Imposibilidad

Tema en 'Relatos' iniciado por Shassel, 12 Febrero 2014.

  1.  
    Shassel

    Shassel Usuario común

    Tauro
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    Título:
    Imposibilidad
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    5227
    Hola a todos, este es un tema creado para la actividad: Tragicomedias, organizado por Pire Bennet.
    Espero que lo disfruten. No olviden dejar sus comentarios.



    IMPOSIBILIDAD


    Libertad… quién no ama la libertad, ¿Qué sería de la vida sin la repercusión de la libertad expandiéndose como el viento? ¿Qué sería de nosotros sin la libertad de amar, la libertad de ser y vivir, la libertad de ser feliz?

    Libertad…


    Como desearía poder congelar el tiempo, congelar mi vida y vivir eternamente en este momento, este momento de paz que, sé, muy pronto nos será arrebatado.

    ¿Pecado? ¿Cómo pueden decir que el amor es un pecado? Si tan solo pudieran entenderlo, seguramente, nada de esto estaría ocurriendo.

    ¿Qué cómo empezó?, ¿A quién le importa cómo empezó? El amor no necesita de principios y finales, es demasiado extenso como para que alguien pueda ponerle límites.

    ¿Qué si yo lo busqué?... imposible, siempre he sido torpe en lo que ha buscar se refiere, y si es necesario explicaciones, diré solamente que fue él quien me encontró a mí. Uno no puede escapar de su destino.

    ¿Qué si me arrepiento? Eso jamás, he sido tan feliz a su lado que nada en este mundo haría que me arrepintiera. Excepto quizás… mi piel.


    Como toda una señorita de sociedad, siempre me estuvo prohibido entablar conversaciones formales con la servidumbre. “Madeline, eso no es de señoritas” solía repetir mi madre cada vez que me veía intentando jugar con una de las hijas de la mujer encargada de mi crianza. A pesar de la inmensidad de personas que me rodeaban, siempre estuve sola.

    — ¡No es preciosa mi niña! —acostumbraba predicar mi madre frente a los mil y un invitados que desfilaban por los pasillos de mi casa cada tarde desde que tengo memoria— ¡Dime si no te gustaría tenerla como nuera!

    En ese entonces no lo entendía pero, al parecer, las mujeres estábamos destinadas a buscar, por todos los medios, un buen postor.

    ¡Claro que debes buscar un marido a tu altura, Madeleine, acaso piensas que viviré por siempre!

    Si me pidieran formar un libro con todos y cada uno de los concejos que me espetaba mi madre cada vez que me veía escabulléndome en dirección a las caballerías de la hacienda para jugar con uno de los pequeños de las barracas, seguramente pasaría el resto de mi vida escribiendo sus páginas, nunca entendí de donde sacaba tanta saliva.

    ¡Niña, acaso estás loca! Eres una dama, no una bestia salvaje. Cómo pudiste haber roto tu vestido de esa manera…

    Nunca pude complacerla, aun cuando siempre lo intente. Entender sus motivos e ideales me resultaba confuso, demasiado aristócrata y superficial. Es decir, como entenderla cuando mis ideales e ilusiones estaban encaminados por caminos muy diferentes a los trazados por mi madre. Si tan solo mi padre siguiera con vida… él era el único que me entendía, él único con quien podía ser yo y no solo el maniquí de porcelana que ella buscaba. Si tan solo…no hubiera muerto. Cuanto cambió todo desde su muerte… a partir de ese día, la hacienda y hasta la vida misma dieron un giro de 180°, y aunque todos fuimos consientes del cambio, la voluntad de mi madre fue infranqueable. Después de todo, que podían hacer una niña y unos cuantos esclavos contra los mandatos capitalistas a los que estaba regida la sociedad.

    Con el tiempo, nuestra hacienda se volvió un modelo de dominio y riqueza dentro de la nación. Para todos, mi madre era la perfección de la potestad del hombre blanco sobre la inferioridad y decadencia del esclavizado hombre negro. Sus métodos de castigo y la creciente riqueza de nuestras tierras; la volvieron una comerciante respetada y admirada a lo largo y ancho de todo el estado de Alagoas. Pionera entre las mujeres emprendedoras, madre excepcional, experta negociante… todos esos eran los calificativos con los que la más alta sociedad solía elogiar a mi madre: Doña Genoveva de Monterstegui.

