One-shot de Pokémon - Huesos en la nieve

Tema en 'Fanfics Terminados Pokémon' iniciado por Allister, 13 Noviembre 2018.

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    Allister

    Allister Caballero del árbol sonriente

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    Escritor
    Título:
    Huesos en la nieve
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Horror
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3931
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    1​

    Siempre llega cada año por aquella temporada, cuando la nieve cubre todo Ecruteak, desde el teatro de danza hasta la torre quemada. Teman al devorador que en su saco carga los huesos de las almas desdichadas, aquel que mancilla el sueño de los niños que mal andan.

    Así comenzaba aquel legendario cuento de terror que los padres de ciudad Ecruteak usaban para fomentar el buen comportamiento de aquellos diablillos insurrectos que llamaban hijos.

    Solo hacía falta que los primeros copos de nieve comenzaran a caer sobre la ciudad, para que los niños se sentaran frente a las chimeneas a escuchar el terrible relato de “Huesos en la nieve”

    Huesos en la nieve era el sobrenombre que le daban a aquel ser invernal que, según la fábula, devoraba la carne de los niños mal portados hasta dejar sus huesos limpios y llevarlos consigo dentro de su saco.

    — ¡Patrañas!— Vociferaba el niño Credence, cada que escuchaba a los más pequeños hablar con solemne respeto sobre el terrible monstruo. Me refiero a él como un monstruo porque según la leyenda, nadie ha sobrevivido para ver la apariencia real de aquel ser. Nadie sabía a ciencia cierta si se trataba de un humano o un Pokémon, pero algo era real, Huesos en la nieve era el combustible que encendía las pesadillas de los más susceptibles.

    El pequeño Elijah miraba con admiración a su hermano Credence, deseaba ser tan valiente como él y no temer a los cuentos de terror que su padre les contaba.

    — No seas tonto Elijah, esos son solo inventos de nuestros padres para que nos portemos bien y no nos comamos a hurtadillas las galletas con chispas de chocolate que madre guarda en la alacena.

    El menor de los hermanos sonrió con desconfianza mientras se aferraba tiernamente a un afelpado Growlithe que era su adoración. — No lo sé Credence, es mejor evitar meternos en problemas.

    — Lo sabía, no eres más que un mariquita. Quédate con tu mugroso Growlithe, yo iré a vagar por ahí y a comerme la ración de galletas que te hubiese correspondido de haberme ayudado.

    Credence abrió de golpe la puerta. Una mesurada cantidad de nieve entró en la casa acompañada por un viento frío que hizo recular a Elijah y a su pokémon. El mayor de los hermanos se perdió en la blancura del exterior refunfuñando maldiciones haciendo oídos sordos a las súplicas de su hermano menor, que insistía en que no debía salir de casa sin permiso.

    Credence caminó por la nieve, protegido con un abultado anorak azul, unas botas de piel de Mamoswine y un gorrito rojo sobre su revuelta cabellera negra.

    — Estúpido Elijah, no puedo creer que sea tan mojigato. — Refunfuñó por lo bajo hablándole a la nieve y a la soledad, mientras se metía a la boca una de aquellas galletas robadas. Tenían un sabor particularmente dulce, el sabor inequívoco de lo prohibido.

    Pasó las horas deambulando por los bosques de Ekruteak, jugando en soledad con la nieve.

    No era sorpresa que Credence no tuviera muchos amigos, su carácter explosivo y presuntuoso hacía que los demás niños le marginaran.

    Nadie quería estar con un gamberro mandón y presumido, y aunque el chico vociferaba que aquello no le importaba en lo absoluto, lo cierto era que en el fondo sentía envidia de Elijah, quien al ser un poco más dócil y dulce gozaba de la aceptación de los demás.

    — Estúpido Elijah — Volvió a decir. Esta vez el tono de su voz sonó fuerte y claro. Tan es así que salió de su ensimismamiento al escucharse. Sintió un leve ruborcillo de vergüenza al percatarse de que estaba envidiando al perdedor de su hermano.

    Se sacudió la idea de la cabeza y la asfixió durante toda la tarde entreteniéndose vulgarmente lanzando bolas de nieve a los Sentret y Furret que se paseaban por los árboles.



