Drama Fueron

Tema en 'Relatos' iniciado por Alan Wilder Bold, 31 Mayo 2020.

  1.  
    Alan Wilder Bold

    Alan Wilder Bold Zwischen Immer und Nie

    Géminis
    Miembro desde:
    31 Mayo 2020
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    Escritor
    Título:
    Fueron
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3928
    Fueron, ciertamente, sus manos las que me enamoraron, aquellas que me hacían perder los sentidos, las que me hacían sufrir si no las podía tener, las que me conquistaban cada vez que sentía, de nuevo, su roce.

    Tenía la piel reseca y suave, tal como la arena de la playa. Me sentía maravillado de poder sentir su toque, de poder sentir su frialdad, de ser víctima de su agilidad que con tan solo tomar mi mano podía sentir: pasión, deseo, amor. Al menos todo lo que él podía darme.

    Sentir como, con aquella gentileza sutil, recorrían los rincones de un cuerpo que en un principio se sentía avergonzado, y después tal como si el yo de siempre se perdiera en sus adentros, se encontraba sediento y deseoso. Deseoso de todo aquello que él lograba, de todo lo que podía hacer sin que yo me resistiera.

    Yo lo amaba, nunca lo duden, pero había algo, algo que odiaba, y eran sus celos. Esos malditos celos que muchas veces nos llevaron al borde de un abismo de miedo, rencor y sufrimiento, tan contrario de aquella delgada línea, delicada y sutil que nos separaba de aquel final feliz que todos, en algún momento, buscamos.

    Sencilla de cruzar a la vista de cualquier primerizo, enamorado y optimista, pero muy peligrosa y complicada en esencia. Para aquellos que lo hemos intentado y fracasamos, es más que un recuerdo recurrente, porque fuimos al igual jóvenes e ilusos. Es una advertencia: «El problema muchas veces, o tal vez siempre, es que no importa cuán decidido te encuentres para dar ese paso, uno no puede avanzar solo, ni obligar al otro a hacerlo».

    Y él siempre estaba ahí, detenido a tan solo dos pasos. Si temía por lo que había tras aquel limite, yo sinceramente no lo sé. Lo intente muchas veces, las suficientes para dejar de insistir. Fue mucho el tiempo dedicado de hacer lo posible para que me siguiera, nunca lo logré, jamás lo hice cambiar de idea.

    Termine aceptando aquella miserable cantidad de sentimientos que él estaba dispuesto a darme. Tuve que conformarme. Fue el sentido —que en el momento en el cual yo decidí no exigir más—, tomo nuestra relación, lo que la llevo a su final.

    Aceptar la tajada de aquel todo que se mantenía inaccesible fue, y lo digo con sinceridad, en un principio, agradable. Pero al pasar el tiempo y cuanto más crecía el amor que yo le tenía, también la codicia por conocer todo lo que seguía en la penumbra, ¡lo que nunca había visto! Lo que nunca había sentido.

    Como dije: no lo supe al principio, y creo que vivía presa de aquella promesa, difusa, de que todo mejoraría a su debido tiempo. Que aquellas barreras de hierro y granito terminarían cediendo, corroídas por el cariño que ilusoriamente crecía entre nosotros.

    Jamás habría imaginado que solamente yo era quien tenía aquella idea de crecimiento, no me di cuenta de que el amor que él me daba era todo. Lo que él había dado era, fue y seria lo que yo recibiría, siempre.

    Después vinieron las decepciones, y fueron tantas las disculpas y perdones, que aquella niebla espesa que por un tiempo le impidió a mis ojos ver la realidad, cruda y cruel, se disipo. Y lloré, y grité en mis adentros al ver aquel pasado ya sin la ceguera de un amor falso.

    Más valor no tuve para enfrentarme a la realidad que yacía clara ante mí, y continúe participando, aún con un alma lacerada, en aquel perverso juego: un amor ilusorio y conformista, que no acepta riesgos, que se enjaula en un pasado que parecía bello, prometedor, ¡verdadero!

    Entonces la luz del sol parecía ya no iluminarme, las rosas habían perdido el fuego de ese vino intenso y palidecían en tonalidades obscuras, sin vida. La casa se sumió en un silencio profundo solo trasgredido por los sollozos de un alma en pena.

