Fuegos Artificiales

Tema en 'Relatos' iniciado por Sumine-chan, 20 Mayo 2013.

  1.  
    Sumine-chan

    Sumine-chan Intérprete de la Condolencia

    Géminis
    Miembro desde:
    23 Agosto 2012
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    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Fuegos Artificiales
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Comedia Romántica
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2087
    Notita: No había publicado nada aquí porque me preguntaba si el amor entre chicas estaba permitido, como no había estado en un foro en donde no se permitiera el yuri dudaba de si mis escritos pasaban o no. Aparentemente si son aceptados, me lo dijo un admin jojo así que ya puedo poner mis historias de Mina y Diana.

    Escribo de ellas desde hace mucho tiempo, pero no son historias ligadas o algo así por lo que cada una es independiente de la otra, lo único en común son ellas.

    Espero que les guste y comenten :3

    Fuegos Artificiales
    –¡Que si me tocas, te mato! – gritó Diana desesperada.

    Daniel sencillamente se le quedó mirando durante varios segundos. Los ojos verdes de Diana lo miraban furiosos detrás de sus gafas, su cabello dorado estaba todo alborotado y se salía por debajo de su gorro de lana blanco. Realmente parecía un poco loca en esos momentos.

    –No seas imbécil, Diana. –le dijo tranquilamente mientras le soltaba la mano y se recargaba en una de las puertas del baño de mujeres. Sacó un cigarrillo y lo prendió. Se dedicó a estudiar la figura de la mujer que estaba atascada en la ventana del baño. Con una pierna por fuera del edificio y el resto del cuerpo atorado dentro, Daniel sencillamente no podía evitar pensar que esa mujer estaba loca. Su cara estaba completamente roja por el esfuerzo de intentar que su cuerpo cupiera por la pequeña abertura destinada a permitir el flujo de aire en el cuarto. Desafortunadamente, sus caderas eran demasiado anchas, y lo único que había logrado pasar antes de que Daniel llegara a la escena, había sido su pierna. Trató de contener la risa ante la vista de su compañera de trabajo, pero sencillamente no lo logró. –Eres ingeniera, deberías saber que jamás ibas a poder pasar por la ventanilla. –le ofreció uno de sus cigarrillos y convenció a la morena de desistir de su intento de escape.

    –Tenía que intentarlo – Diana se acercó sigilosamente a él y alargó su mano hacia la cajetilla de cigarros. Tomó uno de ellos y esperó a que el otro profesor decidiera prenderlo.

    –Ya, pero hay mejores maneras – Daniel sacó su encendedor y le proporcionó fuego a la fugitiva. La posada de profesores de la universidad estaba llevándose a cabo en la planta baja del edificio. Diana había desaparecido del lugar y Daniel la había seguido. Cuando la había visto entrar al baño se sintió realmente estúpido, pero cuando escuchó los ruidos provenientes del interior, decidió entrar. Ahora se arrepentía de haberlo hecho. –El premio al mejor profesor del año, es tuyo ¿sabes?

    Diana le miró con recelo. Trataba de decidir si Daniel era un enemigo o no. El profesor de filosofía siempre estaba detrás de ella. Acosándola, sería la palabra perfecta para describir el comportamiento obsesivo del hombre en traje delante de ella. Nunca lo había reportado porque, al final de cuentas, ella hacía cosas peores.

    –Me imaginé – le contestó y con un movimiento de hombros le restó importancia al tema. Ser maestra no era exactamente el sueño de su vida, así que le valía una reverenda nada el premio de la universidad.

    –Este tipo de cosas son importantes, deberías entender eso. – el profesor apagó su cigarrillo y buscó en la cara de la mujer algún signo de remordimiento ante sus acciones, pero no encontró nada más que determinación en sus ojos. Siempre le había gustado eso de ella, tomaba una decisión y no se arrepentía de las consecuencias. Tenía sus pies firmemente plantados sobre la Tierra y siempre era fiel a sus creencias, por más raras que fueran. No, definitivamente no iba a lograr convencerla esa noche de no huir de la ceremonia de la universidad y si lo intentaba quizá terminaría golpeado, su fuerte temperamento también era otro punto a su favor. Suspiró resignado y se dirigió a la puerta del baño. –La ventanilla del baño de los hombres es más amplia, y da directo al estacionamiento. Te evitarás tener que atravesar la entrada principal con los guardias.
    Diana apagó el cigarrillo de inmediato y sonrió ampliamente. Daniel sintió un leve entumecimiento en su pecho, pero decidió descartarlo inmediatamente. Si ella quería irse, no lo iba a lograr sin su ayuda y él no podía dejar de ayudarla.

