi cuidado cada vez que me tocaba hacer esto mismo: acercarme, comprender y, por sobre todo, acompañar. Este cuidado no se limitaba a ser el pilar que asistía a las personas que se abrían, un pilar que te sostenía con una mano en el hombro, un mimo, una caricia reconfortante; además de esto, mi contención también estaba en el modo en que mis palabras, al responder, evitaban caer en un optimismo desmedido. En realidad, lo mío creo que no podía considerarse que pecaba de optimismo...

    Más bien, yo era realista a mi modo.

    Podía reconocer las sombras que ennegrecían las adversidades de las que me hablaban, entender la densidad que las volvía invencibles en apariencia. Pero de la misma manera, también tenía la capacidad de hallar los brillos entre las grietas de esas sombras, como señales de que no todo estaba perdido. Mi diálogo siempre buscaba cambiar el ángulo desde el que cual se veía el problema en cuestión, y quitar los filtros que estuviesen limitando la visión de quienes me hablaban. Esa era otra las aristas de mi voluntad de cuidar.

    En lo relacionado a este asunto entre Alty y Jez, tenía poca información como para formar una opinión acertada y fue eso lo que le anticipé a Jez antes de hablar, porque al hablar también era sincera. Pero, aunque no conocía a Altan y no tenía detalles sobre su vida pasada junto a esta chica, confiaba en los datos que tenía a mano, en las palabras que Jez me confió. Confiaba en mí y también en ella. Tuve fe en que la combinación de nuestras perspectivas daría forma a una nueva, la cual revelaría uno de esos caminos que le había mencionado.

    Hablar de lo que te angustiaba podía llegar a ser doloroso, pero también liberaba. Y yo… estaba aquí para cuidarla y contener cada fragmento de su ser, con la fuerza del afecto que le tenía.

    Jez oyó mi respuesta en silencio, compartíamos el calor de nuestras manos y me devolvió la mirada. En sus ojos noté un hondo pensamiento, lo que me hizo saber que yo estaba dando a comprender mi punto de vista sobre su situación con Altan. Lo importante vino cuando le apunté que la clave podría estar la angustia del chico, dato que se me hizo muy importante cuando llegó a mis oídos porque, en la angustia, el juicio de alguien puede nublarse y volverlo desconocido, incluso ante sí mismo. Observé con detenimiento a Jez cuando pareció darse cuenta de algo, lo vi en su carita, y entonces… Dijo algo que no entendí, ups. Ladeé la cabeza con cierta intriga, frente a lo cual Jez me reveló lo que acababa de comprender:


    Está asustado.

    Todos nos asustamos cuando se nos rompe el corazón.

    Un corazón roto… Eso explicaba más concisamente el por qué Altan se estaba comportando como lo hacía, al punto de alejar a una persona junto a la cual había crecido, y en quien debía confiar más que en nadie. También volvía el tema bastante más complejo de tratar, porque estábamos hablando de un cierto tipo de amor. Fugazmente, como un pensamiento que aparté rápidamente por considerarlo inoportuno, recordé que Altan me había dicho que fue a ver el evento de baile porque una amiga suya bailaba allí.

    Jez soltó mi mano de la suya, pero volvió a aferrarla al instante para plantar, en mi dorso, un beso que se sintió suave y cálido. Su gesto estuvo cargado de muchísimo amor, lo sentí y mi expresión, hasta el momento solemne, se derritió en una sonrisa llena de cariño. Estas muestras de afecto fueron percibidas por Copito, que abrió las alas ligeramente, rozando con sus plumas la mano de Jez, como si estuviera tentado a volar. Al instante volvió a acomodarse en ese nidito y sólo se infló, relajado.

    Me dejé mimar mientras la escuchaba. Mi sonrisa se extendió cuando me agradeció por haberla escuchado y atendí al resto de sus palabras, atenta como siempre. Jez reconocía que las cosas eran difíciles, opinión que compartía. Pero también mostraba una voluntad más férrea por ayudar a Altan, ahora parecía saber qué era lo que tenía que hacer: no abandonarlo.

    Asentí, celebrando por dentro su decisión.

    —Sé que ningún camino es fácil, porque cada persona es como un pequeño universo, con todo lo que eso trae —concedí, apropiándome en el medio de una metáfora que le escuché decir a Hubby—. Pero tengo fe en que encontrarás el camino que lleva hasta a Altan y sabrás atravesarlo.

