Febrero – Karen

—También me enseñó cómo jugar al Póker. Repartes dos, colocas tres sobre “la mesa” y-

—Ya sé como jugar, Ren. ¿Apostamos algo?

Aquella molesta lluvia caía incesantemente sobre la ciudad. Sólo ellos dos estaban en el Centro Pokémon, pasando el tiempo con el mazo de cartas que su amiga le había prestado mientras iban a entrenar. La intensa humedad de los últimos días los obligó a apostarse en el patio exterior cubierto del lugar, apostados cada uno sobre los apoyabrazos de uno de los ornamentados escaños.

—¿Qué tal Verdad o Reto? —respondió ella, dejando tres cartas sobre la banqueta y entregándole otras dos.

Ella había repartido las cartas. Con una fuerza psíquica como aquella, el azar era algo imposible de lograr. Pero si él llegaba a repartir la próxima mano, haría exactamente lo mismo.

—Doble par. Háblame de la relación con tu hermana.

Vega suspiró con fastidio. Había sido una mala idea después de todo.

—Llevábamos juntos toda nuestra vida: éramos inseparables. Cuando nos enviaron a Kanto, Karen no tenía más de seis años. Sólo dos niños, alejados de sus padres por un estúpido accidente. Sabrina nos cuidó como una madre, pero el resto de los chicos no la trataban muy bien. Estaban celosos. Celosos de su poder.

Repartió él esta vez. Necesitaba una excusa para hacerla cumplir con lo que le había prometido a la líder de gimnasio. Decidió hablar un poco más con la intención de distraerla.

—Me has visto hacer unos cuantos trucos, ¿verdad?— Vega sonrió, armando un full con el resto en la banca—. Cosas que ningún ser humano normal puede hacer. Pero lo que has visto no es nada comparado con ella. El carácter define la fuerza de un psíquico, y ella tenía demasiado carácter. Demasiado para su propio bien.

Las cartas de Ren eran basura. Las devolvió al mazo, mientras él formulaba la pregunta.

—Háblame de tu entrenador.

—Te he dicho que no puedo recordar con claridad mucho más atrás del día en que rompí esa medalla. Sólo te recuerdo porque mis únicas memorias te tenían cuidándome en todo momento. Que sea un reto.

—Colabora conmigo mañana. Sigue con el plan.

Ella asintió con diligencia, mezclando las cartas una vez más. Y como era de esperarse, éstas se encontraban a su favor una vez más.

—¿Por qué no quieres que Tey me vea así?

—Yo no lo quería. Me lo regalaron cuando cumplí diez: Tarjeta de Entrenador y un Pokémon Inicial. Pero Karen lo adoraba… y lo cuidó por tantos años. No sé cómo reaccionaría si te viera intentando ser ella. Me preocupa que te ataque.

Vega mezcló las cartas de tal forma que una escalera de color cayera en su mazo. Pero Ren daba vuelta su mano, y las cartas restantes para una escalera real se mostraban entre sus dedos. No podía usar más que una porción de su poder, después de todo. ¿Por qué había accedido a ese juego? Vega mezcló y le entregó las cartas, esperando la pregunta de su Ralts.

Contenido oculto

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—¿Qué le pasó a ella? ¿Por qué está así?

Un nudo se le hizo en la garganta. Desvió la mirada, y ésta se perdió en las tormentosas nubes en el cielo.

—Reto.

—Muéstrame tus sentimientos.

Ella extendió una mano hacia su corazón, con los ojos cerrados e intentando concentrarse. Y notó una vez más, aquel frío apoderarse de su cuerpo. Una sensación gélida que le congelaba los pulmones, que sólo pudo aguantar durante unos segundos antes de que tuviera que separarse para tomar aire. La mano de Ren se encontraba estática en el aire, con el puño cerrado. Y de su otra mano el mazo de cartas cayó, los naipes saltando en todas direcciones sobre el piso mojado.

Era una imagen tan hermosa. Y tan triste a la vez. Ver a un Pokémon llorar de esa forma.

“¿Fue por… mi culpa?”
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La diferencia con sus lágrimas falsas de hace unos días era tan evidente. Su cuerpo temblaba al compás de su respiración agitada, pero no emitía ningún sonido. Y agachaba la cabeza, tratando de ocultar el llanto en lugar de mostrarlo a viva voz. Cubriéndose los ojos con las manos en un vano intento por contenerlas.

—No fue tu culpa, Ren…

—¿¡Entonces por qué!? ¿¡Por qué no quieres decírmelo!? —exclamó con la voz quebrada por el llanto—. He sentido aquella sensación desde que dejamos de visitarla, y ahora más que nunca: es tristeza… mezclada con algo más. Rabia. Impotencia, rencor, ¡odio! Y no sé por qué, y tú no quieres contarme qué pasó. ¿Qué hice, Vega? Necesito que… necesito que me lo digas. ¡Necesito saber si fue culpa mía!

Sus ojos carmesíes lo enfrentaron, un rostro cubierto en lágrimas que se enterró en su hombro al estrecharla en un abrazo. Sus manos oprimidas contra su esternón, el lugar de su verdadero corazón.

— No hiciste nada malo, Ren…—susurró en su oído, pasándole la mano por la cabeza para tranquilizarla—. Fue mi culpa, porque fui un estúpido. Tan, tan estúpido, y estos últimos días no he podido dejar de pensar en ella. La extraño muchísimo, y odio no poder hacer nada para ayudarla. Odio haber sido la raíz de sus problemas…

Se estiró para alcanzar las cartas en el piso, mientras ella se calmaba poco a poco apoyada sobre su hombro. Hablaba como su hermana. Se veía como su hermana. Lloraba como su hermana. ¿Cómo no iba a sentirse así al verla? ¿Al tenerla a su lado bajo esa forma tanto tiempo? ¿Al no poder visitarla por tanto tiempo?

—Mírate, llorando como una niña pequeña —sonrió forzadamente, secándole las lárgimas del rostro con la manga de su camiseta—. Sólo trata de no pensar en ello. Ella despertará algún día, te lo prometo.

Cambiemos de juego, Karen.
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