Aventura Expedición al Mar Bóreo

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por jonan, 5 Diciembre 2019.

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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Expedición al Mar Bóreo
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    32
     
    Palabras:
    1737
    Buenos días, tardes o noches lector. Hace tiempo comencé a idear una pequeña historia de aventuras la cual poco a poco fue dejando atrás sus leves dimensiones. Hará unos días que dejé de unir cabos y ampliar el trasfondo y me animé para redactar un primer capítulo, algo que enganchara. Este es el resultado, por lo que humildemente vengo a que lo disfrutéis y critiquéis sin tapujo alguno. De gustaros y querer ver cómo continúa, seguiré subiendo capítulos.

    Gracias de antemano.

    1º Capítulo: “Viaje a Oriente”

    El sol doraba las blancas pieles de los viajeros norteños. El navío de línea HMS Storm llegaba al puerto de la bella Donis, hermosa joya del oriente que Alphonse y Bertans disfrutaban desde la proa.

    El robusto puerto de amarilla arenisca albergaba decenas de barcos, desde grandes naos hasta pequeñas embarcaciones pesqueras. Tras el puerto se encontraba una gran ladera sobre la que yacían las casas de la ciudad. Éstas, eran como cubos de roca tallada, una pegada a otra de forma anárquica. En el centro de todo se apreciaba un bazar del cual salía la calle principal, una avenida ladera arriba hacia el castillo que coronaba la ciudad.

    –¿Aquí encontraremos a los dos primeros expedicionarios? –preguntó Bertans.

    –Así es. Hace un mes, poco antes de zarpar hacia aquí, me carteé con Sabir. Me dijo que su hermano vendría a la ciudad por estas fechas.

    –Su hermano… no quiero saber cómo pretendes convencer a ese animal…. –pensó el bonachón Bertans, conocedor de la fama de los guerreros Shilí.

    –Nos quedan diez meses para convencer a seis personas. Tenemos tiempo.

    *****

    Ambos caballeros bajaron del barco ligeros de equipaje, solamente con una bolsa a la espalda. Caminaron hacia el mercado bordeando las pequeñas casas costeras por un estrecho paseo. Costaba andar entre el gentío y apenas podía verse el bazar, aunque podían seguir el fuerte olor a pescado proveniente de allí.

    –¿Sabes cómo llegar al destino? –dijo Bertans intentando seguir a Alphonse.

    –Hace años estuve en esa posada. No creo que haya cambiado mucho.

    –¿Y qué le diremos a Sabir? ¿Qué les diremos a los seis?

    – Nuestras intenciones de realizar una expedición para descubrir el paso del norte.

    –¿Y lo otro?

    –No hay necesidad de contarlo, no al menos hasta que llegue el momento. Es tu primer trabajo como uno de los doce caballeros, pero no por ello tienes que preocuparte. Tienes experiencia de sobra.

    –No sé qué me preocupa más. Nuestros secretos, los de los expedicionarios o los de el señor Rottenatch.

    –Esos dos últimos grupos son los qué más deberían preocuparnos.

    *****​

    Tras cruzar el mercado se dispusieron a coger la larga avenida ascendente. El entramado de coloridos puestos, los centenares de tipos de pescado de todo el Mar del Arco y el alboroto de la compra y venta eran el pan de cada día en Donis, pero el interior de la población tampoco iba a ser para mucho menos.

    Entre dos viejas estatuas se encontraba la salida, dos enormes figuras de arenisca. Ambas representaban a un desnudo hombre de largo cabello ondulado como olas marinas que se unía a la barba, una de las piernas estaba avanzada sobre la otra y en el brazo contrario sujetaba un rayo de verde bronce oxidado.

    –Es por aquí. –indicó Alphonse señalando uno de los miles de estrechos callejones.

    Bertans observó que era una calleja mucho más bella que el resto, con plantas enredaderas creciendo y colgando de las zonas sombrías y macetas llenas de flores azuladas y cactus por todas las ventanas.

    –Qué diferente lugar. –dijo sorprendido.

    –Esta ciudad tiene una red de calles que de vez en cuando muestra este tipo de tesoros, aunque realmente corresponde a una cuestión práctica. Saberse todas las calles y callejas del lugar es imposible, por lo que decorar el lugar con un color determinado ayuda a orientarse.

    –¿Y qué significa el color azul?

    –El barrio de comerciantes, aunque también suele ser lugar de refugio para practicantes de las mancias.

    Llegaron al destino, una casa más grande que el resto, de cuatro pisos en vez de dos. El edificio cúbico era una hermosa posada llamada la Hiedra Venenosa. Estaba cubierta por decoraciones cinceladas que daban la impresión de que estaba cubierta por la susodicha planta. Las esquinas del cubo, en cambio, no seguían este patrón, sobresaliendo un grueso relieve plano. Había numerosos y grandes ventanales, una por habitación, pero los del piso inferior eran muchísimo más grandes, dejando a la vista el interior de la posada.

    Entraron y directamente se adentraron escaleras arriba en busca de la habitación número cinco. A pesar de los grandes ventanales, los pasillos eran muy oscuros y apenas estaban alumbrados por unos pocos candelabros.

    –Que silencio. –dijo Bertans extrañado.

    –Estas paredes tan gruesas hacen que nada se escuche, ni el ruido de la calle.

    –Entrar no entra ni el calor. –murmuró mientras Alphonse tocaba la puerta.

    –¿Quién? –se escuchó junto con unos leves pasos que se acercaban a la puerta.

    –Soy Alphonse Flinders.

    Un corpulento y barbudo hombre de casi cincuenta años abrió inmediatamente. Su tez era muy oscura y aunque calvo, su densa barba combinaba tanto colores oscuros como canosos.

    –Cada vez tienes más canas. –bromeó el visitante.

    –Tu sigues tan canoso como siempre. –sonrió Sabir mientras les hacía un gesto para que pasasen.

    Entraron en la habitación, estrecha pero alargada, y con el gran ventanal al final alumbrando el interior. Nada más entrar, a mano izquierda tenían una mesa con cuatro sillas donde un viejo hombre se encontraba tomando té. Detrás había un gran armario lleno de polvo y a la par suya, en el lado derecho de la habitación, una cama individual sin hacer.

    –Este es Adib, un viejo amigo que conocí investigando el Jardín de los setenta y dos genios. –El anciano hombre levantó un poco la mano para saludar.

    –¿Ya no sigues investigando? –preguntó Alphonse.

    –Las dos hipótesis que he barajado todos estos años están estancadas. Cada una me da una posible ubicación, pero cada cual es más imposible de llegar que el anterior.

    –¿Entonces estás dispuesto a aceptar mi oferta?

    –Depende. Si me convence, te ayudaré a convencer a mi hermano. Aunque la fuerza tendrás que ponerla tú.

    –Esas eran las condiciones. –Alphonse cogió su bolsa y sacó un pequeño plano–. Como bien sabes, durante tres siglos se ha intentado descubrir un paso en el norte del continente Atharia. La costa, más allá de Vineland, es desconocida y sus aguas están congeladas prácticamente todo el año. –Con el dedo apuntaba a una zona dibujada con una línea discontinua.

    –Si no me equivoco el año pasado la expedición de Tyler desapareció en esa zona. La embarcación usada fue el Príncipe de Matrice, la embarcación llevada a flote más avanzada hasta el momento. ¿Por qué crees poder lograr el éxito?

    –Porque lo haremos por tierra. –El dedo se desplazó a la zona central del plano, justo debajo de una zona montañosa–. Y la mejor ruta es cruzar esta cadena montañosa y llegar a este lago para después poder seguir el supuesto río que llevaría hasta el Mar Bóreo.

    –Es una idea muy arriesgada… –dijo el viejo Adib, al que le costaba respirar. Lentamente continuó. –Siempre he vivido en el mar, para algunos el mismísimo infierno, pero he visto esos rostros que vuelven del norte. Todo el que viaja a lo desconocido de Atharia, a ese lugar entre demonios y gigantes, nunca vuelve.

    –Adib ha viajado durante toda su vida por todo el mundo como comerciante. Aprovechando que ibas a venir quise que escuchara la oferta.

    –Tus habilidades culinarias nos van a ser muy útiles, tu fama te precede, lo sabes mejor que nadie. Por eso…

    –¿Qué fama? –cortó Sabir con una sonrisa pícara. –¿La fama de las expediciones o la de los bajos fondos?

    –Somos conocedores de esa otra faceta y no nos importa. –Alphonse observó un pequeño collar que llevaban tanto Adib como Sabir, una pequeña gema azul sostenida por un colgante dorado–. Además, he escuchado que utilizas esas dotes para lo culinario.

    –Entonces no tendrás problemas para convencerme, aunque tendrás que responder todas y cada una de mis preguntas.

    –Perfecto. –Sonrió Alphonse–. Y mañana convenceremos a tu hermano.

    *****​

    Al mismo tiempo, no muy lejos de la Hiedra Venenosa, un grupo de hombres rodeaban a dos luchadores. Éstos eran los Shilí y al igual que uno de los luchadores, tenían la tez oscura y el pelo corto pero negro como la noche. Vestían con ropajes amplios de color azul oscuro o negro, la cabeza cubierta con un turbante y a la cintura todos llevaban una o dos cimitarras de un curioso acero en el que el gris oscuro del filo se alternaba de grises claros como si fueran los anillos de un árbol.

    El luchador de tez oscura era el líder de aquella gente que lo animaba tan fervientemente. En su mano mantenía la cimitarra en alto sin perder de vista a su oponente mientras daba lentos pasos hacia un lado. El otro, con el cuerpo y la cara cubiertas por una armadura, agarraba su alabarda con dos manos a la espera de un primer ataque.

    El moreno lanzó un ataque descendiente hacia la cabeza, pero rápidamente fue parado por la alabarda tras ser levantada. Acto seguido, el de la armadura giró su lanza rápidamente intentando asestar la cuchilla en la cabeza del otro. El Shilí lo esquivó fácil agachándose.

    –¿El Sultán te ha contratado para que me asesines? –preguntó el del arma corta.

    La armadura volvió a moverse intentando asestar el pecho del otro, algo que el ágil de ligeras ropas esquivó girando su cuerpo hacia un lado. Sin esperar un segundo alzó su pierna izquierda y pisó la alabarda juntando la cuchilla con el suelo. Después, con su mano derecha, lanzó su sable hacia el cuello del hombre clavándoselo por el hueco de la armadura.

    Sacó la ensangrentada arma para dejar caer el cuerpo del hombre que aún temblaba. Dentro del casco resonaba la sangre que esputaba mientras que el cuerpo temblaba unos pocos segundos, hasta que se hizo el silencio. El asesino, lleno de rabia, comenzó a dar pequeñas zancadas de un lado para otro. El resto de los shilies comenzaron a vitorear el nombre de Gamal.

    –¡Yo soy Gamal, líder de los Khen Shilí de Occidente! ¡Decidle al follacabras del sultán que puede enviarme todos los sicarios que le apetezca!
     
    Última edición: 19 Mayo 2020
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Comenzaré con lo técnico.

    No entiendo esta oración. Ese "Pasar" como que no cuadra.

    También recalco que no son muchos los personajes que describes físicamente. Solo en dos ocasiones lo haces. A Bertans y Alphonse no los describes, o al menos no me pareció lo hicieras, y parecen ser los protagonistas.

    Aquí no me queda claro si Sabir estaba con ellos o estaba dentro del cuarto. Y tampoco es claro si esa descripción es la de Sabir o Adib o alguien más. Y supongo que el que presenta a Adib es Sabir, aunque no queda claro y lo estoy suponiendo.

    "Estás"

    En general la ortografía es muy buena. Y la narrativa es fresca y facil de asimilar. Los lugares son lo bastante descritos como para imaginarlos bien.

    Por el momento veo más preguntas que respuestas en cuanto al viaje que van a realizar. O por qué solo seis personas más y Sabir. Me parece un número muy específico de aventureros.

    Veré como sigues la historia.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    2º Capítulo: “Cabeza dura”


    Alphonse apenas había dormido en toda la noche a causa de los ronquidos de Bertans, por lo que decidió levantarse de la cama y vestirse. Le esperaba un día largo. Miró por la ventana y observó que en la primera planta del Hiedra Venenosa no entraba el sol, por lo que imaginó que su compañero tardaría en levantarse.

    Bertans seguía dormido, en ropa interior y con su peluda panza al aire. Su pelo estaba muy despeinado a pesar de ser corto, un oscuro cabello con dos patillas que se alargaban de forma curvada hasta casi llegar a su boca.

    Alphonse caminó hacia la salida, momento en el que se dio cuenta que junto a la puerta había una botella de ron vacía. Empezó a pensar en la noche anterior, pero aún estaba demasiado dormido, por lo que decidió bajar a comer algo.

    Caminó escaleras abajo en busca algo para comer. Junto a la barra se encontraban Sabir y Adib, el primero con la cara algo pálida, mientras que el anciano se veía como siempre.

    –Buenos días. –Saludó Alphonse. Sabir lo miró y le lanzó una pequeña mueca sonriente.

    –¿Quieres un té?

    –Café, por favor. –Dijo aprovechando que el camarero estaba atento.

    –¿Qué tal está Bertans?

    –Duerme como un cesto. ¿Cuántas botellas se trincó?

    –De la primera tú le ayudaste algo, pero luego se bebió otra.

    –Ojalá fuera abstemio como vosotros. Quizás debería acercarse a vuestra fe. –Dijo Alphonse en un tono burlón.

    –¿Un creyente como él? Creo que un seguidor de Hierónymus como él jamás se acercaría al Kafirk.

    –Bertans fue criado por una familia fuertemente Hierética, además de que fue metido a una academia militar desde muy pequeño. La verdad, a veces se me hace raro que pueda ser tolerante.

    –Me hablaste sobre los diez integrantes que van a participar en esta compañía y, la verdad, creo que Bertans será el menor de los problemas.

    –¿Por quién lo dices?

    –Quieres convencer a seis personas, gentes con experiencia. Bien. Luego, junto a ti están Bertans y ese cartógrafo amigo tuyo, Nicolas Moll. Del que no me fio es de ese inventorcito, el señor Horne.

    –Lo sé, yo tampoco confío. Pero el Señor Rottenatch es quien financia esta compañía, por lo que no había margen para negarse. Aunque de la misma manera que tenerlo de supervisor puede ser una molestia para nosotros, no quiero ni imaginarme lo que tiene que sentir ese hombre forzado a ir a la otra punta del mundo.

    *****​

    –Buenos días Bertans. –Dijo Alphonse.

    –¿Qué hora es? –Respondió un soñoliento Bertans mientras se retorcía en la cama.

    –La hora de marcharnos.

    –¿Ya? –El hombre se frotó los ojos para dejar de ver borroso y vio la cintura de Alphonse, de la que colgaban dos hermosos sables. –Santo Hierón, tenía olvidado que querías hacer esa estupidez.

    El bonachón puso sus dos pies sobre el suelo para hacer fuerza y levantarse. Volvió a frotarse la vista y buscó su ropa dando pasos torpes. Volvió a mirar una vez más a Alphonse, observando que iba vestido mejor de lo normal, aunque también listo para pelear. Estos sables eran tremendamente bellos, con el enmangue dorado y una joya morada incrustada. Bajo las armas se podía apreciar un pantalón marrón, unas altas botas negras, una blanca camisa arremangada y su largo pelo blanco estaba recogido en una breve coleta gracias a un pequeño cordel de cuero.

    –¿Te dije que quería comprar un nuevo mosquete? –Alphonse emitió un sonido afirmativo sin abrir la boca. –¿Crees que Donis será un buen lugar?

    –Podríamos preguntárselo a Sabir. Aunque nuestros próximos destinos son destinos en los que posiblemente también encuentres armamento. Matrice está claro que no, pero Askar o Nueva Albeny tienen buenos bajos fondos para ello.

    *****​

    Llegado el mediodía el trío compuesto por Alphonse, el resacoso Bertans y Sabir caminaban por la ciudad en busca de los Shilí. Volvieron a la gran avenida que ascendía hasta el castillo del nabab para poco después meterse en otra estrecha calleja, una en la que apenas había gente.

    –A partir de ahora procurar no abrir la boca. –Dijo Sabir.

    Un bullicio comenzó a escucharse. Se estaban acercando a él. De repente, la calleja se ensanchó para dar lugar a una grande plaza rodeada por casas que daban la impresión de fortificar el lugar. Muy juntas, pequeñas tiendas de colores oscuros cubrían el suelo salvo en el centro. Ahí se encontraban los shilies, cantando, bailando y bebiendo té.

    –Caminad un paso por detrás de mí. Y ni se os ocurra hacer algo o insultar a los dromedarios.

    Sabir se metió entre los shilies y estos comenzaron a mirar a los dos acompañantes de Sabir. Las morenas pieles y ropajes oscuros de aquel grupo contrastaban con Alphonse y Bertans haciendo que su visita no fuera discreta. Es más, todos los siguieron hasta que el trio se colocó en medio del circulo. Fue en ese momento cuando observaron que junto al líder Shilí había una cabeza cortada.

    –¿Qué tal te encuentras hermano? –Dijo Gamal mientras se acercaba a Sabir.

    –Cómo iba a perderme nuestra reunión familiar anual. –Se dieron un fuerte abrazo.

    –Veo que has traído invitados. –Le dijo al oído.

    –Vinieron a hacerme una oferta y quiero que te la hagan a ti también. Puede interesarte.

    –¿En qué me pueden interesar esos blancuchos?

    –En tu pequeño proyectito.

    Tras una pequeña mueca picarona Gamal se giró y dio una orden.

    –Hermanos Khen. Conocéis a mi hermano. Este año se unirá a nuestro banquete junto con un buen amigo. Sed hospitalarios.

    *****​

    El pescado y las carnes entraban y salían sin parar en aquella sala donde el trio compartía la comida junto con Gamal y los seis principales guerreros del grupo. A la sombra de la tienda del líder todos estaban muy a gusto salvo uno. Bertans, nervioso, miraba alrededor en busca de algo de vino, pero no apreciaba ninguna bebida alcohólica sobre la larga mesa.

    –Si buscas algo de vino siento decirte que los shilies no beben alcohol. No es bueno beber algo que deshidrata en el desierto. –Le susurró Sabir al oído.

    –Entiendo. –Dijo algo decepcionado. De repente, Gamal liberó una fuerte carcajada interrumpiendo momentáneamente la conversación. –Parece que Alphonse y tu hermano se llevan bastante bien.

    –Algo me dice que ambos saben que van a acabar peleando.

    –Había escuchado que peleaste contra un guiverno a puños, pero siempre pensé que algún borracho se lo habría inventado. –Comentaba Gamal emocionado por la historieta del otro.

    –No, no, no. Mira el regaló que me dejó. –Respondió mientras se desabrochaba dos botones de la camisa para enseñar unas gruesas marcas de dientes sobre la clavícula izquierda.

    –Es cierto, no sé quién se está llevando al terreno de quien.

    *****​

    Entre largas anécdotas llenas de guivernos y escorpiones gigantes el anochecer comenzaba a cernirse sobre ellos. Alphonse y Gamal continuaban hablando como si no hubiese un mañana, aunque Bertans y Sabir ya comenzaban a estar aburridos de aquella lucha de egos.

    –Hermano. –Al fin interrumpió Sabir. –Creo que deberíamos hablar de negocios.

    –Está bien. –Respondió con un gesto de indiferencia. –Aunque realmente no sé qué podéis ofrecerme.

    –Dinero. –Dijo Alphonse, ahora en un tono serio. –Lo suficiente como para financiar parte de tu proyecto de futuro.

    –¿Cómo así conoces nuestras intenciones? –Gamal, enfadado, miró a Sabir.

    –Hermano, es nuestra oportunidad.

    –No.

    –Tienes la capacidad de reunir a todos los grupos shilies a golpe de espada y llevarlos contra el sultán. Pero sin financiación y sin armamento nos daremos de bruces. No podremos ni cruzar las murallas.

    –Hay otras formas de conseguir dinero. No pienso deber nada a ningún país extranjero.

    –No venimos en nombre del Reino de Gran Arthuria. Es simplemente una expedición subvencionada por un ricachón.

    –¿Y cuál es esa expedición?

    –Descubrir el paso del norte de Atharia.

    *****​

    Los hermanos, fuera de la tienda, discutían la oferta.

    –No puedo abandonar a mi gente así como así. ¿Quién se enfrentará a los demás líderes si aparecen?

    –Tienes a los mejores guerreros. Acabas de vencer a tu mayor oponente. Además, hasta dentro de ocho o nueve meses no tendríamos que zarpar. Mientras podemos llevar a cabo los preparativos.

    –¿Juntos? –Dijo Gamal extrañado.

    –Sí, juntos. Ha llegado la hora. Trabajemos juntos. Pero… necesitamos ese dinero. –Ambos se quedaron unos segundos en silencio, uno pensativo y Sabir esperando la respuesta.

    –Sabes que solamente hay una forma de que mi pueblo acepte.

    *****​

    Alphonse y Bertans continuaban dentro acompañados de los seis Shilí y ambos estaban deseando preguntar por la cabeza cercenada.

    –Creo que el antiguo dueño de la cabeza lo he visto en alguna parte. –Susurró Bertans.

    –Pues dudo que el dueño vaya a necesitarla.

    –Perdona. –Llamó la atención del resto. –¿Qué arma usaba el sicario? –Señaló la cabeza con temor de que no le entendieran.

    –Una lanza. –Respondió uno de ellos.

    –Con una cuchilla rara. –Dijo otro haciendo que Bertans se preocupara.

    –¿Qué ocurre? –Dijo Alphonse al ver la cara del otro.

    –Creo que han asesinado a un miembro de la antigua familia real del Reino de Esvartia.

    –¿Crees que querrán venganza?

    –No creo que quieran buscar al asesino en el infierno del mundo.

    *****​

    El atardecer había llegado y las paredes de aquella plaza habían adquirido una tonalidad carmesí. La gente, en silencio, había hecho un círculo para poder presenciar un combate. A un lado, Alphonse lo esperaba con los dos finos sables en alto. A diez pasos Gamal lo esperaba con su cimitarra.

    Alphonse desplazó su pulgar sobre el puñal para observar la gema morada incrustada durante un segundo y volvió su mirada ante el combatiente. Ambas espadas, sin tocarse, se colocaron de forma perpendicular. A la altura de sus ojos se encontraba el casi cruce de espadas. Y detrás su ya no tan amistoso amigo.

    Gamal sostenía el sable de forma vertical mientras sostenía fuerte su espada con las dos manos. Tranquilo caminó unos pequeños pasos de izquierda a derecha para después reponerse, en ningún momento perdiendo la vista de su objetivo. Sentenció su preparación con una malévola mueca sonriente.

    –¿Hemos quedado en 10.000 libras? ¡Perfecto!

    El guerrero se abalanzó contra su oponente. Estando a punto de llegar giró sobre sí mismo para golpear el arma de la derecha. Continuó el giró para golpear la otra espada, pero fue detenida por la otra. Alphonse, con fuerza en su brazo izquierdo, miró a la cara del otro para devolverle la mueca. Acabó la jugada bajando el arma contraria hasta el saliente de la empuñadura para empujar la cimitarra hacia atrás.

    El murmuro de alrededor calentaba la situación.

    Ahora atacó Alphonse buscando la poca distancia entre los dos. Lanzó su brazo derecho hacia la cabeza del otro. El movimiento fue parado fácil con el filo, para acto seguido empujar hacia arriba. El explorador, viendo que el borde del filo lo estaba mirando, se agachó ligeramente y acercó el arma de la izquierda hacia la cintura del otro.

    Gamal, viendo la poca distancia entre cuerpos, no tuvo otra que realizar otro rápido giro de cuerpo a espaldas para empujar el arma que tenía por encima de su cabeza y parar la otra. Se vio algo agachado apoyando la otra arma contra la guarda de su cimitarra. Gamal ahora tenía más fuerza para desarmar a Alphonse, pero si perdía un mínimo de fuerza podría recibir un espadazo en la mano.

    Alphonse, desesperado, amenazó con la derecha acercando, acercando el sable al cuello de Gamal.

    –¿Mi mano o tu cuello? –Dijo con la misma mueca anterior, pero esta vez mucho más forzada.

    –Bien jugado. Esas 12.000 libras me parecen bien.

    *****​

    Pasaron dos días, era el 4 de febrero de 1799 después del nacimiento de Hierón. Tras sobornar a unos marineros sibernianos y subirse a su barco mercante, cogieron rumbo a Matirce, capital del Reino de Sibernia. En este lugar encontrarían al siguiente explorador. Mientras tanto, Gamal y Sabir llevarían a cabo sus preparativos.

