Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

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    Unió algunas neuronas más que yo al recordar la miel de maple, yo solo había pensado en un árbol cualquiera y ya, así que cuando lo mencionó me hizo la debida cuota de gracia. No me había detenido mucho a pensar si extrañaba la miel de maple o no, quizás porque otras cosas se me habían colado en el camino, pero ahora que lo decía sí. Las mieles en el extranjero, según había aprendido por experiencia, sabían a de todo menos a maple. Eran combinaciones raras de jarabe de maíz y azúcar, con dos gotas de maple seguro.

    Kinda. Con lo buena que sabe con pancakes recién hechitos —añadí y negué con la cabeza de lo más decepcionado—. Que el caviar y no sé qué. Maple syrup is the real luxury!

    Ya estaba visto que me subía a las estupideces con rapidez, demasiada quizás, así que todo lo recibí con la calma usual, incluida su cabeza en el hombro. Cuando me regresó el espacio también asintió a lo de la flor, aunque ni siquiera sabía si le habría prestado suficiente atención al espacio aunque no importaba mucho e incluso en caso de hacerlo, yo también noté la presencia de Alisha así que cuando le puso prisa al asunto ni siquiera lo cuestioné.

    A pesar de todo, por fuerza del hábito quizás, Sasha le sonrió a los muchachos y me pareció percibir que ambos le regresaban el gesto como pudieron. Un poco por reboté reparé en el pelirrojo del café derramado, le sonreí por reflejó también y seguí con la vida sin más, ya que Alisha también había pasado de la existencia de Sasha y por rebote pude hacer lo mismo.

    No me di cuenta de la fuerza del agarre de Sasha, quizás porque a la pobre criatura medio le había atenazado la mano también, hasta que se soltó y me sonrió como disculpa. No hice más que regresarle el gesto, como diciéndole que no pasaba nada, y volvimos a la normalidad cuando estuvimos frente a la expendedora. Invitaba ella, pero si no sería yo el imbécil más afortunado sobre la tierra.

    —Vaya, ¿la chica bonita me invita? Debería darme vergüenza —dije solo por la tontería y luego de debatirme un rato elegí un zumito de frutas—. This one!

    Me quedé quieto esperando porque ella también eligiera algo y cuando lo hizo enderecé nuestros pasos hacia el destino que habíamos acordado. No había ido nunca, pero tampoco era que pudiese perderme, ¿cierto?

    El sendero de piedra guiaba al invernadero y adentro se respiraba distinto. En este fragmento de la escuela olía diferente, incluso la luz parecía distinta y apenas entrar no supe si un cable se conectó o se desconectó, alcé la vista, reparé en cómo se colaba la luz y en las plantas, cuidadas con algo que solo sabría definir como cariño y dedicación. Lucían sanas, fuertes, y el espacio olía a tierra.

    —Es muy bonito —murmuré al aire, un poco absorto en lo que me rodeaba y cuando regresé la atención a Sasha la sonrisa que le dediqué alcanzó a entrecerrarme los ojos—. Gracias, cariño.

    A veces le agradecía cosas de lo más ambiguas, ¿no?

    —¿Ahora es cuando sacas Google Lens? —pregunté solo por molestarla, obviamente.
     
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    Gigi Blanche

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    La imagen mental de los pancakes recién hechos con el jarabe de maple me dibujó una sonrisa en el rostro, con la cabeza aún apoyada en su hombro. El sabor de la comida imaginaria me distrajo lo suficiente para prolongar el contacto un par de segundos y solté una risa breve, separándome, a lo que dijo del caviar.

    —Acabas de tener el momento más pueblerino del siglo, cielo —lo molesté, enternecida.

    El paso por el pasillo transcurrió sin altercados, cosa que agradecí, y ya frente a la expendedora se me ocurrió invitarle el zumito a Maze. No obedecía a nada particular, si acaso últimamente tenía algo más de dinero. Siempre había hecho estas cosas, pero ahora podía permitírmelas sin preocupaciones.

    —La chica bonita te invita —respondí, junto a una risa divertida, y me coloqué a su espalda para rodearle la cintura en un abrazo flojo—. It's the pretty privilege, right? Enjoy it.

    Le había hablado con la barbilla apoyada en su hombro y le estampé otro beso en la mejilla antes de regresarle su espacio. Él eligió un zumo de frutas, yo hice lo mismo y recogí ambas bebidas. Le alcancé la suya junto a una sonrisa y empezamos a caminar hacia el invernadero, donde llegamos poco después. Apenas cruzar la puerta aminoré ligeramente el ritmo, permitiéndole a Maze ingresar primero. Lo seguí con la mirada, las expresiones de soslayo que logré captar, y una sonrisa inevitable se me plantó en los labios. Esta clase de momentos me generaba sentimientos encontrados. Por un lado me alegraba ser capaz de llevarlo a lugares que le hicieran bien.

    Y por el otro sentía que no podía ser feliz atrapado en Tokyo.

    Su murmullo me alcanzó desde un costado, cuando me detenía a su lado, y el agradecimiento le entrecerró los ojos. Me resultó estúpidamente honesto, incluso inocente, y volví a sonreírle con ternura. Me acerqué, le acuné la mejilla con una mano y dejé un beso ligero en sus labios. No dije nada, sólo lo miré a los ojos y luego me alejé. Balanceé la bolsa del bento y consumí la distancia hasta la mesa, donde apoyé tanto la comida como la bebida.

    —El tour viene después, que tengo hambre —repliqué, junto a una risa, y volteé de repente para verlo con las cejas bien alzadas y una sonrisa enorme—. ¡Adivina qué traje hoy!

    Acababa de darme cuenta y la tontería me hizo una ilusión casi estúpida.
     
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    Zireael

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    No fui consciente de que había sonado como el peasant más grande del siglo hasta que ella lo mencionó y la tontería, en vez de avergonzarme o algo, consiguió arrancarme una risa. Me echaba la vida fingiendo que era capaz de funcionar en estas paredes, estas calles y los cientos de edificios altísimos, pero al final uno podía sacar al chico del pueblo, pero no al pueblo del chico, ¿cierto?

    A pesar de todo no contesté nada más, la risa había valido, y el resto de nuestro recorrido sucedió con calma en la medida de lo posible. La molesté con lo de la chica bonita invitando, a lo que ella se colocó a mi espalda y me rodeó la cintura; la estupidez me estiró una sonrisa satisfecha en el rostro, porque la verdad no había vergüenza que valiera.

    Oh, darling, I enjoy it. That's for sure —contesté en un punto muerto entre sus palabras y el beso en la mejilla.

    Acepté la bebida cuando me la alcanzó, seguimos nuestro camino y llegamos al invernadero donde tuve mi otro momento peasant del día. No solía pensar demasiado en estas cosas, ni siquiera cuando la sensación de soledad me pateaba en el estómago como había pasado ayer, en mi cabeza no tenía muchas otras salidas que seguir metido en Tokyo. Jamás se me ocurrió que Sasha estaba allí con sentimientos encontrados por algo que yo, en mi terrario, ni siquiera había procesado.

