Germany

Claire Hannover.


Forcejeó contra los hombres que le pidieron le acompañaran, y los cuáles tenían la intención de llevársela por la fuerza de ser necesario.

—Quítenme las manos de encima —bufó, tratando de conservar su dignidad y no seguir montando ese show en el bar—, sé caminar.

De mala gana se subió al auto que enseguida arrancó, sin saber hacia dónde la llevaban. El carro tomó la autopista y comenzó a dejar atrás la ciudad. Después de algunos minutos a una buena velocidad comenzaron a entreverse grandes casas de campo, al estilo de mansiones coloniales. ¿Será un cliente el que le mandó a buscar? Al final había desistido de pelear al ver la mirada de Klaus, que silenciosamente le decía que fuera. Sabía que el dueño del bar no renunciaría a su mejor muñeca por una amenaza. Su pecho se tranquilizó al pensar esto. No es más que otro cliente, se dijo a sí misma.

Entraron a los portones de hierro pulido de una propiedad que se extendía a miles de kilómetros en todas las direcciones, la fuente captó su atención, el agua cristalina lanzaba reflejo de colores en su contacto con el sol. Se detuvieron en la desorbitante mansión, y le abrieron la puerta, incluso le ayudaron a bajar.

Y ahí, al pie de las escaleras estaba él. ¿Cómo no se le ocurrió que podía ser ese imbécil mandón?

 

Derek Hannover.


—Silencio. —Se anticipó a la réplica de la rubia, hizo una seña con la vista, dejando a la mujer en manos de una cantidad desorbitante de sirvientas que no le dieron tiempo a réplica sino que la arrastraron escaleras arribas. Golpeó con impaciencia la mesa, levantó sus ojos dorados hacia las escaleras a escuchar el ruido, y sonrió complacida. Su ojo nunca fallaba.

—Eres un...—ahogó la maldición en sus delicados labios carmín, mientras él la ignoraba por completo y la tomaba del brazo para conducirla a través del pasillo.

—Queda mejor en ti que en el maniquí. —La halagó sin delicadeza, sosteniéndola con firmeza mientras ella forcejaba.

Las amplias puertas del salón principal se abrieron, y Claire se quedó estática, estaba llena de gente vestida elegantemente, las joyas brillaban con cada destello de la luz en el inmenso lugar. Todos aplaudieron al verlos entrar, haciendo que ella se sonrojara. Se sentía radiante en ese vestido vinotinto ceñido a cada una de sus curvas, así que eso no le preocupaba, era la tranquilidad del alemán lo que la inquietaba.

Él siguió caminando como si nada, recibiendo con asentimientos y secas sonrisas múltiples felicidades.

—¿Qué está pasando aquí? Si no me explicas ya mismo, te juro que gritaré...

—Vas a casarte. —Le cortó con sequedad—. Conmigo, ésta es nuestra cena de compromiso.

La cara de Claire palideció, ese maldito hombre se había vuelto demente.

 

Claire Hannover.



Sintió el jalón del hombre para que continuaran la marcha, se había quedado paralizada, ¿acababa de decir que iban a casarse? ¡¿Casarse?! ¡Ese maldito y presumido hombre! Estuvo a punto de gritar y forcejear contra él, pero su mente fría la detuvo; observó a su alrededor, reconociendo varios rostros famosos, por no decir que todos al menos una vez los había visto en la televisión, o había escuchado de ellos en la radio. Y todos le sonreían, y medio asentían a su paso.

Esa sería su vida si aceptaba ese trato que silenciosamente le estaba ofreciendo éste hombre.

No más prostituta, sería una dama nuevamente. Tuvo cinco segundos para decidir, mientras uno de los embajadores de Alemania se acercaba a ellos.

Se abrazó un poco más a él, mientras observaba como en esos sensuales labios se pronunciaba la sonrisa, sabía que había ganado.

 

Derek Hannover.