    Las fechas ya estaban marcadas en el calendario. El 29 de septiembre se encontrarían en Nueva Albeny de forma previa, aunque la expedición no comenzaría hasta el 10 de octubre en Pueblo Fortunia.
     
    Última edición: 21 Diciembre 2019
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    3º Capítulo: “Misterio en Matrice”


    Tras mes y medio de viaje en barco hicieron tierra en la costa de Sibernia para después alquilar un carruaje y viajar hacia la capital, viaje que duraría otras dos semanas. Alphonse y Bertans al fin pudieron ver la ciudad el atardecer de un 7 de abril, momento en el que ordenaron al cochero detenerse.

    Pasaron la noche en una posada desde la que se veía la ciudad sobre una ligera montaña de verdes pastos. Ocupaba gran parte del horizonte. Rodeada por una muralla de un sucio blanco, algunos pequeños barrios se podían ver fuera de éstas, edificios blancos de entre dos o cuatro pisos. En contraposición a las blancas paredes, los techos eran negros y ligeramente inclinados. Dentro de las murallas sobresalían algunos campanarios o la gran cúpula de una catedral. Finalmente, a la izquierda de la ciudad, se apreciaba el grandilocuente y hermoso palacio real que mantenía la estética de la ciudad.

    Al poco de amanecer el dúo se adentró en la capital cubiertos con dos túnicas con capucha. Las calles eran muy estrechas y apenas se podía ver el fondo a causa la densa niebla. Bertans se sorprendió al ver la poca cantidad que había en la calle siendo la principal de una ciudad tan grande, aunque más asombrado lo tenía el ver Martinicos, sobre todo en algunas calles donde se concentraban.

    Los Martinicos eran hombres y mujeres de pequeña estatura, sobre los cuatro pies y medio de altura y tendían a tener unas extremidades más fuertes que el resto de los humanos. Su origen estaba al sur del Reino de Sibernia, en el noroeste del continente de Phrike, un territorio que una década atrás fue sometido por el ejército Siberniano.

    –¿No se te hace raro ver tanto Martinico junto?

    –Desde que su hogar se convirtió en colonia muchos emigraron a la metrópolis. Curiosamente sus élites se integraron en la misma monarquía haciendo que los conquistados consiguieran mejores condiciones. Aun así, siguen viviendo en barrios marginados.

    –¿La universidad está muy lejos? – Bertans cambió de tema repentinamente tras ver una pareja de agentes en una esquina. Estaba nervioso.

    –No, pero debemos rodear un poco el lugar para entrar.

    –¿Y por qué deberíamos fiarnos de Pierre Augier? Podría delatarnos y en menos de dos días seríamos ejecutados.

    –Espero que no. No tiene ningún motivo para hacerlo. Huyó de su país y aparentemente no tiene ninguna afinidad con éste. Además, dispone de habilidades totalmente necesarias para nuestra pequeña aventura.

    –¿Sus años como contrabandista?

    –Exacto.

    *****​

    Se quitaron las capuchas. Habían llegado a la Universidad de Matrice, un viejísimo edificio que en el pasado funcionó como convento. A pesar de la basta y fea apariencia exterior, los hombres se sorprendieron al ver el gran claustro, un hermoso jardín botánico lleno de plantas en el que una elegante fuente de mármol coronaba el centro. Las regulares columnas que rodeaban el claustro tenían capiteles y basas increíblemente talladas a mano representando épicas leyendas mitológicas de la religión Hiertética.

    –Se cuenta que esta es la primera universidad del mundo. –Dijo Bertans.

    –Escuché lo mismo de otra en Esvartia. –Respondió Alphonse sonriente.

    De la planta baja bajaron por unas escaleras al sótano, lugar donde la cantidad de profesores y estudiantes disminuía. El frío era notable en el lugar, algo apropiado para el trabajo del siguiente candidato. Al fondo de aquel pasillo cubierto pro blancas baldosas y paredes pintura beige vieron una puerta metálica que se dispusieron a cruzar.

    –Es aquí. –Dijo Alphonse mirando a Bertans. Suspiró y empujó la puerta.

    Allí vieron a Pierre, un delgado y muy alto hombre, de nariz grande y bigote frondoso. En su mano tenía un afilado bisturí y se disponía a clavárselo a un inerte cuerpo que tenía sobre la mesa.

    *****​

    Diez horas antes, los exitosos comerciantes José y Santiago Echeverría cenaban junto a sus familias en el hogar del segundo. Era el cumpleaños del hermano pequeño, Santiago, y no escatimaron en gastos. Incluso José pudo traer unas extrañas manzanas de los Mares del Sur, un obsequio que había logrado en uno de sus últimos negocios.

    Llegaba el final de la cena, momento en el que el anfitrión aprovechó para brindar. Pidió su mejor licor. Su catador personal acudió a por la botella, la abrió frente a él, y probó un culín frente a todos. Una vez visto que no había peligro, sirvió cuatro vasos para los hombres de ambas casas.

    –Querida familia. –Santiago se levantó y alzó el brazo con idea de brindar. –Quiero felicitar a mi hermano José por la nueva traída a nuestro hogar. El acuerdo con la familia de Orestes es una gran oportunidad que acarreará el éxito de los Echeverría.

    –Hermano. Muchas gracias. Mismamente, reitero mis felicitaciones por tu cuarentavo cumpleaños. Esperemos que el día de hoy sea un punto de inflexión en el rumbo de la familia.

    Apenas había pasado una hora cuando Santiago Echevarría decidió tomar una infusión, brebaje que tomaba todas las noches. Se dirigió a la cocina, ya vacía por órdenes de Isabel, la mujer de Santiago. Abrió una robusta despensa con una pequeña llave, preparó las hierbas en un mortero, calentó el agua y lo unió todo para volver con su familia.

    Se sentó en su asiento, lugar donde acomodarse y pegó un largo trago. Sin alejar mucho el vaso bajó sus ojos y observó el brebaje.

    –¿Qué ocurre? –Preguntó su mujer.

    –Hoy me sabe diferente. Tiene un sabor mucho más fuerte.

    Tras mirarlo unos largos segundos decidió probar otro sorbo, pero se detuvo al sentir un agudo dolor en el estómago. Éste aumentaba lentamente y Santiago se vio en la necesidad de sentarse. Reclinó el cuerpo hacia adelante y se llevó las manos a la tripa. En un mal gesto tiró la taza, partiéndola en mil pedazos que se esparcieron por el suelo. Comenzó a gritar, momento en el que los familiares se acercaron preocupados.

    José lo cogió pasando uno de sus brazos tras su cuello y lo tumbó en la alfombra. Le abrió la camisa al ver unas pequeñas gotas de sangre, quedándose blanco al ver que unas pequeñas raíces salían de su abdomen sin parar.

    –¿Qué demonios? –Exclamó temiéndose lo peor.

    –¡Papa! –Gritó una de las hijas aterrorizada.

    –María, llévate a las niñas. –Ordenó José a su mujer. La otra esposa, Isabel, se desmayó al ver que cada vez salían más raíces.

    El hombre cogió un trapo para tapar las heridas provocadas por aquella raigambre que salían de su cuerpo sin parar, algunas incluso llegando a rodear el cuerpo y tocar el suelo. Impotentes, sin saber que hacer, solamente podían llorar. Desangrado en cuestión de segundos, Santiago acabó dando último aliento.

    *****​

    –Imagino que seréis Alphonse y Bertans. –Dijo Pierre sin separar la vista del muerto. Con el bisturí levantó una de las raíces ensangrentadas. –Dentro de pocos minutos vendrá un inspector de policía a preguntar por el muerto, os llamaré Luis y Tomás.

    –¿Esperamos a hacerte la oferta? –Dijo Alphonse.

    –Si no os importa. Aunque aviso que hasta resolver el caso no se apartará de mí.

    –¿Autopsia? –Preguntó Bertans.

    –Así es. Estudio las diferentes partes del cadáver con idea de descubrir la causa de su muerte. –Bertans miró a las raíces.

    –¿Acaso no es evidente?

    –¿Conoces alguna planta que crezca de esta forma en cuestión de segundos?

    –Solo necesitarías abono mágico. –Bromeó Bertans, palabras que dejaron a Pierre pensativo.

    –¿Has visto alguna planta que resista un crecimiento espontáneo como este?

    –Los Hidromantes a menudo usan sus artes para crear Fertilizante Instantáneo. Unas gotas en una semilla pueden hacer algo así, aunque deben ser semillas de un árbol. Helechos o flores no aguantan una generación así.

    –En los desiertos de oriente lo usan a menudo cuando no disponen de un oasis cerca. –Añadió Alphonse.

    –Eso lo explicaría. Las raíces crecieron espontáneamente atravesando todo tejido blando que encontraba. Vamos a ver.

    El hombre hizo un tajo con el bisturí en forma de i griega. Luego, ayudado por algunas herramientas metálicas, dejó al descubierto los órganos del difunto.

    –Parece que estamos en lo correcto. –Con unas finas pinzas sacó unas semillas no fecundadas del agujero que había trazado. –Ingirió las semillas y en su estómago se desarrollaron desangrándolo.

    De repente, alguien llamó a la puerta. Los tres se miraron entre sí.

    –¿Es el inspector?

    –No espero a nadie más. –Pierre cerró la carne levantada. Tenía la información necesaria, por lo que se dispuso a coser el cuerpo. –Adelante.

    Entró un hombre bajito, pelo oscuro, de largas patillas negras y cara redonda. Extrañado miró a la pareja, pasándoles un rápido repaso de arriba abajo.

    –No sabía que tenías ayudantes. –Dijo el nuevo visitante.

    –Inspector Gómez. Son Luís y Tomás, unos viejos amigos que me ayudaron cuando hui de Phinia. Tienen un pequeño hostal en Duranga.

    –Un placer, caballeros. –El hombre pegó dos buenos estrechones de manos. Seguido, se volvió hacia Pierre para continuar la conversación. –¿Tienes idea de lo ocurrido?

    –Creo saber cómo le mataron. Aunque me gustaría ver su última cena.

    –El hombre tenía un catador personal. De estar envenenado, el culpable es él.

    –Siento discrepar. –Dijo sin perder ojo a la aguja y el hilo. –Teniendo en cuenta cómo ha reventado su estómago, dudo que un simple catador tuviera idea de realizarlo. Visitando el lugar del crimen le disiparé mis dudas.

    –Está bien. Seguro que lo resolverás pronto. ¿Vendrás solo? –Dijo refiriéndose a Alphonse y Bertans.

    –¿Queréis daros un paseo? –Preguntó Pierre.

    *****​

    En apenas una hora el trío llegó a la mansión Echevarría, camino en el que Bertans dudaba sobre la validez de Pierre en la expedición. En la misma entrada fueron recibidos por José y Isabel. Sus caras estaban totalmente blancas y con dos profundas ojeras bajo sus ojos.

    –Señor Augier. –Dijo José. –Muchas gracias por participar en esta investigación.

    –Señor y Señora Echeverría, les doy el pésame. Junto con el Inspector Gómez resolveré este caso cuanto antes. Su hermano necesita justicia y se la concederemos.

    –Muchas gracias.

    –Estoy… –La voz de la mujer temblaba. –Estoy segura de que ha sido el catador. Hable con él y verá qué rápido tienes al asesino de mi marido.

    –Lo tendré en cuenta. Aun así, intentemos no llevar a un inocente hasta el garrote vil.

    –¿No creé que haya sido el catador?

    –No lo sé. Pero es un crimen muy elaborado para un simple catador. Mi prioridad ahora mismo es hacer un buen trabajo. Después hablaremos del dinero.

    *****​

    Tras ver la escena del crimen Pierre, Alphonse, Bertans y el Inspector Gómez comenzaron con los interrogatorios. El primero fue el catador, un joven muchacho pelirrojo de nariz achatada. La policía lo había apresado en una de las habitaciones de la mansión, sala vigilada por dos agentes.

    –¿Eres Rubén?

    –Sí. –Dijo el joven nervioso y con los ojos rojos. Se frotó estos para quitarse las lágrimas. –¿Es usted el famoso investigador del que hablan?

    –Algo así. –Pierre anduvo hasta una mesa y cogió una silla, la cual acercó al joven para que se sentara. –Voy a hacerte unas preguntas, no van a ser muy complicadas. Si eres inocente intenta hacer un esfuerzo y dame toda la información posible.

    –Vale. –Dijo tartamudeando.

    –¿Qué cenó la familia ayer?

    –Para empezar, unos entrantes. Unos embutidos y una ensalada, todo muy normal, salvo por un ingrediente. Manzanas gigantes de los Mares del Sur. Deliciosas. El segundo plato consistió en un estofado.

    –¿Cómo se consiguieron esas manzanas? No es un producto habitual por la capital.

    –Creo que fue un obsequio que le regalaron a José, pero no estoy muy seguro. –Pierre y Gómez se miraron.

    –Bien. Una última pregunta. ¿Sabes de algo que Santiago Echeverría metiera al cuerpo y tú no lo probaras?

    –Quise decir al alguacil, pero la viuda, iracunda, ordenó encerrarme. Es un detalle que puede esclarecer mi inocencia.

    –Dime.

    –Una de las aficiones del señor Echeverría era preparar y beber su té todas las noches. Él mismo las preparaba. Confiaba en que no fueran a estar envenenadas al guardar sus infusiones bajo llave, una llave sin copia.

    –¿Eso encaja con la hipótesis hablada en la morgue? –Preguntó Pierre a Alphonse y Bertans. Ambos asintieron.

    *****​

    –Señor Echeverría. Tengo un par de preguntas que hacerle. –Comenzó Pierre Augier en una gran sala aparte.

    –¿A mí?

    –Así es. Solo quiero esclarecer unas pautas de la cena de anoche.

    –Claro, dígame.

    –¿Quién le obsequió con las manzanas que comisteis anoche?

    –¿Qué tiene que ver eso con el asesinato?

    –Unas raíces de manzano salieron del estómago de su hermano justo después de comer las manzanas. Creo que no está de más preguntar. –José se mantuvo unos largos segundos en silencio.

    –Hace cinco días firmé un contrato con la Compañía de Orestes dando fin a unas negociaciones de más de un mes. Lo sellé junto con el padre del Duque de Orestes y ese mismo día nos hicimos unos regalos. Al acercarse el cumple de mi hermano decidí traerlo como detalle.

    –Bien. Una pregunta más. ¿El té que bebió su hermano sabía raro? –La pregunta dejó pensando a José.

    –Si… Justo antes de morir comentó algo. Le sabía fuerte.

    *****​

    José salió de la habitación y cerró la puerta. Pierre, inquieto, se acercó a la puerta y puso la oreja a la espera de que los pasos del hombre se dejaran de escuchar. Los tres restantes se acercaron a la puerta, pero se detuvieron al ver que el forense levantaba el brazo con la mano abierta.

    –¡Ahora! –Dijo repentinamente, abriendo la puerta de golpe y saliendo.

    –¿A dónde vamos? –Preguntó Bertans.

    –Tú síguele. –Insistió Gómez. –Siempre hace lo mismo.

    Se dirigió a la cocina, en el piso anterior, pero bajó por otras escaleras para que no fueran vistos. La cocina, una pequeña sala de blancas baldosas, mesas de oscura madera y un viejo fogón de gran tamaño, no fue muy interesante para él. Simplemente se dirigió al armario de las infusiones.

    –Lo que pensaba… –Susurró mientras los otros tres lo seguían observando. –La llave no está forzada.

    –¿Y? –Dijo el inspector.

    –Entonces el catalizador de la reacción solamente podía estar en un sitio. –El hombre se acercó a una pequeña ventana, observando unas marcas en la cerradura. –¿Alguien lo sabe?

    –En el agua. –Finalizó Alphonse, haciendo que Pierre sonriera.

    –Inspector. –Dijo mientras volvía a unirse al grupo, con unos andares exagerados, mostrándose eufórico. –¿En la casa trabaja algún Martinico?

    –No, parece ser que el señor Echeverría era bastante reacio a contratarlos.

    –¿Alguna vez han intentado atracar en esta casa?

    –No hay constancia de ninguna denuncia. De ser así, yo lo sabría.

    –Entonces está claro, ordena que liberen al catador. Nosotros nos vamos de paseo.

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    COMENTARIO DEL AUTOR: Quería aprovechar este capítulo para dar gracias a los que seguís y os gusta esta historia. Cualquier comentario e incluso opinión a debatir por privado lo agradeceré con gusto. Este capítulo me ha costado escribirlo más de la cuenta, no por el tiempo, sino por uno de esos bloqueos de autor. Es por eso mismo que en este mismo momento se agradece el seguimiento. Mismamente quería aprovechar para felicitaros el año nuevo. Espero que hayáis comenzado de la mejor manera posible.
     
    Última edición: 4 Enero 2020
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  5.  
    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Primero comentaré un poco algunos detalles que noté.

    Aquí hay que hacer un cambio, ya que parece que la ciudad se llama "el atardecer". Supongo ese "el" debe ser un "al".

    ¿Poca cantidad de qué había en la calle? No está claro a qué se refiere.

    Un consejo aquí, si lo dijo tartamudeando, hubiera sido mejor escribir algo así: "Va-vale".

    Y le faltan algunas comas en varios lugares.

    No veo como Pierre Augier pueda ser mejor como contrabandista que como detective. Pero en definitiva será una adición interesante al grupo. Sin mencionar que el misterio de la muerte del menor de los Echeverría será interesante. Aunque creí que sería el hermano por alguna razón avariciosa, pero parece que no lo es. Esperaré al siguiente para ver cómo Augier resuelve este caso.
     
  6.  
    jonan

    jonan Jonan1996

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    4º Capítulo: “Abrazos y Puñales”


    Pierre estaba tan emocionado que oscilaba de hablar solo a permanecer en el más absoluto de los silencios una y otra vez. Entre las calles de Matrice, ni Alphonse ni Bertans abrían la boca. Ni tenían qué decir, ni querían que el inspector sospechara de su origen extranjero. El camino fue monótono e incluso insoportable al no salir del barrio más pudiente, lleno de gente que solamente buscaba parecer más que el prójimo.

    Casi a las afueras se detuvieron en una pequeña mansión, no tan grande como la de los Echeverría, pero sí que mucho más coqueta. En la entrada, una pequeña placa tenía grabada el nombre de la Familia de Orestes.

    –¿Crees que el Duque de Orestes tiene algo que ver? –Preguntó el Inspector Gómez.

    –Solamente quiero esclarecer algunas dudas, una breve charla con el padre del Duque.

    –Por favor, no ofendas a nadie. El Duque de Orestes es ahora mismo una de las personas más influyentes del país.

    –¿Desde cuándo existe este título nobiliario? –Preguntó Alphonse al oído de Bertans.

    –El ducado de Orestes fue otorgado por el rey de Sibernia tras la Guerra de las Bestias. Si no me equivoco, por su decisiva relevancia en la Batalla del Valle del Ojo de Gato, allá por 1787. –Explicó el experto el apasionado en historia bélica.


    *****​


    Entraron en la mansión, siendo rápidamente recibidos por los sirvientes. Inmediatamente llamaron al Duque de Orestes, el cual no tardó en aparecer por las largas escaleras de mármol que el cuarteto tenía delante. El hombre de mediana estatura, corpulento, calvo y de nariz plana los miraba de forma fría con aquellos ojos verdes que recordaban a un felino. Él dijo las primeras palabras.

    –Un comerciante llega a un pueblo en su carruaje. Preocupado, se dirige donde el alguacil y pregunta por vacas negras, pero el alguacil le responde con una negativa. Vuelve a preguntar, esta vez por cabras negras, logrando la misma respuesta. ¿Un caballo? Tampoco. Eso lo deja pensativo hasta que llega a una conclusión. ¡Santo Hierón! He atropellado al cura.

    –Buenas tardes Duque. –Dijo Pierre mientras que el otro descendía por las escaleras.

    –Sentimos importunarle, pero nos gustaría hacer unas preguntas a su padre.

    –Mi padre, un tullido. Me pregunto qué alocada hipótesis rondará por tu cabeza. Aunque más raro se me hace que hayáis venido cuatro personas, dos desconocidos y aparentemente extranjeros.

    –¿Extranjeros? –Preguntó el inspector.

    –Lo tiene delante Inspector Gómez. Sus pieles están bronceadas y teniendo cuenta que estamos en abril pues seguramente hayan estado en Oriente. –El inspector miró a la pareja, quienes sintieron aquellas palabras como un cubo de agua fría en sus caras.

    –No tardaremos mucho. ¿Podemos hablar con su padre? Solo quiero confirmar una cosa en el asesinato de Santiago Echeverría.

    –Lamento lo ocurrido y mostraré mis condolencias a la familia Echeverría. Pueden subir a los aposentos de mi padre. Humberto los acompañará. A fin de cuentas, muy lejos tampoco puede ir.

    Subieron escaleras arriba tras uno de los sirvientes y cogieron una larga recta. Se cruzaron a dos martinicos, también vestidos de sirvientes, saliendo de la puerta a la que se dirigían.

    –Perdone. –Dijo Bertans al sirviente. –¿Dónde está el servicio? Es un poco urgente…

    –Si, claro. Ahora le acompaño.

    Abrieron la puerta y pudieron observar a un canoso hombre de unos sesenta y muchos años, sentado en una silla de ruedas y observando la calle desde un gran ventanal.

    –Señor, estos hombres vienen… –Comenzó el sirviente.

    –Sí, de la policía. Llevo toda la mañana observando esta maldita ventana, sé quién entra y quién sale. Déjanos en paz.

    El sirviente dio paso a los tres para después él retirarse con Bertans y cerrar la puerta detrás de ellos.

    –¿Qué desean, caballeros? –Dijo sin separar la mirada de la ventana.

    –Soy el inspector Gómez y veníamos a hacerle unas preguntas sobre la muerte de Santiago Echeverría.

    –¿Cómo? –El hombre llevó sus temblorosas manos a las ruedas y giró para mirar a los cuatro hombres. –¿Ha muerto?

    –Asesinado. Muerte provocada por unas semillas ingeridas. Semillas de una manzana de la variante de los Mares del Sur. –El forense entró en la conversación.

    –¿Qué insinúa caballero? Sí, yo le regalé esas manzanas, de la misma forma que el me obsequió con unas botellas de vino. Esa familia tiene muchos enemigos, pero no en esta casa.

    –Cálmese caballero. No se ponga a la defensiva que lo hace más sospechoso. –Pierre movió ambas manos de arriba abajo. –Solo quiero saber sí observó algo raro en la actitud de su hermano José. Por lo que he entendido, este acuerdo comercial ha sido resultado de semanas de negociación.

    –No vi nada raro en el señor Echeverría, al contrario, lo vi muy ilusionado por el acuerdo realizado.

    –Ha dicho que la familia Echeverría tiene muchos enemigos. ¿Teniendo en cuenta quién es la víctima, se le ocurre alguien que pudiera estar involucrado en el caso?

    –He escuchado un par de rumores… dos negocios llevados a cabo por Santiago Echeverría que acabaron en fuertes discusiones e incluso pleitos.

    –Lo escucharé con mucho gusto. –Dijo Pierre mientras sacaba una libreta y una pluma.


    *****​


    Bertans entró al servicio sin perder el tiempo para después abrir la ventana. Tras la puerta le esperaba el sirviente, por lo que no tenía mucho tiempo para su maniobra. Asomó la cabeza y miró las paredes con idea de pasar a la ventana contigua. No estaba muy lejos, por lo que agarrando fuerte los bordes de las ventanas pudo pasar sus piernas rápidamente.

    La nueva ventana estaba vacía y era una de las de la sala del servicio de la planta superior. Al haber hecho las camas por la mañana, ésta estaba vacía. Sin mucho esfuerzo, con la ayuda de una navaja, el hombre entro en la habitación y rebuscó a través de ella hasta fijarse en un extraño arcón. Usando de nuevo el cuchillo forzó la cerradura para ver que tenía un botiquín entre manos.


    *****​


    Una hora antes el cuarteto se encontraba de camino a la mansión, pero el astuto Pierre Augier y el Inspector Gómez conocían al excéntrico Duque de Orestes.

    –Desde el primer instante en el que entremos en esa casa estaremos constantemente vigilados, tanto por el Duque como por su padre. Seguramente mientras estemos hablando con el padre, el hijo nos estará escuchando tras la puerta. –Explico el inspector.

