Instalaciones de comunicación.

Morgan O'Connor

Hambre: 7/7 (2/3)
Sed: 7/7 (2/3)
Cansancio: 10/10 (1/2)

El murmullo lejano de los truenos se había amalgamado con sus sueños. Era de mañana, a muy tempranas horas, y el inmenso follaje de aquel sauce llorón la resguardaba de la lluvia. Morgan alzó la vista, apreciando la cúpula verde y opaca sobre su cabeza siendo lentamente acariciada por los primeros rayos del sol matutino. Luego, estiró un brazo hacia adelante, dejando que las yemas de sus dedos comenzaran a mojarse. Ronnie jugaba con una cometa de papel, correteando y riendo de aquí para allá. Llevaba puesto su piloto rojo, que la protegía de la lluvia. De tanto en tanto se giraba hacia su hermana y le pedía que la observara.

—¡Mira, Mor! ¡Mira cuán alto elevo la cometa!

En el sueño, el juguete lograba sobrevolar el cielo a pesar de la lluvia y la brisa. Hasta que la tormenta se intensificó, y Ronnie se detuvo de repente. Había comenzado a llorar, su cometa yacía deshecho entre sus manos. Morgan corrió a su encuentro y se echó de rodillas sobre el césped para abrazar a su pequeña hermana. La niña estaba desconsolada. Sus gritos rasgaban el cielo matutino, los truenos de la tormenta, el corazón de Morgan.

"Despierta, ya viene el maletín".

Abrió los ojos lentamente. Los párpados le pesaban, sentía que no había descansado en absoluto. La silueta difusa de Aisha abarcaba gran parte de su campo de visión; alrededor, todo era gris y apagado. Notó el sonido de la lluvia a sus espaldas, y la intensidad del sueño la golpeó con violencia. Aún reverberaba en sus oídos el llanto desgarrador de Ronnie bajo las lágrimas del cielo, junto al sauce llorón del parque.

Al fin y al cabo, no eran más que sus propias lágrimas. Esas que se negaba a dejar correr libremente.

Utilizó sus brazos para incorporarse un poco, y se giró hacia la ventana. Vio a Aisha con los brazos extendidos hacia el cielo, recibiendo en un prolongado abrazo al maletín plateado.

Era Ronnie con su cometa, el sacrificio de Andrea, el profundo dolor de Aisha.
Era su propio deseo inexplicable de aferrarse a la vida.

Morgan agachó la cabeza y la dejó caer sobre el respaldar del sofá; todo su cuerpo se había aflojado y un suspiro largo y pausado salió de su pecho. Las lágrimas se acumulaban detrás de sus ojos, pero no las dejó salir.

«Gracias».

Aisha ya se había apartado de la ventana, y soltó una broma al acercarse a ella. Morgan vio su sonrisa triste y, supo, en su rostro se reflejaba una igual. Pero no le importó disimularla.

—No es tanto el tiempo que llevamos acá, pero podría haber matado por una hamburguesa así —soltó, inspeccionando el contenido del maletín. Apretó los labios al distinguir un brillo plateado bajo el buzo—. Oye... ¿Quién debería llevar la navaja? Andrea se quedó mi abrelatas, así que no tenemos armas de corto alcance.

 

Morgan O'Connor

Hambre: 7/7 (1/3)
Sed: 7/7 (1/3)
Cansancio: 10/10 (2/2)

Morgan sujetó la navaja por su empuñadora y la observó durante un par de segundos, girándola lentamente para apreciar cómo los chispazos intermitentes de luz arrancaban destellos de la hoja. Miró a Aisha cuando ésta le alcanzó una hamburguesa y la aceptó, dejando el cuchillo sobre el sofá.

—Dejémoslo para el final —resolvió, antes de empezar a comer, y esbozó una sonrisa entre irónica y triste—. Tampoco es como si fuera a irse lejos.

Se dedicó durante algunos minutos a mordisquear la hamburguesa, aunque no tenía hambre realmente. Además, su mente no paraba de trabajar en todas direcciones.

—Me pregunto quién del otro grupo habrá muerto —dijo, guardando media hamburguesa dentro del maletín; nunca se sabía cuándo sería útil—, y en qué condiciones. Cuando fuiste al edificio médico, había ido una niña, ¿verdad? ¿La habrán enviado o se habrá ofrecido? No tenemos idea con qué clase de gente vamos a toparnos, por lo que es indispensable que confiemos la una en la otra. —Clavó sus ojos en Aisha—. Y, más importante aún: no podremos dudar. Ni siquiera un segundo. Sean quienes sean, tendrás que apagar tu cerebro y moverte por instinto. Tenemos que sobrevivir, es lo único que debe importarnos.

Se incoporó del sofá, sacudiéndose un poco la ropa, y preparó las cosas: guardó los restantes dentro del maletín, abrochó las riñoneras en su cintura, guardó la navaja en el bolsillo trasero de su short.

—Yo iré primero.

Eso era todo. Cuando salió del edificio, se giró y le echó un largo vistazo a la construcción antes de seguir caminando. De alguna forma, se estaban despidiendo finalmente de todo lo que allí habían conocido. Su vida en la isla acabaría esa noche.

Sus pies no dudaron ni vacilaron al alejarse del edifico de comunicaciones, acercándose cada vez más a la cueva subterránea.