    2

    La noche había caído súbita y más temprano de lo habitual debido al temporal propio de aquellas estaciones nevadas.

    Credence caminó de regreso a casa despreocupado a pesar de que la capa de nieve que cubría el suelo parecía aumentar peligrosamente.

    Sus botitas se desplazaban trabajosamente a través de blancos cúmulos que le cubrían los tobillos. Los muslos comenzaban a dolerle, y de pronto entendió que largarse de casa aquella tarde no había sido la mejor de las ideas.

    Aún estaba inmerso en sus pensamientos cuando un chillido lastimero lo distrajo. Miró con cuidado hacia la basta soledad fría tratando de encontrar lo que producía aquel ruido. Nada.

    Siguió caminando y el chillido se escuchó aún más fuerte. Giró y escuchó, esta vez con más detenimiento. Reconoció el sonido, y aquello, lejos de tranquilizarle le hizo temblar.

    Había visto muchos documentales sobre la vida de los pokémon salvajes y sabía cómo sonaba un Rattata agonizando. Vio cientos de veces perecer a esos desdichados roedores entre las venenosas fauces de algún Ekans y de alguno que otro Seviper. Una cosa era escucharlos por la tele y otra muy distinta escucharlos en vivo y en medio de una horrenda noche nevada.

    La oscuridad comenzaba a hacerse perpetua y un hilillo de miedo se infiltró en su pecho traspasando el grueso anorak y calándole en el corazón.

    Aceleró el paso tan rápido como la gruesa capa de nieve se lo permitía. No llegó lejos pues sus pies trastabillaron al chocar con algo entre aquella blancura.

    Dirigió su mirada hacia el suelo, y un bulto informe que saltó para después zambullirse nuevamente en la nieve, le hizo dar un respingo.

    No pudo relacionar la forma de aquel ser con humano o pokémon alguno. Pero se quedó quieto tratando de escuchar los movimientos de aquella cosa. Lo único que recibió fue un frío y desdeñoso beso por parte del viento nocturno.

    Sin apartar los ojos de los alrededores hundió su mano enguantada en la zanja de nieve que contenía el obstáculo que lo había detenido.

    Tocó con cuidado, y la contextura de aquello era horriblemente blanda y húmeda. Tanteó y asió a aquella cosa por la parte más delgada que pudo intuir pese a su poca visión.

    Lo levantó con el pulgar y el índice, tal como levantarían las tazas de té los remilgados aristócratas de algún reino lejano.

    A medida que Credence alzaba aquella cosa, su rostro se deformaba paulatinamente. Primero con sorpresa, después con asco y finalmente con terror.

    No se había equivocado, aquello que chilló entre la nieve era un Rattata, Rattata que ahora yacía muerto y descarnado entre sus dedos.

    No soportaba tener aquel pedazo de carne entre sus manos, pero la curiosidad lo había hecho mantener la vista.

    Estaba seguro que nada en el salvaje mundo de los pokémon podía dejar tras de sí tan singular espectáculo.

    Rattata mostraba un protuberante agujero en su costado, le habían devorado toda la carne que cubría las costillas. Nada tendría de particular aquel detalle salvo la limpieza del acto.

    No existía ni por asomo el salvajismo característico que dejaba el ataque de un depredador. La carne del Pokémon había sido desmenuzada y devorada con especial cuidado. Era como si el mero acto de alimentarse no constituyera más que la antesala de una búsqueda más profunda.

    Por algún motivo desconocido los ojos de Credence se posaron sobre los huesos del roedor. Estaban desprovistos de carne, terroríficamente limpios, listos para una… extracción.

    “Teman al devorador que en su saco carga los huesos de las almas desdichadas, aquel que mancilla el sueño de los niños que mal andan”

    Aquel verso saltó como un horrible Ariados sobre su cabeza.

    Soltó de golpe el cadáver del Rattata como si de pronto se hubiese transformado en una braza ardiente. Echó a correr despavorido pero la nieve frente a él lo detenía como un blanco demonio insidioso que lo apresaba con sus largos y fríos dedos.

    Miró hacia atrás mientras las lágrimas comenzaban a brotar como cascadas amargas. Algo bajo la nieve avanzaba hacia Credence, mucho más rápido de lo que él podía correr.