    –Eso limitará la búsqueda de pistas. –Añadió Alphonse.

    –¿Entonces cómo lo vamos a hacer? No tiene pinta de que vayamos a hacer un viaje en vano. –Comentó Bertans.

    –Tenemos que adelantarnos, por lo que he aprovechado mis contactos para hablar con uno de los sirvientes. Lo único… Tomás, te tocará trabajar.

    Poco después llegaron a una elegante cafetería llena de gente de trajes largos, blancas paredes, mesas de madera de roble y un exquisito olor a café. Los cuatro, dejando a su derecha el gran ventanal, caminaron hasta una pequeña mesa en la que un hombre tomaba el café.

    –¿Humberto? –Preguntó Pierre.

    –¿Sí? ¿En qué puedo ayudarles?

    –Necesitamos su ayuda.

    –Si me conocen sabrán que solamente soy un sirviente. No sabría decir en qué puedo ayudarles.



    *****​


    Abierto el arcón, centró su mirada en el botiquín donde no apreció nada extraño. Comenzó a abrir pequeños botes de cristal llenas de coloridos líquidos y ungüentos, pero no apreciaba nada raro. Se volvió y desesperadamente buscó algo que le llamara la atención. No le quedaba mucho tiempo.

    Movió botes, buscó cajones secretos y rebuscó la ropa hasta que observó unos pequeños con una gran raja a la altura del abdomen. Sin duda, eran de un martinico. Cogió la camisa y volvió a la sala anterior a través de la ventana para después volver con el sirviente como si nada hubiera ocurrido.


    *****​


    –Esas dos personas son las que pelearon con Santiago Echeverría en los últimos meses. Aquí en Matrice los rumores vuelan, sobre todo entre la clase alta. –Finalizaba el hombre cuando Bertans volvió a la sala.

    –Y que lo diga. –Decía Pierre mientras dibujaba un arenque en su libreta hasta cerrarla de golpe. –Pues muchas gracias por su valiosa información.

    –Espero que nos veamos pronto en una mejor tesitura.

    –Seguro que lo haremos. Nos vamos.

    El cuarteto salió del edificio acompañados por Humberto hasta la salida, momento en el que Gómez pasó un billete de 200 reales de vellón al sirviente por su ayuda. En cuanto perdieron de vista el edificio y se aseguraron que nadie los escuchaba entraron en un callejón donde Bertans explicaba lo visto.

    –Tal y como nos dijo Humberto existe un botiquín en ese lugar, pero no tenía la susodicha substancia. Aun así, he encontrado esto. –El hombre se sacó los ropajes que había escondido bajo su ropa. –Mirad esta camisa. Tiene una raja con un poco de oxido.

    –Creo que ya sé por dónde vas. –Dijo Pierre.

    –¿Uno de los martinicos se coló por la ventana y envenenó el agua para el té? –Se preguntó Alphonse en voz alta.

    –Así es. –Continuó el forense. –La ventana es pequeña, por lo que solamente podría haber entrado un martinico. Seguramente se rajó la camisa al arrastrase por el fondo de la ventana, de ahí el óxido.

    –Pero caballeros, necesitamos pruebas. Aunque hay algo que tenemos que hablar antes. –Interrumpió el inspector. –¿Quién demonios sois? Dudo que os llaméis Luis y Tomás o que viváis en Duranga.

    –Maldito Duque de Orestes… –Susurró Bertans.

    –Somos… –Inició un indeciso Alphonse. –Somos comerciantes. Pierre no te mintió, nacimos en Duranga, pero por aquel entonces no realizábamos trabajos tan legales.

    –Ah, vosotros también fuisteis contrabandistas. Bueno, ahora lo entiendo. –Giró su mirada hacia Pierre, el cual ahora respiraba tranquilo. –Podías habérmelo contado desde el principio, ya conozco todo tu pasado.

    –Nosotros mismos fuimos los que le dijimos que no contara nada. Ya lo siento haber andado fingiendo. –Añadió Bertans.


    *****​


    –Humberto.

    –Dime señor.

    –Un hombre va a donde el galeno por una dolencia y éste comienza a observarlo. Cuando al fin identifica la dolencia pone mala cara. ¿Tendrá cura? Pregunta el pobre hombre, a lo que le responde. Por supuesto, tendrá cura, misa y funeral.

    El sirviente liberó una pequeña carcajada que aparentemente dejó satisfecho al Duque. –Ve en busca de mi cochero. Quiero que prepare mi carruaje para las seis. Tengo que ir al palacio real.

    –Ahora mismo iré en busca de él.

    –Gracias. Aprovecha porque este es tu último día de trabajo.


    *****​


    –¿Habéis entendido el plan no? –Dijo Pierre.

    –¿Estás seguro de que saldrá bien? –Se preguntó Gómez.

    –Es la prueba definitiva.

    –Está bien, llamaré a diez de mis hombres. Iremos de nuevo a la boca del lobo.

    –Nosotros avisaremos a los Echeverría mientras cogemos la prueba. –Añadió Alphonse.

    –Perfecto. Yo iré a la mansión del Duque de Orestes a entretenerlo. –Finalizó con una sádica mueca sonriente.


    *****​


    Pierre Augier escuchó cinco campanadas a lo lejos, era la señal para iniciar el plan. De su escondrijo salió y volvió a entrar en la mansión, esta vez sintiéndose mucho más vigilado que antes. Hasta que llegaran los refuerzos estaba solo ante el peligro.

    En la entrada le recibió una sirviente, cosa que le extrañó. Se preguntó dónde estaría Humberto, pero no por mucho tiempo ya que el Duque no tardó en recibirlo.

    –Cuanto tiempo señor Augier. –Vaciló el hombre.

    –Esta vez dudo que vaya a alegrarse tanto de mi visita.

    –Arantxa, por favor, tráiganos la botella de Pacharán. –Ordenó a la sirvienta mientras descendía las escaleras lentamente. Cuando llegó al último escalón hizo un gesto con el brazo para pasar a la habitación contigua, algo a lo que Pierre accedió.

    En dos sillones se sentaron, cara a cara, con una mesa de poca altura entre ambos. La sirvienta, sobre una bandeja de plata, trajo dos elegantes copas de cristal y una botella con pacharán. Colocó los vasos y derramó dos dedos del líquido granate en cada uno, todo esto sin que los dos hombres dejaran de mirarse fijamente. La mujer, al fin, se retiró.

    –Veo que tienes dos acompañantes de lo más peculiares. ¿Qué son? ¿De Gran Arthuria? Tiene pinta de que quieren ofrecerte algo y tienen que esperar a que soluciones el caso.

    –Vaya, vaya. Duque de Orestes, sus instintos y deducciones últimamente erran más de lo habitual.

    –Algo me dice que usted me está mintiendo.

    –Yo no soy quien financió el navío Príncipe de Matrice, ni tampoco quien confió la expedición en un traidor.

    –La verdad es que infravaloré los peligros del norte. Lo de dejar la empresa a un traidor como Tyler fue decisión de ese estúpido Primer Ministro. Si dejara de follarse tanto a la reina nos iría mucho mejor.

    –Sobre todo si te dejan a ti al mando del país. –Dijo sarcásticamente el forense para luego darle un buen trago a la copa.

    –Touché.

    De repente, alguien llamó a la puerta.

    –¿El inspector?

    –Así es. Viene con compañía.

    –Arantxa, que pasen todos al salón.

    –Ah, y por favor, bajen a su padre de sus aposentos.


    *****​


    Los preparativos se realizaron en tiempo récord con idea de pillar desprevenido al Duque y que no pudiera actuar. Los agentes que acompañaban al inspector buscaron a todos los sirvientes de la casa para llevarlos al salón, mientras que Alphonse y Bertans llegaban con José, Isabel y María. El bonachón Bertans, rápidamente pidió una copa.

    El salón se llenó con dos bandos bien definidos. En el flanco norte, tras el sillón donde se encontraba el Duque, estaban seis sirvientes, de los cuales dos eran martinicos, además del padre en su silla de ruedas. En el flanco sur, en cambio, estaban Alphonse y Bertans junto con los tres Echeverría, además de Gómez y diez de sus agentes.

    –Menuda fiesta acaba de montar Señor Augier. Sorpréndanos con sus deducciones.

    –Estoy seguro de que disfrutará de este maravilloso espectáculo excelentísimo Duque de Orestes. –El hombre se levantó de su asiento. –Para empezar, explicaré como se realizó el asesinato. Me hubiera gustado mostrárselo de forma visual, pero las Mancias están prohibidas en este país, por lo que el delito se agrava hasta temas a tratar en el tribunal de la Inquisición.

    –Cuidado con las acusaciones. –Amenazó el Duque.

    –Santiago Echeverría durante la cena ingirió las semillas de manzana, unas semillas que al igual que la fruta eran algo más grandes, pero lo suficiente como para ser cómodamente ingeridas. Tras la cena, como su rutina mandaba, él mismo se hizo un té, pero el agua estaba mezclada con una substancia hidromante, un Abono Mágico. Esa fue la horrible muerte que sufrió Santiago Echeverría delante de toda su familia. Un manzano creció de su estómago hacia afuera.

    La gente comenzó a murmurar y hablar con los de al lado ante tan terrible asesinato. Isabel, no pudo evitar llorar de rabia. Incluso el Duque parecía algo sorprendido ante la noticia sobre cómo había sido la muerte.

    –Claramente lograr una substancia así en el Reino de Sibernia es prácticamente imposible, tanto por su precio como las duras penas impuestas por la Inquisición. Es por ello que desde el principio descarté al catador como sospechoso. Por lo tanto, pensé en lo más evidente, que fuera alguien de la misma familia, algún tipo de ambición.

    –¿Qué insinúa maldito insolente? –Saltó José.

    –Cálmese señor Echeverría. Ahora iré al grano. Volviendo al caso, la realidad era que aparentemente ninguno de los familiares se había levantado de la mesa. ¿Un cómplice tal vez? No podía ser. La Señora Isabel Echeverría ya había enviado el servicio a dormir a sus aposentos, aposentos en los que nunca están solos. ¿No es así? –Se volvió hacia ella.

    –Así… así es. Hombres y mujeres, cada uno duerme por su lado, pero a fin de cuentas en grupos de tres y cuatro.

    –Gracias señora. –Se giró de nuevo para mirar al Duque. –¿Llegados a este punto, cual es el único participante en esta historia? Así es. El hombre que regaló las Manzanas, tu padre, Miguel Ángel.

    –Se lo reitero. Mucho cuidado con las acusaciones.

    –En la ventana de la cocina había marcas de que había sido forzada, pero esta era muy pequeña como para que una persona adulta pudiera pasar. A no ser que fuera un martinico. Y la familia Echeverría los repudia, pero ustedes no. Por favor, puede decirle a su servicio que se levanten las camisas.

    –¿Las camisas?

    –Sí, dígales a los martinicos que levanten las camisas.

    El duque miró a su padre, el cual había intentaba mantenerse impasible, pero no podía evitar sudar. El silencio que había mantenido durante toda la conversación le hizo pensar al hijo que sus sospechas también eran ciertas. Miró al suelo y con un gesto de dos dedos les ordenó que lo hicieran. Éstos obedecieron y dejaron al descubierto sus abdómenes, uno de ellos con marcas de roce en él.

    –Su plan fue simple. Se aprovechó de los hábitos de la familia Echeverría para que se mataran por sí solos. Regaló las prestigiosas manzanas a sabiendas de que José querría disfrutarlas con su familia, más teniendo que celebrar un cumpleaños y la firma de vuestro acuerdo. Después le pagó un dinero extra a uno de sus sirvientes. Solo tenía que colarse por una estrecha ventana, verter el líquido hidromante en el agua cuando Santiago estuviera despistado y finalmente huir.

    –Muy interesante su hipótesis Señor Aurgier. Pero… –Al fin el padre intentó defenderse. –¿Dónde están las pruebas?

    –Antes, mientras conversábamos, Bertans ha ido al baño momento en el que se ha pasado por la sala del servicio en la planta superior. Había un montón de ropas, pero entre ellas ha encontrado una rasgada. Rasgada y además manchada del mismo oxido que tiene la ventana de los Echeverría.

    –Serás hijo de puta… –José se abalanzó contra el hombre, pero fue detenido por Gómez y dos agentes.

    –Señor Echeverría, no se preocupe, yo me encargaré de esto. –Una vez calmado, el Inspector se dio media vuelta y se acercó al tullido. –Miguel Ángel, tengo que llevarle a comisaría.

    –Si… Lo entiendo… –Dijo abatido para tras mirar unos largos segundos a su hijo. –Lo siento.

    –Padre… ¿Por qué?

    –Sabes de sobra por qué. Otra cosa es que no quisieras pensarlo.

    –¿Cómo que por qué? –Dijo José. –¿Qué puñetero motivo tenías?

    –Hace 14 años tu hermano pegó una paliza a un vagabundo. Casi me mata de no ser porque tú apareciste. –El otro se quedó en blanco.

    –¿Eras tu?

    –Gracias a la paliza de tu hermano me quedé en esta silla de ruedas. En aquel momento no trabajaba y gracias a esa paliza se me aseguró que jamás lo haría. Mi hijo al final logró traer comida a nuestro hogar, pero para entonces tanto mi esposa como mi hija habían muerto de inanición.

    –Hasta que tu hijo fue recompensado con el Ducado de Orestes, situación en la que pudiste vengarte. –Explicó Pierre.

    –Escuché que José Echeverría estaba trabajando en el extranjero y que sentía morriña, por lo que le hice una oferta de trabajo que aceptaría indudablemente. Durante unos meses negociamos, por lo que fui conociendo los hábitos de la familia, hábitos tan cuadriculados que podría aprovechar. Cuando firmamos el acuerdo tenía vía libre para llevar a cabo mi venganza. Pensé que nada podría detenerme, pero el mismo error humano fue el que me detuvo.

    –Eso te ha pasado por tratar a un martinico como un igual. –Dijo Isabel intentando secar sus ojos.

    –Esto ha pasado porque su marido siempre se pensó estar por encima de todos.


    *****​


    El inspector Gómez se llevó en un carruaje de la policía a los dos involucrados en el asesinato, por lo que al fin Alphonse, Bertans y Pierre lograron quedarse solos.

    –Caballeros, ojalá no tenga que verlos nunca más. –Se despidió el Duque de Orestes justo antes de montarse en su hermoso carruaje. El trio observó como el vehículo marchaba hasta girar en un cruce de calles.

    –Qué raro… –Dijo Pierre.

    –¿Qué ocurre? –Preguntó Bertans.

    –No va hacia la comisaría. Creo que va al Palacio Real.

    –¿Eso que quiere decir?

    –Nada bueno, sea lo que sea, acepto vuestra oferta.

    –¿Qué? ¿Así como así?

    –Esas palabras del Duque eran una puñetera amenaza de muerte. Vamos a largarnos esta misma noche de este Reino, por el camino ya me contaréis los detalles.


    *****​


    Sin perder tiempo se dirigieron a las afueras de la ciudad evitando ser vistos, con la capucha puesta y evitando calles muy grandes. En media hora, gracias a los atajos de Pierre, habían salido de la ciudad por la salida del oeste. En aquella esquina de la ciudad el río estaba más cerca que nunca, pero no era el destino que buscaba Pierre.

    –¿A dónde nos dirigimos? –Preguntó Bertans cansado de andar tan rápido.

    –En media hora llegaremos a mi plan de huida. Lo tengo preparado desde hace años por si llegaba este momento.

    Cruzaron un puente y caminaron durante casi una hora hacia unas altas montañas que se divisaban al fondo. Éstas, de un tono gris azulado, tenían sus picos nevados, aunque en la base comenzaban a notarse los tonos verdes de los bosques. Pronto se adentrarían en el Bosque Rebollo, muy rico en árboles como la encina, el castaño, aliso o el abedul.

    La noche había llegado, pero no cesaron su paso hasta llegar a una cueva artificial cerrada, una antigua mina tapada por unos tableros. Pierre y Alphonse rompieron los tableros de una patada y entraron.

    Caminar una veintena de pasos y bajaron por unas viejas escaleras de madera algo iluminadas por una larga chimenea por la que se veían las estrellas. Cuanto más bajaban el sonido de una corriente de agua era mayor.

    –Hace medio siglo esta vieja mina de cobre fue agotada, además de que las crecidas de una corriente subterránea peligraban las vidas de los mineros. La cerraron, por lo que se convirtió en un buen lugar para esconder mi forma de escapar, mi pequeña. –Dijo refiriéndose a una embarcación que tenían frente a ellos. –Este curso de agua conecta con el gran río que hemos visto antes.

    El bote, de unos treinta pies de largo, estaba apañado para impulsarlo tanto con remos como por una pequeña vela. Detrás del bote, al pequeño timón, se puso Pierre mientras que los otros dos soltaban las amarras.

    –¡Caballeros, agarraos fuerte!

    El navío se lanzó por la oscura cueva, aunque no tardaría mucho tiempo en verse una ligera luz al fondo. Pero aquella luz estaba llena de preocupación para Alphonse y Bertans, que vieron que estaba en un punto por el que tenían que descender. La corriente aumentaba y algunas rocas sobresalientes hacían tambalear la barca de lado a lado, movimiento que Pierre aliviaba con un leve movimiento de timón.

    –¡Vas a matarnos! –Dijo Bertans amarrado al barco como podía.

    –Ya falta poco. –Dijo un sonriente Pierre. –¡Agarraos! –Dijo cuando al fin salieron de la cueva, por un rio que rápidamente descendía entre rocas que poco a poco iban disminuyendo.

    Finalmente, el río se calmó y poco a poco fue agrandándose hasta finalmente llegar al gran río que habían avistado un rato antes. Al fin Alphonse y Bertans soltaron la barca y respiraron tranquilos.

    –¿A dónde vamos? –Preguntó Alphonse.

    –A Tribón. Llegaremos en un par de días. Desde ahí podremos coger el barco que queráis. Aunque tenéis que contarme los detalles de vuestra oferta.

    –¿No eres tan listo? Ya lo habrás adivinado. –Dijo un Bertans pálido y con ganas de vomitar. En aquel momento odiaba mucho a Pierre. –Creo que voy entendiendo por qué no te atrapaban cuando eras contrabandista.


    *****​


    El carruaje del Duque de Orestes cruzó una elegante valla metálica y entró en el palacio real, el denominado Palacio de Vitreya. El hombre aprovechó el solitario momento para colocarse un anillo de oro con un ojo grabado y después lo miró detenidamente. Cuando el carro había dejado de moverse suspiró y se dispuso a salir.

    El carruaje se había detenido en una enorme plaza con un suelo blanco y negro, como un tablero de ajedrez. Una veintena de alabarderos, firmes y colocados en fila, protegían la gran entrada al palacio, una enorme puerta abierta con dos altas puertas que se abrían hacia adentro.

    –Bienvenido al Palacio Real de Vitreya, su excelencia. –Dijo un rápido sirviente que llegar e hizo una reverencia.

    –Al fin alguien usa el tratamiento nobiliario adecuado. –Opinó en voz alta. –Muchas gracias, quiero hablar con el Primer Ministro. Es una urgencia.

    –Sí, por supuesto. Ahora mismo le haré saber que el Duque de Oreste solicita su presencia.


    *****​


    Tras quince largos minutos de espera en una inmensa sala acompañado de una copa de Whisky el Primer Ministro Arias, elegante hombre vestido completamente de azul marino y detalles blancos, dos medallas en el lado izquierdo del pecho, nariz gruesa y una peluca de tonos blancos mezclados con los pocos pelos rubios que le quedaban.

    –Siento la espera. –El Duque estiró el brazo hacia el Primer Ministro para darse un apretón de manos.

    –No se preocupe, sé que son malas horas para molestarle. Pero veía la urgencia. –Dijo mientras observaba que Arias llevaba la camisa interior medio sacada.

    –Claro, sé de sobra que no vendrías de no ser así. Cuéntame.

    –El mundo se está moviendo. Es deseado por muchos que el equilibrio cambie y el incidente del Príncipe de Matrice es la clave. Gran Arthuria, Sibernia y Vineland son conocedores de lo que el capitán Tyler robó y ahora todos lo quieren.

    –¿Y qué propones? Ya hemos enviado una expedición con idea de rescatar el artefacto.

    –Tengo que hacer unas averiguaciones, pero quiero proponer a un hombre como jefe de expedición.

    –¿A quién?

    –Al hombre de dos vidas.



    ------------------------------------------------​

    NOTA DEL AUTOR: Espero que os haya gustado el capítulo, más extenso que los anteriores, pero se ha intentado mantener una lectura ágil. Muchas gracias Dark RS por tus comentarios y opiniones, se agradecen inmensamente.
     
    Última edición: 19 Enero 2020
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    32
     
    Palabras:
    1997
    5º Capítulo: “El martinico”


    El 10 de abril llegaron a la capital comercial y portuaria de Sibernia, Tribón, ciudad situada al oeste del Reino. La localidad, llena de edificios de blancas paredes cubiertas por plantas enredaderas y tejados bermellón, tenía un inmenso puerto que se perdía en el horizonte. Este sucio puerto lleno de vitalidad se interponía entre la hermosa población y las exóticas aguas turquesas. Era por ello que Tribón era conocido como el Zafiro de Sibernia.

    –Solamente tenemos que buscar la embarcación adecuada para partir hacia Askar. –Dijo Alphonse en busca de un edificio donde negociar el viaje con un capitán de barco.

    –En Askar tendremos una situación complicada. Las dos personas que buscamos son muy escurridizas. A fin de cuentas, ambas tienen que serlo para poder sobrevivir. –Añadió Bertans.

    –Más complicado creo que será convencerlos para que se nos unan. –Opinó Pierre.

    –No creas. Dhalion es un aventurero y Sigmund buscará huir de los intentos de asesinato. Solamente tenemos que tirar de la pieza adecuada. –Comentó el líder de la expedición.

    –De momento nos espera un viaje de al menos dieciocho días, si no son más. Tenemos tiempo para planear una estrategia.


    *****​


    Aunque el trio estuviera encerrado en un barco durante dieciocho ocasos, el Duque no cesaría con sus investigaciones. Los dos acompañantes de Pierre le habían parecido muy sospechosos y el rostro de Alphonse le resultaba conocido. Es por ello que en pocos días descubrió la identidad del explorador al revisar unos viejos periódicos. Una vez hallada esa información, el resto consistió en hacer las preguntas adecuadas en sus redes. Cuando obtuvo todo lo que quería volvió a reunirse con Primer Ministro Arias en el palacio real.

    –¿Así que Pierre Augier se ha unido a una expedición? ¿Con Alphonse Flinders?

    –¿Lo recuerdas?

    –Sí, sí… –Dijo el hombre mientras leía por encima unos papeles entregados por el Duque. –Se volvió famoso en su primera expedición. A la isla de los guivernos. La cartografía y los estudios botánicos y zoológicos de aquella empresa fueron increíbles.

    –Pues parece que últimamente ha estado en círculos muy cercanos a la monarquía de Gran Arthuria, posiblemente contacto directo con el monarca.

    –No le veo el problema hasta ahora. ¿A dónde se dirige esta expedición?

    –No conozco los detalles, pero parece que quieren ir al Mar Bóreo. ¿No te parece mucha casualidad?

    –¿Crees que…?

    –Estoy prácticamente seguro de que no es una casualidad. No sé quién maneja los cables de todo esto, ni siquiera si el mismo Alphonse es consciente de lo que sucede, pero estoy seguro de que van en busca del Príncipe de Matrice.

    –Entonces, esto es más serio de lo que parece.

    –¿Ha tenido en cuenta lo que le dije? El hombre de dos vidas, Diego Antonio Fernández de Olivanza.

    –No le hemos comunicado nada.

    –¿Y a qué esperas? –Dijo el Duque de Orestes en un tono cortante y aparentando estar a punto de perder los estribos.

    –Ese hombre se encarga de la protección de los miembros reales, al igual que finaliza con cualquier intento de revolución incluso antes de que éstas comiencen. Lo necesitamos en el Reino.

    –Primer ministro, no entiende la situación. Si se lo pedí, era por mera educación. Parece que no le importa mucho que el pueblo comience a tener una explicación de por qué su primer ministro tiene la peluca torcida y la camisa mal metida en el pantalón constantemente.


