Kohaku Ishikawa Hachi repitió mis palabras, pero su mirada permanecía abstraída en el cuadro (más bien, el espectáculo) frente a nosotros y supuse que ya no se encontraba pensando en lo ocurrido con su maestro. ¿Le molestara, quizá, ver a Rengo reír tan despreocupadamente? ¿Sentiría un resquicio de rencor, quizá? La idea permaneció rondando en mi mente y cambié el tema de conversación hacia Kumo. Me sorprendió bastante saber que cubría sus ojos a voluntad y la razón detrás de semejante decisión. Parpadeé, desviando la mirada en la dirección que el muchacho había tomado, y no logré contener el murmullo de asombro y admiración que brotó de mis labios. Él, Hachi, Yume, eran personas talentosas y excepcionales a mi parecer. Incluso Rengo, con lo mucho que sabía de espiritualidad a tan corta edad. En comparación a ellos, yo... —Con razón había tantas telarañas en Mizayu —murmuré, riendo con suavidad; me forcé a sonreír, pues no quería hundirme ahí—. Hay que meter a Tamura ahí, así se pega un susto. Miré a Hachi y exhalé lentamente. Quizá no debiera, pero su voz seguía rebotando y empezaba a conocerlo lo suficiente para saber que tendía a sobrepensar las cosas. Tal vez pudiera ayudarlo a digerir el mal trago. Además, no me preocupaba demasiado. Sabía que eventualmente lo perdonaría, tenía el corazón para hacerlo. —No te fuerces a perdonarlo de inmediato. —Desvié la vista a Rengo, Byakko y los demás—. A ti mismo, también, tienes que darte tiempo. Lo que ocurrió... es horrible, y aunque tu mente sepa que Rengo no es el culpable directo, es casi instintivo buscar a quién señalar, ¿verdad? Te diría que el verdadero culpable ya está muerto, pero también entiendo que eso, a veces, no es suficiente. Si sirve de algo... —Suspiré—. Es un buen muchacho. Atolondrado y ruidoso, pero de buen corazón. Luego de haber sido abusado y violentado toda su vida, sigue siendo capaz de reír con tanta pureza... Lo admiro por eso, y confío en él. —Regresé la vista a Hachi—. Rengo fue quien me ayudó a desbloquear mi Qi. Gracias a él me embarqué en este viaje, conocí a los shijin y... me cambió la vida, la verdad. Gracias a él soy una gran parte de lo que soy ahora mismo. Empecé a esculcar entre mis pertenencias luego de soltar una risa breve. Ahora que lo pensaba, había muchísimo que Hachi no sabía. —Lo conocí luego de la batalla de Shizuoka, estaba llorando en la playa. Fue una de las primeras personas a quienes les mostré mi rostro, pues toda la vida me obligaron a portar... ¿eh? Me interrumpí, anonadado, al palpar los bordes irregulares de la cerámica rota. Extraje un pedazo de mi máscara, luego otro, e intenté encajarlos entre sí en un movimiento necio e instintivo. ¿Qué... era esto? ¿Cuándo se había roto? ¿Cómo? Era... irónico, ciertamente. Tantos años renegando de ella, detestándola, culpándola de la persona que me prohibía ser, y ahora que estaba aquí, destruida, lo único que sentí... fue tristeza. Una inmensa tristeza.