    Se había resignado ya patidifuso ante la revelación de aquel terror que reptaba hacia él. Apretó los ojos con fuerza y justo cuando creyó que caería abatido víctima de aquel depredador, el sonido estridente del motor de un quitanieves y el demencial ladrido de varios Lycanroc le devolvieron la esperanza.

    Abrió los ojos y frente a él como única prueba de que aquella cosa lo había perseguido, no había más que un montículo de nieve abultado.

    Giró para encontrarse a su padre manejando el quitanieves y acompañado de varios vecinos que guiaban con correas a sus Lycanroc y alzaban como antorchas varias lámparas de gas que parecían trémulas estrellas en medio de un firmamento insidioso.

    3

    Una semana pasó desde aquel incidente, pero el pequeño Credence ni una palabra dijo sobre el misterioso ser entre la nieve que lo había perseguido aquella noche. Incluso en su mente aquel acontecimiento se estaba convirtiendo en un recuerdo difuso.

    Ahora sus pensamientos estaban ocupados quejándose del castigo impuesto por su osado robo de galletas y el subsecuente viaje nocturno que había tenido en vilo a su madre.

    Usaba trabajosamente una enorme pala con la cual limpiaba el camino de la casa cada que se cubría de nieve.

    — ¿Por qué no puedes ser como Elijah? — Había dicho su madre mientras lo reprendía por haberse largado de casa sin reparo alguno. — Él es tan obediente, y buen hijo.

    ¿Por qué no puedes ser como Elijah?

    La pregunta lo torturaba y entre más la pensaba, crecía dentro de sí un descontrolado sentimiento de ira.

    Limpiaba la nieve, pero de su mente no salía la imagen del estúpido Elijah, sonriendo y jugando con su maldito Growlithe.

    Él no tenía amigos, no tenía el cariño de sus padres y tampoco tenía un puñetero pokémon con el cual jugar.

    Descargó un golpe de frustración contra la nieve y lanzó lejos la pala.

    Se tiró al suelo y maldijo a sus padres y a su hermano por lo bajo. Se quedó un tiempo observando el cielo de invierno, con la mente en blanco tratando de calmarse. Fue entonces cuando giró la cabeza y le vio.

    Growlithe jugueteaba en la nieve, despreocupado y campante, ladrándole a un Furret fisgón que le hacía mofa desde un árbol.

    Credence se levantó con la malicia pintada en la cara y una idea retorcida en la mente. Tomó la pala y se acercó hacia el pokémon.

    Miró en todas direcciones y se percató de que estaba solo. Se acercó con falsa simpatía hacía el can de fuego, y como era de esperarse de su naturaleza confiada y leal, siguió al hermano de su amo a un lugar lejos de la casa.

    Ya apartados de toda vista indiscreta, dejó que Growlithe se confiara y jugueteara por los alrededores. Cuando el tipo fuego estuvo lo suficientemente relajado y confiado, Credence corrió hacía él con la pala en lo alto listo para asestar un golpe.

    — Si yo no tengo un pokémon propio, él tampoco lo tendrá.

    Se escuchó un golpe seco y metálico acompañado de un chillido apagado.

    4

    El pequeño Elijah lloraba desconsolado en el regazo de su madre. Su padre había tardado varías horas en encontrar al pobre Growlithe muerto y casi cubierto por la nieve.

    Por obvias razones no le mostró el cadáver al pequeño. Lo que sí le reveló fue la causa de la muerte y lo hizo de una forma infantil, como si Elijah fuera estúpido y no comprendiera que la frase “Gente mala le hizo algo malo a Growlithe” significaba en realidad que un chalado de mierda había matado a su pokémon.

    Credence por su parte se regodeaba de satisfacción en secreto y hacía enormes esfuerzos por no carcajearse frente a todos.

    Ese marica lo tenía merecido. Pensaba Credence mientras se comía gustosamente, por primera vez, su plato de judías.

    — Ojala Huesos en la nieve venga y le haga lo mismo al que mató a Growlithe.

    Al escuchar aquella frase, por alguna extraña razón, las imágenes de aquel Rattata descarnado pasaron por la mente de Credence haciéndolo recordar aquel susto que por poco había logrado olvidar.

