Fukui Fukui

Tema en 'Prefecturas' iniciado por Amelie, 29 Octubre 2021.

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    Gigi Blanche

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    El tiempo empezó a diluirse de formas extrañas, rápido y lento, mientras los demás se retiraban a tomar nuevas tareas; Hachi permaneció allí, y yo insistí a su lado, en silencio. Le sonreí a Tamura cuando se acercó a hablarnos y asentí, despidiéndolo. Al seguir su recorrido brevemente, noté que tanto Rengo como Yuzuki se habían unido al pequeño entierro. Me pregunté si era buena idea, pero también sabía que no me correspondía interferir. Al oír la voz de Rengo, sin embargo, me tensé levemente y por mero instinto miré a Hachi. Luego, medio giré el cuerpo para ver a Rengo. Sus intenciones eran nobles, claro que lo eran, y precisamente por eso me preocupaba.

    Tal y como había temido, la reacción de Hachi fue severa y rígida. Lo vi alejarse y me permití un profundo suspiro. Rengo se disculpó conmigo y le sonreí, acercándome para tocar el costado de su brazo.

    —Gracias por venir, y gracias por tus palabras —murmuré, con plena honestidad, y deshice el contacto—. A Hachi... le llevará un tiempo asimilar lo ocurrido, pero es un muchacho inteligente y de buen corazón. Lo comprenderá, estoy seguro.

    No pretendía hablar por él, realmente no lo conocía tanto, pero había querido intentar tranquilizar a Rengo de alguna manera y caí en el desliz. Se marchó junto a Yuzuki y viré el cuerpo en la dirección que Hachi había tomado, dubitativo. ¿Debía...? No, ¿quería? No había percibido rechazo de su parte hasta ahora, aunque ¿seguirlo quizá sería demasiado? Yo mismo tendía a distanciarme en silencio cuando algo me dolía, sin embargo, ¿era realmente lo que prefería? Me alejaba, sí, pero también era cierto que nadie iba detrás mío. Volví a suspirar, algo exasperado con mis propias dudas, y miré a Chiasa, en mi hombro.

    —¿Qué debería hacer, pequeña? —susurré.

    La ardilla chilló suavemente y alzó la cabecita hacia el cielo. La imité, reconocí el fulgor de dos estrellas puntuales y sonreí. En medio de esta vasta e inmensa oscuridad, al menos, el lienzo se pintaba de luces que no creía haber visto nunca. Avancé un paso, luego otro, y logré convencerme de que valía la pena el intento. Prefería cometer un error a ceder ante el miedo de molestarlo, permitiéndole existir a la terrible posibilidad de que se sintiera solo en medio de su dolor.

    Conforme lo alcanzaba, empecé a hablar en voz baja. No quería asustarlo, aunque probablemente ya me hubiera oído.

    —¿Has oído la historia de Hikoboshi y Orihime? El pastor y la princesa tejedora. Están allí arriba, separados por el río Amanogawa. Orihime tejía telas espléndidas que encantaban a su padre, Tentei, el Rey Celestial; pero a Tentei le preocupaba la soledad de su hija y le presentó a Hikoboshi. Se enamoraron al instante, tanto, con tal fervor, que comenzaron a descuidar sus tareas. Orihime dejó de tejer, y el ganado del pastor se desperdigó por todo el Cielo. Tentei, furioso, decidió separarlos por el río de estrellas. Orihime lloró, lloró profusamente, y una bandada de grullas, conmovida por sus lágrimas, prometió construir un puente para que pudieran reunirse. Así, una vez al año los amantes vuelven a verse. —Despegué la vista del cielo—. El séptimo día del séptimo mes lunar. Esa noche, en mi villa, festejábamos y pedíamos deseos al Cielo. Mi madre solía cantar una canción.

    No faltaba mucho, ahora que lo pensaba. Recordé a Chiasa en su vestimenta de miko, los instrumentos sonando en el aire, los pequeños fuegos tintineando entre la oscuridad y cómo lucía el cielo desde lo hondo del bosque, junto al Ine-no-Ki. Empecé a cantar, en voz baja, y me pregunté si algo de esto era lo correcto. Si tenía sentido.

    Las hojas de bambú susurran, meciéndose en el alero del tejado.

    Las estrellas brillan en los granos de arena dorados y plateados.

    Las estrellas brillan, nos miran desde el cielo.

    Le sonreí a Hachi, animándolo a sentarse a mi lado.

    —He llegado a preguntarme lo mismo —murmuré—. Cuando, de repente, las voces de mis hermanos se entremezclan en mis recuerdos. ¿Quién se quejó de que el agua estaba demasiado fría? ¿Fue Itsuki o Hinata? O cuando dudo si el kimono de mi madre aquella tarde era azul índigo o lavanda. El tiempo diluye los detalles, es inevitable, pero la ausencia convierte la pérdida en una certeza cruel y frustrante. Intento no verlo así, pero me he preguntado lo mismo y la duda duele. ¿Olvidaré sus rostros? ¿El sonido de sus risas? —Regresé al cielo—. Si tan sólo... si al menos pudiera volver a verlos una vez al año, si las grullas construyeran un puente para poder alcanzarlos...

    Sonreí. Sabía que era un anhelo tonto, tonto y necio, uno que no creía haber verbalizado antes. Intentaba esforzarme por aceptar y avanzar, pero había una pequeña parte de mí irremediablemente atada al pasado. A las risas que olvidaría y los rostros que ya no evocaría.

    —La sonrisa de tu padre era suave y gentil —agregué poco después, volviendo a mirar a Hachi—. Su cabello era lacio, oscuro, y lo llevaba largo y algo desalineado. Caía sobre su rostro y sobre la venda ornamentada que cubría su ojo derecho. Su voz, llamando tu nombre, sonaba... dulce. Vi a Seiji, al pie de un acantilado, en Tateyama. No recuerdo si te lo dije, fue su espíritu quien me condujo a su tumba, al arco que dejaste allí, y eventualmente a ti. —Le sonreí—. Quizá los recuerdos se diluyan y quizá sea arduo, pero entre todos podremos recordar mejor, ¿verdad? Completando nuestras piezas faltantes.


    Me costó un huevo encontrar una versión que me convenciera de la canción del Tanabata, so here it goes. Ignoremos la edición del vid JAJAJA. Also, brief disclaimer, obvié la frase de las tiras de papel porque me pareció demasiado moderno para la época (?
     
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    Amelie

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    Hachi se había acercado al río para lavar su ropa; seguía portando el hakama; pero el kimono ya estaba sumergido en el agua, detenido de una piedra; se cubría aun de la piel de lobo. La voz de Kohaku lo alcanzó y el continuó quitando toda la sangre posible de la prenda sin mirarlo, así continuó en todo el relato de Hikiboshi y Orihime.

    "El séptimo día del séptimo mes lunar. Esa noche, en mi villa, festejábamos y pedíamos deseos al Cielo. Mi madre solía cantar una canción."

    Hachi detuvo sus movimientos y lentamente miró a Kohaku, le había estado prestando atención en cada momento; pero pensó que también hablaría de alguna especie de espiritualidad, y cuándo entendió que aquello era personal lo miró preocupado. La canción comenzó y avanzó hacia Kohaku y le acompañó sentándose en mariposa a su lado después de aquella sonrisa.

    "...la ausencia convierte la pérdida en una certeza cruel y frustrante"

    Afirmó suavemente. Entendía que Kohaku también pasaba por un duelo, uno que la memoria le impedía simplemente desintegrar.

    "La sonrisa de tu padre era suave y gentil"

    Hachi cerró sus puños y los depositó sobre sus rodillas mientras escuchaba la descripción de su padre; y comenzó a recordar vagamente golpeándolo en su interior,

    "Su voz, llamando tu nombre, sonaba... dulce"

    Hachi lo observó completamente incrédulo a aquellas palabras —Mi padre. ¿Está en Tateyama? —Quería preguntarle más cosas sobre su padre, si se parecían ahora que él había crecido. Si se veía tranquilo. Quería saber que llevaba puesto. El por qué lo había guiado. Pero calló las preguntas porque la verdad lo silenció, si estaba allí mucho antes del eclipse, seguramente estaba sufriendo porque no lo encontraba.

    Respiró con fuerza, sintiendo cómo el aire frío le recorría el cuerpo para después expulsarlo con calma. No sintió dolor físico; su hombro ya no pulsaba a cada instante; la herida en su pecho había desaparecido. Pero por dentro sentía aquel vacío y frustración, estaba enojado, completamente desesperado. Tenía tantas dudas, mucha incertidumbre y un pesar que arrastraba sin saber cómo levantar. Llevó su mano a la muñeca y encontró la pulsera que Kohaku le había obsequiado y esto le permitió calmarse, para llevar su mano a la orilla del río el cual desembocaba en un mar agitado.

