[Entrega][Psychiatric] Invitación.

Tema en 'Relatos' iniciado por Yumehito, 25 Febrero 2011.

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    Yumehito

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    Nick: Yumehito
    Titulo: Invitación.
    Colectivo: Psychiatric
    Personajes: Vivianne Weigel, Heine Vadrick... alguna que otra aparición de Emily y Akito.
    Para: Elizabeth... y Selenezca, de agregada xD
    Palabras: 623/????
    Notas:
    1) Mi idea salió mucho más larga de lo esperada, por lo mismo, iré poniendo por capítulos (cortos, eso sí) mi historia, que finalmente tendrá un hilo conductor de la misma.


    2) Es un placer cuando hay personas que comparten lo que a ti te gusta, en especial si son creaciones personales. Vivianne es muy íntima mía, a veces casi siento que es un reflejo de mí misma (si fuera psicóloga, si tuviera 25 y en un universo alterno donde yo soy alemana y poseo sus características físicas). Por lo mismo, que dos personas como ustedes gusten de ella, de cómo es, de shippearla con alguien... extravagante, por decir lo menos, me divierte y me hace quererla a ella y a quienes la quieren. Así que esta historia es para ustedes. De todo corazón espero que les guste y que haya hecho algo bien, for God's sake ;_;

    --------

    12 de febrero, 7:33 AM.
    Te lo ordeno.

    «Saldremos».


    Eso era todo lo que decía la nota. Por un momento, Vivianne rió sonoramente para luego mirar a todos lados, asegurándose de que no había nadie en la calle. Pensó que la persona que le mandó esa carta se había tomado muchas molestias: ponerla en un sobre, poner su nombre encima de él, dejarla en el buzón de su casa (sí, quién lo hizo vino personalmente a dejarlo, puesto que no tenía ningún sello de la oficina de correos), ¿escapar? y esperar a que ella la leyera.


    El sobre decía Vivianne F. Weigel. Cuando vio la F., se extrañó. F. de Frederika. Vivianne Frederika Weigel. Ese segundo nombre que casi nunca mencionaba, sin motivo aparente, no porque le desagradara o algo así, sino que por sintetizar su nombre, decía que solamente se llamaba Vivianne no-tengo-segundo-nombre Weigel. La persona que lo había enviado tenía una caligrafía muy bonita (y entendible, por lo demás) y sabía su segundo nombre. Claramente un problema.


    ¿”Saldremos”? ¿A dónde? ¿Quiénes? ¿Por qué? Repentinamente recordó el calendario: 12 de febrero. No lo quería relacionar en seguida, sería esperar mucho, o quizás sería una odiosa casualidad, pero quedaban muy pocos días para San Valentín y el recibir una nota así le hizo sentir medianamente acosada, tanto que sintió que quizás la paranoia se apoderaría de ella en cualquier momento y en cualquier lugar, pero siempre es mejor disimular…


    Cerró con llave la puerta de su casa en forma rauda. El sol comenzaba a despuntar y daba directo en la chapa dorada de la puerta, lo que hacía que todo se reflejara en su rostro. Se fue a su auto lo más rápido que pudo para dirigirse al psiquiátrico. No iba atrasada, pero a ella le gusta llegar siempre puntual. Esa nota había alterado la acostumbrada parsimonia, pero secretamente… le emocionaba el sólo pensar que alguien podría mandarle esas cosas (¿un admirador secreto, tal vez?).


    Cuando llegó a su despacho se dio cuenta de que había echado la nota al bolso. Lo supo al buscar la llave para abrir los cajones del escritorio, pero no la encontraba. Aún somnolienta, Vivianne prefirió sacar todo para poder buscar mejor la llave y, mientras lo hacía, sintió cómo la puerta se abría. En un acto reflejo, sabiendo quién era la única persona que vendría a molestarla apenas llegase, y aun sacando las cosas del bolso, susurró “Guten Morgen, Heine”, pero no recibió una respuesta. Cuando levantó la vista y se encontró con Heine, se dio cuenta de que estaba tomando sus cosas con mucha naturalidad, revisando todo a su paso (las cuentas por pagar, el lápiz de labios color rosa, los chicles y otras cosas que siempre pueden ir en el bolso de esa mujer trabajadora que Vivianne sentía que era, orgullosamente), hasta que tomó la nota.


    —¿Y Viv? ¿Piensas aceptar lo que te ordena un papelito? —dijo el albino con una sonrisa en los labios y los ojos fijos en el papel.


    Vivianne no respondió en ese instante, sólo le quitó rápida y ferozmente el papel de las manos, diciéndole “son mis cosas, no te metas en lo que no te importa, Heine” y echándolo de su despacho con una gélida mirada. Durante ese instante, se sintió como una leona rabiosa, debido a que se sentía sumamente vulnerada… Heine había tomado algo de su intimidad, de su vida fuera del trabajo, y lo había comentado como si fuera lo más normal del mundo. Ella solía separar su (escaza) vida personal del trabajo y que él intentara mezclar, aunque fuera para preguntar algo nimio (pero digno de él) en aquél lugar, en su santuario… Argh, ese Heine siempre la sacaba de sus cabales. Sí que sí.
     
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    Elizabeth

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    Deberían dejarte poner más de un me gusta, aunque estaría varios días poniendo me gustas in parar para hacer ver cuanto lo adoro.

    Creo que con sólo leer las notas ya me estaba emocionando :L
    Lo he amado, adoro tu forma de narrar y todo sucede de tal manera que me hace desear el siguiente cápitulo.
    Adoro a Viv, la noto tan ¿humana? no sé como decirlo, pero me gusta su forma de actuar, su razonamiento... Heine siendo tal él metiendose donde no le llaman. Creo que el adjetivo de extravagante se le queda corto al psiquiatra.
    No soy buena comentando (casi nunca comento por esta razón) pero, aún así tenía que comentarte aunque sea este vacío comentario que lo único que hace es darte las gracias por el regalo de San Valentín.

    Estaré esperando con ansías el siguiente y mientras fangirlearé y amaré este cap :L
     
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    Yumehito

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    13 de febrero, 4:23 PM.
    Tú y yo.