    Alcé mi mano libre y posé el índice en mi pecho, en la zona del corazón.

    —Mantente fuerte aquí. Confía en tu corazón lleno de amor y avanza de a poquito —dije—. Y jamás olvides que estamos para ti, que siempre te acompañará nuestro abrazo, en la distancia y aquí mismo.

    Mientras decía esto, liberé mi mano con suavidad para luego abrazar a Jez por sobre sus hombros, mientras estiraba el otro brazo para acariciar a Copito. Él volvió a abrir sus alas porque sus instintos así se lo dictaron, pero fue como si el gorrión también abrazara su mano. El abrazo duró unos cuántos segundos, le transmití cariño... y también busqué infundirle energías.

    Darle mi fuerza.

    Al separarme y recuperar nuestros espacios, la miré a los ojos un instante. Y, con una sonrisa cálida en los labios, hablé:

    —Alcánzalo, Jez.

    Acto seguido, Copito estiró el cuello con curiosidad desde la mano de Jez, con sus ojos rojitos puestos en un sitio frente a nosotras. Al seguir la dirección donde su pequeño piquito señalaba, detecté al instante a dos chicas que estaban llegando a donde nos encontrábamos. Tenían el cabello negro precioso y, en particular, me paré en los ojos violetas de una de ellas, que nos miraba con timidez. Esbocé una sonrisa curiosa en su dirección mientras la escuchaba, y no pude evitar pensar en lo tierna que se veía así de nerviosita. Y no sólo parecía conocer a Jez, sino que… además, la llamó senpai. Mi sonrisa se ensanchó por la revelación, pero contuve cualquier comentario y, sin más, ambas muchachitas se retiraron a otro sitio del invernadero. Las saludé con la mano.

    La chica que nos habló dijo que quedaba poco tiempo de receso, cosa que confirmé al revisar mi móvil. Sin embargo, no me guardé el aparato en el bolsillo, en su lugar me giré hacia a Jez. Miré sus trenzas y entonces le hice la sugerencia:

    —¿Quieres sacarte una foto antes de comer? Con Copito, las flores y tus trencitas. Va a quedar hermosísima, ya lo verás.
     
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    Siempre lo había pensado Enzo era lo más importante que tenía en la vida, pues gracias a él soy lo que soy, ahora no puedo decir que estoy orgullosa de todo lo que vivo, pero estoy completamente segura que sin mi hermano no podría haber soportado lo que me toco vivir desde que supe quien y como era mi familia.

    Solo asinti cuando dijo cómo tenía a mi hermano, el cambio era más llevadero y sí que lo era, no podía mentir sobre eso. Entonces escuché con cierta atención lo que me dijo después, no era persona que se sintiera sola, así de pronto ni con facilidad, pero suponía que su compañía no me haría mal, ¿no? Simplemente, podía pensarlo, no estaba segura de que sí la buscaria con certeza cierta.

    No pasó mucho hasta que llegamos a la planta baja, miré todo el recorrido para que cuando viniera no perderme, aunque no lo creía posible, tenía ojos fotográficos, por así decirlo, caminamos por el exterior de la escuela para así alcanzar el invernadero al entrar sonreí realmente fue una sonrisa sincera el lugar realmente era hermoso sencillamente me encantaba claro lo que tal vez no esperaba era que ya hubiera personas al ver el panorama, pues me quede quieta en mi lugar no incómoda, sino a la expectativa Emily saludo a una de ellas por mi parte yo las repase levemente.

    Como tal, después de que Emily pronunciara esas palabras, pues volvió a girarse a mi dirección, indicándome que siguiéramos después de todo el lugar, era grande. Esperé a que la chica siguiera para ver por última vez a las otras dos, no sonreí, pero sí hice una inclinación en modo de saludo. No volví a verlas así que no note que más hicieron, solo seguí a donde Emily me llevaba.

    Al detenerme mire mi alrededor, una pequeña sonrisa apareció en mis labios mientras me acercaba para verlas más de cerca.

    —Qué hermosas —susurré la mano, me picaba por tocarlas, pero me detuve—. Tan pequeñas y tan frágiles —entonces recordé cómo les habla mamá—. Pero descuiden en lo que se me permita ayudaré a cuidarlas —mi voz se tornó diferente y era sorprendente con las personas con las que, particularmente, hablaba, no me comportaba así.