    —Este dolor que cargamos es como granos de arena; se adhiere a todo —dijo sintiendo la arena en sus dedos — Se esconde en los rincones, se cuela entre la ropa, se aloja en el pelo y causa escozor para recordarte que está allí aunque uno no pueda verla —le mostró su mano a Kohaku mostrando la arena —A veces se deja ver con facilidad —limpió su mano como pudo, sin poder quitarla por completo. Miró al cielo y colocó su mano sobre la de Kohaku para apretarla ligeramente; lo que había de arena se sentía al tacto — El duelo es persistente, este no llama a la puerta con educación ni se va cuando se lo pides. Se derrama, mancha... se queda. Porque es lo que queda del amor; es por eso que duele tanto. El amor en todas sus formas es la razón por la que pasamos duelos en primer lugar. Así como Hikiboshi y Orihime —dijo mirando a las estrellas y sonrió — Ko... agradezco que estés a mi lado; hoy, que es el séptimo día del séptimo mes.
     
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    Gigi Blanche

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    El murmullo del río me alcanzó antes que la silueta de Hachi, encorvada en la orilla, y me permití una pequeña sonrisa resignada. Una de mis intenciones había sido ayudarlo a lavar su ropa, pero por supuesto me había ganado de mano. No podía vencer al muchacho que descosía y cosía las secciones de sus prendas para asearlas, ¿verdad? Inicié mi relato y me empeñé en continuarlo aún siendo consciente de que él se mantenía enfocado en su tarea. Pese a ello, quería creer que me estaba escuchando.

    Sus movimientos se pausaron y giró a verme conforme iniciaba la canción. Me dio algo de vergüenza, pero volví a insistir y le sonreí. Me alegraba haber captado su atención, que no luciera molesto. Al terminar, me senté cerca del río, de donde había suspendido sus tareas, y lo invité a hacer lo mismo. Le hablé de su padre, también, y la incredulidad que asoló su rostro me causó una mezcla de ternura y simpatía. Asentí, despacio. Comprendía las implicancias de que su espíritu se hubiera materializado allí, en el preciso lugar donde Hachi había sido arrojado al vacío.

    —Sí —afirmé, sin elevar el tono, y distraje mi mirada en el fluir del río—. Por eso me gustaría regresar contigo, algún día. Me gustaría intentar... hablar con él, que sepa que estás bien. Que descanse en paz. Era uno de mis deseos desde el principio, uno de mis motivos para encontrarte. Ahora que te conozco, ese deseo naturalmente se intensificó.

    Otras ideas se amontonaron en mi boca, ideas egoístas, ideas vanas, y decidí callarlas. Al menos de momento, no vi que tuvieran espacio entre nosotros. Aguardé a que respirara, que exhalara, y seguí sus movimientos en silencio. Tocó la pulsera que le había regalado, ascendí la mirada a su rostro y esbocé una pequeña sonrisa. Me habló de granos de arena, del duelo y del amor. Recibí su tacto, tan frío como cálido, y lo seguí mirando a él, aunque sus ojos se hubieran posado en el cielo. No sabía si interpretar sus palabras de la forma que encajaban en mi mente y la simple idea me avergonzó. Pensé en Rengo, en su noticia. ¿Era el séptimo día del séptimo mes?

    —Debo haber contado mal los días... —murmuré, junto a una risa muy leve, y bajé la vista a su mano—. "Señora, ¿qué es el amor? Cuando duele decir adiós". Recuerdo ese pasaje de los libros que he leído, no estoy seguro cuál. La muerte de mi familia me permitió reconocer en mí mismo cosas que creía impropias, ajenas. Me di cuenta que amaba y odiaba como los demás, que era capaz de sentir un dolor tan punzante... Que podía ahogarme, desesperarme, llorar hasta quedarme dormido. Lentamente, también empecé a reír, a enternecerme, a encariñarme con existencias pasajeras. El duelo inicia con las pérdidas, pero también creo que parte de él implica ir más allá. Cuando te das cuenta que el amor sigue latiendo, sigue siendo parte de ti, y que puedes volcarlo en otras personas. En algún punto supe que amo este mundo, amo sus ríos, sus bosques, el sol y el cielo lleno de estrellas. Amo a los ancianos encorvados que venden pescado junto al mar, a las señoras que labran las parcelas de tierra detrás de sus casas, a los niños correteando con los perros del pueblo y a los gatos desperezándose sobre los techos. Amo este mundo, a sus personas, y quiero luchar por él.

    Giré mi mano para recoger la suya, la elevé con delicadeza y estiré mi otro brazo, recogiendo un poco de agua del río.

    —Porque en el amor que das, está el amor que recibiste, y en el amor que dan los demás, está el que tú les concediste. —Vertí el agua sobre nuestras manos, sintiendo cómo los granos de arena se barrían lentamente, y fui repitiendo la acción—. El dolor se adhiere y molesta, y puede parecer que nunca acabará... Tal vez nunca nos deje, no del todo. Pero las personas que conocemos, las veces que reímos, disfrutamos y amamos, son el agua que barre el dolor. Poco a poco, grano a grano. Y cuando el agua está corriendo, así sea por un instante, la arena deja de molestar, ¿cierto?

    Envolví su mano entre las mías, la presioné ligeramente y mantuve la mirada allí, en la unión. Intenté tragarme la vergüenza. Si no se lo decía ahora, ¿cuándo?

    —Desde que te conozco he intentado echar puentes que me acerquen a ti —confesé, en voz baja—. Al principio para entenderte, luego para servirte, ahora para acompañarte. Quizá la excusa sea inconsecuente, pues la realidad es que quiero permanecer a tu lado y punto. Cuando... —Pasé saliva—, cuando recibiste esa herida en el pecho, y caíste al suelo y perdiste tanta sangre... creo que lo entendí. Quería que vivas, quiero que vivas, lo quiero con tanta fuerza que yo...

    Me callé, pues mis palabras empezaban a desviarse por derroteros que no pretendía. Solté el aire por la nariz y busqué sus ojos, pasando por la piel de lobo y su torso en el proceso. ¿Sentiría frío?

    —Te quiero, eso es todo.

     
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    Amelie

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    [Ukita;Togashi; Rengo]
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    La idea de regresar a Tateyama con Kohaku le emocionó, había sitios que él aun recordaba entre la nieve. Pensó en que hace no mucho tiempo, la idea de regresar a Tateyama no estaba en sus planes; simplemente porque no era lo que Tomoe o Kozaemon hubieran decidido, y él no solía expresar sus deseos porque primero estaba su misión. Al liberar a Tomoe, su propósito táctico se tornó obsoleto.

    Kohaku limpió las manos con agua de río y la arena se fue al instante, aquello hizo que Hachi sonriera ligeramente. Eso hacía Kohaku desde el momento que lo conoció, se llevaba ese dolor constantemente de una u otra manera. Hachi miró sus manos cuando Kohaku las comprimió entre las suyas y esa imagen quería guardarla hasta el final de sus días.

    "Desde que te conozco he intentado echar puentes que me acerquen a ti"

    Levantó su vista al rostro de Kohaku a pesar de que él seguía mirando a las manos; pero cuándo habló de su deseo por que él siguiera vivo, sus miradas se alcanzaron.

    Sintió el palpitar en el pecho. "Estoy vivo" pensó al ser consciente de cada fibra de su cuerpo.

    Por unos breves instantes sintió pánico de que su corazón lo delatara; que demostrara que aquellas palabras viniendo de Kohaku lo hacían feliz. Pero escuchó aquella vergüenza en su interior y sonrió; porque él ya lo había internalizado, él sabía lo que sentía y por eso, él quemó todos los puentes dejando sólo los que Kohaku creaba hacia él. Para él era evidente, porque fue una decisión que tomó por propio anhelo suyo, no era una misión; no era ninguna obligación.



    "Te quiero, eso es todo"

    Hachi levantó las manos de Kohaku, aquellas que siempre habían tenido detalles hacia él; detalles que lentamente lo fueron cautivando conscientemente. Besó sus nudillos imitando la acción que él tuvo en Shima, fue en ese instante dónde algo comenzó a nacer en su interior —¿Eso es todo? —preguntó con sarcasmo dejando ir una de las manos de Kohaku con suavidad para que esta no cayera ante la gravedad— No, no lo es — Tomó delicadamente la barbilla de Kohaku con su mano libre para perderse en esa mirada tan única que tenía — No escuché la voz de Shinatobe cuándo cumplí su misión, nada — sus ojos eran cristalinos por el llanto reciente, más claros y luminosos. Su mano se sentía temblar al tacto en el rostro de Kohaku mientras Hachi llevaba despacio sus dedos de la barbilla hasta la nuca, dejando que su pulgar reposara frente a la oreja de Kohaku mientras ofrecía pequeñas caricias.

    —En cambio, escuché tu voz repetirse una y otra vez— detuvo sus caricias — Dijiste que te diera mi dolor y entendí que intentabas sacrificarlo todo — las palabras que Kohaku había usado para intentar hacer un ritual y evitar la muerte de Hachi —Tú eres quien me ha devuelto mi nombre, y lentamente he aprendido a recobrarlo. Eres quien siempre me ha seguido hasta las últimas instancias. Me enseñaste a valorar cada aspecto de la vida, y por primera vez tuve miedo a morir— sonrió — Yo quiero aprender a amar el mundo de la misma manera que tú, y sólo quiero que tú me enseñes a hacerlo.