    Cuando le agradecí no anticipé el beso, pero al notar sus intenciones me dejé hacer con una facilidad ridícula y aunque fue ligero absorbí su calidez. Vete a saber qué había hecho yo, además de pretender ligármela, para merecer el trato que esta chica me daba. Puede que fuese su superpoder, que con cosas de lo más pequeñas hiciera que las personas se sintieran queridas.

    No todos podían hacer algo como eso.

    Seguí sus pasos hasta la mesa, reí cuando dijo que el tour quedaba para luego porque tenía hambre y asentí con la cabeza como diciéndole que yo también. Ya cerca de la mesa dejé el bento, el jugo y recibí la amplitud de su sonrisa cuando me dijo que adivinara qué había traído hoy. Me dio ternura, la verdad fuese dicha, así que me acerqué a ella y le acuné el rostro con las manos.

    —Pero tienes que darme pistas, cielo. ¿Algo frito? ¿Al horno? ¿Hay verduras? —Cada pregunta la hice acariciándole las mejillas y en una pausa alcancé a dejarle un beso suave en los labios—. ¿Arroz? Aunque el arroz puede venir en diferentes formas, diría.
     
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    Gigi Blanche

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    Maze se acercó a mí y me acunó el rostro con ambas manos luego de soltarle toda la emoción encima. El contacto me instó a moderarme, envolví sus muñecas con mis propias manos y fruncí el ceño ante su respuesta, gesto que siquiera se suavizó con el beso. Qué va, tenía toda la pinta del berrinche de una cría.

    —No me digas que lo olvidaste —le reclamé y acabé frunciendo los labios, coronando el mohín—. No puedes haberlo olvidado, ¡me iré de aquí si lo hiciste!

    En el énfasis del reproche afiancé el agarre de mis manos e incluso reboté suavemente sobre mis talones unas pocas veces. ¿Era real? Sí, aunque exagerado también. Había pensado en darle alguna pista pero al final ganó la indignación.
     
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    Noté en el acto que sus reacciones tuvieron toda la pinta del berrinche de una niña, lo que me hizo sentir incluso más ternura que antes, pero al recibir sus palabras comencé a preocuparme porque no era capaz de oxigenar mi neurona para recordar algo que, en apariencia, ella tenía tan claro. En su reproche su agarre había adquirido algo de firmeza y rebotó un poco sobre sus talones.

    No la solté, de todas formas, le pellizqué las mejillas suavemente y fruncí apenas el ceño, de lo más contrariado. Estaba con el cerebro funcionando a potencia, de verdad que sí, pero no creí dar con la información en las conversaciones que podía recuperar ahora. ¿De verdad se me estaba olvidando algo? Pues claro, ¿pero el qué?

    Había amenazado con irse, así que como no logré poner a carburar el cerebro le solté el rostro con cuidado, traté de soltarme de su agarre de la misma manera, pero fue para echarle los brazos encima y estrujarla con fuerza. Quise pensar que no se iría en serio, pero mejor prevenir que curar.

    You're not going anywhere, miss —advertí en voz baja y me desinflé los pulmones—. Lo siento, cariño, mi neurona espachurrada no puede recordarlo.
     
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    Maze parecía estar exprimiéndose el cerebro hasta la mejor de sus capacidades y yo no le quité la mirada de encima, como si mi atención pudiera ejercer la presión suficiente para iluminarlo. Me soltó el rostro pero sólo para abrazarme, y me hizo gracia pensar que fuera una reacción a mi pseudo amenaza. A ver, no planeaba irme realmente... aunque sí me decepcionaba un poquito que no lo recordara.

    Lo miré como si hubiera olvidado nuestras bodas de oro o algo, exageré la tristeza y me desinflé los pulmones en un suspiro lastimero, bajando la mirada.

    Oh, well —murmuré, resignándome.

    Me deshice de su agarre con movimientos suaves y sin decir nada, y me senté a la mesa. Atraje mi bento, lo saqué de la bolsa y finalmente lo destapé, revelando su contenido: había arroz, unos tomatitos cortados a la mitad y los bastoncitos de pescado que habíamos compartido tantas veces al principio. No dije una palabra, en cualquier caso, ni lo hice evidente de ninguna forma.

    —Ahora no te daré ni uno —dictaminé, sin despegar la vista del almuerzo.

    ¿Hasta dónde la ofensa era real y a partir de dónde era teatro? Quién sabe.
     
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  7.  
    Zireael

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    Sin pistas y sin nada genuinamente mi cerebro amenazó con hacer cortocircuito, jamás se me ocurrió que el fallo en mi búsqueda había sido pretender encontrar algo directamente en nuestras conversaciones más recientes, algo estipulado verbalmente quería decir. La verdadera respuesta estaba tan interiorizada y era tan parte del paisaje que no hubo manera de que se me ocurriera, pero era posible que si un día alguien me ponía esa comida sin anunciar, bueno, pensara en Sasha irremediablemente. En el tiempo compartido con ella.

    Total que miró como si hubiera olvidado nuestro aniversario o algo y como se estaba llevando el Oscar a mejor actriz, lo suficiente para hacerme dudar de hasta dónde llegaba la ofensa real, no me di cuenta que presioné apenas los labios, contrariado. Cuando se soltó de mi agarre la dejé ir con la misma suavidad y seguí sus movimientos, atento.

    Se sentó, yo acabé por imitarla y cuando destapó el bento revelando el contenido lo observé con algo más de intensidad de la que anticipé. No hizo falta que dijera nada, incluso antes de que soltara que no me daría ni uno ya una sonrisa avergonzada me había alcanzado el rostro y, desarmado como seguía por la mierda de ayer, que se acordara de esas cosas le puso otra curita a mi destrozo.

    That's okay —murmuré y me puse a desenvolver mi propio almuerzo—. No es que me los haya ganado, ¿cierto? Igual es egocéntrico que te cagas, pero eso quiere decir que te acuerdas de mí al comer esto. Me hace sentir especial que pienses en mí.

    La cosa fue el sincericidio más salido de la nada que pude cometer, me di cuenta después y me dio algo de vergüenza, ni idea de por qué, así que seguí a lo mío. Tampoco pretendía darle lástima para anular la ofensa ni nada, solo me salió decírselo, así que esperaba que no lo tomara como si estuviera solo comiéndole la oreja porque sí.

    Al sacar el almuerzo coloqué el bento a un costado, enfocando la atención en una taza más pequeña, y la destapé revelando cuatro pancakes solitarios, teñidos de un violeta azulado en ciertos puntos, por los arándanos. No me había dado tiempo, los ingredientes ni la energía luego de los panecillos para hacer más, pero peor era nada. Después abrí el bento, no me había podido poner muy fino, era lo que quedaba de la cena de ayer, algo de pollo rostizado que había comprado, pero con arroz fresquito y verduras.

    —Bien —comencé dejando el almuerzo allí y busqué su mirada—. ¿Qué puedo hacer para compensar mi terrible ofensa, cielo?
     