    Cuando era joven, durante mucho tiempo Vivianne se preguntó si sería capaz de tener hijos, aunque fuera con el hombre que amara. Los niños gritando, chillando, exigiendo cosas y manipulando a sus padres con sollozos desgarradores no era lo suyo… pero aquí estaba ella, trabajando en un psiquiátrico y escuchando a dos jóvenes de veinte años cada uno, gozando y gritando como si los dos tuvieran ocho años. Claro, no es que ellos lo hagan por gusto, sino porque están enfermos, pero aun así se comportan como niños pequeños. Y estaba bien, eso le gustaba. A veces sentía que Emily y Akito eran sus hijos, aunque ella sólo fuera cinco años mayor que ellos. Siempre solía tener un detalle para con ellos e imponía disciplina cuando era necesario, a diferencia de otro…


    —¡Heine! —Gritaron Emily y Akito al unísono cuando lo vieron llegar por el pasillo—. ¿Nos trajiste dulces, nos trajiste dulces?


    Heine los miró y sin decir palabra alguna, sacó de su bolsillo un par de dulces: uno rosado para Emily (de sabor frutilla, según comentaba ella a gritos de emoción) y uno azul para Akito (que pretendía ser de piña… aunque todos sabemos que no hay piñas azules).


    Mientras ellos lo abrían, Heine dio dos pasos más, entrando al despacho de Vivianne, que tenía la puerta abierta y la examinó. Sabrá Dios qué buscaba Heine en ella, pero al acabar su repentina inspección, sacó a Weigel de sus cavilaciones sobre los hijos adoptados que poseía en el psiquiátrico y le preguntó sobre unos papeles pendientes. Ella, en forma autómata, sacó los papeles del escritorio, ya listos, y los puso delante suyos, cosa que hizo sonreír a Heine.


    —¿Cómo los tuviste listos tan rápidamente, Viv? —preguntó él, mientras masticaba un pequeño chocolate y tragaba despacio.


    —La verdad es que tengo mucho tiempo libre, por eso estuvieron listos en un santiamén —contestó Vivianne con un deje de melancolía. Quizás si no dedicara su vida completamente al trabajo, tendría muchas más amigas y amigos y, quizás, hasta un novio… pero a cambio tiene que lidiar con un narcisista adicto a los dulces en su oficina.


    Na ja* —respondió Heine sin prestar mucha atención.


    —En fin, ¿no tienes algo más que hacer? —preguntó ella, esperando poder echarlo lo más pronto posible.


    Antes de que el albino pudiera contestar algo o si quiera abrir la boca, Emily y Akito irrumpieron en el despacho gritando, saltando y esgrimiendo en el aire un dibujo recién hecho con lápices a cera.


    —¡Mira, Vivianne! ¡Eres tú!


    Sin esperar palabra alguna se fueron, dejando en el escritorio el dibujo para Vivianne. Ella, haciendo caso omiso de Heine, levantó el dibujo y pudo ver dos muñecos de palitos. Uno tenía su nombre arriba en muchos colores. Decía Vivianne. Y, aparte, claramente era ella porque, aunque estuviera a palitos, tenía sus ojos azules y su pelo negro. Estaba vestida con un pantalón negro y una blusa blanca. Estaba tomada de la mano de alguien, pero al mismo tiempo de nadie. Era un muñeco a palito como cualquier otro, no poseía ningún rasgo característico y no tenía ningún nombre arriba, a diferencia de ella. Pero había algo extraño… Arriba, en lo más arriba del dibujo, en la punta derecha, estaba escrita la palabra «Juntos» casi con letra negrita.


    Ella no quería, pero instantáneamente, luego de leerlo, frunció el ceño. ¿Por qué Emily y Akito habrían puesto la palabra juntos? ¿Porque ella aparecía tomada de la mano con otra persona? ¿Y quién era esa persona?


    Después de un momento de silencio, mientras Heine escrutaba el rostro de Vivianne y meditaba un par de segundos, sólo pudo reír.


    —Hahaha, eres chistosa, Viv. Esos niños sólo están jugando contigo y tú te lo tomas muy en serio. En fin, me marcho. Era eso lo que querías hace unos momentos atrás, ¿no? —Vadrick comenzó a caminar hacia la puerta y estaba a punto de salir hasta que se dio la vuelta, aún con la mano en el tirador—. Ah, por cierto… —tomó aire un par de segundos y esbozó una sonrisa burlesca—, te ves bien con esa blusa blanca, pero creo que le falta tener más pechos, porque tú los tienes más grandes —dicho lo último, cerró la puerta suavemente detrás de él mientras Vivianne miraba hacia abajo, hacia sus pechos, y se decía a sí misma “No es cierto… mis pechos son normales, no grandes” y refunfuñó una vez más, furiosa porque Heine le dice cosas que ella, en el momento, no puede replicar.

    *Na ja: está bien (alemán).
     
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    14 de febrero, 11:27 AM.
    Suposición non-forzada.

    Catorce de febrero. Día de los Enamorados. También día de la amistad y esas cosas, pero si tienes una pareja, en lo último que piensas son tus amigos. Todos ellos están de lo mejor, pasándola con sus parejas, y así, en un círculo vicioso donde el único que sufre es el que no tiene ni siquiera un perro que le ladre. Cuando este raro espécimen sin amor intenta llamar a sus amigos para saludarlos y no sentirse tan solo, lo único que hace es molestar, en su momento de intimidad, al amigo y su pareja de turno. Pero, en fin… Vivianne no tiene (muchos) amigos ni pareja, así que no tiene para qué preocuparse de esas cosas. De hecho, lo único que ha hecho, desde que se levantó, es pensar “¿Dónde están esas llamadas preguntando cómo estoy? Aunque sea un miserable saludo y curiosear diciendo cosas como ‘¿Y? ¿Tienes pareja para esta fecha?’ para responder patéticamente que no, que mi trabajo me absorbe y no tengo tiempo ni para mí misma”. Porque, lo quiera o no, su mente está en otra parte… desde que recibió cierta nota se ha preguntado por qué no tiene pareja.


    Según Vivianne, ella no es fea ni mucho menos grotesca. Quizás no sea la más linda de todas, no es lo que se llamaría exuberante, pero está bien. Ella se acepta tal y cómo es, aunque de repente le gustaría cambiar una que otra cosa, pero ¿a quién no le gustaría? Es decir, todos quisiéramos cambiar algo por una vez, quizás el pelo, quizás los ojos, quizás esas pequeñas arrugas que se hacen alrededor de la cara cuando sonreímos gustosos, a excepción si eres un narcisista… como alguien que conoce. Pero eso ya es otra historia.


