Historia de un Pueblo. [Torneo]

Tema en 'Relatos' iniciado por Heleia Clare, 8 Julio 2013.

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    Heleia Clare

    Heleia Clare

    Sagitario
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    23 Junio 2013
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    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Historia de un Pueblo. [Torneo]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2910
    Título: Historia de un Pueblo.
    Resumen:—Es más que una cantina —dijo con tono coqueto, mostrando parte de sus senos a través del escote de su blusa roja de tirantes. Pronto Alexander White se vio hipnotizando por la vista que tenía, rozando sus dedos con los de ella al coger el bote. Relamió su labio superior con nerviosismo y desvió sus ojos de la cantinera.
    Advertencia: Lenguaje Vulgar.

    Capítulo Único
    Fue en la primavera de 1951, en uno de los tantos pueblos de la costa de México. Llamaremos al susodicho el Tamarindo; en honor a todos los árboles de esta fruta que se extendían en las hectáreas de los campos de cosecha en la entrada del lugar, procurando con fiereza sombra para los animales. Sobre todo en aquella época del año, donde se esperaba la lluvia y si esta no llegaba, se aguardaba la muerte inevitable del ganado, que, al no hallar pasto fresco, inevitablemente morían de hambre.
    Desde la entrada del Tamarindo hasta comenzar la única playa, también llamada la “La Vista del Sol”, la carretera es de terracería caliente, de esas donde tienes que traer huaraches o aguantar las ámpulas que saldrán en tus pies. El camino era recto, así que debías que tener cuidado por donde pisabas o algún pistolero te volaba la cabeza sin discutirlo.

    Siempre había sido un pueblo lleno de pobreza y necesidades, de gente trabajadora y sin recursos. Muchos forasteros solían decir: de gente sucia e ignorante.

    El Municipio era diminuto en comparación a las grandes ciudades, apenas una plaza con un establecimiento de adobe, donde los ladrones y mujeres eran colgados para cumplir su sentencia; pese a que la mayoría de las ocasiones los mismos habitantes saldaban sus deudas a machete, y lo más ricos, con arma. No era un pueblo grande, más bien pequeño; tenía un parque con bancas de madera que dividía tres calles en las que los comerciantes hacían negocio y alguno que otro gitano, una representación de cine. Muchas casas de adobe y ladrillo rojo, tal vez si eras más humilde, de lodo. Pocas tienda de dulces alrededor del pueblo, un molino para el maíz y la singular cantina de la Licenciada Mariela, aquella mujer blanca que llegó de la Ciudad de México, dueña de la exclusiva casa de cemento de dos pisos de altura, con la que todos los habitantes soñaban habitar.

    Mariela López era su nombre, hija de un carpintero y una costurera que hace años murieron; según se sabe se fugó con un militar que la llevó a la ciudad, dándole estudio y sustento. Su esposo murió años después en la guerra, luchando por el bienestar de su país; consecuencia a su fallecimiento, le dejó algunos billetes y deudas menores a su esposa. Ella se convirtió en una mujer sin éxito, que debido a su ineptitud en la empresa perdió su trabajo rápidamente. Regresó al Tamarindo en busca de un negocio que rindiera y la sacara de la pobreza, escapando de la dura vida en la Ciudad. Su rostro era fino y agradable a la vista, los labios marcados en color carmín y los ojos verdes más sensuales para cualquier campesino de pueblo. Sus mejillas coloreadas con rubor rosa marcando su semblante gustoso. Gozaba de un cabello ondulado y castaño que caía en su espalda, invitando a los desconocidos a acariciarlo; de complexión delgada y senos grandes. No debía rondar más de los treinta años.

    Decidió construir un día lejos del parque en la desviación para ir la playa, a quince minutos del Pueblo. Entre matorrales y pasto muerto, se alzó el establecimiento. La Cantina y Burdel el más famoso del Tamarindo.

    Causó ensoñación en los hombres, que apetitosos iban a beber aguardiente de chile con ajo o nance generalmente. La Licenciada desde su infancia, gracias a su padre bebedor, guardó litros de ajenjo en grandes barriles transformándose así en un beneficio. Bebidas fuertes que quemaban la garganta, dejando pobre al más acomodado del extranjero, presumiendo de dólares y vino tinto.