    *****​


    28 de abril. Ante las aguas del Océano Atalante, llenas de algas verdes con alguna rojez granate, se encontraba el Puerto de Askar. El puerto, lleno de metálicas grúas, era una enorme estructura creada sobre guijarros de tamaño medio y cemento que rodeaba toda la isla. El centro de la ínsula estaba lleno de casas organizadas en calles que se cruzaban de forma anárquica entre ellas. Los edificios no eran muy altos, rara vez sobrepasaban los dos pisos, eran de color blanco, aunque sus puertas estaban pintadas de verde y los bordes, con idea de separar una casa de otro, tenían un color diferente que difería entre un azul marino, un amarillo mostaza y un ligeramente oscuro rojo.

    –Tenemos un barrio lleno de martinicos. ¿Cómo buscamos una aguja en un pajar? –Preguntó Bertans.

    –Preguntando seguro que no. Le tienen mucho aprecio a Dhalion, por lo que no confiaran en nosotros. –Añadió Pierre.

    –Entonces acudamos al principal bar de los martinicos. –Dijo Alphonse. –La Flauta de Pan.

    Conocer dónde se encontraba el barrio de los pequeños hombres no era muy difícil porque todos entraban o salían de allí. El barrio tenía edificios iguales a los del resto de la isla, pero las calles eran mucho más estrechas. A los lados había numerosas tiendas en las que se vendía todo tipo de frutas, lo que daba un aspecto mucho más colorido a la calle.

    El destino, la Flauta de Pan, era una edificación de tres pisos notablemente separado del resto. Frente a él tenía una pequeña plaza, también llena de vendedores, pero acompañados de diferentes espectáculos. Rodeado por un gran jolgorio coronaba la cantina, una casa de peculiar forma que intentaba imitar a un blanco castillo con las torres algo torcidas.

    –¿Dices que los martinicos se ofenden cuando insultas a la leyenda? –Preguntó Pierre.

    –Mucho. –Respondió Bertans. –Su derrota ante Sibernia creó un gran trauma en su población, un grave sentimiento de humillación, sobre todo entre los soldados que lucharon.

    El trio entró en la posada y nada más cruzar la puerta bajaron cinco escalones de madera. Tenían ante ellos una enorme sala llena de mesas redondas y, tras las mesas, una larguísima barra donde trabajaban tres camareros. Había martinicos por todas partes, pero también había personas de estatura normal e incluso alguna otra raza. El bullicio era absoluto, había gente peleándose y de vez en cuando algún disparo se quedaba clavado en un techo reforzado para que no fuera atravesado.

    –¿Este es el infierno? –Dijo un sorprendido Pierre.

    –En sí la isla entera podría considerarse un infierno. –Respondió Alphonse.

    –Hace medio siglo Gran Arthuria y Sibernia acordaron no ser dueños de la isla, dando lugar así a un país pobre, inestable y corrupto. Los criminales usan este lugar como refugio, mientras que los gobiernos utilizan el Puerto de Askar como parada necesaria antes de cruzar el Océano Atalante. –Añadió Bertans.

    –¿Qué demonios es eso? –Volvió a preguntar el forense al ver un apuesto hombre joven con dos grandes cuernos de macho cabrío rodeado de jóvenes mujeres echadas sobre él.

    –Ni lo mires. Es Hilbert, un proxeneta de niños. Es uno de los dueños de los bajos fondos de la isla. Mejor no meternos con los bajos fondos. –Dijo Alphonse.

    Llegaron a la barra, lugar donde pidieron tres cervezas. Después, se giraron y se colocaron de espaldas a la barra.

    –Mi informador de Tribón me confirmó que Dhalion se encontraba en esta isla y que todos los días a esta hora regenta esta taberna. Buscamos a un martinico que rara vez está solo, es adorado por sus compatriotas y no bebe, a no ser que sea una competición.

    –Eso limita mucho la búsqueda, aquí todos están bebiendo. –Dijo Bertans.

    –Tantos que muchas mesas tienen las jarras acumuladas. Eso puede despistarnos. –Añadió Alphonse. –Tenemos que fijarnos si están concursando o no.

    –Tengo una idea. –Dijo un convencido Pierre de sonrisa pícara.


    *****​


    Vestido de negro, un hombre ascendió por las escaleras de una casa abandonada hasta llegar al techo con un arco en la mano. Observó a su alrededor, en busca de una buena posición para su objetivo y cuando creyó tenerlo, sacó una flecha de su carcaj. Apuntó a un corpulento hombre en una ventana. Este era enorme, además de estar protegido por una gran armadura de hierro. En la cabeza llevaba un yelmo decorado con dos cuernos, objetivo de la flecha especial que el hombre usaba.


    *****​


    –El otro día me vino un martinico contando milongas de ese héroe que tienen, ese enano que se creía capaz de someter un Reino entero. Menudo fanfarrón, seguro que ese supuesto Dhalion no mató ni a un solo soldado siberniano. –Dijo Pierre, en voz alta, sentados alrededor de una mesa en la que los tres bebían cerveza.

    –¿Qué pretendes? –Dijo Bertans preocupado.

    –Sí, sí, claro. El paleto que ganaba batallas hablándole a los Bielumu. –Siguió Pierre al ver que muchos martinicos lo miraban mal.

    –Cuidado con lo que haces… –Dijo Alphonse con la boca pequeña.

    –¿Qué me va a hacer ese liliputiense?

    –Deberías cerrar esa boca de mierda. –Dijo un martinico mientras se levantaba de una de las mesas y se acercaba. Sus compañeros lo siguieron.

    –Igual tenemos que enseñarte de lo que somos capaces. –Dijo otro de ellos.

    –¿Vais a venir en fila o todos a la vez? –Retó Pierre mientras observaba que uno de ellos no se levantaba.

    –Encima arrogante… ¿Tus amigos también van a ayudarte a salir vivo?

    –No, tranquilo. Prefiero disfrutar de la cerveza mientras observo. –Dijo Alphonse.

    –¿Él no se levanta? –Señaló rápidamente al pequeño hombre de atrás con su dedo.

    –Caballeros, sentaros. Creo que me habéis dejado en evidencia. –El martinico sentado decidió levantarse. –Algo me dice que me estaba buscando.

    –¿Te pago una cerveza?

    –Únete al concurso.


    *****​


    El encapuchado de negro tiró de la cuerda del arco y respiró tres veces mientras seguía la cabeza de la futura víctima. Se movía de un lado para otro, por lo que dificultaba el disparar. De repente, el hombre miró por otra de las ventanas, una que daba hacia el oeste de la isla. No pasó ni un segundo y éste se marchó frustrando el intento de asesinato.


    *****​


    El trio se unió a aquellos martinicos en aquel concurso de beber, sin sentido alguno, ya que nadie ganaría más allá de una resaca. Bertans, experimentado en mil cervezas, había pillado el ritmo de los pequeños. Dhalion había perdido el interés en beber y comenzó a conversar a solar con Alphonse.

    –¿Por qué me habéis estado buscando?

    –Tengo una oferta para ti. Una compañía.

    –Eso suena interesante. –Dijo uno de los amigos de Dhalion.

    –¿Aventura peligrosa? –Dijo otro.

    –¿Mortal?

    –¿Buena recompensa?

    –Llegar al Mar Bóreo. –Dijo Alphonse contento, viendo que sería fácil convencerlo. –Así que tendrás que abrigarte bien.

    –¿Desde donde pretendéis ir al mar Bóreo?

    –Desde el centro del Continente de Atharia. –Los martinicos pusieron cara de interesante mientras soltaban un grito vacilón. –Habrá que abrigarse bastante.

    –Me gusta la idea… –Pensó Dhalion en voz alta. –Cuéntame más detalles, y sacad otra cerveza para Bertans. Parece que tiene sed.

    Las horas pasaron, y Alphonse aprovechó su nueva compañía para encontrar al siguiente objetivo, Sigmund. Ellos no dudaron en buscar información y tampoco les fue difícil, en aquel barrio se sabía todo. Más fácil aún para el héroe de los conquistados. Para el anochecer, ya tenían la ubicación del hombre.


    *****​


    El intento de asesinato volvió a la carga ya una vez la noche había llegado. Esta vez no podía perder la ocasión. El sujeto por el que había cobrado una buena cantidad de dinero se sentó de espaldas a la ventana, por lo que estaba todo listo. En aquel escondite entre dos chimeneas tensó la cuerda y disparó, dando de lleno en la cabeza. La flecha rebotó, pero extrañamente salieron algunas gotas de sangre.

    –Se habrá clavado la punta… –Pensó al ver que el cuerpo se caía de lado.

    –Pobre ingenuo. –Dijo una voz tras de sí.

    Se dio la vuelta rápidamente y observó como dos hombres lo miraban. Le eran conocidos, había escuchado sobre ellos, y estaba en problemas.

    –Vaya, vaya, vaya… –Dijo mientras sacaba otra flecha del carcaj y apuntaba al más delgado de los dos. –Magnus y Arteos, las Piernas del Infierno y el Cazador, vienen a por mí. Interesante trampa me habéis preparado.

    –Deja el arco y asume tu muerte. –Dijo Magnus observando que le apuntaba.

    –Sigmund, ha llegado tu hora. –Dijo Arteos mientras cogía sus dos puñales de la cintura y se colocaba en posición de combate.
     
    Última edición: 19 Enero 2020
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Me referiré a los capítulos individualmente.

    Capítulo 04:

    ¿Quién cuenta el chiste del cura? ¿El Duque? Porque la verdad quedó medio extraño ese chiste tan de repente sin saber quien los soltó. Luego el Duque realiza un chiste, así que supongo si fue él, aunque hay que llegar hasta ese punto para suponerlo. Si es gracioso, por cierto.

    En los caso que se le habla a alguien, se separa con una coma, ya sea nombre apodo, o en este caso el caballeros. "¿Qué desean, caballeros?"
    No aplica si no se les habla. "¿Qué desean los caballeros?"

    "Pero, agente..." Supongo era agente la palabra, ya que "gente" no parece coincidir tanto. Tal vez me equivoque.

    "mando"

    Me parece que Pierre no pensó tanto cuando llegó el momento de la verdad para atrapar al padre del Duque de Orestes. Una camisa conseguida de forma ilegal, por un desconocido en la ciudad, con antecedentes debo agregar, cuya procedencia es imposible de determinar, no es prueba para nada. Ese hombre debió solo guardar silencio y no decir nada. Al final confesó y eso hizo que cavara su propia tumba, pero, de no ser por eso, no creo pudieran arrestarlo.

    Y supuse el Duque de Oreste pediría mataran al forense por encerrar a su padre. Que fue lo mismo que pensó Piers. Aunque supongo que esa posibilidad no ha sido descartada aún.

    Capítulo 05:

    ¿Ese "no" está de sobra? ¿Quieres decir que habían personas de tamaño "normal" o que no las habían?

    Me pregunto quién era el objetivo de ese encapuchado. Y más importante, quién es ese encapuchado. Me gustaron los apodos de Magnus y Arteos; "Las Piernas del Infierno", supongo por ser veloz, y "el Cazador".

    Pierre y su estrategia de insultar Martinicos para hacer salir al que buscaban funcionó muy bien. Aunque sigo pensando que debieron darle al menos un golpe por el comentario hecho. Se lo tenía merecido.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    1984
    6º Capítulo: “La desconfianza del sicario”


    Alphonse, Bertans y Pierre, habiendo dejado a los martinicos en la posada, acudieron en busca del nuevo integrante. Ya de noche llegaron al destino, un humilde hostal al oeste de la isla.

    –¿Es aquí? –Preguntó Pierre.

    –Así es. Aunque no parece que esté en su habitación. –Respondió Alphonse mientras miraba la ventana de la habitación indicada.

    De repente, una flecha pasó por encima de ellos y entró en una de las ventanas.

    –Eso ha sido… –Dijo Bertans preocupado mirando a Alphonse.

    –Sí, una flecha. El arma característica de Sigmund.

    –Ha venido del tejado de ese edificio. –Continuó Pierre mientras retrocedía para ver el agujero en la ventana.

    –¡Vamos! –Dijo Alphonse mientras salía corriendo.

    *****​

    Sigmund no cesó en apuntar a Magnus, un hombre de largas y robustas piernas. El otro, de ropajes orientales y la cara cubierta por un pañuelo, se mantenía amenazante con sus dos dagas.

    –No me voy a rendid. Lo único que me queda por perder es mi vida. –Dijo el arquero con su rasgada voz.

    Soltó la flecha, siendo rápidamente esquivada por un flexible Magnus que dobló su columna hacia atrás. Arteos se abalanzó intentando realizar un corte en el cuello con la daga derecha, pero Sigmund lo esquivó con un solo paso atrás. Con su arco detuvo la otra arma y pegó un duro cabezazo que luego acompañó con una patada.

    Arteos cayó hacia atrás, pero Magnus ya estaba encima tras dar un salto. En el aire, asestó una tremenda patada en la cara de Sigmund, tirándolo al suelo. Acto seguido lo cogió por la cabeza e intentó tirarlo al vacío, pero Sigmund se resistió como pudo. Se agarró a una de las piernas, muy desorientado y, en un breve momento de lucidez, mordió su gemelo con todas sus fuerzas.

    Magnus gritó de dolor al aire al notar como le desgarraban un trozo de su gemelo. Rápido, sacudió su pierna reiteradamente para que se le soltara. Arteos, con uno de los dos cuchillos, se acercó con idea de clavárselo. Sigmund fue pisado en la espalda por Magnus evitando que se levantara. Se vio perdido.

    –Yo que tu no haría eso. –Dijo una nueva voz. Se giraron y vieron como Pierre los apuntaba con un arma. A ambos lados lo acompañaban Alphonse y Bertans.

    –¿Traías compañía? –Dijo Magnus extrañado.

    –Es inútil. A treinta pies una pistola no te servirá. –Arteos, sin dudarlo un segundo, intentó asestar el cuchillo.

    Pierre, sin pensárselo dos veces, disparó. Todos, en silencio, se quedaron inmóviles tras ver la llamarada chispeante del arma. Dos segundos fueron necesarios para que repararan en que Arteos estaba herido. Se tambaleó unos pocos pasos, con una sangrante herida circular en la espalda, a la altura del corazón. Finalmente, liberó su última bocanada de aire y se desplomó, cayendo del techo del edificio sobre un carruaje de la calle.

    –Malditos… –Dijo Magnus, cojo y dolorido, mientras sudaba frío.

    –Creo que estas jodido… –Se rio Sigmund.

    –Largo. –Dijo Pierre.

    –Una mierda… –Las Piernas del Infierno no se rindieron.

    En un ágil movimiento asestó una patada en la entrepierna de Sigmund, dejándolo fuera de juego durante unos segundos. Después, se lanzó contra Pierre, el cual aprovechó su arma para golpear la cabeza de Magnus. Este último se agachó para esquivar el golpe y lo placó, acabando los dos en el suelo. Sin detenerse, se levantó y apoyó su pierna en buen estado para hacer un giro de cuerpo y clavar otra patada en el rostro de Alphonse, que estaba acercándose para pelear.

    Bertans tampoco se quedó quieto y aprovechó que su oponente tenía la pierna en el aire para meterse debajo, agarrarlo de la otra, levantarlo y tirarlo al suelo. La pierna que estaba en el aire, ensangrentada, se quedó sobre su hombro. Ahora encima de él, el bonachón comenzó a pegarle una y otra vez en la cara, pero el asesino no quedaba inconsciente. De repente, cambió de parecer y decidió agarrarlo por la herida del gemelo, haciendo que Magnus se retorciera de dolor.

    –¿Cuántos sois? –Preguntó Sigmund.

    –Que tontería… –Dijo Magnus con una sonrisa forzada, mostrando sus dientes sangrantes. –Arteos y yo.

    –Mentiroso… –Interrumpió Pierre al ver que la victima de Sigmund, al otro lado de la calle, se levantaba y lo miraba fijamente. –¿El grandullón ese también es parte del plan no?

    –No me jodas… –Dijo Sigmund mientras se levantaba con las piernas temblorosas. –Esto pinta mal.

    –¿Quién es?

    –Otón. El autoproclamado Señor de la Guerra.

    –¿Qué hacemos con él? –Preguntó Bertans mientras mantenía la presión sobre el otro para que no huyera.

    –Tranquilos. Es otro de los asesinos enviados por el Emperador de Phinia a matarme. No hace falta que os manchéis las manos. –Sigmund cogió su arco y anduvo hasta Magnus. –Por favor, apártate. –Bertans se lo pensó un segundo y se retiró.

    –¿Crees que este es mi fin?

    Magnus, con sus fuertes brazos, empujó su cuerpo hacia arriba, dando con la planta de sus pies en el arco. Acto seguido, ayudado por una pirueta lateral, cogió carrerilla hacia el final del tejado y saltó. Bertans intentó interceptarlo, pero era demasiado rápido. Con sus dos manos cogió el borde del tejado del otro lado y, tras un leve golpe de bíceps, se subió y continuó huyendo.

    –¿Cómo se nos ha escapado? –Dijo Bertans sorprendido por el ágil hombre.

    –Es Magnus, las Piernas del Diablo. Es famoso por su lucha con patadas, flexibilidad y agilidad.

    Alphonse se acercó a Pierre y se puso a apenas unos centímetros del oído.

    –¿De dónde has sacado esa arma?

    –Siempre la llevo encima, por si acaso. Tenemos que tener cuidado, más ahora que hicimos daño al Duque de Orestes.

    –Caballeros. –Dijo Sigmund mientras tiraba su arco. El último golpe de Magnus se lo había astillado. –No sé qué intenciones tendréis, pero hay un muerto ahí abajo. Deberíamos irnos antes de que tengamos problemas.

    *****​

    Una mujer, a la luz de la creciente luna, bebía ron mientras observaba la luz del faro a través de una ventana. Ésta, tenía un negro pelo que se camuflaba en la oscuridad, pero sus ojos en cambio eran de un rojo que atemorizaba en medio de la noche.

    –Arteos… –Dijo mirando al techo pensativa.

    Rápidamente pegó otro trago, soltando una lágrima.

    *****​

    –Y bueno, contadme. ¿Quiénes sois y qué queréis? Nadie ayuda a nadie en esta ciudad de forma gratuita.

    –Queremos matarte. –Bromeó Pierre.

    –Que cachondo… –Respondió Sigmund.

    –Estamos preparando una expedición y queremos que te unas. Unas infernales vacaciones por el Mar Bóreo creo que te quitarán de encima los asesinos por una temporada. –Explicó el líder.

    –¿Conocéis mi situación? Eso os hace sospechosos. Como entenderéis, tengo que tomar la mayor de las precauciones.

    –Es por ello que te traigo la información que necesitas, aunque puedes estar tranquilo. Asesino a sueldo eres el único. –Sigmund dirigió una mirada furtiva hacía Pierre. –Vale, sí, aquí todos hemos matado a alguien alguna vez. Pero ninguno tiene relación con el Imperio de Phinia, salvo Pierre, que de hecho es un criminal buscado.

    –¿En serio?

    –Acusado de contrabando y nigromancia. –Bertans miró extrañado a Pierre, siendo desconocedor del segundo cargo.

    –Alta traición.

    –Podrían habernos ejecutado juntos en la guillotina. –Dijo Pierre de forma burlona.

    *****​

    Sigmund tenía guardadas sus cosas en un pequeño hostal escondido, aunque nunca repetía de estancia dos noches seguidas. El lugar era un auténtico tugurio, pero era el tipo de sitios donde pasaba desapercibido.

    Después de un largo día, al fin, se dispuso a tumbarse sobre su cama. Aparentemente viviría un día más. Apoyó su cabeza en la almohada y cerró los ojos. Un segundo después su cabeza fue envuelta por una potente explosión.

    *****​

    A la mañana siguiente Alphonse, Bertans y Pierre habían sido citados en la puerta de aquel feo y dejado hostal. Extrañados porque Sigmund no aparecía, decidieron adentrarse. Preguntaron en recepción y subieron escaleras arriba hasta llegar a una de las puertas de madera medio podrida y llenas de moho. Alphonse tocó a la puerta tres veces, escuchándose adentro un pequeño revuelo.

    –¿Sigmund? ¿Estás ahí?

    –Sí. –Respondió serio y desconfiado.

    –¿Estas bien?

    No hubo respuesta. Se miraron entre sí dudosos de lo que estuviera ocurriendo.

    –¿Ha pasado algo? –Preguntó Pierre.

    –Como toquéis la puerta os meto un flechazo. –Los tres decidieron apartarse de la puerta y colocarse a los lados.

    –No se qué ha ocurrido, pero nosotros no hemos tenido nada que ver. –Explicó Alphonse.

    La respuesta de Sigmund fue un flechazo que atravesó la puerta y se clavó en la pared de enfrente.

    –Entiendo que desconfíes, nosotros éramos los únicos que conocían tu lugar de descanso. ¿Pero no has pensado que pudieron seguirte en algún momento?

    –Llevo años evitando a gente que me persigue e intenta asesinarme. Y te aseguro que siempre se quedan en intentos. Tengo el don de no ser atrapado por la muerte.

    –Mira Sigmund. –Continuó hablando el líder. –En menos de seis horas te han intentado asesinar dos veces. Si te unes a nuestra compañía podrás librarte de los intentos, pero hasta mañana el barco no sale de esta maldita isla. Déjanos ayudarte, adelantémonos a esos asesinos y mañana nosotros cuatro y el martinico partiremos a Nueva Albeny.

    –Nada más abrir la puerta me vais a pegar un tiro.

    Los tres hombres finalizaron la conversación al escuchar un sonido a cristales rotos que daría paso al ruido de la calle. Abrieron la puerta, observando que Sigmund había huido saltando por la ventana.

    *****​

    –No entiendo que ha podido pasar. La cantidad que puse tenía que ser suficiente como para destrozar su cabeza. –Dijo un pelirrojo despeinado, de blanca tez, muchas pecas.

    –Eso nos pasa por fiarnos de un lunático. Maldito pirómano… la misión se nos está yendo de las manos. –Dijo la mujer de ojos rojos.

    –Mis cálculos son infalibles. Nadie me había sobrevivido hasta ahora.

    –Pues tú me dirás. Le he visto saltar por una ventana y salir corriendo. Parece que esta bastante bien para estar sin cabeza.

    –A ver, calmaos. –Interrumpió Magnus. –De momento esperemos órdenes. Si el Emperador de Phinia está dispuesto a darnos toda esa recompensa a cada uno es por algo. Lo que no contemplábamos es que ayer aparecieran esos tres…

    *****​

    –Dhalion. Necesitamos tu ayuda. –Dijo Alphonse nada más llegar corriendo, preocupado y con la respiración agitada. Pierre, rezagado, llegaba totalmente exhausto.

    –Es la hora de comer. Os aconsejo que hagáis lo mismo. En Nueva Albeny se come muy mal. –Respondió mientras desgarraba una costilla del resto. Sus amigos martinicos también se aprovechaban del costillar.

    –Hemos tardado horas en encontrarte y no es que tengamos mucho tiempo.

    –¿No habéis logrado convencer a ese sicario?

    –Se ha complicado…

    –Oh, vaya. ¿Y para qué me queréis?

    –Unos asesinos van tras él. Queremos adelantarnos y echarle una mano.

    –¿Un grupo de asesinos? Anoche se cargaron a Arteos el Cazador. ¿No tendréis que ver no? –Alphonse no respondió, solo miró al suelo. –Oh…

    –¿Y pretendéis cargaros a los asesinos antes de que se carguen a otro asesino? –Dijo uno de los martinicos.

    –No es necesario matarlos. –Dijo Bertans, sintiéndose idiota casi al momento. Los martinicos se rieron al instante.

    –Solo los mataremos si es necesario. Podríamos meterlo en un barco, esposado, de camino a su país de origen.

    –¿Y cuántos asesinos son? –Preguntó Dhalion.

    –De momento, sabemos de las Piernas del Infierno, Magnus, y del Señor de la Guerra, Otón.

    –¿Otón? Sujeto interesante… ¿Nos apuntamos? –El martinico redirigió su mirada hacia sus compañeros, los cuales le respondieron afirmativamente con las bocas llenas de comida.

    -------------------------------------------------------------​

    NOTA DEL AUTOR: Dark RS, reitero mi gratitud por tu seguimiento. Las correcciones ya han sido añadidas al texto, como en anteriores ocasiones. De la misma forma, animo a que otros también dejéis vuestro comentario de opinión con idea de mejorar esta historia y lograr que os sea mucho más disfrutable. Reciprocidad ;P
     
    Última edición: 24 Enero 2020
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    Me gusta que no encontrara muchos detalles para señalar.

    A menos que sea un problema de habla del arquero, ahí debería decir "rendir".

