Una de las cabañas individuales del Hotel Mirai. Por la imágen pixelada que se encuentra en la puerta, esta pertenece a Ren Suzugamori Hacia la izquierda de la entrada, había una cama de dos plazas con sábanas blancas. Había dos ventanas pequeñas con cortinas color gris, y junto a la cama había una pequeña mesita de luz con una lámpara sobre ella. Hacia la derecha había un pequeño escritorio. El escritorio poseía dos cajones; en el primero podían encontrarse varios mazos de cartas, y en el segundo había dados. Detrás del escritorio había un armario donde se encontraba toda su ropa. También había una puerta más a la derecha que llevaba a su baño personal. El mismo contaba con todo lo básico de un baño; lavabo, retrete, bidet, y una ducha con cortinas negras. Había allí shampoo, jabón y acondicionador listos para ser usados. Por último, pegado a la pared y sobre la ventana, se hallaba uno de los monitores de la isla. Contenido oculto MonoMonedas: 5 Inventario: Vacío.
Ren Suzugamori Allí estaba en mi habitación, una vez más. Y sin embargo, de manera impropia en mí, no me había dedicado nunca a investigarla a fondo. Es cierto que había husmeado un poco, pero tan pronto como encontré los dados y las cartas, dejé de buscar. Me había distraído completamente con aquellos juguetes, y con el paso del tiempo, me había estado olvidando de mi habitación, salvo para dormir. Lo primero que decidí hacer fue revisar en el cajón de mi mesita de luz. A falta de material de lectura, nunca me había interesando mucho por esa mesita, pues no tenía tanta utilidad para mí. ¿Habría sido un error no revisarla antes?
Revisando en el único cajón de la mesita de luz, Ren encontró una moneda de bronce... ¡que inesperado! ¡MonoMoneda obtenida!
Ren Suzugamori —Una moneda, eh —comenté, poniéndola a contra luz. Salvo por los detalles de monokuma, no parecía tener nada de especial—. Por lo que sé, puedo gastarla en la máquina expendedora del Supermercado. Normalmente la coleccionaría, pero siento curiosidad por lo que pueda obtener. Tras haber extraído su contenido, cerré lentamente el cajón, y abandoné la habitación, cerciorándome de cerrarla tras salir. No es que guardase nada extraño, pero esas cartas y dados eran demasiado bonitos como para dejar que me los robaran. O que alguno de los otros chicos se metiese mi cuarto y me asesinase cuando regresase; si iba a morir, que fuese por un plan elaborado y no por un tonto descuido.