    Hachi se acercó lentamente y recargó su frente a la de Kohaku — Mi felicidad; mi dolor; todo lo que soy. Todo es tuyo —Cerró los ojos y lentamente se acercó a Kohaku para besarlo.

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    No había dudas, ninguna. Y cuando sus labios tocaron los de él, sólo sintió temor a que sus intensiones se percibieran agresivas o apresuradas.
     
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    Gigi Blanche

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    El silencio que le siguió a mi declaración me hizo más consciente del movimiento del agua, de los tenues sonidos que nos alcanzaban de la ciudad. El pálido fulgor de las estrellas se reflejaba aquí y allá en tonos plateados y la nieve danzaba, esporádica, lentamente. Hachi alzó mis manos, las acercó a su boca y mi vergüenza se entremezcló con una suerte de expectativa. El contacto fue suave, delicado, y me envió de regreso a la oscuridad de la clínica, en Shima. Tal y como lo sabía desde entonces, su beso no me molestó en absoluto. Nada de él lo había hecho nunca.

    ¿Con eso bastaba?

    Lo miré a los ojos al oírlo repetir mis palabras con aquel dejo irónico y quise replicar, pero no logré verbalizar nada. Alcanzó mi rostro, sostuvo mi barbilla, y mi mente se silenció. El bochorno, los nervios, la novedosa cercanía, se mudaron a un segundo plano y lo único que permaneció fue la expectativa. Curiosidad, si se quiere. Detallé el tono carmín de sus ojos, tenuemente iluminado, y cómo contrastaba entre su cabello azabache y el abrigo blanquecino. Pensé que... me gustaba verlo, el trazo de sus facciones, el sonido de su voz. Me había gustado siempre, sólo no lo entendía. No habría creído nunca que fuera posible, pero las palabras de Rengo insistían.

    Parpadeé con ligereza y pasé saliva, el recorrido de su mano hasta mi nuca me cosquilleó de una forma... diferente. Permanecí en aquella especie de trance hasta que afirmó saber de mis intenciones, de lo que intenté en su lecho de muerte, y sentí el impulso renovado de replicar. Separé los labios, dispuesto a hablar, a intentar justificarme de alguna manera, pero a medio camino me detuve y retrocedí. ¿Qué... sentido tenía? No podía negarlo. Exhalé por la nariz, resignándome al hecho, y bajé la mirada un par de segundos. Me enfoqué en la tibieza de sus dedos, en su voz, y cerré los ojos. No podía negar nada.

    Era culpable.

    De mis intenciones y mis anhelos.

    Cada una de sus palabras era indescriptiblemente cálida, las sentía acariciarme y alojarse en algún rincón profundo de mi mente, a salvo. Eran generosas, abnegadas, devotas. Transparentes. ¿Cómo sería ostentar emociones así? ¿Qué se necesitaba para... querer así a alguien? No lo sabía, no todavía, pero sus manos me tocaban, su voz me hablaba, y me instaba a averiguarlo. Me instaba a... corresponderle, o al menos intentarlo. Se inclinó, su frente encontró la mía y el corazón me golpeteó el pecho, inquieto. ¿El impulso nacía del amor o del egoísmo?

    Mi felicidad, mi dolor.

    No lo sabía.

    Todo lo que soy.

    No todavía.

    Todo es tuyo.
    Pero sabía lo que quería que fuera.

    El aire se había viciado lo suficiente para no sorprenderme. Aún así, sentir sus labios presionarse contra los míos fue una sensación totalmente diferente. Era la primera vez que besaba a alguien, que siquiera pensaba en hacerlo. Parpadeé, cerré el ojo a voluntad e intenté enfocarme en la sensación, acostumbrarme a ella. Era un tacto delicado, su cuerpo estaba tan cerca del mío y... olía a él. Era Hachi. Los dedos me cosquillearon y me pregunté si estaba demasiado quieto, o demasiado rígido, o si debía hacer algo diferente. Las dudas se agolparon y me separé levemente de sus labios. Tuve que respirar por la boca.

    Clavé la vista en el espacio entre nosotros, la piel de lobo, parte de su piel expuesta. Me repasé los labios, percibí mi saliva pastosa y me forcé a calmarme. Un... beso. Hachi me había besado. Mi vista recorrió sus facciones y se detuvo en sus ojos. Había sido dulce, delicado, pero... no tenía idea qué hacer. ¿Me había disgustado? No.

    En absoluto.

    —Es mi... primera vez —balbuceé, el bochorno me alborotó el estómago y volví a tragar saliva, pero insistí—. Tendrás que... enseñarme.

    Subí una mano a los bordes de la piel de lobo, los que caían sobre su torso, y los comprimí dentro de mi puño, jalándolo levemente en mi dirección. ¿Se trataba de valor? No, era más bien un capricho.

    —Enséñame a besarte.

    Y quería permitirme ceder.
     
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    [Yurei: Taiki; Kozaemon]


    Kohaku se separó de él y creyó que aquello era el final; escuchó su respiración, llevó su mano a la boca pero no se alejó. Sintió el latido de su corazón en el pecho mientras escuchaba su voz.

    ¿Desde qué momento comenzó a sonreír? No pudo decirlo porque su mente se sacudió en el momento de sentir el ligero tirón que lo acercó él.

    "Enséñame a besarte"

    Notó la fuerza del agarre de Kohaku en la piel de lobo. ¿Deseo o nerviosismo? Tal vez era un poco de ambas; pero aquella decisión le emocionó; quería acercarse aun más.

    Su sonrisa se mantenía en el rostro mientras desdibujaba el agarre de la mano de Kohaku para guiarla a su clavícula de manera extendida, allí podría sentir levemente latidos de su corazón. Tomó la muñeca de su otra mano para jalarlo más hacia él e indicarle que podía abrazarlo por la espalda. Sus rostros se acercaron nuevamente y él se limitó a abrazarlo por completo —Desde ahora, respira por la nariz — volvió a besarlo; esta vez sabía que también sería correspondido.




    [Tamura; Yato; Yuzuki; Hayato; Hashimoto; Kumo; Byakko; Inukawa; Inuzuka]
    [Ukita; Togashi; Rengo]

    Rengo tardó un poco en regresar; venía acompañado de Togashi y Ukita; los tres tenían las manos llenas de carbón calcinado, negras a la vista.

    —Buscábamos alguna vieja fragua— mencionó Ukita —Encontramos algunas cosas que podían ayudar a Togashi.

    —El fuego no destruye todo; sólo lo obliga a cambiar de forma —mencionó Togashi sacudiéndose las manos pero había algo que no estaba en su brazo, algo que ya formaba parte de él. Aquel mala ahora lo traía Rengo en su brazo, así como había traído el de Takeda no hace mucho tiempo atrás. Ambos malas hechos por la misma persona.

    —Vamos a lavarnos las manos —mencionó Ukita a Togashi.

    —Prometo regresarlo — dijo Rengo hacia Togashi quién afirmó con serenidad para después unirse a Ukita.

    Rengo miró a Yuzuki, la tomó de la mano —Quiero que tengas la espada de Hoshi — dijo depositando la saya en la mano de Yuzuki, quién pudo notar la ligereza en ella —Togashi me ha ayudado a limpiarla y afilarla, se ve que hace tiempo no la usaba. Además... debo confiarte algo —se acercó a ella para susurrarle y después separarse ligeramente —Es cómo si portaras un amuleto; porque sé que no supera a los sables que ya llevas contigo


     
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    Hachi sonrió y buscó mi mano sin decir una palabra. Al comprender que planeaba dirigirla debajo de la piel de lobo sentí una nueva oleada de vergüenza, pero no opuse resistencia alguna pues la curiosidad tampoco mermaba. Mis dedos rozaron su piel tibia, mi mano se afirmó por completo contra ella y apreté los labios, habituándome a la sensación. El tenue golpeteo de su corazón alcanzó mis yemas y lo miré a los ojos; allí, en sus latidos, me estaba dando una respuesta. Una certeza.

    Quiero que vivas.

    Estás vivo.

    Tomó mi otra muñeca y me jaló hacia él. No estaba seguro si era su plan, pero me tomé la libertad de sortear el abrigo y, también, conectar con su piel. Deslicé los dedos hasta el centro de su espalda, denoté su columna y afirmé la mano, robándole parte de su calor. El bochorno perdió terreno, bajé la vista a su boca y atendí a su indicación en silencio, pues ya me estaba inclinando para recibir sus labios. La aproximación fue más fluida que la anterior, pude detallar su calidez y la sensación se propagó por mi cuerpo. Inhalé y exhalé por la nariz, tranquilo, y me enfoqué en reflejar sus movimientos. Una vez descarté la sorpresa y las dudas iniciales, me di cuenta que esto no era realmente tan complicado.

