[II Ciudad] Naarden (Zona) [FSN]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Tarsis, 19 Octubre 2019.

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  1.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Las siluetas.
    Lena. Lena con sus ojos de tormenta eléctrica y su gigante asesino.
    Satō, cayendo de la mano de aquella bestia y Joey, el maldito bondadoso Joey, enfrentando a Lena.

    ¿Era estúpido acaso?


    Le dolía cada músculo de las piernas, que enviaban gritos de dolor a su cerebro, pidiéndole que dejara de correr de una vez, pero ahora más que nunca, al distinguir sus cuerpos y sus voces, era incapaz de parar hasta que hubiese llegado a ellos.

    "¡Caster!".

    De nuevo, la figura encapuchada surgió a su lado y esta vez no estaba en su rostro aquella mirada de desprecio y burla, por el contrario, una terrible sonrisa se formó en su rostro.

    Ella se detuvo de golpe a la orilla del agua y el grito que surgió de su garganta rasguñó sus pulmones, aumentando del grosor del cristal de las lágrimas en sus ojos.

    —¡Lena! —Era probable que nunca hubiese levantado la voz de esa manera en su vida y mucho menos le hubiera hecho daño a alguien.


    El hombre encapuchado se adelantó, ansioso por el enfrentamiento que creía que su master no iba a poder concederle, y dirigió un potente rayo mágico hacia el gigante.

    La luz violácea se reflejó en sus ojos dorados en el momento en que se dio cuenta de lo que estaba haciendo el servant en función de su deseo no verbalizado. Volvió la mirada hacia Joey entonces, aterrada.

    —¡¿Eres imbécil acaso?! —chilló, fuera de sí—. ¡Hazte a un lado, llévate a Satō!

    El ataque de Caster, sin haber ajustado bien su objetivo, fue a dar lejos de Berserker, sin embargo el hombre se colocó prácticamente entre Assassin y el gigante, completando la triada.
    Esperaba órdenes, aunque deseaba divertirse con ese montón se niños, escuchar sus gritos y saborear su miedo.

    Su master afianzó sus pies en la orilla del agua, respirando rápida y dolorosamente. Mechones de cabello rebeldes le hacían cosquillas en el rostro, húmedo por el llanto, y sus piernas apenas la sostenían, pero esperó por el próximo movimiento de la castaña, como si creyera que era posible dialogar con ella.

    ¿Tenía oportunidad contra ese gigante?

    "No".
     
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    Hygge

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    Lena Sallow
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    Se llevó las manos a su cabello, cerrándolas con fuerza en torno a sus hebras castañas. Las voces y los gritos le martilleaban la cabeza y el viento aullaba contra sus oídos, haciendo que la cabeza le diera vueltas. Berserker también temblaba, preso de la ira que burbujeaba en su interior, amenazando con caer a Lena desde su posición.

    "Basta".

    Un nuevo grito se abrió paso, pero Lena no alzó la mirada. Ni siquiera pareció llegar a escucharlo. Su mente estaba cerrada herméticamente.

    "Basta. Basta. Basta. Basta".


    El gigante gruñó ante la nueva presencia, aquella que no le había hecho ni cosquillas, y que ahora aguardaba impaciente por su siguiente movimiento. Su master parecía incapaz de pensar con claridad y su sed de sangre amenazaba con desbordarle.

    Un nuevo grito salió de sus labios, aquel que sirvió como una orden implícita para Berserker, dirigiendo un nuevo golpe hacia Caster.

    —¡¡Basta!! —apretó el agarre en torno a su cabello, fuera de sí, repitiendo como un mantra la única palabra que parecía conocer en aquel momento. Por cada vez que gritaba Berserker dejaba caer un nuevo golpe, guiado por una extraña conexión entre la rabia que quemaba su garganta y las ganas de matar de su servant.

    Pero tan solo Lena sabía que aquel "basta" no hacía referencia a la pelea que se estaba llevando a cabo.
     
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    Gigi Blanche

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    Los eventos comenzaron a apilarse y sucederse a una velocidad vertiginosa, demasiado como para que Joey pudiera procesarlos a consciencia. La ofensiva de Assassin apenas le había hecho cosquillas a aquel gigante bestial, y un costado de su mente se preguntó entonces si acaso habían sido arrojados allí para morir en manos de Lena. ¿Tenía oportunidad alguna contra ese monstruo?

    Cuando Berserker alzó su mazo, envuelto en un furioso gruñido, los pies de Joey retrocedieron sin esperanza de escape. Aunque pudiera escapar del impacto, todo el hielo se haría añicos y quedaría a merced de la corriente. Envuelto en una vorágine de terror y adrenalina, se desgarró los pulmones con una simple palabra.

    —¡Assassin!

    Su servant comprendió la situación al instante y la mujer enmascarada, la más ágil y esbelta de ellos, fue donde él a una velocidad increíble y lo levantó en brazos, despegándolo del hielo un segundo antes de que el golpe de Berserker pudiera hacerle un daño irreparable. Astillas de hielo, frías y ásperas, volaron por doquier. Assassin perdió el equilibrio cuando el suelo bajo sus pies comenzó a quebrarse y lanzó a Joey sobre terreno seguro antes de brincar para escapar de allí. Wickham apretó los dientes al impactar contra el suelo, sintiendo una descarga de dolor por su brazo derecho y el costado de su cabeza, y se incorporó lo más rápido que pudo. Sentía una húmeda sensación entre su cabello e imaginó que sería sangre, mas no le dio importancia. No cuando escuchó una nueva voz a su derecha y el corazón pareció congelársele.