    Mientras piensa todo esto, de la nada, se da cuenta de que ya son casi las once y media de la mañana, hora donde hace una revisión rutinaria, donde se asegura que Morena no haya matado a nadie y Emily y Akito estén jugando tranquilos, así que sale calmada de su despacho y se asegura de haber dejado todo ordenado adentro.


    Mientras camina, se mete a la habitación de Morena y la ve leyendo El Libro de los Amores Ridículos de Milan Kundera, versión francés. No puede evitar soltar una pequeña risita al ver que Morena está leyendo eso… al parecer, incluso ella, en una forma retorcida, se ha contagiado con San Valentín.


    —¿Sueles entrar a las piezas sin preguntar? —pregunta del Percio, sin quitar la vista del libro.


    —No, no es eso —menciona Vivianne, sentándose lentamente en la cama de la paciente—. Es sólo que quería ver qué estabas leyendo.


    Morena levanta levemente el libro, sin dejar de leerlo, para que se vea el título y el autor y, de un momento a otro, lo cierra para fijar sus ojos en Vivianne.


    —¿Harás algo entretenido esta noche, Viv? No creo que tu idea de diversión de San Valentín sea cuidar enfermos mentales, ¿o sí?


    —Te puedo asegurar lo que más quieras, More, que si fuera por Viv, viviría aquí para vigilarlos a todos ustedes. Ella no tiene vida personal, y la poca que tiene, la ocupa en ver películas alemanas y francesas —dijo Heine, apoyando la espalda en la puerta abierta, mientras jugaba con una paleta color rojo en el aire.


    Morena levantó una ceja y puso su respectiva cara de desagrado para decir “¿Y qué hace él aquí? Parece que en este cuchitril de mierda nadie respeta nada”, cosa que hizo reír a Heine con mucha gracia.


    —Lo siento, More. Esas son las consecuencias de venir a vivir una temporada al psiquiátrico. Nadie te va a dejar cinco segundos con la puerta cerrada, no vaya a ser que saques un frasquito con cianuro debajo de tu cama y te mates sin que nadie se dé cuenta.


    Lo último no le hizo ninguna gracia a Morena, quién en un instante, puso su peor cara y les gritó a Heine y Vivianne por igual “¡Largo de aquí!” mientras volvía a su lectura y refunfuñaba que no quería que nadie más la molestara con interrupciones imbéciles.


    —Bien hecho, Heine —dice Vivianne, seria—. Lo único que quería era conversar con ella y tú, para variar, dices comentarios que la hacen molestar.


    —Deberías meterte lo siguiente en la cabeza —respondió Vadrick, mirándola a los ojos—: tú estás aquí para tratar a estas personas, no para ser su amiga y por lo mismo…


    En el mismo instante, su discurso fue interrumpido por la llamada de los altoparlantes diciendo “Doctor Heine Vadrick a recepción, por favor. Doctor Heine Vadrick a recepción, por favor”, lo cual hizo que el aludido cerrara los ojos y suspirara. Era curioso, era de esas pocas veces en que Heine se ponía serio para decir algo y espantan su momento…


    Vadrick miró a Vivianne y, con su sonrisa característica, le dijo que tenía que ir. Sin embargo, al momento de irse, puso en la mano de ella un enorme bombón relleno de cerezas y con envoltorio dorado. Le guiñó un ojo y susurró “sé que te gustará”, mientras comenzaba a caminar por el largo pasillo blanco a su destino.


    Vivianne observó su mano al encontrarse sola. Se le cruzó por la cabeza que el bombón contenía veneno o algún alucinógeno y que, por lo tanto, era inseguro comerlo. Heine podría ser todo: quebrantador de reglas, ser alguien que no tenía respeto por la propiedad privada, alguien que no sabe callar cuando debe, a veces irrespetuoso, pero no haría nunca nada malo ni que la pudiera dañar, ¿no?


    Se puso a caminar en dirección a su oficina mientras abría descuidadamente el envoltorio y se metía el contenido a la boca. Cuando estaba por arrugar el papel, se dio cuenta de que había algo blanco adentro… “¿Qué es?”, se preguntó a sí misma. Pero no pudo contestar de inmediato, pues debía buscar la llave de la oficina en su bolsillo para abrir la puerta. Al entrar, fue corriendo al escritorio, a sentarse, y desdoblar completamente el papel.


    Había adentro una nota en papel blanco. Sólo había una palabra escrita en él, «Hoy». Y, como acto de magia, todo calzó. La letra era la misma de la primera nota…


    «Saldremos» «Juntos» «Hoy».


    El problema era el siguiente: ¿Heine había planeado eso? ¿Heine, el mismo Heine que conocía, la estaba invitando a salir? Ah, y además, ¿cómo pudo convencer a Emily y Akito a hacer un dibujo suyo, como parte de la invitación, sin que ella supiera?


    “Nah… es imposible que Heine me invite a salir. De seguro quiere molestarme porque sabe que no tengo nada que hacer hoy”, se intentó convencer Vivianne. “De seguro hoy saldrá con alguna enfermera y sólo quiere enrostrármelo”… pero luego se dio cuenta de que, si no iba en serio, ¿por qué se habría tomado la molestia de ir a poner una carta en su buzón, personalmente? ¿Tan macabras podían ser sus bromas?


    Con Heine, uno nunca sabe qué esperar. Pero lo que sí sabía Vivianne era que no caería y se ilusionaría tan fácilmente como él esperaba.
     
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    14 de febrero, 7:26 PM.
    Formalmente.


    Felicidad en estado puro. Sincera, real, verdaderamente. Eso es lo que Vivianne siente cuando llega a su casa. Si bien su trabajo la hace feliz y la satisface como persona, no puede evitar sentirse aún más alegre cuando llega después de una ardua jornada de trabajo. Claro, hay días donde esa felicidad se mezcla con un poco de tristeza que intenta olvidar rápidamente, tristeza porque no hay nadie que la vea llegar y le pregunte “¿Cómo te fue hoy en el trabajo? ¿Qué hiciste de interesante hoy?”. Ni siquiera tiene un perro, un gato o un canario a quiénes contarles todo, aunque sepa que ellos nunca contestarán. Sólo entra a su casa, tira el abrigo al sillón y repasa su día mentalmente, como si se lo estuviera contando a sí misma… esa es la soledad de Vivianne: el querer conversar a momentos con alguien, pero darse cuenta de que sólo puede hacerlo consigo.