    ¿Él tendría mucha experiencia? Era mayor que yo, y la princesa había sido su pareja. ¿Qué... cosas habrían hecho juntos? ¿Alguna vez habría besado así a un muchacho? Me costaba comprender que se sintiera tan seguro de que esto era lo que quería, ¿o quizá fuese yo el rezagado? Me separé un instante de sus labios y rompí la regla, pues acabé exhalando por la boca al ladear la cabeza y volver a besarlo. Recordé la existencia de mis manos, tiesas, y traduje la energía que me repiqueteaba en el cuerpo como una especie de deseo. Deslicé los dedos de su clavícula a su hombro, recorrí la curvatura de su cuello y acuné su rostro, tal y como él había hecho antes conmigo. Presioné las yemas en su espalda. Se sentía extraño, egoísta.

    Y se sentía bien.

    ¿Era normal? Querer besarlo y tocarlo de esta manera, querer seguir haciéndolo. ¿Estaba bien sucumbir a ello precisamente ahora, que él acababa de perder a Rei? Sentía la mente lejana y espesa, me costaba hilar ideas concretas y sólo se me ocurrió una cosa.

    —Hachi —lo llamé tras alejarme apenas, lo suficiente para encontrar sus ojos; mi mano en su espalda se deslizó hasta descansar en su costado, y la otra bajó a su cuello—. ¿No tienes frío?

    No estaba en mi momento más brillante, pero tal vez cumpliera su función.
     
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  8.  
    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

    Leo
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    Yuzuki Minami

    Kumo no era lo que se dice una gran mente para esto de socializar, pero había cosas con las que era más simple aproximarse a él y la mención a Fukuro cumplió esa función. Lo vi sonreír y reflejé el gesto sin mucho problema, aunque mi vista se centró de nuevo en Hayato y Byakko. Lo escuché decir que el búho era fuerte incluso ahora, cerca de sus últimos años, y que cuando perdió el ojo pensó que moriría, pues pocos animales sobrevivían algo así y asentí algunas veces a sus palabras, secundándolas.

    Me quedé congelada cuando señaló la sangre en mi ropa, que en un animal representaba la cacería, pero que en personas como yo representaba una segunda oportunidad. No pude hacer más que pensar, de nuevo, como ambas nociones se revolvían. Como la sangre sobre mí representaba las segundas oportunidades de muchas personas y tantas otras eran el resultado de, efectivamente, la cacería. Pensé en los venenos que cargaba encima, en las clases de Murai y en Ankoku, pero también como Kohaku había pedido que le enseñara lo que sabía y cómo Rengo había podido volver luego de que haberme ganado el favor de Inari.

    La dicotomía seguiría conmigo.

    —Espero que todos los Fukuro que hay por ahí tengan la suerte de dar con personas así —convine antes de verlo retirarse.

    Permanecí en mi lugar, todavía un poco aturdida por los eventos recientes, y en determinado momento me limité a rondar por los alrededores, atenta a cualquier cosa. Rengo se estaba demorando, pero cuando apareció junto a Togashi y Ukita noté de inmediato el carbón que les manchaba las manos. Habían ido en busca de una fragua y, en apariencia, habían conseguido algunas cosas de utilidad; el comentario de Togashi sobre el fuego me regresó a la conversación con Kumo y supuse que algo tendría en común con eso. Con la noción de destrucción y transformación.

    Rengo me tomó la mano y toda mi atención se enfocó en él entonces, me dijo que quería que tuviera la espada de Hoshi y depositó la saya en mi mano. Miré el arma, luego a él y antes de que pudiera preguntarle si estaba seguro, se inclinó hacia mí para decirme algo. En mí surgió una mezcla de miedo y alivio un poco extraña, era... Suponía que eran la forma en que debíamos hacer las cosas, la manera justa y coherente que había deseado cuando lo vi ofrecerle la mano ensangrentada a Kohaku.

    Tomé aire, lo solté y miré el mala en su brazo, no supe bien qué decir al respecto. Luego regresé la vista al arma de Hoshi y procuré acomodarla junto al arma de Aoi, pues finalmente mi katana principal seguía siendo el colmillo.

    —Estamos unidos por amuletos y por sangre de formas que a veces todavía me cuesta un poco entender. Yo te enseñé a peinarte y yo heredé la misión que había sido de mi padre, la misión de guiarte —murmuré en algo que fue más un pensamiento en voz alta que otra cosa, y señalé el talismán que pendía de la empuñadura de Ankoku—. Si quieres que lleve conmigo el arma de Hoshi, entonces así será. Gracias por confiármela, cariño.

    Alcancé la mano que estaba envuelta por el mala y le sacudí parte del carbón, pues ya el resto estaba pegado a su piel. A la vez la estreché con mimo.

    —Iremos hasta el final juntos, Ren.
     
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    Amelie

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    [Hachi; Kohaku]
    [Yurei: Taiki; Kozaemon]


    Hachi cree que el contacto con la persona que amas fluye orgánicamente; a pesar de la inexperiencia o del exceso de pensamientos agobiantes; estaba seguro de la decisión que tomaba en ese instante, esperar no serviría más. El ve el amor como algo que permite ser; no ahoga el dolor; no borra las cicatrices; no desaparece el agobio; pero te hace resiliente a ello para evitar abnegarse. Hachi se creía abnegado, creía que había abandonado todo por su misión pero el contacto con Kohaku le regresaba sus propios deseos y su mente volvía a ser propia, no una repetición de palabras ajenas, no una serie de pasos que debía completar antes de que su vida terminase.

    —¿Frio? —preguntó cuando pudo notar que se habían separado, su boca ya no tocaba la de él pero aun la sentía por rezago que el tiempo le regaló simplemente por capricho. Sonrió al percatarse del frío que ahora sentía por volver a ser consciente de sus alrededores; sonrió por pensar que si en aquel momento se caía el mundo él no se hubiera dado cuenta, hubiera caído gustoso.

    —No había pensado en lo congelado que estaba hasta ahora que has derretido el hielo mí— besó la frente de Kohaku — Siento calor, gracias a ti — Desvió su mirada al río; un dejo de preocupación se escapó para que Kohaku pudiera verlo —Tal vez sea momento de que recupere mi ropa; que el río la sacuda por mucho tiempo puede dañar la tela —Entrelazó sus dedos con los de él y de esa manera lo guio al río dónde pudo recobrar su haori. Soltó a Kohaku y se agachó para recogerlo; por costumbre enterró lo más que pudo sus pies en la arena y sujetó la prenda con una mano tirando con fuerza, tardó en reaccionar y usó ambas manos, el peso se distribuyó y levantó con facilidad el haori el cual extendió frente a él; el agua helada caía de la tela con fuerza y comenzó a reírse, no era una risa burlona; era una de genuina alegría; fue breve, su tono fue suave. Cómo la que tiene un padre al ver a su hijo caminando por primera vez.

    —Mira, Ko — habló con una inocencia nueva en él; desvió la vista del haori para después mirar a Kohaku, sus ojos nuevamente tenían lágrimas acumuladas — Puedo levantarla yo solo — las lágrimas se escurrieron de su rostro mientras Hachi exprimía con incredulidad el haori; después destrabó sus pies de la arena; y allí estaba de nuevo, cubierto de ella — Él me regaló esta fuerza, Rei — sumergió uno de los pies en el río y se estremeció al tacto, después hizo lo mismo de nuevo con el otro; limpió sus lágrimas y al terminar buscó a Kohaku con la mirada.

    —No volveré a tener frío si me permites estar a tu lado, siempre— Hachi se acercó de nuevo a él tomándolo de la mano con la que no cargaba el haori, un tacto helado — Y prometo que tampoco permitiré que tu vuelvas a pasar frío — levantó la mano de Kohaku con la suya y las observó —Bueno —pausó soltando una risa— Que esta sea la última vez que experimentes frío a mi lado.

    A lo lejos se veían la llamas de la fogata que los demás ya habían creado; era momento de regresar con el resto.




    [Tamura; Yato; Yuzuki; Hayato; Hashimoto; Kumo; Byakko; Inukawa; Inuzuka]
    [Ukita; Togashi; Rengo]

    —En ti confío a ojos cerrados —
    agregó Rengo y sonrió — Veremos muchos amaneceres juntos; podremos vivir cerca el uno del otro —comenzó a hablar con emoción —Podremos cocinar juntos y —se detuvo y comenzó a olfatear; sin darse cuenta comenzó a salivar —No sabía cuan hambriento estaba — volvió a olfatear —Alguien preparó algo y huele delicioso — dijo mirando a la fogata — Vamos a —volvió a pausar y señaló la ropa de Yuzuki —estás brillando.

    Rengo señaló a dónde la perla se resguardaba; comenzaba a resplandecer. Sonrió y miró a Yuzuki.

    —Esta fue la decisión correcta; la persona correcta —afirmó — ¿Quién me podría guiar mejor que mi propia madre? — Rengo abrazó con fuerza a Yuzuki.

    Parte hacia donde esté esa mujer, y no te alejes de ella.