    –Vamos que te ayudo a subir – le dijo mientras mantenía la puerta abierta para que ella saliera. Diana pasó al lado de él corriendo y se dirigió de inmediato a la puerta de enfrente que marcaba la entrada al baño de los hombres. “Ni siquiera se fijó si había alguien” pensó para sí mismo y entró al baño de hombres detrás de ella.
    Diana ya estaba abriendo la ventanilla y mirando hacia afuera cuando sintió las manos del profesor en sus caderas. Inmediatamente se giró y le miró ofendida.

    –¿Quieres que te ayude o no? – le preguntó el otro.

    –Vale, pero si te aprovechas de esto, prometo que te va a ir mal – Diana se impulsó con ayuda del profesor y logró pasar todo su cuerpo por la ventanilla. Del otro lado, si tenía suerte, caería sobre unos arbustos y no se rompería nada. –Si me escuchas gritar de dolor, llamas a una ambulancia ¿vale?

    –Ya, pero no prometo nada – Daniel la observó dudar un poco en el filo de la ventana mientras balanceaba sus piernas. –Diana, no se va a morir porque no llegues a cenar.

    Diana soltó un gritito ahogado antes de poder cubrirse la boca con las manos. Sus ojos se agrandaron hasta quedar como platos redondos y sus mejillas se coloraron inmediatamente. En medio de su asalto de pánico olvidó balancear su peso y calló hacia el vacío.

    –Por Dios, no tenías que suicidarte – le gritó el hombre desde la ventana.

    –No lo hice –le respondió ella mientras se levantaba y se sobaba el trasero. Le dolía demasiado, pero nada que no pudiera soportar. –Y ya sé que no se va a morir, pero quizá yo sí lo haga.

    Diana comenzó a sacudirse la ropa cuando unas llaves aterrizaron en su cabeza.

    –Llévate mi carro, será mucho más rápido –Le gritó nuevamente la voz del baño.

    –¿Desde cuándo sabes? –preguntó Diana mientras trataba de salir de los matorrales que bordeaban el edificio de la universidad. Pero nadie le respondió. Después de esperar unos segundos decidió correr hacia el carro y dirigirse a su destino.

    Daniel se quedó en el baño mientras encendía otro cigarro y no contestó la pregunta deliberadamente. ¿Desde cuándo sabía? Desde el principio, por supuesto. Porque nadie observaba más a Diana que él. Desde que la joven profesora se había unido al cuerpo docente de la universidad se había enamorado irremediablemente de ella, pero aparentemente su amor era del tan lamentable montón denominado “unilateral”. Jamás había tenido una oportunidad de pasar de ser amigos, pero alguna estúpida esperanza le había hecho pensar que si lo intentaba lo suficiente, si esperaba pacientemente y si estaba dispuesto en todo momento, quizá Diana le prestara un poco de atención. Como resultado de su obsesión, ahora Diana le tenía miedo pensando que era un especie de acosador, y la verdad es que él mismo había empezado a creer que terminaría siendo uno si no terminaba esto rápido.

    Afortunada o desafortunadamente, se había dado cuenta cuando Diana encontró pareja. Porque a pesar de que Diana siempre olía a flores silvestres, desde hace un par de meses cuando se la encontraba en la sala de maestros por las mañanas, desprendía un olor dulce nada característico de ella.

    –Cero oportunidades, desde el principio –dijo Daniel a nadie en especial mientras se dedicaba a regresar a la reunión en el piso inferior y pensaba en alguna excusa para cubrir la fuga de Diana.

    El aroma dulce la embriagó en cuanto abrió la puerta de su departamento. Tiró su maleta descuidadamente en la entrada y atravesó el pequeño pasillo a toda prisa. Sus mejillas estaban coloradas visiblemente aún con su piel morena y su cabello estaba más desaliñado de lo normal. Aun así, lo único que le importaba en esos momentos era llegar hasta la salita donde la esperaban.