    Teman al devorador que en su saco carga los huesos de las almas desdichadas.

    Las judías volvieron a adquirir aquel sabor que tanto desagradaba a Credence, y la retahíla de imágenes grotescas no hizo más que hacerlo perder el apetito. No era el hecho de ver un cadáver lo que lo traumaba, ¡por Arceus! hace un par de horas se había cargado al Growlithe de su hermano.

    Era recordar aquella cosa entre la nieve lo que le ponía la piel como escarpia. Eso que tan malignamente se alimentaba de Rattata y que seguramente, de no haber llegado su padre y los vecinos, lo hubiera devorado a él también.

    ¿Huesos en la nieve era real? ¿acaso era cierto que rondaba por los oscuros rincones de ciudad Ecruteak en la época nevada como decía aquella historia? si castigaba a los niños malos, seguramente él estaría en su lista.

    Sacudió la cabeza para liberarse de aquella idea y siguió cenando, con un poco menos de satisfacción que antes.

    La hora de dormir llegó y Credence se encerró en su habitación. Ataviado con su pijama celeste se metió entre las sábanas y trató de dormir, pero el llanto de su hermano y los constantes mimos que sus padres procuraban para hacer sentir bien al pequeño Elijah entorpecían su sueño.

    De haber sabido que matar al condenado perro atraería tanta atención sobre la sabandija llorona, no le hubiera tocado ni un pelo. Estaba más solo que antes, y las oscuras sombras que en su cuarto se proyectaban no hacían más que deprimirlo.

    5

    Era la media noche cuando, después de un largo lloriqueo, Elijah y sus padres por fin se habían quedado dormidos. Credence pendía de un hilo entre el mundo onírico y el real. Se acomodó viendo a la ventana de su habitación que daba a la calle, y la pacífica forma en la que los copos de nieve caían lo comenzó a adormilar más.

    Aquel rectángulo proyectaba un panorama frío y blanco, demencialmente solitario apenas iluminado por la luz de una débil farola.

    Ni un alma había en aquel paraje desolado y el viento casi podía adquirir formas tangibles cuando arremolinaba los copos de nieve formando pequeñas ventiscas.

    De pronto, los ojos entrecerrados de Credence se abrieron al notar un pequeño bulto entre la nieve. La cosa reptaba bajo la capa blanca igual que lo había hecho aquella noche en el campo abierto. Se acercaba velozmente hacia la ventana.

    El niño se levantó de golpe, enredándose y cayendo de la cama debido al susto. Miró de nuevo hacia afuera y notó cómo aquel ser huidizo se aproximaba camuflado y protegido por centímetros de nieve.

    Se levantó y corrió despavorido hacia la puerta, giró el pomo con fuerza y las bisagras cedieron provocando un infernal ruido chirriante.

    Credence sintió una congelante bofetada en el rostro y una fuerte ventisca lo hizo palidecer de frío. Miró sus pies y bajo ellos un enorme tapete blanco de escarcha le enfriaba los dedos. Volvió la vista hacía enfrente con angustia, esperando encontrarse con los pasillos de su casa.

    No encontró más que hectáreas de nieve bajo un cielo turbio y oscuro, una blanca pesadilla de soledad y miedo. Trató de regresar pero su habitación no existía más, se encontraba en medio de la nada.

    Cruzó los brazos bajo sus axilas tratando de darse calor, no pasaría mucho tiempo antes de que sus dedos se pusieran morados y se congelaran.

    Un golpecito leve en sus pies volvió a guiar su mirada hacia el suelo. Ahí estaba esa elevación de nieve que escondía al ser devorador que tanto temía.

    Dio dos pasos hacia atrás incrédulo y al borde del llanto, mientras observaba horrorizado cómo una delgada mano huesuda y pútrida se asomaba de entre la nieve como un cadáver resucitado.

    Trató de correr pero la mano lo sujetó del tobillo. Gritó pero nadie lo escuchaba, seguía estando solo como la maldita escoria que era. Maldijo su existencia, y hasta lamentó no haber sido una buena persona. Algo en su conciencia gritaba más fuerte de lo que sus cuerdas vocales podían. Deseó en aquel momento no haber matado a Growlithe.