    «Son muy hermosas, ¿no? ¿Tienes alguna planta favorita? —puede que por un momento me olvidara de Emily realmente, porque siempre me pasaba cuando estaba en este lugar, me olvidaba de todo y todos—. Por cierto gracias por traerme.

    Heyo al igual que Amane mil disculpas por la interrupción pero está niña quería conocer el invernadero si o si no podía detenerla?)

    Y tranqui Gabi, no pasa nada uwu era lo mejor ya que faltaba poco para que el receso acabará.

    Pd: por hay quice ir como cerrando <3.
    Desde ya adelanto fue un gustazo rolear con Emi.
     
    Última edición: 22 Enero 2024
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    Amane

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    La reacción de Stella ante la visión de las flores fue... bastante entrañable, a decir verdad. Se acercó a las mismas parar mirarlas con más atención, les prometió cuidarlas en voz baja y, ya un buen rato después, pareció darse cuenta de que yo seguía estando a su lado. No me molestó para nada que acabara ensimismándose hasta aquel punto, si yo era la primera que entendía el poder que el invernadero podía tener en las personas, y, para demostrárselo, le dediqué una sonrisa amable cuando asentí ante la primera pregunta que me hizo.

    Después me cuestionó si tenía alguna planta favorita, lo que provocó que la sonrisa se me ensanchara un poco más de manera bastante inconsciente. Hacía un tiempo había recibido la misma pregunta de parte de Mamiya-senpai, y en su momento le respondí que los jacintos, pero ahora lo tenía mucho más claro.

    —Las glicinas —murmuré, deslizando la vista por algunas de las especies que nos rodeaban antes de volver a centrarme en ella, sin perder la sonrisa en ningún momento—. No es nada, Lombardi-san, me alegra que te haya gustado.

    el placer fue mío, quemcita <3
     
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    Zireael

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    Hubo un quiebre más nítido en la Vero que conocía, una grieta directa que apuntó no a destruir el envase, si no a recordarle a cualquier de su resistencia. Lo había notado ya en el campamento, cuando me alcanzó, y lo noté ahora que decidí por voluntad contarle qué era lo que llevaba días preocupándome. El optimismo de Vero había mutado, se convirtió en una sacudida de realidad que no fue brusca, pero sí necesaria y volví a pensar en el poder que poseía esta chica. Tenía en sus manos las llaves para sacarnos a todos de nuestras jaulas y si no las tenía, era capaz de romper los barrotes con las manos desnudas.

    La cantidad de información que la chica tenía era casi cercana al cero, era solo lo que yo le decía, con el extra de "Cayden me dijo qué lo tiene angustiado" y parábamos de contar. Con todo, al señalar que el origen de su angustia podía ser el motivo de la cuestión, de toda la cuestión quería decir, fui capaz de pescar la idea lejana que no habría alcanzado por mí misma.

    Fue como ir volando y chocar contra un cristal, la sacudida podría haberme partido el cuello, pero lo que hizo fue acomodarme las ideas, reajustarme los huesos y despertarme. No significaría que me iría corriendo a buscarlo como una loca, pero ahora que podía entenderlo mejor supuse que podía intentar algunas cosas. Altan era más abierto con su padre, puede que fuese la única persona en la que confiara ciegamente, así que en el peor de los casos podía aparecer en su casa y hablar con él. Erik Sonnen había sido siempre accesible en comparación a su hijo, pero eso lo volvía un gran salvavidas en casos de emergencia.

    Solo esperaba no alarmarlo demasiado.

    Escuché la nueva respuesta de la chica, asentí suavemente con la cabeza con lo de que cada quien era un pequeño universo y que tenía fe en que encontraría el camino. La vi apuntar a su corazón, me dijo que me mantuviera fuerte allí, que confiara en mi corazón lleno de amor y la sonrisa que me alcanzó el rostro cargó cierto tinte maternal, eternamente paciente. Puede que Vero solo lo intuyera, pero tal vez fuese justamente ese amor lo único en lo que confiaba plenamente sobre mí.