    Amada y envidiada por todos, mi madre brillaba como el diamante más precioso de Brasil, una gema a la que todos admiraban excepto yo. La amaba lo admito, pero no podía sentirme orgullosa de ostentar un dinero que se amasó con la sangre y el sudor de cientos de esclavos. Si para todos eso era un motivo de orgullo, yo estaba loca, mi mente no podía permitirme adorar tanta ferocidad, ni siquiera el hecho de que ella se negara a prestar sus ojos a alguien que no fuera yo, era su único amor. Supongo que en ese aspecto no puedo emitir queja alguna sobre ella, no hubo día en el que, a su manera, no me demostrase su cariño y devoción. Mas, el hecho de que mi madre no buscase marido se volvió, de a poco, en un tormento insoportable.

    Como única heredera de la familia, mi existencia se centró en la tediosa tarea de conseguir un marido que estuviese a la altura de la fortuna que representaba mi apellido y mi posición. No había fiesta a la que no fuese invitada, caballero que no me fuese presentado o insinuación de mi madre a la que pudiese escapar. Mi corta existencia dedicada a la búsqueda de un nuevo calvario, quién lo diría, mi madre estaba loca si creía que lo permitiría. A mis 17 años de edad y para sufrimiento de mi madre, había decidido convertirme en una candidata a vestir santos. No estaba dispuesta a venderle mi alma y vida al mejor postor, al menos, eso pensaba…

    Tras miles de negativas y excusas de mi parte, mi madre decidió encausar lo que ella llamaba “las riendas de mi vida” y acordar, sin mi consentimiento, un matrimonio arreglado entre un acomodado terrateniente, algo entrado en años, y yo. La hecatombe de mi futuro escrita por mi propia madre, no podía sentir más asco de mi suerte. El solo imaginar aquellos asquerosos y ancianos labios acercándose a mi rostro provocaban en mi las más repugnantes nauseas que pudiesen imaginar.

    Afrontando mi realidad, viéndome atrapada en un absurdo matrimonio por conveniencia, decidí abandonarlo todo y vivir, Dios mediante, como una artista, una gitana o incluso una mendiga… todo era preferible al infierno de una cárcel de oro. Debía escapar. Tras largas noches de planeación solitaria, mi burdo plan de escape estaba más que listo…

    Protegida por el largo de mi capa, abandoné la hacienda junto al grupo de rezo que todos los sábados iba a orar por la buena fortuna de la hacienda de mi madre. Debo decir, que en el mismo instante en el que posé un pie fuera de mi casa, un doloroso nudo se aferró a mi pecho impidiéndome respirar. El sentimiento de culpabilidad que me atrapó en ese instante es indescriptible, estaba tan avergonzada de mí mismo, de mi madre, de mi herencia y hasta de mi sangre. Con la misma rapidez con la que idee mi plan, mi corazón de hija amenazó con obligarme a claudicar. Negándome a mí misma, en cuando el grupo de rezo se disipó, comencé mi camino adentrándome en la densidad del bosque tropical.

    Faltaba tan poco y a la vez tanto camino por recorrer que mis piernas no podían parar de temblar, el comienzo de mi aventura estaba escribiéndose a cada paso y yo solo podía pensar en el miedo que sentía. Ni bien puse un pie fuera de la hacienda, el estruendo de unos disparos a lo lejos disipó mi entusiasmo obligándome a escapar en cualquier dirección posible. Estaba tan cerca, no podía permitir que me atrapen.

    Los ladridos escabrosos de los perros de rastro de la hacienda fueron mi último aviso, mi madre había dado la alarma, si no escapaba ahora, mi única alternativa sería un ataúd. Presa del terror, rompí el faldón de mi atuendo y eché a correr como alma condenada, si tan solo los zapatos de las mujeres fueran más cómodos…

    El cálido viento del verano golpeaba contra mis ropas sofocándome aún más, vivir cerca de la costa no resultaba favorable para mis planes, sin embargo, si lograba escapar, todo sería distinto. Mientras corría lejos de mi cárcel no podía evitar divagar en las mil y una aventuras que me esperaban más allá de los campos, no podía evitar sentirme como un pájaro que abandono su jaula y extendió sus alas por primera vez. La sensación era tan confusa que no podía parar de llorar. Era libre, al menos por unos instantes lo era.

    Sin importar lo mucho que me dolían los pies, o lo duro que me resultase recorrer tan larga distancia, no osaba detenerme, la jauría de aquellos perros rabiosos se sentía demasiado cerca como para rendirme. A tropezones logré llegar hasta lo más espeso de unos matorrales donde, asediada por mi mala suerte, terminé rodando diez metros abajo. Luego de lo que a mi juicio fue una caída eterna, el suelo me golpeó de lleno en la cabeza y la espalda, la hierba jugó poco a mi favor durante el impacto. El dolor que pronto comenzó a invadir mi maltrecho cuerpo era insoportable y el brillo del sol sobre mis ojos, estremecedor. Poco falto para que la inconciencia me abordara, fue solo la imagen del rostro furioso de mi madre lo que me permitió incorporarme torpemente y continuar la carrera sin importar ya más nada. Luego tendría tiempo para atender mis golpes.