    ¿Jez? ¿Qué mierda hacía ahí? Su servant se había materializado, y había avanzado hacia Berserk. Joey observó la escena y un miedo asfixiante, peor que todos los anteriores, escaló por su garganta.

    —¿Que me vaya de aquí? —bramó al oírla, preso de un terror incalculable convertido en furia—. ¡No seas idiota!

    Apretó los dientes y comprimió los puños, mientras Assassin se reagrupaba cerca suyo. ¿Dejar a Jez sola contra aquella bestia? Ni en sueños.
     
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    Última edición: 30 Octubre 2019
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    Zireael

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    Vio el golpe descender con toda la fuerza que poseía el gigante, respondiendo al grito desgarrador de Lena que le hacía eco en el cerebro, junto al terror convertido en ira de Joey.

    ¿Defensa?
    ¿Ataque?

    ¡No seas idiota!

    El corazón se le hizo un puño en el pecho, ¿ella, una idiota? Claro que lo era, pero no mucho más que él. Deseó caminar hacia Joey y estamparle una cachetada por impertinente.
    Ahogó una suerte de sollozo y levantó su mano en dirección a su servant, adivinando sus deseos.

    —¿Planeas recibir semejante golpe con tal de intentar acertarle siquiera? —Una sonrisa extraña, deformada por el llanto, apareció en su rostro y apenas antes de que el ataque cayera sobre el hechicero, continuó hablando—. Caster, no seas ridículo.

    Ahora fue él quien sonrió, aquella maldita sonrisa asquerosa, burlona, que le había dedicado a la muchacha ya en diferentes oportunidades y el hechizo transmutó, cubriéndolo como un escudo traslúcido cargado de electricidad.
    El golpe de Berserker rebotó, desviándose de su trayectoria, y por un instante brevísimo, solo se escuchó el sonido del agua revolviéndose bajo sus pies.

    Ella inhaló el aire helado con fuerza, aún respirando con dificultad e insistió en la misión que, en el fondo, sabía que estaba perdida.
    Los gritos de la castaña, la forma en que tiraba de su cabello, como su servant respondía a su ira y descontrol, pero... aún así, ¿había traído a Daichi consigo, no? Al menos la silueta que había divisado en el bote le indicaba eso.

    —Lena. —La llamó con su tono de voz usual, al menos lo más parecido que se lo permitían las lágrimas acumuladas en el fondo de su garganta—. Lena, cariño, por favor.

    Sintió la pesada mirada de Caster sobre ella, juzgando sus acciones, pero aún así esperó por las órdenes de la chiquilla ingenua que era su master.
     
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    Gigi Blanche

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    El corazón, agarrotado, escaló hasta su garganta y allí permaneció congelado durante los breves, pero eternos segundos que Berserker blandió su mazo contra Jezebel. Sus pies se anclaron al suelo, incapaces de avanzar un centímetro hacia ella, mientras Assassin, congregado a su alrededor, aguardaba en silencio y quietud por sus órdenes. Pero éstas nunca llegaron.

    "¿Qué te pasa, mierda? ¡Jez está siendo atacada! ¡Qué mierda te pasa!"

    Apretó los dientes, tensó la mandíbula al borde del dolor, y soltó todo el aire de golpe. La nieve se agitaba a su alrededor y le congelaba la piel expuesta, pero ya no resultaba tan agotador como antes. La furia le hervía la sangre, como una armadura, impidiéndole al frío agarrotar su cuerpo.

    ¿Jez había esquivado el ataque? ¿Le había dado de lleno? No lo sabía. Su mente se había ido a negro, incapaz de hilvanar una cadena de pensamientos razonable. Algo silencioso e incontrolable había comenzado a apoderarse de él, dominando sus acciones.

    —¡¿Basta?! —exclamó, viendo directamente hacia Lena—. ¡¿Te parece que ahora puedes pedir eso?! ¡¿BASTA?!

    Su último grito fue tomado por Assassin como una orden, y rápidamente desaparecieron de su lado para coordinar un ataque. Las diferentes siluetas se deslizaron sobre el hielo, rodeando al gigante para asestarle una cierta cantidad de golpes en simultáneo. Perfectamente en sincronía, a pesar de no intercambiar palabras, como si todos sus cuerpos estuvieran conectados por una misma alma.

    Joey observaba la escena, respirando pesado y con los puños comprimidos, ajeno a todo lo demás que lo rodeara. ¿Eso estaba bien? ¿Estaba mal? No era capaz de detenerse a pensarlo. Ni siquiera tenía idea que esa no era la primera vez que aquello le ocurría.
     
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    Hygge

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    Lena Sallow
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    Cada bocanada de aire hacía arder sus pulmones con intensidad. Temblaba violentamente sin dejar de sujetar su cabello, adherido a su rostro ante la presencia de lágrimas silenciosas recorriendo sus mejillas. Había dejado de sentir frío, había dejado de sentir miedo; solo sentía rabia. Una rabia inusitaba que quemaba su cuerpo y lo retorcía en ángulos grotescos, con unas dimensiones mucho mayores de las que podría siquiera llegar a contener.

