Microrrelato Corre, Laura...

Había pasado una noche maravillosa. Al menos así la había sentido después de haber tenido una semana muy puta. Con aquel grado de felicidad podía sobrevivir quizás, una semana entera recordando las estupideces de sus mejores amigos para mantener la cabeza ocupada con cosas sin sentido, o en todo caso, olvidar su vida asquerosa por un instante.

Lo prefería mil veces más que sus problemas financieros o familiares.

Mientras caminaba por el baldío de Roberta Ruffalo supo que, después de todo lo que había vivido últimamente, nada podía llegar a ser peor. Quería ser positiva en ese aspecto.

Claro, ¿quién la culparía?

El crujido de las hojas, el único sonido hasta entonces, era provocado por sus pisadas. Las mismas que no parecían tener ninguna prisa; no eran más que media noche y con aquel brillo de la luna darle de lleno, nada estaba fuera de lo normal. Además, ese mismo tramo lo cruzaba desde que tenía noción, prácticamente se lo sabía de memoria.

—Sería una pena que te perdieras en un lugar que conoces, Laura...

Su corazón se sobresaltó de una manera que provocó, inmediatamente, que sus pies quedasen paralizados sobre el suelo y, el resto de su cuerpo, fue devorado por un frío sobrenatural. Intentó calmarse, lo suficiente para poder espiar por encima de su hombro hacia atrás. Pues esa voz, una voz tan siniestra, la había escuchado cerca de su oreja.

Aunque, como era de esperarse, allí no había nadie.

—¿H-Hola? —El temblor de su voz fue prácticamente inevitable. Llevó su mano al bolsillo trasero de su pantalón buscando su teléfono. Sin embargo, olvidó que lo había perdido días atrás. —No... —Susurró, sintiendo que las lágrimas escapaban de sus ojos en contra de su voluntad.

De alguna manera sabía que seguía después de ello.

—Corre, Laura, corre...