Grito de ayuda al cielo

Tema en 'Relatos' iniciado por Alexlector, 13 Mayo 2011.

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    Alexlector

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    Aries
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    13 Mayo 2011
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    Escritor
    Título:
    Grito de ayuda al cielo
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3201
    Grito de ayuda al cielo.

    Me ponía ante una apacible luz que hacia recordar el pasado.
    Mientras viendo el polvo como danzaba a su alrededor, como si nunca antes lo hubiera notado, parecía el día más triste pero al igual tan feliz, una (si no es que la única) de las molestias que él sentía había llegado por fin a su fin. Su madre. Cuando caminando va, por el sendero de un camino sin retorno el cual Eloy no espera, va recordando cuando su celular (estando en un parque) suena cantando ese tono que aburre a la vez, pero alegra. Era doña Juana. La comadrona de la esquina, era la única en el barrio que se la pasaba diciendo las verdades de los vecinos, pero nunca las suyas.
    -¿Bueno?
    -Mijo, ¿Dónde estás?
    -¿doña Juana?, estoy en el colegio. ¿Qué se le ofrece?
    -Lo siento mucho mijito, tu mama se desmayo aquí en mi casa.
    -¿Qué? , ¿Qué hacia ella en su casa?
    -Venia por unas pechuguitas de pollo, pero no entien…
    Los cabellos de los brazos se erizaron tanto que, pensó “tengo la piel de gallina” (nunca había pensado porque le decían así).
    -Gracias, ¿en qué hospital se encuentra? ¿Está con ella?
    -No mijo como crees, estoy en la Judicial todavía no saben qué hacer con mi caso, no encuentro salida, tu mamá está en el hospital San Pedro. Por favor, ten cuidado.
    Eloy no dijo ni adiós, porque un hilo blanco le salía por los ojos, como cuando revientas con un alfiler una bolsita llena de agua. Las pechugas de pollo eran las favoritas de Eloy, su mamá siempre las cocinaba cuando tenían una pelea y para que hubiera reconciliación entre la familia, y era de esperarse pues antes había sucedido una gran pelea. En ese instante salió apurado, pero no de la preocupación. Si no, sintiéndose culpable.
    Mientras unos niños se columpiaban, el aire se sentía sin oxigeno, sin vida. La separación de su familia, pero al mismo tiempo feliz porque los problemas, las peleas, las discusiones, las separaciones, se habían acabado pues por fin a su mama se le ah quebrado el corazón.
    Escuchando el ruido de los grandes motores, va caminando por la calle pensando en que Dios no lo había ayudado, en esas noches llorando en la esquina más oscura de su casa. Eloy abre los ojos mientras ve a alguien conocido en un carro blanco, cuando un estruendo sacude su cerebro siente un golpe metálico en las caderas, el cual lo dobla por completo. Ve a esa persona que le parecía tan familiar, parecía que se reía, mientras Eloy daba las gracias a Dios por que había escuchado sus suplicas. La gente corría para poderlo ayudar, pero cada vez el carro se teñía más y más y las pequeñas líneas rojas se alargaban y se hacían más gruesas. El último pensamiento de Eloy fue el impacto al descubrir a la persona detrás del accidente.
    Después, todo se volvió negro.