    Se perdía, se perdía dentro de sí misma y todo a su alrededor había dejado de existir. Gritaba con todas sus fuerzas, desgarrando su garganta en el proceso, porque era lo único que parecía poder aliviar todo el dolor que la devoraba por dentro. Joey y Jez fueron perdiendo su forma con lentitud y al volver abrir sus orbes eléctricos, enrojecidos por el llanto y anegados por las lágrimas, vio ante sus ojos a la persona dueña de todos sus males.

    Su expresión se deformó en una profunda mueca de dolor y de ira, y estiró su mano hacia ellos, como si siquiera fuese capaz de alcanzarles.

    —¡Devuélvemela! —chilló, fuera de sí, perdiendo el equilibrio por unos segundos sobre el hombro del gigante ante los impactos de los golpes. Se arqueó hacia delante, arrodillada y abrazada a sí misma, sintiendo el frío de la piel del gigante sobre su frente—. ¡Devuélvemela, devuélvemela, devuélvemela!

    Berserker, nutrido por el descontrol de su propia master, incrementó la intensidad de sus golpes. Lena hacía mucho que ya no estaba allí, su mente se encontraba anclada en otro lugar y a pesar de los intentos de Jezebel, no parecía que fuese a volver en sí pronto.
     
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    Zireael

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    Jezebel Vólkov
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    Los gritos de Lena le martillaban los oídos de tal manera que sentía que le atravesaban el cerebro de lado a lado, como una flecha arrojada a su frente con absurda precisión.
    Se llevó las manos al cabello, enredando los dedos entre los mechones níveos y sus piernas se rindieron por fin, haciéndola caer sobre la capa de nieve acumulada en la orilla.

    Los gritos de Joey se mezclaron con los de la castaña y ella ahogó un sollozo.


    —No habla con nosotros —murmuró y apenas ella misma fue capaz de escucharse; después logró levantar la voz, clavando los ojos dorados enrojecidos por el llanto en el muchacho de nuevo—. ¡Maldición, Joey, no habla con nosotros!

    El gigante intentó atacar, pero su golpe, sin coordinación, falló miserablemente.

    Caster respondió de nuevo a la necesidad inconsciente de su master y el escudo mágico transmutó una vez más, arrojándose en dirección a Berserker bajo la mirada aterrada de la albina.
    No quería, de verdad que no quería hacerle daño a Lena, pero si no lo hacía... ella se lo haría a ellos.
    Si tan solo pudiera alcanzarla, si hipotéticamente pudiera llegar a ella... Enterró los dedos en la nieve, sintiendo el frío atravesarle la piel como agujas.
     
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    Gigi Blanche

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    Joey Wickham

    Vida: 70/100
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    Todo había perdido bruscamente su forma, su identidad, su significancia. Ni las personas a su alrededor, ni las voces desgarrando el aire, ni la nieve furiosa azotando su piel. Joey se sentía envuelto en un agitado y ruidoso incendio, protegiéndolo y ahogándolo. Armadura y verdugo, esperanza y desesperación, salvación y condena.

    Ni el dolor en los gritos de Lena, ni la urgencia en los llamados de Jez. Nada. Nada lo alcanzaba, excepto los bramidos resonantes de Berserker, haciendo temblar el hielo bajo sus pies. Eran, quizá, sus instintos primarios adueñándose de su cuerpo para asegurarse la supervivencia, mientras su mente permanecía lejana y embotada dentro de su infierno personal.

    Irónicamente, sus sentidos se habían agudizado al punto de ser una molestia. Berserker se removió furioso y agitó su mazo sin planificación alguna, envuelto en una espiral de locura y descontrol capaz de destruir la ciudad frente a ellos. Joey se hizo a un lado cuando el enorme garrote se balanceó hacia él, y notó entonces la imprecisión de sus movimientos; o, más bien, una minúscula porción de su consciencia fue la que incorporó esa información. Sus piernas habían reaccionado prácticamente por sí solas.

    ¿Era posible, acaso? ¿Era posible almacenar esa enorme cantidad de ira, sin explotar en cientos de pedazos? ¿Cómo le cabía en el cuerpo?

    El corazón le bombeaba sangre desbocado y el aire le pesaba en los pulmones. Sonrió sin fuerzas.

    Ahí tenía su respuesta: no, no era posible.

    Agitó un brazo hacia Berserker de forma algo torpe, con los dientes apretados, y un nuevo grito desgarró su garganta.

    —¡Assassin! ¡Ataca!

    Incluso su propia voz sonaba extraña a sus oídos. El hielo crepitó bajo los movimientos erráticos de Berserker y cuando Assassin se preparó para un nuevo ataque, las piernas de Joey se tambalearon y perdieron resistencia. Su rodilla derecha impactó contra el suelo y notó, de repente, el peso abrumador de su cuerpo. Los costados de su visión habían comenzado a recubrirse de manchones, como nieve negra, y el aire le lastimó la garganta al entrar y salir.

    Imágenes fugaces se sucedieron frente a sus ojos, fragmentos de memoria que le resultaba imposible asimilar en su estado. La cocina de su casa, gritos feroces.

    No.

    Un miedo trepidante, el tiempo congelándose.

    No, no, no.

    Un atizador.

    ¡No!

    Sangre.

    —¡No! —exclamó, golpeando el hielo con su puño—. ¡No, no, NO!