     
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    Zireael

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    Yuzuki Minami

    —Los veremos con Hayato, Takano y los demás —dije respecto a los amaneceres—. Y comeremos miel y dulces de duraznos.

    Podíamos soñar.

    Hasta que la pesadilla nos alcanzara.

    Me reí al verlo olisquear, me dio algo de ternura, pero su gesto me hizo consciente de que en efecto olía bien. No sentía particular apetito, no con todo lo que había pasado, pero lo mejor era que reposáramos y comiéramos ahora que podíamos, por lo que asentí a las palabras de Rengo. Habríamos ido, pero me señaló y dijo que estaba brillando.

    Lo miré como si no entendiera nada, pero entonces miré mi ropa y extraje con delicadeza la perla, así como la de Hachi, brillaba en tono dorado. Me quedé estupefacta, incapaz de creer lo que pasaba, miré a Rengo que ya estaba viéndome y su sonrisa hizo que los ojos se me llenaran de lágrimas. Fue cuando me abrazó y habló que mi llanto se desbordó en silencio.

    Lo rodeé con los brazos con toda la fuerza que encontré en mi cuerpo, lo estreché y en ese gesto esperé que mi amor por él se condensara. Lo amaba mucho, lo amaba como mi niño, mi primer niño, pues aunque la diferencia de edad luciera ínfima yo lo había cuidado como si fuese mío desde que podía recordar. Desde que era niña la pequeña sombra de Ren me acompañaba y yo me había empeñado en estar junto a él.

    —No existe honor más grande que poder acompañar a mi pequeño —murmuré, empuñando su ropa junto a la perla—. Estoy orgullosa de ti, Ren. Quiero que sepas eso, lo he estado siempre. Eres mi niño y cuando dudes, cuando tengas miedo, recuerda las manos que te peinaban.

    Me separé de él con delicadeza, pero mis brazos permanecieron en contacto con su cuerpo. Mi pequeño había crecido mucho, pero a mis ojos... mis ojos siempre verían al pequeño que corría con el cabello en el rostro.

    —Las mismas que empuñan armas y preparan venenos. Posees ambas fuerzas dentro de ti, no solo porque así tuvo que ser, las posees porque eres mi hijo —le dije apresionando su hombro, frotándolo como hacía mamá con nosotras—. Eres tan Minami como lo soy yo, mi sangre es tuya.

    Con eso dicho me limpié el rostro, le dediqué una sonrisa y lo animé, ahora sí, a acercarnos a la fogata para poder comer un poco. Aproveché para llamar a Hayato y preguntarle si tenía hambre y, también, para darle un abrazo. Eran mis pequeños y por ellos haría cualquier cosa.
     
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    [Tamura; Yato; Yuzuki; Hayato; Hashimoto; Kumo; Byakko; Inukawa; Inuzuka; Ukita; Togashi; Rengo]

    —¿Minami? —
    sonrió — Si, soy Minami; soy más Minami que Harima —dijo sin agregar su otra ascendencia, jamás le cruzó la mente —Y compartimos lo del cabello, antes era negro y ahora es blanco; aunque me hubiera gustado más conservar un mechón de color negro; seguro se vería tan increíble como tu cabello — Hace tiempo no se ponía a hablar de ese modo, tan relajado, siguió hablando de cómo había descubierto más estilos de peinado junto a Akihito hasta llegar con Hayato.

    Después de que Hayato abrazara a Yuzuki; Rengo lo cargó y este se quejaba en el aire, pues Hayato no se consideraba un niño tan pequeño como para ser levantado del suelo de esa manera tan infantil. Rengo lo molestó un rato hasta que lo bajó y al hacerlo Hayato le pisó el pie. Rengo se agachó y le miró —Tú eres más Harima que yo.

    Yato ayudó a acondicionar aquel sitio con ayuda de Byakko; la fogata era grande para que ayudara a calentar los alrededores; pero un poco alejado de ella habían usado los restos de una casa para protegerse de la nieve y el frío; el techo improvisado con madera húmeda no resistiría un par de noches; pero los cuidaría antes de que regresaran con el resto. La casa tenía las puertas abiertas, y en ella habían colocado un fogón más pequeño dónde Tamura y él pudieron cocinar.

    Inukawa era quién había acondicionado los instrumentos y utensilios para cocinar; viejo metal pandeado; algunas maderas preparadas con fuego para evitar que estas se prendieran al contacto; todo improvisado con lo que fue encontrando. Tamura y Yato habían cocinado; Tamura estaba acostumbrado a ayudar a Yoshio aunque a este no le gustara, y Yato había sobrevivido por mucho tiempo a cuenta propia; era por ello que el aroma de aquella sopa era bueno.

    —Caldo de pescado —mencionó Tamura extendiéndole un tazón a Yuzuki, después a Rengo y por último a Hayato.

    Hashimoto comía a un lado de Byakko mientras conversaban. Ukita y Togashi también hacían lo mismo.

    Kumo estaba más alejado con Inuzuka; parecían hablar de Fukuro mientras comían.

    —Tal vez alguien debería buscar a Kohaku y Matahachi — mencionó Rengo —Yo lo haría pero la verdad es que no quiero molestarlo más — dijo refiriéndose a Hachi.

    Tamura ya con dos tazones servidos comenzó a avanzar —Yo me encargo; tal vez quieran comer lejos —miró la nieve y fue a buscarlos.

    Byakko miró el brillo de aquella perla y sonrió — Una promesa cumplida.

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    Gigi Blanche

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    Kohaku Ishikawa

    El beso que depositó en mi frente me hizo cerrar los ojos sin siquiera pensarlo, a gusto con la calidez y la dulzura que un gesto tan pequeño era capaz de transmitirme. Un recuerdo surgido de ninguna parte me atravesó la mente y, percibiendo la preocupación de su semblante, me sentí extrañamente inseguro y caprichoso. La nieve giraba afuera, el viento aullaba contra las ventanas, y el calor de Hotaru bañaba mi cuerpo por completo, adormeciéndome.

    Sentí sus dedos colarse entre los míos y lo acompañé hasta la ribera del río. Mi semblante se comprimió al verlo ingresar al agua, pensando que debía estar helada, hasta que alzó el haori entre nosotros y el sonido de su risa rebotó sobre el inmenso silencio del eclipse. Se coló por mis recovecos, se grabó en algún sitio recóndito y sonreí, genuinamente conmovido. Había recuperado la fuerza de su brazo y había sido por un precio enorme. Era un regalo... El último que Rei le había dado. Me incliné, ofreciéndole mi mano para salir del río, y me pregunté si esto era prudente. Quería permitírmelo, permitirme sentir por primera vez en la vida, aún con los riesgos que implicaba. Quería darme la oportunidad de conocer a alguien como me lo habían negado siempre. No, no era prudente.

    Pero era agradable, y se sentía bien.

    Sus palabras resultaron contradictorias y solté una risa breve, divertida. Desaté el abrigo de mi cintura, ese sin mangas que alcanzaba mis tobillos, y me lo quité.

    —Me conmueves, pero hay un límite para el calor que puedo darte —murmuré, colocándole la prenda por debajo de la piel de lobo, la anudé y lo arropé con fuerza—. Y no quiero que te resfríes, así que mejor vayamos junto al fuego.

    Le froté los brazos sobre la ropa un par de veces y aproveché para afianzar el agarre de mis manos e inclinarme. Le dejé un beso en la mejilla, otro más cerca de los labios y retrocedí, sonriéndole. Estaba a punto de empezar a caminar cuando oí los pasos de Tamura y giré el cuerpo hacia él, desprendiéndome de Hachi.

    —O tengo demasiada hambre o traes comida —exclamé, riéndome y percibiendo un leve aroma en el aire.


    el abrigo es esta cosa que también tiene piel de lobo en los bordecitos

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    Amelie

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    [Yato; Yuzuki; Hayato; Hashimoto; Kumo; Byakko; Inukawa; Inuzuka; Ukita; Togashi; Rengo]
    [Tamura; Kohaku; Hachi]
    [Yurei: Taiki; Kozaemon]

    La atención de Kohaku hacia él se sintió reconfortante, eran detalles como esos los que lo obligaban a sonreír sin pensarlo; cuando le colocó el abrigo al instante sintió alivio de no pasar tanto frío. Los besos fueron una reiteración de sus sentimientos, y de la comodidad que ambos sentían con la presencia del otro. Iba a agradecerle pero el frío ya lo había paralizado y deseaba avanzar hacia el fuego.

    Tamura los observó, sus manos sosteniendo los tazones humeantes. Ambos pudieron ver el recorrido de su mirada con claridad a pesar de la oscuridad que los rodeaba; el camino de agua goteando del río hasta sus pies, sus manos; la ropa sobre sus hombros. Tamura sonrió.

    —Hice caldo de pescado; no hay muchos animales por la zona mas que ese— dijo sin dejar de sonreír; porque no iba a preguntar algo que ya le era evidente; les extendió el tazón —Tengan cuidado; no están pulidos; puede que tengan astillas. Vengan a comer a la fogata.