    Vaya… ahora empezaba a envidiar a las jóvenes de la barraca, eran tan hábiles para subir troncos, cocinar, correr… comparada con ellas, yo solo era una frágil muñeca torpe y sin gracia. Ni siquiera podía correr bien, mis pies parecían las tiernas patas de un ciervo recién nacido que intenta dar sus primeros pasos a la vida. Por qué no me disfrace de hombre, que torpe era…

    Invalidada por mis pasos, pronto me encontré rodando nuevamente cuesta abajo, ni siquiera me había percatado del abismo, ¡torpe, torpe!

    Si no fuera por lo egoísta que podía ser en algunas ocasiones, me hubiera tumbado sobre el suelo a llorar toda la rabia e impotencia que sentía en ese momento. Sin embargo, como dije, a veces puedo ser muy egoísta. Armada del poco valor que aún me quedaba, rompí los estorbosos tacones de los zapatos que llevaba y continué por el espeso bosque sin detenerme.

    Correr, eso era todo, a no ser por…aun no sé cómo llamar a la fuerza que permitió que nuestros destinos se juntasen.

    A tan solo unos cuantos metros de salir del bosque, la ironía de mi desafortunada vida me hizo caer de bruces con lo que parecía ser un… un… ¡hombre! ¡Eso sí que era nuevo en mi vida!

    Chocando como un par de caballos desbocados, aquel individuo y yo, nos encontramos en lo que parecía ser un sorpresivo y muy poco propicio accidente. Él en su escape personal, yo en el mío propio, ¿parece de locos, verdad?

    Tumbado sobre mi cuerpo, nuestras miradas se encontraron en un confuso sentimiento, el miedo reflejado en sus verdes orbes, el pánico plasmado en los míos. Nuestra primera impresión fue de terror total. Ambos habíamos caído y ahora ninguno parecía querer levantarse.

    — Vendrá conmigo, señora —dijo él mientras se levantaba sobre sus pies y tomaba mi mano con rudeza—. Descuide, no le haré daño.

    — ¿Qué? —repliqué con notoria indignación— ¿A dónde me lleva?

    — A la libertad.

    El repicar dulce de aquella prometedora palabra me obligó a deshilvanar mis miedos y seguirle la corriente sin rechistar. Mentiría al decir que la incertidumbre no me atacaba pero, mi necesidad por descubrir la razón del miedo de aquellos ojos superaba mi prudencia.

    Fue solo cuando dejamos de oír el ladrido de los perros de caza a nuestras espaldas que ambos decidimos detenernos a descansar. Las sensaciones de fatiga y dolor eran tan nuevas para mí que casi sentía desfallecer.

    — Eh, señora —señaló aquel muchacho desequilibrándome por completo. A pesar de su preocupación por mi persona, su mirada reflejaba desconfianza pura, sus músculos lucían tensos y su quijada temblaba casi inadvertidamente—. ¿Tiene sed?

    — ¿Eh? —Acaso estaba loco, claro que tenía sed. Pero, entonces… ¿Por qué no podía decirlo? Sus enormes ojos verdes eran tan absorbentes… Limitándome a asentir con la cabeza, procuré analizar todos y cada uno de sus gestos.

    Su vestimenta lucía desgastada y sucia, sus manos sangraban y su rostro lucía pálido a pesar de su oscura piel, era un esclavo, no cabía duda. Lejos del miedo y la irritación que la mayoría de chicas de mi sociedad sentirían al estar tan cerca de un esclavo, yo solo podía sentir tristeza, la más profunda y absoluta tristeza. El dolor y la indignación me atravesaron el corazón cuando, extendiéndome su maltrecha mano, aquel muchacho me entregó una pequeña cantimplora hecha de un material desconocido para mí.

    — Es agua —indicó él—, bébala.

    Como hace unos momentos, solo me limité a asentir con la cabeza. Mi lógica femenina me impedía confiar del todo en un perfecto desconocido.

    — ¿Eres un esclavo, cierto? —Qué pregunta más tonta era esa, no podía ser más torpe.

    — Sí, ¿y? —espetó a la defensiva, obviamente estaba molesto.

    — No lo tomes a mal —refuté inmediatamente intentando defenderme—, no quise… es decir, lo lamento.

    — Olvídelo —susurró con resignación—. Supongo que, ya debería estar acostumbrado.