    Su inestabilidad mental no traería jamás buenos resultados en el combate. Assassin, vinculado a su Master, se vio perturbado por los demonios de Joey y falló en su ataque, no logrando siquiera tocar un pelo de Berserker. Las figuras oscuras se replegaron cerca de Joey, pues, y permanecieron quietas y en silencio mientras observaban cómo el muchacho que los había invocado golpeaba el hielo bajo sus rodillas hasta dejar manchas de sangre en él. Incapaz de detenerse, de controlarse a sí mismo o a su servant. Incapaz de lidiar con la furia consumiendo su cuerpo.

    No emitieron palabra, aunque un pensamiento similar cruzó sus mentes.

    ¿Ese niño era realmente un individuo digno de poseer el Grial?
     
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    Hygge

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    La furia de Berserker, catalizada por la de su propia master, había comenzado a desatar el caos a su alrededor. Sus rugidos hacían temblar el suelo bajo sus pies, sus golpes destrozaban todo lo que había su paso sin dejar rastro. Burdos, imprecisos. Letales. Como una olla a presión la piel del gigante fue cambiando de color, enrojeciendo de ira, y con un brusco movimiento de su brazo ante el golpe certero de Caster, la figura de Lena sobre sus hombros se precipitó al vacío.

    El corazón se le detuvo en el pecho y la realidad le golpeó el rostro con una claridad que le resultó abrumadora. Se estaba muriendo. Lo había empezado a hacer desde el mismo instante en el que comenzó aquel jodido juego de la muerte... No. Estaba muerta por dentro desde el día en el que le arrebataron la vida de su mejor amiga, y vagaba como un alma en pena sumida en la ira y en el rencor, en una pesadilla de la que no podía escapar. Agonizando día tras día por lograr al fin un descanso, suplicando por dejar de sentir. Por dejar de arder por dentro.

    Cerró los ojos, con el viento golpeando su rostro y el frío calando lentamente sus huesos. El impacto del agua contra su cuerpo se sintió doloroso, los huesos se resintieron y el oxígeno se escapó de sus pulmones de un solo golpe. El calor que sus emociones habían mantenido en su cuerpo se fue apagando, dando paso al frío y a la terrible oscuridad.

    La terrible y placentera oscuridad.

    Ah... Estaba tan cansada.
     
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    Zireael

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    Ahora él tampoco estaba allí. Joey no estaba. Lena no estaba.

    Nadie.

    Assasin era inútil, como lo era Berserker en el estado mental de su master.


    Blanco. Vacío.

    ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Quién era si no lograba traerlos de vuelta?
    Cuando levantó la vista, vio el cuerpo de la castaña golpear el agua y el aire escapó de sus pulmones casi al mismo tiempo.


    —¡Lena! —chilló sintiendo como las lágrimas se agrupaban en sus ojos de nuevo, empayándole la vista—. ¡Lena!


    Su cuerpo reaccionó, inconsciente, y se arrojó al agua. Boqueó violentamente, el frío le calaba hasta el último hueso, pero no podía... ella no podía.
    Sus músculos resentidos aullaron de dolor, exigiéndole que saliera de allí, sin embargo, continuó y a duras penas, logró asir a Lena de un brazo. Sabía que no podría sacarla, no ella sola, y no contaba con Joey, ¿qué clase de estúpida era para arrojarse al agua por la chica que intentaba matar a quien fuese?

    Las manos como garras de Caster fueron las que sacaron a ambas a la orilla, no porque lo deseara realmente, si no porque así como los otros dos servants respondía a Jezebel. A su profunda necesidad de salvar a otros aunque significara entregar su propia vida.

    Las depositó en la orilla con brusquedad y dirigió su ofensiva de nuevo.

    Todo el cuerpo le temblaba violentamente y a pesar de que se había arrojado para sacar a Lena del agua, ahora no podía mirarla. No quería ver qué había ocurrido con ella aunque Caster la hubiese sacado del agua helada.

    Sus dientes castañeaban y aunque deseaba gritarle a su servant que se detuviera, que dejara al gigante en paz, no pudo articular palabra alguna. El mundo parpadeaba a su alrededor con violencia, impidiéndole enfocar algo que no fuese la figura del hechicero y el gigante.
     
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    Gigi Blanche

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    No sabía si dejarla o no porque la música capaz no acompaña a las vibes del momento, pero las lyrics son nnnngh así que alv (?


    Joey Wickham

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    De repente, recordó a su madre. Siempre había sido una mujer apacible y abnegada, encargándose de la casa, los remiendos en la ropa, las comidas diarias, los abrazos y las palabras de consuelo. Joey necesitó crecer y madurar para darse cuenta, finalmente, de que la mejor mujer del mundo parecía encerrada en una jaula de sonrisas. Había renunciado a su vida por su familia, y él jamás contó con la oportunidad de preguntarle si lo hizo por voluntad propia o no. ¿Por qué se había casado con su padre? ¿Por qué siempre había parecido tan feliz?

    ¿Era realmente posible? ¿Semejante felicidad?

    El frío comenzó a empaparlo de vuelta, endureciendo su ropa y sus huesos. Pareció haber un parpadeo de diferencia, aunque seguramente le tomó mucho más tiempo del que creía. Notó entonces las heridas en sus nudillos sangrantes, las manchas rojas sobre el hielo, las punzadas de dolor en sus rodillas y el costado de su cabeza.

    "¡Lena!"

