[III Ciudad] Huacachina (Zona) [FSN]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Tarsis, 6 Diciembre 2019.

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    Tarsis

    Tarsis Usuario VIP Comentarista supremo Escritora Modelo

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    La laguna de Huacachina es un oasis ubicado a cinco kilómetros al oeste de la ciudad peruana de Ica, en medio del desierto costero del Pacífico. De aguas color verde, surgió debido al afloramiento de corrientes subterráneas y alrededor de ella hay una abundante vegetación compuesta de palmeras, eucaliptos (especies introducidas) y la especie de algarrobo conocida como huarango, la que sirve para el descanso de las aves voladoras que pasan por esta región.

    La ciudad está dividida en 3 zonas:

    La parte Este.
    La parte Oeste.

    Ambas están divididas por el Oasis en el centro.

    Reglas:

    -Necesitas 3 post para moverte de una zona a otra.

    -Recuerda que los servants sólo son visibles a los demás durante batallas.

    -Nunca pueden salir de los límites de la cúpula o son incinerados automáticamente (fuera de las 3 zonas).

    -Coloquen su ubicación en cada post. Para que no haya confusiones.

    Recuerden qué:

    -Cada día que pasa pierden 10 de vida. Por cada día que pasen sin que nadie muera todos van perdiendo 10 de vida que son mermados por la marca en su mano, se van sintiendo cada vez más cansados, débiles, hambrientos y adoloridos. (Deben colocar su barra de vida en cada post)

    -Cada 3 días el GM les obligará a actuar y a acercarse.
     
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    Tarsis

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    Día I: Mañana.
    Ésta vez apareció sentada, como si estuviese cansada:

    —Repetimos lo anterior, no desperdiciaré mis palabras, así que escuchen con atención: He puesto una recompensa en el centro del lago. Cuando lleguen allí, podrán verlo flotar. Quien tome ese objeto, automáticamente volverá a su realidad, y se verá a salvo ésta ronda. Bendecido sea aquel que lo tome.

    Con un leve puff, se volvió una lluvia de arena. El viento desértico les dio de lleno en la cara, el sol ardiente de lleno en la piel en el momento que abrieron los ojos. Todos sintieron como su cuerpo se hundía un poco bajo la arena suelta.


    —Mizuki y Daichi han despertado en la parte Este. SweetSorrow El Calabazo
    —Jezebel yJoey ha despertado en la parte Oeste. Yáahl Gigi Blanche


    ...
    Importante:

    —La distancia en el desierto es larga y pesada. Así que, necesitan expresar el cansancio.
    —En el centro en el oasis, deberán nadar. Pero, tendrán un inconveniente. Hay distintas formas de vida hostiles en ese lago, que se ven atraídos por el agua. Ya luego de que estén en el lago, necesitan 2 dados par, para poder alcanzar el centro. Si sale un impar, recibirán un ataque de alguna de estas criaturas.
    —Y por último, diviértanse. :)
     
    Última edición: 6 Diciembre 2019
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    Gigi Blanche

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    Joey Wickham
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    De repente, sus pies habían abandonado el cemento caliente para hacer contacto con arena blanda. Luego de tres ocasiones donde fue movido mágicamente a ciudades aleatorias, su cuerpo había comenzado a acostumbrarse a la sensación de teletransportación. Al comienzo creía que era totalmente inadvertido, pero existían pequeños indicios. Las extremidades, por ejemplo, se tornaban algo más ligeras y su vista se enfocaba y desenfocaba, similar al obturador de una cámara. Duraba apenas segundos, pero era suficiente para hacerle saber que comenzaría de nuevo. Aquel juego.

    Desierto. Llano, seco, ventoso y caluroso. El sol irradiaba brillo con una intensidad descomunal y se incorporó de la arena, quitándosela de la ropa. Había dejado su chaqueta en la habitación, por lo que solo iba de sudadera blanca, jeans y botas. Tampoco tenía su celular encima. Se ajustó la cola alta que se había hecho en el cabello mientras compartía una cerveza con el de recepción y notó que Jez se encontraba a su lado.

    —Buenos días, Bellabel. Espero que hayas traído protector.

    Su sonrisa era la habitual, aunque probablemente su voz no contara con el brío y la jocosidad de antes, como cuando aparecieron en esa extraña sala dorada y apenas se conocían. O cuando cayó sobre un tejado y aún no tenía mucha idea de qué pasaría. Apenas una semana había transcurrido desde entonces, pero se sentía como una eternidad. Ni siquiera podía decir que se creyera en el mismo cuerpo, siendo la misma persona.
     
    Última edición: 6 Diciembre 2019
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    De nuevo.
    Todo dando vueltas, desenfocándose, para dar lugar a un nuevo paisaje, esta vez no era más que arena, arena a todo su alrededor y aquel sol que sentía que la atravesaba de lado a lado.
    Se incorporó, sacudiéndose con la mano izquierda la arena que se le había pegado a la ropa y al cabello, para luego darse cuenta de que en su mano derecha aferraba con fuerza una bufanda de color beige. El regalo de nani, el que había dejado fuera de su habitación.

    ¿Qué se supone que estaba haciendo antes de aparecer allí? No tenía idea y esos agujeros en su memoria eran cada vez más frecuentes, como si su conciencia estuviera rota y algunos pedazos hubieran quedado en sabría Dios dónde.

    Una voz conocida la sacó de su tren de pensamiento y la hizo voltear el rostro bruscamente, al tiempo que sentía sus ojos cristalizarse por las lágrimas.

    "Bellabel".

    Prácticamente se arrojó sobre el moreno, envolviéndolo en sus brazos con fuerza, para luego separarse rápidamente y sostener sus manos, sin dejar de aferrarse también a la bufanda.