    —Tachibana; un momento —interrumpió el fuerte semblante de Kozaemon antes de que Hachi avanzara hacia Tamura para sostener el tazón.

    Hachi asintió y siguió al yurei, no sin antes pasar a Kohaku su haori —Por favor, podrías extenderlo cerca del fuego. No tardo; espero — dijo sin certeza alguna, se le notó preocupado pero a la vez decidido al seguir a su antiguo maestro.

    —Nosotros reunámonos con el resto — mencionó Taiki de manera autoritaria mientras Tamura se quedaba allí sin saber que hacer.

    Tamura miró a Kohaku y le extendió nuevamente el tazón —Pruébalo y dime que tal.

    Tamura avanzó con Kohaku y Taiki hacia dónde estaba el fuego; la gran mayoría estaban allí reunidos mientras comían.

    — Con ustedes —pausó Taiki, su voz era baja —de esa manera —volvió a pausar acomodando sus ideas— Estarían dando fin a ambos linajes —Taiki era alguien de viejas costumbres; con dogmas muy distintos a los de su propio hijo, a pesar de ello no hablaba con enojo pero si con poco tacto —Ambos clanes son antiguos, y perderlos sería trágico.

    Tamura interrumpió sirviendo más caldo al tazón de Kohaku —Sentí que se te enfriaba la comida. Deberías poder comer con mayor calma ahora que se entibió un poco. Anda, sé que tu serás sincero y me dirás que tal quedó.

    —Ya te dije que no la está nada mal —le repitió Kumo.

    —Hiciste caras, eso no me da buena espina —Tamura lo señaló con su cuchara.

    —Las hice porque yo no estoy acostumbrado a comer de esta manera; me tomó desprevenido. Está rico —dijo extendiéndole su tazón —dame un poco más.

    Tamura y Kumo siguieron peleándose; esta vez porque Tamura le dejó el esqueleto del pescado pensando que le gustaría morderlo.

    El grupo pudo comer tranquilo; Hachi regresó tiempo después y Tamura le sirvió haciéndole las mismas preguntas que a Kohaku, esperando que le gustara la comida que había preparado junto a Yato.


     
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    Gigi Blanche

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    Kohaku Ishikawa

    —Claro, ve tranquilo —le dije a Hachi tras aceptar su haori, cuidando que no tocara el suelo pero también de no acercarlo demasiado a mi propio cuerpo.

    En realidad habría preferido que se secara primero y hablara con su maestro después, sólo no me consideré en posición de opinar. Me acerqué a Tamura, sonriéndole, y estaba por aceptar el tazón cuando mi padre habló. Su tono pescó mi atención y el pensamiento me asaltó de repente. Dioses, ¿acaso...? Lo había olvidado por completo. ¿Habría... visto todo? La idea me dejó paralizado hasta que Tamura extendió la comida en mi dirección. Agarré el cuenco y asentí a modo de agradecimiento, abstraído. Incluso al llegar frente al fuego y disponer del haori, sólo podía pensar en la preocupación, los nervios y la vergüenza que me...

    Estarían dando fin a ambos linajes.

    Mis manos se comprimieron en torno al recipiente y sentí un calor absurdo en el rostro. Me quedé inmóvil, incapaz de reaccionar o replicar, siquiera de alzar a mirarlo, y por ello vi cómo el caldo caía en mi tazón. Parpadeé, agobiado, e intenté alejarme de ese lugar. Intenté remover de mi pecho la aprehensión del pasado, el eco de aquella misma voz, de aquel mismo tono, cuestionándome que hubiera llegado tarde a meditar, que no recordara mis lecciones correctamente, que blandiera mal la espada. "De nuevo". "Otra vez". "Repítelo". "Desde el principio".

    La voz de Tamura me arrancó de mis pensamientos. Pasé saliva, busqué sus ojos con cierta timidez y la liviandad de sus palabras me ayudó a esbozar una pequeña sonrisa. Mientras discutía con Kumo, bebí finalmente del caldo y lo sentí calentarme la tripa. Fue agradable y me ayudó a volver al presente.

    —Está muy rico, Tamura —concedí, sonriendo más amplio, y me forcé a bromear—. ¿Me pasas la receta después?

    Era terriblemente consciente de la presencia de mi padre, pero aún no juntaba el valor para enfrentarlo. Seguí comiendo y atendiendo a las conversaciones cruzadas hasta que Hachi regresó y me senté a su lado. Quizá pecara de chismoso, pero también era mi intento por fingir demencia de mis propios problemas. Chiasa apareció correteando de quién sabe dónde y se trepó a Hachi en vez de a mí, probablemente atraída por la ropa sobre la cual siempre se recostaba.

    —¿Todo bien? —indagué, prestando atención a su semblante.
     
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    Amelie

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    [Tamura; Kohaku; Hachi]
    [Yurei: Taiki]

    Taiki se mantuvo en silencio cerca de él; sabía que lo estaba evitando y cuando llegó Hachi y Kohaku se acercó a él; Taiki decidió mantenerse alejado, estaba mas preocupado por el tema de la energía oscura y se arrepintió de haber incomodado de esa manera a su hijo, alejándolo de él. Por ello se mantuvo a distancia, observando la fogata e intentando recordar conocimiento que pudiera ayudarlos a enfrentar a sus enemigos.

    Hachi miró a Chiasa y acarició su cuello; escuchó la pregunta de Kohaku e hizo una mueca de incomodidad; mostrando su colmillo izquierdo mientras arrugaba el entrecejo.

    —Hace tiempo no me regañaban de ese modo —se sinceró y dejó de acariciar a Chiasa para entrelazar sus propios dedos para después comprimir el agarre —Había hecho una promesa con él de siempre cuidar de Tomoe, prácticamente Kozaemon tomó el rol de padre con Tomoe desde la muerte de Sakurai, él sabía que yo la cuidaría en su ausencia y he faltado a esa promesa — suspiró y cerró los ojos — Kozaemon siempre fue leal a sus principios; cuidó de los suyos, incluyéndome. Su entrenamiento no fue amable, era un hombre parco, nunca lo vi demostrar grandes emociones —abrió los ojos y contempló el fuego —Hoy conocí su enojo. No sólo le rompí el corazón a Tomoe, también a quién se consideró su padre.

    Guardó silencio brevemente, escuchando el crepitar de la leña ante el fuego— Él ya no está atado a mí. Se ha ido, seguramente con Tomoe o tal vez con Konan o Murai —miró sus propias manos entrelazadas, cada vez con más fuerza entre los dedos— Sólo pienso en la confianza que tenía en mí para que su espíritu apareciera a mi lado sobre todas las personas que acabo de nombrar. La decepción que siente seguro es tan grande —pausó y liberó la fuerza de sus manos — como la seguridad que yo siento de mis decisiones. No me arrepiento de lo que siento; más no por ello dejo de experimentar culpa por haberlos lastimado —volvió a clavar la mirada en la de Kohaku — Pasé una vida pensando sólo en la venganza que ellos me ayudarían a obtener; si los míos disponían de mí para algo, lo hacía sin importarme nada más. ¿Querían que matara a alguien en su nombre? Lo hacía. ¿Querían que mintiera por ellos? Lo hacía. ¿Querían que recorriera el mundo buscando una flor que sólo creía en cierto tipo de piedras? Lo hacía. Sólo porque nunca impuse mis propios deseos sobre mi deber. Me he fallado todo este tiempo para cumplir con los demás.

    Tomó la mano de Kohaku —Hoy decido ser egoísta; y no me arrepiento de ello —lo soltó al darse cuenta que tal vez no quería que aquello fuera público — No soy un guerrero leal como creía Kozaemon; no soy confiable como cree Shinatobe —negó — Tal vez estoy siendo muy cruel conmigo; porque a pesar de no cumplir con aquello que creía ser, me estoy volviendo mucho más honesto. Estoy convirtiéndome en lo que debía ser desde el inicio —dejó ir el aire contenido — No he sido una buena persona; pero me gustaría serlo. Eso es lo que intento confesar —le sonrió con algo de nostalgia.

     
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    Al parecer, ambos habíamos recibido un regaño. La mención de Tomoe logró sorprenderme y al instante comprendí que, en realidad, no sabía nada del vínculo entre Hachi y Kozaemon. Permanecí quieto, en silencio, atendiendo a los pequeños cambios en su semblante, el movimiento de sus manos. Sólo quité la vista de él cuando dijo que su maestro se había ido. Recorrí los alrededores sutilmente, dando cuenta del hecho, y regresé la mirada a Hachi con un dejo de preocupación. Pensé, también, en mi padre. No creí que fuese posible romper el vínculo que nos ataba a los espíritus, pero si así era, si de repente mi padre desaparecía...

    Me arrepentiría toda la vida.

    Recibí sus ojos, y tanto en ellos como en sus palabras creí encontrar un espejo. Yo, también, había comprendido mi vida en función a las expectativas ajenas, a las obligaciones de mi nacimiento y las responsabilidades de mi rol. Había crecido devoto, diligente, riguroso y leal; ahora entendía que no eran cualidades ponzoñosas, que cobraban sentido al existir en mis manos y gozar el poder de dirigirlas hacia quienes yo quisiera. Takeda, los shijin. Hachi, Tamura, Yume. Les guardaba un profundo aprecio y quería servirles, conservarlos en mi vida, asistir sus necesidades. No como un súbdito ciego, sino como un... amigo, quizá.