    Por unos minutos, ambos permanecimos en silencio sin saber siquiera como mirarnos, ambos parecíamos dos chiquillos avergonzados y arrepentidos.

    La tarde empezaba a desaparecer y el infaltable sonido de los animales nocturnos pronunciándose a nuestro alrededor; hizo que ambos saliésemos de nuestras cavilaciones y nos percatásemos de lo peligroso que sería pasar la noche a la intemperie.

    — Deberíamos, buscar un lugar para dormir —señaló él mientras observaba con sus ojos el bello y anaranjado atardecer.

    — ¿Dormir? ¿Ambos? —inquirí avergonzada, la sola idea de su inminente cercanía hacía que se me erizase el bello de la nuca.

    — Eh, acaso piensa que… ¡olvídelo!, como podría interesarme un costal de huesos como usted.

    — ¡Qué, qué, costal de huesos, yo! ¡Eres un…!

    — Salvaje, troglodita, grosero, bestia… lo lamento señora pero yo no me ando con rodeos. Además, no creo que una dama que se respete se decidiera a caminar sola por estos lugares.

    — ¡Olvídalo! —le espeté molesta, tenía demasiados conflictos internos como para cargar con uno más sobre las espaldas.

    — ¿Eh?

    Dado por terminado el asunto, ambos nos adentramos un poco más en el bosque en busca de un lugar que, según aquel muchacho, fuese mucho más seguro.

    — Cerca de aquí encontraremos un río —señaló él—, con suerte podremos recoger algo de agua y refrescarnos.

    — De verdad —respondí con alegría, ya iba siendo hora que aquel individuo mostrara cierta educación.

    — Y descuide, no mirare, como le dije antes, no estoy interesado en una mujer con piel de gallina.

    — ¿Gallina? —cuestioné molesta.

    — Paliducha y falta de carne —respondió con arrogancia.

    Poco falto para que mi mano se estrellara contra su rostro, si tan solo no fuera una dama…

    — Ya quisieras tener a una mujer como yo…

    — ¿Tener? ¿Acaso me está proponiendo algo indecente?

    — ¿Qué? —La indignación y rabia que encendieron mi rostro comenzaba a calentarme hasta las venas, mis sienes palpitaban y mis manos crepitaban exigiendo satisfacción.

    — Es solo una broma señora, no hay por qué volverse una fiera.

    — Si no fuera una dama te juro que…

    — ¿Qué, qué…? —cuestionó él con insistencia. Su picara voz masculina me erizó los sentidos— Vaya, vaya —continuó—, ¿Tal parece que se ha sonrojado, señora?

    — ¿Sonrojarme? Es tu culpa, no deberías formular preguntas tan impropias.

    — ¿Tú? ¿Desde cuándo las señoras le hablan a los inmundos esclavos de tú?

    — Ya basta —le grité molesta—, por principio de cuentas, soy señorita, aunque te tardes más tiempo, ¿entendido?, y luego, quién dijo que todas somos iguales. Me parece ofensivo que pienses eso de mí.

    — Ja, ahora la “se-ño-ri.ta” está ofendida. Dígame ¿Quién es usted?

    — ¿Yo? — Balbucee con torpeza. El momento de las aclaraciones había llegado—. Yo soy, mi nombre es…—La posibilidad de la mentira rondó mi cabeza inevitablemente, el solo hecho de pensar en lo que aquel sujeto haría en cuanto supiera que mi madre era la más grande esclavista de la región me paralizaba.

    — ¿Es? —insistió él.

    — Mi nombre es Clary Winstown —Una vez más, mi temor fue más grande que mi sensatez.

    — Mucho gusto, creo. Mi nombre es Menelik.

    Nunca había sido una mentirosa, me sentía tan absurda. Una vez presentados, ambos parecíamos haber entrado en confianza, tras recoger unas cuantas ramas y armar un modesto y privado refugio, ambos nos sumergimos en conversaciones que, de no ser por la particularidad y brusquedad de nuestro encuentro, hubieran resultado de lo más triviales. Al parecer, no era la única que tenía planes de fuga, Menelik y yo teníamos ese punto en común. Al escuchar la historia de su desafortunado y su milagroso escape, no pude evitar sentirme como un criminal, yo pertenecía a aquella sociedad que le había privado de su libertad y de la dicha de ver envejecer a sus padres.

    De cierto modo, yo también le revelé mi verdad: los motivos de mi fuga, mis sueños… en pocas palabras, lo único que no revele fue el nombre del que tanto quería escapar. De todos modos, ya no necesitaba más de aquel apellido ni sus absurdas obligaciones.