    "estás"

    Si recomendaría que trabajaras un poco más en la narrativa para que los capítulos no queden ta cargados de diálogo. Algo que ayude un poco más al lector a ubicarse en el lugar donde se encuentran los personajes, lo que hacen, lo que sienten, etc.

    Lo que puedo comentar de este capítulo es el extraño comportamiento de Sigmund. Si se citó con Alphonse y compañía y luego intentaron, ¿volarle la cabeza? ¿quemarlo vivo? (o eso me pareció entender), se quedara en el cuarto en lugar de inmediatamente irse sin decir nada más. Incluso si el grupo llegó al momento de que ocurría el siniestro, lo más prudente hubiera sido escapar de inmediato. Especialmente si es una persona desconfiada de los demás, sobre todo con extraños aparecidos de la nada que lo ayudaron cuando casualmente lo buscaban.

    Se me hizo algo corto el capítulo, y como que no se avanzó mucho en la historia, fue más un retroceso, Sigmund confía aún menos ahora que antes que no los conocía.
     
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  11.  
    Zireael

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    ¡Hola! Al fin puedo ponerme en esto, voy a comentar el primer capítulo y en el transcurso de la semana seguiré con el resto.
    Veo que Dark ya te señaló algunas cosas, así que voy a intentar enfocarme en algunas cosillas diferentes que yo noté.

    Mi principal observación es de los diálogos:

    Son errores menores y bastante normales. Sucede que cuando la acotación del diálogo inicia con un verbo de habla (preguntó, dijo, mencionó, gritó, etc) este se coloca en minúscula y el diálogo no se cierra con punto, es decir:

    —¿Aquí encontraremos a los dos primeros expedicionarios? —preguntó Bertans.

    Por otro lado, cuando no se inicia la acotación con verbos de esa clase sí se coloca en mayúsculas y el diálogo se cierra con punto, ¿qué pasa entonces con el segundo diálogo que te señalo entonces? Que el punto no se coloca dentro de la acotación, sino luego del guion que vuelve a abrir el diálogo, es decir:

    —Esas eran las condiciones. —Alphonse cogió su bolsa y sacó un pequeño plano—. Como bien sabes [...]

    También ese "se" se siente fuera de lugar, perfectamente podría eliminarse.

    Lo siguiente:

    Voy a asumir que allí era llevada, porque si no pues como que no tiene mucho sentido.

    Ahora en otras cosas, siento que de repente te metes demasiado en las descripciones pero luego pasan cosas como que no nos describiste a los dos protagonistas más allá de la oración inicial, creo.
    No sé si es porque estoy empezando a leer a Tolkien (?) pero siento unas vibras de sus descripciones aquí xDD igual y sea común entre los escritores de este género, vete tú a saber porque no he leído prácticamente de fantasía/heroísmo/aventura. Lo señalo porque de repente me resultan igual de densas, no sé por qué, igual y es más por la estructura de la narración que por las descripciones como tal. Eso supongo que tendré que verlo en los capítulos siguientes.

    Por ahora, eso es todo, ¡nos estaremos leyendo!
     
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    Zireael

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    Y aquí vengo de nuevo~

    Quedé por comenzar el capítulo cuatro (esto lo digo más como para guiarme yo misma cuando vuelva a leer jaja). Señalaré cosillas puramente técnicas de los capítulos dos y tres.

    Esto es demasiado redundante, perfectamente puedes reestructurarlo para que digas destinos una sola vez:
    Aunque posiblemente encuentres en nuestros próximos destinos.
    Aunque en los próximos destinos posiblemente también encuentres.


    Pasó algo parecido con esto, perfectamente podía eliminar la coma y el segundo acercando:
    [...] con la derecha acercando el sable al cuello de Gamal.


    Y de nuevo, ese baja junto a bajaron choca un montón, podría ser:
    De la planta baja descendieron por unas escaleras al sótano...


    Aquí imagino que fue un dedazo: por.

    Aquí no sé qué pasó, honestamente, ¿paredes pintura beige? Color beige, tal vez, incluso tono.

    Asumo que debió ser papá~

    En este caso ese que, debería ser qué, porque se trata de una pregunta indirecta (sin signos de interrogación).

    Por demás, sentí más fluidos estos dos capítulos que el primero, a decir verdad. Lo que pasa es que a veces siento que cortas las oraciones con punto en lugares que perfectamente podrías colocar una coma, aunque esto también me pasa a mí xD quiero ver si en los siguientes se repite, porque no lo vi a lo largo de todo el texto, sino como en algunos párrafos.
    También me alegra comenzar a sentir un poco más de simpatía por los personajes, particularmente por Pierre, porque inicialmente me eran bastante indiferentes. Igualmente, con respecto al bloqueo que sufriste es bueno ver que a pesar de ello lograste un capítulo que se siente bien desarrollado, sin forzar nada, así que por esa parte te felicito.

    Por ahora no me queda más que decir, así que seguiré leyéndote luego.

    Saludos~
     
  13.  
    jonan

    jonan Jonan1996

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    Título:
    Expedición al Mar Bóreo
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    32
     
    Palabras:
    2334
    7º Capítulo: “Matar o morir”


    Sigmund, tras haberse quedado sin vendajes, robó unos con los que cubrirse su cara herida por las quemaduras de la explosión. En un recoveco entre dos callejones, sacó una botella que previamente había preparado con aceite de menta y unas extrañas hierbas alargadas de colores verdes, granates y con alguna pequeña mota amarilla. Untó las vendas en el brebaje y se las colocó por toda la parte dañada de su rostro.

    –Por qué poco… –Pensó en voz alta, recordando que el colocarse en una esquina de la almohada y el momentáneo uso de ese ungüento lo había salvado de no morir.

    Una vez acabada la cura continuó en busca de un lugar donde poder descansar o sino las hierbas no harían efecto.

    *****​

    El hombre que previamente acompañaba a la mujer de ojos rojos y a Otón se encontraba solo y preocupado. No entendía por qué su explosión había fallado. Volvió a hacer la delicada mezcla que, tras moldearla suavemente con dos varas metálicas, se quedó en una pasta gris. Cogió una esfera de madera y la dejó caer sobre la masa, ésta explotando al segundo. La esfera desapareció en cuestión de segundos.

    El hombre no entendía que podía haber ocurrido. Magnus, valiéndose de su increíble agilidad y flexibilidad, se había colado y escondido en la habitación de Sigmund. Una vez dentro, había escondido aquella masa dentro de la almohada para que explotara al recibir la presión de la cabeza. Sus sesos tenían que estar esparcidos por toda la habitación.

    El hombre decidió usar otro tipo de artimañas. Cogió un libro llamado Pyromantĭa y tras pasar varias páginas se detuvo en el capítulo de Capnomancia. Se acercó a una pequeña bolsa de cuero y buscó, por un lado, una brillante joya morada con la forma de un canto rodado que depositó en una mesa. Ésta emitía una tenue luz fluctuante. Por el otro lado, cogió un par de pequeños viales llenos de flores secas, uno con una base de jazmín y otra de adormidera. Depositó un poco de cada planta sobre un platillo de bronce con ocho marcas que apuntaban a los ejes cardinales.

    Con la gema en la palma de la mano caminó por la sala en busca del punto de mayor brillo. Ahí colocó el plato y con la ayuda de una lata de yesca encendió las hojas secas. Después, observó el humo.

    –No puede ser…

    Muy nervioso, corrió hasta la bolsa de cuero y cogió un cuchillo para cortarse un mechón de pelo pelirrojo. Un leve humo salió con fuerza hacia la ventana del oeste para apagarse de nuevo. Con la cara muy pálida y sudando frío, el hombre cayó al suelo.

    *****​

    –Bueno, martinicos. –Dijo Alphonse mientras salían del restaurante tras los enanos. –¿Cuál es el plan?

    –Pues tirar de contactos. Vamos a visitar a María Croquembouche, seguro que sabe algo. Eso sí, por el camino tenéis que contarnos todo. ¿Qué sabéis de ese hombre?

    –¿De Sigmund? Pues es un sicario buscado por el Imperio de Phinia.

    –Ya, eso ya lo sabemos todos. ¿Pero por qué?

    –¿Por qué tanto tiempo tras él? Ni idea. Solo sé que en el Alzamiento de 1790 estaba entre los dirigentes del alzamiento y bueno, el actual Emperador debía ser amigo de su infancia.

    –Qué bonita relación de amistad. –Bromeó Pierre.

    –El mismo Emperador fue asesinando a los dirigentes sublevados, sus compañeros, uno por uno. Como sabéis, lo que comenzó como un rayo de esperanza para el país pronto se convertiría en un duro gobierno lleno de persecuciones y ejecuciones.

    –¿Y por qué quieren matarlo? –Cuestionó Dhalion. –Quiero decir. Estando Sigmund en el exilio dudo que pueda hacer ningún daño al Imperio o al Emperador.

    –Esa es una pregunta que solo él te puede responder.

    Enseguida llegaron a su destino, una pequeña pastelería colocada en la parte trasera de un lujoso hotel. La puerta era pequeña y el trío tuvo que agacharse para entrar. Adentro, en aquella sala de paredes de madera elegantemente talladas y pintadas de blanco, se encontraban rodeados por todo tipo de postres. El cálido olor dulce del entorno ayudaba a salivar ante tan magnifica estampa, llena de magdalenas con virutas de chocolate, gruesas berlinesas, bombas de crema, gofres cubiertos de mermelada, rollos de canela y bizcochos de anís. En el centro, sobre una mesa redonda, una montaña de profiteroles organizados arquitectónicamente coronaba la sala.

    –¿Qué es esta maravilla? –Preguntó Alphonse mientras observaba a una martinico, sobre una banqueta, colocar más profiteroles.

    –Mi especialidad, guapetón. El croquembouche. –La mujer se bajó y dirigió la mirada hacia Dhalion. –¿En qué puedo ayudaros?

    –Necesitamos información, de nuevo. De hecho, la misma.

    –Me extrañó que ayer me pidierais la ubicación de ese hombre. Curioso ese tal Sigmund Feraud. –La mujer cogió de una bandeja más profiteroles y continuó colocándolos. –Hace años lo conocí, un hombre tremendamente seco y solitario. En el hotel he escuchado que esta mañana un hombre encapuchado ha saltado por una ventana. ¿Sabéis de quién huía?

    –¿Sabes dónde ha ido? –Dijo Dhalion insistente.

    –No. Pero si necesitaba un lugar de refugio posiblemente haya pedido refugio a Tim el Naufragador. Antes Sigmund realizaba trabajos para él. Ya sabes donde puedes encontrarlo.

    –¿Dónde? –Preguntó Alphonse.

    –En la Cala de los Naufragios.

    *****​

    El grupo, tras lograr la información, salió de la pastelería.

    –¿Quién demonios era esa mujer? –Dijo el bonachón, curioso por la martinico.

    –Es la dueña de este hotel. Tras enviudar heredó el hotel, aunque su afición es la repostería. El hotel se convirtió en un lugar de alta clase tras expandir el negocio a un nuevo mercado. La compraventa de información.

    Mientras Bertans y Dhalion hablaban, Alphonse se fijó en un viejo hombre sentado al otro lado de la calle. Éste tenía un pequeño espectáculo de luces y sombras que rápidamente hipnotizó al líder. Un extraño artilugio metálico impulsado por una caldera hacía funcionar a la máquina, haciendo girar algunos rodillos con figuras talladas y recubiertas de un grueso cristal. En su interior, una pequeña llama emitía la luz, haciendo que las figuras se vieran reflejadas en una blanca sabana.

    Unos cuantos críos observaban la sábana tan absortos como Alphonse.

    –¡Damas y caballeros! ¡Acercaos! ¡El espectáculo de Il Dottore Nosferatu está por empezar!

    –Esperad, esperad, esperad… –De repente, interrumpió Pierre. –Si esa mujer se dedica a la compraventa de información… ¿Podría vender o haber vendido esta misma información a alguien?

    –Es una posibilidad…. –Dijo Dhalion.

    *****​

    Tras pasar por el hotel con idea de que Alphonse y Bertans se armaran, junto con Pierre y Dhalion caminaron hacia el este de la isla, lugar donde se encontraba la Cala de los Naufragios. En el cielo se apreciaba la hora dorada. La bahía a la que llegaron era una zona apartada y de difícil acceso, una playa rodeada por barrancos de unos veinte pies de altura. La única forma de descender era una vieja escalera de madera podrida, algo ancha, y descendía haciendo un zigzag vertical contra la pared.

    La parte inferior tampoco era mucho más alentadora, siendo el arenal lugar para jubilar los barcos. Estos monstruos de madera flotante eran abandonados allí, todos en paralelo, y después, eran aprovechados para vivir. Los poderes de la isla jamás entraban en aquel lugar, pero el lugar estaba fuertemente protegido por unas milicias locales que no paraban de mirar al cuarteto. Eran los hombres al mando de Tim el Naufragador.

    Entraron en el lugar más protegido de todos, un enorme galeón abandonado un siglo atrás. A través de un grueso tablón subieron a la cubierta, lugar donde fueron detenidos por dos enormes gemelos, robustos, armados y con cara de pocos amigos.

    –¿Qué queréis? –Dijo uno de ellos.

    –Queríamos hacer una pregunta a el Naufragador. –Dijo Dhalion mientras se acercaba y le metía una pequeña bolsa de monedas en el bolsillo.

    –Está bien. –Respondió y caminó hacia una puerta al fondo. Poco antes de llegar se pararon junto a una mesa. –Tenéis que dejar las armas aquí.

    Alphonse liberó sus dos espadas, Bertans un largo cuchillo y Pierre dos pistolas sobre la mesa. Dhalion no llevaba armas, como confirmaron tras un leve cacheo. A continuación, entraron por dos elegantes puertas abiertas hacia ellos para entrar en una sala a oscuras. El sol ya no entraba por el gran ventanal del camarote del capitán y la única luz apreciable era una pequeña lampara de aceite sobre una mesa de gran tamaño. Tras la mesa, un gigante escribía sin reparar en la visita.

    Aquel hombre de poco más de ocho pies de altura tenía una larga melena ligeramente rizada que se le caía a la mesa, haciendo un hueco entre el campo visual de los hombres y el gigante. Vestía una larga túnica verde que caía como si fueran algas, aunque el hedor a humedad inundaba todo el camarote. Tras unos largos minutos en silencio, éste levantó la cabeza, se echó el pelo atrás y guardó la pluma.

    –¿En qué puedo ayudaros? –Dijo con una potente voz ronca.

    –Timothy el Naufragador, venimos a preguntarle por un hombre al que posiblemente estés protegiendo. –Comenzó Dhalion, que conocía al hombre. –Sigmund Feraud.

    –¿Si lo estoy protegiendo por qué debería deciros nada?

    –Porque se piensa que nosotros hemos intentado asesinarlo, pero queremos ayudarlo a deshacerse de los verdaderos sicarios.

    –Esa sería una buena mentira para tenerlo a mano. Y cuando menos se lo espere… ¡Bang! Pero no. No está aquí.

    –Déjenos hablar un momento con él. En este mismo lugar, a salvo de peligros. –Insistió Alphonse algo desesperado. –Si no logro convencerlo le prometo que no le haré perder más tiempo.

    –Vaya, vaya… el famoso explorador Alphonse Flinders suplicando mi ayuda… Un hombre leal a la corona como usted debe odiarme. Un héroe de Gran Arthuria, a las órdenes de su majestad.

    –No crea. Su imperio del contrabando de armas, a veces, tampoco se diferencia tanto de mis obligaciones. –Tim se rio con una profunda carcajada. –De acuerdo, cederé. Os daré la ocasión de hablar con él, pero antes de aceptar tenéis que tener en cuenta una cosa. En un futuro tendréis que devolverme el favor. Tal vez hoy, tal vez el año que viene, pero me lo devolveréis.

    Se miraron entre ellos dubitativos, pero no tenían otra. Aceptaron.

    *****​

    Tras recibir la orden, los gemelos se introdujeron en el galeón en busca de Sigmund, el cual estaba a buen recaudo en un camarote. La noche había llegado, por lo que tenían que ayudarse por pequeñas lámparas de aceite. Le explicaron a Sigmund la situación, no teniendo ocasión de réplica. En cuestión de minutos el sicario apareció frente a ellos, quedando sorprendidos por las vendas ligeramente ensangrentadas del hombre.

    –¿Qué demonios queréis? No me apetece perder el tiempo. Ni tampoco morir.

    –No somos los que han intentado asesinarte. Es más, vienen a por ti. –Dijo Alphonse.

    –Aquí jamás podrán llegar hasta mí. Timothy me debía un favor y lo he aprovechado, pero pronto desapareceré de nuevo.

    –Piensa un segundo. –Interrumpió Pierre. –Si nosotros hemos podido pagar por conocer donde estabas es cuestión de segundos que vengan.

    –¿Bromeas? –Dijo el gigante de forma arrogante. –Tengo cientos de hombres protegiendo este lugar. Hasta al mayor ejército del mundo tendría problemas en entrar.

    –¡Timothy! –Dijo uno de los dos gemelos de afuera. Poco después, el sonido de algunos tiros provenientes de la cubierta comenzó a escucharse.

    –Sigmund, quédate atrás. –Dijo Alphonse. Él y sus tres compañeros se pusieron alrededor de la puerta.

    –Hazles caso. –Dijo Thimoty mientras se levantaba de su sitio. El hombre anduvo algo agachado, de forma algo torpe, pero logró coger lo que parecía una campana alargada de oscuro hierro. Con las dos manos cogerlo y se acercó a la puerta.

    –¿Qué es eso? –Preguntó Bertans intrigado.

    –Un cañón de mano. Si queréis salir vivos de esta y ganaros la confianza de Sigmund, corred hasta las armas de la mesa y echadme una mano.

    El hombre, sin previo aviso, encendió la mecha del arma y abrió la puerta de una patada. En un rápido vistazo observó el exterior para apuntar su arma y en cuanto vio a un enorme hombre esperó a que el arma se disparara. El objetivo, el Señor de la Guerra Otón, se tiró al suelo y logró esquivar a duras penas la bala de cañón, llegando a clavársele algunas astillas en la pierna.

    El cuarteto, aprovechando que Tim los estaba cubriendo, corrieron hasta la mesa. Rápidamente cogieron las armas. Dos asesinos aparecieron de la nada, tapados con ropajes oscuros, pero fueron interceptados por los gemelos. Uno de ellos pegó unas rápidas patadas al gemelo para finalmente tumbarlo y ahí dispararle un tiro a bocajarro. El otro, con dos cuchillos curvos en mano, abrió la garganta del segundo gemelo tras un breve enfrentamiento.

    –Mierda… –Dijo Timothy al ver la muerte de sus compañeros.

    –Esos dos… –Sigmund no pudo evitar mirar. –Esas patadas son inconfundibles. Es Magnus. La otra mujer… Sí, esos cuchillos son inconfundibles. Es Saranah, la Tormenta de Arena.

    –Caballeros. Pueden darse por vencido y entregarnos a Sigmund. –Una voz, sobre ellos, dirigió sus miradas. Sobre la puerta, en la barandilla que rodeaba la tolda, estaba sentado un pelirrojo hombre.

    –Ese es Gaskins el Ignifugo. Ahora lo entiendo… seguramente el fue el que intentó volarme la cabeza.

    El hombre cogió una lámpara que tenía a mano y la tiró sobre la cubierta. Instantáneamente, un aceite previamente rociado cogió fuego creando un circulo de fuego de cierta altura. Dentro del círculo solo quedaban nuestros protagonistas junto a los cuatro asesinos.

    –Caballeros. –Dijo Alphonse. –O salimos rápido de la zona de combate o arderemos junto al galeón.

    -----------------------------------​

    Nota del Autor: Una vez más, reitero mi gratitud a vuestros comentarios y correcciones. Balam, de momento no he editado los fallos en el Tema, pero sí en mi Word. Más adelante, cuando finalicen las correcciones y alguna que otra posible modificación, lo editaré. Una semana más, os traigo el capítulo, espero que sea de vuestro gusto.
     
    Última edición: 1 Febrero 2020
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  14.  
    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos

    "Depositó"

    "caminó"
    Lo de la "lata de yesca" sigue sin convencerme. Quizás si dijera algo así como: "una lata llena de yesca", o algo por el estilo.

    Revisa esta oración, le falta sentido. Es como si hubieran dos ideas mezcladas que al final no tienen sentido.

    "el trío"
    "elegantemente talladas y pintadas"
    "ante tan magnífica estampa"

    ¿Martinico es una palabra sin género? ¿Da lo mismo si se refiere a hombre o mujer? Lo pregunto para saber si está bien usado martinico en lugar de martinica para referirse a una mujer de esa raza.

    "fijó" "hacía"

    "mando"

    "pararon junto a una mesa"
    Suponiendo no se pararan sobre la mesa.

    "echadme"

    ¿Seguro que la palabra ayudados es la que se usa ahí? Interceptados o enfrentados tendrían más sentido.

    No me suena muy lógico que el Naufragador confiara tan rápido en el grupo de Alphonse como para darles de vuelta sus armas. El tiempo entre su llegada y el ataque es demasiado conveniente como para ser casualidad. Y que antes les permitiera hablar con Sigmund es muy torpe de su parte. Pero supongo que al final todo resultará bien, pero para el grupo, porque Tim el Naufragador se va a quedar sin guarida y hombres, suponiendo logre sobrevivir al ataque.

    Ya solo queda espera la lucha entre los asesinos el grupo de aventureros que algún día irán al Mar Bóreo. Espero verla y que sea emocionante.
     
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    jonan

    jonan Jonan1996

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    Una vez más, Dark RS muchas gracias. Los detalles descubiertos los he editado, aunque realmente escribo para resolver el tema del uso de la palabra Martinico.

    Como algunos sabréis, es una raza cuyo nombre está basado en los duendes existentes en diversas mitologías de la Península Ibérica. Creo que de forma general, por lo que he investigado, tienen apariencia masculina. Una vez explicado esto, vendrían mis dos dudas.
    Por un lado, creéis que hacer una diferencia de género queda mejor. Es decir, el martinico y la martinica, o por el otro, el y la Martinico.
    ¿Y en segundo lugar, para nombrar la raza se hace con una minúscula o mayúscula? Al principio usé una letra mayúscula, pero más adelante edité esto, creyendo que su uso era innecesario y posiblemente incluso incorrecto.
     
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  16.  
    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

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    Saludos.

    En lo referente a los gentilicios, normalmente se escriben en minúscula. Aunque yo, en una de mis historias, siempre uso el gentilicio de dos razas en mayúscula, pero eso es solo porque se supone que en esos países ficticios es común hacerlo de esa forma, como una costumbre de esos lugares. Pero lo normal es que se use minúscula. Pero no suelo corregir este hecho en otros escritos porque no sé si no sucede lo mismo internamente.

    En lo que se refiere a mi pregunta, muchas veces, que parece que el gentilicio tiene género, se suele usar una a en el femenino. Ej: guatemalteco y guatemalteca, colombiano y colombiana.
    Pero, si en tu mundo es correcto decir la martinico, porque es costumbre de la raza, técnicamente no es algo que se pueda decir está mal, ya que vendría a ser una costumbre dentro del mundo. Pero mi duda es saber si lo pensaste así o solo no sabes si usar o no el gentilicio martinica.

    Claro que esta es mi opinión personal y quisiera ver que más opinan los demás.
     
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  17.  
    jonan

    jonan Jonan1996

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    Título:
    Expedición al Mar Bóreo
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Aventura
    Total de capítulos:
    32
     
    Palabras:
    4243
    8º Capítulo: “Secretos”

    –Esperad, esperad, esperad… –Pocas horas antes, interrumpió Pierre. –Si esa mujer se dedica a la compraventa de información… ¿Podría vender o haber vendido esta misma información a alguien?

    –Es una posibilidad…. –Respondió Dhalion.

    –Entonces, alguien debería vigilar el lugar. Mantenerse oculto y capturar a quien compre esa información.

    –Dhalion. –Dijo uno de los martinicos. –Tú conoces a Tim el Naufragador, deberías ir. Nosotros nos encargaremos de atrapar a algún cabrón.

    –¿Estáis seguros?

    –Claro, a Tim dudo que le guste que vayamos tanta gente. De ocurrir algo iremos a avisaros.

    Y de esa forma los cinco martinicos, ocultos en las inmediaciones, vigilaron la entrada. Además, otro de ellos entró por la parte delantera del edificio a través del hotel. Tras cruzar unos estrechos pasillos, puso la oreja en la puerta que daba a la pastelería.

    No tuvieron que esperar ni diez minutos para que un hombre entrara.