    ¿Y hoy? Hoy es peor. Y todo es culpa de Heine. Si él no hubiese mandado esa nota dos días atrás, no se sentiría más sola que nunca. Quizás desde que era una adolescente y tenía esos momentos depresivos como todo el mundo, no se sentía tan sola y engañada como ahora.



    Es terrible. Se llega a preguntar por qué Heine se toma las molestias de hacer esas cosas, de torturarla de esta manera, mientras se dirige al baño y enciende la ducha. ¿Vivianne se ha portado mal? ¿Acaso se comporta desagradablemente con él y por eso la ha castigado haciéndole creer que saldrán? Oh, su pobre corazón adolorido…



    ¿Y qué pasó con su promesa?, se pregunta Vivianne, mientras el agua cae por su rostro. ¿Qué pasó con esa promesa de “no caeré tan fácilmente y no me ilusionaré”? Al parecer, el tiro salió por la culata y ahora es desesperación lo que la carcome por dentro, pensando que Heine está calzándose en estos momentos un traje negro en el cuerpo, con una camisa blanca y una corbata gris, que combina con su pelo. ¿A qué enfermera habrá invitado a salir hoy? ¿A esa rubia nueva que llegó hace poco, la de pechos enormes y monstruosos? ¿A Veronika, la chica un poco torpe pero de sonrisa amable? ¿O a alguien más? En una de esas, Heine ni siquiera saldría con alguna enfermera del psiquiátrico esta noche, sino que con otra mujer de cualquier otra parte, que caería irresistiblemente ante sus encantos (y su cama) esta noche.


    Entonces, ¿panorama para hoy? Fácil: como predijo el psiquiatra don-caramelos-narcisista esa misma tarde, se quedaría en casa viendo una película alemana o francesa, comiendo helados y chocolate hasta explotar, igual que las mujeres solteronas en las películas… Sentiría un poco de pena por sí misma, lloraría viendo alguna escena romántica y luego abriría algún licor para beber una copa sola, luego a dormir y volver a la cotidianeidad el día siguiente. Oh, sí, un pequeño y delicioso momento de autocompasión. Réquiem por un amor imaginario y una solitaria mujer desesperada.

    Llega a la pieza después del baño y se pone el pijama menos sentador que tiene: una polera roja ancha, desteñida y con un par de agujeros y unos pantalones cortos que apenas le cubre las piernas. Casi pareciera que sólo va con la polera deambulando por su casa, porque aquellos pantaloncillos son demasiado cortos pero, ¿qué importa? Ella está sola en casa, no hay nadie observándola.

    Ya cuando está vestida, se dirige a secarse el pelo al baño mientras piensa qué película verá esta noche. Quizás le gustaría ver “La Vida de los Otros”, esa película alemana sobre los tiempos de la Alemania Democrática y Alemania Federal, donde absolutamente todo era estricto, sin vida, sin emoción… justamente como se siente ella ahora. Pero, argh, el DVD lo tiene abajo, en la sala de estar…

    Una vez acabado el secado, empieza a pensar qué cosas debe sacar de la cocina y dónde está exactamente el DVD, también dónde puso los chocolates. Hace todo con paciencia, total, tiene toda la noche…

    Baja con suavidad las escaleras. Se dirige a la cocina y saca un helado de menta con chocolate a medio comer, luego va hacia un estante donde hay una caja de bombones con almendras y saca también un par de servilletas, no vaya a ser que por un descuido tonto manche el cubrecama. Terminado esto, se dirige a la sala y saca la caja con el DVD correspondiente. Apaga la luz y se dirige a la escalera, pero inoportunamente piensa en Heine.

    —Viv.

    Ella de la nada se larga a reír. Se ríe de sí misma, con una mezcla de alegría y pena. ¿Era tanto lo que se había emocionado, tanto lo que quería ver a Heine a su lado, que se imaginó que estaba diciendo su nombre? Siguió subiendo hasta la habitación, aún burlándose de que su mente le haya jugado tan mala pasada, pero la voz no se calló.

    —Vivianne.

    Ok, una vez pasa, pero la segunda ya indica que está loca. La risa que aún seguía en su garganta enmudeció. Era raro pensar que Heine la llamaría por su nombre completo, si muy pocas veces lo hace y, más aún, por un momento, su imaginación formuló un pequeño episodio donde, gracias a esto (pensar en Heine diciendo su nombre en cualquier momento), terminaría en el mismo psiquiátrico donde ella trabajaba, loca, y con Heine como el doctor que la atiende… Oh, ironía. De seguro le encantaría ver que ella se ha vuelto literalmente loca por él.

    —¿Es eso helado de menta con chocolate? —pregunta la voz de Heine.

    Al darse vuelta, Vivianne lanza un gritito que mezcla la desesperación y la sorpresa y, sin querer, da un salto que hace que bote al suelo todos los dulces. No, no era producto de su imaginación, Heine estaba ahí, en su casa, en su comedor… De pronto, la sangre sube a su cabeza. Todo era demasiado confuso, incluso para ella.

    —¡Tienes cinco segundos para explicarme qué mierda haces metido en MÍ casa! —gritó Weigel. Su rostro se había tornado repentinamente rojo, producto de la furia y el miedo que sentía que Heine se haya metido a su casa sin saber cómo.

    Heine sólo la mira e, inexplicablemente, su rostro refleja algo nunca mostrado: ternura. La mira con los ojos más tiernos que haya tenido jamás e intenta acercar su mano derecha a la mejilla de ella, pero la leona aparece y, en un movimiento rápido y con ojos inyectados en furia, golpea su mano. Los ojos de Vivianne parecen decir “estoy esperando una explicación”, pero Heine no lo entiende… él a veces hace cosas idiotas y no piensa en nada más que en sí mismo.

    De la nada, sus brazos se abalanzan sin contenerse y la abraza, reteniendo a Vivianne fuertemente contra él. La furia de ella es irrefrenable y empieza a golpearlo con los puños para que la suelte y pueda alejarse de él, pero comienza a cansarse y hay algo que la vence: el amor. Sin querer, Vivianne deja de golpearlo y comienza a sollozar escondiendo su cabeza en el pecho de él. La ternura de Heine excede los límites y apoya una mejilla en la cabeza de ella al tiempo que le acaricia el pelo y le susurra “¿Creías que era una mentira, cierto?”. Vivianne sólo llora, no puede ni siquiera hablar pero en su mente le dice a Heine que sí, que estaba segura que no vendría, sin embargo, como está muda, se limita a asentir con suavidad. El albino se separa de Vivianne y toma con ambas manos sus mejillas para secar sus lágrimas.