    Su voz ya no era un eco sonoro que agitaba mi corazón. Su mirada se tornó fría, distante, amenazadora, cruel al enfréntarla. Sus manos tal como el hielo perpetuo herían, ¡quemaban! Su roce era como sentir que me desgarraba la piel, insensible. Sus risas se tornaron falsas. Su respiración me era molesta. Las pláticas se tornaron incomodas.

    Y mi cuerpo dejo de temblar al verlo, y de suspirar en mi anhelo de tenerlo cerca. Él dejo de ser aquel de quien me enamore y ahora se presentaba en mi vida como un extraño, que se jactaba de poseer un amor que no le pertenecía ya, ni el cuerpo, ni el alma.

    Si lo noto o no, jamás lo supe, pero estoy seguro de que no soy tan buen mentiroso como para que no lo hubiera sentido. Los problemas y discusiones se volvieron, cada vez, más frecuentes, más violentos, ¡más dolorosos!

    Y hasta para el más distraído fue evidente que el final llegaba, silencioso, oculto entre gotas cristalinas e hirientes.

    Una tarde llamo a casa, más temprano de lo normal, me pareció extraño, no quería contestar pero al final lo hice. Me cito para cenar, en un restaurante que ya casi había olvidado, aquel lugar dónde decidí vivir a su lado.

    Tan extraño, tan inusual. Tan sorpresivo…

    Me prepare con desgane para asistir, me vestí como a él le gustaba, y trate de verme como si estuviera feliz de haber recibido una invitación, tan particularmente, a cenar. Use mi mejor mascara.

    Y cuando llegue ahí y lo vi sentado esperando un tanto impaciente, trate de contener el odio que en mi estaba apareciendo. Trate de verme feliz, trate de convencerlo de que todo era exactamente igual que aquella vez. Cuando creía que era real.

    Pero entonces…, el tiempo precia haber retrocedido, parecía haber resucitado. Los viejos y cálidos días volvían a presentarse, tan reales, casi tangibles.

    El miedo y la confusión me invadieron, y mi corazón latía de una forma que me parecía familiar. ¿Qué era aquello? ¿Cómo era posible? Y ante mis dudas yo decidí ver que era lo que pasaría, ya no podía perder mucho. Nada.

    La cena fue muy amena, la charla recobro el calor que había perdido. Y de nuevo sus ojos tenían aquel brillo, parecía encontrarme a aquel hombre que me hacía feliz. Parecía ser el mismo de antes.

    Las risas, las miradas, sus cursilerías, su voz, su mirada, su roce, el amor…, resplandecían en su retorno durante aquella velada. Fue inexplicable, incluso sus manos que un día me habían lastimado, se recobraban a esa frialdad medianamente templada, ¡que agitaba mi aliento! ¡Que me inmovilizaba! ¡Que me derretía!

    Y ya entrada la noche, cuando la comida se había esfumado entre las risas de una conversación, que casi había olvidado, me propuso ir a un hotel.

    Acepte impaciente.


    ***


    Ni el ascensor, ni el pasillo fueron esperas necesarias para que surgiera la pasión de dos amantes, que se habían resignado al tacto del hielo perpetuo que no unía si no que laceraba.

    Comenzó a besarme como solo él sabía hacerlo, como si me robara el alma al separar su piel rosada de la mía.

    Mis manos temblaban al intentar abrir la puerta, mientras me respiraba en el cuello y me susurraba “¡te amo!”.

    Y la cama quedaba muy lejos de la puerta.

    Tocaba mi cuerpo, y me mantenía en un constante éxtasis al arrastrar sus yemas frías sobre la curvatura de mi espalda, a través de mi nuca, abriéndose paso entre las hebras de mi pelo. Rozando sus labios desde mi boca, jugueteando en mi cuello, paseando por mi vientre, sometiéndome a pequeños impulsos eléctricos que me atravesaban y lograban que me convulsionara.

    Entre mordidas, juegos y risas avergonzadas las ropas que cubrían nuestros cuerpos se esfumaron, al instante en que la puerta yacía cerrada tras nosotros.

    Creo haber pasado, aquella noche, a través de cada rincón de aquel cuarto tan solo acariciado por los tenues y trastornados rayos de luz que se imponían, valientes, a atravesar la cortina. Dejando un poco de nuestra esencia por todos lados, antes de llegar a la cama.