    Alzó la cabeza por instinto ante la urgencia que percibió en aquel grito, mareándose violentamente. Intentó enfocar la vista mientras utilizaba ambas manos para no desplomarse, y alcanzó a divisar el cabello blanco de Jez desapareciendo dentro del agua. Una alerta viajó directo hacia su cerebro y sus labios se abrieron, pero ninguna palabra salió de ellos. Apretó los dientes y se incorporó con torpeza, tomando carrera hacia el lugar donde Vólkov se había hundido. Se resbaló, las piernas le fallaron dos, tres veces, hasta que Caster emergió del lago con la fuerza de un tiburón y arrojó a las chicas sobre el hielo. Joey permaneció allí, intentando asimilar la situación, y su vista siguió al servant decidido por atacar a Berserk. Siguió recorriendo el panorama, viendo a Sato a lo lejos, a Daichi en un bote, y tragó saliva. El miedo reptó por su garganta.

    ¿Por qué... sentía que había piezas faltantes?

    Volvió los ojos a las chicas echadas a su lado, empapadas y boqueando. ¿Por qué Jez parecía haber salvado a Lena, si había enviado a Caster al ataque contra Berserk?

    —Assassin —murmuró.

    Una de las figuras oscuras se materializó a su lado.

    —¿Sí, señor?

    —¿Qué ocurrió?

    Su pregunta pareció desconcertar al siempre impasible Assassin.

    —¿No lo recuerda?

    Aquellas palabras fueron suficientes para Joey, para comprender y para temer. Apretó los labios, buscando controlar el violento temblor de su cuerpo helado, y bajó la vista hacia Jez y Lena. Sus pies lo llevaron hasta ellas y se agachó, alternando la mirada entre ambas. Frunció el ceño. Lena se veía mal, muy mal, y una fuerte opresión en su pecho le obligó a llevarse una mano allí, como si pudiera calmar las punzadas de su corazón enloquecido. ¿Él había sido responsable de eso? ¿Por eso Jez, la dulce Jez estaba atacando a Berserk?

    Dios.

    —Moriremos todos de frío si esto sigue así —dijo en voz baja, casi débil, y se quitó la chaqueta para envolver los hombros de Lena con ella—. Deberían darse calor.

    Logró brindarles una sonrisa, pese a todas las pesadillas rondando su cabeza. Se le daba bien, se ve. No entendía a la perfección qué estaba ocurriendo, pero podía ver algo con claridad: Jez aún se preocupaba por Lena. Un relámpago de angustia le atravesó el cuerpo y se obligó a desviar la mirada al pensar cómo afectaría a Jez cargar con la... muerte de Lena, esa chica por la cual había saltado a un lago de agua helada.

    No sabía qué hacer.
    No entendía nada, no quería entender.
    Tenía miedo.

    Estaba aterrado, como un niño pequeño asustado por la oscuridad.

    —¿Qué hice? —musitó, cubriéndose el rostro con una mano; los nudillos le dolieron al comprimir el puño—. ¿Qué mierda hice?
     
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    Caster se lanzó una vez más hacia el gigante y su golpe fue preciso, letal. Rasgó la piel con un corte profundo, haciéndole trastabillar con esfuerzo, el suelo retumbando bajo sus pies. Pero Berserker, ante su sorpresa, dejó de intentar defenderse.

    No se movió. Ya no tenía razón para hacerlo.

    Dejó de hacerlo desde el preciso instante en el que Lena perdió la consciencia, engullida entre las aguas heladas que le robaron el aliento, desapareciendo así de su vista. Cuando la llama de la ira se apagó en el pecho de su master, también lo hizo en el propio servant, y todo su descontrol se volatilizó con un simple chasquido, volviéndolo una mole vacía e inservible. Era irónico que aquel gigante que tanto terror había causado se viese ahora tan endeble y frágil ante los ojos del resto.

    Berserker le dirigió una mirada cargada de desdén hacia Lena, quien yacía tiritando con violencia en el suelo, cubierta por una chaqueta que no calmaría jamás el frío que sentía en su pecho. Su piel peligrosamente pálida, sus labios amoratados y su respiración agitada y dolorosa, producto quizás de alguna costilla rota, lo dijeron todo sin decir nada a cambio. Gruñó, desapareciendo de allí sin dejar rastro.

    Aquello mocosa tenía sus días contados, y él no estaría allí para reconocer su derrota.

    Lena se acurrucó casi por instinto, buscando un calor que no existía y que nunca volvería a hacerlo. Todo su cuerpo gritaba de dolor y su mente fue invadida por una espesa bruma. La piel le ardía, expuesta al hielo bajo su cuerpo, pero no tenía fuerzas para hacerse a un lado. Abrió sus ojos con esfuerzo, lágrimas silenciosas surcando sus mejillas amoratadas, pero la tormenta eléctrica de sus orbes había amainado.

    Tan solo fueron dos orbes opacos los que enfocaron su mirada en la nada misma. Allí donde la observaban los fantasmas de su pasado.

    —¿Por qué...? —susurró, con un esfuerzo sobrehumano por pronunciar las palabras. Joey y Jezebel supieron que ahora sí les hablaba a ellos por la culpabilidad y el dolor que rasgó su garganta. Sollozó y gimió como una niña, como la niña débil de corazón que siempre había sido pero que nunca se había atrevido a mostrar. Y ahora que ya no le quedaba nada, ¿de qué le serviría mantener aquella mediocre fachada?—. ¿Por qué no lo has hecho? ¿Por qué...?

    Y susurró, una y otra vez. Lanzando palabras ahogadas al aire, que se perdieron para no volver jamás. Preguntas que no tendrían respuesta, porque nunca comprenderían cómo habían llegado hasta allí en un primer lugar.
     
