Fatuos

Tema en 'Relatos' iniciado por Ruki V, 28 Octubre 2016.

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    Ruki V

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    Título:
    Fatuos
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    Para todas las edades
    Género:
    Horror
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    1
     
    Palabras:
    930
    Mi nombre es Jacqueline Folch y vivo en Toledo, España. Pero esta noche quiero que saluden a Jacy-o’-lantern. Durante la noche se coloca un cigarrillo encendido en sus labios para crear un efecto luminoso en sus ojos sin vida.

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    Mi querido alter ego con cabeza de calabaza recién nació ayer, 30 de octubre, al mismo tiempo que yo cumplí dieciocho años.

    Mi novio Will, quien venía de intercambio desde Inglaterra, y yo, paseábamos por la ciudad con la misma máscara de calabaza perfectamente bien puestas. Él cargaba su cámara fotográfica y me hacía posar en varios puntos de nuestro recorrido. Yo cargaba bolsas de dulces para darle a algunos niños que se acercaban a pedirlo Las máscaras estaban muy bien hechas como para quitarles la parte en la que está dibujada la boca y así solo cubrir nuestros ojos, además de todavía poder ver mientras las usábamos, y al mismo tiempo nadie podría saber que éramos nosotros tras esas máscaras a menos que nos las quitáramos, o que revelásemos nuestra identidad, claro.

    Pero ese no era el plan.

    Claro, para el año 2036 tal vez esperarías carros voladores o algo como eso que representara un gran avance para la sociedad. Bueno, en Toledo el mayor “avance” que se logró, después de muchos años, fue el de “erradicar” a unas extrañas criaturas que nadie comprendió jamás de donde salieron por allá en otoño del año 2026 para incendiar las calles de España.

    Seguro conocen las películas de los “X Men”, ¿no? Bueno, en un principio, por falta de creatividad, llamaron a estas criaturas, capaces de prender en llamas a otras personas, y a edificios completos, con tan solo un roce de sus labios, “mutantes”.

    Luego se les asignó el nombre de “fatuos”, como el fenómeno del fuego fatuo, que es algo así como la aparición de pequeñas llamas que andan en el aire, provenientes de animales o plantas en putrefacción. Debo decir que fueron mucho más creativos.

    Fue como una cacería de brujas. Excepto que en vez de mujeres mayores de quince años acusadas de hechicería, cazaron niños y niñas menores de diez años que accidentalmente quemaron viva a su madre al saludarla un día que fue a recogerlos a la escuela.

    ¿Saben quiénes se salvaron? Los niños de políticos y otras personas importantes que convencieron al país de que se les pasaría. Y, aparentemente, así fue. Pero no todos aquellos quienes obviamente no tenían las intenciones de asesinar a nadie tuvieron esa suerte.

    Mi hermana mayor, que descanse en paz, es un ejemplo. Y los primos de Will, que de hecho solo estaban de vacaciones en España. Ambos teníamos tan solo ocho año cuando tuvimos que presenciar esa masacre infantil; Will solo de su familia, yo de mi familia, mi amigos, mi ciudad, mi país.

    Lo curioso es que aquel duró un par de meses y luego España se sentía el país más seguro del mundo.

    No se esperaban que, diez años después, un par de adolescentes como Will y yo fuéramos a pasearnos por un barrio, lleno de aquellos ricachones y políticos, dándoles caramelos a los primeros niños que fueran a decirnos “¡Dulce o travesura!”.

    A otros les comenzamos a hacer la travesura favorita de dos fatuos adultos (además de fumar, para lo que no ocupábamos encendedor).

    Empezando por un adorable pequeño que dijo que yo era una señorita muy linda. Que si por favor le regalaba un beso en la mejilla.

    El niño gritó horrorizado al arder en llamas, y los niños de alrededor también. La niña que se acercó con curiosidad a Will no fue advertida a tiempo y recibió un beso suyo en la mejilla, ardiendo también.

    Los otros niños, corriendo solos por aquel seguro barrio, gritaban y gritaban, llamando a sus padres o sólo agotándose las gargantas, sin decir nada.

    Otros lloraban. Otros se tropezaban mientras intentaban correr hacia sus casas.

    Will y yo habíamos practicado unas adorables risas maniáticas que nos salieron del alma en ese momento.

    No, aquellos niños no tenían la culpa, pero sus padres sí.

    Y sus padres sufrirían como nosotros sufrimos.

    Corrimos tras otros varios niños y los incendiamos vivos con el rápido tacto de nuestros labios antes de que empezaran a salir los padres de sus casas.

    Fue entonces cuando nos miraron confundidos antes de que corriéramos hacia una de esas casas y besáramos las paredes.

    Quien hubiera estado ahí habría jurado que parecía que era de día en aquel barrio. Las llamas subían y subían al cielo, llenándolo de humo. Y los adultos y niños gritaban y gritaban. Y nosotros reíamos y reíamos.

    Hubo un par de personas que trataron de detenernos, tomándonos por los brazos o tal vez tacleándonos, pero bastaba con darnos la vuelta y alcanzar cualquier parte de su cuerpo para que se unieran a las fuentes de luz, calor y color que llenaban la calle.

    Por supuesto que la diversión no duró mucho más tiempo. Eventualmente llegaron ambulancias, bomberos y policías. Y, como éramos lo que éramos, tenían permiso de tirar a matar.

    Valió la pena. Definitivamente valió la pena ver a esos desgraciados recuperar su maldito corazón solo para hacérselos mil pedazos viéndolos desaparecer a sus hijos, sus casas, sus parejas.

    Lo haría de nuevo. Lo haría cientos de veces aunque no recuperara a mi hermana. Porque esos bastardos sufrirían cientos de veces y yo tan solo me reiría en sus endemoniadas caras.
     
    Última edición: 28 Octubre 2016
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