    Decir que fue magnífico no se podría comparar con la oleada de sensaciones que experimente. Todo ese amor, toda esa pasión, su rudeza que me excitaba, su dulzura que me impacientaba, su agilidad sutil que me derretía. Aun cuando regresa a mi memoria sigo sin poder creer todo lo que sucedió aquella noche.

    Al llegar la mañana también lo hizo el cansancio, y ya rendidos de una gloriosa actividad física, nos recostamos. Mis ojos ya resentían la velada, haciéndose pesados, ¡pero quería verlo! ¡Saber que continuaba ahí…, saber que no era una ilusión!

    Cuando vio que el sueño me atrapaba, me envolvió en sus brazos y me acerco a él, poso sus labios en los míos y lo puede sentir de nuevo: ese amor, esa dulzura, ¡a él!

    No pude resistirme y caí en un profundo descanso, bajo el resguardo de sus brazos y de sus manos frías y livianas.

    Al despertar, abrí con delicadeza mis ojos, tenía un poco de frio, y al no encontrarlo a mi lado me exalte, me levante con un poco de presura y al ver a mi alrededor, lo encontré ahí…

    Estaba sentado, ya vestido, y su silueta un poco obscurecida, era iluminada por los rayos llanos de luz anaranjada, de un atardecer que se acercaba, atravesando la ventana con cierta nostalgia. Lo mire con profundidad, y en su rostro vi unos ojos humedecidos, y en sus mejillas los rastros de lágrimas que escurrían, delgadas líneas, marcas de un dolor indescriptible.

    Tenía la cabeza cabizbaja, los codos recargados sobre sus rodillas y las manos entretejidas. Y cuando levanto su rostro y poso su mirada sobre la mía, vi en ella un dolor y sufrimiento que hicieron que una humedad algo tímida apareciera en mi rostro, y que en mi pecho surgiera una presión extraña.

    —¿Qué sucede? —le pregunté con una voz quebrada y casi extinta.

    El guardo silencio y giro la cabeza para ver la ventana.

    —Dímelo, dime lo que pasa. Dime que es lo que sientes.

    El me miró fijamente y dijo con una voz temblorosa, casi como un susurro:

    —Ese es precisamente el problema… —respondió. Y el silencio se hizo presente, tal como mi confusión.

    —¿Cuál? —dije temiendo recibir una respuesta, rompiendo aquel momento incomodo.

    Se llevó las manos a la nuca y se levantó. De sus ojos aún salían lágrimas, y aquellas gotas saladas, que se abrían paso a través de su piel blanquecina, creaban en mi pecho un hueco.

    Comenzó a caminar y finalmente se detuvo a mirar en mi dirección, pero parecía que no se atrevía a verme directamente a los ojos.

    —¡No siento nada!… No sentí nada… ¡Ya no siento lo mismo que antes! —exclamó. Se llevó una mano al rostro y el sollozo se hizo más fuerte—. ¡Y te juro que lo intente!…

    Su voz se quebraba a cada letra que su garganta se atrevía a pronunciar.

    — ¡Te juro, que yo…! Ayer —abría y cerraba la boca como tratando de decir algo, algo que no quería salir de ahí, de aquel lugar inaccesible que siempre estuvo fuera de los límites de nuestra relación.

    Y entonces el rencor y la desesperación comenzaron a renacer en mi ser, y el enojo que me provocaba todo eso. Comencé a llorar, y las lágrimas que salían de mis ojos eran como el recuerdo doloroso de aquel conformismo al que me obligue a obedecer y jamás criticar, por temor a perderlo… Por miedo.

    Y el dolor del pecho, y el enojo, y la furia que surgía ¡Por resguardar con ese maldito celo lo que en verdad sentía!, ¡de no haberme dejado entrar por completo! ¡De no dejarme ser parte de él!

    ¡Y esa furia me hacía hervir! Y sentía como todo ese resentimiento acumulado por años quería escapar, se aglutinaba en mi garganta, palpitante. Trataba de contenerlo, mientras lo veía caminando alrededor del cuarto repitiendo una y otra vez que lo sentía, que no había podido evitarlo, que lo había intentado…

    —Ayer lo intente… Un último esfuerzo por recobrar todo lo que teníamos…

    No lo soporte más:

    —¡De que… hablas! ¿Recobrar…, qué? —le grité fúrico, jadeaba entre sollozos, mis lágrimas se hicieron presentes—. ¿Recobrar una vida…, qué no se merece ni un perro?