    Todo empezó cuando Alén (mamá de Eloy) llega a su casa con una cara triste y entre sus manos un papel confirmando el fruto de su adulterio; Eloy estaba sentado con cara de apachurrado y de regañado, había quebrado un florero de la mesa. Arabella estaba sentada viendo la televisión, un programa que solamente hablaban de personas perdidas o que necesitaban ayuda, esa era toda la diversión que había en la televisión que no era de ricos.
    Cuando Alén le da la noticia al papá de Eloy, que volverá a hacer padre, el se contento como una ráfaga de viento sin avisar, haciendo que la culpabilidad de Alén se desborde. El embarazo fue un tiempo complicado para todos, mientras la señora tenía muchos días a una pecadora en su matriz, o simplemente por los bochornos que le pegaban muy seguido. Tanta fue la separación de ese pequeño lugar infectado de valores, que mucho menos pegaba a la pared las cosas malditas.
    El día del sufrimiento continuo llego. La bebé estaba preparada, pero Alén no. La felicidad que desbordaba por el pequeño hogar que las mujeres albergan; salió como un rayo de luz, cuando menos lo esperaban salió queriéndose suicidar, tratando de matar los pecados de mamá. Los doctores rápido cortaron el cordón que le impedía respirar. Alén había dicho “como duelen los pecados de las personas”. No los de los demás, si no los del mismo ser.
    Cuando llegaron al lugar de valiosos valores, vieron a su mirar, a la luz de sus ojos, a la estrella de la mañana, siendo profanada por una persona estúpida, de la cual nadie sabía de dónde venía. Pero después tendría mucho que ver. El padre al ver a su hija revolcándose en la suave y bella cama, salió pronunciando palabras al aire. Arabella al sentirse tan alegre y tan rebelde, tan independiente (y con solo dieciséis años), para ella el aire era como algodón de azúcar rosa, el cual se podía saborear como una victoria, ella solo dijo “padre, no lo vuelvo a hacer…” cuando en ese momento sintió en su cara una cosa llena de trabajo y cansancio que la tira al suelo. El afortunado por haberle quitado la rosa blanca a la mujer más perfecta para Alén, salió huyendo y hasta después hubo noticias de él.
    El grito desconsolado de una madre suena como si México hubiera ganado un mundial o como un coro de personas tratando de salvarse de la muerte. La familia completa sale a contemplar en la sala, la escena de la gloriosa muerte de una de las personas que quitaron el pecado en la familia. Un ángel del demonio, así es como le decían por que no estaba bautizada y presentada ante el gran Dios que la gente alaba y pedía ayuda, aunque sabían que no habría ninguna. La pobre creatura murió a causas naturales, según dijo la mamá.
    Después de varios meses, pasado el incidente de la pérdida de la hija del pecado de la madre, la alegría llega a la casa al saber que la mamá del padre de Eloy murió en un accidente. Los padres de Ernesto heredaron una fortuna, la cual dejaron para proteger a sus hijos si quedaran desamparados. Ernesto tenía dos hermanos, los cuales junto con su papá caminaron eternamente un sendero que supone llevar a la felicidad. La herencia decía que si su mamá muriera, Ernesto que era el único que aguardaba en este mundo el cual se quedaría con el dinero.
    Mientras sus pies no tocaban el suelo y sus mentes estaban expulsando colores de alegría, la amargura y el enojo llegó a aquella casita de valores. Arabella estaba impregnada de dolor y sadomasoquismo. Al ver los rastros de una noche no deseada, Eloy corre hacia ella le da un abrazo y la esconde en el lugar más oscuro y seguro de la casita de valores. Los golpes en la puerta son inevitables. Ernesto y Alén ven y escuchan los rastros de dolor los cuales deja la embarazada.
    Mientras Ernesto ve el estado de Arabella al llegar, deja cada vez más y mas rastros en el rostro y cuerpo de Arabella, Eloy sale de lo cotidiano, y profiere un golpe al alma que le dio el origen.

    -¿Y qué pasó después?
    -¡SI!, cuéntanos.
    La sala estaba llena de personas que pedían que siguiera la historia, pero mientras el demuestra una cara, realmente tiene otra.
    -Está bien, como ustedes quieran.