  8.  
    Gigi Blanche

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    Ingresé a la escuela murmurando una canción en voz baja, tranquilo; en cierto modo, el peso de la guitarra a mi espalda era reconfortante. Estaba atravesando el patio frontal cuando me distraje casi al mismo tiempo con dos cosas: vi tanto a Cayden, a un costado del edificio, como a Emily, bordeando el mismo para desaparecer en dirección al patio norte. No me consideraba un muchachito inteligente ni nada, al menos desde el aspecto académico, pero el instinto solía funcionarme bastante bien. Arrugué apenas el ceño, pensativo, e ingresé a los casilleros para cambiarme los zapatos y toda la historia. No estaba seguro si eran ideas mías o había comenzado a notarla extraña. Estaba el almuerzo con Kakeru y también la disminución de sus visitas al invernadero. Si el instinto no me engañaba, ahora debía dirigirse ahí. ¿Por qué de mañana?

    ¿Estaba... evitándome, acaso?

    ¿Tenía motivos, siquiera? Hice todo el trámite en automático y, en vez de subir a mi clase, decidí volver a salir y trazar su camino. Ingresé al espacio con calma, silencioso, y la vi acuclillada frente a los claveles.

    —Florecieron. —Imité su posición, a su lado, y hablé con la vista puesta en las flores—. Mi abuela siempre logra que florezcan desde el inicio de la primavera y he querido conseguir lo mismo desde entonces, aunque sigo sin tener éxito. "No podemos indicarle a las flores cómo florecer", suele decir, "pero sí expresarles nuestro deseo".

    Algún secreto tenía que haber, no podía ser tan difícil; pero la señora se negaba a confiarme sus conocimientos milenarios y mi única opción se limitaba a seguir intentándolo, año tras año, en cada primavera. Era un trabajo de constancia y paciencia. Miré a Emily, le sonreí y le toqué el centro de la frente con el dedo índice un par de veces.

    —¿Qué anda ocurriendo en esa cabecita, Emi-chan?


    Amane uwu
     
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    Amane

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    Estaban siendo días realmente extraños, para ser honesta. Haber pasado el receso anterior en la Enfermería no me vino mal, pero seguía sintiéndome bastante cansada en general; no sabía si era por el tiempo, por mis propios sentimientos o quizás por todo en general. La realidad era que Anna faltando a clases me estaba afectando bastante, porque tampoco quería estar encima de Kashya o Kakeru constantemente, y Kohaku... bueno. ¿Lo estaba evitando? Quizás un poco de manera inconsciente. Quería decir, no iba a darme la vuelta si me lo cruzaba por el pasillo, pero tampoco me atrevía a ir a sitios donde potencialmente podría encontrármelo.

    El invernadero, por supuesto, acabó siendo el lugar que más busqué evitar, especialmente durante los recesos. La cuestión era que me sentía un poco mal por ello y, si tenía que ser completamente sincera, me preocupaba bastante el estado de las plantas. ¡Confiaba plenamente en las capacidades de Kohaku para cuidarlas, eh! No tenía nada que ver con eso. Simplemente me daba la sensación de que últimamente el invernadero se había vuelto más popular entre los alumnos y me preocupaba que tanta actividad pudiese acabar afectando a las flores, nada más. Así pues, asumiendo que nadie tendría interés en entrar al invernadero por la mañana, decidí llegar un poco antes a la academia y aprovechar aquel pequeño rato para visitar la zona.

    Todo estaba en perfecto orden, tal y como cabía esperar, y acabé terminando mi paseo delante de unos claveles que habían florecido. Me acuclillé con cuidado, acercándome con una sonrisa para poder olerlos, y no pude evitar dejar salir un suspiro pesado una vez me separé de ellos. Casi sin darme cuenta de ello, las vistas hicieron que acabase perdiéndome en mis pensamientos y no me percaté de la presencia de Kohaku hasta que estuvo hablándome justo al lado; de puro milagro no me asusté, cabía aclarar.

    —Tu abuela es genial —murmuré en respuesta a su comentario, sonriendo ligeramente sin apartar la vista de las flores—. Lo siento, Ko, creo que te falta mucho para ser tan guay como tu abuela~

    Era extraño; extraño y estúpido. Una parte de mí quería estar molesta, o por lo menos no sentirse tan contenta por el simple hecho de verlo aparecer a mi lado, mientras que otra se sentía aliviada de que al menos pudiese seguir hablando con él como una amiga, a pesar de saber que después me volvería a comer la cabeza con cada pequeño detalle. Todo aquello era nuevo para mí, no sabía cómo afrontarlo y, ¿honestamente? Me asustaba un poco.

    Por supuesto, hice lo posible para que ninguna de aquellas preocupaciones se dejase ver en mi rostro, aunque fue inevitable que algo de sorpresa se me colase en el mismo al escuchar su pregunta. Suponía que mis intentos por disimular no habían sido fructíferos, por mucho que lo hubiese intentando, y al final no me quedó más que suspirar con resignación, sonriéndole con algo de vergüenza antes de volver a centrarme en las flores que teníamos delante.

    >>¿Crees que se puede querer demasiado? —pregunté en voz baja, jugueteando con el borde de mi falda entre los dedos—. Como cuando quieres que tus plantas sean bonitas a toda costa y te dedicas a regarlas constantemente, hasta que las ahogas y acabas haciéndoles daño. Aun así, no entiendo cómo algo tan bonito como querer a alguien pueda llegar a ser malo... —me quedé unos segundos en silencio, aunque no estaba segura de si realmente esperaba (o quería) recibir una respuesta por su parte, y al final volví a mirarlo de reojo, en aquella ocasión con la vergüenza mucho más obvia en mi expresión—. Perdona, estoy diciendo tonterías. No me pasa nada, solo estoy un poco cansada, creo.
     
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  10.  
    Gigi Blanche

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    Solté el aire por la nariz en una especie de risa resignada, agachando la cabeza, cuando Emily dijo que estaba a años luz de ser como mi abuela. No creía que fuera mentira, pero oírlo de alguien más siempre tenía más impacto, ¿cierto? Sabía que era una broma, en cualquier caso. Cuando volví a erguir el cuello, le piqué la frente y aguardé su respuesta. La sorpresa le cruzó el semblante, supuse que no había esperado encender la alerta de nadie, y precisamente por eso entendí que mis sospechas estaban fundamentadas. Le ocurría algo, ¿verdad?

    Suspiró y deslizó la mirada de regreso a los claveles. Yo permanecí en su rostro, su perfil, más bien, y su pregunta me pilló desprevenido. Mi semblante no cambió, aguardé por ella, a que hilara sus ideas, y al disculparse por estar divagando le sonreí. Fue un gesto suave que pretendió tranquilizarla, incluso si no tenía su atención puesta en mí. No creía que fueran tonterías. Era, de hecho, un planteo que me forzó a pensar algunos segundos una respuesta apropiada.

    —Algunos dicen que la intención es lo que importa; otros, que incluso las buenas intenciones ejecutadas con ignorancia pueden ser dañinas —murmuré, desviando la mirada a las flores—. Yo creo que ambas posturas tienen algo de razón. Errar es humano, podemos hacerlo, pero si ahogas a una flor por regarla demasiado, deberías prestar más atención con la segunda. La intención se torna dañina cuando dejas que prevalezca sobre la experiencia.

    No comprendía la raíz de su problema, tampoco me había molestado en analizarlo más allá de lo evidente, de lo que ella me permitiera comprender. Estiré el brazo, acaricié con mimo los pétalos de un clavel bicolor y exhalé con calma. Tenía los bordes blancos y el corazón rojo.