    —Mírate, Viv… Se supone que es San Valentín, el día del amor, no un día donde tienes que llorar —dice él mientras intenta entender los motivos de la mujer para haber reaccionado así—. Venga ya, si sigues llorando no saldremos, aunque mejor me hubieras avisado y hubiese venido en un traje más ad hoc a como estás tú vestida.

    Y de repente, Vivianne se da cuenta de que esa ilusión que tenía se ha hecho realidad: Heine está delante suyo, con un traje negro, una camisa blanca y una corbata gris y se sonríe mientras baja la vista.

    —Te ves bien con esa corbata, Heine… combina con tu pelo —comenta ella, levemente sonrojada.

    Cuando terminó de secar las lágrimas de Vivianne, Heine se queda mirando ese sonrojo de ella, poco característico en la orgullosa y seria psicóloga y le da la vuelta en dirección a la escalera.

    —Y ahora, Vivi, sé que te bañaste, así que esperaré a que te vayas a cambiar. Iremos a comer y la pasaremos bien —dicho esto, Heine empieza a empujarla suavemente, pero se detiene y le toma la muñeca—. Ah, por cierto... sobre lo que ocuparás, déjame decir lo siguiente: el dibujo de Emily y Akito era prácticamente un manual sobre la vestimenta indicada, el resto te lo dejo a ti.

    Y mientras Vivianne subía, se comenzó a sentir mareada y confusa, pero al mismo tiempo feliz, casi como si estuviera flotando en una nube.

    … Quizás, no sea tan malo ir a comer con Heine, total, era eso lo que quería, ¿no?
     
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    14 de febrero, 8:32 PM.
    Ich verspreche*



    Aún cuando era lo que su corazón secretamente deseaba (y, lamentablemente, no se daba cuenta de cuánto lo quería), no podía creer que iba con Heine, en el auto de él, a comer a un elegante restaurante de moda. Había algo de ello que le encantaba y la atontaba: el auto negro de Heine, que encajaba con su ropa y su personalidad; la noche y las estrellas acompañándolos, el ambiente de amor que se respiraba… Parecía como si toda la Humanidad se hubiese puesto de acuerdo en entregarles esa noche que pretendía ser inolvidable.

    No tardaron mucho en salir de la casa de Vivianne. De hecho, a pesar de ese mareo que sentía, se vistió lo más rápido que pudo: blusa blanca con unos cuantos vuelos y encajes en mangas y cuello; pantalones negros, casi como pitillos, correctamente planchados y unos zapatos de tacón negro. Porque eso era lo que él quería, ¿no? De ser así, es mucho mejor darle en el gusto.

    Llegada la hora del peinado y el maquillaje hubo un problema: no sabía qué hacer porque él no había especificado nada. Por un momento, quiso maldecir a Emily y Akito por no haberla dibujado con maquillaje, pero haciendo lo mejor que pudo, pintó sus labios de color rosa y sólo aplicó un poco de sombra en sus ojos: un color malva muy tenue que armonizaba bien como un todo general. Estando listo ese detalle, y sin saber qué hacer con su pelo, escogió lo más simple que pudo: se puso una imponente y hermosa traba de plata con una perla en medio, que (supuestamente) había pasado por generaciones en su familia. Cosa curiosa: jamás vio a ninguna de sus madres ocuparlas, entonces, que le dijeran que había pasado por tantas manos le daba risa, puesto que también estaba en demasiadas buenas condiciones. Ya terminado todo el proceso de embellecimiento, se sonrió a sí misma en el espejo dándose ánimos para lo que venía en la noche.

    Cuando bajó por la escalera, Heine estaba de pie con un gran ramo de rosas rojas y su corazón se enterneció: no pensó que él tendría tanta consideraciones para con ella. Al recibir el ramo, también le dio una caja con bombones alemanes, unos que le encantaban a Vivianne. Definitivamente él sabía cómo ganar puntos con ella, aunque ya tuviera de antemano muchos asegurados.

    Ya en la puerta, le ofreció el brazo para partir e, incluso, fue capaz de abrirle la puerta del auto, cosa extraña en él. Cuando partieron, el ambiente era algo incómodo: incluso el mismo Heine no sabía bien cómo comportarse, pero Vivianne decidió quebrar el silencio aunque sea para preguntar algo aún más incómodo que le había quedado dando vueltas por la cabeza.

    —Entonces, Vadrick, ¿cómo entraste a mi casa? —dijo con soltura mientras miraba al frente, hacia la calle.

    Heine no despegó tampoco la vista de la calle para responder, aunque Vivianne notó de reojo que tragó saliva y pensó levemente antes de contestar.

    —Digámoslo de esta manera, Weigel: cuando busques las llaves del escritorio, no deberías sacar todas las cosas de tu bolso. La ocasión hace al ladrón —en el momento que dijo eso, pararon en un semáforo que tenía la luz en rojo y Heine se giró levemente para guiñarle un ojo. Así todo estaba más claro y, por un instante, Vivianne se preguntó por qué no lo había previsto: cuando él revisó sus cosas, tomó las llaves de su casa sin que se diera cuenta y luego mandó a sacar una copia. Por eso, después del almuerzo, se extrañó tanto de que las llaves de su casa estuvieran encima de su escritorio. Estaba casi segura de que las había metido en su bolso después de haber encontrado lo que buscaba, pero obviamente era algo que ella se había imaginado.

    Después de haber llegado a esta deducción pudo darse cuenta de que Heine estaba estacionando el auto, es decir, que ya habían llegado a su destino. Se bajó sola y caminó junto a él hasta la entrada, donde un recepcionista buscó sus nombres en una lista y los llevó a la mesa indicada para la ocasión, la cual tenía unas hermosas flores blancas (como todas las mesas ahí) y un candelabro con velas. Se sentó con naturalidad levemente fingida y revisó la carta de comidas. Fijándose en los precios, todo se le hacía absolutamente caro y se resistió a pedir algo, por miedo a que su querido acompañante se quejara mentalmente, sin embargo, él insistió en que se atreviera a pedir. Vivianne, queriendo revertir la situación, rozó ligeramente la mano de él con sus dedos y le mencionó la idea de si podía pedir la comida para ambos. Heine, sorprendido por el poder de seducción, hasta ahora oculto, de Vivianne, alejó un poco su mano de ella y preguntó, sin prestarle mucha importancia, qué quería comer. Era ese instante el que Vivianne esperaba: miró las flores y sonrió ligeramente mientras susurraba “Sorpréndeme”, lo cuál hizo que Heine le regalara una media sonrisa mientras movía la cabeza. De seguro pensaba que era astuta por haber hecho esa movida.