    En cuanto al dormir juntos se refiere… ni yo quería dormir a su lado, ni él al mío, aunque sin duda la situación era más incómoda para mí. De niña solitaria a mujer confundida, vaya historia. Más que el hecho de tener que dormir uno junto al otro, lo que me desubicó de mis cabales fue el hecho de su reciente propuesta…

    — ¿Aún piensa que me aprovecharé de usted? —dijo él, sus ojos lucían curiosos, expectantes— Ya se lo dije, no me interesan las mujeres tan flacas como usted, ¿De qué tiene miedo?

    — ¿Miedo? —respondí nerviosamente, por más que intentaba tranquilizarme, la propuesta de tener que dormir abrazados para mitigar el frío, simplemente, no me parecía normal.

    — Venga ya —protestó él mientras me extendía su fornido brazo lleno de cicatrices—. No tiene por qué temer. Se lo dice un hombre que ha tenido que vivir largos inviernos con nada más que un trozo de tela vieja para escapar de la muerte.

    Al ver la sinceridad y la preocupación pintados en su rostro, no dude más y me aferré a su abrazo reconfortante. Lejos de la injusticia del mundo, al abrigo de sus poderosos brazos, finalmente y más allá de mis paradigmas, pude sentir la verdadera libertad.

    Sin darme cuenta, lentamente, me abandoné a mi sueño bajo la mirada atenta de aquellos melancólicos ojos verdes.

    Al día siguiente, como impulsados por un imán, ambos despertamos bruscamente sintiéndonos abochornados el uno del otro. Ahora sí que lucíamos ridículos.

    — Deberíamos marcharnos —dije él mecánicamente.

    — Aja —musité yo con torpeza.

    — A estas alturas, tu madre ya debe saber que escapaste, si no nos largamos cuanto antes…

    — Lo sé, pero dime, ¿A dónde iremos?

    — ¿Iremos? ¿Acaso planeas ir conmigo?

    Fue tarde cuando me di cuenta de la magnitud de mi pregunta.

    — Este, yo…

    — Descuida —dijo él sonriente—, solo era una broma, vamos, ya veremos que hacer, además, viéndole el lado positivo, si alguna guardia nos encuentra, será más fácil evadirla si ellos piensan que soy tu esclavo.

    Sorprendida ante su inteligente y cortante comentario, me limité a mirarlo profundamente sin decir nada, de verdad necesitaba aprender a conocer a las personas, se puede aprender tanto con tan solo escuchar más y predecir menos.

    — ¿Y a dónde iremos? —pregunté tímidamente, la mezcla de ilusión e intriga revoloteaban en mi pecho como una bandada de pájaros.

    — Al Quilombo de los Palmares —respondió él con alegría, el brillo que aquellas palabras producían en sus ojos era encantador—. Es nuestra única salida.

    — ¿Quilombo?

    — Sí, específicamente un mocambo donde poder refugiarnos.

    — ¿Mocambo? —Repetí por inercia, el termino me era familiar pero apenas podía recordarlo. Ahora sí que me arrepentía de no haber prestado atención a las eternas letanías de mi madre.

    — Lo sabrás cuando lleguemos —añadió él—, ahora no tenemos tiempo que perder.

    — Pero… yo quería —musité nerviosa—, darme un baño.

    — Señorita, no hay tiempo que perder, ya será después.

    Caminar… ya estaba extrañando el dolor de mis pies.

    Describir lo largo y complejo de aquella extraña odisea me resulta un tanto complicado, ya que, mientras más avanzábamos en recorrido, mis pensamientos y sentimientos con respecto a este extraño joven cambiaban cada día más. Y si bien, al principio del viaje, todo resultaba en fricciones y contradicciones por parte de ambos, nuestras ideas de cambio e igualdad siempre conseguían mediar nuestros agitados ánimos. Caminar ya no resultaba tedioso ante su compañía. Un esclavo y una niña mimada viajando juntos hacia la libertad. Las dificultades que debimos superar, nos volvieron fuertes en un mundo hostil al que ambos deseábamos llamar hogar. Patrullas de caza esclavos, las miradas inquisitivas de las personas, con el transcurso de unos cuantos kilómetros, para ambos fue más que evidente que yo no podía seguir con mi imagen de niña rica. Si habíamos de triunfar, debíamos hacer grandes cambios con respecto a mi apariencia.

    Así que, superando mi gran amor por mi cabello, me deshice de él con la ayuda de Menelik y una rústica navaja que él traía en sus pantalones, al cabo de unos cuantos cortes, la princesita de mamá había desaparecido. Al menos la parte fácil había concluido.

    — ¿Y dime que haremos con respecto a la ropa? —pregunté con un cierto grado de astucia y felicidad al ver todo mi hermoso y largo cabello dorado irse con la corriente del río en el que habíamos parado a descansar.