    —Claro que con las flores no podemos hablar —agregué, y la miré de reojo—. Imagino que tu problema es más... humano. Quizá no sea el más indicado para decir esto, pero las personas suelen desenredarse hablando. ¿Crees que hablar te ayude, Emi-chan?
     
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  11.  
    Amane

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    A pesar de mi comentario intentando quitarle peso al asunto, Kohaku se tomó el tiempo de pensar sobre lo que había dicho para poder darme una respuesta al respecto, lo que por supuesto hizo que todo aquello fuese todavía más difícil para mí. Lo escuché con atención, solo atreviéndome a mirarlo de reojo de vez en cuando, y cuando terminó de hablar, no pude más que asentir con la cabeza mientras dejaba salir un ligero 'mhm' de entendimiento. Estaba muy agradecida porque se hubiese tomado en serio mi desvarío, pero no quise añadir nada más para permitirme tener el tiempo necesario para analizar lo que me había dicho; creía que merecía dedicarle tiempo.

    De todos modos, tampoco tuve demasiado espacio para comentar nada, pues Kohaku me preguntó entonces si quería hablar sobre lo que me tenía preocupada y... bueno, estaría mintiendo si dijese que no entré un poco en pánico; no fue nada especialmente visible, a pesar de que por dentro estaba debatiéndome entre un millón de cosas. Kohaku no era el tipo de persona de involucrarse en algo de manera tan directa, ¿cierto? Lo que significaba que estaba haciendo un esfuerzo consciente por mí, y lo mínimo que eso merecía era que fuese sincera con él. No tenía ni idea de cómo se lo iba a tomar, pero... quizás tuviese razón y aquella fuese la mejor manera de abordarlo.

    —El viernes, cuando empezaron a llevarse gente de la audiencia para bailar, yo no fui una de las escogidas, así que proveché para entrar al pasillo, porque quería comprarme algo para beber... —empecé a contarle, sin atreverme a alzar demasiado el tono de voz ni a apartar la mirada de los claveles—. Y os vi a Sugawara-senpai y a ti. Lo siento mucho, de verdad que no pretendía irrumpir nada... —la voz se me quebró un poco al tener que nombrarlos, pero hice el esfuerzo de recuperar la compostura para poder seguir hablando después—. No sabría decirte cómo me siento exactamente porque ni siquiera yo lo entiendo todavía, pero están siendo días muy raros. Y me molesta mucho, porque no quiero perderte como amigo y tengo miedo de que lo acabe haciendo por... por sentir demasiado, quizás.

    No supe de donde había sacado el valor para soltarle todo aquello tan de golpe, sin sollozos interrumpiendo de por medio. Había aguantado bastante bien todo el torbellino de emociones y, por encima de todo, debía admitir que sentí una ligera oleada de alivio una vez le hube contado lo que había estado sintiendo esos días. Claro que, inmediatamente después, fue un nuevo torrente de pánico lo que se me vino encima, y aunque seguía sin atreverme a mirarlo directamente a los ojos, no pude evitar separar los labios para volver a hablar antes de darle tiempo a reaccionar.

    >>Sé que es egoísta, pero... ¿podrías seguir siendo mi amigo?
     
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    Gigi Blanche

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    Lo que tenía allí era, probablemente, una de las mayores contradicciones de mi vida. Aquellos nudos tan, tan enredados en nuestro pecho, que nos resignábamos de encontrarles sentido y fingíamos no sentirlos. El tiempo nos ayudaba a ignorarlos, el tiempo forjaba ilusiones casi perfectas, pero ¿no era lisa y llana necedad? ¿Debería interesarme por las respuestas? Qué lograría al desenredarlos, si me sentiría más liviano tras hacerlo, si aparecerían nuevos nudos. Mantenía las preguntas atracadas lejos, muy lejos, y de vez en cuando la marea las traía de regreso. Sin pedir permiso.

    ¿Tengo derecho a ser su amigo?

    ¿No estoy siendo egoísta?

    ¿Debería involucrarme?

    No habría querido tener razón, no esta vez, pero la broma del sexto sentido era ya una profecía autocumplida. Me había estado evitando, pues su problema era directamente conmigo. Mencionó el viernes, dijo haberme visto con Haru, y me maldije en silencio por haber anticipado la raíz de su malestar antes de tiempo. ¿No significaba eso que ya lo sabía? ¿Que lo había sabido siempre? O que lo había notado, al menos. Desde el día que nos conocimos, aquella vez en los casilleros, la visita al santuario y el beso que me había dado. ¿Había hecho algo al respecto? ¿Me había preocupado por aclarar mi relación con Emily? No.

    Nunca lo hacía.

    Su voz se quebró al mencionar a Haru, al mencionarme a mí, y sentí el peso de la realidad aplastarme el cuerpo. Desvié la vista a las flores, esforzándome por anular el ruido de mis propios pensamientos, y la dejé que hablara. No había pretendido provocar nada en Emily, no había buscado ninguna clase de sentimiento particular, pero eso no me excusaba, ¿cierto? Sentía demasiado, decía. Sentía demasiado y ese era su pecado.

    ¿El mío? No sentir lo suficiente.

    Me molestó en todo el cuerpo, era incómodo y, pese a ello, mi ceño sólo se frunció ligeramente. Estaba intentando comprender, ordenar las piezas y analizarlas. Sabía que Emily era una chica emocional, quizá lo expresara menos que Anna, pero seguían siendo similares. Sentían, sentían con fuerza y esas emociones se propagaban. ¿Qué sentía yo por ellas? ¿Por Cayden? ¿Por Haru? ¿Fiorella? Eran los nudos que no me esmeraba en despejar, las preguntas que jamás me hacía. Sabía que tenía un corazón en el pecho, que ese corazón latía y que los quería. Los quería muchísimo.

    Pero no parecía ser suficiente.

    ¿Era mi culpa?

    ¿No lo sabía expresar?

    Su voz volvió a alcanzarme, lo hizo con un apremio que me instó a mirarla. Hasta ahora no había pensado en el coraje que debía haber reunido para decirme esto. Repasé su perfil, sus facciones, y pasé saliva con disimulo. ¿Ella hablaba de egoísmo? ¿Qué se suponía que había hecho mal? Me tomé, otra vez, un par de segundos para procesar la situación. Respiré con calma, giré el rostro a los claveles y lo que brotó de mis labios fue una canción. Me costaba procesar mis propias emociones, darles forma y entidad, me costaba encontrarme reflejado en la expresión que los demás hacían de ellas. Por eso, quizás, acababa ignorándolas. A mis ojos, las personas usualmente eran exageradas, o intensas, o irracionales. No lo decía, había tanto que no decía que ni siquiera yo comprendía. La canción había surgido de un lugar recóndito. Hablaba de un viajero, de la luz y sus recuerdos, de aquello que buscaba en tierras inhóspitas y de lo más importante, lo que no debíamos olvidar: las historias.

    Pese a estar destinadas a desaparecer.

