Fukui Fukui

Tema en 'Prefecturas' iniciado por Amelie, 29 Octubre 2021.

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    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

    Leo
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    Yuzuki Minami

    El resto de conversaciones habían seguido ocurriendo a mi alrededor y atendí a ellas en silencio, ahora sí concentrada en lo que me correspondía. Escuché lo de los dones y recordé cómo en las islas bajo la oscuridad del eclipse y dentro de la oscuridad que brotaba de Rengo había sentido que recuperaba la fuerza que había perdido en Kioto, la que me habían arrebatado. No sabía hasta dónde saber que los aquí reunidos habíamos sido mirados por los Dioses era bueno o malo en el largo plazo, pero ahora suponía que sólo nos importaba completar nuestras misiones aunque... ¿Qué pasaría entonces, si teníamos éxito?

    Por otro lado Rengo le había contestado a Ko, fue una respuesta... Bastante Rengo de su parte, si es que eso tenía sentido y sonreí de manera sutil. Cuando terminé con mi tarea Yato me agradeció, ante lo que negué suavemente con la cabeza y le regresé la sonrisa.

    —No hay nada que agradecer —convine, tranquila.

    Si acaso había terminado de decir eso cuando alguien entró sin molestarse en ser sutil, el cuerpo me respondió antes que la mente y me enderecé, giré en redondo y extraje el colmillo de su saya. Con el brazo libre busqué a Hayato, incluso con la mano faltante busqué empujarlo detrás de mí tanto por protección como por conveniencia, por su arco, y mantuve el cuerpo frente a Yato pues era la persona herida.

    Pero entonces las voces rebotaron.

    Todos aquí somos coleccionistas, Kuro.

    La mano.

    Matahachi dijo el nombre de esta persona y no pude recordar si lo había escuchado en Kioto, pero sin dudas recordaba su rostro y su voz, antes de que el mundo se llenara de parches y del olor a hierro proveniente de mi cuerpo. Nos habían vestido de un blanco tan pulcro que había querido dejarme ciega y luego se empapó de sangre, mi sangre. Los ecos de las voces de Gendo y sus lazarillos, de Kuroki, estaban mezclados con el llanto de Takeda y el mío.

    El colmillo empezó a temblar en mi mano, me di cuenta y lo empuñé con más fuerza, como si aquello pudiera detener el terror que me corría por el cuerpo, pero también noté que me estaba costando respirar. Escuché algo de un objeto, creí recordar entre las manos de este infeliz un espejo de bronce, pero siquiera creí que fuese importante y no podía pensar con fluidez. Que Kato y Daidoji cubierto, la traición a Akishino, Hoshi, el eclipse y otro montón de cosas.

    Cuando Daidoji me miró y preguntó por mi brazo me quedé congelada, el temblor de mi cuerpo volvió a descontrolarse y la voz de Rengo me sonó lejana, como si viniera de otro lugar. Este desgraciado había hecho que mi mente regresara a Kioto y allí Rengo no me alcanzaba, no por completo. Al escuchar a Daidoji de nuevo mis gestos se descompusieron en una mueca de repulsión y miedo que no pude controlar, no noté que bajé el brazo tembloroso y con él la katana.

    Gendo se había pegado uno de mis dedos.

    A pesar de todo, Daidoji había cometido el error de subestimar a Rengo al desconocerlo y al no escuchar sus advertencias. Bastó la mención al acto asqueroso de Gendo para que el muchacho reaccionara, le entregó la katana a Kohaku y atacó, haciendo que ninguna de las armas que se había empuñado, ni siquiera las katanas de Kato, fuese necesaria.

    Me costó aflojar el cuerpo tomado por los temblores y regresé la katana a su saya con dificultad. Con la mano libre la llevé al muñón, no fue algo de lo que me diera cuenta, y se me cristalizaron los ojos al encontrar el vacío, el vacío al que empezaba a acostumbrarme pero que este demonio me había recordado. Mi destino había podido ser peor todavía, Gendo había podido tomarme, pero esto... ¿Por qué?

    —Confío en que puedan encargarse de esto —dije con un hilo de voz, esperando que cualquiera de los presentes me escuchara.

    Procuré poner tanta distancia entre Daidoji y yo como me lo permitiera el espacio, y me enjuagué los ojos tan disimuladamente como pude. El brazo entero se me había atenazado de dolor, un dolor que provenía de la mano que ya ni siquiera tenía, y seguía temblado.
     
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