    El me miraba sorprendido.

    — ¡Yo creí que…! Ayer… ¿Todo era mentira? —le dije subiendo mi tono de voz.

    —Yo…

    —Tú… —le interrumpí—. ¡Mentiroso!… ¡Todo fue una maldita farsa!—le grité.

    Me hervía la sangre, ya no pude controlarme, de mi boca salieron todas esas cosas:

    — Pero quien tiene la culpa aquí soy yo. ¡Por mi estupidez! ¡Por conformarme! ¡Por haber guardado silencio!… ¡Por tener miedo! —exclamé. En cada palabra que mi mente podía articular en ese arrebato sentía que de mi pecho se liberaba una vieja carga—. ¡Por haberlo creído…, por creer que era…, verdad!

    Silencio, solo eso recibí después de haberle gritado todo aquello, todo lo que había pensado durante tanto tiempo, todo lo que me repetí una y otra vez tratando de darme el valor de enfrentarlo, pero que nunca fue suficiente. Y veía como me miraba con esos ojos suplicantes, entristecidos, desesperados.

    —Lo siento —susurró interrumpiendo el doloroso silencio que se había formado—. Jamás habría imaginado, que tú…, sentías todo eso… Lo siento.

    —¡Pero sintiéndolo no arreglaras nada! ¡Nada! —le grité. Ya no sabía que hacer, todo eso fue tan repentino, tan sorpresivo, tan doloroso.

    Ambos nos quedamos callados, las lágrimas seguían presentes. Mi mente no lo soportaba, «¿Por qué justamente en ese momento? ¿Por qué cuando yo había recuperado la esperanza? ¿Por qué no antes? ¿Por qué ahora? ¿Qué sentido habría tenido hacer todo eso y después terminar con esto?» pensaba. Me inundaban las dudas y el coraje.

    —¿Y qué fue todo esto? ¡Una recompensa por todos estos años! —él se limitó a mirarme—. ¿No querías irte antes de obtener una recompensa?

    Gritaba, y él permaneció callado, me miraba con ojos de súplica.

    —¡Respóndeme! —exclamé con furia golpeando la mesita de noche—. ¿Qué acaso no me merezco ni eso?

    Después de limpiar de su rostro las lágrimas con el revés de su mano, aún con los ojos húmedos y rojizos, mirándome, suspiro y dijo:

    —Yo solo quería… Tenía la ilusión de que…, reviviendo los viejos tiempos, como cuando comenzamos… —me decía con voz sórdida, giro la vista hacia la nada— Esperaba que renaciera en mi lo… Lo que sentía por ti.

    —¿Y acaso no sentiste nada? —le dije a punto de comenzar a llorar.

    Él agito la cabeza en afirmación.

    —Entonces ¿por qué? —pregunté.

    —Porque no fue lo mismo, no fue lo mismo…, no fue igual que hace tantos años, no fue…, igual.

    —Para mí fue tan real, tan…, parecido a aquellos viejos tiempos.

    —Lo siento.

    —Sentirlo no cambia nada.

    —Lo sé. Pero no puedo decir más. Y duele mucho no poder hacerlo pero…, no puedo… Lo siento.

    —¿Qué fue lo que paso?... ¿Cómo terminamos… aquí? —le pregunté comenzando a llorar.

    —Nos conformamos… Aceptamos lo poco que el otro podía dar —me dijo levantándose, sentándose a mi lado en la cama y tomando mi cabeza para que llorara en su hombro—. Y no exigimos nada más.

    No sé cuánto tiempo pase así: recargando mi cabeza en su pecho, mientras con esa sutileza gentil arrastraba sus dedos a través de mi pelo, su respiración era inconstante, continuaba llorando y podía sentir sus lágrimas tibias.

    —¿Qué es lo que va a pasar ahora? —le pregunté sin moverme, no quería mirarlo y sentir culpa, sabía bien que no había sido completamente mía, pero si veía esos ojos yo…

    El final de una relación nunca se define por las acciones de uno de sus integrantes, ambos se arriesgaron, jugaron y perdieron. Sin vencedores, sin culpas. ¿Suena sencillo cierto?