    Aún así, tenía mucho que aprender.

    El tacto de su mano fue repentino y no alcancé a evadir la tensión que bañó mi cuerpo, demasiado consciente de mí mismo y de la gente que nos rodeaba; sobre todo mi padre. Hachi rompió el contacto al instante y los pedidos de disculpa se me atoraron en la garganta, pues él siguió hablando y no quise interrumpirlo. Intenté concentrarme en sus palabras en vez de la culpa, y el tinte de su sonrisa disipó buena parte del agobio.

    —"Debe conservarse un equilibrio entre el deber y las pasiones", creo que fue lo que te dije en las islas. Al final siempre se trata de eso, ¿cierto? Puede que tanto tú como yo hayamos naturalizado demasiado la noción del deber. Cuando vives en el extremo de la servidumbre y la lealtad, cualquier pequeña acción impulsada por los deseos se deforma como egoísmo ante nuestros ojos. Pero no lo es. Sólo es la búsqueda de un equilibrio. —Quise estrechar su mano, lo quise de verdad, pero no fui capaz de olvidar la voz de Taiki—. Sé que estos ojos... bueno, que este ojo no es el tuyo, y que no puedes verte a través de él, pero si fueras capaz... Aquello que te impulsa a querer ser buena persona es lo que te vuelve una buena persona de por sí.

    Deslicé la vista a Chiasa, acurrucada en su hombro, entre nosotros, y estiré la mano para acariciarla. Aproveché el movimiento para tocarlo a él, sutilmente.

    —Lamento lo de tu maestro —susurré, con la vista puesta en la ardilla, y esbocé una sonrisa ligera—. Si sirve de consuelo... A mí también me regañaron. Fuimos un poco descuidados. Mi padre también fue una figura exigente y rigurosa en mi vida. Los únicos recuerdos que conservo de él son de cuando aparecía para decirme que siguiera entrenando, que me siguiera esforzando, que no era suficiente. El hombre que es ahora, tras su muerte... Ha cambiado, lo sé. Lo sé, entonces ¿por qué no puedo enfrentarlo? Es difícil deshacernos de nuestro bagaje, de una vida entera de rutinas y enseñanzas. Pero no es imposible.

    Regresé el brazo a mi espacio y miré a Hachi a los ojos para sonreírle.

    —Yo creo que eres una persona increíble, y te lo seguiré diciendo hasta que tú también lo creas.

    Quise distraernos un poco de todos estos asuntos pesados, y tras pensarlo brevemente me iluminé.


    —Oye, llevo varios días con la duda. ¿Cómo conociste a Kumo?
     
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    Zireael

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    Ver a Rengo afirmar que era Minami me hizo relajar los gestos y luego mi cuerpo también se aflojó, esta ve con una risa por lo del cabello y siguió hablando como había aprendido nuevas formas de peinado con Aki. Se me ocurrió que puestos en ello Aki debería enseñarme a mí también y esperaba... Ojalá pudiera pasar junto a los amaneceres. Rezaba porque tuviéramos esas oportunidades.

    Hayato recibió el abrazo y al soltarlo Rengo lo levantó, claro que el niño protestó, pero el mayor lo molestó un rato más y cuando por fin el pequeño Sugawara estuvo en el suelo otra vez, le pisó el pie. Me llevé una mano al rostro, para disimular la risa, y el comentario que soltó Ren hizo que al final se me escapara de todas formas.

    —Se le ha ido pegando el carácter de Takano —apañé y mientras caminábamos que le eché los brazos encima a Hayato, aunque era medio complicado caminar así, pero aproveché la cercanía para hablarle en voz baja y dejarle un beso en la mejilla—. Te quiero mucho.

    Ya con los demás agradecí el calor del fuego y el pequeño refugio que servía de protección, así como el olor de la comida. Era... rústico, pero funcional. Tamura nos extendió un tazón a cada uno, de forma que le di las gracias. Rengo apuntó a lo de Hachi y Ko, ante lo que asentí y de nuevo le di las gracias a Tamura esta vez por ofrecerse a ir a buscarlos. Después escuché a Byakko y miré el brillo de mi perla. Asentí despacio, un poco confundida aún con los requisitos de la misión, pero la perla brillaba y eso debía ser suficiente por ahora.

    Habían otras cosas sucediendo en paralelo, vi a Ko volver con Tamura, estaba Taiki, luego a Matahachi regresó también y me di cuenta de que hasta entonces no había probado mi comida. Miré el tazón algo abstraída, probé un poco y respiré con pesadez al sentir el calor de la sopa en el estómago. El calor de quienes me rodeaban, también. Taira, Minamoto, ¿ahora algo de eso importaba? Puede que nunca lo hiciera, no con lo que ahora sabía.

    Seguí comiendo, tranquila, y al terminar dejé el tazón a un lado. Con la mano ahora libre alcancé el cabello de Hayato y comencé a peinarlo con los dedos, con delicadeza, no porque estuviera despeinado en sí fue solo una muestra de afecto. Lo hacía con frecuencia.

    —¿Quieres más sopa? —le pregunté sin detener las caricias—. Ya sabes, hay que comer para ponernos grandes y fuertes. ¡O al menos más grande que yo!

    La broma me hizo reír a mí misma, pero dejé su cabello en paz y le pellizqué la mejilla suavemente. Fue otra muestra de cariño, ni más ni menos, luego estiré el brazo para ofrecerle lugar conmigo.

    —Si tienes frío puedes venir conmigo —le dije, tranquila, y usé el brazo izquierdo para dar una palmada en mi regazo—. Y te contaré de cuando Ren estaba pequeño y corría por ahí con el cabello en la cara o de la nota donde confesaba haber robado comida. Eso fue muy gracioso.

    Pobre Rengo, uno le pisaba el pie, ahora yo lo molestaba...
     
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    Amelie

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    Había algo en la voz de Kohaku que resultaba ser un placebo instantáneo, sólo escucharlo le aligeraba el peso que sintió por las palabras de Kozaemon. Siempre le gustó hablar con él, su uso de las palabras tenía un acercamiento reconfortante; al igual que el té que tanto le gustaba hacer. Y poco a poco iban conociéndose más; demostrando cuanto tenían en común, incluso en las luchas internas que cada uno llevaba consigo.

    —Agradezco que puedas verme así; me hace sentir menos como un monstruo. Uno no siempre puede ser libre en su totalidad; pero al menos damos un paso en la desobediencia, esta nos ayuda a conocer más lo que somos — dijo respondiendo antes de que Kohaku acariciara a Chiasa; habló con cierta vergüenza porque aun no podía considerarse buena persona.

    Kohaku habló de que también fue regañado por su padre, cuando dijo que habían sido descuidados sonrió brevemente y bajó la mirada; no había pensado mucho en sus alrededores, y ahora estaba completamente avergonzado y mucho más después de lo que Taiki le había susurrado. Nunca tuvo la oportunidad de conocer demasiado a Taiki; él siempre lo había recomendado para ciertas misiones con Akishino pero jamás interactuaron mas que para los saludos cordiales y alguna que otra ceremonia o reunión dónde Akishino pedía su presencia. Para Hachi; Taiki siempre pareció ser una persona muy silenciosa y sólo lo había visto fuera de sí cuando Rengo amenazó a Akishino.

    —Incluso Gendo temía a las palabras de tu padre — confesó Hachi — La disciplina nos hace rígidos; y creo que tanto él como nosotros, estamos aprendiendo a ser más flexibles en cuanto a nuestras obligaciones. Enfrentarlo requiere también apertura de su parte; yo sabía que Kozaemon no cedería así que acepté todo su odio —Miró a Kohaku —Tu padre está dispuesto al cambio — se preocupó nuevamente, Taiki podría aceptar a Kohaku por el amor que le tenía; pero tal vez lo odiaría a él, y aquello lo incomodó hasta que Kohaku mencionó que él era increíble y lo hizo sonreír nuevamente. Si, Kohaku valía cada gramo de odio que le pudieran lanzar a su dirección.

    La pregunta de Kumo lo tomó por sorpresa —Fui un cazador de Akishino; perteneciendo al crisantemo negro; Kumo también perteneció al crisantemo negro pero el bajo órdenes de Ogen —dijo mientras buscaba a Kumo con la mirada; peleaba con Tamura —Kumo fue el único en mis tiempos de Kioto que descubrió que era un traidor al Imperio.

    —Conociste a Kumiko; mi maestra lleva buscándola mucho tiempo — escuchó una voz a sus espaldas y lo petrificó el paso de Matahachi (12) —Karasu ¿Cierto? hijo de Seiji Tachibana ¿Me equivoco?

    Era una voz infantil pero su manera de hablar parecía de alguien mayor; aunque no podía ser de alguien mayor a él.