    Había además cinco bellas damas, todas ellas de quince años. Las llaman La Baraja Inglesa, pues eran las cinco prostitutas más demandadas del Burdel de Mariela; cada una con una máscara representativa del juego de cartas. Nadie sabe quiénes son, ni de dónde vienen, pero todos concuerdan en que la que se hace llamar La Reina, es a la que cada uno de ellos se quiere llevar a la cama. Todos sabían que era una virgen, pues la cantinera no había dejado que nadie la tocara y se paseaba simplemente con un vestido blanco por la cantina, sirviendo alcohol por todos lados. Se enteraron que buscaban un buen postor, pues la chica era hermosa de cuerpo; aunque el as de corazones no les permitía contemplar su rostro. Seguramente la dueña no encontraba alguien que le convenciera para dar a la muchacha.

    Alexander White fue uno de sus clientes, un forastero que conservaba familia en el Pueblo. Un chico rubio de ojos azules, con voz ronca y hombros anchos. Conforme le contaron, un pintor de mujeres desnudas, que iba de pueblo en pueblo buscando su musa. Vestido de pantalón negro y camisa blanca, entró una noche en la popular cantina; con los zapatos negros moviéndose sobre la alfombra roja que cubría el suelo y con su mano derecha, rascándose la barba de tres días.
    —Quiero un bote lleno de ajenjo de chile y ajo —había ordenado, sentándose en la silla de aspecto redondo frente a la barra, observando de lejos a los borrachos que discutían unas mesas atrás; respiraba el olor a alcohol de los señores, que en las mesas artísticas de los carpinteros, jugaban baraja apostando unas monedas y perdiendo si se descuidaban.

    —Claro, joven —contestó la dueña. Con los ojos expectantes contempló descaradamente al forastero; joven y bello, y sin no se equivocaba, con mucho dinero. Un buen partido para una mujer viuda y guapa como ella.

    —Es un lugar…Diferente —comentó. Mariela asintió desde la cocina, donde servía en un envase de refresco el aguardiente solicitado; pensando que lo que ataba a ese joven al Tamarindo, era su cabello rizado tan característico de los negros que nacían ahí. En cambio, él siguió observando la cantina, examinando varios cuadros de mujeres que, sugerentemente, mostraban alguna parte de su cuerpo, despertando interés en los machos del pueblo. Mayormente jovencitas que usaban cortos vestidos de tela y que coqueteaban con sus ojos de colores a los hombres que las miraban, invitándolos a vivir fantasías entre sus piernas blancas.

    —Es más que una cantina —dijo con tono coqueto, mostrando parte de sus senos a través del escote de su blusa roja de tirantes. Pronto Alexander White se vio hipnotizando por la vista que tenía, rozando sus dedos con los de ella al coger el bote. Relamió su labio superior con nerviosismo y desvió sus ojos de la cantinera.

    —Te ofrezco un billete de mil —respondió al fin, posterior a un tanto de tragos de ajenjo, sin abstenerse de mirar los pechos con descaro. Le había gustado.

    Mariela López comprendió esa noche, que el abrir las piernas le hizo ganar el doble de lo que ganaba tres días en la cantina y con cinco estrellas del burdel.

    Meses después, Alexander se fue del Pueblo. Por algunos comentarios, ella se enteró que había vendido en abundantes billetes un cuadro de una hermosa mujer de ojos verdes, recostada en la cama de un cuarto indiferente. Lo que más llamaba la atención del comprador, era el rostro de profundo éxtasis en la dama, como si hubiera sido pintada después de una noche desenfrenada entre sabanas desgastadas. Y Mariela sabía mucho de eso.

    Muchos rumores corrían diariamente en las calles de tierra y fue en enero de 1952, después de que Mariela comprara masa en el molino para hacer tortillas en el fogón; que la madre de Cecilia Ávila gritó a todo pulmón, que su virgen hija se había huido anoche con un pintor. Con su cubeta a media mitad de masa, se abrió paso entre las viejas chismosas que, por un momento, la siguieron con ojos críticos y enojados para continuar hablando del chisme recién conocido.

    Pensativa siguió su camino a la casa, con su vestido verde limón que le tejió la costurera, extrañando los caros vestidos que le regalaba su esposo, y que tuvo que vender por necesidad a un bajo precio. Meneaba las caderas en cada paso que daba, recibiendo halagos de los ganaderos; los mechones castaños permanecían peinados en una sola trenza, y el rubor en sus mejillas no era muy vistoso. La cantina en la orilla, se erguía cerrada.