    –¡Sorpresa! – gritó entrando en el pequeño espacio ocupado por dos sofás y una televisión. Una figura diminuta estaba hecha un ovillo en el sofá color blanco de la derecha, el más grande de los dos. Ese sofá era el suyo.

    Se acercó más lentamente hasta la figura y la observó dormir. Era tan pequeña y frágil que por un momento la invadió una desesperación al pensar que no se estaba moviendo, pero una inspección más detenida le demostró que el pecho de la chica seguía en movimiento. Estaba usando un vestido negro, demasiado corto para el frío que hacía. Su cabello tinto estaba amarrado en un chongo por un listón rojo que Diana le había regalado semanas antes. Se hincó a su lado y se dedicó a retirar uno de los mechones de pelo que caían sobre su cara blanca de porcelana. La pintura de los ojos estaba algo corrida en los extremos de los ojos, prueba irrefutable de que la joven se había pasado la noche llorando.

    –Si no querías quedarte sola, debiste haberme dicho algo –le susurró mientras plantaba un beso en sus labios carmín cortados por el frío y la deshidratación. Observó las dos botellas de vino tinto que se encontraban volcadas sobre la mesita frente al televisor y se arrepintió de no haberse quedado con ella. Recargó su cabeza sobre el brazo que de la muchacha y comenzó a llorar.

    Instantes después sintió una mano que acariciaba su espalda y el aliento alcohólico de la otra le llegó de golpe.
    –¿Recibiste el premio? –preguntó media adormilada la peliroja.

    –No me quedé a averiguarlo –contestó Diana mientras sonreía abiertamente y se abalanzaba sobre el cuerpo de la menor.

    –No tan fuerte, Diana. Creo que voy a vomitar –le respondió Mina, pero aun así apretó más fuertemente su cuerpo contra el de su novia.

    En ese momento se escucharon los fuegos artificiales que resonaban en la ciudad. El departamento se llenó de diferentes colores que entraban por la ventana, haciendo que la cara pálida de Mina se coloreara de tonos graciosos.

    –Vamos, ¿querías ver los fuegos artificiales verdad? –le preguntó la morena mientras intentaba levantarse de su posición en el suelo al lado del sillón.

    –No me importan los fuegos artificiales –comenzó a contestarle la otra, mientras su voz se cortaba en un intento en vano de controlar sus emociones. –todo lo que quiero es que te quedes conmigo. –terminó al momento que comenzó a llorar y se aferró con más fuerza al cuerpo de la otra. Al parecer, el alcohol estaba haciendo efecto en su organismo. Diana la abrazó fuertemente y dejó que llorara en su pecho mientras acariciaba su pelo chino que se salía del moño rojo que llevaba.

    –Perdóname, Mina. –le susurró una y otra vez al oído esperando a que la pequeña felina se calmara. Sus ojos que tenían una semejanza inmensa con los de un gato estaban completamente rojos e hinchados de tanto llanto, pero aún en ese estado, le parecían hermosos a Diana.

    Cuando el cuerpo en sus brazos dejó de temblar y las lágrimas dejaron de bañar su blusa, volvió a intentar levantarse, pero los brazos que la sujetaban se volvieron a cerrar fuertemente alrededor de su cintura.
    –No quiero que vuelvas a dejarme. –le dijo Mina pegada a su cuerpo.

    –Eso es demasiado infantil. En algún momento tengo que moverme –le contestó riendo mientras trataba de despegarla. Mina lanzó un bufido al aire y la apretó aún más. Diana comenzó a sentir un incómodo dolor en sus costillas donde las garras de la chica se le encajaban, pero decidió no quejarse. Era su culpa por haberla dejado en noche buena. –Está bien, pero solo por esta noche.

    Mina se recorrió en el sillón sin soltar ni un instante a Diana, esperó a que la otra se acomodara a su lado y le plantó un beso en la mejilla antes de esconder su cara entre el cuello de la maestra.

    –No me sueltes –le susurró su muñeca de porcelana mientras nuevamente se quedaba dormida.

    Diana sintió un dolor en su pecho al pensar en el futuro. Conocía el mundo mejor que la mayoría de las personas y sabía de lo cruel que podía llegar a ser. Con todo en contra, retiró otro mechón rojo de la cara pálida y le dio un beso mientras se hacía una promesa a sí misma.

    –Jamás.
     

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