    Pasaron unos minutos hasta que llegó el garçón y Heine pidió algo simple pero delicioso: pasta y una botella de vino blanco para dos personas. En ese instante no pidió el postre, dijo que lo dejaría para después. El garçón se retiró y Vivianne no pudo evitar soltar una risotada, aun intentando contenerse.

    —¿Y tú quién te crees que somos? ¿La Dama y el Vagabundo? —Mencionó casi con lágrimas en los ojos por la risa—. ¿Vamos a comer pasta, nos besaremos y luego yo, mágicamente, apareceré con un tropel de cachorros detrás de nosotros?

    —Claro, aunque Disney no menciona cómo se hacen los bebes-cachorros —dijo Heine, riendo también al imaginárselos como en esa conocida escena.

    Vivianne dejó de reír. Sus celos volvieron a apoderarse de ella sin que lo quisiera y replicó “pero claro, tú debes tener mucha experiencia en anatomía… total, ya has practicado con muchas enfermeras y mujeres por aquí y por allá”. En el instante que dijo la última palabra, apareció alguien con una botella de vino blanco y la sirvió en las copas. También les dieron un par de aperitivos. Heine dio las gracias y la persona se retiró.

    —Si tuviera experiencia en ello, ¿te molestaría, Viv?

    Ella se mordió un labio, un poco incómoda por la pregunta. Touché, Vadrick. Si respondiera que sí, aparecería ese rasgo característico de él: alabarse por haberla atraído a él y vanagloriarse por sus conquistas anteriores; si respondía que no, la cena romántica y todo lo que había hecho por ella no hubiese valido la pena. En estos momentos, la mejor ofensiva era una defensiva, así que cerró los ojos y le ofreció una media sonrisa, para decirle “quizás sí, quizás no”, lo cuál gustó en su acompañante.

    Llegada la comida, Heine tomó un poco de pasta con su tenedor y se lo ofreció a Vivianne en la boca. Ella levantó una ceja y miró el tenedor delante suyo, para luego mirar al albino y preguntarle si acaso contenía cianuro y por eso le ofrecía primero. Él lanzó un suspiro de resignación y objetó diciendo que, por esa noche, sólo pretendía ser amable, sacando el tenedor delante de Vivianne y metiéndoselo él a la boca. Arrepintiéndose de haber desperdiciado una linda oportunidad, ella hizo lo mismo que su acompañante y le ofreció un poco de pasta en la boca, con una sonrisa a modo de disculpa. Heine rió una vez más y aceptó esa ofrenda de paz, mientras degustaba el sabor de una muy buena pasta.

    Sie wissen, Viv? —dijo Heine repentinamente triste mientras tragaba—. Ich weiβ nichts von dem, was man “Liebe” nennt.*

    Aquellas palabras, aquella entonación ocupada en Liebe, aquella sonrisa tan triste que se reflejó en el rostro de él sin que lo hubiera deseado, caló a fondo en ambos. “Yo no sé qué significa la palabra ‘Amor’”. Vivianne miró hacia abajo, también triste. ¿Sería capaz de enseñarle el significado aún cuando ella tampoco lo sabía bien? Sin pensarlo dos veces, tomó la mano de Heine con fuerza, entrelazando sus dedos a los de él y levantó la vista para mirarlo a los ojos.

    —Ich zeige Ihnen, Ich weiβ nicht wie, aber Ich werde —susurró Weigel mientras apretaba cada vez más la mano de Heine entre la suya—. Wenn “Liebe” beduetet, diesen Eid bis zum Tod nicht zu brechen… Dann verspreche Ich… Dich immer zu lieben und keine Anderen. Dich zu lieben, solange Ich lebe.*

    Heine se quedó sin habla. Abrió los ojos de par en par y, aunque intentó decir algo, las palabras no le salían. Vivianne tampoco pudo seguir hablando. No podía creer que había dicho todo aquello, finalmente lo había dicho… La mano de Heine seguía enlazada a la suya, transmitiéndole un calor especial y, por un momento, temió que él la soltara. Quería volver a hablar, decirle que la perdonase por haber dicho tal estupidez y que olvidaran todo el asunto, pero que, por favor, no soltara su mano, no ahora, no en este instante…

    Él se levantó con lentitud, aún sosteniéndola por la mano y se acercó suavemente a Vivianne. Con la otra mano, tomó delicadamente su mejilla y, con parsimonia, depositó un beso en los labios de la mujer que tenía frente a él. Vivianne abrió los ojos pero, embriagada por el beso, los terminó cerrando poco a poco. Todo lo que había en su mente desapareció, todas las preocupaciones y todas aquellas dudas que tenía acerca de la noche. Soltó la mano que tenía asida a Heine y la puso en su cuello, sabiendo que no quería despegarse de él, pero Vadrick se separó con lentitud y apoyó su frente en la de ella. Soltó una pequeña risa y cerró los ojos.

    —Hehe, soy un imbécil —dijo acariciando la mejilla de Vivianne—. Había olvidado que estamos en público.

    Vivianne también cerró los ojos con suavidad y soltó una pequeña risa, respondiendo que también lo había olvidado.

    —Entonces, ¿realmente me amas? —dijo Heine con su tono característico. Vivianne imaginó que de seguro él estaba sonriendo en ese instante, sabiéndose vencedor de una batalla que comenzó hace dos días atrás.

    —Quizás —comentó ella, sin darle mucha importancia—. De hecho, sí, te amo, porque me trajiste a este lugar, con esta decoración maravillosa y con esta comida deliciosa.

    Él dejó de apoyarse en ella mientras abría los ojos y la miró a los ojos para luego depositar un furtivo beso en los labios de su acompañante.

    —Me alegro que mi plan haya resultado —respondió acariciándole el pelo. Luego de aquello se fue a sentar a su puesto como si nada.