    Llegó a entreabrir la puerta de madera para encontrar en la barra a Alexander White sentado en la silla, cargando a una joven morena de ojos negros. El pintor al verla, sonrió.

    Liliana Ávila tenía dieciséis años cumplidos, era delgada y de caderas anchas. Su cabello rizado tocaba sus hombros, de un color tan negro como los frijoles que comía a diario con su abuela. Se besaba sin pudor alguno con un extranjero, en la orilla de la Vista del Sol. Hace tiempo oyó de unos campesinos acerca de un pintor extranjero, que vendió un cuadro a alto precio. Admirada por la riqueza del joven, se juró enamorarlo si volvía al Pueblo.

    Cuando Alexander volvió, después de vivir en la gloria. Liliana vestía su mejor atuendo, un vestido blanco casi transparente que dejaba ver su sostén verde. Tan corta vestimenta que sólo alcanzaba a tapar sus muslos, presumiendo sus piernas morenas.

    Casualmente había encontrado a su amor en el playa, donde pintaba el viejo barco de carga que se hundía un poco más con cada año que transcurría. Alborotando su cabello con sus manos, se aproximó al joven sentado en la piedra. Alexander, pese al sudor en la frente, seguía con su trabajo duramente. Los pies descalzos de la chiquilla sentían la suave arena del mar, la brisa rozaba sus mejillas, libres de maquillaje barato.

    —Se dice que los españoles pasaban este mar con su barco de carga, y un día un tiburón atacó el barco. Como no era grande, fue fácilmente dañado, pero mira, sigue ahí, entre agua salada —con voz dulce le contó, acercándose hasta sentarse a su lado. El joven observó la punta del barco.
    Hablaron un poco y él quedó hechizado por su belleza, en especial por su piel morena y sin saber, por la falsa inocencia que desprendía.

    Consciente de que era un buen partido, el mejor si quería salir de pobre, Liliana visitó a una bruja a las afueras del pueblo, que tenía buena reputación en la región.

    —Con esta vela, ese hombre será tuyo —le explicó, cargando entre sus manos una pareja abrazada hecha de cera. Tomó un hilo rojo y lo enredó alrededor de la vela, ya en la tarde, el amarre estuvo hecho.

    El joven hechizado se enamoró de ella y semanas después, se huyeron. Sin embargo, el pintor sugirió esconderse en la Cantina de Mariela, alegando que su suegro podría matarlo. Escapando de un machete, se atrevió a subir al segundo piso de la casa de la cantinera, donde nadie podría encontrarlo.

    Cuando escuchó las llaves de la puerta principal abrirse, bajó con su mujer al primer piso. Se sentó en la misma silla que una vez usó, perdiendo un billete grande y ganando mucho más que un par de piernas. Liliana no hablaba, sólo se limitaba a observar la puerta, esperando a que Mariela López diera la cara.

    —¿Cómo entraste? —cuestionó, dejando la cubeta en una de las mesas de madera, mirando de arriba abajo a la joven a su lado. Era linda. El extranjero y la cantinera, intercambiaron miradas.
    —Has dejado la puerta entreabierta —replicó. Mariela aprobó algo desconfiada, nunca dejaba las cosas a medias y mucho menos, si había dinero de por medio.

    —¿Quién es la muchachita? — Indagó, acercándose a ellos, hacerse la tonta no era su estilo, pero el pintor no debía enterarse que su chiquilla, era la chica deseaba vender al más alto postor en el burdel. Alexander abrazó más fuerte a la niña, protegiéndola. Ante el silencio de ambos, Mariela comprobó lo ocurrido.

    La niña vestía una simple camisa azul, que por obviedad no le pertenecía. Y el rubio sólo traía un pantalón beige, ambos descalzos y, si se permitía decir, asustados.

    —Mi mujer.

    “El corazón no duele pero... De todos modos, cuídalo”. La frase había colado en su mente de la nada, hace años su madre se la dijo cuando apenas era una niña. Y definitivamente el corazón si dolía, si no, ¿qué era aquella punzada en su corazón?. Entendía que sólo fue una aventura de una noche, pero quizás todavía muy dentro de ella deseaba ser amada.