    —Hay una especie de broma con mi sexto sentido, ¿sabes? —murmuré, y aunque en mis labios bailara una sonrisa leve, hablaba en serio—. Es... difícil de explicar, como si oyera las cosas en un idioma que mi cuerpo entiende, pero mi cerebro no. Hay muchas cosas que absorbo, que almaceno y que sé... sin comprenderlas realmente. No comprendo su significado, su origen o sus posibles consecuencias. Es una forma bonita de decir que soy un imprudente de mierda, claro.

    Pretendió ser una broma quizá, se asemejó a una, y exhalé con pesadez tras ello.

    —El caso es que... hay mucho de las personas que no entiendo —proseguí, alcanzando un clavel para volver a acariciarlo—. Sea por capricho o por necesidad, levanto paredes de aire y me niego a formar parte del mundo. Hay mucho que no entiendo... pero tengo las historias. Los almuerzos, las conversaciones, el sonido de las voces y las risas. Tengo las caminatas, el aroma de las personas, sus comidas favoritas. Mis recuerdos son... de mis posesiones más preciadas, quizá porque algunos están condenados a jamás repetirse.

    Dejé ir la flor, lo hice con cuidado y anclé los codos en mis rodillas, relajando las manos en peso muerto. Dios, estaba desvariando muchísimo, ¿cierto? Sonreí avergonzado.

    —Lo siento, no se me dan muy bien esta clase de conversaciones —confesé, rascándome ligeramente el cabello—. Lo que quiero decir es que atesoro las historias. —La miré, suavizando aún más el tono—. Atesoro que seas mi amiga, Emily, y no me gustaría que dejes de serlo. Sé que es egoísta a su manera, pero quiero darte una respuesta, una honesta, y eso... es lo mejor que tengo.

    Lo siento.

    Volví a desviar la mirada, avergonzado, y fruncí el ceño. La incomodidad dentro de mi cuerpo no amainaba pero intentaba no darle demasiada importancia. Ella... se lo merecía. Había sido extremadamente buena conmigo y yo no había pensado las cosas como debía.

    —Lo siento —repetí, agachando la cabeza, y no fui capaz de llegar más lejos.


    my bbys, oh dear god *sobs ad infinitum*

    la canción que canta Ko es la que puse arriba, ofc. No puse los diálogos con la letra porque iba a ser en japonés y no le veía sentido, so lo digo acá: acá están las lyrics de la canción y lo que él canta son las primeras tres secciones.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado that's that me espresso

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    Nada más terminar de hablar, ya me había preparado mentalmente para el escenario más probable desde mi punto de vista: que Kokahu se fuera de ahí sin decir nada más. Era lo que iba a pasar, ¿cierto? No había manera de que quisiera quedarse conmigo después de lo que le había admitido, de manera más o menos directa. No creía ser capaz de aguantar mucho más las ganas de llorar, a pesar de que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no dejarme vencer delante del chico, y por eso mismo no llegué a entender del todo como las mismas acabaron desvaneciéndose cuando escuché la voz del chico empezando a cantar.

    Me costó un poco procesar lo que estaba pasando (Kohaku no se había ido, se había quedado y estaba cantándome), pero eso no evitó que levantase la mirada prácticamente al instante para poder presenciarlo. Su voz seguía teniendo la misma suavidad que al hablar, aunque el efecto que lograba al cantar era ligeramente diferente; mentiría si dijese que no me quedé prendada de su rostro mientras lo escuchaba, principal motivo por el que sentí algo de vergüenza cuando él paró para poder hablar y yo me di cuenta del ello. No le di mayor importancia a ese sentimiento, sin embargo, porque Kohaku se había quedado a mi lado, estaba hablándome, y yo quería escucharlo.

    Quería entender lo que me decía.

    No sabía si había sido gracias a la distensión que sentí una vez me di cuenta que el chico no se había ido o si quizás había sido por otra cosa, pero lo cierto era que su intento de broma logró sacarme una ligera sonrisa divertida que se sintió casi anticlimática. Me sentía aliviada, quizás, de que hubiera decido quedarse para hablar conmigo sobre el tema, y era probable que no hubiera sido hasta aquel momento que me percaté de lo mucho que necesitaba contarle aquello a alguien; nunca había estado entre mis planes que ese alguien fuera Kohaku, de todas las personas, pero estaba empezando a pensar que quizás no podía haber sido de otra manera.

    Podía parecer estúpido, pero a medida que lo iba escuchando, me fui dando cuenta de que lo único que realmente había querido era aquello: la confirmación de que nada cambiaría. No quería que nada cambiase entre nosotros, esa era la más cruda realidad. Me daban igual mis posibles sentimientos, si es que de verdad era capaz de distinguirlos claramente en algún momento, pues sabía que, incluso si existían, haría lo que estuviera en mis manos para evitar que se interpusiesen en nuestra amistad. Quería a Kohaku, lo quería de una manera que no sabía definir todavía, y verlo ahí, intentando expresarse a pesar de lo difícil que le estaba resultando solo sirvió para confirmarme algo más.

    También quería cuidarlo.

    —No te disculpes —murmuré, suavizando el tono de voz de manera algo inconsciente—. Sé que te he puesto en una situación comprometida, yo... no lo tengo nada claro, todo esto es nuevo para mí y no es justo que tengas que cargar con ello también. Pero... me has respondido a lo que quería saber, y te lo agradezco mucho. Me gustaría seguir formando parte de tus historias, Ko, por encima de cualquier cosa, y si me lo permites... creo voy a ser realmente feliz.

    Solté una risilla ligera, presa de todas las emociones que sentía a flor de piel, y me llevé las manos al rostro, notando entonces que, a pesar de todos mis intentos por evitarlo, los ojos se me habían acabado aguando un poco. Me limpié con cuidado las lágrimas que se habían formado y dejé salir el un buen montón de aire por la nariz, expulsándolo lentamente.

    >>Vaya manera de empezar el día, ¿eh? —añadí, claramente algo más liviana—. ¿Quizás un abrazo pueda mejorarlo...? —tanteé, bajando apenas el tono de voz y buscándolo de reojo con algo de timidez renovada.

    Suponía que había cosas que nunca iban a cambiar.

    si me disculpan, voy a llorar lo que queda de noche, muchas gracias
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master sixteen k. gakkouer

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    Lo primero que Emily hizo fue pedirme que no me disculpara. Su voz me reactivó el cuerpo y lentamente erguí el cuello, girando el rostro para mirarla. Para jactarme de ser tan despierto en la calle, para otras cosas era imbécil a secas. La escuela y los sentimientos ajenos entraban en esa categoría. Esta clase de momentos me incomodaban, lo llevaba escrito en la sangre desde siempre y probablemente jamás cambiara, pero entendía que fueran necesarios. Vi a Emily, la vi y sentí que era la primera vez que me detenía a hacerlo, que salía de mi burbuja e intentaba habitar su espacio. Comprender sus emociones.

    ¿Ser mi amigo tenía el poder de hacerla feliz? No creía que me mintiera, no era eso, yo sólo... no veía en mí un poder semejante. Aún me sentía en falta y la sensación seguramente creciera conforme los días pasaran, conforme retrocediera en el tiempo y encontrara los deslices, los fallos, las señales; pero nada de eso importaba ahora. Sería egoísta de mi parte darle entidad. Sus ojos se cristalizaron, lo noté antes que ella y esbocé una sonrisa suave. A riesgo de equivocarme, alcé la mano y acuné su mejilla con delicadeza, utilizando el pulgar para barrer las lágrimas de su piel.

