Inevitable

Tema en 'Relatos' iniciado por Kárupin, 3 Octubre 2010.

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    Kárupin

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    Inevitable

    Autor: Kárupin

    Título: Inevitable:

    Género: Ambiental (?)

    N/A: Escrito presentado para el concurso 'Historias del Planeta Azul', dije que algún día lo publicaría y ese día es hoy (?). Lo publico tal y cómo lo envié, así que~ La idea no es buena, debo admitir que entegué a prisas y por obligación, pero áun así.

    Extra: Las grutas que se mencionan son "Las Grutas de Coconá", que están en el municipio de Teapa, en Tabasco, México. e,e Y el río~ No recuerdo cómo se llama pero sí existe n.nU

    Inevitable


    Sintió la fresca brisa matutina, el aire húmedo golpeó contra su rostro, haciendo que ella respirara profundamente, llenando por completo sus pulmones de oxígeno. Lentamente exhaló, disfrutó cada momento de la acción realizada. Sonrió ampliamente al escuchar el aullar de monos.

    —¡Vamos, Ana! ¡Apúrate! —escuchó el grito de su amiga.

    Corrió hacia ella, quien la esperaba en el portón.

    —¡Apura, apura! ¡Ya casi abren! —exclamaba emocionada una niña de cabellos color castaño oscuro, agarrados en una cola alta, mientras veía como la vigilante se situaba en su sitio.

    —No deberías de ser tan ansiosa, María —dijo con sabiduría la señora de edad avanzada mientras les abría el portón a las menores.

    —¡Lo sé! ¡Lo sé! ¡Pero es que ya quiero volverlo a ver! —respondió al mismo tiempo que jalaba a la otra con ella —¡Nos vemos, señora Rodríguez! ¡Regresamos en un rato, si viene mi mamá, dígale que no se preocupe! —Sus palabras se perdieron en el espacio, ya que la castaña se había ido corriendo hasta la entrada.

    —¡Auch! ¡Duele, duele! ¡Suelta! —ordenó la de cabellos negros y cortos al sentir que era mucha la presión que su amiga ejercía sobre su brazo.

    —Lo siento, no era mi intención —se disculpó María, mientras le sonreía con su mejor sonrisa.

    —Ya está, sólo no lo vuelvas a hacer —contestó Ana.

    Terminaron de caminar el tramo que les quedaba de donde estaban hasta la entrada para poder entrar a las grutas.

    Caminaron a lo largo del estacionamiento, el cual estaba vacío y además pertenecía al restaurant del lugar. Pronto se hallaron en una especie de parque. Habían varios arriates con un arbolito sembrado en el medio, y una pequeña e improvisada palapa donde habían varios adultos.

    Como si nada, ambas pasaron al lado de ellos y se dirigieron al gran portón verde que daba a su destino.

    —Boletos por favor —escucharon que alguien les pidió.

    —Nada de eso, entramos porque entramos —contestó la que llevaba recogido el cabello mientras se cruzaba de brazos y alzaba el mentón.
    —Sin boletos, no hay paseo —respondió el guía con autosuficiencia.

    —¡Héctor, no molestes! ¡Queremos ver! ¡Queremos ver! —dijo exaltada Ana —. Lloraré si no podemos entrar —amenazó mientras que en su rostro ponía una cara de perrito triste.

    —Está bien —cedió el muchacho de veintiún años después de meditarlo unos segundos.
    —Yo no sé por qué pones resistencia, si sabes que nosotras siempre hemos entrado gratis —comentó María en tono zalamero.

    —Lo que sucede, par de chiquillas mocosas, es que ustedes siempre hacen lo que se les viene en gana. Y yo no puedo permitir eso —respondió con orgullo fingido.

    —Sí, ajá, ajá. Lo que tú digas —contestó con tono sarcástico la morena.

