Una mujer, muy abatida por la pérdida de un ser amado, se acerca a un psicólogo muy preocupada. —Necesito ayuda con un asunto, aunque no sé si sea de su competencia —le doce al psicólogo—. Llevo llorando día y noche y temo que en algún momento llegue a ahogarme con mis propias lágrimas. —Pues la solución es sencilla —responde con seguridad el psicólogo—. Debe usted poner las lágrimas dentro de un frasco y lugo deshacerse de ellas. Feliz ante la solución a su problema, la mujer se despide del psicólogo y se dirige a su casa aliviada. Al llegar a su casa se da cuenta de que no tiene suficientes frascos para atajar todo el llanto que siente en su interior. Presa de la angustia, se pone a llorar nuevamente sin consuelo. La encontraron esa misma tarde ahogada en un mar de su propio llanto.