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  13.  
    Tarsis

    Tarsis Usuario VIP Comentarista supremo Escritora Modelo

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    Día I. Atardecer

    El casi invisible sol comenzaba a ocultarse, pronto daría paso a las sombras en aquel frío invernal.
     
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  14.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Jezebel Vólkov
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    Zona: Primera Flecha.

    El dolor que el frío le causaba en todo el cuerpo le impidió prestarle atención a Joey cuando por fin volvió en sí y le dio su chaqueta a la castaña; sus ojos aún así se levantaron hacia su silueta cuando se agachó a la altura de ambas, pero no lo veía realmente. No podía. Solo reaccionaba al estímulo visual, ni siquiera fue capaz de percibir la sonrisa que, como de costumbre, les había dedicado.

    Con el rabillo del ojo, percibió la difusa silueta de Caster y las víboras violáceas a punto de lanzarse ya no sobre el gigante desaparecido, sino sobre Lena y a pesar de que titiritaba con violencia, una parte de ella reaccionó, reconectando sus sentidos, y un grito agudo que rasgó con violencia su garganta se dirigió hacia él.


    —¡¡No te atrevas!! —A pesar de que tenía los ojos vidriosos, fue capaz de sostenerle la mirada al hechicero, quien frunció el ceño y desapareció, no sin antes soltar una carcajada extraña.


    Se abrazó a sí misma al escuchar la pregunta de Lena haciendo eco en sus oídos y volvió a hablar, despacio, tratando con fuerza de que su quijada no rebotara.


    —¿Acaso no lo ves, cariño? —Tragó grueso—. Soy una estúpida niña ingenua. Te ataqué para defenderlos y cuando no pudiste más, ¿qué otra opción tenía que no fuese lanzarme al agua por ti?

    La escuchó sollozar y el corazón se le hizo trizas en el pecho, haciendo que nuevas lágrimas le recorrieran las mejillas. Despacio, con cautela, se acercó a la castaña, le acomodó mejor la chaqueta sobre el cuerpo y le dedicó una delicada caricia en el cabello empapado, como si temiera hacerla pedazos con solo tocarla.
     
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  15.  
    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Mizuki Satō
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    La vida humana tiende a ser tan efímera, que las personas no se dan cuenta de cuanto valen si no en sus últimos momentos, Lena era una chica algo trastornada, pero en el fondo, para Mizuki seguía siendo ella una buena chica, igual que al resto, solamente quizás, un poco mas dañada, mas lastimada.

    Y allí estaba Lena a lo lejos, mas fuera de este mundo que en él, Jezabel envolviéndola en su chaqueta, acompañándola para que no estuviera sola. Ese comportamiento le recordaba a Mizuki a aquella escenas cuando las personas se despiden de un ser amado o una mascota apunto de morir, cuando ya saben que no vivirán un día mas, esta era una despedida nuevamente, pero esta vez era una despedida que todos lamentaban en el fondo.

    Todavía el frió recorría su cuerpo de tanto caer al agua, pero el acto de Joey por cubrirla, de Jezabel por intentar detener a Lena, eso debía valer algo al final, ¿vale algo, verdad?, decidió caminar lentamente al paso que le permitían sus piernas temblorosas hasta estar cerca de Daichi y mientras se frotaba sus brazos para intentar entrar en calor, una simple frase dejo salir: — Tu número... ¿podrías... darme tu número? — la tristeza de la escena que emanaba de aquellas dos jóvenes y la incomodidad le pesaban mas que la pena de entablar conversación luego de estar desaparecida en acción a la lejanía, dejando a otros luchar sus peleas, por segunda vez ya.

    — Oy-oye... gracias... por todo, realmente. Aunque no es buen momento.
     
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    Etihw

    Etihw ghost Comentarista empedernido

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    Daichi Nishimura~
    Vida: 90/100 ¿creo?
    Lugar: Primera flecha (?)

    Nada más despertarse comenzó a tiritar violentamente, sintiendo cómo su cuerpo estaba completamente helado, abrazado por una brisa gélida de a saber dónde. ¿Se habría dormido con las ventanas abiertas? Hacía demasiado frío para su gusto.

    Abrió con cierto dolor sus ojos, adoloridos por semejante temperatura, y se encontró viéndolo casi todo blanco. Tan blanco como la nieve.

    Eso era nieve.

    Se levantó con algún que otro quejido, su cuerpo se encontraba por una parte entumecido, y por otra parecía como si tuviese magulladuras. Era una sensación incómoda. Apreció que el lugar en el que se encontraba era una especie de barca, y el paisaje a su alrededor le resultaba completamente desconocido.

    Unos sonidos cercanos llamaron su atención y bajó de la barca, buscando el origen de ellos. Caminó, temblando, abrazándose en busca de calor, maldiciendo a la nieve que caía con fuerza.

    El ruido cesó, y Daichi se encontró con una escena poco grata. Se quedó congelado en el lugar, viendo cómo se atacaban violentamente, mientras el hielo se resquebrajaba. Los gritos y los llantos invadían su mente, y su corazón se estrujaba al verlo. Se obligaba a sí mismo a no hacer nada, a quedarse de pie, mirando, porque aquello era lo que había deseado. Deseaba ganar, salvar a su hermano, y si podía permitirse no derramar sangre él mismo, así sería.

    No.

    No.

    No quería eso. No quería ser tan egoísta. Eran humanos como él, todos tenían algo por lo que luchar.