    Recibí su abrazo, cerré los ojos unos segundos y volví a relajar el cuerpo, absorbí la calidez del gesto. Ella me regresó el espacio algunos segundos más tarde y lo que dijo me hizo asentir con la cabeza, firme. Sabía que no había más que eso, que alcanzarlo, aunque fuese a la fuerza.

    La curiosidad de Copito me distrajo de nuestros asuntos, así que giré alcé la vista solo para dar con dos matas de cabello negro. Una de las chicas no me sonaba de nada, pero a Hodges la reconocí en el acto y le dediqué una sonrisa amplia con la pretendí quitarle peso a la interrupción, que ni siquiera era una en realidad. El espacio era lo bastante grande para albergar varias personas.

    —No pasa nada, Hodges-san —le dije con calma—. Disfruten en el receso.

    Vero me hizo la sugerencia de la foto después de que las chicas siguieron su camino, asentí con la cabeza y alcé a Copito con mucho cuidado, otra vez uniendo ambas manos debajo de su cuerpo. Claro que quería la foto, sería un bonito recuerdo.

    —Pero solo si sales tú también, Vero —le dije junto a una sonrisa—. Podemos apoyar el móvil en algún lado.


    primero, para gabs y quem, no pasa nada uwu

    y segundo, por aquí iría cerrando con Jez <3 Muchas gracias, Bru, por haber sugerido esto tan bonito que salió y por siempre llenarme la vida de las vibras tan bellas de Vero *inhales* a
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Kohaku 5.png

    Me había dado algo de pena no invitar a Haru a lo que claramente iba a ser un almuerzo, pero había visto a Emily cuando las chicas se plantaron en la puerta y, quizá por una vez en la vida, tuve la consideración suficiente para tomar decisiones pensando en los demás. No me daba la cara para forzarlos a respirar el mismo aire, no luego de lo que Emily me había confesado; a Haru seguramente le diera igual, puede que incluso le aliviara no tener que participar de una reunión grande. Con el correr de las horas había seguido pensando y dándole vueltas a lo ocurrido, y llegué a preguntarme cuánto de lo que solía hacer podía haber herido a Emily de una u otra forma.

    Era lo mismo de siempre, ¿no?

    Frente a la 3-2 nos encontramos, además de Kakeru, con una de mis compañeras de clase. Me resultó un poco chocante que utilizara el apodo de Anna de buenas a primeras, pero limité mis reacciones y me presenté formalmente con la intención, quizá, de que al saber mi nombre abandonara la otra idea. En cualquier caso, comenzamos a bajar y conversé brevemente con Kakeru hasta que la charla de las chicas captó nuestra atención. El muchacho intervino, despertando la curiosidad de Anna, y noté de soslayo que Emily se acomodaba a mi ritmo. Había pensado en preguntarle cómo se encontraba si la notaba nerviosa o distante, pero mis preocupaciones parecieron infundadas.

    —¿Hmm? —Sonreí, inocente, y hasta ladeé ligeramente la cabeza, fingiendo demencia como los mejores—. No sé de qué me hablas, Emi-chan.

    —Vamos a comprar las bebidas —anunció Kakeru un poco de repente y atajó mi brazo para arrastrarme con él, pero al mirar a las chicas agregó, liviano—: No nos extrañen demasiado~

    Me dejé hacer. Las chicas se detuvieron frente a la puerta que deberíamos tomar para ir al invernadero y saqué mi monedero, deteniéndome junto a Kakeru frente a la máquina. El muchacho comenzó a introducir las monedas y presionar los botones, y a medio camino soltó un suspiro bastante pesado. Lo observé en silencio un par de segundos. ¿Cuánta tensión estaría acumulando?

    —¿Estás bien? —le pregunté en un murmullo.

    Me miró de soslayo y las bebidas comenzaron a caer. Se agachó y yo lo imité para ayudarlo a cargarlas.

    —Un poco nervioso nada más —admitió—. No sabía que Anna volvía hoy, mucho menos que almorzaríamos juntos.

    Parpadeé, algo confundido, y él se irguió. Lo miré desde abajo.

    —¿Cómo que volvía hoy?

    Kakeru frunció levemente el ceño y estiró la mano hacia mí. La acepté, poniéndome en pie, y soltó una risa nasal.

    —Ishi, ¿no me digas que no te enteraste? Faltó toda la semana.