Había apostado todo por ella, por su codicia, por su inteligencia y había ganado. Todo salió incluso mejor de lo planeado; prostituta o no, esa noche había sido una dama. Despidió con un asentimiento a uno de sus socios, para quedar finalmente solo en la estancia con su prometida y la servidumbre que comenzaba inmediatamente después de que las puertas fueron cerradas a colocar todo en su orden habitual.

Sus ojos dorados la enfocaron, majestuosa en ese sinuoso vestido rojo. Era preciosa. Una muñequita de cristal. Su ceño se frunció al imaginar las cosas que esa mujer pudo haber hecho con su padre, y la furia burbujeó en su pecho. Esa mujer tan bella estuvo a centímetros de mancillar su apellido, todo por su belleza.

Esa maldita belleza. Que no permitía que le quitara los ojos de encima.

—Tenemos que hablar. —Impuso, subiendo las escaleras para que ella le siguiera, sus ojos azules le enfocaron y dándole una mirada retadora, se puso de pie para seguirlo e incluso pasarle y darle una exquisita mirada de su cuerpo curvado.

Le abrió la puerta de su despacho dejándola pasar a ella primero como el caballero que era. Claire se sentó directo en el amplio y cómodo sillón de cuero negro que usualmente él ocupaba.

—Te escucho, ¿cuál es tu propuesta? —preguntó la joven con una sonrisa de suficiencia.

Esa mujer le desesperaba. Pero sobre todo... esa mujer le encantaba. Lo sufiencie como para estar tentado a tenerla una noche en su cama.

 

Claire Hannover.


Si ese hombre iba a torturarla, al menos debía sacar un beneficio. Movió sus manos deslizandolas por sus piernas descubiertas por el vestido, los buenos trucos nunca se olvidan. Sabía que el alemán no era ningún perro faldero, pero por la forma en que sus ojos dorados estaban captando el movimiento, tampoco era gay.

Derek no respondió a la petición de la chica, sino que se acercó al escritorio, moviendo las piernas de la joven a un lado, haciendo que saltaran chispas entre los dos mientras abría la gaveta. Si la presencia de ella lo afectaba, lo disimulaba muy bien. Abrió su portachequera, tomó un lapicero y se lo puso en frente a Claire.

—Pon tú los ceros. Una suma tan elevada que podrás no trabajar en toda tu vida y aún así vivir cómodamente dándote continuamente lujos.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente ante la sorpresa, no esperaba algo así.

—¿A cambio de qué? —cuestionó dudando. La suma era tentadora, más las consecuencias no serían llevaderas.

—A ti. —Repuso inclinándose hacia ella—. Igual estás acostumbrada a venderte, ¿o no?

La frialdad de sus palabras hizo que quisiera dejarlo allí hablando solo, pero se contuvo. Después de todo, Derek tenía razón, ¿qué carajo? Es mejor ser una puta exclusiva y rica, que prostituta en un burdel al alcance de todos.

—Esto le va a doler a tu chequera...—sonrió con malicia inclinándose para comenzar a anotar la cantidad.

—Lo dudo. —Resopló con arrogancia.

 

Derek Hannover.




Examinó lo que su secretaria le estaba entregando, asintió dándole su visto bueno.

—Haz que le llegue de inmediato —ordenó. Y ya no le dedicó más tiempo al asunto. Tenía importantes negocios que atender.

La tarde pasó volando, ya se había ocultado el sol cuando el heredero Hannover abandonó su oficina, montándose en su lujoso auto para volver a casa, por supuesto seguido por sus escoltas. Toda su vida había transcurrido así, no eran más que moscas en el retrovisor para él. Aceleró, aprovechando del rato de silencio y de intimidad en su auto. Necesitaba una buena taza de café, y una ardiente sesión de sexo.

—¿Qué demonios es esto? —El reclamo le dio de lleno en la cara, antes de que siquiera cerrara la puerta del auto. Tomó el papel que su esposa le había tirado a la cara.

—¿Ese es un recibimiento digno de una esposa? Creo que tendré que gastar un dinero extra en tu educación. —Bufó con severidad.