    —Perdón —dijo con un hilo de voz y a decir verdad, esa sola palabra podía tomarse de cualquier forma, ¿perdón por qué exactamente?—. Yo... esta vez no te escribí nada, ni a Dai, perdón.

    Cuando lo soltó por fin, deshizo sus dos coletas e hizo una sola alta, con las mismas cintas; luego utilizó la bufanda para cubrirse la cabeza y soltó un pesado suspiro.

    >>Un poco inoportuno esto de aparecer en un desierto, a decir verdad. Ojalá morirme de una insolación. —El comentario no era propio de sí, pero no pudo evitarlo. Justo después de decirlo se volteó y empezó a andar, despacio, agradeciendo al menos que las botas no dejaban que la arena se metiera en sus pies—. Vamos, Joey, no creo que nadie quiera extender demasiado nuestra estadía en este infierno.

    Sentía que el sol prácticamente le atravesaba la piel de los brazos, a pesar de que una parte era cubierta también por la bufanda.



    Hold my beer, que vengo con los instrumentales
     
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    Gigi Blanche

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    Joey Wickham

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    Los momentos importantes parecen congelarse en el tiempo, pensó Joey. Aunque hubiesen transcurrido apenas segundos entre que Jez le devolvió la mirada, avanzó para abrazarlo y se alejó, Joey podía recordar cada pequeño fragmento de memoria con un detalle e intensidad diferente a la realidad; pues apenas había podido notar las lágrimas contenidas tras su mirada ámbar, o envolver su menuda espalda con los brazos, o decirle que todo estaría bien, pero sus ojos, su calor y luego el frío permanecían vivos como fantasmas.

    Una sensación incómoda le presionó el pecho. ¿Cómo habría pasado ella el tiempo en casa? ¿Habría llorado? ¿Habría sentido frío, vacío, dolor? ¿Quizá le habría enviado un mensaje, y él no lo leyó? De repente, le avergonzó la posibilidad de que ella lo hubiese buscado mientras él se empeñaba en minimizar la importancia de todo.

    Las manos de Jez permanecían aferradas a las suyas. Joey alzó la mirada hasta sus ojos, mientras acariciaba la piel pálida con la yema de los pulgares, y frunció ligeramente el ceño. ¿Estaba bien? ¿Sentir ese deseo tan inmenso y molesto de protegerla? ¿Podría hacerle honor hasta el final?

    ¿Cuál era, exactamente, el final?

    "Perdón", la escuchó decir, y su ceño se relajó. Se la veía contrariada, y sonrió enternecido. ¿Tenía acaso algo que perdonarle? Notó su dificultad para proseguir la idea, por lo que afianzó el agarre alrededor de sus manos y asintió suavemente con la cabeza.

    "Esta vez no te escribí nada".
    "Perdón".

    De alguna forma, oír eso le quitó un peso de encima. Aunque... si él le hubiese escrito...

    —No te preocupes por nada de eso —murmuró—. Además, ya estamos aquí. No es como si este condenado juego nos mantuviera separados mucho tiempo, ¿verdad?

    Jez lo soltó para atarse el cabello en una coleta alta y Joey se sonrió, pensando que le quedaba adorable. Comenzó a caminar, entonces, mientras oía las quejas de la chica a su lado. Iba bastante en silencio, sobre todo para ser él. Quizá reaccionaba con alguna risa corta o un asentimiento, y no mucho más. A pesar de las circunstancias, estar junto a Jez sentía que lograba hacerle bien. Era una especie de tranquilidad, quizá en medio de ese infierno. ¿Por qué confiaba sin titubear en que aquella chica no le ordenaría a su servant atacarlo de repente? ¿Estaba idiota o qué? Una idea le cruzó la mente, seguramente la respuesta a sus dudas, y prefirió apartarla lejos. Era demasiado triste y patética.

    El sol era agobiante, y comenzaba a sentir la falta de agua al fondo de la garganta. Luego de un tiempo andando, dijo:

    —Esa bufanda, no la llevabas antes. ¿Hace frío donde vives?

    Decir eso en voz alta le hizo darse cuenta de cuán poco conocía a Jez realmente, o a cualquier otro participante de esa guerra. ¿De dónde eran? ¿En qué tipo de casa vivían? ¿Sus familias eran amorosas, numerosas, pequeñas, disfuncionales? ¿Tendrían muchos amigos? ¿Se sentirían solos? ¿Qué sueños tendrían para el futuro?

    —En casa hace un calor del demonio —comentó, metiendo las manos en los bolsillos—. Aunque no me molesta; siempre fui bastante resistente al verano, porque desde pequeño he trabajado en el negocio familiar. Tengo la piel curtida, ¡como un lagarto!
     
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    El calor era agobiante, sin mencionar siquiera la terrible sed que comenzaba a sentir. En algún punto de su caminata en medio de la nada, guardó silencio por fin, y su mente volvió a desviarse. La muerte de Mila, la muerte de Lena, los ojos eléctricos que perdían su brillo; las decenas de post-its frente a su escritorio, ese papelillo amarillo neón que tenía la pregunta que le martillaba la cabeza desde entonces.
    Fue la voz de Joey lo que la hizo regresar, haciéndole dar un ligero respingo.

    Tomó entre sus dedos uno de los extremos de la bufanda y la acarició con un dejo de ternura. Lo escuchó seguir hablando y cuando estaba por preguntarle por el negocio de su familia, salió con eso del lagarto, arrancándole una genuina risa, la primera que emitía desde que los habían regresado a casa la última vez.

    —No creo que tu piel de lagarto sea lo suficientemente resistente al sol del desierto, cielo. —No se había percatado siquiera de la forma en que se había dirigido a él, quizás ni siquiera supiera que una parte de la jovialidad de Joey le recordaba a la alegría infantil de sus primos. Suspiró con pesadez, soltando el extremo de la bufanda y entrelazando las manos tras la espalda mientras seguía andando—. Yo no diría que hace frío, bueno, no siempre. La bufanda fue un regalo de nani.