    —¿Qué es lo que quieres hacer? —me respondió separándose de mí para que viera su rostro. Jamás lo había visto así, tenía los ojos rojizos e hinchados y en su mirada puede apreciar miedo y dolor.

    —Esto no puede continuar así… No debemos seguir engañándonos…, esto no puede seguir.

    —Creo que… —se detuvo a media frase y agacho la cabeza, miraba mis manos, que estaban recargadas sobre una de mis piernas. Tomo mi mano derecha le dio vuelta y con sus dedos acaricio lentamente mi palma—, esto no va a ser fácil. Pero creo que tienes…, razón.

    Aparté mi mano y la subí hasta su mejilla, limpie con cuidado una pequeña, cristalina y transparente lágrima que resbalaba inocente.

    —Ya verás que todo saldrá bien.

    Lo acerqué a mí y le di un abrazo. Sentí como esos brazos me rodeaban, como su pulso se aceleraba, como comenzaba a llorar sobre mi hombro y me decía:

    —¡Lo siento tanto!

    También comencé a llorar.


    ***


    Al salir del hotel era muy tarde y por primera vez admire con atención la esplendorosa exposición de luces en el centro de la ciudad. Nadie dijo nada en el trayecto a casa.

    Al llegar y entrar a ese lugar, no me sentí de nuevo en mi hogar, más bien parecía haber vuelto a una celda, en la que había vivido todo ese tiempo.

    —Creo que debería alistar la habitación de huéspedes, tú puedes dormir en nuestro —hizo una ligera pausa, aparto su mirada y agregó—: en el cuarto.

    Ansiaba decirle en ese instante que durmiera a mi lado, por lo menos una noche más. No quería enfrentarme a la soledad de aquella cama donde lo había odiado, pero donde también lo había amado como a ningún otro. Sin embargo muy en el fondo entendía que hacerlo sería un error.

    —Te ayudaré.

    —No será necesario, puedo hacerlo solo.

    —Nunca fuiste muy hogareño, anda que ya es tarde.

    Después de alistar la habitación bajamos a la cocina, él insistió en preparar el café. «Demasiado dulce» pensé mientras le daba un pequeño sorbo. No hablamos, tan solo bebíamos, el trataba ingenuamente de distraerse leyendo la etiqueta del frasco.

    Al terminar subimos a dormir.

    Fue tan extraño cerrar la puerta antes de que él entrara, y más aun cuando no lo vi quitarse la corbata y colocarla con devoción en su lugar.

    Tome una ducha y me aliste para dormir, escuche como bajaba las escaleras, como el refrigerador se abría, el choque del vidrio de una cerveza y como el televisor era encendido.

    Al acostarme no pude conciliar el sueño, me quede pensando en mi lado de la cama apreciando los sonidos que hacia al caminar de un lado al otro, detrás de aquella puerta que nunca estaba cerrada con el del otro lado.

    Lloré tanto aquella noche.


    ***


    Dolió más de lo que imagine, verlo así, sabiendo que ya estaba extinto lo poco que un día había entre nosotros.

    Los días después de aquello se podrían bien sintetizar en un sentimiento: incómodos.

    Nos separamos después de una semana.

    Vendimos la casa y repartimos el dinero, el día en que entregue las llaves a sus nuevos dueños vi en sus rostros tanto amor, tanta esperanza, eran una pareja de recién casados, bastante optimistas. «Ingenuos» pensé.

    Compre un pequeño departamento, nada ostentoso. Volví a trabajar, mi antiguo jefe me acepto gustoso, no tenía el mismo sueldo y mi puesto fue el inferior al que yo solía tener, pero no me importaba, trabajar es una gran distracción después de separarte.

    Pasó un buen tiempo antes de aprender a no sacar dos tazas, antes de dejar de ocupar un solo lado de la cama. Aprendí poco a poco a no sentirme triste por todo lo que viví con él, y aunque su recuerdo era doloroso ya no me hacia llorar.

    Dos años después caminaba por las calles del centro, me dirigía hacia mi auto, cuando me encontré con él.

    Fue algo sorprendente.

    —¡Hola! —me dijo con cierto tono de sorpresa.

    —Hola —respondí casi en un susurro.

    —¿Cómo has estado? Hace tanto tiempo que no sabía de ti.