    –Perdone, señorita. –Escuchaba el martinico tras la puerta. –Hace poco unos hombres han venido a preguntarle por una información. ¿Podría darme la misma?

    –Creo que se está equivocando señor. Yo solo soy una humilde repostera.

    –Tengo mucho dinero.

    –Pero señor, no puedo darle lo que no poseo.

    –Ciento cincuenta libras.

    –Hecho.

    *****​

    –¡Estáis quemando mi casa! –Gritó Timothy lleno de rabia.

    Éste se abalanzó contra Otón, el cual lo esperaba. El gigante asestó un puñetazo que el otro, con una mano, detuvo con facilidad. El atacante se vio sorprendido por la fuerza del otro.

    –¿No te lo esperabas?

    –No me esperaba que los mitos sobre tu casco fueran ciertos.

    –Pues observa bien porque la guerra nunca decepciona.

    El de la armadura cerró su puño derecho y asestó un puñetazo en la cara de Tim una y otra vez, sin soltar el enorme brazo del gigante. Éste, con su brazo izquierdo, intentó agarrar la cabeza del otro, pero este se zafó dando un salto atrás.

    Otón levantó sus brazos en posición de combate y pegaba algunos saltos de lado a lado tanteando a su objetivo. Timothy comenzó a impacientarse, liberando su puño derecho, siendo esquivado con facilidad. Seguido, habiendo dejado el costado al descubierto, el gigante recibió varios puñetazos.

    Un grito llamó la atención de los dos. Era Pierre que, en un momento de locura y envuelto en llamas, se había abalanzado contra Gaskins. El tremendo placaje, junto al salto final, hizo que ambos se cayeran a la playa.

    –Ese hombre no está en su sano juicio. –Dijo Bertans tan sorprendido como el resto.

    –Pero es el mejor marinero de agua dulce que tenemos. –Respondió Alphonse mientras retenía uno de los cuchillos de Saranah con su espada.

    –Para eso tendrá que llegar vivo a Atharia. – Dijo Bertans que, junto con Dhalion, corrían a ayudar a Tim.

    Alphonse se centró en la asesina, comenzando un combate mucho más ágil. Las cuchilladas eran esquivadas y devueltas con facilidad por el baile de espadas, aunque ella poco a poco conseguía que retrocediera unos pasos. Visto esto, Alphonse empujó con su espada derecha el cuchillo contrario hacia el cielo y de seguido contraatacó con un duro espadazo directo al pecho. Ella lo intentó esquivar, pero acabó clavándose en el deltoides. Ella no se inmutó, lo miraba fijamente, con una sádica sonrisa.

    –¿Con esa aguja pretendes hacerme daño? –Sus oscuros ropajes comenzaban a humedecerse en sangre que se apreciaba por la luz de las calurosas llamas.

    –No te dolerá mucho, pero tranquila. Pronto dejará de hacerlo.

    –¿Eso lo dirás por ti no? –Dijo una voz tras él.

    Magnus, con sus robustas y largas piernas, corría a toda velocidad a por Alphonse. Saranah cogió la espada que tenía clavada sobre el pecho impidiendo que se moviera. El hombre saltó ya con la pierna apuntando al cuello del objetivo.

    –Mierda…

    De repente, el cuerpo de las Piernas del Infierno se desplomó. Tenía una flecha clavada en su corazón, una negra saeta metálica de un tamaño más grande y grueso de lo habitual. Miraron al origen, en el camarote del Tim, y vieron que mediante una cuerda Sigmund se había improvisado un arco. Atada a cada lado del camarote logró un arco de mayor tamaño con el que poder empujar aquellas pesadas flechas.

    –¡Magnus! –Dijo Saranah preocupada, pero éste no respondía.

    –Una flecha como esa, directa en el corazón, ha tenido que reventárselo.

    *****​

    Los martinicos habían seguido al hombre hasta el faro de la isla. Con pistolas en mano, entraron en fila por la puerta y ascendieron escaleras arriba, poco a poco, sin meter mucho ruido. A casi veinte pies de altura, en lo alto de la torre, tenían una puerta cerrada. Tras ella, el sospechoso.

    El primero de los martinicos, apoyado junto a la puerta, hizo un gesto con la mano. El segundo de ellos abrió la puerta de una patada y rápidamente apuntaron al individuo que habían pagado por la información. Era Il Dottore Nosferatu, el artista que habían visto frente a la pastelería.

    –¿Qué demonios hacéis aquí? –Preguntó en un tono ofendido mientras empujaba su espectáculo de luces hacia una de las ventanas del faro.

    –¿Tu eres uno de los asesinos que quieren matar a Sigmund?

    –¿Sigmund?

    –No te hagas el tonto. Te hemos visto y escuchado hablando con Croquembouche.

    –Vale, vale. No disparéis. –El hombre alzó sus brazos con las manos abiertas. –Esos asesinos me pagaron para conseguirles información. Pero realmente no tengo nada que ver con ellos.

    –No me lo creo… ¡Aléjate de esa máquina!

    –Por favor, creedme. Si me dejáis acercarme a mi maquina de sombras os lo demostraré. Me pagaron con monedas de Phinia.

    –¿Y eso demuestra tu inocencia? –Dijo otro de los martinicos, muy escéptico.

    –Dejadme demostrároslo…

    –¡Quieto!

    De repente, el hombre se tiró tras su máquina y pulsó una palanca. Un cilindro metálico se abrió y dejó al descubierto seis tubos. Era una pistola de seis cañones que el hombre no tardó en disparar.

    Dos de los martinicos se ocultaron tras la puerta, mientras que otro se quedó tirado en medio de la sala. Apuntó y disparó al hombre, pero falló el tiro. En ese momento se dieron cuenta de que el cuarto de los martinicos yacía en el suelo inerte. Una roja mancha comenzaba a rodear lentamente su cabeza.

    –¡Cubridme! –Gritó mientras se lanzaba a por su compañero, pero la bala había entrado por su ojo. –Cabrón… –Dijo enfadado y con la voz temblando. Se despidió una última vez de su compañero cerrándole los ojos y lleno de rabia se lanzó contra Nosferatu.

    Éste abrió otro de los cilindros y intentó coger una pistola, pero el martinico lo interceptó, acabando el pequeño sobre el otro y el arma se cayó al suelo. Inició una somanta de puñetazos en la cara que no tenía fin, instante en el que los otros dos martinicos se dispusieron a entrar. Il Dottore Nosferatu peleaba por salir de allí, pero el peso del martinico no le permitía. Forcejeó por sacar el brazo y estiró su brazo al arma. En cuanto la cogió intentó disparar al martinico, dándole en un costado que no detuvo la paliza.

    Los otros dos observaron como el hombre ya tenía la cara ensangrentada y ligeramente desfigurada. Tras una patada en los testículos, entre los tres lo cogieron y comenzaron a arrastrarlo por el suelo dejando un rastro de sangre. El hombre intentó defenderse, pero de vez en cuando le daban una patada para que dejara de forcejear. Finalmente, en la ventana, lo lanzaron al vacío.

    *****​

    Gaskins y Pierre estaban cara a cara. El primero apuntaba con una extraña pistola al segundo, mientras que Pierre tenía la mano preparada para agarrar una de sus dos pistolas.

    –¿Conoces mis llamaradas?

    –No tengo el placer.

    –Durante unos segundos lo sentirás. –Gaskins apretó el gatillo de su arma, liberando un chorro de una substancia bastante oleosa. Pierre intentó esquivar el chorro, pero éste giró en el aire adhiriéndose a las ropas.

    –No puede ser… –Susurró el forense, para acto seguido comenzar a quitarse la camisa.

    –Es tarde…

    Gaskins disparó de nuevo con aquel pulverizador, esta vez entre las llamas del barco y Pierre. Éste solamente pudo ver cómo el fuego lo perseguía. A pesar de intentar huir, sus ropajes no tardaron en incendiarse. En un movimiento desesperado, se lanzó contra el Ignífugo, placándolo, agarrándolo por la cintura hasta empujarlo por uno de los lados de la cubierta.

    Pierre amortiguó la caída con el cuerpo del otro, dejándolo bastante malherido. Él se quitó la camisa y rodó por el suelo de la húmeda playa, finalmente logrando apagar las llamas, aunque con alguna quemadura leve en el brazo derecho y pecho.

    –¿Eres un piromante? –Preguntó exhausto acercándose a un malherido Gaskins.

    –¿Qué dices? –Respondió, palabras acompañadas con una tos que soltó algo de sangre.

    –Controlas aire, la base de la Piromancia. He visto como la substancia se ha movido en el aire. Es por eso miso que la Aeromancia y la Piromancia no se diferencian tanto, si mueves el aire mueves las llamas. Pero todo esto se neutraliza si estamos en el mar.

    –Conoces mucho sobre las mancias… –Dijo un Gaskins pensativo. –Aire, agua, fuego, tierra… las mancias pueden moverlo todo.

    –Incluso las almas.

    –¿Eso dicen no? –El hombre soltó una leve carcajada. –Espera… ¿No serás?

    Pierre se lanzó contra él, placándole de nuevo en el pecho. El hombre gritó de dolor, ya con la zona anteriormente herida por el golpe, y los dos cayeron al agua. Fue él mismo el que intentó finalizar el combate, lanzando un tremendo puño que fue detenido con una mano.

    –Lo que has dicho… Eso solo puede significar una cosa… –Gaskins intentó pronunciar mientras forcejeaba. Pierre agarró el pelo del otro y lo arrastró dentro del agua. –Eres… eres un… –Sus palabras se detuvieron cuando la cabeza del piromante entró bajo el agua. Intentó liberarse, pegando incluso la pierna de Pierre en varias ocasiones, pero tras varios segundos solamente quedó un cadáver flotando mar adentro.

    *****​

    –Cabrones… –Dijo Saranah con una rabiosa voz tartamudeante. –No os perdonaré el haber matado a Arteos.

    –Tampoco busco tu perdón. Y visto lo visto, tampoco que sigas viviendo. –Respondió Alphonse.

    Éste, sin perder el tiempo, se lanzó con sus dos espadas. Ella, se agachó para coger un cuchillo del tobillo y lanzarlo contra Alphonse, arma que esquivó con facilidad. Juntó ambas espadas y lanzó un doble espadazo descendente de izquierda a derecha. Saranah saltó hacia atrás para esquivar el golpe y seguido cogió impulso para atacar. Lanzó una cuchillada a la cara de Alphonse que esquivó agachándose.

    Ahora abajo, el hombre lanzó su espada izquierda de forma ascendente a la tripa, empalando a la mujer. Saranah intentó pronunciar un grito de dolor, pero le fue incapaz. Sus piernas comenzaron a temblar y su abdomen comenzaba a mancharse. La ensangrentada espada, que sobresalía por la espada de la mujer, fue retirada, haciendo que esta se cayera al suelo moribunda.

    –Lo… lo siento Arteos. –Pronunció con su último aliento y la mirada perdida.

    –Estúpida niña impulsiva… –Dijo Tim al ver el final de la mujer.

    Finalmente, soltó su última bocanada de aire.

    *****​

    Año 1792, Donis, Hotel Hiedra Venenosa.

    Sobre la mesa de aquella habitación yacía un artefacto de oro, una gema morada recubierta por una esfera de oro con diferentes ranuras. Alrededor de la mesa se encontraban Arteos y Saranah, el hombre de pie y desnudo, mientras que ella permanecía sentada en una cama conjunta, atándose las botas.

    –¿Y ahora qué? –Preguntó ella.

    –Ya no tiene vuelta atrás. Nos perseguirán eternamente.

    –Veo que jamás podremos ser felices.

    Ella se levantó de su lugar y se acercó a un viejo armario donde cogió el agua de la bolsa de su compañero y pegó un largo trago. Después, cogió su mochila de cuero y marchó.

    –Buena suerte compañero.

    –¿Sabes que volveremos a vernos no?

    –Por suerte y por desgracia, sí. Mi parte de la recompensa, si no te importa, mándasela a mi madre. Adiós, monito del desierto. –Se despidió con mirada nostálgica.

    *****​

    –Parece que tendré que hacerlo yo solo. –Dijo un Otón furioso y rodeado por llamas. Gran parte del barco se encontraba bajo el fuego.

    Alphonse, Bertans, Dhalion, Sigmund y Tim habían rodeado al hombre y no tenía ninguna intención de rendirse. Cogió dos anchas y pesadas espadas y se colocó en posición de combate. Aquellos dos aceros tenían dos puñales en forma de animal, el primero un rabioso perro y el segundo un buitre de largo cuello.

    –Cualquiera no agarra una espada de esas con una sola mano. –Dijo Dhalion muy serio.

    –¿Cualquiera? Este tío es una bestia. –Respondió Bertans, que había cogido el mosquete de un difunto.

    –Su poder viene de su casco. –Explicó Tim, algo dolorido por los puñetazos recibidos. –Es como si dos almas vivieran en su cuerpo. La conciencia de un antiguo guerrero reside en ese artefacto.

    –Veo que sabes mucho sobre mí… –Dijo Otón, salivando por el deseo de batalla. –Qué aburrido. Pero el casco es mío.

    Otón, fuerte, comenzó a bailar con sus espadas haciendo movimientos giratorios. Alphonse se lanzó, recibiendo un espadazo descendiente que detuvo cruzando sus espadas. La fuerza lo sorprendió y sus brazos temblaban por empujar con todas sus fuerzas.

    Bertans no se quedó atrás y agarró su mosquete como si de un bate se tratara para golpear la cabeza del hombre por la espalda. El golpe resonó como una campana, pero apenas tuvo efecto. Otón dio un salto atrás y deslizó la espada que tenía sobre Alphonse hacia atrás, obligando a Bertans a retroceder.

    –Dejadme a mi primero. –Tim se lanzó con ambos brazos y a pesar de recibir algunos tajos, éste logró parar ambas manos

    –Tenemos que hacerlo a la vez. –Dijo Dhalion. –Bertans, sígueme.

    El bonachón siguió al martinico y al poco arrancó Alphonse. El primero rodeo a Otón para saltar a su brazo derecho y sujetarlo. Bertans, tras verlo, agarró el otro brazo.

    El robusto hombre de la armadura se intentó zafar, pero los dos retenían bien los brazos. Las sacudidas eran fuertes, por lo que Alphonse no podía perder el tiempo. Se deslizó también por el suelo, pasando por su entrepierna, y rajó ambas rodillas aprovechando el hueco de la armadura. Gritó de dolor, tambaleándose mucho más. Sin parar, Alphonse volvió a clavar su arma en los tendones del hombre, impidiendo que pudiera andar.

    Las llamas habían llegado al palo mayor de la embarcación y tras un rato, había empezado a crujir. Timothy se había dado cuenta de ello y veía que se les iba a caer encima.

    –Caballeros, quitadle el casco o no morirá. –Advirtió el gigante, mientras soltaba al guerrero y, de espaldas, sujetaba aquella gruesa y pesada madera. –No aguantaré mucho.

    –¡Cabrones! ¡Ni se os ocurra!

    Bertans y Dhalion comenzaron a tirar del casco, pero Otón clavaba su mandíbula para evitarlo.

    –Dirían los Sibernianos… –Pronunciaba Dhalion con dificultadess.

    –¡Su puta madre! –Soltó Bertans, sin que Otón dejara de gritar desesperado. Sigmund se unió al intento de retirar el casco.

    –¿Qué cojones hacéis? –Siguió Timothy, al borde de sus fuerzas.

    De repente, el casco salió despedido de los brazos de los tres hombres, tan furte que el artefacto cayó fuera de la cubierta, al agua, dejando un leve rastro de humo morado en su camino. Otón dejó de tambalear.

    *****​

    Pierre, aún en la playa, observó como el casco había caído en el agua. Éste, curiosamente, flotaba y se dirigía mar adentro. El hombre, tras unos largos segundos mirando al artefacto, decidió volver a meterse en el agua e ir hasta el objeto. Cada brazada que pegaba notaba que una voz le susurraba en una extraña lengua.

    Llegó a donde el artefacto y se puso de pie, viendo que aún tocaba fondo. Las manos de Pierre notaban una sensación caliente emanando del interior. Los susurros cada vez eran más fuertes y la morada neblina emanante cada vez era mayor.

    –Es… increíble… –Susurró sorprendido y a la vez tentado por ponérselo.

    Pero el hombre se resistió y caminó de nuevo hacia la playa, para después abandonar el alborotado lugar. Al ver que había mucha gente corriendo de un lado para otro se quitó su camisa para cubrir el objeto. Caminó hacia una zona apartada, una junto a la pared rocosa, y comenzó a excavar un zulo.

    *****​

    –¿Qué habéis hecho con el casco? –Dijo Timothy alarmado.

    –¿Qué hacemos con Otón? –Preguntó Dhalion.

    –¡Me habéis quitado la vida! ¡Me habéis quitado la vida! –Comenzó a repetir una y otra vez el hombre tumbado en el suelo entre lágrimas. –Juro que os mataré…

    –Apartaros de él. –Dijo Alphonse. –Timothy, suelta el palo mayor.

    Todos entendieron la idea. Bertans y Dhalion soltaron al asesino que no dejaba de sollozar. Tim el Naufragador se apartó velozmente y dejó caer la gran madera. Los cinco, para no ser atrapados por la destrucción salieron corriendo. Otón se secó los ojos y observó como la muerta caía lentamente hacia él.

    –Hasta siempre compañero. Ha sido un placer ser tu heraldo, gran Mances. –Fueron sus últimas palabras antes de ser rodeado por una ruidosa explosión de astillas. El palo mayor llegó a partir la embarcación en dos para después derrumbarse por completo entre aquellas llamas que avanzaron con facilidad.

    Los cuatro, sentados y libres de peligro, se sentaron a presenciar aquel montón de maderas ardientes en silencio. Los hombres de Timothy no tardaron en organizarse e intentaron apagar las llamas.

    –Siento mucho lo de tu hogar. –Dijo Dhalion al gigante.

    –No es culpa vuestra.

    –Porque sabías que Otón vendría. –Dijo Alphonse en un tono serio.

    –¿De qué me acusas?

    –Desde el principio solo quisiste el casco de Otón. Durante la pelea no has buscado otra cosa y eso te ha delatado. Nos vendiste muy pronto a Sigmund, porque tenías que sacarlo de su escondite en el momento adecuado. Sabías que Otón vendría con su grupo de asesinos, y aprovechaste nuestra visita para usarnos de señuelo, luego luchar y quedarte con el casco.

    –Eso… –Intentó balbucear con su ronca voz.

    –Dijiste que nos pedirías algo a cambio, en cualquier momento. ¿Te referías al casco no? –Dijo Bertans.

    –Largaos. Iros de esta maldita isla. Tenéis hasta el amanecer. Si me entero de que seguís aquí por la mañana iré a por vosotros. –El hombre se levantó y comenzó a caminar hacia la playa. Justo en ese momento llegó Pierre.

    –No tenéis por qué preocuparos de Gaskins.

    –¿Dónde está? –Preguntó Tim.

    –Flotando, mar adentro y boca abajo. –Vaciló el forense.

    –Lastima, me hubiera gustado torturarlo por quemar mi casa.

    –Ya lo siento… –El gigante lo miró con rostro asesino.

    –Creo que deberíamos irnos. –Dijo Alphonse, obedeciendo todos al instante.

    *****​

    Al fin salieron de aquella cala cerrada y nada más llegar arriba vieron dos cosas, que el amanecer empezaba a dar un tono rojizo al cielo y que los tres amigos de Dhalion venían en silencio.

    –¿Cómo os ha ido? –Preguntó Dhalión extrañado por la seriedad de sus compañeros. –Qué ha pasado con…

    Sus tres amigos miraban al suelo sin poder dar una palabra.

    –Lo siento mucho… –Se acercó Alphonse por detrás, apoyando su mano sobre el hombro del enano.

    –¿Habéis despedido a su sombra?

    –Venimos ahora del Bastión de los Difuntos. Nuestro compañero ya estará con nuestros ancestros en el Teilalá.

    –Eso me alivia. ¿A quién tuvisteis que enfrentaros?

    –El artista que estaba frente a la pastelería, el de la maquina de sombras. Utilizaba esta para transmitir un código desde el faro. Es por ello que no tenían que estar juntos. Il Dottore Nosferatu transmitía los mensajes con su artilugio.

    *****​

    –Ya lo siento haber desconfiado de vosotros. Pero es marca de la casa. –Se disculpaba Sigmund de camino a la ciudad. Dhalion y los martinicos habían cogido otro rumbo hacia el Bastión de los Difuntos.

    –No te preocupes. –Dijo Alphonse sonriente.

    –Creo que aceptaré tu oferta. Una temporada lejos de asesinos, en un grupo pequeño controlable, puede ser un trabajo aceptable.

    –No hemos negociado el precio.

    –La cantidad es lo de menos, con tal de que esa cantidad se envíe automáticamente a una ubicación que te daré cuando acabe la misión.

    –Es un poco raro… pero de acuerdo. Trato hecho. Cuando se acabe el trabajo conocerás los honorarios.

    –Caballeros, siento interrumpir. Me he acordado. Estando en el Puerto de Askar aprovecharé para comprar unas cosillas para la misión. Si no os importa, cogéis mi bolsa y nos vemos antes de zarpar. ¿Vale? –Dijo el hombre, como si de repente se hubiera acordado de algo, y marchó corriendo.

    *****​

    Ya había amanecido y el puerto de Askar había regresado a su habitual ajetreo. Un enorme navío de línea, el HMS Dreamcatcher, los esperaba para partir hacia el continente de Atharia. Una rampa de madera les permitía subir a la nao, pero Alphonse y Bertans decidieron esperar a reunirse todos.

    El primero en llegar fue Pierre, que se había comprado una nueva bolsa de cuero, aparentemente llena de objetos.

    –¿Ya has comprado lo necesario? –Preguntó Alphonse.

    –Sí. Algunas medicinas útiles, a parte de un par de botellas de licor para el viaje.

    –Oh… Gracias. –Dijo Bertans tentado.

    Al poco tiempo llegó Sigmund, que por primera vez no tenía el cuerpo tapado por ropajes que lo cubrían completamente. Éste era de mediana estatura, muy fibroso, nariz algo alargada y su cabello, incluso el facial, era muy negro, dando lugar a un gran contraste con su blanca tez. A la espalda llevaba un carcaj cerrado y con un diámetro mucho mayor al habitual.

    –¿Este es el barco? –Dijo impresionado por el gran tamaño y las velas de color dorado.

    –Así es. En mes y medio habremos llegado a Nueva Albeny.

    –¿Y allí está el último integrante a fichar?

    –Así es. El señor O’Sullivan, un vendedor de antigüedades que conoce muy bien el norte de Nueva Albeny que además conoce las formas de vida de los indígenas locales. Nos será muy útil para iniciar la expedición. –Por cierto… –Cambió de tema. –¿Qué era esa cuerda que usaste para lanzar esas flechas?

    –Es una cuerda un poco especial. Es de cáñamo y tendones de animales, haciendo una cuerda muy robusta y rígida. A ésta le sumo un pequeño sistema de poleas para tensar la cuerda mucho más. Si ato cada extremo a un lugar que aguante la tensión que aguanta la cuerda puedo improvisar un arco capaz de lanzar esas pesadas flechas de hierro.

    –Casi lo atraviesas.

    –Lo sé. Fue un mal tiro.

    Finalmente, Dhalion llegó acompañado de sus tres compañeros. Los tres se habían despedido de su compañero según los ritos de los martinicos, siempre relacionados con el agua. No habían tenido mucho tiempo, pero el martinico se las apañó como para reunir una pequeña bolsa de cuero con algunos objetos.

    –Caballeros. –Interrumpió Alphonse los fuertes abrazos para darles un buen estrechón de manos. –El dinero de Il Dottore Nosferatu, tranquilos, podéis quedároslo. Una pequeña recompensa por nuestro agradecimiento. –Le susurró al oído al tercero de ellos, con una sonrisa pícara.

    –Gracias. –Le respondió el otro, devolviéndole otra sonrisa.

    Tras las despedidas, se montaron en el barco. Aún quedaban unos meses para iniciar la aventura, pero también había muchos preparativos por llevar a cabo. Además, aunque los integrantes estuvieran prácticamente convencidos, tendrían que viajar casi un tercio de la esfera para llegar a Fortunia, el lugar donde se reunirían todos. En poco más de cinco meses, comenzaría el descenso al infierno helado.