    Se dio cuenta de la forma familiar en que estaba hablando y soltó una risa de nuevo.

    >>De mi tía, quiero decir, porque sabe que me gustan y cuando refresca a veces prefiero cargar una bufanda que un suéter. La dejó fuera de mi puerta el día que... —Su relato se detuvo, ¿el día que mató a Lena, eran esas las palabras que buscaba acaso? Y cuando continuó, su voz sonó ligeramente más apagada—. La última vez que todos fuimos enviados a casa; pero a decir verdad no recuerdo por qué la tenía en la mano cuando aparecimos aquí hoy.
     
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    Joey Wickham

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    Oír a Jez le resultaba similar a mirarse frente al espejo, a darse un largo y doloroso vistazo a sí mismo. Su voz era suave, como siempre lo había sido, y escondía detrás una tristeza difícilmente comprensible para alguien que no hubiera estado allí, en esas ciudades, en esos momentos. Intentó sonreír, pero sólo consiguió esbozar una mueca apenas ladeada. Mantuvo los ojos fijos en el eterno horizonte de cielo y arena, preguntándose en qué momento lograrían vislumbrar algo de agua o vegetación.

    —Vaya, ¿tu tía teje tan bonito? Podría aprovechar y encargarle un sweater, que me hacen falta.

    Quería preguntarle. ¿Qué había pasado en ese infierno congelado? ¿Cómo habían acabado en esa situación? ¿Acaso él había herido tanto a Lena, hasta dejarla al borde de la muerte? ¿En serio... él había hecho eso?

    —Aunque vete a saber cuánto saldría el envío, porque ¿de dónde eres, Bellabel?

    Quería preguntarle.

    —Yo soy de Inglaterra, por cierto. Nací y crecí en Falmouth, una pequeña ciudad que está bieeeen al sur y es bastante bonita. Aunque puede tornarse aburrida para gente de nuestra edad.

    Soltó una risa de forma tan natural que se sorprendió de sí mismo. ¿Era su deseo desesperado de volver a la normalidad? ¿Era su falta de empatía? ¿Estaba fingiendo, realmente? ¿O solo era eso lo que quería creer?

    ¿Y si no sentía nada en absoluto de verdad?

    Quería preguntarle. Necesitaba hacerlo.

    —Mi hermano, por ejemplo, siempre quiso irse. Lo logró por un tiempo, de hecho, pero al final tuvo que volver. Como si estuviéramos atados a Falmouth.

    Estaba estaqueado al suelo. Aunque hubiera huído por fin, aunque el paisaje cambiara cada vez que abría los ojos, permanecería atrapado en Falmouth por el resto de su condenada vida; y los grilletes pesarían más y más, a menos que hiciera algo. Tenía que hacer algo. Pero ¿qué, exactamente?

    Quería preguntarle.

    —¿Y tú? ¿Qué haces de tu vida?

    Pero no podía. No podía obligarla a revivir todo ese dolor, y no podía enfrentarse a la verdad que Jez le confiara. Era débil, tenía miedo, y no podía.


    Asklajdlkajda PERDÓN me había olvidado de esto kill me ;-;
     
    Última edición: 14 Diciembre 2019
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    Una sonrisa se formó en su rostro al escucharlo hablar y se concentró en eso, en solo el tono de su voz, como si fuese lo único que existía, porque quería dejar de pensar en Lena, en sus ojos verdes, en la nieve, y en Daichi haciendo el trabajo sucio por ella.

    Quería dejar de pensar, pero a la vez necesitaba decirle a Joey.

    ¿El qué?

    Que había sido ella.

    Se perdió en su voz, en su historia, en sus preguntas. Siguió cada disminución y aumento en su tono de voz, cada cambio, y de alguna forma sabía que era como si intentara grabarlo en su memoria. Grabar a Joey, junto a su familia, grabar al chico del pueblito de Inglaterra... porque no sabía qué sería de ninguno de los dos.

    Si no le decía iba a volverse loca, si no le decía un día no regresaría de las lagunas en su memoria y sus fragmentos se atarían a lo que había pasado en el paisaje nevado.

    —¿Yo? —preguntó, volviendo a la realidad. Sostuvo la bufanda con sus manos, para evitar que el viento se la arrebatara—. Mi padre tenía ascendencia rusa, supongo, por el apellido, pero nací en los Países Bajos... en Holanda. Vivo con mis tíos y mis primos, porque mis padres fallecieron cuando yo era pequeña. Han vivido en la misma casa desde que recuerdo y cuando nacieron mis primos no me he dedicado a otra cosa que cuidarlos.

    Tragó grueso.

    ¿Qué sería de ellos si moría allí? ¿Qué sería de la familia de Lena? Y también, ¿qué sería de la familia de Joey si no volvía, de su hermano, de quien fuese?
    ¿Por qué había terminado allí, con esos chicos? ¿Por qué había tenido que conocerlos a todos? ¿Por qué tenía que conocer a Joey, al alegre Joey, al que no podría regalarle nada tejido por nani?

    Detuvo sus pasos un momento, sintiendo su boca pastosa, el sudor en su cuerpo, el cansancio en sus músculos y los comienzos de una terrible migraña. Inhaló el aire seco con fuerza, como si el oxígeno no le llegara a los pulmones.
    Un trozo de memoria borroso regresó a ella, incomprensible y la empujó. Si no hablaba, sus emociones estallarían, su cabeza estallaría, toda ella se haría trizas.