    Anna 8.png

    Vaya, vaya, vaya, si no tendríamos entre nosotras a una senpai super fuertota y disciplinada. La sorpresa, primero, y el entusiasmo, después, de mi semblante fue evidente. ¿Judo? ¿Karate? ¿Taekwondo? ¿No hacía falta como media vida para aprender tantas disciplinas? ¿Y siendo ella tan jovencita? ¿Con qué la alimentaron de pequeña? ¿Sería alguna clase de super humano? ¿Estaba pensando demasiadas tonterías?

    —Suena genial —murmuré, genuinamente anonadada; tanto, que siquiera le llevé el apunte a los chicos apartándose—. ¿Desde cuándo practicas? Debes llevar toda la vida en esto, ¿no? Espera, ¿eres japonesa, entonces? Creía que no... ¡Ah! Yo practico kickboxing.

    Al lado de su experiencia sonaba hasta ridículo, pero el pinchazo que sentí en el pecho no fue debido a eso; fue la seriedad impenetrable del médico y su sentencia lapidaria al otro lado del escritorio de su oficina. Podría haberle platicado durante horas a Verónica de lo que disfrutaba hacer: entrenar, pelear, bailar, volar desde un trapecio; pero, ahora mismo, pensar en todo eso sólo me atenazaba el cuerpo. Cerré la frase con una sonrisa casual, entonces, y volteé el rostro hacia los chicos.

    —Espera, ni nos preguntaron qué queríamos tomar —advertí, riéndome.

    Poco después regresaron. La sonrisa de Kakeru era serena y, primero, le extendió un zumo de uva a Verónica; me llamaran loca, pero hubo algo en el nimio intercambio que me dio una pista de cuánto podrían llegar a conocerse. Le extendió el jugo con la misma certeza y naturalidad que a mí me dio la latita de Coca Cola. Kohaku, entre tanto, le dio a Emily un zumito de naranja.

    —Las quejas a él —se atajó junto a una risa suave, señalando a Kakeru.

    Con el trámite hecho finalmente pudimos dirigirnos al invernadero. El espacio nos recibió con su calidez, frescura y quietud usual, sonreí con calma e inhalé bien hondo. Apoyé mi bento en la mesa.


    si les parece bien, por los loles podemos decidir la distribución de asientos con daditos
     
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    Amane

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    Emily 3.png

    La broma que le dediqué a Kohaku tuvo toda la intención de hacerle saber que estaba bien, incluso si no tenía manera real de saber si estaba o no preocupado de alguna manera por mí. Era la verdad, de todos modos, pues realmente me sentía tranquila y, por encima de todo, estaba muy contenta de poder estar todos juntos sin sentirme incómoda o dándole más vueltas de las necesarias a nada. Era, de hecho, lo único que necesitaba, y ya me había prometido que haría lo posible por mantener aquella amistad intacta, pasara lo que pasara.

    Kohaku se hizo el loco ante mi acusación, logrando sacarme una risilla divertida ante su puesta en escena, y antes de poder darme cuenta, Kakeru se lo arrastró de la nada para ir a comprar las bebidas. Me quedé mirándolos un par de segundos extra, en parte por la sorpresa de todo el asunto y en parte porque... bueno, pobrecito Kakeru. Estaba realmente nervioso, ¿verdad? Dirigí mi atención hacia Anna y Verónica entonces, escuchando su conversación, aunque sin intervenir en ningún momento.

    —Gracias, este sabor está perfecto —murmuré, dedicándole una sonrisa suave a Kakeru; aun así, admitiría que me reí un poco ante la repentina defensa de Ko.

    Con eso solucionado, finalmente nos adentramos en el invernadero y nos dirigimos a la mesa que había al fondo del mismo. Nos acomodamos alrededor de la misma con cuidado y, quizás, un poquito más apretujados de lo normal; no solíamos estar tantos ahí dentro, así que íbamos a tener que hacer un esfuerzo extra.

    >>¡Ah, senpai! La regla de los jueves de almuerzo es que tenemos un fondo común con todos los bentos —le expliqué, junto a una sonrisa, mientras colocaba mi propio almuerzo junto al de Anna—. Y si no traes nada... ¡pues no pasa nada! Así todos comemos bien, ¡que es importante para crecer!

    tiramos los dados y así se quedaron los asientos:
    WhatsApp Image 2024-02-07 at 08.19.15.jpeg

    si me preguntaran cuánto adoran el caos los dados, diría que mucho sin lugar a dudas (?)