    ******​

    El segundo día de viaje Bertans y Sigmund tomaban un trago y jugaban a las cartas a la intemperie del barco acompañados de otros viajeros. Estaba anocheciendo y la hora dorada hacía que las vistas fueran preciosas. Bertans, algo ebrio, no estaba jugando nada bien, mientras que Sigmund, con sus pocas palabras, le iba muy bien.

    –¿Qué es eso? –Preguntó uno de los jugadores.

    –¿Es un ave? –Dijo una señora.

    –Pero es enorme… y viene hacia nosotros…

    –¡Preparaos! ¡Todos a sus puestos! –Gritó el capitán de repente.

    Le gente se ponía nerviosa y corría de un lado para otro, los marineros preparaban sus mosquetes y Sigmund se levantó de su sitio y se acercó al capitán del navío. Aquel pájaro de gran envergadura, de unos veinticinco pies de lado a lado, con cabeza similar a la de un águila y con plumas blancas y doradas, comenzó a dar vueltas alrededor de las velas.

    –Capitán. Tranquilícese. Es mi ave, no causará ningún daño. –Dijo Sigmund sorprendiendo al capitán y a Bertans.

    –¿Tienes un puñetero Rukh? –Preguntó Bertans.

    –Es mi cachorro.

    El ave se colocó en el borde de la cubierta, haciendo una pequeña reverencia hacia Sigmund. Bertans se mantuvo unos pasos más atrás y poco a poco algunos hombres comenzaron a acercarse, curiosos por la criatura.

    –¿Qué tal estás pequeña? –Dijo acariciando la pata del ave, recibiendo un pequeño rugido. –¿Y Shoshana está bien? –La criatura volvió a responderle con un rugido.

    Sigmund recogió las últimas plumas de la pata y dejó la descubierto una pequeña bolsa en la que sacó una carta y metió dos. Rápidamente se guardó la carta. Después, de su bolsillo sacó unos pequeños percebes de coloración morada y se los lanzó a la boca, siendo comidos al vuelo. Tras un fuerte grito que hizo retroceder a los espectadores, partió su vuelo hacia

    –¿Es tu mensajero? –Preguntó Alphonse, que se acercaba con Dhalion y Pierre.

    –Así es. Le encantan los Percebes de Delhi. Si me trae buenas noticias suelo recompensarlo con un festín.

    –¿Qué hay en esas cartas? –Preguntó Pierre.

    –Un seguro de vida.
     
    Última edición: 15 Febrero 2020
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    Dark RS

    Dark RS Caballero De Sheccid Comentarista empedernido

    Capricornio
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    Saludos

    Supongo que aquí era "tendido".

    Aquí es "dos".

    Supongo eso explica la razón por la que el Naufragador confió tan rápido en ellos. Supongo ese casco era algo especial que valía lo suficiente como para perder a todos sus secuaces y su escondite. Me gustaría saber más sobre esa ave que ruge, como que es una forma de fauna interesante.
     
  19.  
    jonan

    jonan Jonan1996

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    9º Capítulo: “Entre navajas y tesoros”

    11 de junio en Applestone, la capital de la floreciente Nueva Albeny. Un joven Herschel, con veinte primaveras en el cuerpo, llevaba escondido en un oscuro cajón en el que ni veía ni escuchaba nada. Tras ocho eternas horas en las que pudo respirar gracias a una bombona, de repente, notó que un ruido se escuchaba fuera de aquellas frías paredes.

    *****​

    El señor O´Sullivan acudió a la casa de subastas Rothinger en busca del premio gordo del día, la Esfera de Uannes, artefacto compuesto por una gema morada cubierta de oro. El lugar era muy fresco y un ligero aroma de humedad resaltaba. A los lados de la sala se podían apreciar dos enormes cuadros de obscenos desnudos y bajo ellos, tres pares de arcones en los que floreros con lirios azulados coronaban en su parte superior. Frente al subastador, una docena de filas de sillas estaban ocupadas por ricachones vestidos de negro y acompañados de sus mujeres, en busca de una victoria para quedar bien delante de ellas.

    –Comenzamos la subasta de la Esfera por 800 dólares. –dijo un hombre alto, flaco y de bigote grueso. –¿Alguien da más?

    El hombre, vestido con un traje negro, pantalón blanco y sombrero de copa, encendió su pipa de fumar y aprovechó el momento para tirar un poco de aceite y prender fuego a una cortina junto a la entrada. Él no se sentó muy lejos.

    –¡900!

    –¡Fuego! –gritó una señora mayor al ver que de la cortina salía un oscuro humo.

    –¡Dejádmelo a mí! –dijo O´Sullivan, que tranquilamente cogió uno de los floreros y derramó su agua encima del fuego. La cortina, en vez de apagarse, ardió mucho más.

    La gente, alarmada por la llamarada resultado de mezclar agua y aceite, comenzó a salir corriendo. En aquel momento de confusión, el hombre aprovechó para moverse hasta la tarima donde se subastaban las cosas y de ahí entró por una puerta donde se guardaban todos los tesoros a subastar.

    –¿Qué hacéis ahí? –preguntó un hombre alto, robusto, calvo y de nariz aguileña acompañado de su gemelo.

    –Nadie me dijo que hubiera seguridad.

    –¡A por él!

    Los dos hombres de gran envergadura fueron hacia el hombre que depositó su sombrero sobre un antiguo sarcófago. Acto seguido, miró a su alrededor y observó una extraña arma que no dudó en coger. Aquella antigüedad era similar a una larga espada madera con hojas de obsidiana incrustados en ambos filos. Nada mas cogerla con sus dos manos se colocó en posición de combate.

    –¿Vas a pelear con eso? –dijo uno de ellos al ver el extraño arma.

    –Es un macuahuitl, sirve para eso.

    O´Sullivan observó que el matón de la derecha intentaba sacar una pistola, por lo que rápidamente atacó el brazo, logrando clavarlo y quedándose clavado en el hueso. El hombre gritó de dolor mientras que el otro tiraba para intentar sacar el arma. El otro matón intentó ayudar, pero O´Sullivan tiró tan fuerte que se cayó para atrás. El brazo del primero, en sangrentado, colgaba de forma desagradable.

    En el suelo esquivó un pisotón con una voltereta, para volver a coger el arma a duras penas y asestar un golpe en la pierna, esta vez cercenando la pierna entera. El otro grandullón intentó coger la pistola con el otro brazo, pero cayó inconsciente tras un golpe en la cabeza con la hoja del arma. Luego repitió lo mismo con el otro.

    –Santo Hieron… cuanta sangre. –dijo mientras observaba la pierna cortada.

    Se acercó al sarcófago y se volvió a poner el sombrero para después empujar la pesada tapa. Usó el macuahuitl como palanca y finalmente logró abrirlo. De su interior, un joven Herschel O´Sullivan salía con una bombona metálica entre sus brazos.

    –No pienso volver a fiarme con uno de estos planes científicos tuyos.

    –¿Pero el Aire Desflogisticado ha funcionado no?

    –Sí, sí. –dijo exhausto mientras que John O´Sullivan lo ayudaba a salir.

    –Si no fuera por tu fama no tendríamos que hacer estas cosas. Coge la Esfera y sal por la ventana de atrás. Yo me encargaré del resto.

    –¿Menudo cristo has montado con estos dos no? Pensaba que había que ser más sutiles.

    –No esperaba que tuvieran una pistola. Aun así, huye. Yo me encargaré de ocultar a los gorilas para que tengamos unas horas de margen.

    Herschel obedeció inmediatamente. Cogió el artefacto y huyó por la ventana, dejando escapar el humo de la sala. El joven se hallaba en una estrecha calle de no más de diez pies. Miró arriba y comenzó a escalar por balcones tallados en la misma roca. Todo ello a oscuras, ya que la luz a duras penas entraba, y las calles tenían que alumbrarse por pequeñas lámparas de gas. Tras ascender a lo largo de doscientos pies llegó a la luz, la parte superior de aquella enorme roca conocida como la Ciudad de Applestone.

    Mientras tanto, John hizo una rápida cura en las heridas de los dos hombres inconscientes para posteriormente encerrarlos en el sarcófago. Una vez hecho eso, dejó todo en su sitio, sacó un pañuelo de su chaqueta y se tumbó en el suelo a la espera de que alguien lo rescatara.

    *****​

    Mediodia en alta mar. En todos los horizontes un azul oscuro contrastaba con el azul claro del cielo. Pierre y Sigmund observaban este cotidiano paisaje aburrido, intentando evitar la conversación. Su tranquilidad no duró mucho más con la llegada de Dhalion.

    –A ver, pareja. –Comenzó el martinico, haciendo que los se dieran la vuelta–. ¿Cuándo vais a hablar las cosas? Los dos venís de Phinia y no sé por qué lleváis mes y medio sin hablaros.

    –Creo que dar explicaciones de más es innecesario. –dijo Sigmund, que intentaba marcharse.

    –Tendremos que tener un poco de confianza si queremos salir adelante. –Siguió Dhalion–. Al menos cuéntanos que había en esas cartas.

    –¿Por qué debería contarlo? Sois compañeros de trabajo, no gente de confianza.

    *****​

    –Alphonse. Creo que deberíamos ir pensando en una estrategia para cuando tengamos que decir la verdad. –dijo Bertans que compartía camarote con el líder de expedición.

    –Tranquilo. –Se acercó al bonachón y puso las manos sobre sus hombros–. Es tu primera misión. Es lógico. Pero si te recomendé ante el rey en tu nuevo puesto fue porque eres bueno. Nos conocemos desde hace años, sabes que puedes fiarte de mí.

    –Si se enteran en el momento equivocado todo el plan se irá al garete. Además, este último mes llevo pensando en lo que nos dijo Pierre.

    –¿El qué?

    –Sobre el Duque de Orestes. Estoy seguro de que hará algo para jodernos. Si a las desconfianzas del grupo y las artimañas del señor Rottenatch le sumamos los planes del Duque, nuestra empresa se complica. Bastantes problemas van a aparecer por el camino, como para que además nos pillen con mentiras.

    –¿Y qué pretendes? ¿Qué contemos toda la verdad?

    –No toda, siempre nos podemos inventar algo. Adelantémonos antes de que nos explote en la cara.

    –Tal vez tengas razón… pero aún debemos conocer mejor a los integrantes. Sobre todo, a Horne, a sabiendas que está en la plantilla de Rottenatch.

    *****​

    Dos días más tarde, el 13 de junio, los protagonistas llegaron a Applestone. Su puerto, origen de la riqueza de la ciudad, era incluso más grande que el de Askar y estaba erigida sobre roca. Tras el puerto, una larga fila de pabellones separaba puerto y ciudad, la cual se veía detrás. La ciudad era un gran peñasco cortado y rodeado por agua. La gran roca estaba agrietada de forma natural creando las calles principales, mientras que otras habían sido talladas en la misma roca, siendo estas mucho más estrechas.

    Curiosamente, la floreciente ciudad se vio ante el problema de que sus habitantes no tenían dónde disfrutar de la tranquilidad y el silencio, por lo que en el centro se creó un verde parque botánico. En aquel lugar había quedado Alphonse con O´Sullivan, buscando la calma y la intimidad.

    –Jamás había visto unas casas tan altas. –dijo Pierre curioso.

    –No todos los días se ven casas de veinte pisos de altura.

    –¿Veinte? –susurró Bertans sorprendido.

    –¿Tú has estado antes no? ¿Tu naciste en este país antes de que se independizara no? –preguntó Sigmund repentinamente. Dhalion miró fijamente a Alphonse extrañado. Tras unos segundos de pausa, respondió.

    –Así es. Mi familia emigró a Nueva Albeny antes de que naciera, por lo que mi infancia la pasé en una hacienda al sur de aquí. Luego me alisté en el ejercito al servicio de su majestad y cuando la guerra inició yo me coloqué en el lado opuesto a ellos. ¿Lo dices por el cuadro no?

    –Era una leyenda bastante extendida cuando los ejércitos de Sibernia y Phinia apoyaron la independencia, allá por 1788.

    –Ah, claro. Recuerdo que hace once años se había mitificado la figura de esos dos hermanos luchando, el sublevado muerto a manos de su hermano. El pintor creó aquella alegoría solamente con idea de hacer propaganda, mostrando los crímenes de Gran Arthuria ante Nueva Albeny.

    –¿Realmente qué ocurrió? –dijo Dhalion.

    –Llegué a enfrentarme a mi hermano, cara a cara. Pero ninguno de los dos fuimos capaces de acabar con la vida del otro. El resto fue muy confuso. Había un soldado siberniano que intentó dispararme, pero erró y acabó matando a mi hermano. Luego recibí un golpe en la cabeza y me tuvieron que sacar de allí. Lo único que recuerdo son los amarillos ojos de aquel soldado.

    –Amarillos… –dijo Pierre pensativo.

    *****​

    No muy lejos de allí Herschel O´Sullivan se encontraba en lo alto del Hotel la Aguja, un curioso edificio que visto de frente no parecía muy ancho, cosa que contrastaba mucho con su altura. Curiosamente, el último piso contrastaba mucho, siendo un piso que se alzaba sobre el resto, además de estar rodeado por ventanales en todas direcciones.

    Pero al joven veinteañero no le preocupaban los ventanales, sino la gente que lo rodeaba, muchos de ellos siendo más jóvenes que él. Al fondo de la sala un hombre rubio y de traje completamente blanco, de unos treinta años y sentado en la mesa, lo miraba sonriente.

    –Era cuestión de tiempo que llegara este momento. –Le decía el rubio–. ¿Conoces de sobra la única forma de salir de mi Escuadrón de Burglares no?

    –Señor White Camel, vengo aquí conocedor de todas las consecuencias. Así que cuando lo deseé.

    –Es una lástima. Durante años has sido mi mejor ratero hasta llegar a ser todo un ladrón profesional. Recuerdo aún cuando solo eras un crío, un cuatrero de las afueras de Applestone. Me has dado muchas alegrías, pero conoces las normas. Para poder salir tendrás que vencer a Billy the Slasher.

    –Llevo un par de años entrenándome para situaciones como ésta. Será pan comido. –dijo el joven de cabello corto sonriente mientras que sacaba de su cintura dos largos cuchillos. A la derecha de White Camel apareció un siniestro hombre alto y delgado, calvo, sin cejas y con una amplia sonrisa blanca.

    –Que comience la fiesta.

    *****​

    Tras una hora de caminata al fin llegaron al Jardín Botánico de la ciudad, un agradable rincón lleno de flores exóticas d rojos y amarillos, jardines zen con carpas de colores y un bello quiosco blanco en el centro. Junto a éste, en un pequeño banco, los esperaba John O´Sullivan.

    –¿Queréis unas aceitunas? Están muy buenas. –dijo John con un tarro de aceitunas en vinagreta.

    –¿Tan evidente es que somos nosotros?

    –Yo si quiero. –dijo Dhalion mientras estiraba su mano hacia el tarro y cogía un par. –Están… muy buenas.

    –Coge más, sin miedo. –Volvió su cabeza hacia Alphonse–. Dos gran arthurienses, dos phinicos y un martinico vienen hacia mí. No suelo moverme con grupos tan… diversos.

    –Podría ser el inicio de un chiste malo. –bromeó Pierre.

    –Antes de nada, querría comentarte una cosa Alphonse. Quiero que mi hermano venga a la expedición.

    –¿Qué? –A Alphonse no le gustó nada la idea y su rostro lo expresaba con claridad. Sigmund decidió marcharse.

    –Tranquilo. –John pegó un bote y se puso frente al líder–. Se que podéis pensar que aún es un crío, pero llevo unos años preparándolo para estos negocios. Dame la oportunidad.

    –¿Un crío? –preguntó Bertans.

    –Tiene veinte años. Quiero decir, es un crío, pero ya es mayorcito. Cualquiera de nosotros a esa edad ya trabajaba se estas cosas.

    –Pero no se puede tomar una decisión como esa tan a la ligera. El bote diseñado por Pierre y Dhalion tiene hueco para diez personas y un número limitado. Además de que algunos integrantes pueden mostrarse reacios a tener que cuidar a un crío.

    –Solo te pido una oportunidad para conocer al crío. Te aseguro que es bueno. Ponedlo a prueba todo lo que queráis.

    –Señor O´Sullivan. No sé si lo entiende, pero todos aquí tienen una función además de ser buenos luchadores.

    –Ponedlo a prueba, en serio. Decirle al caballero ese que se acaba de marchar que lo haga si le place. Herschel no llegará muy tarde.

    *****​

    Una embarcación proveniente de Lontreia, capital de Gran Arthuria, llegó al puerto de Nueva Albeny. De aquella embarcación bajó un hombre bajito, de poco más de treinta años, de nariz gruesa, negros y pequeños ojos cubiertos por unas gafitas redondas, orejas respingonas casi invisibles y unas considerables entradas en sus castaños cabellos. Vestía un extraño abrigo granate sobre su blanca camisa y pantalón beige y sostenía una enorme maleta en cada mano. Éstas pesaban tanto que el hombre tenía que hacer un descanso cada diez pasos.

    –Caballero, su nombre. –Le dijo un oficial de control según llegaba al puerto.

    –Claro. –dijo mientras sacaba una cartera. –Soy Horne, Horne de Saint George.

    ----------------------------------------------​

    COMENTARIO DEL AUTOR: Esta es la primera vez que meto las acotaciones bien puestas en el texto, por lo que no sé si estarán del todo bien. Poco a poco iré cambiando esto en los demás capítulos. Espero haber aprendido bien la lección sobre las acotaciones, algo muy necesario, por lo que Balam, muestro mi gratitud.
     
    Última edición: 21 Febrero 2020
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    jonan

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    10º Capítulo: “Últimos preparativos”


    Uno de los sirvientes de White Camel se colocó entre Herschel y Billy con una bandeja metálica en las manos. En la bandeja, dos navajas de larga envergadura, con una hoja de casi un pie de largo y una empuñadura plana, los esperaban para el duelo. Los cogieron y se colocaron a unos cinco pasos el uno del otro. Herschel flexionó ligeramente sus rodillas y abrió un poco su brazo derecho, estando el cuchillo en esa mano.

    El sonriente Billy the Slasher se lanzó contra su oponente, intentando asestar una cuchillada horizontal en el antebrazo desarmado. Herschel lo esquivó dando un paso atrás y acto seguido intentó atacar. Pero el otro, rápidamente volvió a atacar muchas cuchilladas al aire sin parar, solamente dejando retroceder al joven. Éste miró atrás y vio que cada vez estaba más cerca de la puerta por la que había entrado.

    –¿No puedes defenderte? –dijo el hombre que comenzaba a cansarse.

    –Jamás volveré a verte esa fea cara. –respondió el muchacho.

    En un ágil movimiento, de repente, ambos cuchillos se cruzaron clavándose ambos finales de hoja. Los dos hacían fuerza, sus brazos temblaban, se miraban a los ojos fijamente hasta que Herschel liberó una pequeña mueca. Dio un paso adelante a la vez que giraba sobre sí mismo, la hoja de su cuchillo ralló contra la otra y la giró hasta que hizo un pequeño tajo en el brazo izquierdo de Billy.

    –Eso no me lo esperaba. –dijo el calvo ahora mucho más sonriente, estando los dos cara a cara. –Tenemos un ganador. –El hombre agarró la muñeca de Herschel y alzó su brazo.

    –¡Fantástico! –gritó White Camel aplaudiendo. El resto de los presentes le siguieron con los aplausos. –Buena suerte en tu nueva aventura.

    –Muchas gracias jefe. –El joven comenzó a caminar hacia el hombre de blanco para después agarrar su mano suavemente y besar la palma–. Llevaré el omertá hasta el final. –Finalmente, se levantó y alzó su puño–. ¡Muerte a la Garduña!

    –¡Muerte a la Garduña! –respondieron todos al unísono con los puños en alto.


    *****​


    Quince minutos más tarde el joven Herschel corría por las calles de Nueva Albeny. Tenía que presentarse ante los compañeros de aventura y llegaba tarde.

    –Menuda imagen voy a dar.

    Tras girar en un par de calles, finalmente llegó al jardín botánico, encontrándose al grupo hablando tranquilamente con John.

    –¡Hermano! Ca… caballeros. –El joven jadeaba–. Lamento mucho la tardanza. Es toda una falta de respeto por mi parte. Tenía un asunto por solucionar con urgencia, pero ya me tenéis a vuestra total disposición.

    –Que educadillo… –dijo Dhalion para sí mismo.

    –Tu hermano nos ha estado hablando muy bien de ti. Pero tienes que comprender que tengamos nuestras dudas. Es una misión de alto riesgo y por nuestra parte sería una irresponsabilidad llevarte, además de que puede peligrar el bienestar de alguno de los integrantes.

    –Señor Flinders, usted a mi edad ya había dejado el regimiento de coraceros para vivir aventuras y estuviste en la Isla de los Guivernos. ¿Me quiere decir que esta expedición es incluso más peligrosa? –Bertans, que había ido a buscar a Sigmund, llegó en aquel momento.

    –Por eso mismo me niego a llevarte. Yo en mi juventud hice esa locura y no morí en reiteradas ocasiones de milagro. La mayoría errores por mi inexperiencia. No pienso…

    –¡Por eso mismo! Quiero aprender a ser un explorador. Quiero que me enseñéis.

    –Veo que te sabes la vida de Alphonse con detalle. –dijo Pierre sonriente.

    –Sí… soy un gran admirador. He seguido sus viajes con mucho entusiasmo desde que tengo recuerdo alguno. En el orfanato se me hacía difícil, pero me las apañaba para lograr libros y periódicos. Llevo años preparándome, esperando esta oportunidad. Por favor, señor Flinders, lléveme con usted.

    –Llámame Alphonse por favor. –Alphonse giró la cabeza–. John. ¿Estás seguro de que es lo correcto?

    –Totalmente.

    –De acuerdo, puedes venir.

    –¡Bien! –El joven pegó un salto de entusiasmo–. No se arrepentirá.

    –Lo único… –El rostro del líder se puso totalmente serio–. Si sois hermanos, aparentemente con unos quince o vente años de diferencia, ¿por qué pasaste tu infancia en un orfanato?

    –Ese es un asunto más complicado. –comenzó el joven.

    –Hasta hace un año desconocíamos la existencia de un hermano. –continuó el otro. –Yo me encontraba fuera del país cuando nuestra madre se quedó embarazada. En el parto ella murió, y nuestro padre al poco tubo el mismo destino. Así es como Herschel acabó en el orfanato, mientras que yo desconocía su existencia. Había una carta, pero nunca fue enviada, se perdió en el orfanato y hace un año me la enviaron. Fue una increíble sorpresa.


    *****​


    Los O´Sullivan se encargaron del alojamiento, llevándolos a su casa a las afueras, mirando al mar. En esta zona la roca era de menor altura, de dos pisos, las calles eran más anchas y los grises edificios estaban muchísimo más decorados y separados entre ellos. Éstos comenzaban a tener pequeños jardines de verde oscuro, porches en la entrada que combinaban la roca con madera y se presenciaba que la gente de allí tenía un poder adquisitivo mayor.

    –¿Dónde vamos a alojarnos? –Preguntó Pierre intrigado.

    –Pertenecemos a un selecto grupo de exploradores que tiene una sede en este mismo barrio. Allí se juntan y se negocian muchas compañías. Además, tiene unas habitaciones para poder alojarse durante unos días antes de partir.

    –¿Tu conocías algo así? –susurró Pierre a Dhalion.

    –En la vida. Pero desde que se independizaron, esta gente de Nueva Albeny hace cosas muy raras.

    Llegaron a una casa de tres pisos un poco más grande y llamativo que le otro. Para empezar, tenía un porche mucho más grande construido sobre anaranjada madera de acacia. El jardín estaba muy cuidado, con rosales de todo tipo, e incluso tenía una pequeña fuente en la que abastecerse. Sobre la entrada, una cristalera de tonos rojos y verdes con forma de ojo llamaba la atención de todos.

    –Es el emblema de la compañía. El ojo simboliza la visión hacia el futuro. –explicó John al ver que todos miraban.

    Los siete entraron en el edificio, llegando a una recepción, donde John explicó la situación. El trabajador entregó dos llaves.

    –Esto es embarazoso… al parecer solo quedan dos habitaciones con dos camas en cada una. Pero dice que en las habitaciones hay un cómodo sofá donde dormir. –De repente, miró a Dhalion–. No es muy grande, pero…

    –Vale, ya lo hemos pillado. El martinico al sofá que entrará bien. Cabrones…

    –¡Oye joven! –interrumpió el recepcionista al ver que un niño de boina entraba por la puerta. –¿Dónde vas?