—¿Caminar dos horas?, ¿comer a las 6?, ¿clases de piano, teatro, e inglés? —cuestionó enrojeciéndose de furia a medida que hablaba—. ¿Quién te crees que eres?, ¿mi marido o mi titiritero?

—En teoría ninguno de los dos. Nos casaremos en dos semanas, y no un titiritero, soy el dueño del circo. Eso incluye a la muñeca. —Puntualizó tomándola del mentón para obligarla a verlo—. Mi casa, mi juego, mis reglas. Así de simple.

—Já, pues suerte con eso —resopló indignada tomando el papel, y rasgándolo en pequeños pedacitos tirándoselos de nuevo a su fórnido cuerpo—, A - M - O.

Sus palabras destilaban sarcasmo, su melena dorada ondeó al son del cuerpo de la chica que se giró con brusquedad y se marchó. Se masajeó las sienes buscando paciencia. Iba a aclarar unos cuantos puntos con su querida futura esposa, pero después de tomar una taza de humeante café y calmarse o terminaría matándola.

En serio, la mataría. Él era Derek Hannover, nadie, absolutamente nadie le hablaría así.

 

Claire Hannover.



Estaba empezando a replantearse si realmente valía la pena todo este teatro, ese hombre era completamente irritante, mandón, gruñón, prepotente...

La puerta de la habitación se abrió sin previo aviso y entró él.

—Intentaré hablar contigo como una persona adulta y civilizada, antes de que me hagas perder las cabales mujer...

—No me llamo "mujer", me llamo Claire. —Puntualizó interrumpiéndole con desafío.

—Claire —inició con cierta sátira—, ese horario es indiscutible. Necesito que como mi esposa, tengas cierto nivel de alcurnia, que sobresalgas donde sea que vayas, no sólo por tu belleza, sino por tu inteligencia y tu educación. Tienes que ser más que una simple muñeca para ser mi esposa. Serás una muñeca de oro.

—Esto —se señala a sí misma y a su cuerpo—, fue lo que compraste. Esto es lo que hay. Es lo que tienes, y lo que tendrás.

—¿Y qué piensas hacer?, ¿pasar todo el día deambuleando sin hacer nada? —cuestionó irritándose por los desafíos de la joven.

—Yo veré que hacer con mi vida, no es de tu incumbencia. —Se cruzó de brazos orgullosa.

Derek acortó la distancia entre ellos, acorralándola entre su cuerpo y el espejo.

—Tu vida me pertenece. Tienes dos opciones, mujer. O haces lo que te ordeno, o vas a la cárcel hasta podrirte y olvidarte de tu verdadero nombre. Firmaste un papel legal. A menos que tengas para pagarme la misma suma que yo te daré a ti, te recomiendo, comiences a acatar órdenes. Y no tengo nada más que decir, a partir de mañana comienzas con ese horario.

Su respiración se ligó con la de la joven, mientras su pecho subía y bajaba intimidada bajo la voz de acero del joven. Sus orbes dorados como oro derretido se fijaron en ella, casi sucumbiendo a la tentación de fundir sus labios con los de ella en un beso exigente, pero no.

—Buenas noches. —Habló tan cerca de sus labios que sintió las caricias de sus palabras.

Parpadeó tomando aire en sus pulmones, y él ya no estaba. Sintió el corazón latirle muy fuerte; sin duda detestaba a ese hombre.

 

Derek Hannover.




Derek Hannover no era un hombre que era conocido por sucumbir ante pasiones, de ser un apasionante sí, pero de ser dominado por ella, jamás. Y allí estaba, boca arriba en su gigantezca cama con la mirada fija en el techo, no quería ver bajo las sábanas porque sabía justamente lo que iba a encontrarse allí.

—Maldita mujer...—murmuró por lo bajo. Él era quien llevaba el control y quien ponía las reglas. Todo el mundo bailaba al ritmo que él imponía. Siempre había sido así y siempre será así.