    Ya era muy tarde para reproches, sintió un fuerte apretón en la pantorrilla y después un dolor más agudo. Dientes masticaban su carne en busca de sus huesos.

    Vio al hacedor de aquella tortura y su cordura se deshilachó. Un monstruo de cuerpo humanoide, delgado y cadavérico yacía bajo sus pies. Su rostro era una enorme boca de dientes gruesos y salivosos que lentamente roían su carne.

    La cosa lo sujetó con la mano libre e introdujo sus podridos dedos en la herida que había provocado con su mordida. Credence sintió un dolor terrible, aquel ser jaloneaba con fuerza en su interior tratando de desprenderle la tibia.

    Gritó como un poseso pero nadie podía ayudarlo. El mismo se hubiese definido como un marica si se hubiese visto en aquel momento llorando y clamando por sus padres. Aquel fue el final de Credence.

    6

    Despertó con el pecho agitado en espasmos, y a pesar de que afuera la temperatura podía congelar ríos completos, Credence sudaba a chorros.

    Se tocó la pierna para cerciorarse de que ningún hueso estuviera fuera de su lugar. Suspiró con alivio al saberse a salvo.

    Aquella sensación duró poco pues unos leves golpecitos en la ventana lo sobresaltaron nuevamente.

    Miró en dirección al cristal y temió encontrase con la creatura de sus pesadillas. Otra vez volvió a suspirar de alivio.

    En la ventana se encontraba una creatura sí, pero distaba mucho de ser aquel horrible monstruo ladrón de huesos. Credence se sintió estúpido al creer por un segundo que Huesos en la nieve lo estaría esperando para devorarlo.

    Un pequeño pokémon de plumaje rojo y blanco, de ojos marrones cubiertos por unas manchas que parecían un antifaz, golpeaba la ventana con sus pequeñas alitas.

    Era un Delibird y parecía desesperado por entrar. Tenía el pico cubierto por pequeñas estalactitas de hielo y el lomo y las alas cubiertas por la nieve. Enrollaba su larga cola haciéndola parecer un saco y observaba a Credence con una penetrante mirada suplicante.

    — Estúpido Delibird — Farfulló el chico con molestia. —Debería dejarte morir por el susto que me has dado.

    Y aquella hubiese sido la resolución final de la historia, pero la maldad de Credence lo hizo cambiar de opinión.

    En aquel momento el niño vio la oportunidad de tener su propio pokémon y poner un poco de sal en la herida de Elijah. Ahora sería él quien jugaría alegre con su pokémon mientras su hermano se sentaba a lloriquear por su Growlithe.

    El despiadado niño se asomó a la ventana y observó al pokémon con cautela. — ¿Así que quieres entrar? — preguntó maliciosamente el pequeño bastardo.

    Los ojos de Delibird se ensancharon con ternura suplicante y asintió levemente.

    Credence abrió la ventana. Con dificultad posó sus codos sobre el alfeizar y una leve ventisca nevada se introdujo a la habitación. Estiró los dos brazos y tomó a Delibird de la cintura.

    El chico observó con cuidado al pokémon reparando en su tierna apariencia y en su suave plumaje. — Por un segundo creí en esa historia de huesos en la nieve, pero tú pequeña bola de plumas eres tan inofensivo que me siento estúpido al haberme asustado.

    Los grandes ojos marrones de Delibird brillaron con maldad y torció su pico en una mueca que cualquiera hubiese jurado era una sonrisa.

    Credence se sorprendió ante aquello y casi como en un auto reflejo dirigió su mirada hacia el exterior y se encontró con lo que más temía. Un camino abultado como los que dejan los Drilbur cuando excavan, se dirigía desde el bosque hasta la parte exterior de su habitación. Bajo su ventana había un agujero de negrura insidiosa por donde aquello que reptaba en las noches frías de Ekruteak había emergido.

    Él estaba frente aquel terror que asolaba las pesadillas de los niños del pueblo. Aquella cosa era real, tan real como la blancura de la maldita nieve. El devorador que en su saco carga los huesos de las almas desdichadas se camuflaba en la apariencia de un tierno e imperceptible Delibird.