    — Bueno, eso no será tan complicado, la ruta por la que hemos circundado, es una reconocida ruta de mercaderes, si aparezco por allí diciendo que mi amo ha sido asaltado y librado de sus pertenencias…

    — ¡Acaso pretendes que aparezca desnuda frente a ellos!

    — No, no, nada de eso, aunque con lo plano que es tu pecho, no creo que haya alguien que dude que eres un hombre. Uno muy flaco claro está.

    — ¡Grosero!

    — Vamos, venga, es solo una broma.

    — Sí, sí.

    — En fin, confiemos en que el altísimo nos ayude.

    Desprovista de mi ropa, me escondí entre la maleza y esperé la señal de Menelik. Dios, debía estar loca por aceptar tan absurdo plan. Tras dos horas de picaduras de mosquitos e insolación, mi paciencia había colmado su límite, si no fuese porque él se llevó mi ropa…

    — ¡Dios, como pude ser tan tonta!

    — Venga —susurró él a mis espaldas, ¿pero es que ni siquiera tienes posaderas?

    — … —La vergüenza de la situación me forzó instintivamente a correr hacia los matorrales y volver un ovillo ajeno a su indiscreta mirada —¡Eres un idiota, Menelik! —refunfuñe desde mi escondite— ¡Como puedes ser tan descarado!

    — Vaya, así es como me agradeces el favor que te hice —replicó él—. Como son de ingratas las mujeres.

    — ¿Nosotras?

    — Sí, ustedes —El tono de su voz parecía desaparecer, su risa sonoro era más estridente que sus intentos de tranquilizarme—. En fin, aquí tiene —refutó él mientras de entre un pequeño saco de fibra sacaba lo que parecía ser un pantalón negro de tela y una camisa blanca—. El resto de la vestimenta lo encontrará dentro del saco. Vístase en tanto yo busco algo de agua.

    Ojala pudiera entender a los hombres, Menelik podía ser tan….

    Agazapada entre los matorrales, me abalancé sobre el morral de ropa y me vestí dificultosamente, la idea de que alguien me descubriese me paralizaba. Sin embargo y debo aclararlo, amé al instante la comodidad y frescura que la ropa masculina podía proporcionar. Definitivamente, las mujeres de mi época estaban muy equivocadas con lo que respecta a versatilidad en moda.

    — Te quedo muy bien, “se-ño-ri-to” —dijo Menelik burlonamente al ver mi nueva apariencia.

    — Al menos, yo, me veo más atractivo —respondí alegremente uniéndome a su comentario.

    — Eso sí puedo jurarlo —La dulzura de sus palabras era embriagadora. Lejos de sus usuales tonos de sarcasmo, su comentario parecía más bien…tierno.

    — Menelik —respondí intimidada.

    — ¿Clary? —Sus intensos ojos verdes me observaron detenidamente por lo que bien pudieron haber sido años o milésimas de segundos, el tiempo parecía confabular con mi corazón y mis sentidos.

    — ¿Sí?

    — Será… será mejor que sigamos adelante.

    — … —Devastación total. No sé cómo, o porqué, mi invadió una profunda tristeza. Por una extraña razón, esas no eran las palabras que deseaba escuchar.

    Sobrecogida por aquella extraña certeza, me acerqué hacia él y seguí bajo su guía por simple inercia, absurdo, lo sé, pero la lógica no era algo que mi corazón quisiese manejar.

    Azorada por el impertinente calor del verano, me tumbé en seco sobre el poco refrescante pasto verdoso de los campos, me sentía demasiado desanimada para continuar.

    — ¿Ocurre algo? —indagó él algo tenso, ninguno de los dos se sentía cómodo desde nuestra última conversación.

    — No —me apresuré a responder secamente— ¿Debería?

    El no respondió, simplemente se limitó a sentarse a mi lado y observar el negruzco firmamento que se extendía sobre nuestras cabezas.

    — Sabes, Clary, la vida no es tan justa como debería.

    — ¿Qué?

    — Si quieres saberlo, la verdad es lo único que me queda, y aun así…

    Pero no pudo terminar, la repentina caída de una tempestiva lluvia nos obligó a levantarnos y correr para protegernos. Las alternativas no eran muchas pero al menos debíamos intentarlo, tal como lo habíamos hecho a lo largo de todo el camino. Completamente empapados, aturdidos por el hambre y el cansancio, ambos nos tumbamos sobre el suelo y nos abandonamos a la sombra de unas cuantas palmas.