    Cobarde.

    “Tu número... ¿podrías... darme tu número?”

    Aquella pregunta lo sacó de su ensimismamiento, y observó patidifuso a la muchacha que se encontraba a su lado. Era aquella que apenas había hablado con ellos, de la que ni recordaba su nombre si es que se lo había dicho. Parecía asustada, ¿o quizá era tristeza?

    La pregunta lo hizo enfurecer por alguna razón. ¿Le pedía su número en un momento como aquel? ¿Por qué? Apretó los dientes mirándola.

    “Oy-oye... gracias... por todo, realmente. Aunque no es buen momento.”

    —No, no lo es— respondió arrugando su ceño. No, no estaba molesto con la muchacha, estaba molesto con la situación. Pero no podía controlarse, se sentía un imbécil, y ni siquiera sabía por qué—. Hablemos luego.

    Avanzó decidido hacia donde se encontraban Lena y Jez sin comprender realmente qué quería hacer, qué quería decir. No comprendía siquiera qué sucedió. Todo se había calmado, pero Lena se veía en unas condiciones horribles.

    Observó a Joey por unos instantes, y tras ello se acuclilló, pasándole un brazo por los hombros a Jez.

    —Jez… Jezzie—murmuró dirigiéndose a la muchacha, con un tono cauteloso, limpiándole con cuidado las lágrimas. No iba a ser un idiota de nuevo, no quería acrecentar el sufrimiento de la pobre chica, no ahora—. Ve con Joey, por favor.

    Empujó con suavidad a Jez, separándola de Lena, y abrazó a esta última, entendiendo al fin que pronto dejaría de existir en este mundo. Que ese sería el primer y último abrazo con la que una vez fue su pequeña gruñona, aunque tan solo hubiese sido un pasatiempo. Apenas se conocían, sí, y tuvieron más de un choque, pero aquella situación no dejaba de ser triste, y se sentía tan malditamente culpable.

    —Lo siento por lo que dije la última vez. Fui un imbécil, un egoísta que solo pensaba en sí mismo—apartó uno de los húmedos, helados, mechones de pelo que dañaban el ya frío rostro de Lena, y apretó los dientes sintiéndose la persona más horrible del mundo, alguien del que su hermano estaría decepcionado—. Pero mirame aquí, sufriendo por verte así, ¿por qué será?

    Suspiró, notando cómo ella temblaba por el frío, y no podía hacer nada para que entrase en calor. No pudo hacer nada en todo ese rato, pero quizá le tocase hacer lo más duro de todo. Debía permitirle marchar sin sufrir más.

    —Saber—susurró, y sintió cómo su servant se materializaba a su lado, serena, seria, esperando sus órdenes. No había entablado mucha relación con ella, pero aún así presentía que pedirle aquello no sería de su agrado—. Acaba con su sufrimiento. Hazlo.

    Apretó el agarre de su abrazo, conectando con más fuerza sus cuerpos por última vez, y la tumbó con cuidado encima de su chaqueta. ¿Estará bien hacerlo? ¿Era egoísta de nuevo?

    —Oye, ¿sabes qué es lo que viene después de la nieve?—Sacudió la nieve que se había acumulado en la muchacha, y acarició su cabello—. La primavera. Las flores. El sol. El calor. Tranquilidad.

    Se quedó de rodillas junto a Lena, tomándole de la mano, y observó a Saber suplicante, pidiéndole con la mirada que lo hiciera ya. Que no prolongase el sufrimiento que todos sentían.

    —Me quedaré a tu lado hasta que todo haya terminado, lo prometo.

    Y Saber, sin titubear, atravesó con su espada el frágil corazón de Lena.
     
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    Hygge

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    Y tal y como hice con Rachel, rompo la tercera persona para abrir el corazón de Lena por primera y última vez :'D Lo siento por el tocho, pero tenía que expresar muchas cosas ;__;

    Lena Sallow
    Vida: 0/100
    Lugar:
    Primera flecha


    El mundo se muestra de tonalidades tan distintas desde los ojos de aquellos que están a punto de morir, que si tuviera fuerzas suficientes reiría por tan burda ironía de la vida. El cielo gris, cubierto de nubes espesas y distantes, se sentía un lienzo en blanco con infinitas posibilidades de crear arte en él. La oscuridad que nos rodeaba dejó de darme miedo, y me invitaba a descubrir cuántas variantes distintas podían surgir de ella, qué misterios ocultaba en su interior. Misterios que nunca antes había sentido la necesidad de descubrir, porque nunca antes había reparado en ellos con detenimiento. La paleta de colores brillaba con una intensidad inusitada a mi alrededor mientras apenas podía mantener los ojos abiertos por el frío y el sopor, pero más que tristeza por aquello que ya no podría contemplar jamás, sentía... paz. Una paz genuina, porque por primera vez el mundo se mostraba frente a mí con sus verdaderos colores, sin que la intensa bruma de la ira y la tristeza siguieran nublando mi visión.

    Su belleza e inmensidad me abrumaron y me dejó sin palabras. Me pregunté si muchos más como yo tendrían la oportunidad de contemplar sus verdaderos colores antes de morir. Deseaba que así fuera.