    —No lo recuerdas, ¿cierto, cariño? No creo que ninguno lo tenga muy claro... pero creo que a ti se te escapan una mayoría importante de fragmentos, porque también te perdiste. Tú y Lena se perdieron y no pude traer a ninguno de regreso a tiempo —masculló por encima del ruido del viento en sus oídos. Retomó la marcha, aún más despacio, física y mentalmente agotada—. Llegué para defenderte a ti y a Sato. Fue Caster, fui yo, quien prácticamente acabó con ella y... al final no pude. ¿Debí dejarla ahogarse? ¿Fue eso lo que debí hacer con tal de evitar que Daichi tuviera que hacer lo que hizo?
     
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    La misma shit de Yaahl porque no hay nada mejor para este mood <3 ;-;


    Joey Wickham

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    Podía notarlo. Debajo de la conversación casual, de sus intentos por recuperar algo de cordura dentro de esa enorme y desquiciada locura, Joey podía notar una ligera tensión asentada entre ellos. No era rencor, tampoco era exactamente enojo. Era más bien... un pacto tácito. Uno que ambos deseaban que el otro rompiera sin necesidad de pedirlo. Esperaban lo que no podían hacer, lo esperaban en cobardía y silencio.

    La mención de la muerte en boca de Jez, una muerte ajena a esa guerra, lo sorprendió y le estrujó el corazón. Sus pies se habían detenido por un breve instante, pero Joey los obligó a seguir avanzando y apretó los labios.

    —¿Es lindo vivir con ellos? —inquirió, suavizando su voz—. Con tus tíos, y tus primos. ¿Son pequeños? ¿Cómo se llaman?

    No quería inmiscuirse demasiado en recuerdos dolorosos, tampoco quería recurrir a las respuestas de manual. No tiene sentido que la gente se disculpe cuando pierdes a un ser querido, no tiene el más puto sentido que tu maestra de quinto grado se acerque y te diga "lo siento" junto al cajón de tu madre muerta. No lo tiene, y es irritante, y es patético.

    Él era él, y quizá Jez pensara diferente. Pero no haría lo que detestaba que hicieran. Además, ¿de qué otra forma podría responder? ¿Compartiendo sus propias experiencias? ¿Haciéndole notar que la entendía, que habían sentido y vivido lo mismo? Fuera cual fuera la palabra que de su boca saliera, vendría atada a una mentira. Sin importar qué dijera sobre la muerte de su mamá, o la de su papá, no podría contarle toda la maldita historia. Y eso le dolía.

    Prefería callar.

    Jez se detuvo, y Joey la observó. Había demasiado entre ellos, pesaba tanto que comenzaba a asfixiarlos. Lo sabía. Sabía lo que había en su mente. Quería huír, salir corriendo de allí, tan fuerte y tan rápido hasta que el viento borrara las lágrimas de sus ojos. Pero también quería que Jez hiciera lo que él no podía. Quería delegarlo, quitárselo de encima, no ser tan culpable.

    Era patético.

    "No lo recuerdas, ¿cierto, cariño?"

    Jez parecía tener el poder de volver las pesadillas realidad. Esas simples palabras fueron suficientes para desarmar su estúpida armadura, esa con la cual había bebido cerveza, había conversado con el recepcionista y le había pedido un sweater tejido. Era esa horrible armadura que él creía de acero pero en realidad se trataba de arena. Y Jez era la lluvia.

    Su mirada se cayó al suelo mientras la oía. Asentía cabizbajo, como un niño pequeño siendo retado, una y otra vez. Allí estaba, esa era la realidad. Ahora, ¿qué se suponía que hiciera con ella? Se estaba mordiendo los labios, intentando contener la congoja atorada en la garganta. Si decía una sola palabra se quebraría, y no quería. ¿Cómo había sido capaz de ignorarlo tan bien, tanto tiempo? ¿En serio era tan estúpido? No. Era patético. Era lamentable y cobarde. Y se odiaba por ello.

    "¿Debí dejarla ahogarse?"

    Pero al final, siempre era más fuerte por los demás que por sí mismo.

    "¿Fue eso lo que debí hacer con tal de evitar que Daichi tuviera que hacer lo que hizo?"

    —¡No! —exclamó, alzando la cabeza de repente—. ¡No, Jez!

    Avanzó hasta ella, y apoyó ambas manos sobre sus hombros. Quizá hubiera algunas lágrimas tintineando en sus ojos, quizá estuviera viéndola demasiado fijo, pero nada de eso le importaba. No se perdonaría mantenerse en silencio cuando la chica frente a él decía semejantes cosas.

    —Yo... Fue... No recuerdo, es verdad. Para ser sincero, no recuerdo prácticamente nada. Es desesperante y es molesto, pero no. No tienes la culpa de nada. —Apretó los dientes, y afianzó el agarre sobre sus hombros—. Lo que tú hiciste, o lo que yo haya hecho, o lo que Daichi hizo, es todo parte de la misma gran mierda en la que acabamos metidos. Estamos... todos encadenados.

    Sí. Una gran cadena. Como la que lo mantenía estaqueado al suelo, incapaz de avanzar o salir de Falmouth. Era una cadena gruesa y pesada, que había enlazado sus destinos entre sí y para siempre.

    —Ninguno de nosotros lo pidió, ninguno lo quería, pero ocurrió. Y no sé de quién sea la culpa, pero ninguno de nosotros la tiene, ¿me oyes? Ninguno. Y menos tú, Jez. —Intentó sonreír, y quizá lo logró, aunque se viera triste y vacío—. No tienes la culpa de nada. No tienes que preocuparte, ni decir esas cosas... por favor.
     
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    Iba a poner otra, pero mejor solo dejen Arctic en bucle.

    Sabía lo que hacía, lo sabía de sobra. Había en la conversación de Joey y sus preguntas una clara intención de cubrir las pesadillas que los unían, el terrible lazo oscuro que los mantenía atados.

