Tragedia Flotando

FLOTANDO
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Mi mejor amigo es mi peor enemigo.
Friedrich Nietzsche.
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Extrañaba el tacto gatuno que ella le servía cada noche, entre infernales gruñidos que se despedazaban al chocar contra las paredes y se convertían en esclavos del placer, tomando una forma más suave y agradable, alejándose de los intensos gritos para convertirse en caricias musicales cercanas a un coro angelical. Lo extrañaba con la fuerza de un adolescente por ver a su primer amor sentada en sus piernas y extender besos sin maestría por su cuello, lo extrañaba con la devoción de una monja al escuchar los relatos de su propio cuerpo en una pubertad eternamente atrasada. Lo extrañaba, era inevitable, pero no deseaba que se le fuera restituido. Era una etapa de desorden y miedo a lo desconocido. Tanto así que, para que ambos consiguieran llegar al laberinto más profundo de su decorada lujuria, debían estarse en oscuridad tres días antes, adaptando su retina a buscar cual farola las curvas sensibles y los trazos bellos en la piel del otro; se tocaban donde sus ojos encontraban algún fruto del deseo carnal. En el fondo, él no la quería, se había enamorado de una idealización al escuchar su voz entre el árido clima de la región y tocar su suave piel en los interminables meses de lluvia. Se había enamorado de lo que sus sentidos le habían dicho que lo hiciera: de lo agradable, no de lo real. Por eso mismo, cuando la vio desnuda entre velos blancos y sabanas nuevas, solo atinó a recitarle un poema falto de arte que se había inventado con la excusa de vendarse los ojos.


Quiso seguir extrañándola entre confusiones propias de su agrado, pero fue incapaz de seguir haciéndolo. Desde aquella despedida sin una palabra, su casa se había oscurecido y le era imposible alumbrar las habitaciones o los pasillos. Tenía cajones llenos de cera consumida de las velas, fósforos marchitos y lámparas de petróleo secas como la tierra donde pisaban sus pies. Odiaba la oscuridad, incluso, de niño, pegado a peluches de trapo, pedía que le encendieran unas velitas para poder soñar que era de día. Ahora, extrañaba eso.

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Con el paso del tiempo, había aprendido a convivir en la penumbra y el tedio del silencio y la oscuridad. En la pantomima de la realidad. Sin embargo, había encontrado algo que podía hacerle frente a tal terror pintado de negro que lo consumía: el tabaco envuelto en papel de coco. Era el favorito de ella. Se fumaba uno o dos en las mañanas frente a la ventana. Ahora, al encenderlo, una pequeña gota de luz brillaba entre la boca del cigarrillo y el espacio tenebroso que lo envolvía. Sus ojos amaban ese jugueteo del espacio y la luz. En otros tiempos, guiado por un desamor floreciente que buscaba enterrar en lo profundo de su alma, se habría puesto a llorar con el fino olor del coco impregnando su piel. Ahora, en cambio, se encontraba con un desamor diferente pero igual o más cercano que el de su amada ilusa e incompleta. El de su buen amigo, de su hermano en diferente útero. Habían fallado en un pequeño negocio pesquero que se le había ocurrido. Todo estaba montado y, sus ánimos, al máximo. Por un tiempo, las cosas bailaban entre sus planes y sus deseos de forma coordinada.


Y así fue, entre el calor de la tarde y la sal del océano, emprendieron, con treinta lanchas, un viaje hacia lo profundo del mar para pescar trucha y salmón para vender en los florecientes nuevos restaurantes de la costa. No obstante, ese día, y los meses venideros, ni un solo pez pico el anzuelo o fue capturado con la red. Parecía que se habían esfumado, o que volaban por el cielo. Por primera vez en toda su historia, su árido pueblo, tuvo escases de pescado.


Cuando se retiró del negocio, después de varios meses y lanchas oxidadas, notó como su casa se había llenado de goteras a nivel del suelo que dejaban filtrar agua salada que llenaba sus zapatos hasta hacerlo colapsar en un vaivén de olores y sensaciones desagradables.


Al día siguiente, los mercados estaban repletos de pescados. Las negras de trenzas bailaban alegres la noticia. Nadie volvió a hablar de la sequía de pescados; solamente se corrían rumores de la lluvia de trucha que hizo rico a unos hermanos que vivían del otro lado de la costa habitada.

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Al entrar en la vejez, su madre había caído fulminada por un cáncer que le había atacado en la adolescencia pero se había dado cuenta en la madurez pasada, en la época donde la paz empieza a llegar a nuestras vidas. Desgraciadamente, solo aquel fatídico día caluroso, había encontrado la anhelada paz.


EL flotó, flotó lo más lejos posible solo para observar como su pueblo, árido desde que nació, le daba la bienvenida a lluvias torrenciales y nuevos ríos que reformaban las calles. Su casa, construida alguna vez en ladrillo y cemento, pintada de color gris y techada con teja roja, se derrumbaba ante los múltiples impactos de una ola invernal que no cedía. Él siguió flotando…


…Siguió flotando.

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Contenido oculto: Notas del Autor.

Hace mucho tiempo que necesitaba escribir esto. Lo tenía clavado en mi mente, una forma de desahogarme y encontrar una paz interior por medio de las palabras. Me gustó el resultado y lo publico aquí con la finalidad de que alguien pase un momento de reflexión al leerlo.

<3