    Una vez abierto el portón los integrantes del pequeño grupo se adentraron en las grutas. Las niñas saltaban de felicidad, no importaba cuántas veces visitaran el lugar, siempre les producía la misma alegría. Mínimamente iban una vez a la semana.

    —Bueno, comenzamos por aquí. Acá arriba —señaló el techo del lugar con la luz de la linterna—, están los murciélagos. Como podrán ver, están durmiendo, y cuando los ilumino salen volando. — explicó mientras hacía lo que había dicho. Las tres siluetas apreciaron cómo los mencionados volaban al ser señalados.

    —¡Mira, ese está grande! —exclamó María al tiempo que señalaba.

    —¡Sí, tienes razón! —secundó Ana.

    —Sí, sí. Continuemos —apuró Héctor.
    —¡Vaya amargado! —dijeron al unísono las dos mientras se reían. El masculino ignoró el comentario.
    —Como sabrán, el nombre de “Las grutas de Coconá” en lengua zoque significa “Agua Honda”…
    -+-
    Caminaron por un sendero pavimentado que se encontraba dentro de las grutas. En algunas partes tenía de ancho un metro, y en otras entre treinta y cincuenta centímetros.

    Pasaron por un lugar estrecho; uno en el que se tenían que agachar bastante para poder pasar. A las niñas no se les hizo difícil pasar por ahí, pero a la alta complexión de Héctor le fue difícil pasar por el estrecho lugar. Unas risillas de burla brotaron de los labios de las féminas.

    —Aquí estamos en el Cenote de los Peces Ciegos —aclaró el guía.

    El lugar en el que se encontraban no era enorme, pero sí grande. Había una especie de pozo en el que se veía el agua azul verdoso que contenía. En el pasado habían luces por debajo del líquido, pero con el tiempo se habían dañado.

    Se agarraron del barandal, ya que el lugar por donde pasaba el sendero estaba un tanto inclinado y, fácilmente cualquiera se podía resbalar debido a la humedad.

    —¿Quién de ustedes recuerda cuántos metros de profundidad tiene? —preguntó él para molestar a las pequeñas.

    —Tiene treinta y cinco metros de profundidad —respondió Ana con toda seguridad.

    —No, tiene veinticinco —la contradijo su amiga —. Verdad que sí tiene veinticinco —repitió María, buscando que el masculino la secundara.

    —Pues… No les digo —burló él —, se los dejo de tarea. Eso les pasa por no poner atención. —terminó de decir con orgullo.

    Los chillidos provenientes de las gargantas de las niñas hizo que se le calaran los nervios, pero aún así él no diría nada, ése sería el castigo de las pequeñas mocosas.

    Siguieron caminando por las cuevas, admirando cada estalagmita. Aunque no lo dijera, el hombre admiraba a esas dos. Siendo chicas de edad, ya se habían comprometido con su patrimonio, cosa que no todos los de la comunidad hacían. Ellas, sin embargo, cada semana visitaban el lugar, admirando la belleza natural y llenando de preguntas a los guías que les tocara.

    —… Y acá podemos ver el rostro de Jesús —dijo él mientras les mostraba la formación natural. La cual se parecía bastante a lo que era comparado. Cada rasgo había sido representado con exactitud, hasta la corona de espinas —. A su lado, el arca de Noé —agregó al tiempo que señalaba la formación que hacía semejanza.

    —¡Héctor! ¡Héctor!, verdad que son formaciones naturales —dijo la morena, mientras pasaba sus dedos por la roca.

    —Sí, sí lo son —decía el mientras caminaba para terminar el recorrido.

    Después de visitar todas y cada una de las formaciones de las grutas, las dos amigas salieron por el mismo portón por el que habían entrado. Afuera había más gente, esperando su turno para entrar.

    —¿Qué tal estuvo? —preguntó una señora de cincuenta años al verlas pasar.

    —¡Tan increíble como siempre! —exclamaron las dos al unísono.