    Bruno TDF JA, esta vez sí me acordé de etiquetarte >:)
     
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    Bruno TDF

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    Como Emi-chan se puso a la par de Mini Ishi para decirle algo, en tanto que Fuji no añadió algo más después de destacar la capacidad combativa que poseíamos, me permití dedicar una cuota de atención extra sobre Annita. Me emocionaba estar viéndonos las caras por fin; era algo que de ninguna manera formaba parte de mis planes de la semana y, justo por eso, disfrutaba mucho más de este momento. Hablar por primera vez con Emi-chan y Mini Ishi también me llenaba de gozo, pero tal vez veía a Annita de una forma un poquito especial por su relación con el kickboxing… y porque tenía potencial como futuro miembro del Club de Judo, por supuesto. ¡Pero…! Todo a su tiempo, ejem, que no planeaba bombardearla (tanto). Me limité a contarle un poquito sobre las disciplinas que yo practicaba, disfrutando en el proceso de sus reacciones y de sus ojos rosados, tan hermosos y brillantes.

    —Empecé desde pequeñita, como a los seis o siete años —respondí su primera pregunta; tampoco reparé en el repentino alejamiento de los muchachos, pues contuve una risita cuando Annita preguntó si era japonesa—. Nop, no lo soy. Nací y crecí en Norteamérica, de donde vengo, pero mis
    sensei sí que son japoneses. ¡Es más...! El sensei de mi sensei de karate fue Mas Oyama, el mismísimo fundador del estilo Kyokushinkai.

    Y hubiera seguido así, con el torbellino de palabras a toda potencia. Pero me contuve porque Annita acababa de confirmarme que practicaba kickboxing y la miré con mucha expectativa, lista para escuchar sobre su recorrido en ese campo. Pero… Cerró su respuesta con una sonrisita, la cual me pareció tan tierna que logró anular el leve desconcierto que sentí. Se la devolví, justo en el momento que los muchachos regresaban con las bebidas.

    El juguito de uva que apareció frente a mi rostro hizo que el azul de mis propios ojitos brillara. Lo recibí en mis manos y miré directo al bronce de Fuji, dedicándole una sonrisa amplia y agradecida. Era muy dulce que recordara mi sabor favorito. A las chicas les dieron una lata de Coca-Cola y un zumo de naranja; como siempre, fueron los datos que guardé en mi memoria, con la idea de invitarlas a futuro.

    Hecho todo esto, nos fuimos para el invernadero y pronto alcanzamos la mesa que se hallaba al fondo. En el camino hacia la misma, mis ojos se posaron sobre las calas blancas de ayer. Rememoré, con la sonrisa enternecida, el receso tan hermoso que pasé con Jez. También aquello sobre lo que hablamos mientras terminaba de armar sus trencitas: lo de Altan con el corazón roto, y su firme decisión de no abandonarlo.

    “Vas a hacerlo bien, preciosa” pensé para mis adentros “Porque eres más fuerte de lo que imaginas.”

    Al tomar lugar en la mesa, quedé al lado de Fuji. Quizá sin darme cuenta o tal vez de forma intencional, ¡quién sabe…! A mi otro lado se sentó Emi-chan y pronto advertí que íbamos a tener que ponernos más juntitos de la cuenta. Como no estaba segura de qué tan cómoda se sentiría la chica con mi cercanía física, ya que antes le había notado su timidez y cierta inseguridad… me acomodé un poquito más cerca de Fuji, ya que con él había confianza. No me pegué tanto, pero nuestras piernas igual quedaron en contacto bajo la mesa, ante lo que no sentí incomodidad.

    Escuché de parte de Emi-chan la regla de los Jueves de almuercito. Miré los bentos sobre la mesa, notando que su almuerzo era más... Wow, colosal.

    —Qué bueno que me dices lo del fondo común, porque justo hoy no pude traer nada. A la próxima aportaré con muchas cosas ricas, prometido —dije, con una risita—. Por cierto, ¿les molesta si llamo a un amiguito mío? Fuji también lo conoce.

    Le di unos toquecitos con el codo al mencionado y le dediqué un guiño cómplice.
     