    Joey quería cortarlo y ella solo lo había apretado hasta el punto de resultar doloroso, afianzando el nudo. Afianzando su propia conciencia, que amenazaba con hacerse pedazos.

    Silencio. No tenía que mirarlo para saber sus gestos, no porque lo conociera bien, sino porque él no quería recordar y ella lo estaba obligando.

    Antes de darse cuenta, lo tenía encima y se vio a sí misma reflejada en su mirada oscura.


    "No tienes la culpa de nada".


    Sus ojos se abrieron más, humedeciéndose contra su voluntad.


    "No tienes la culpa de nada".


    El corazón se le encogió dentro del pecho.
    Ella, la que había derribado a Lena de los hombros de Berserker, ¿no tenía la culpa de nada? Quién sabe, no era capaz de creerlo, pero que otra persona se lo dijera había sido suficiente para que al menos se lo preguntara y, una parte de sí, se sintió aliviada.

    Ella nunca dijo que fuese su culpa directamente, pero era obvio que así lo sentía y él intentaba librarla de ese sentimiento horrible.
    Le sonrió, como solo Joey sabía sonreírles a todos; ni siquiera notó la fuerza de su agarre en sus hombros. Extendió su mano hacia él, posándola con cuidado en su mejilla para dedicarle una suave caricia, tranquila, maternal, el tipo de caricia que busca consolar; y a la vez se irguió un poco sobre las puntas de sus pies, aunque la arena cedió levemente bajo su peso, y le estampó un beso en la mejilla contraria.


    —Eres un buen chico, Joey —murmuró antes de separarse de él completamente.


    Permaneció en su lugar unos instantes, intentando descifrar qué era lo que había encontrado con ese simple tacto, a qué se debía esa tranquilidad momentánea que sentía en el corazón.

    Retiró con cuidado las manos del muchacho de sus hombros, sujetándolas entre las suyas un instante y, sin permiterse continuar buscando la respuesta a su pregunta, lo sujetó del brazo para seguir andando a su ritmo.

    Los dos actuaban para los demás, ¿cierto? Sí. Quizás tuvieran más en común de lo que pareciera.


    —Pronto deberíamos ver algo más que arena, ¿no crees? —Sonrió ampliamente sin apartar la vista del frente, de forma sincera, sin saber muy bien por qué.


    Y me gustaría que vuelvas a casa esta vez, cielo.

    Su mente completó la frase sin permiso y un pesado suspiro se le escapó de los agotados pulmones.
     
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    Solo dejen Arctic, pls

    Joey Wickham
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    El tacto de Jez le hizo cosquillas por un momento, y luego acunó su mejilla con suavidad y templanza. Era cálido, y Joey abandonó uno de sus hombros para cubrir su mano con la propia; como si quisiera inmortalizar ese minúsculo acto, esa pequeña muestra de ternura y contención. Sus dedos se rozaron, y Joey cerró los ojos un instante. Sólo Dios sabía cuánto había añorado esa clase de sensaciones, por más agridulces que fueran.

    Él no dijo nada, y ella lo besó. Se puso de puntillas y alcanzó su otra mejilla para presionar sus labios, suavemente, en cámara lenta. Abrió apenas los ojos, entonces, y frunció el ceño antes de volver a recibir la mirada de Jez. Le sonrió cálido, estrujó apenas sus dedos y dejó ir su mano con cierta reticencia.

    Ah... No debía estar sintiendo eso, ¿verdad? Era un problema.

    "Eres un buen chico, Joey."

    ¿Era eso cierto? No estaba seguro, pero saber que eso era lo que ella pensaba le confirió cierta tranquilidad. Quizá fuera una mentira, una mera ilusión hipócrita, pero quizá, sólo quizá, los ojos de Jez lo miraban y veían en él a un buen chico. Uno alegre, honesto, dulce y protector. Y eso... se sentía bien, aunque al mismo tiempo le rompiera el corazón.

    Ella envolvió su brazo y retomó el camino, pero él no podía dejar de pensar. Quería hacer tantas cosas por Jez, quería... ojalá...

    —Ojalá habernos conocido de otra forma.

    Las palabras salieron solas. Quizá estaba siendo cruel al seguir volviendo realidad pensamientos tan dolorosos, pero las palabras habían salido solas y no quería callarlas. Se detuvo un segundo para verla a los ojos y sonreírle. Luego, volvió a andar.

    —Ojalá habernos cruzado en un bar, de esos atestados de gente. Creo que tu cabello me habría llamado la atención de inmediato, brillando bajo las luces ultravioletas. Seguramente... me habría acercado, y habría hecho alguna broma tonta para romper la tensión. Te habría dicho mi nombre, y habría buscado seguir haciéndote reír de cualquier forma. ¿Te gusta la cerveza, Jez? Porque te habría invitado algo, definitivamente. Lo que quisieras. Y luego... —Sonrió al horizonte, una sonrisa amplia y honesta, mientras imaginaba todo aquello que jamás ocurriría—. Habríamos charlado. Durante horas y horas, de las cosas más estúpidas. Quizás hasta...

    Quizás hasta te habría besado.


    —Hasta te habría llevado a casa, y habría sido la excusa perfecta para pedirte tu número y seguir en contacto. Sabes cómo te agendaría, ¿verdad?

    La codeó suavemente, soltando una risa corta. Prefirió mantener vivo al Joey alegre, ese que a ojos de Jez era una buena persona. Prefería ser eso, y no lo que era ahora. Por eso mentía, fingía y decía estupideces para rellenar el silencio luego de haber dicho cosas vergonzosas. Soltó un suspiro casi imperceptible y volvió la vista al frente.

    Ah, la vida podía ser tan injusta.
     