    —Oigan, chicas —dijo una mujer bonita, mientras se acercaba al guía que aún las acompañaba —. ¿Qué les parece si después de que terminemos nosotros acá, vamos al río? —terminó de decir mientras posaba sus labios sobre los de su novio.

    —¡Sí, sí! ¡Vamos! —gritó María de la felicidad.

    —Bueno, entonces nos vemos en el restaurant a las dos de la tarde —sugirió mientras les guiñaba un ojo.

    Ambas asintieron y se fueron corriendo hacia sus casas, buscando ropa que ponerse y comida para llevar. No había nada más divertido que ir al río.

    —Sí, má’, me cuido. No te preocupes voy con Flor, Ana y Héctor —le gritó a su madre mientras se alejaba con paso ligero, cargada de cosas.

    Ella la miró con melancolía, poco a poco estaba creciendo. Vio cómo su hija pasaba debajo del arco de matorral, que servía como entrada al jardín de la casa.

    —¿Estás todos listos? —preguntó la fémina mayor.

    —¡Sí! —exclamaron todos al mismo tiempo.

    —Bueno, pues vámonos —dijo ella haciendo voz de comandante militar dirigiendo a los soldados.

    Todos rieron en el camino, ya que al único hombre que venía en el grupo se le ocurrían chistes a cada rato, y una que otra historia inventada.

    —¡Que sí! Si no te despiertas con el aullar de los monos en la mañana, es que eres un monstruo dormilón —dijo él con sabiduría inexistente.

    —¡No es verdad! Otra cosa es que tenga el sueño pesado —se defendió Ana.

    —Por eso, eres un monstruo dormilón —siguió insistiendo.

    —¡Que no!

    —¡Que sí!

    —¡Que no!


    —¡Que s…!

    —Cállate, la vas a hacer llorar —lo interrumpió su novia con un codazo y un susurro en el oído.

    —Ya pues… —terminó diciendo un tanto malhumorado porque le había arruinado la diversión.

    —¡Ya llegamos! —Anunció Flor con la felicidad plasmada en sus ojos.

    Las dos menores de edad no esperaron a nada, ambas salieron corriendo y bajaron al río. Dejaron las cosas a un lado y se metieron a jugar con el agua.

    —¡Está fría! —exclamó María mientras se abrazaba a ella misma.

    —Sí —secundó su amiga.

    —¡Quiero ir allá! —dijo la castaña mientras señalaba una caída de agua que había al otro lado del río —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!... —empezó a insistir.

    —No —dijo la voz masculina.

    —Oye, ¿qué le viste a este amargado? —le preguntó Ana a la compañera de él.

    —La verdad… no sé, pero no le digas —dijo en voz alta para que el otro lo oyera.

    Apenas escuchó el comentario se enfurruñó mientras murmuraba cosas intangibles para las presentes.

    Las tres rieron a carcajadas al ver esa escena tan cómica. Una vez las tres en el agua le empezaron a insistir a Héctor para que también se metiera.

    —Me niego —dijo él con tono autoritario.

    —No es que no quieras, querido. Es que te vas a meter —le replicó ella con voz de mando. Se acercó a su novio, le sonrió de manera tierna y esperó a que bajara la guardia. Una vez hecho eso, lo tomó de los brazos y lo tiró al agua.
    —¿Ven?, les dije que yo sola podía. Así que niñas lindas, me deben un caldo de pavo —se burló —, díganle a sus madres que me gustaría comerlo este fin de semana —agregó para luego irse a la otra orilla del río; a la caída de agua que María había mencionado antes.

    Ese día la corriente estaba algo fuerte, ya que era temporada de lluvias.

    —Héctor, agarra a Ana y que ella agarre a la otra —ordenó la mayor. Una vez así hecho, Flor agarró la mano de la castaña y la jaló hacia ella, jalando también a la vez a la morena —Listo —dijo con satisfacción al ver que todos estaban en la caída de agua. —¿Quién se baña primero?...

    --+--

    —¡Vamos a hacerlo el próximo sábado también —dijo con alegría una de las niñas.