    —¿Estuviste tantos días con esto en la cabeza? Lo siento, Em —murmuré, y mi sonrisa se ensanchó apenas—. Gracias por decírmelo, por juntar el coraje para hacerlo. No debió ser fácil, ¿verdad?

    Ella intentó quitarse la pesadez de encima, mi mano no abandonó su rostro y solté una risa liviana apenas me pidió un abrazo. Hinqué una rodilla en el suelo, mis dedos viajaron a su hombro y la atraje hacia mí, rodeando su espalda con el brazo libre. Apoyé la mano en su cabeza, primero, y luego la deslicé por su cabello, comenzando a conferirle caricias suaves.

    —No hacía falta que lo dijeras —susurré cerca de su coronilla, y respiré hondo, tranquilo, para seguir hablando con algo más de ligereza—. ¿Volverás al invernadero en los recesos? Las flores te echaron de menos.
     
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    Amane

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    Sabía que aquella conversación, por muy aliviadora que hubiera podido resultar, no solucionaba mucho en lo que venía siendo el gran esquema de la situación, pero en aquellos momentos no podía importarme menos. En el cúmulo de cosas que seguía sintiendo, la alegría de haber podido aclarar, aunque fuera un poquito, lo que había pasado con él se abrió paso hasta el punto de prácticamente permear el resto; al menos lo hizo durante un momento, claro.

    El tacto de su mano sobre mi mejilla me resultó repentino, tanto que apenas tuve tiempo de reaccionar ante el mismo, y la vergüenza fue apoderándose poco a poco de mi cuerpo, a medida que iba procesando el significado de aquel movimiento. Sentí que las mejillas se me sonrojaban un poco, de manera casi inevitable, pero también sabía que sería una mentira muy grande decir que el gesto no me reconfortó, que su tacto no se sintió demasiado bien contra mi piel o que me habría apartado de haber tenido mejor tiempo de reacción.

    Asentí un par de veces con la cabeza, mordisqueándome apenas el labio inferior, y en aquel punto no pude evitar pensar que quizás había sido estúpido haberle dado vueltas al asunto durante tanto tiempo. Pero entonces Kohaku me agradeció por habérselo dicho, por haber reunido el valor de hacer algo tan difícil, y una vez más sentí como toda la tensión que había acumulado hasta entonces se me aglomeraba en los ojos.

    Pensé que podía haber mantenido el tipo si hubiera tenido espacio para recuperar la compostura, pero el muchacho decidió aceptar mi petición del abrazo y ni siquiera lo pude pensar con claridad; noté sus caricias sobre mi cabello, su calidez envolviéndome, su aroma tan familiar alcanzándome y sollocé. Estiré los brazos hasta poder rodearlo con los mismos y dejé salir parte de toda aquella angustia junto a las lágrimas, incapaz de controlarme a aquellas alturas.

    Pero estaba bien, me lo podía permitir, porque Kohaku quería seguir estando a mi lado después de todo.

    —Te lo prometo —murmuré contra su cuello.

    Las flores me echaron de menos, decía.

    >>Y, hey... —añadí después de un rato, permitiendo que la voz se me estabilizara y hasta que una pequeña sonrisa se me formara en los labios—. A lo mejor entre los dos podemos descubrir el secreto de tu abuela, ¿no crees?

    Pero no tanto como yo a ellas.
    ya me confirmaste que esto no era lo que tenías planeado, pero ya vimos que no se nos puede dejar solas (?) en fin, fue corto pero muy intenso y aaaa? muchas gracias por decirme de rolearlos <3 i really enjoyed it and i love them so much it hurts ;;
     
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    Zireael

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    El club de esgrima significaba mucho para Laila, había sido así desde el primero momento y yo sabía por qué, entendía la clase de pilar que es disciplina, que le había dado confianza en sí misma, era para ella. Cuando tuvo que ausentarse por la crisis, cuando todo lo que ella había querido y lo que le importaba se desvaneció, también la entendí y por eso me alegraba tanto que hubiese vuelto con intenciones no solo de recuperar el club, sino de recuperarse a sí misma.

    Sabía que Vero tenía un gran potencial para convertirse en una buena amiga para Laila también, por los parecidos entre nosotras y también por las diferencias. No era de darme grandes aires en la vida de las personas, pero sí reconocía que lo único en lo que era especialmente buena era en cuidar de los otros cuando más parecían necesitarlo y ese rasgo, de alguna manera, lo identificaba también en Vero. Por eso confiaba en ella.

    —Yo sé que sí. Ya verás, Laila es muy dulce, no tardarás en hacerte amiga suya.

    Cuando le alcancé su jugo y me agradeció le sonreí como respuesta, pero negué con la cabeza al ofrecimiento. Acomodé entre el nudo de la tela del bento la botella de jugo sin demasiado problema, de forma que me pude desocupar la mano de nuevo y retomamos el camino. Poco antes de que saliéramos al patio noté que Vero se sacaba algo del bolsillo, cuando lo alzó a la altura de mis ojos reconocí que era una medalla. Leí las inscripciones deteniendo mis pasos y cuando terminé una sonrisa bastante amplia me alcanzó el rostro.

    Estiré la mano después de murmurar un "Permiso" bastante bajo, de forma que pude sostener el objeto y lo miré como si fuese mío, como si el logro lo hubiese conseguido yo quería decir.

    —Felicidades —dije con los ojos suspendidos en la medalla y la sonrisa en el rostro, antes de regresársela con mucho cuidado—. Es increíble que hayas conseguido el segundo lugar incluso sin tener un sensei aquí, habla de tu disciplina y tu esfuerzo. Ya verás cómo lograr mostrarle a la sensei que eres digna, no lo dudo.

    Con eso dicho volví a caminar, ahora sí alcanzando el patio, y me detuve un segundo solo recibir el solecito en la piel, no demasiado porque me quedaba frita obviamente. Varios metros más allá, con las piernas subidas a una banca en la sombra, detecté de nuevo la mata de cabello de fuego. Su carrera se había detenido allí sin objetivo aparente, pero tampoco podía solo llegar e interrogarlo.

    No detuve los pasos, de por sí ya estaba cerca del camino de piedra, y lo seguí con calma. Una duda se me ocurrió de repente respecto a la competencia de Vero, así que cuando estábamos entrando al invernadero giré el rostro hacia ella.

    —¿Quiénes pueden ir a ver la competencias? ¿O son cerradas?


    Jez feliz por la medalla de Vero me puso muy suavecita

    notas a parte, casi adjunto la cinta de Cayden en vez de la de Jez y supongo que eso solo habla de la costumbre (? este es un speedrun de post porque voy saliendo de casa, ignoremos cualquier cosa rara-
     
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    Bruno TDF

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    Detuve mis pasos a la par de los de Jez, así podía apreciar mejor medalla y leer con mayor detenimiento las pequeñas letras que la bordeaban. Un repentino brote de emoción me estaba recorriendo el cuerpo en ese momento, mezclado con expectativa. Pero no se debía solamente a mi pasión por las artes marciales y los desafíos que me invitaban a superar… Estaba emocionada por el sólo hecho de estar compartiendo esto con ella. Debido a lo mucho que la adoraba, quería hacerla parte de cada uno de mis logros de ahora en adelante, porque consideraba importante su compañía.