    —Pues no tengo queja, es decir: la vida me ha tratado bien —respondí. «Porque estos nervios» pensé y agregué—: ¿Y tú?

    —He estado bien.

    Tenía una dulce sonrisa en el rostro y sus ojos se notaban amigables.

    Oye te importaría ir… Quisiera invitarte a… —se trababa entre freces, se veía muy gracioso—. Perdón esto es tan difícil como la primera vez que te invite a salir.

    Lo mire sonriendo, se veía tan torpe, muy gracioso.

    —Solo dilo

    —Bueno, aprovechando que ya estamos aquí… —dijo señalando el Café que estaba alado de nosotros— ¿Quería saber si tú…?

    —Tranquilízate —respondí entre risas interrumpiéndolo—. ¡Anda que quiero un café!

    Tuve que jalarlo hacia la entrada del Café. Tenía una mirada tímida y estaba más torpe que de costumbre.

    Ya adentro, sentados en una mesa junto a la ventana, pedimos: él un café negro y un Cheesecake, y yo un café Moka-vainilla y un Cruasán de chocolate.

    —¿Sigues poniéndote loco con el chocolate? —me dijo mientras se le escapaba una risilla sarcástica.

    —¿Todavía le pones azúcar suficiente al café para que en el fondo se cree un plasta pegajosa? —subí la mirada y él me veía con los ojos entrecerrados, muy risueño. Comenzamos a reír. La charla fue…, agradable, pero no era como ninguna que hubiera tenido con él, esta era una sana conversación de viejos conocidos.

    —Y dime ¿Estas saliendo con alguien?

    —¿Y tú?

    —Yo pregunte primero.

    —Está bien —dije resignándome— No, hasta ahora nada. ¡Te toca!

    —Bueno no he formalizado ninguna.

    —¡Ninguna! Eso quiere decir que son varias —dije a manera de broma—. ¡Rompecorazones!

    Se rió. Llego nuestra orden y se hizo el silencio mientras preparábamos, al gusto, nuestras bebidas.

    —A decir verdad no creo que… No creo estar en las condiciones de mantener algo serio con alguien. No quisiera lastimar a nadie —se detuvo a mirarme—, otra vez.

    Me limite a sorber un trago de café, «Caliente» pensé.

    Continuamos hablando, me entere de muchas cosas de entre ellas que le habían propuesto una plaza de vicepresidencia en el extranjero y que lo estaba considerando muy seriamente.

    Vi mi reloj por primera vez en la velada cuando tuve que ir al baño, me di cuenta de que llevaba dos horas y media charlando.

    —Creo que ya es hora de irme —le dije al regresar.

    —¡Tienes razón, voy a perder el último tren! —pronunció sorprendido al ver la hora.

    —Puedo llevarte, mi auto esta cerca.

    —No quiero molestar…

    —No es molestia —interrumpí.

    El viaje en el auto fue…, divertido. Cuando llegamos vi que vivía en un lujoso edificio con unos 12 pisos. Al voltear a verlo para despedirlo, me besó. Se separó en tan solo un segundo.

    —¡Lo siento! —exclamó—. Lo hice por inercia, yo solo…

    —¡No! —le corte con fuerza y en un tono serio—. Acepte tomar un café contigo porque… Creí que podíamos seguir siendo amigos. Pero fui claro al acabar con lo nuestro.

    —Lo siento.

    —Esto no volverá a repetirse ¿entendido? Te aprecio pero lo nuestro… —suspire al ver que una lágrima escurría por su mejilla, cambie a un tono más gentil y agregué—: Yo sé que es difícil, pero es lo mejor.

    —¡No puedo hacerlo! ¡Te extraño tanto! —Lloraba.

    Pase tranquilizándolo un rato dentro del coche, cuando lo estuvo me despedí dándole un ligero beso en la mejilla.

    De regreso a mi departamento trate de contenerme pero en un semáforo el llanto se hizo presente. «¿Por qué sigue doliendo?» pensé. El claxon de un camión me saco de aquel trance.

    Algunos meses después me entere de que había aceptado la oferta de trabajo, y me sentí feliz por él, pensé que sería una oportunidad para comenzar de nuevo. Un final siempre es señal de un nuevo inicio.

    Nunca nos volvimos a ver.



    Fin
     

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