Apagó la luz de la lámpara, cerrando los ojos para descansar. El heredero alemán -como buen adicto al trabajo- dormía mucho menos de lo necesario. Y ya era hora de tomar un descanso.

... Sus orbes dorados se abrieron inmediatamente. El calor que emanaba el cuerpo de la joven a su lado era abrasador, su cabello rubio suave como la seda se entremesclaba con las sábanas alrededor de ella. Observó el reloj de pared, las 04:00 am, ¿en qué momento ella se había pasado a su cama? Pensó en despertarla, pero luego desistió, ella dormía plácidamente hecha un ovillo a su lado. Deslizó su mano varoníl por los finos brazos de la mujer... Estaba helada. Y sonrió para sí, no era un misterio muy difícil de resolver, ella no sabía que su habitación también tenía calefacción y durante las noches de desolador invierno en Alemania, no se le ocurrió más que escurrirze a la habitación continua y buscar el calor de él.

Este era un asunto con el que lidiaría mañana, aún le quedaba una hora que dormir; y la aprovecharía sin interrupción.

 

Claire Hannover.



En realidad sólo lo hacía por contrariarlo, a Claire, le gustaba mucho tomar clases, estudiar, aprender cosas nuevas. Tenía una naturaleza elegante, que la impulsaba a ser cada día más culta. Y tomar clases particulares, no era algo que desperdiciaría. ¿Pero porqué tenía que ser tan imbécil? ¿No podía decírselo en lugar de ordenárselo?

Pero ya en su mente había elaborado un plan, comenzaría a divertirse a expensas del alemán.

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Sonrió como una niña traviesa al observar a través del cristal de las ventanas el auto dónde venía Derek, y bajó corriendo las escaleras para salir a su encuentro, no quería perderse ni un segundo de su reacción, alisó los pliegues de su vestido color champagne, ajustado en la cintura, y volátil con delicados bordados sobre sus piernas. Antes de que el mayordomo pudiese girar el pomo de la puerta ella la abrió, sorprendiéndolos a todos.

—Bienvenido, cariño. —Sonrió ampliamente, una sonrisa que podría derretir a cualquiera. Pero Derek Hannover no era cualquiera. Y sabía que algo andaba mal.

—¿Qué hiciste? —preguntó sin preámbulos.

—Umm...—Se llevó el índice a los labios fingiendo pensar—, le di un toque un poco más... hogareño a nuestra casa.

Se apartó de la puerta para dejarlo pasar, disfrutando de la leve palidez en el rostro de Derek. Nadie jamás se había atrevido a modificar sus cosas. Su hogar, su fortaleza, su centro. Nadie.

Frunció el ceño, la venganza es un plato que se sirve frío, pensó con respecto a Claire. La rubia de una u otra forma, encotnraba la manera de ir a la par...

 

Derek Hannover.


Sus ojos revisaron con rapidez el lugar, su expresión dura se suavizó y pasó a ser de sorpresa. Sí, la rubia había cambiado todo, absolutamente todo. Dejando sólo algunos cuadros que iban en perfecta armonía con la nueva decoración. Todo había pasado de ser el típico beige sin vida, rígido y elegante, a ser de un armonioso blanco perlado, que contrastaba con colores vivos en las paredes y la mueblería, pero todo combinaba a la perfección. Mucho más moderno, iluminado y vivo, pero no por ello escandaloso.

—Ya las clases están empezando a hacer efecto —bufó con una sonrisa de superioridad, no había logrado su objetivo. Pero él si la castigaría, por el hecho de siquiera haber intentado ir contra él—. Y aprovechando tu recién descubierto buen gusto, y al parecer tu abundante tiempo libre, dejaré en tus manos la organización de la recepción de la fiesta de compromiso. Tienes una semana, Claire.

Y sin decir más subió a su habitación a cambiarse, dejando a una estupefacta rubia detrás de él, no pudo evitar una sonrisa al ver la expresión de “¡¿qué?!” de su rubia futura esposa. Eso le pasa por tratar de desafiar a un Hannover.