    —Por mí está bien —admitió la fémina mayor —, pero… —miró de reojo a su novio con una sonrisa traviesa dibujada en sus labios.

    —Sí, sí. Vendremos aquí cada fin de semana —aseguró con espanto fingido.

    Cada quien llevó a su boca la tostada que estaban comiendo.

    —¿Cuándo se casan? —preguntó curiosa la de cabellos negros.

    Héctor casi se atora con la comida, tuvo que recibir varios golpes en la espalda para que se desatorara.

    —Aún estamos jóvenes —explicó la novia algo ruborizada.


    —Ah, ya. Pero Flor, no esperes a que este te lo pida, porque o si no te quedarás para vestir santos —comentó en plan de joda María —. ¿Sabes? Sé de alguien que quiere…

    —No los tortures, suficiente tiene él con sola verla los fines de semana —los defendió la más sensata de las dos.

    —Ya pues —contestó malhumorada.

    Después de comer, los dos jóvenes se metieron al agua a mojarse, mientras que las dos niñas los mirabas. Veían cómo ambos reían, cómo el agua transparente corría por el caudal.

    —¿Sabes qué? —comentó la de cabellos cortos.

    —¿Qué? —replicó la otra.

    —Me gustaría que esto nunca acabara —terminó de decir con el mentón pegado a sus rodillas, mientras una leve sonrisa se dibujaba en la comisura de sus labios.

    —Lo mismo digo…

    ---+---

    Una amarga lágrima surcó su rostro. Todo lo que ella había conocido había desaparecido. Se había ido de allí hacía apenas diez años, y aquello que le producía tanta felicidad no estaba. El aullar de los monos por la mañana había desaparecido, los arriates donde alguna vez se sentó estaban rotos, y el arbolito se encontraba seco. Aquel restaurant que era para los turistas se había convertido en un bar, y la palaba donde aguardaban los guías en espera de los visitantes, ahora estaba dañada, con apenas tres sillas.

    Una nueva gota salada se abrió paso entre su párpado.

    Incrédula de todo aquello, salió corriendo en busca del río.

    Al llegar al lugar en el que tantos momentos había reído a carcajadas con sus amigos y a veces hasta llorado, no pudo evitar soltar un alarido de dolor.

    Aquella agua cristalina en el que te podías bañas, ahora acarreaba basura, envolturas de frituras, envases de refresco y demás cosas. Derrotada por sus emociones, empezó a llorar sin consuelo, ¿cómo había pasado todo eso en tan sólo una década.

    —¿Ana? —escuchó que la llamaron.

    —¿Ma-María? —respondió in tanto insegura.

    —Sí, escuché que habías vuelto —dijo mientras bajaba al río, al encuentro con su amiga.

    —¿Qué pasó? —inquirió confundida por todo lo que había visto.

    —Pues, ¿por dónde empezar? Los guías que había renunciaron porque la paga se había vuelto poca, Héctor se quedó, pero al final también se fue, ya que tuvo tres hijos y no los podía mantener. Los dueños del restaurant murieron y a sus hijos se les hizo poco los ingresos que tenían, así que lo hicieron una cantina —explicó con tristeza —. Y el río, pues no sé qué pasó con él. Con el tiempo empezó a llegar basura y de ahí cada vez aumentó.

    Ambas se quedaron calladas unos minutos, los cuáles usaron para reflexionar.

    —Nunca me quise ir… —murmuró la de cabellos negros.

    —Lo sé, pero tus padres así lo decidieron.

    Ana se sentó en una roca que había, su amiga se sentó al lado.

    —Hay cosas que nunca deberían de cambiar —comentó mientras seguía con la vista una botella de Coca-Cola.

    —Tarde o temprano lo hacen —le contestó su amiga.

    —Lo sé pero… Simplemente no deberían —insistió.

    —Tienes razón, pero es algo inevitable…


    ~Gracias por leer~​
     
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  1. Ruki V
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