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    Zireael

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    Su tacto era cálido, tanto que de repente sus propias emociones le resultaron casi tan dolorosas como la imagen de Lena boqueando por aire.
    De nuevo, el aumento y disminución en su tono de voz, sus palabras, cómo pronunciaba cada una; la manera en que hablaba con ella. Quería guardar todo eso en su memoria.

    ¿Por qué?

    Porque era una necia. Porque era su amigo.

    Porque en otras malditas circunstancias quizás hubiera sido más que eso y la idea, aunque extraña ahora mismo, no le disgustaba en lo más mínimo.

    Sus palabras le abrieron una enorme herida en el pecho, dejando su corazón expuesto, y su amplia sonrisa fue sustituida por una llena de melancolía. Dulce y amarga a partes iguales, porque lo había entendido. Las palabras de Joey habían respondido a su pregunta, junto a su anterior pensamiento.

    No era una necia. Era una idiota a secas.

    Alzó la vista al cielo azul vibrante y cerró los ojos, caminando a ciegas, confiando en que él no la dejaría caer. El sol dorado, en su punto más alto, la hizo pensar en los ojillos de sus primos y en los suyos propios; cuando regresó la vista al frente, abriendo los ojos, fue cuando él se detuvo a mirarla y sonreírle. Cálido, dulce, amable.

    —Habría aceptado que me invitaras a algo, poco importaría el qué —continuó, unida él por el lazo negro que había ajustado alrededor de ambos, en la misma línea de pensamiento—. Corrijo, tú habrías charlado puras estupideces durante horas. Eres un parlanchín y encima no paras quieto, pero está bien escucharte.

    Hizo una pausa que a ella misma le resultó eterna.
    Imaginó cada escena, cada palabra, cada risa del moreno. Todo. Todo eso que no sería nunca, que era solo un sueño que ahora ambos usarían para torturarse.

    —¿Llevarme a casa? ¿Ahora vas a decirme que eres un romántico, Joey? —Se le escapó un carcajada genuina, a pesar de que le dolía el corazón, y su cuerpo respondió a un único impulso; el que pedía a gritos una calidez que ese maldito sol infernal no le transmitía. Deslizó su mano hasta la de Joey, sin atreverse a mirarlo siquiera, y entrelazó sus dedos, uniendo sus manos quizás con demasiada fuerza.

    Fue menos de un minuto, porque si se permitía un solo segundo más se haría pedazos allí mismo, pero no podría quedarse tranquila si no se permitía por lo menos eso. Deshizo el agarre para volver a sujetarse de su brazo, como si semejante estupidez jamás se le hubiese pasado por la cabeza, y las palabras que salieron de su boca, asumiendo que estaban hablando en la misma sintonía solo aumentaron el dolor en llevaba encima.

    —No deberías... —Tomó aire con fuerza, siendo aún más consciente de la sed terrible que sentía—. No deberíamos estar sintiendo nada de esto, cielo. Lo sabes.

    Ahora bajó la mirada hacia la arena bajo sus pies, revolviéndose con sus pasos, elevándose y siendo arrastrada por el viento.
    Ojalá el viento se los llevase a ellos también.

    —Aunque me alegra haber podido conocerte sin importar las circunstancias, y que, aunque tal vez sea un mero reflejo, pueda ver tranquilidad en ti cuando me miras, a pesar de todo lo que ha pasado. —Se volvió hacia él por fin, dedicándole una cálida sonrisa—. Después de todo, no hay nada mejor que poder tranquilizar a quienes quiero.
     
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    Gigi Blanche

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    Al final, Jez le había seguido la corriente. Joey rió por sus acotaciones, reconoció ser un molesto charlatán, incluso ser un romántico muy, muy en el fondo. Tuvo que reconocerlo todo, aceptar cada pequeña verdad que aquella chica prácticamente desconocida había aprendido a ver en él durante tan corto tiempo. ¿Sería la situación? ¿Por eso tenía la sensación de conocerla de toda una vida? ¿O solo era su deseo inútil de querer prolongar aquellos momentos de tranquilidad lo más posible?

    Ambos lo sabían. Cualquier intento era fútil.

    "No deberías... No deberíamos estar sintiendo nada de esto, cielo. Lo sabes."

    Jez había tomado su mano, había entrelazado sus dedos con fuerza, luego de cerrar los ojos y permitirse guiar por el eterno desierto. ¿Tanto confiaba en él? ¿Así de bien la había engañado? ¿O sólo eran un par de idiotas?

    Fuera cual fuera la respuesta, toda la ternura y toda la pureza de la chica a su lado comenzaban a clavarse en su pecho como puñales empapados en culpa y vergüenza. ¿Acaso debía... confiar tanto en él? ¿No era una persona peligrosa?

    ¿Y si se perdía, ahora mismo, junto a ella, y no era dueño de sus acciones?

    —Lo sé —soltó sin más; no había sido áspero ni rígido, pero la respuesta había acudido de inmediato—. Pero ¿qué puedo hacer? Aunque ahora nos separáramos, o decidiéramos ser extraños, o peleáramos a muerte, ¿qué puedo hacer? —Miró a Jez de soslayo sin dejar de caminar, mientras se encogía de hombros, y sonrió—. Soy un romántico, después de todo.

    Decidió no acotar nada más, sus ánimos se habían aplastado bastante. Tenía miedo de permanecer junto a Jez, tenía miedo de sí mismo. Pero al mismo tiempo quería protegerla, quería estar ahí por si algo le pasaba. Quería ver su rostro, oír su voz y sentir su brazo encadenado al propio, alimentando la vana fantasía de permanecer así para siempre. Quería y no quería, quería pero no debía. ¿La necesitaba? Tal vez.

    De cualquier modo, y al menos de momento, no tenía la menor intención de alejarse de su lado.