    Al ver como la lluvia derramaba todas las lágrimas que luchaba por encerrar pude darme cuenta de lo molesta y patética que me sentía. La frialdad de la cercanía de Menelik me resultaba hiriente, demasiado dolorosa como para poder soportarla.

    Fue entonces que lo supe, me había enamorado. La aventura de mi libertad me había guiado a un amor imposible en el que yo era la única afectada. Ya que, como Menelik siempre dijo, él no estaba interesado en fijar sus ojos en una mujer tan pálida y delgaducha como yo. Lo amaba y él no. Esa era mi realidad.

    — Clary —dijo él intentando romper el ambiente—, sabes que puedes hablar conmigo, somos amigos ¿no? ¿Por qué no confías en mí?

    — Menelik —respondí fríamente, el dolor que me causaba el tener que aceptar mi realidad me cortaba el aliento—. Creo que, dado que tu famoso quilombo está cerca, lo mejor será que me vaya.

    — ¿Qué?

    — ¿Acaso piensas llevarme contigo?

    La realidad de la situación lo golpeó a él también, sabía que tenía razón pero no parecía querer aceptarlo.

    — Sabes bien que no seré bien recibida en una colonia de esclavos libertos, soy banca, esclavista como ustedes nos llaman, ¿no pretenderás que me maten o sí?

    — No tienes porqué irte si no quieres.

    — Ese es el detalle, quiero irme, lo necesito.

    Nuevamente, el verde misterio de sus ojos verdes me envolvió por completo derrumbando todas mis defensas, me sentía tan pequeña e indefensa que solo conseguí romper en llanto. Un llanto que de no haber sido por el cálido beso que él plantó en mis labios, hubiera continuado hasta exprimir todo mi corazón.

    — No quiero que te vayas, Clary — susurró el contra mi aliento —. No podría soportarlo.

    — Menelik, yo…

    — No hables, por favor, no —gorjeó con dificultad antes de volver a besarme con la misma ternura y devoción con la que me había cuidado durante todo este tiempo.

    Parecía improbable, incluso imposible entender como pudimos permanecer tanto tiempo callados, conteniendo egoístamente la explosión de este extraño y hermoso sentimiento de confusión y euforia pura que ahora vivíamos. Yo era suya y él era mío, sin importar lo que nos trajese el mañana, nuestros destinos estaban más que juntos…

    Acunados en el calor de nuestros cuerpos, ambos dimos la bienvenida al amanecer de una nueva realidad, la lluvia había cedido pero la tormenta de felicidad que se arremolinaba en nuestros seres estaba más viva que nunca.

    — Te amo Madeleine.

    — ¿Qué? —El sonido de mi nombre en su voz me congelo la sangre.

    — Lo sé, Madeleine, y no te lo reprocho.

    — Pero… ¿Cómo?

    — Quizás no me recuerde niña Madeleine, pero yo sí la recuerdo. La recuerdo intentando escapar a las barracas para jugar, la recuerdo intentando trepar árboles y caminar descalza, la recuerdo siempre caminando de la mano de mi madre y la recuerdo también escapando de la hacienda hacia la libertad.

    — Tú… ¿la hacienda? —cuestioné atónita, el intento de digerir su confesión me había dejado sin palabras.

    — No podía dejar que nada malo le pasase —pronunció con congoja, el brillo de unas pequeñas y finas lágrimas comenzaban a opacar sus ojos—. La amo demasiado como para permitir que alguien dañe sus bellas alas.

    Me sentía tan confusa, ni siquiera podía mover un músculo, lo amaba, eso era cierto pero, ahora solo podía sentirme como una boba.

    Y de repente, antes de que pudiese figar mis emociones, el golpe seco de una rama contra mi cabeza me quitó el sentido no sin antes ver como Menelik era golpeado y encadenado por un considerable grupo de hombres.

    Al despertar, la mirada encolerizada de mi madre ante mí, me permitió sentir a la misma muerte golpeándome en la cara con fiereza.

    — ¡Cómo pudiste Madeleine! ¡Cómo pudiste avergonzarme de esa manera! ¿Revolcarte con un negro inmundo? ¿Por qué no simplemente me arrancaste el corazón con tus propias manos?

    — ¿Menelik? —Ni siquiera el desprecio de mi madre podía apagar el miedo que sentía al saber la vida del hombre que amo en peligro.

    — ¿Qué? —gritó mi madre con soberbia mientras estrellaba su mano contra mi rostro— ¿Cómo es posible que te atrevas a preguntar por ese desgraciado? ¿Cómo, cuando el honor de la familia ha quedado enlodado en la desgracia por tu culpa? Ese desgraciado ya está pagando con Satanás su atrevimiento. Acaso creías que le perdonaría la vida luego de haber mancillado el nombre de mi familia. Solo muerta permitiría que ese infeliz hubiera seguido con vida. Ahora, lo que debemos hacer es, volver a casa, intentar olvidar esta desvergüenza y seguir con tu matrimonio como estaba acordado…

    Pero yo ya no seguía escuchando. Muerto, Menelik estaba muerto y con él, mi alma.