    Aún procesaba aquella información en su cabeza, cuando el ave le lanzó un violento picotazo entre la cejas. El dolor lo hizo soltar a Delibird, y este, con un movimiento casi magistral envolvió el rostro de su víctima con su saco – cola antes que pudiera siquiera emitir algún grito.

    Credence se revolvió como un Caterpie enmarañado en su propia seda.

    Delibird alzó un trabajoso vuelo con una sola de sus alas mientras cargaba el cuerpo moribundo de Credence hacia el exterior.

    El niño dejó de batallar y su cuerpo fue arrastrado por al alfeizar hasta ser lanzado en la fría nieve.

    Credence no respiraba y fue pan comido para el Pokémon introducirlo en la nieve y llevarlo al frío bosque donde lo descarnaría.

    7

    A la mañana siguiente la familia de Credence solo encontró una habitación repleta de nieve que se había colado por la ventana abierta.

    Buscaron al niño como locos creyendo firmemente que se trataba de alguna de sus travesuras. Al acabar el día las esperanzas se difuminaron como la luz del ocaso que se cernía sobre el pueblo.

    Uno de los Lycanroc que lo habían encontrado la primera vez olisqueó bajo la nieve y descubrió el cadáver de Credence, hinchado, azulado y con manchas negras y pútridas. Signos inequívocos de congelación.

    Cuando los vecinos terminaron de desenterrar el cuerpo del niño, el asco y el terror los invadió a un más.

    Tenía la pierna izquierda casi devorada en su totalidad pero le hacían falta el fémur y el peroné, alguien se los había arrancado con limpieza quirúrgica.

    Y desde entonces los adultos de Ecruteak dejaron de usar el cuento de Huesos en la nieve para asustar a sus hijos. Nadie lo decía pero lo cierto es que todos comenzaron a creer en el mito. Abandonaron el bosque cargando con solemnidad al muerto. Tenían la mente tan llena de miedo y de preguntas que en aquella silenciosa excursión nadie alzó la vista en ningún momento. De Haberlo hecho se hubieran percatado de que un Delibird los observaba desde las altas y nevadas ramas. Tenía el estómago abultado y reposaba con saciedad. Sostenía su cola como un saco, y de ella sobresalían dos huesos como macabros trofeos.

    8

    Mucho tiempo ha pasado desde aquel día nefasto, casi nadie desaparece en Ecruteak cuando la nieve cae, aunque de vez en cuando se escuchan historias de algún viajero incauto o de algún niño malcriado que nadie vuelve a ver.

    Elijah vive actualmente en las afueras de su pueblo natal, superó la muerte de Growlithe y la de su hermano. Ahora está viejo y comparte una cabañita de madera junto a su esposa y un fiel Arcanine que de vez en cuando le recuerda a su primer pokémon. No existen traumas en la mente de Elijah sin embargo procura siempre ser un buen ciudadano y cada vez que el invierno llega a Ecruteak no sale por las noches, corre los pestillos de las puertas y asegura las ventanas con la misma prudencia y solemnidad que los demás habitantes del pueblo. Nunca se sabe si lo que se llevó a su hermano aquella noche, alguno de esos días malsanos cuando la nieve cubre todo Ecruteak, Huesos en la nieve decida ir por él.
     
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    Maze

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    No hay Lycanrocks en Johto...

    Vale, vale, entiendo que los metiste porque tienen apariencia de huskies/lobos y en general animales de rastreo. But no sé... no es como si no hubiera alternativas en la región.

    Igual que quede claro que eso no tiene la menor importancia y que simplemente quería decirlo.

    Me gusta esa onda de cuento de terror, y la vieja fábula que se vuelve real al estilo de Pedrito y el Lycanrock. Creo que con esta clase de monstruos van bien los protagonistas infantiles, aquellos cuya "maldad" puede entenderse como consecuencia de la envidia y la soledad que hace a niños malcriados llegar demasiado lejos.

    Entonces tenemos al pequeño Santa Claus convertido en un Boggeyman, una criatura que, pese a su contexto de monstruo, se siente algo pintoresco. 10/10 con el animalito que volviste macabro de forma curiosa.

    Muy bueno, la verdad. Uno de mis favoritos.
     
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