    Cuando volvió la vista al frente, frunció el ceño intentando enfocar lo que parecía ser una breve silueta oscura en el horizonte.

    —Oye, ¿ves eso? Allá, al fondo.
     
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    Zireael

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    No hizo más que asentir ante sus palabras, porque lo cierto es que, llegados a ese punto, poco importaba lo que hicieran y en el fondo ella sabía que decidiera lo que decidiera, sería prácticamente igual de doloroso.
    Desde que Mila había muerto todo era dolor de por sí.

    Cuando Joey llamó su atención respecto a lo que se divisaba al horizonte, apretó el paso, arrastrándolo consigo. Sin embargo, en algún punto se detuvo de golpe, volviéndose hacia él y deshizo el débil nudo que sostenía la bufanda que le cubría la cabeza.

    —Lo que no sabes, Joey —habló mientras dejaba que el viento extendiera la prenda antes de volver a tomarla con ambas manos—. Es que también soy una romántica, y de las más estúpidas.

    Ya no era la chica tímida de la sala dorada, no era que hubiese dejado esa faceta de sí olvidada en quién sabe dónde, pero ahora había en sus gestos, en sus acciones e incluso en sus pensamientos una determinación de la que había carecido con anterioridad. Quizás era por eso que aunque fuese a regañadientes, Caster respondía a sus órdenes.

    Una vez más, le dedicó una sonrisa al muchacho, y contuvo el impulso de volver a estamparle un beso en la mejilla. Se puso de puntillas de nuevo, para cubrirle la cabeza cuidadosamente con la bufanda y rodearle el cuello con los extremos, apenas para que no fuese a salir volando con el viento, porque tampoco planeaba ahogarlo de calor.

    ¿Confiaba en él? Sí, no sabía muy bien por qué, pero lo hacía. Después de todo, si hubiese querido matarla ese era el momento perfecto.

    —Así que hoy te quedarás con esto. —Le acarició la mejilla con las yemas de los dedos, tan suavemente que prácticamente fue un roce, y cuando retiró la mano, se deslizó accidentalmente por la comisura de sus labios—. Y volverás a casa esta vez, lo harás tú o lo hará Daichi por lo que hizo por Lena. No es debatible, por cierto.

    Otra sonrisa melancólica.
    Sin darle tiempo siquiera de responder o reaccionar, reinició la marcha, acercándose a la silueta en el horizonte, deseando que antes de cualquier cosa por lo menos se le permitiera aplacar la sed que sentía o tan siquiera refrescarse el rostro.
     
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    Gigi Blanche

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    La traigo again que quedó muy arriba (?


    Joey Wickham
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    Habían apurado el paso, y lo que al comienzo había sido un mero manchón oscuro y uniforme, lentamente había cobrado la forma de copas de árboles, verdes y brillantes. Joey sonrió y se relamió los labios, secos por el esfuerzo físico y el intenso viento desértico.

    Al fin. Un oasis.

    Se había distraído lo suficiente como para sobresaltarse cuando Jez paró la marcha de repente y se giró hacia él. La intensa brisa le revolvía el cabello albino en todas direcciones mientras se quitaba la bufanda con cuidado y lo miraba. Sus ojos ámbar, bajo el despiadado sol del mediodía, refulgían y lo miraban con toda la suavidad, la pureza y la ternura propias de Jez. Mientras le envolvía el cuello con la bufanda, se reprendió mentalmente por estar observando su rostro, su sonrisa, sus labios, y preguntarse cómo sería besarla.

    ¿Qué sentido tenía? Aunque la besara, eso sería todo. Jamás podría invitarle un trago, o comer un helado juntos, o dar largos paseos por la playa, o reír y disfrutar del tiempo compartido por el simple hecho de vivirlo juntos. Jamás le pediría de salir, jamás sabría si estaban hechos el uno para el otro. Jamás podría presentarla como su novia, ni conocer a su familia.

    Entonces, no tenía el más puto sentido.

    Sin embargo, cuando Jez le sonrió y retomó la marcha, Joey se encontró inclinado hacia adelante, estirando apenas los dedos hacia la delgada figura que lentamente se distanciaba. Se encontró ansiando haber recibido su mirada ámbar, sus dulces caricias, su voz pausada, por un rato más.

    Sólo un rato más.

    "Volverás a casa esta vez.
    No es debatible, por cierto."


    Sabía que no tendría sentido argumentar al respecto, así que apretó los puños y se adelantó hasta alcanzar a Jez. Puede que jamás lo aceptara, que se enfadara y lo odiara por ello, pero Joey ya había tomado una decisión. En tanto estuviera en su poder, se encargaría de que nada le pase. Honestamente no creía poder cargar con el peso de una muerte más, y menos la de Jez.

    Estaba cansado de huir, y quizás allí estuviera su respuesta.

    —Al fin, algo de agua fresca. Habría sido bastante triste morir deshidratados y no luego de una épica batalla mágica, ¿no crees?
     
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    Tarsis

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    DIA I: Noche.

    Las noches en el desierto son frías y silenciosas. Sólo se escucha el ruido del viento.

    PD: El equipo este pierde 20 puntos de vida por inactividad. Asi que, se sienten un poco mas cansados .
     
    Última edición: 18 Diciembre 2019
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    Zireael

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    Voy a cambiar el mood un momento.

    Jezebel Vólkov

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    Antes de darse cuenta, había echado a correr hacia el oasis, acercándose a la orilla, para arrodillarse y hacer un cuenco con sus manos, llenarlo de agua y refrescarse el rostro enrojecido por el sol y quién sabe qué más.
    Acto seguido, tomó un sorbo, no demasiado convencida.

    No escuchó con atención a Joey, su mente estaba enfocada en refrescarse, tanto del sol infernal como del desastre emocional que era ahora mismo.
    Cuando se sintió mejor, se apartó de la orilla para dirigirse a la sombra de alguna palmera y fue cuando se dio cuenta que el sol había comenzado a caer, perdiendo fuerza.