    La comida transcurrió sin ningún problema más, pero a diferencia de los momentos anteriores, ahora estaban tomados de la mano y de vez en cuánto se lanzaban miradas tiernas. No comieron postre, la comida había sido mucha y deliciosa, por lo cuál no les cabía nada más en el estómago. Una vez pagada la cena, Heine se ofreció a llevar a Vivianne a su casa, lo cuál ella aceptó sin ninguna condición. Al momento de salir del restaurante, notoriamente algo había cambiado entre ellos, puesto que Vivianne iba asida del brazo de Heine, apoyando lo más que pudiera su mejilla en él, haciendo que el albino sonriera gustoso.

    Una vez partido el auto, llegaron a la casa de Vivianne en un santiamén. Ya eran las once de la noche y la luna brillaba en lo alto, ofreciendo un espectáculo maravilloso a cuanta persona quisiera verlo en ese día tan especial. Ambos bajaron del vehículo y caminaron hasta la puerta de la casa de Vivianne. Ella buscó la llave y la puso en la chapa de la puerta para abrirla pero, en ese instante, Heine le dio la vuelta y la besó en forma furiosa y tierna. Vivianne cerró los ojos, disfrutando esa combinación tan exótica que él le ofrecía: violencia y sensibilidad en unos labios ajenos a ella. Concluyeron repentinamente el beso con un acuerdo tácito y mutuo y Heine la abrazó con fuerza, poniendo una de sus manos en el cabello de ella y disfrutando el delicioso aroma a mango que manaba de éste.

    —Entonces, Viv, ¿me dejas pasar y acabamos la noche como corresponde? —preguntó Heine, degustándose igualmente con las sensaciones producidas por la dama que tenía en frente.

    Vivianne se separó de él y tomó un respiro. Todo había pasado muy rápido y era ciertamente increíble, tanto que pensó que ella en realidad estaba ahí arriba, en su habitación, y se había quedado dormida sin querer mirando la película. Lo miró a los ojos y acarició su mejilla, apenas rozando sus dedos en ella.

    —No, Heine, no puedo permitirlo… ¿Hoy te comportaste así conmigo sólo porque quieres acostarte conmigo?

    Heine sonrió. Le sonaba muy lógico que ella se preguntara eso y, por un momento, se trató de idiota al creer que Vivianne no se comportaría como Vivianne: siempre dudando de él.

    —De hecho, no —respondió, meneando la cabeza en forma negativa—. Me comporté así contigo sólo porque esperaba que hubiera una segunda cita. Pero, está bien si no quieres que pase nada esta noche y si no quieres volver a salir.

    Weigel se acercó a él y le besó con ternura el lugar acariciado para luego acercarse a su oído y decir solamente “gracias”, mientras abría la puerta. Estaba a punto de desperdiciar una de las mejores oportunidades de su vida sólo porque no pensaba que era exactamente lo correcto, pero no le importó… era mejor estar tranquila consigo misma, aunque luego se lamentara. Heine tomó la mano de Vivianne antes de que desapareciera detrás de la puerta y le ofreció esa misma sonrisa triste que le dio durante la cena.

    —Buenas noches, Vivianne —dijo él con ojos un poco lacrimosos—. Pero te lo advierto: ten cuidado. Quizás un día te des la vuelta en tu cama y te topes conmigo, desnudo, durmiendo a tu lado y abrazándote… pero no con intención de hacer cosas que no deben ser dichas, sino porque el amar no es la intención de acostarse con alguien, sino que es la intención de dormir junto a alguien.

    Ella se sonrió y susurró “estaré esperando a que vengas a mí” mientras el alemán se iba hacia su auto y partía raudamente. Vivianne le dijo adiós con la mano, pero estaba segura de que no la había visto… y quizás era mejor así.

    Entró a su casa y cerró la puerta, desplomándose en el suelo con ganas de llorar y, al meterse la mano al bolsillo, se dio cuenta de que tenía en él un hermoso collar de perlas blancas como la nieve. Lo miró por largo rato y, sin quererlo, las lágrimas empezaron a brotar. Qué estúpida había sido ésta noche dándole ilusiones a alguien y luego destrozándolas. Tomó el collar entre sus manos y se lo acercó a su mejilla diciendo “gracias” irrepetibles veces mientras sollozaba en la soledad de su casa.

    Quizás, en un universo paralelo, Vivianne y Heine hubieran pasado esa noche juntos y, ahora, ninguno de los dos estaría llorando, sino que entregándose mutuamente en la oscuridad de la noche… pero eso es algo que ellos nunca sabrán.


    * Ich verspreche: Lo prometo (alemán)

    * Sie wissen, Viv? Ich weiβ nichts von dem, was man “Liebe” nennt: ¿Sabes, Viv? No sé cuál es el significado de la palabra “Amor” (alemán)

    * Ich zeige Ihnen, Ich weiβ nicht wie, aber Ich werde. Wenn “Liebe” beduetet, diesen Eid bis zum Tod nicht zu brechen… Dann verspreche Ich… Dich immer zu lieben und keine Anderen. Dich zu lieben, solange Ich lebe: Yo te enseñaré, no sé cómo, pero lo haré. Si “Amor” significa no romper mis promesas hasta que me muera, entonces prometo amarte siempre, sólo a ti y a nadie más, hasta que me muera (alemán)
     
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    Se les agradecería enormemente a las señoritas que me leen que dejen sus comentarios, así me siento apoyada y me hacen ver que reaaaaalmente les gusta mi historia xD
    BTW, no se preocupen que el epílogo está cerca <3~
     
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    Yume, amo como has escrito esto, no ha ido ni muy lento ni muy rápido: ha ido en un excelente ritmo. Es como común y no común, al igual que la pareja, simpemente me encanta, los personajes para ser distintos los acoplas a la perfección <3 Y espero con ansias el epílogo y si se pudiera hacer un lemon, sería genial aunque eso no se puede subir en FFL :'c Aún así me encantaría leer uno x'D Este supuestamente era el regalo de Elizabeth, pero a mi me ha facinado y creo que a Selenezca y Alice Rose también <3
     
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    ¿Te he dicho que te amo? ;_;

    Esos dos... ¡esos dos! Has hecho que se luzcan, y has creado una bonita historia sin caer en el OoC o en lo meloso. Detalles como la forma en la cual la invitó la han hecho bastante ingeniosa y original, y otros, como el comentario de Heine sobre el amor, heartwarming.
    También, me gustó mucho que su relación no haya sido directamente un lecho de rosas, el final fue agridulce, y me dejaste con ganas de abrazar a alguien.