    –Disculpe caballero. Traigo una carta. –El muchacho sacó una carta de la bolsa que colgaba de su cuello.

    –¿No ha venido Charly?

    –No, Charly ha enfermado. Durante unos días yo me encargaré de la mensajería.

    –Cuantas veces le he dicho a Hermes que me informe de estos cambios. En este lugar no puede entrar cualquiera. –El hombre cogió la carta. El joven lo siguió hasta la recepción, donde se le entregaron dos monedas.

    –Bueno… señor, con todo respeto. Hermes de todas formas le enviaría a alguien nuevo para avisarte de ello. Así que creo que estamos en las mismas. –El recepcionista liberó una mueca–. ¿Tiene alguna carta para mí?

    –Pues hoy no me han pasado nada. Pásate mañana.

    –John. –dijo Alphonse. –¿Tenéis servicio de mensajería?

    –Sí. Hermes tiene una empresa con la que puede buscar y entregar cartas a cualquiera en la ciudad. Estos granujillas son buenos y entre hoy y mañana pueden realizar la entrega.

    –¡Eh! ¡Chico! –Alphonse caminó tras él evitando que se marchara–. ¿Podrías esperar unos minutos? Lo que tarde en escribir una breve carta.

    –Tengo algo de prisa, debería ser ya mismo. A no ser que pague mi tiempo de espera. Le serán cinco centavos más por cada diez minutos.

    –De acuerdo. –Alphonse no perdió el tiempo y pidió papel y pluma en recepción.

    –¿A quién le escribes? –preguntó Bertans.

    –A Horne de Saint George. Se supone que está en la ciudad.


    *****​


    –Hoy has hecho un buen trabajo Herschel. –decía su hermano, quien le hablaba desde una cama en el lado opuesto de la habitación. –Convencer a Alphonse mostrando tu admiración por él ha funcionado muy bien.

    –Gracias hermano. No tengo ninguna intención de defraudar a la Logia. Nuestra misión saldrá con éxito, te lo aseguro.

    –Aun así, no te relajes. La gente que encontraremos en esta compañía tiene mucha experiencia. Te pondrán a prueba, por lo que estate a la altura de sus expectativas para que se relajen y no sospechen nada.

    –He escuchado que Bertans necesita comprar un arma. Podría llevarlo al Barrio Negro de compras y tirar de contactos para lograrle algo bueno. Ir poco a poco trabajando el terreno.

    –Puede ser una buena idea…


    *****​


    A la mañana siguiente los siete se dividieron. Por un lado, aconsejados por Herschel, Bertans y Sigmund fueron a comprar armas a los bajos fondos. Por el otro, Alphonse, Dhalion y Pierre, guiados por John, fueron a conocer a Horne, quien ya había contestado a la carta.

    Herschel O´Sullivan los llevo al conocido como el Barrio Negro, un territorio cercando al Hotel la Aguja y controlado por White Camel. Aquel laberinto de estrechas calles oscuras y repentinas escaleras ascendentes y descendentes no inspiraba mucha confianza a Bertans, pero no tenían otra. Finalmente, tras meterse en un callejón sin salida cubierto por las tinieblas, el joven abrió una puerta metálica para descender unos peldaños. O´Sullivan cogió una lámpara de aceite que había colgada en la pared y la encendió para adentrarse en aquel sótano. Bertans, el último en entrar, miró a la delgada línea de cielo que se atisbaba al fondo de los edificios.

    Tras andar despacio durante un minuto soportando una terrible peste, llegaron a una gran sala alumbrada por lámparas, pero éstas no funcionaban con gas, sino que eran simples velas. Unos robustos arcos llenos de humedad aguantaban el techo, mientras que al lado derecho se podía ver que el alcantarillado de la ciudad pasaba por ahí. Al fondo, unos hornos incrustados en la pared estaban encendidos. La sala estaba llena de mesas, armarios y arcones con artefactos desbordantes como recipientes cristalinos y cerámicos, artilugios para destilar, encendedores a base de pedernal y armas de fuego.

    –¿Herschel? Apagad ya mismo las lámparas de gas. –dijo un martinico vestido de elegante traje, calvo y barba canosa al que obedecieron inmediatamente.

    –Este hombre es Johann Howard, un viejo inventor. Cualquier arma o artilugio que necesitéis, podréis lograrla aquí.

    –Joven, pensaba que ya te habrías ido de la ciudad. –El hombre dejó un par de viales sujetos en una estructura de madera y se acercó hacia el trío. Llegar y pegó un fuerte abrazo a Herschel.

    –Aún no. Estamos haciendo unos preparativos antes de partir. ¿Podrías ayudar a estos caballeros?

    –Herschel, sabes de sobra que sí. Siempre y cuando se me pague. Mis investigaciones no se financian solas.

    –No te preocupes viejo enano. Eso no será problema.

    –Bien, bien, caballeros. ¿En qué puedo ayudaros? Podemos empezar contigo. –dijo mientras daba dos pasos hacia Bertans.

    –Buscaba un arma de fuego, un mosquete que sea robusto a la hora de defenderse o realizar un golpe con su culata. Tal vez una Springfield Modelo 1795. Me han hablado muy bien de ella.

    –Vaya, curiosa forma de pelear la tuya. Jamás me había parado a pensar en ello. Tengo algo, pero tendría que retocarlo. ¿Eres de Gran Arthuria no? –El martinico se alejó hasta un gran armario.

    –Sí. ¿Por qué lo pregunta?

    –En la guerra de independencia una unidad de vuestro ejercito usó un arma de gran calidad y precisión, pero jamás llegasteis a oficializarla, por suerte para los albenienses. La Springfield simplemente es una mejora de mosquete, pero la realidad es que el futuro está en los rifles. Un ánima estriada para mejor precisión y no cargar a través del cañón para ahorrar tiempo, son cosas que pueden sentenciar o salvarlo.

    –¿Qué tiene?

    –Un Rifle Ferguson. –El hombre sacó su cabeza del armario con un largo rifle en la mano y acto seguido se lo entregó a Bertans–. Puedo reforzar el cañón y la culata con idea de soportar golpes. ¿Qué le parece?

    –Suena bien. –respondió mientras apuntaba con el arma a un enemigo imaginario. –¿Dices que no hace falta meter la bala por el cañón?

    –No. Giras el guardamonte para abrir la recamara, metes la bala y la pólvora, cierras y pones el cebador para disparar. –El hombre giró una palanca en la parte inferior del arma y observó como la recámara se abría en la parte superior. Tras inspeccionarla lo suficiente, la devolvió–.

    –Me gusta esta arma. ¿Para cuándo la tendría?

    –Mañana a primera hora. Lo único… probé el otro día una mezcla… ¿lo usará para la caza?

    –Espero no tener que usarlo contra la gente.

    –Bien, bien… –murmuraba el hombrecillo mientras se marchaba hacia uno de los armarios y cogía algunos viales. Después, se volvió a sitio en el que estaba cuando entraron y rápidamente hizo un hueco. –Desde que ocurre la primera explosión hasta que la segunda dispara la bala puede pasar un segundo, tiempo suficiente como para que un animal pueda escapar.

    –Si, pero eso ocurre con todas las armas que funcionan con una llave de percusión.

    –Hace poco leí que un hombre logró una mezcla con la que solucionar ese retardo. –Tras derramar una substancia translucida en un pequeño plato de cerámica echó un líquido plateado y los mezcló–. Disolvemos un poco de mercurio en aqua fortis y luego lo mezclamos con spiritus vini. Tras ello, obtendremos unas sales a mezclar con la pólvora.

    –¿Y realmente esto funciona?

    –Mañana cuando venga a recoger el pedido le dejaré una prueba, no se decepcionará.

    –Tu amigo es bastante nervioso… –le dijo Sigmund a Herschel.

    –Así es, bastante. Pero es el mejor para hacer encargos personalizados. ¿Tú no quieres?

    –No creo que sea necesario.


    *****​


    Mientras tanto, el grupo formado por John O´Sullivan, Alphonse, Dhalion y Pierre acababan de llegar una cafetería en el centro de la ciudad, no muy lejos del Hotel la Aguja. Horne los había citado allí para hablar mientras almorzaban algo.

    Entraron en el Hemlock in the Coffee, siendo deslumbrados por el color blanco de los manteles, el enorme escaparate que daba a la calle, el oro de los candelabros clavados a la pared, las lámparas de araña colgando del techo, el suelo de brillante mármol granate y blanquecino y la vajilla de porcelana impecable con detalles en azul marino. El local estaba lleno de gente de largos vestidos y altos sombreros y desde el primer minuto fueron constantemente observados por la gente del lugar.

    –¿En qué puedo ayudarles? –dijo un camarero con su clásica indumentaria blanquinegra, que de vez en cuando miraba al martinico incómodo.

    –Hemos quedado con el señor Horne de Saint George para el almuerzo. –respondió Alphonse buscando la mirada del mozo.

    –¿Cuatro no? –volvió a mirar al hombrecillo, sintiéndose éste cada vez más molesto.

    –Sí, por favor.

    –Pasen por aquí. –El hombre hizo un gesto para que lo siguieran.

    Caminaron hasta el fondo de a habitación, junto al gran cristal que daba al exterior, donde vieron dos mesas cuadradas juntas y cubiertas por un blanco mantel de seda. Al fondo, el señor Horne los esperaba.

    –El señor Flinders. –dijo el hombre mientras se levantaba de su sitio, se recolocaba la ropa y estiraba su brazo para un estrechón.

    –Así es, señor de Saint George. –respondió Alphonse. –Estos son Pierre, Dhalion y John.

    –Por favor, llámeme Horne. –dijo el hombre alegre. –Y siéntense y disfruten de una buena taza de té.

    –Dudo que en este lado del mundo tengan algo mejor que agua sucia. –murmuro Alphonse.

    –En eso he de decirle que estoy muy de acuerdo. La fama albeniense sobre su comida es más que merecida.

    –Bueno Horne, durante los siguientes meses no comeremos mucho mejor. –dijo Pierre.

    –La comida no será preocupación durante gran parte del viaje, incluso dudo que sea un problema principal. –añadió Dhalion. –Lo que espero es no acabar siendo alimento.

    –Caballeros, caballeros, cálmense. –interrumpió Horne al ver el tono arisco de los hombres. De repente, un camarero interrumpió entregando una tortilla de huevos al hombre y cogiendo las comandas del resto.

    –¿Usted qué desea? ¿Una botella de vino? –preguntó el camarero al martinico, recibiendo una mirada asesina.

    –Un café, con un azucarillo, dos huevos fritos y un pastel de crema. –dijo Dhalion malhumorado. Cuando se marchó el mozo continuó Horne mientras cortaba su tortilla.

    –Sé que mi aparición en esta compañía no os puede desagradar más. Es lógico, soy un estorbo para vosotros y un peligro. Pero de verdad, soy el último que quisiera estar aquí, más sabiendo que tal vez el único motivo por el que el señor Rottenatch me haya enviado hasta aquí sea para que muera.

    –¿No es mejor que se quedé en Fortunia a esperar nuestra vuelta? –opinó Pierre.

    –Podría encargarse de la mensajería desde el poblado. –añadió John.

    –Ojalá pudiera, pero cada siete o catorce días debo enviarle una carta informándole de los progresos. Llevo más de una década a su servidumbre por una deuda que no pude pagar y ahora que voy a poder ser libre no quiero cagarla.

    –Veo que estas muy cogido por los huevos… –dijo Dhalion pensativo.

    –Es quien financia esto, por lo que conociéndolo imagino que se habrá encargado de hacer lo mismo con Alphonse. –El líder, de repente, lo miró fijamente y con un sudor frio. Horne, se acercó a su oído y le susurró. –No te preocupes de lo que tengamos que enviar a Rottenatch, podemos hablarlo y decidir el escrito, pero recuerda que tiene que ser creíble.

    –¿Y Horne? ¿Qué habilidades tienes? –preguntó John O´Sullivan.

    –Soy inventor. Si a la embarcación algo le ocurre, con un carpintero podría arreglarlo el mismo día. –Dhalion y Pierre se miraron mutuamente.

    –¿Qué sabes de barcos? –preguntó el martinico.

    –He construido algunas flotas, entre ellas renové la esvartana hace veinte años.

    –¿Qué? –dijeron Alphonse y Dhalion al unísono.

    –Si, yo fui quien equiparó la flota de Esvartia a la altura de la arthuriense. Y bueno, si no os importa me gustaría ayudaros con la construcción de la embarcación.

    –Dhalion y yo preparamos unos planos en el viaje, si quieres podemos enseñártelos y mejorarlos.

    –Sería un placer.


    *****​


    Tras un largo día de preparativos, los O´Sullivan llevaron a sus nuevos compañeros a tomar un trago en una pequeña taberna. Entre cerveza, ginebra y whisky, Herschel y Bertans se embriagaron seriamente, mientras que Pierre solamente tomó un par de cervezas junto con John y aprovechaban para reírse de lo raro que se les hacía que un martinico no riera.

    –Eso de que los martinicos no hacemos más que beber es una soberana tontería. La gente tiene suerte de que soy un hombre pacífico. Si pasara por el cuchillo a la gente cada vez que me trataran como gilipollas…

    –Ahora mismo tendrás un traje de camarero. –bromeó Pierre.

    Alphonse, con ganas de echarse un cigarro, salió con John, quien le ofreció uno.

    –¿Cómo ves esta compañía? –preguntó el jefe de la expedición.

    –La verdad, creo que hay gente muy competente. Aunque eso no será suficiente cuando lleguemos al Valle del Trueno. Esos indios que viven ahí, tienen un fuerte código de honor muy particular. Si queremos su ayuda no podemos dar un paso en falso.

    –Tu eres quien conoce ese grupo. –Pegó una fuerte aspiración al cigarrillo–. Cuando estemos todos en Fortunia creo que deberemos preparar bien este primer contacto.

    –Los habitantes del valle son gente de gran honor en batalla. Para empezar, deberíamos evitar el conflicto y, sobre todo, el combate.

    –Oh… Bueno, creo que sí que hay de alguien que deberemos mantener a raya.


    *****​


    Sigmund se había mantenido a raya durante todo aquel jolgorio, por no llamarlo aberrante espectáculo de baile perpetrado por un ebrio Bertans. En un par de ocasiones estuvo por levantarse de su sitio para salvar a Bertans de una ridícula caída, pero no fue necesario.

    –Sigmund. –comenzó Alphonse la conversación. –¿Puedo acompañarte?

    –Claro, siéntate. –Le pegó un fuerte trago a su cerveza.

    –No eres gente de muchas compañías.

    –¿Eso es lo mejor que tienes para romper el hielo? –Sigmund giró la cabeza y miró fijamente a Alphonse, para después hacer una pequeña mueca burlona.

    –Donde vamos… ¿tendrás algún problema para enviar esos mensajes? Tu seguro de vida.

    –No, tranquilo. Mi Rukh puede encargarse sin problemas. Es aún un adolescente, pero pronto entrará en su edad adulta.

    –Ahora mismo es tu única familia.

    –No es mi única familia.

    –Pero te sientes como si lo fuera. Y no me jodas con una negativa.

    –¿Acaso quieres saber más?

    –Querer sí, pero no tengo ninguna esperanza de que lo hagas.

    –Entonces esta conversación es estúpida.

    –Tú te has puesto a la defensiva. –Alphonse se levantó y pegó un largo trago a su cerveza. Miró fijamente a Sigmund durante unos segundos y se marchó.

    –Espera. Ven. –El otro, tras liberar una mueca a las espaldas del Sigmund, se volvió al sitio. –Estaría encantado de contar mi situación, pero si contara la totalidad de los hechos, hay gente la que me importa y peligraría su vida.

    –Sigmund. No tengo ningún interés en joderte a ti o tus cercanos. No te voy a insistir en que me cuentes nada, pero entiende que la gente desconfíe de ti. Los breves lazos que creamos en estos meses serán los que ayuden a que todos volvamos a casa sanos y salvos. –Alphonse pegó otro trago, esta vez más breve–. Si tienes que enviar un mensaje cada mes como seguro de vida para alguien, creo que te interesa volver vivo. Nos interesa volver vivos.

    –Se que es contar las cosas a medias, pero… pero el que llegue ese mensaje al Palacio Real de Phinia es lo que mantiene a mi familia viva. Conozco un secreto del emperador que no puede salir de mi boca. El trato es que mientras yo esté vivo no contaré el secreto, a cambio mi familia no podrá ser asesinada por el monarca.

    –Y si lo cuentas, tu familia será asesinada. Son rehenes a cambio de tu silencio.

    –Eso es. Por eso me querían asesinar. Si yo muero, el secreto no saldrá a la luz y el emperador seguirá en su trono con total impunidad.

    –Y no… No, tranquilo, no es nada. –Se detuvo Alphonse–. Gracias por compartir tu historia Sigmund. –El líder estiró su brazo hacia su compañero.

    –Espero no errar con mi confianza. –El otro sonrió por primera vez en meses para después estirar su brazo hasta acabar en un buen estrechón de brazos.


    *****​


    A la mañana siguiente el grupo no perdió el tiempo, incluso en el caso de los resacosos Bertans y John. Volvieron a dividirse, esta vez Dhalion, Pierre y Horne por un lado y el resto por el otro.

    –¿Estás seguro de que esos tres estarán bien? –preguntó Bertans a Alphonse.

    –Incluso estoy seguro de que llegaran bien a Fortunia, si Dhalion no mata a Horne. –bromeó el líder. –Tampoco es que vayan a tener un viaje muy complicado hasta el aserradero de Pueblo Parado.

    –Es por aquí. –interrumpió el joven O´Sullivan, extrañando a Alphonse al ver el callejón cerrado.

    Con la lámpara de gas entraron al taller de Johann Howard, quien los esperaba muy inquieto para enseñar sus artilugios.

    –¿Ya estáis aquí? Bien, bien… ya tengo todo preparado para la demostración. –De repente, el nervioso martinico se percató de la presencia de dos personas más–. ¡Hombre John! Cuanto tiempo. Ya ni me visitas. Y a ti… ni te conozco.

    –Buenos días. Soy Alphonse.

    –¿Y necesita algo?

    –No, tranquilo. Me encuentro bien…

    –Tú te lo pierdes. –El martinico retrocedió y se dirigió hacia una mesa en la que tenía apoyado un fusil–. Bertans, acérquese. –El bonachón obedeció inmediatamente–. ¿Recuerdas cómo funcionaba no?

    –Por supuesto.

    –Pues vayamos a hacer la puerta. Coge la pólvora, una bala y ese bote de ahí, es el cebador.

    El viejo martinico, feliz y dando pequeños saltos hacia el alcantarillado, comenzó a canturrear. Bertans abrió el compartimento, metió la bala y la pólvora con cuidado, y lo siguió con el arma y el cebador en mano. Observó que en las sucias aguas del alcantarillado sobresalía una losa y al fondo una figura de madera esperaba sobre otra losa a una considerable distancia, unos ciento veinte pies, la cual estaba alumbrada con candelabros colgando del techo. El resto se acercó para ver la prueba.

    –El cebador es una mezcla un poco inestable, explota con facilidad, por lo que intenta no moldearla con las manos. Podrías quedarte sin un dedo.

    –Qué seguridad me otorga martinico. –bromeó Bertans, quien derramaba el polvo con cuidado. Acto seguido apuntó y disparó, logrando un tiro limpio en la cabeza de la escultura. Bertans, gratamente sorprendido, miró el arma liberando una mueca.

    –¡Fantástico! –gritó Johann emocionado.

    –Buen tiro. –dijo Alphonse con una mirada nostálgica.

    Bertans volvió hacia sus compañeros, probando el arma como si de un bate se tratara. El hombre sonreía como si de un niño con su caramelo se tratara.

    –Ahora probaremos la otra arma.

    –¿La otra arma? –dijo Bertans extrañado. Herschel sonreía de forma traviesa.

    –Ese caballero tan serio necesita un mejor arco. John me contó que usabas un arco por arma y la verdad, me tomé la licencia de preparar un reto del pasado. Estoy seguro de que le gustará. –Todos miraban a Sigmund.

    –Le dije que no era necesario.

    –Lo sé. Pero me gusta ser elogiado por mi ingenio.

    El martinico se acercó a otro de los armarios, esta vez uno alto y estrecho. Lo abrió y dejó al descubierto su interior, muy vacío salvo por un arco muy peculiar. Johann lo cogió y caminó hasta Sigmund. Todos miraban al arco extrañados.

    –¿Esto que es? –preguntó el sicario extrañado.

    –Sabes lo que es, aunque esta versión le resultará innovadora. Pruébela.

    El hombre cogió el arco de metal, el cual tenía algunas poleas excéntricas a sus lados que ayudaban a tensar mejor la cuerda. La cuerda, tras pasar por las poleas y cruzarse un par de veces, quedaba una última en la que se apoyaba la fecha.

    –Es un invento que realicé con un experto herrero al norte del Mar Verde. Reproducimos algunas piezas metálicas por separado, para luego unirlas. De esa forma logramos reproducir la holgura de la madera. Las poleas lo que hacen es que se necesite menos fuerza para disparar, con lo que mejora la precisión.

    –Está bien. –Sigmund cogió el arma y se dirigió a probarla al mismo lugar de antes.

    De un montón cogió una flecha, hizo un par de pruebas para ver cómo funcionaba y se colocó en la losa en la que Bertans probó su arma. Apuntó a la escultura, la cual tenía la bala incrustada.

    –Si le das a la bala incrustada te pago el arco. –apostó Bertans.

    –Pues todos en silencio para escuchar hierro contra hierro.

    Apuntó durante unos largos segundos para ver bien su objetivo, siendo difícil por la fluctuación del fuego. Cuando creía tenerlo, aspiró fuerte y liberó la flecha. La metálica punta chirrió al dar en la bala, para después rebotar y caer al agua. Acto seguido, todos aplaudieron contentos.

    –Martinico, he de decir que es un arco peculiar, pero prácticamente logra sus objetivos. Mañana mismo partiremos hacia el oeste, pero a mi regreso me gustaría tener una o dos más de estas.

    –Te va a salir bastante caro.

    –Tranquilo, el señor Rottenatch paga. –dijo Sigmund con una sonrisa picarona.


    *****​


    Día 16 de junio por la mañana se reunieron todos para despedirse a las afueras de Applestone. Tras cruzar un largo puente de considerable anchura salieron de la isla donde se hallaba la ciudad, apareciendo en una larga explanada donde algunos pabellones. En uno de éstos, donde se podían contratar carruajes para viajes largos, se despidieron.

    –El 10 de octubre saldremos de Fortunia, por lo que aún tenéis cuatro meses para preparar todo. Cualquier cosa que necesitéis os he dejado una hoja de ruta para saber por que localidades estaremos. Solo tendréis que enviar un mensaje a una de esas localidades.

    –Nosotros tardaremos algo más que vosotros en llegar, pero para finales de agosto estoy seguro de que llegaremos. –dijo Pierre.

    –En el aserradero de Pueblo Parado tardaremos unas semanas en lograr todas las partes que queremos, pero dudo que nos retrasemos. –añadió Dhalion.

    –Para la fecha tendremos la embarcación más que preparada. –finalizó Horne.

    –Eso suena genial caballeros. Tengo la certeza de que haréis un gran trabajo.

    –Nosotros todavía no partiremos de Applestone. –continuó John O´Sullivan. –Tenemos un asunto familiar que cumplir antes de partir hacia allí, pero estoy seguro de que para inicios de agosto estaremos por allí para ponernos en forma.

    –Señor Flinders. ¿Si no le importa, podríamos batirnos en un duelo de espada cuando nos encontremos en Fortunia? –dijo el joven.

    –Por supuesto joven. Será un placer practicar la espalda, muchacho. –Alphonse se acercó al joven para compartir un fuerte estrechón de manos.

    –Pues dicho esto creo que podemos partir. –dijo Bertans, que acababa de subir la última maleta al carruaje, aunque esta sonaba a cristal.

    –¿Tanto whisky necesitas para el viaje? –preguntó Sigmund.

    –Estos dos meses de viaje puede que se nos hagan eternos. Hagámoslos más amenos de esta forma.

    –Santo cielo… menudo festín os vais a pegar. –vaciló Pierre.

    –Tranquilos que en Fortunia tendréis más. –acabó Alphonse.

    Y entre fuertes estrechones de manos, bromas y risas, se despidieron los ocho integrantes. Aunque la mayoría de ellos todavía no conocían a los dos hermanos del oriental Donis, ni a el último integrante, un viejo compañero de Alphonse, el cartógrafo Nicolas Moll.
     
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