    —Eres descuidado; toda tu ropa trae el polen de Gifu; y tu hueles al aroma de Kumiko — la voz continuaba mientras la mente de Matahachi caía en un vórtice de angustia, debía matarlo; debía hacerlo — Escuché que te llamó su hijo.


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    Matahachi preparó un tanto que llevaba en su ropa; estaba listo.

    —Y te robaste a mi cuervo ¿Sabes? Gracias por cuidarlo pero es mío. Si me lo regresas, no diré nada a nadie. Nunca.

    Matahachi se dio la vuelta en confusión total y pudo ver al niño que lo chantajeaba.

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    No quería matarlo; pero debía. Para proteger su misión y la de los Taira.

    —¿Quieres matarme? —negó después de mirar el tanto— Kumiko me dijo que todo el crisantemo blanco seguirá también tus órdenes —mostró su tobillo, tenía el tatuaje del crisantemo negro.

    —¿Tú eres Kumo? — Matahachi preguntó incrédulo — ¿Tú eres su mejor rastreador?

    Kumo (8) afirmó —Y el es Fukuro —dijo señalando el búho en su cabeza.

    —Eres un niño — dijo Matahachi llevándose las manos al cabello con desesperación.

    —Y tú no eres un adulto—respondió Kumo.

    Ambos comenzaron a reír.

    Kumo y Hachi bebes.png

    —Mucho tiempo creí que mi madre había enviado a Kumo porque aun tenía conexiones con Ogen y por ello nos sería útil; pero la verdad fue para que tuviera un amigo en capital — dijo viendo como Kumo se alejaba de Tamura; harto de la interacción —Pero Kumo nunca se queda mucho tiempo. Desaparece por grandes temporadas y sólo envía a sus amigos como Chiasa o Fukuro con mis medicinas—Kumo volvió a retraerse yéndose al interior de la casa improvisada — Gracias a Kumo pudimos interceptar y falsificar misivas, encubriendo a muchos de nuestros aliados. Hasta que Gendo atacó Yamato —se detuvo brevemente— Allí Gendo asesinó a Hama Kamino, quién sería la prometida de Taiyo Yamato. Hama cuidó de Kumo como Yuzuki cuida de Rengo; ella le enseñó a cuidar y entender a los animales. Yo llegué muy tarde para ayudar a Hama; pero Rei y yo logramos ayudar a Hina y Sho, hermanos menores de Hama. Kumo no se encontraba bien mentalmente; así que lo llevé a dónde Tamura y Yume en Toyama.




    Hayato negó ante Yuzuki, estaba satisfecho. No comía mucho en general; pero jamás dejaba comida por respeto.—Entre más crezca, podré usar arcos mucho más grandes, cómo el de mi padre —dijo con un poco de tristeza luego miró a Yuzuki —Si, cuéntame algo vergonzoso de Rengo, así tengo armas para molestarlo. Puedo decirle a sus amigos de Koga.

    Rengo se atragantó con la comida —¿Me vas a delatar? — dijo hacia Yuzuki con una sonrisa pícara para después mirar a Hayato— Quieres decirles mis intimidades, hey no; creo que te vas a espantar más tú con esas historias. De hecho puedo contarte cómo una vez me tiré un gas tan grande que maté a unos patos.

    Hayato lo miró con asco.

    —¿Ves? No estás preparado —dijo Rengo cruzándose de brazos— Eso no me avergüenza; me da más rabia que Takano saliera con alguien antes que Shinrin o yo. Tú conoces a Takano, estoy seguro que hubiera aceptado si le decían que se cortara las...

    Byakko le tapó la boca a tiempo al imprudente de Rengo; quién había llamado la atención de los presentes.

    —Y dicen que los emishi somos los bárbaros —dijo entre risas Inukawa mientras lavaba su tazón.

    Tamura se partía de risa e intentaba que Byakko soltara a Rengo para que este siguiera contando historias escatológicas. Tamura sabía que necesitaban aquellas risas.

    —Vamos Byakko, quiero que suelte más de esas — le dijo Tamura suplicante al shijin.

    ¿Gases? — preguntó Hayato con profundo miedo —¿Quieres que suelte más gases?

    —No, no, no —
    negó Tamura con su cabeza y manos mientras —Historias pequeño Hayato, historias.

    Hayato miró a Yuzuki —¿En serio es más Minami?

     
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    Aún me sorprendía que Hachi fuese capaz de verse a sí mismo como un monstruo, pero al mismo tiempo comprendía que no me encontraba en posición de emitir veredictos. Nos conocíamos hace relativamente poco tiempo. Entendía, también, que negar sus ideas como un necio tampoco solucionaría nada. Por eso callé, aunque hubiera deseado replicarle con toda esa testarudez y más. Confiaba que, algún día, sin tantos fantasmas y amenazas alrededor, sin tanto dolor acumulado en el pecho, su percepción de sí mismo cambiaría. Algún día sería capaz de amanecer y sonreír desde la profundidad de su corazón. Parte de ello me impulsaba a regresar a Tateyama con él. Pensé en la nieve, la cueva del defensor, el niño enfermo y la morada de Amanozako, al otro lado de las aguas termales. Era una montaña sagrada y Hachi había nacido en ella, ¿cómo podría ser jamás un monstruo?

    Decía estar seguro del odio de Kozaemon, que no cedería, y nuevamente no me encontraba en posición de contradecirlo, sin embargo... No quería creer que se tratara de eso. No quería que Hachi aceptara con tanta liviandad la idea de haber herido sin posibilidad de retorno a quienes él apreciaba, pues era el equivalente a lanzarse a sí mismo dentro de un pozo hondo, oscuro, y llevar la cuerda consigo. El muchacho frente a mis ojos era amable, leal, y me negaba a creer que fuera la primera persona en verlo así. Me negaba rotundamente.

    —Dale tiempo —murmuré, dudando si me correspondía emitir opinión, pero decidí insistir—. Mi padre no tiene a nadie más con quien irse, de todos modos; tu maestro sí. No niego que se sienta decepcionado, enfurecido, e incluso triste, sólo... dale tiempo. Tú mismo lo dijiste: el eclipse lo materializó a tu lado, de todas las personas. Ese vínculo es mucho más profundo y resistente que una simple promesa, que un voto de lealtad. Tiene que serlo.

    Pensaba lo mismo de la princesa, pero no junté el coraje para mencionarla. Si la muerte había cambiado a mi padre, ¿por qué no podía cambiar también a su maestro?

    De cualquier forma, pronto estuvimos hablando sobre cómo había conocido a Kumo. Imaginarlos tan pequeñitos estiró una sonrisa enternecida en mis labios y me reí en voz baja. ¿Hachi reclamándole ser un niño cuando él mismo no pasaba de los trece? Sí, sonaba a algo que haría. Eso significaba que llevaban casi media vida siendo amigos, ¿cierto? Seguí el recorrido de Kumo a la par suya, sin perder la sonrisa, hasta que llegó el ataque de Gendo Mori a Yamato. Exhalé con pesadez. Daba igual la tragedia que fuera, ese desgraciado siempre aparecía.

    De fondo nos alcanzó el lío que estaban causando Rengo, Tamura y los demás, y sonreí al escucharlos reír. Era un sonido agradable.

    —¿Siempre llevó los ojos cubiertos? —indagué, aunque sí lo sentí puro y duro chismorreo, y la idea me ruborizó un poco las mejillas—. Quiero decir, si está bien que me digas, si no no pasa nada. Sólo... tenía curiosidad. Pensé que podía parecerse a mi trato con Amanozako.

     
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    ¿Tenía que ser un vínculo mayor al de una simple promesa de lealtad? Se preguntaba Hachi mientras afirmaba —Seguramente tienes razón; debo darle tiempo —dijo intentando evitar que aquel rostro de enojo fuera el último recuerdo de su maestro.

    Hachi observó en silencio el cómo Byakko jugaba con Rengo —Darle tiempo... — repitió; esta vez para calmar un poco su espíritu. Sabía que el ataque de Rengo no había venido de él directamente; aun así le costaba trabajo perdonarlo así de rápido y comprimió su abdomen al escuchar las risas a su alrededor. Entendía que Rengo era de esa clase de personas, de esas que buscaban hacer reír a los demás.

    Volvió en sí cuando Kohaku le preguntó de los ojos de Kumo y sonrió —No, él tiene ambos ojos pero no le gusta usarlos. Los cubre porque dice que la vista es el sentido que más inutiliza al resto; que al cubrirlos fortalece a los otros sentidos, el tacto; el gusto; el oído y el olfato. Cuándo lo conocí pensé que era una creencia ridícula; pero al verlo comunicarse con los animales me hace creer que tiene razón. A veces se quita la venda cuando quiere guardar un recuerdo visual en su memoria, o cuando teje —afirmó — Tiene una habilidad por la que él mismo se llamó Kumo; hace una especie de telaraña en sitios cerrados, con ella se da cuenta si alguien ajeno se adentra, seguramente está haciendo eso ahora.

     
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