    Cuando la alegría se va y la tristeza llega, ¿Qué hay que perder?, esa es una de las muchas preguntas que Eloy se hacía al haber borrado a su querida hermana del mapa. Sin temor a seguir adelante, no tenía miedo de los golpes de su papa, o de los jaloneos de su mama o los “que dirán” de doña Juana. Su hermana, la luz de sus ojos, su maestra en el arte de amar, ella le había pedido que acabara con el dolor. Le contó, que había hecho ese pedido a Dios hace días y que él no la había escuchado, hasta el momento en que Eloy la desapareció.
    La amargura y la tristeza duro por dos semanas, y luego volvió a reinar la alegría de tener dinero. Se cambiaron de casa, dejaron todas sus cosas, compraron cosas nuevas, abandonaron esa casita de valores que ahora se convertía en una mansión de valores. Lo blanco de la vida solo duro un tiempo. Después la hipoteca, el poco sueldo, el dinero que gastaban y no había, los fueron dejando en la ruina. Tal ruines quedaron que parecían personas vagando sin una alma dentro de su ser. El papel de diferentes colores sobraba, pero se dieron cuenta que no lo necesitaban. Hubieran podido haberse quitado de los hombros las cosas contra el bien que hicieron, con una obra. Pero la avaricia los gano tanto, que dentro de una rueda y mientras dos animales peleaban, perdieron hasta las hojas blancas llenas de escrituras faltas de la gran mansión de los valores. “Lo bueno que todavía no perdimos nuestra casita” dijo el papá de Eloy.
    El color negro y los gritos no faltaron en el andar de los días. Eloy siempre en un rincón. Llegando a su rinconcito cansado y agitado del arduo trabajo de esos días del sol brillante. Después de un tiempo regresó a la escuela. Los pesares eran cada vez más grandes. Todos pedían ayuda a un Dios que no conocían, que solo por seguir a las personas lo adoraban. Tenían a sus santitos, a sus vírgenes y no podían faltar sus crucifijos. Pero con el “Padre Nuestro” distorsionado oraban por un mejor salario, por un mejor trabajo, por una mejor casa de valores en la que vivimos.
    Cada día después de dos años desaparecida, Ernesto seguía culpando a Eloy. Cuando llegaba a casa no faltaba el golpe que ocasionaba pequeños puntos de color purpura en su piel. Y ahí no acaba la cosa, poco tiempo después llegan las personas de jurisdicción pública y protección de menores. Pero claro, no olvidemos que estamos en México, cualquier acción mala con un buen arbusto de colores se paga. Los desdichados terminan siendo los culpables.
    Ernesto, un cierto día, cuando las nubes están de color que apagan la luz del alma y gotean chorros de sangre, se da cuenta que Eloy se había ido. El estaba con doña Juana. Una bella alma y bondadosa, la cual se ha hecho cargo de él, puesto que sus padres (dictado por un juez sobornado por la persona de la gran alma) no podían hacerse cargo de él. Doña Juana nunca actuaba “de a gratis”. El juez le dijo que se le iba a dar un buen bonche de dinero por cuidar al niño y educarlo. Eloy nunca se entero de eso, pensaba y tenia esperanza en el mundo. Pero no tenía la luz cegadora en él.
    Después de su primera vez con la luz de sus ojos, con quien aprendió a tratar bien a una mujer en las sabanas. Eloy se sentía atraído con su media-hermana. La hija de doña Juana era alguien igual de hablar que la dama de la bella alma. Ellos aprovechaban cuando doña Juana no estaba, suspiraban en un momento y seguían dando y regalando amor, dentro de un catre lleno de cobijas que picaban. Como tenia en la sangre esos valiosos valores que cualquiera pudiera desear, María Elena, tenían un descendiente que dentro de varios meses tenía que alimentar. Cuando ella le dio la noticia, Eloy sintió un calambre en todo el cuerpo que le subió al cerebro hasta que algo como alegría salto de su piel. -¿Es mío?-, -¡Claro que es tuyo!, solo contigo eh estado. Tenemos que hacernos cargo de el.-, -No no podemos.- le profano un golpe, su papá estaría orgulloso. –Tienes que abortar, es lo único que quiero.- y esa fue la última platica que tuvo con ella.
    Desapareció durante dos semanas, sonaba y sonaba un pequeño celular que le había quedado de la gran fortuna que habían tenido. Extraña tanto esa felicidad, ese color blanco que habían hecho su familia en aquella mansión de grandes valores. Extrañaba aquel rincón que conocía sus alegrías, sus momentos de grandeza. Ve pasar la pequeña casita en donde se encontraba su ser en realidad. Cuando encuentra la puerta abierta de su nueva casa llena de valores, ve a doña Juana llorando y gritando abrazando un pequeño trozo de una camiseta de su pequeño niño.