    La amplia sonrisa que apareció en su rostro me hizo tan, pero tan bien, que la reflejé casi sin darme cuenta. Deposité la medalla en su mano con un asentimiento. La ternura que me dio el verla así, observando al pequeño karateca sobre su palma, tuvo un poder relajante, aquietó buena parte de la emoción que estaba a punto de convertirme en un pequeño torbellino. Cerré los ojitos cuando me felicitó al devolverme la medalla y atendí al resto de sus palabras con cierta solemnidad, o esa impresión quise dar. Me ponía tan contenta su reconocimiento que la sonrisa me danzaba en los labios.

    —Sea cual sea el desafío que me esté esperando, pondré todo mi empeño —afirmé, con la medalla de regreso en mi bolsillo—. Apenas termine la prueba, te mandaré mensajitos con novedades, serás la primera en enterarte.

    Salimos al patio, el sol nos recorrió la piel y yo entrecerré los ojitos, ligeramente encandilada. A mi lado, el hermoso cabello de Jez pareció brillar, y me sonreí al pensar que yo debía verme igual.

    Lucecitas.

    Cerca del camino de piedra, vimos a Cay unos metros más allá. Incluso estando bajo una sombra, el muchachito era un resplandor muy fácil de detectar (mira quién habla, ejem). Se lo veía bastante distraído. Aún así mantuve la mirada sobre él, sin dejar de caminar junto a Jez. Mi intención era la de pescar algún alzamiento de cabeza, teniendo la esperanza de que justo mirara para acá, ¡y eso fue lo que pasó…! Cuando noté el brillo de sus ojos dorados, se me escapó una sonrisa jovial y alcé la mano en un saludo; el cual no tardó en devolverme, el muy tierno. Con esta mini-misión cumplida, en donde siempre avancé junto a Jez, avanzamos por el camino de piedra.

    Al cruzar el umbral del invernadero, Jez me hizo una pregunta que me generó una ilusión enorme que no tardó en hacerse visible.

    —¿Vendrías a verme? ¿De verdad? —quise saber, aunque me pareció obvio que la pregunta iba en esa dirección— Las competencias permiten que haya público, aunque creo que cobran por entrar a ver… Pero no hay que preocuparse, eh —añadí al instante— A los competidores nos permiten elegir dos personitas para que entren gratis y tengan una buena ubicación. Familiares y amigos, por lo general.

    Mientras avanzábamos por el interior del invernadero, la tomé de la mano. Busqué sus ojos y le dediqué una sonrisa llena de alegría.

    —Si me dices que quieres ir a apoyarme a los campeonatos, te elegiré siempre —le acaricié el dorso de la mano con un pulgar, afectiva—. No lo dudes.

    Más adelante, se divisaba una mesa junto a dos sillas, rodeadas de plantas y hermosas flores. Nice! Había sido una buena idea venir a este lugar. Era el sitio perfecto para peinarla y hacerle las trencitas.

    Vos suavecita, yo suavecito, todos suavecitos con estas dos
     
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    Zireael

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    Habían cosas que simplemente nos hacían felices al poder ser compartidas con los demás, eran los pequeños logros, las buenas noticias y todo aquello que nos entibiaba el corazón; a veces compartíamos cosas no por felicidad si no por alivio, hablábamos de aquello que no nos dejaba dormir o lo que nos había dolido profundamente. No todos encontraban alivio en esa clase de alianza, lo pensaba al ver a Altan y se me ocurrió al ver la carrera de Cayden, lo pensaba cuando mis propios fantasmas me alcanzaban en las paredes de casa y solo los observaba en silencio, sin poder reconocer mi propio rostro en los espejos.

    Existían siluetas de humo que nos aterraban lo suficiente para no pedir ayuda.

    Y chispazos de luz tan grandes que no podíamos contener.

    La alegría que representaba la medalla de Vero pertenecía, obviamente, a la segunda categoría. La representaba a ella, a su perseverancia, su fuerza y disciplina, contenía muchas cosas que definían a Vero, las volvían tangibles y las reconocía más allá de su propio cuerpo. No tenía que conocer a esta chica de toda la vida para poder sentirme orgullosa de ella, porque eso fue justo lo que sentí, orgullo puro.

    —Estaré esperando esos mensajitos entonces —atajé casi encima de sus palabras, emocionada.

    En nuestro recorrido por el patio hacia el camino de piedra los ojitos de Vero acabaron posándose en Cayden, quizás fue esa sensación de saberse observado en un espacio tan abierto lo que lo hizo buscar los ojos de los que provenía la mirada, como si le hubieran puesto una luz de tiro entre las cejas o algo. Una emoción extraña le recorrió el rostro, pareció mezcla de alivio y otra cosa que no supe definir, pero le regresó el saludo a Vero con naturalidad antes de subir las piernas a la banca y meterse en su cabeza otra vez. El pequeño intercambio, en todo caso, me dio algo de ternura.

    La ilusión que le hizo a Vero mi pregunta fue inmensa y disparó de inmediato la información que estaba buscando lo que hizo que suavizara los gestos sin darme cuenta. Era importante para ella, ¿por qué no iría a verla? Incluso el viernes había visto el baile de Anna, aunque me había ido apenas noté que empezaba a elegir personas.

    Recibí su mano sin problema mientras caminábamos y ella seguía explicándome cómo funcionaba lo de ir a ver los campeonatos, terminó diciendo que si quería ir a apoyarla me elegiría siempre y sonreí con suavidad. Acaricié su mano como ella hizo conmigo, con calma, y cuando estuvimos cerca de la mesa dejé mi almuerzo encima.

    —Claro que me gustaría ir a apoyarte, cielo, eso ni se pregunta —respondí en medio de esa acción y una pregunta me alcanzó la cabeza—. ¿Y Kakeru?


    no te puedo explicar lo que siento en el corazoncito ahora mismo, así que procedo a morirme

    nada que importe, pero escribí todo el post con este live de Aurora que es mi favorito
     
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    Bruno TDF

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    Jez recibió con emoción mi promesa de mandarle los mensajitos con novedades de la prueba. Dijo que los estaría esperando, y eso fue suficiente para que mi espíritu se embargara de motivación. Para ser honesta, no me faltaba confianza cuando se trataba de perseguir objetivos, hasta llegaba a sentir emoción cuando notaba un elevado nivel de dificultad en los desafíos que se me presentaban (algo así me ocurrió en la final del campeonato); lo mío no era arrogancia, sino un deseo ferviente de seguir mejorando como artista marcial y, sobre todo, como persona. La clave siempre estaba en la perseverancia. ¡El punto es que…! Incluso si confiaba en mi propia fuerza para darme impulso, saber que Jez me acompañaba en mi camino marcial me hacía sentir aún más potenciada. Y por eso me emocionó tanto la perspectiva de que fuese a verme en futuros campeonatos, me parecía maravilloso tenerla a mi lado en el recorrido de este sendero.