    Cuatro meses después de la muerte de Menelik, la hacienda era una locura, los sirvientes bajaban u subían por todo el salón arreglando los últimos preparativos de mi boda. Mi madre sonreía radiante mientras yo me refundía en el más profundo infierno. Pues aun cuando, tras mi decepcionante regreso a la hacienda, viví encerrada en mi cuarto tal como había decretado mi madre, el que ella designado a la madre de Menelik como mi cuidadora solo me demostraba cuan fría y cruel podía llegar a ser.

    Mi destino no había cambiado después de todo, solo había conseguido pintarlo con un poco de color. Y lo sé, fui irresponsable, inmadura, una completa imbécil pero al menos fui feliz, soy feliz, mi madre no pudo destruir mi amor por Menelik de todas maneras, el fruto de nuestro amor se acuna en mi vientre llenando mi vida de un nuevo brillo. Sé que no me queda escapatoria, pero al menos debo intentarlo. El recuerdo de nuestros días de libertad me lo exige. Si es necesario morir en el intento lo haré, no permitiré que ella destruya mi último recuerdo del más grande amor que conocí en la vida.

    FIN?
     
    Última edición: 12 Febrero 2014
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  2.  
    Elayne

    Elayne Lo onitumo lati sọ: wuyi lati pade rẹ.

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    El primer escrito que me saco una lagrima y me hizo reír muchas veces. Seré sincera Shassel, fue maravilloso la expresión que le diste.
    No es que me riera a rienda suelta cada vez que pudiera, pero puedo decir, que la gracia entre esta pareja dispareja, fue que me hizo pensar mucho en lo realista que fuiste con sus apariencias. Lo que no te mentiré, y me pareció un cliché en el trama fue el final, que fueran atrapados por la madre, osea estaba sobrepuesto. No me sorprendió en absoluto, lo que me gusto fue como se dieron dando las cosas, supiste darle en cada momento su determinada parte. Y por cierto, no le encontré el lime *es pervertida xD* en fin, eso no tiene nada que ver.
    Y todo me pareció proporcional, osea estaba a la medida, a lo que se debía concebir al leer.
    También quiero sobresaltar tu hermoso vocabulario, esta historia esta mas trabajada de los escritos que vi hasta ahora, solo se te paso dos o tres dedazos. Ahora una cosa que no quiero que se me escape, es que el final donde esta apunto de casarse sonó a hacer amargo y con un futuro nada prometedor.
    Con esto aclarado doy...
    Mi calificación: Muy bien.
     
  3.  
    Knight

    Knight Usuario VIP Comentarista Top

    Libra
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    Te diré que tienes una manera de escribir y narrar preciosa, me gusta mucho tu estilo, tus descripciones y me ha gustado bastante la historia y los personajes.

    Y de hecho estaba encantada con todo, pero hubo algo que me tumbó bastante, fue lo endemoniadamente rápido que se dió el romance entre esos dos, empezó bien, siguió bien... pero de acuerdo al tiempo de la historia, pasó solo un dia en el que ambos se enamoraron completamente... del muchacho lo entiendo, pues dejó en claro que a ella ya la conocía, pero ¿y Madelaine?.
    La hiciste quedar como una muchacha alborotada e impulsiva y esa es mi única queja, pues el romance en sí no está nada mal, lo encuentro hasta lindo.. ¿Pero por que hacer que las cosas fueran tan rápido?, eso a mi parecer y en mi opinión le quita todo el encanto a la pareja, pues me hace pensar que es otro típico relato de amor, donde se enamoran demasiado rápido y lo que viene después ya es totalmente predecible.

    Otra cosa es que en realidad este fic no es un Lime, si bien hubo unas lineas donde nos daban a entender lo que pasaba, no es tanto como para considerarlo un lime. Así que el prefijo sale sobrando.

    La ortografía estuvo bastante bien, aunque noté varios dedazos y faltas de tildes, igual no es nada grave.

    El final pues, de alguna manera ya me lo esperaba después de que los encontraron, pero no estuvo nada mal, triste y lamentable, pero bonito.

    No me malentiendas, estuvo bastante bien, aunque pienso que pudo haber estado aún mejor.

    Mi calificación:

    Bueno.



    Y eso sería todo por mi parte, muchísima suerte :3, espero seguirte leyendo por acá.

    Saludos.
     

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