    No de noche. Ninguno iba a alcanzar lo que sea que estuviera en el centro del oasis a mitad de la noche.
    Dejó caer su cuerpo agotado sobre la arena, y se dedicó a observar el atardecer, en un esfuerzo quizás demasiado grande por distraer sus pensamientos.

    El sol reflejándose sobre el agua como una bola de fuego la hizo sonreír ligeramente y su mirada, sin permiso, buscó la silueta de Joey, con la bufanda de nani rodeándole el cuello.

    Su piel agradecía que el sol estuviera perdiendo fuerza, pero no tardó en comenzar a sentir el cambio de temperatura.
    Cuando el último rayo de sol tocó la arena antes de desaparecer tras las dunas, se llevó las rodillas al pecho y minutos después, deshizo la coleta alta que sujetaba su cabello. Miró las cintas negras entre sus dedos, un regalo de Anne, y las colocó a su lado, sobre la arena.

    —Darse un chapuzón de noche no suena como una buena idea, ¿no crees, cielo? —La confianza y la calidez maternal de la que apenas era consciente hacían que siguiera dirigiéndose a él de esa manera, a pesar de que sabía que no era una buena idea—. Lo que sea que espere en medio del oasis no creo que valga el poder morir de frío o ahogado.

    Levantó la vista hacia el cielo cubierto de estrellas y soltó un pesado suspiro.

    ¿Dónde estarían Satō y Daichi?
     
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    Gigi Blanche

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    —No, desde luego que no —concedió, soltando una breve risa que se perdió en el inmenso silencio del desierto.

    Joey observó el escenario. Apenas se escuchaba el débil tintinear de ciertos insectos habitantes del oasis, y las pequeñas gotas de agua salpicando mientras Jez bebía y se refrescaba. Procedió igual que ella, sólo que un rato después. Se mojó un poco el cabello y se lo echó hacia atrás, descubriéndose la frente, y luego bebió de a sorbos pequeños.

    La noche había caído y, junto a ella, Joey se recostó en el mismo tronco que Jez, sólo que apuntando en otra dirección. Aunque no fueran a zambullirse dentro del agua debían mantener recaudo de sus alrededores.

    —Assassin —lo convocó, y una oscura silueta femenina se materializó frente a él—. Vigila los alrededores mientras descansamos un poco. Infórmame del menor inconveniente.

    La figura silente hizo una pequeña reverencia y volvió a desintegrarse en el aire. Joey relajó un poco los hombros y echó la cabeza hacia atrás.

    —Aquí estoy, pasando una noche en el desierto y a la intemperie. Quién lo diría —comentó algo distraído, mientras jugueteaba con la bufanda entre sus manos.

    Una brisa había comenzado a soplar, más suave que la diurna pero también bastante fría. Joey le echó un vistazo a Jez y sonrió, lanzándole la bufanda mientras la mantenía sujeta por un extremo.

    —Es tu turno —murmuró, dejándola ir por completo—. O nani me reprenderá luego si pescas un resfriado.
     
  19.  
    Zireael

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    El roce de la tela al caer sobre su cuerpo fue lo que la hizo retirar la vista del cielo nocturno, dirigiéndola al moreno. Frunció ligeramente el ceño, un gesto raro en ella, y se puso de pie para volver a dejarla sobre la cabeza de Joey.
    Si había algo en lo que Jez era tozuda, era en su intento por cuidar de los demás.

    Aún con el ceño fruncido, se sentó junto al moreno, lo suficientemente cerca para que sus brazos se rozaran. Algo de calor le brindaría esa pequeña cercanía.

    —No te preocupes por mí —murmuró mientras volvía a subir sus rodillas al pecho, mirando en dirección contraria. Su melena albina actuaba como una cortina entre ambos—. Dices que hace calor en donde vives, ¿no? Podrías sentir más el frío que yo.

    Su mente se adelantó un paso.

    >>Y no te atrevas a volver a dármela. Si quieres hacer algo por mí y cumplirme un caprichoso, debe ser ese.
     
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  20.  
    Gigi Blanche

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    Joey Wickham
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    Se podría decir que sus ceños fruncidos combinaban, sobre todo cuando Jez se levantó y le devolvió la bufanda. Joey la observó desde abajo y gruñó bajo como un perro viejo, mas decidió ceder. Suspirando, se acomodó el abrigo alrededor del cuello y se encogió de hombros.

    —No me dejas cuidarte, pones en riesgo mi masculinidad —bromeó, su sonrisa aflojando la tensión de su expresión.

    Pero la liviandad duró poco, pues un miembro de la hermandad, un pequeño hombre con la cabeza cubierta por un turbante, se materializó junto a su master y le informó de la situación.

    —¿Qué... ? ¿Está debajo nuestro? —cuestionó Joey, colocándose repentinamente serio y contrayendo los músculos, listo para huír de ser necesario.

    ¿Sería un servant? Sonaba improbable. ¿Acaso habría más peligros acechando esta vez? El anuncio de Assassin fue críptico, lo suficiente para obligar a Joey a incorporarse de un salto y extenderle la mano a Jez, invitándola a hacer lo mismo.

    —Hay algo bajo la arena —dijo, viendo hacia todos lados—. Assassin, estén listos para atacar de ser necesario. Sea lo que sea.

    El hombre asintió y, casi al mismo tiempo, muchas otras siluetas fueron apareciendo alrededor de Joey y Jez. Wickham comprimió los puños y se mantuvo cerca de la chica, en estado de alerta.

    —Al parecer el único descanso posible será en la tumba —bromeó, con cierta cuota de acidez salpicando en sus palabras.
     
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