    Sentí que me devolvía la caricia en el dorso de la mano, lo que suavizó bastante mi semblante e hizo que afianzara ligeramente el agarre en respuesta. Cuando estaba con Jez, me pasaba lo mismo que ella: podía desatar por completo cada brisa de mi energía, lo que siempre se traducía en este tipo de gestos. Le otorgué su espacio para que colocara su almuerzo sobre la mesa y, mientras rebuscaba en el interior de mi bolsa de tela, escuché su pregunta.

    La miré, sonriente como siempre, y alcé las cejas con aire divertido.

    —Me leíste la mente —bromeé—. Fuji es la otra persona en la que pensé cuando supe de mi derecho a dos invitaciones. Seguro querrá venir y te acompañará en las gradas, y más si sabe que con eso me hará feliz —asentí con suavidad—. Tenerlos conmigo en los campeonatos… me volverá más inquebrantable que nunca sobre el tatami.

    Tras esta afirmación, saqué de la bolsa de tela el bento que me había preparado la madre de Fuji. Encajaba muy bien con el ambiente que nos rodeaba, porque estaba envuelto en este bonito pañuelo con estampado de flores que, según supe con un rápida “googleada” antes de clases, eran crisantemos blancos. Lo dejé junto al almuerzo de Jez, y entonces fue mi cabecita el lugar donde llegó una nueva pregunta.

    —Por cierto, ¿te gustó la judo-galletita que te dejé? —quise saber con una sonrisa, mientras dejaba sobre la mesa el segundo contenido de la bolsa: el estuche cilíndrico asegurado con su broche de plata. Seguí hablando—. Fuji me enseñó a prepararlas y hornearlas en la sala del club de cocina. ¡Y además…! ¿Sabías que sabe preparar otros postrecitos? ¿No te parece genial? —entonces me reí con suavidad, mostrándole una mirada cómplice—. Estuvimos acertadas en la prueba de valor, cuando le dijimos que era dulce y lindo.

    Mientras decía todo esto, había tomado una silla entre mis manos para apartarla de la mesa. Observé con algo de detenimiento el espacio a nuestro alrededor. Se podían ver muchas flores hermosas, de diferentes formas y colores, que parecían flotar en el mar de hojas verdes que nos rodeaban. Una exquisita mezcla de perfumes nos alcanzaba como si fuera una caricia y en el aire levitaba el relajante silencio del sitio… Aunque, eso sí, me pareció percibir el susurro de unas alas pequeñas.

    —¿Cuál de todas estas flores te gusta más, linda? —pregunté, girándome a Jez con la silla en mis manos— Tú dime, y pondré la silla cerquita para que te sientes. Así será más especial cuando te arme las trencitas.

    En tu siguiente post podés asumir que Vero pone la silla cerca de la flor que Jez le diga <3
     
    Última edición: 15 Enero 2024
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    Zireael

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    Había visto a Laila algunas veces en sus prácticas de esgrima, la vez que se anotó a un torneo por primera vez y si Al, por alguna obra divina, de anotara a hacer cosas fuera de clase seguramente habría ido a verlo también. A veces me autoinvitaba, debía admitirlo, otras eran las personas quienes me pedían que fuese con ellos y ambos escenarios me entibiaban el corazón; en el gesto de acompañar a las personas en sus logros, pequeños o grandes, había muchísimo amor condensado. Tanto que no hacía falta señalarlo.

    Las victorias se sentían muy solitarias cuando no había alguien mirándote entre el público.

    Al preguntarle por Kakeru sabía la respuesta, el chico había sabido ganarse el afecto de Vero con rapidez y por eso mismo sabía que a ella le gustaría tenerlo como apoyo, que ese segundo lugar en sus invitaciones estaba reservado aunque no lo hubiese dicho. Era una estupidez que fuese capaz de ver con tal facilidad en las emociones de otros pero no pudiese darle demasiada nitidez a los sentimientos de los otros hacia mí, lo sabía, pero así eran las cosas y no me preocupaba lo suficiente. No cuando podía ver el cariño que otros profesaban.

    —Sé que también se sentirá contento al poder acompañarte —afirmé con una seguridad absoluta, como si al pobre chico lo conociera de toda la vida—. Seremos los mejores animadores que verás nunca, seguro.

    En lo que Vero sacaba cosas de su bolsa yo empecé a observar las flores con toda la calma del mundo, con las manos entrelazadas tras la espalda, y de tanto en tanto me inclinaba sobre alguna planta para poder verlas mejor, pero sin tocarlas porque me parecían de lo más delicadas. Al estar en eso se me ocurrió pensar que Altan seguramente podría darme los nombres de al menos un cuarto de estas plantas, como de los bichos en los jardínes, y recordé al Altan de diez años. Pensé que lo echaba de menos pero ya había volado, que había tomado sus alas de cuervo y había dejado el arca decidido a no volver, no como antes al menos.

    —Me gustó mucho, gracias por compartirla conmigo, cariño —dije respecto a la galleta y aunque seguía mirando las flores sonreí al escuchar lo demás—. La intuición de las lucecitas no falla, se ve, aunque no anticipé que al llamarlo dulce saliera dulce literalmente, digo, por los postrecitos.

    El comentario rozó un poco el pensamiento en voz alta, eso sin mencionar que desconocía todo el embrollo Kakeru-Anna-Altan, pero incluso de saberlo mi opinión habría sido la misma. El chico se había acercado a mí cuando colapsé por la desaparición del niño en la prueba de valor y le había ofrecido su mano a Vero sin más, puede que me estuviera precipitando pero creí que eso hablaba de una noción silenciosa de cuidado. Cuidaba de Vero y ella cuidaba de él.

    Ella me preguntó cuál flor me gustaba más y justo antes de eso mis ojos habían ido a parar a algunas calas. Tal vez no debían gustarme, eran las flores que recordaba del funeral de mis padres junto al cielo azul hospital y la bufanda de púrpura apagado, pero las flores no tenían la culpa de nada de eso. A su manera eran bonitas, blancas como mi cabello y el de Vero.

    —Estas —dije estirando la mano por primera vez para rozar la flor con la yema de los dedos.

    Con eso dicho, Vero acomodó la silla y yo me senté de lo más obediente. Eché el cabello sobre el respaldar de la silla, para no dejárselo prensado a ella por si necesitaba moverlo, y en lo que esperaba por cualquier otra indicación saqué el móvil del bolsillo de la falda un momento para darme cuenta de tenía mensajes de un número sin agendar.

    Era Fiorella, la amiga que Adara me había presentado, y me avisó que no iba a venir hoy lo que era evidente con su ausencia al pasar lista. Decía que si podíamos vernos para pasarle mis apuntes y me pregunté por qué no me lo decía la misma Adara si lo estaba haciendo Fiorella, porque me preocupaba de todas maneras. Igual no era culpa suya, así que solo te contesté.

    Hola, claro que me acuerdo!
    Podemos vernos mañana por la mañana


    Al mensaje le añadí un emoji de carita sonriente, lo normal, y regresé el teléfono al bolsillo después de bloquearlo. Últimamente no dada una para preocupaciones, así que de alguna manera me alegraba estar aquí con Vero, me sentía mejor.

    quem respuesta de Jez a Fio!
     
    • Fangirl Fangirl x 2

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