    Siempre he sido una chica solitaria que repudiaba el contacto de otras personas. Y, en el fondo, no había nada que anhelase con tanta intensidad en este mundo que sentir el calor de otros contra mi cuerpo. Comprendí entonces que si finges sentirte de alguna forma con todo tu ser durante mucho tiempo, al final esa sensación se hará parte de ti sin que te des cuenta. El mentiroso que acabó creyendo su propia mentira. La máscara que terminó sustituyendo el verdadero rostro. Siempre tuve claro que moriría sola, que nadie se percataría de mi ausencia. Por ello la visión que se mostraba frente a mis ojos en aquel instante me resultaba tan irreal, que me pregunté si de verdad seguía con vida.

    Jez, la dulce Jez acariciaba mi cabello con delicadeza, como si de tan solo un soplido pudiera llegar a romperme. Cuidaba de alguien que nunca le había tratado bien y aún así su corazón lloraba, porque era demasiado grande para contenerse en su pecho. Joey, el gentil Joey nos dedicaba una de aquellas sonrisas que resquebrajaban su propia alma y a pesar de haber intentado hacerle daño, tenía la necesidad de darme calor con las pocas prendas con las que contaba. Y Daichi, el estúpido, pervertido y molesto Daichi, quedándose a solas conmigo justo cuando más lo necesitaba.

    Mis orbes, de un verde que resultaba extrañamente pálido, se enfocaron en su mirada rojiza con una intensidad distinta. Permanecimos allí, en silencio, intercambiando miradas que comprendí demasiado bien. Y a pesar de todo fruncí el ceño con las pocas fuerzas que me quedaban, porque ya era costumbre entre nosotros. Cuando sus brazos me rodearon todo el frío y el dolor desaparecieron sin dejar rastro, y una calidez completamente distinta inundó mi pecho.

    "Lo siento por lo que dije la última vez. Fui un imbécil, un egoísta que solo pensaba en sí mismo. Pero mírame aquí, sufriendo por verte así, ¿por qué será?"

    —Lo fuiste. El más imbécil y egoísta de todos —A pesar de mis palabras torcí una débil sonrisa, y fue la más genuina que pude esbozar jamás. Extendí mi brazo con esfuerzo y aparté el cabello húmedo de su frente, aquel que le impedía verme con claridad, con una delicadeza que resultaba impropia en mí—. Pero mírame aquí, habiendo sido incapaz de imaginar hacerte daño, ¿por qué será?

    Comprendí en su semblante el pensamiento que le aquejaba y no necesité alzar la cabeza para entender que Saber ahora se encontraba allí. Que mi verdugo al fin se había materializado. Y a pesar de no temer a la muerte, había algo en aquel instante que no deseaba que se acabase jamás. Mi rostro se deformó en una mueca de dolor y las lágrimas regresaron una vez más, surcando mis heladas mejillas. Lo acerqué contra mí con fuerza, buscando desesperada su calor por primera y última vez, rasgando su espalda a medida que los sollozos se intensificaban. Y cuando me dejó con cuidado sobre su chaqueta, sujetando mi mano para hacerme saber que estaría allí, volví a sentirme aquella niña de corazón frágil que siempre había sido.

    "Oye, ¿sabes qué es lo que viene después de la nieve? —Sacudió la nieve que se había acumulado sobre mí, y acarició mi cabello—. La primavera. Las flores. El sol. El calor. Tranquilidad."

    —Espero no tener que verte en esa primavera, entonces —susurré entre hipidos, las mejillas tiñéndose de un débil color por última vez. No quería que muriera. Por más idiota y cretino que fuera, no podía odiarle, no podía desearle la muerte a ninguno de ellos a decir verdad. Apreté su mano, sintiendo mis párpados pesar y una calidez extraña adormecer mi cuerpo. Dejé caer mi cabeza, mi mirada perdiéndose en el cielo—. ¿No es asombroso? No importa cuantas veces lo mires, nunca es el mismo dos veces. Este cielo de ahora solo existe en este instante...

    >>Ojalá pudiera volver a verlo con ella.

    Me arrepentía de tantas cosas. Mientras la vida se escapaba de mi cuerpo, y me abandonaba al tacto de Daichi y al sonido de los pasos de Saber acercarse hacia mí, mi pecho dolía al pensar que jamás pude despedirse de mi madre. Decirle cuánto la quería, que ella no tenía la culpa de nada. Me arrepentía de todo el dolor que había causado, del daño que había hecho a personas que no se lo merecían, pero ya era demasiado tarde.

    Ojalá haber cambiado las cosas cuando tuve la oportunidad para hacerlo.

    —¿Sabes? —murmuré, con la voz pendiendo de un hilo. Sentí de repente una segunda mano sujetar la suya, mucho más fría y etérea, y no tuve que abrir los ojos para saber de quién se trataba. Una dulce sonrisa decoró mi rostro empapado en lágrimas, inmortalizándose en él por toda la eternidad—. Nunca me han gustado los abrazos... pero el tuyo no ha estado tan mal, después de todo.

    La espada de Saber brilló por última vez y de un movimiento certero cortó el aire. Todo se volvió negro, y un último pensamiento cruzó mi cabeza. El último aliento de Lena Sallow, uno cargado de gratitud.

    "Gracias"
     
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    Tarsis

    Tarsis Usuario VIP Comentarista supremo Escritora Modelo

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    La nieve comenzó a cambiar de tonalidad, cayendo y cubriendo todo con un reflejo verde. La barrera brillaba sobre ellos, verde esmeralda, parecía palpitar. El rayo verde los alcanzó a cada uno en su sitio, tele-transportándolos de nuevo a casa.

    Ya una vida había sido entregada.
     
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