    Liliana le sostuvo la mirada cuando Mariela dirigió sus ojos verdes a los negros de ella. La Ávila la veía altanera y triunfante contrastando irónicamente con su rostro inocente, Mariela suspiró, su voz más seca que logró obtener, salió de su garganta:

    —Alexander, tú no perteneces a este pueblo, y niña será mejor que hayas salido virgen o tu madre te colgará en el Municipio hasta que confieses quien fue el primero. —lo había dicho con cansancio, comprendiendo que la niña tampoco quería que mencionara su estancia en el burdel cómo una reliquia para ser vendida.

    Ninguno dijo nada y la conversación quedó zanjada. Alexander White platicaba apartadamente con Mariela; Liliana, más atrás, limpiaba las mesas de la cantina, desesperada por largarse de ese pueblo.

    —Quiero que me prestes dinero —pidió él, tan serio como nunca lo conoció. Seguía siendo un joven guapo e inexperto, que seguramente le ofrecería más a la chica que muchos del pueblo, también parecía honesto. ¡Cómo dolía que no fuese para ella!

    —He visto muchas que se han huido con el novio, pero no tan lejos. ¿Te la llevarás a la gran ciudad? Ahí donde vendes tus cuadros —cuestionó, suspirando un momento.

    —No, quiero llevarla al extranjero. Soy de Estados Unidos —confesó, él nunca sentó cabeza y ahora que lo hacía, sentía una inseguridad en el pecho. De un trago, bebió un poco de ajenjo de nance que sobró, persistiendo como un estorbo sobre la mesa.

    —¿Salió virgen? —buscó entre sus ropas algunos billetes, y miró ansiosa al joven frente a ella.

    —Sí, y quiero honrarla.

    —Toma, son tres billetes de cien. Para algo te alcanzará, no puedo prestarte más. Ya veo que al rico pintor que conocí, sólo le queda lo pintor —una carcajada limpia salió de sus labios carnosos pintados de carmín, si la chica se había ido con él por tener dinero, se arrepentirá demasiado, pues según le contó el extranjero, la joven no sabía de su estado actual.

    En la noche, escaparon juntos; cabalgando a caballo hasta llegar a la ciudad donde tomarían un autobús. Mariela López a sus treinta y un años de edad bebiendo en su cama de sábanas blancas, empezaba a sentirse vieja.

    Dos años le duró el gusto a Liliana, pues meses después de saber que su esposo era un pobre pintor de mala fama y que la vida que siempre soñó había quedado guardaba entre su vestido de lana; buscó un buen amante que la tratara como reina, ofreciéndole regalos y joyas de princesa. Prometiendo dejar a su marido, quedó embarazada. Al nacer su hija blanca y de ojos grises, Alexander descubrió que su esposa lo engañaba; no dijo nada, pero una noche mirando su rostro puro, cogió la almohada y, cegado por la furia, la asfixió hasta matarla.

    En la madrugada de la primavera de 1955, Alexander abandonó a una niña de cuatro meses cubierta en una manta, exactamente dentro de una de las casas de lodo de El Tamarindo. Regresó a los Estados Unidos a cumplir su condena, donde una semana después, un preso le enterró una navaja en el estómago, terminando con su vida. La Madre de Liliana Ávila, encontró a la niña entre el barro y carbón de su mesa.
     
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    Keilani

    Keilani Usuario popular Comentarista empedernido

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    Sí, es una tragedia lo que aconteció en los Tamarindos; sin embargo, poco puede decirse de eso, sino que es más un principio que un final.

    La narrativa ha resultado amigable, con un aire de forastero que me recordaba a las películas del viejo oeste, no lo sé la ambientación que recorre en los primeros párrafos fue lo que me llevo a pensarlo.

    Aunque debo decir que lo más atractivo de tu historia, es esa parte en la que relatas los acontecimientos a manera realista y no un romance, me has recordado a Lizardi en ese aspecto.

    Luego está Mariela, quien a mi parecer debió llevar un poco más del protagonismo para que la frase que te asignaran se llevara un poco más del protagonismo.

    Me ha gustado la venganza de ella al ocultarle a Liliana, la verdad del hombre con quien contraería nupcias, aunque en cambio me tomará por sorpresa la muerte de la misma a causa de un arranque histérico del pintor.

    Tal vez lo único que no fui capaz de acomodar en mi cabeza es una cosa ¿cómo escapo para llevar a la bebé al Tamarindo antes de ir a prisión? supongo que de mojado, porque de lo contrario, no tengo más ideas de como escapo a la justicia y luego termino muerto en Estados Unidos.

    Reitero, que me ha gustado tu trabajo Zahra, es un buen momento para el torneo. Suerte.
     
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