    Ve a unos policías con el sombrero en la mano, diciendo “todo saldrá bien”. María le contó y llorando gritando por la injusticia que ese Dios al que adoraban los había abandonado, habían secuestrado a José (el pequeño hijo de doña Juana). Dos semanas después suena el humilde teléfono que hay en la cocina. Eloy se dio cuenta al ver los gritos desesperados, el teléfono en el piso, y la cara de doña Juana. Los secuestradores habían mandado dos dedos de José a la policía. En ese momento la puerta suena, son los judiciales que traen con descaro los dedos de Josecito. Eloy sale de esa escena que no le pertenece y va directo al lugar donde pertenecía.
    Cuando abre la puerta, encuentra a su mamá enferma y sollozando. Ernesto había sido sentenciado a 25 años por violencia intrafamiliar. Alén lo ve y una línea rojiza sale de su ojo derecho. El no puede con el peso de sus pecados. De los de la familia. La cara de perro muerto de su mamá lo decía todo. Era el final.
    Eloy corre por los peldaños que obstruye el paso, ve todo a su alrededor, a doña Juana la señora del alma bondadosa, a María Elena la madre del sol que en el vientre se encuentra, el lugar sucio y triste donde vivía. Todo agarra color cada vez que volteaba a ver a su mamá pagando. Pierde de vista a la persona más horrorosa y perfecta, como un pájaro devorando a un gusano para dar de comida a sus crías.
    Mientras viendo el polvo como danzaba a su alrededor, como si nunca antes lo hubiera notado, parecía el día más triste pero al igual tan feliz, una (si no es que la única) de las molestias que él sentía había llegado por fin a su fin. Su madre. Había muerto a causa de un infarto en su corazón. Cuando caminando va por el sendero de un camino sin retorno el cual Eloy no espera, va recordando cuando su celular (estando en un parque) suena cantando ese tono que aburre a la vez pero alegra. Era doña Juana. La comadrona de la esquina, era la única en el barrio que se la pasaba diciendo las verdades de los vecinos, pero nunca las suyas.
    -¿Bueno?
    -Mijo, ¿Dónde estás?
    -¿doña Juana?, estoy en el colegio. ¿Qué se le ofrece?
    -Lo siento mucho mijito, tu mama se desmayo aquí en mi casa.
    -¿Qué? , ¿Qué hacia ella en su casa?
    -Venia por unas pechuguitas de pollo, pero no entien…
    Eloy entendía por qué su mamá había ido a ver a doña Juana. Iba por él, por la única persona que quedaba. Le daba tanto gusto que el corazón de Alén haya quedado tan destrozado. Cada quien estaba pagando las cuentas con aquel Dios que nunca escucho sus suplicas. Eloy se dio cuenta que El les estaba cobrando.
    Los había escuchado, pero para pagar las cuentas.
    Mientras unos niños se columpiaban, el aire se sentía sin oxigeno, sin vida. Nada le había movido un solo sentimiento, ni cuando tuvo que ayudar a su hermana a escapar de la ciudad por su embarazo, haciendo creer a sus padres que la había matado, ni el amor que por un tiempo sintió por María Elena y que lo dejo implantado dentro de ella, la bondad de doña Juana ni los golpes de su papa.
    Escuchando el ruido de los grandes motores va caminando por la calle, pensando en que Dios no lo había ayudado, cada noche llorando en la esquina más oscura de su casa. Eloy abre los ojos mientras ve a alguien conocido en un carro blanco, cuando un estruendo sacude su cerebro siente un golpe metálico en las caderas, el cual lo dobla por completo. Mientras sigue vivo, ve a esa persona que le parecía tan familiar, parecía que se reía. Era Juan, el padre de ese hijo que llevaba dentro del vientre de Arabella. -¡¿solamente quería saber por qué la mataste?!- Juan gritaba como un león reclamando su reino, Eloy solamente le daba las gracias por terminar su alegría. La gente corría para poderlo ayudar, el carro se teñía cada vez más y más y las pequeñas líneas rojas se alargaban y se hacían más gruesas. El último pensamiento de Eloy fue la vida que tuvo, los valores y las enseñanzas, en esa casa de valores donde la ambición y la mentira eran fieles huéspedes. Agradeció tanto a ese Dios por sentir ese dolor en su espalda, por ayudar a su hermana a escapar y crear una nueva vida, por haberla ayudado a que la buena suerte de la familia la alcanzara.
    Después, todo se volvió negro.

    Sintiendo un nudo en la garganta, lagrimas en los ojos y el estomago revuelto. El público que rodeaba esa sala se levanto al escuchar la historia de esa pobre pero alegre familia. Yo día las gracias a las personas que atentas estaban. Muchas personas al salir me preguntaban si era verídico lo que conté, mientras que yo con una sonrisa en el rostro les contestaba amablemente que no. Pero, la silla de ruedas decía lo contrario y un día en la semana lleno de conferencias llegaba a su fin.
     

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