    Última edición: 7 Febrero 2024
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  19.  
    Gigi Blanche

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    Vero me contó que era norteamericana y que... el... ¿sensei de su sensei era... el fundador de un estilo? Mis ojos volvieron a abrirse de la sorpresa. No sabía nada de artes marciales, pero nada de nada, y por ende no comprendía mucho respecto a las escuelas, las disciplinas y toda la historia. Eso no quitaba lo evidente, claro.

    —Serías como la nieta del señor —concluí de repente, junto a una risa, y coloqué los brazos en taza para imitar a Mushu, de Mulán—. ¡Vero-chan, tienes que enorgullecer a tus ancestros o caerá deshonor sobre tu familia!

    Y su vaca, obviamente, pero detalles. Cuando los chicos regresaron por fin alcanzamos el invernadero. Era la primera vez que éramos tanto aquí, ¿verdad? No había reparado hasta ahora en el tamaño de la mesa. Mientras dejaba y abría mi bento, los demás fueron sentándose y yo acabé entre Kakeru y mini Ishi sin realmente pretenderlo. Miré a Emi como si nos separara un océano de distancia y no quise ser muy evidente, pero sí que esperé recibir sus ojos para transmitirle el pequeño, pequeñísimo pánico que me había invadido.

    Mientras Emi explicaba la dinámica de los almuerzos no pude ignorar que... Los miré de soslayo y me hice la loca al instante, pero la imagen me quedó grabada. Vero se había sentado bastante cerca de Kakeru y yo me había arrimado en dirección a Kohaku sin ser del todo consciente y... y tenía que dejar de pensar, ¿verdad?

    La mención del "amiguito" me hizo mirar a la albina. Kakeru sonrió con absoluta complicidad y giró el rostro en su dirección cuando la chica le guiñó el ojo. Me comí la escenita, ni modo, y me removí ligeramente en mi asiento.

    —No lo adivinarán en la vida —dijo Kakeru, divertido.

    —No me digas que ahora entrará un gorrión volando —acotó Kohaku, con la tranquilidad de siempre.

    No planeaba tomarlo en serio, pero Kakeru pestañeó y soltó una risa suave, volviendo a girar el rostro hacia Vero. Yo miré a Emily, a ver si ella entendía lo que estaba pasando.

    —¿Olvidé mencionar que tengo un amigo con un poderosísimo sexto sentido? —le dijo a la chica en voz baja.
     
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  20.  
    Amane

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    El reparto de asientos acabó siendo bastante... curioso, por decir algo, y ni siquiera supe definir si algo de ello fue casualidad o completamente intencional; Kakeru acabó entre Anna y Verónica, mientras que yo terminé quedándome al lado de Kohaku. Es más, entre una cosa y otra, acabé bastante pegada al cuerpo del chico, y el asunto me dio tanta vergüenza que me pregunté si sería capaz de notar el calor que sentía a través la ropa. Intenté disimularlo lo mejor que pude, claro, y por suerte para mí, la mirada que recibí de Anna en ese momento me sirvió para distraerme.

    Le sonreí a la muchacha con algo de lástima, en un principio buscando seguirle la broma que obviamente quería hacer, pero poco después con intención de realmente tranquilizarla. Claro que noté la diferencia en sus emociones, éramos amigas por algo, y esperé que ella también pudiera entender que estaba ahí para lo que necesitaba. Creía que buscar moverme a su lado en ese momento iba a llamar demasiado la atención y sería contraproducente, pero si en algún momento sentía que era necesario, le daría la vuelta a quién fuera con tal de hacerle sentir mejor.

    Entonces, y un poco de repente, Verónica preguntó si no nos importaría que llamase a un amigo suyo. La miré con la cabeza ligeramente ladeada, pestañeando un par de veces con clara confusión, y me encogí de hombros cuando volví a compartir la mirada con Anna. No fue hasta que Kohaku soltó la idea del gorrión y Kakeru se mostró sorprendido por ello que abrí un poco los ojos, empezando a unir los puntos. ¿No me había parecido ver que Vólkov-senpai tenía un pájaro en su mano cuando nos las encontramos el día anterior?

    —Eh, no vale —le dije a Kohaku, con un tono de queja ligeramente infantil—. Estáis en la misma clase, podrías haberlo visto por la ventana o algo...
     
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