    Ha sido fantástico, y estoy muriendo por el epílogo.
     
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    Elizabeth

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    En serio, te adoro, muchísimas gracias por el regalo <3
    Ambos se lucieron, lo hiciste de tal manera que lo amé. Las descripciones son preciosas y tu manera de narrar hace que me meta de lleno en la historia. Describiste perfectamente cómo se siente Vivianne, sus reacciones son naturales y me emocionan. Me hizo una extraña gracia el hecho de que Heine se tomara tantas molestias con las notas, si yo fuese Viv habría tenido miedo de ese lado psicópata-acosador de Heine.
    La aparición de Em y Akito fue adorable, aunque me dio cierto miedo el dibujo, tiene que resultar extraño recibir eso.
    Amé el último capítulo, lo que dice Heine, lo que le responde Viv. Todo es precioso sin caer en lo meloso o en OoC. Me gustó el detalle de que el final no fuera perfecto ni feliz.

    La verdad, no se que decir, es una sensación que no puedo describir. Lo he amado, en serio.
    Muchísimas gracias por el regalo, es uno de los mejores que he recibido <3

    Espero el epílogo~
     
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    3 de marzo, 1:12 PM.
    Styska se mi po tobe*


    Los minutos pasaron, hasta que se transformaron en horas. Las horas pasaron hasta que se hicieron días y luego éstas se transformaron en semanas. Vivianne, mientras tanto, los veía pasar tranquila, pero con una pequeña tristeza que se iba agrandando más y más, como una flor que pierde fuerzas y se marchita.


    Con frecuencia pensaba en Heine y, aunque lo veía (casi) todos los días, el Heine-psiquiatra era muy distinto al Heine-hombre... Ambos eran la misma persona, pero ella realmente veía diferencias y aquello no importaba, porque sentía que los amaba por igual, aunque uno fuera un imbécil y el otro un imbécil caballero.


    Él iba y venía por su oficina, hablando cosas insustanciales como era común y Vivianne simplemente se limitaba a asentir o refutar lo que decía. De vez en cuándo sentía deseos de hablar con él, de decirle lo mucho que había disfrutado esa noche, pero apenas él dejaba de hablar del trabajo se marchaba, como si estuviera evitándola… lo cuál estaba bien, ya que lo rechazó. Supuso que debió haber sido un golpe muy duro para su ego, pero lo fue mucho más para ella misma.


    La tristeza fue tanta que la meticulosa Vivianne acabó acumulando papeles y papeles. Aunque fuera una autómata a la hora de hacer su trabajo, los ánimos ni siquiera le alcanzaban para leer y firmar. Llegó a un punto límite donde llegó a considerar si tomar unas pequeñas vacaciones le ayudarían a sacarse todo eso de la cabeza, especialmente a Heine…


    Justamente pensó eso en el horario de su almuerzo. Mientras tomaba el pan con un poco de desgano se dijo a sí misma que, quizás, ya era tiempo de vacacionar. Hacía unos dos años que no sabía porque siempre se había dedicado de lleno a su trabajo y, en cierta forma, el tener que vacacionar por motivos externos a ella la hacía molestar pero… ¿cómo podría volver a trabajar tranquila con ese doctor si sólo daba vueltas por su cabeza? Al acabar el postre se decidió. Sí, hoy mismo iba a presentar la carta pidiendo vacaciones, al menos, unos cinco días.


    Ya iba de vuelta a su despacho, con los ojos enaltecidos y un paso muy decidido hasta que Felicity tenía que venir a interrumpir…


    —¡Vivianne, Vivianne! —Gritó la detestable doctorcita feliz, como le hubiese dicho Morena—. Llegó algo para ti, pero como no estabas tuve que recibirlo yo.


    De pronto, Vivianne miró la mano de Felicity y se dio cuenta de que en ella llevaba una cesta con flores bellas. Eran blancas, rosadas y rojas con enredaderas de un verde profundo cayendo por los lados. Vivianne se sonrojó al ver aquello y prácticamente se lo arrebató a Felicity de las manos mascullando un pequeño “Gracias”.


    —¡Ábrelo, Viv! —Dijo emocionada Parker—. He visto que trae una tarjeta y he tenido la tentación de abrirla… ¡pero no lo hice!


    Felicity terminó mencionando lo último como un logro. Era lógico que tenía curiosidad, puesto que ella también. Buscó la carta entre las flores y, cuando la encontró, vio que tenía su nombre impreso en computador “Vivianne F. Weigel”. Al ver la F. su corazón se aceleró. Aunque no estuviera su letra, sabía que era de él… sólo él se hubiera tomado el tiempo y la molestia de poner, aunque fuera, esa insignificante letra para ser reconocido.


    «Durante semanas la he observado. Sus maneras son extrañas. Cada día, parece ser otra persona y, sin embargo, ser la misma. Unos días luce seria y enfadada, otros se comporta muy etérea y complaciente... Últimamente se le ve triste, pero sigue siendo la misma: siempre los mismos ojos de princesa de hielo, siempre un rostro de muñeca de porcelana… un rostro que estaría dispuesto a ver por siempre si sólo me ve a mí.


    Unbenannt Person»

    Unbenannt Person. Persona sin nombre. Persona sin nombre que empieza con H y termina con eine. Persona sin nombre que un día la invitó a comer y terminó robándole el corazón. Persona sin nombre que rechazó. Persona sin nombre con la que quiere volver a empezar. Persona sin nombre a la que quiere llamar tiernamente en su oído y decirle en un susurro “Heine”. Ésa es la Persona sin nombre que anda buscando.


    Sin darse cuenta, mientras pensaba todo esto, la nota se le cayó de las manos, tomándola Felicity. Cuando ella la leyó, sólo pudo empezar a gritar como una fangirl y preguntar que quién sería, que era hasta romántico. Vivianne se sonrojó, tartamudeando como excusa que no sabía… lo cuál era una enorme mentira. Además, ¿por qué tenía que explicarlo todo? ¿Por qué no podía guardar ese hermoso secreto sólo entre ella y el involucrado?


    —¿Por qué tan emocionada, Fel? —mencionó una voz detrás suyo. Claro, por arte de magia, Heine sabe el momento justo cuando llegar… es casi como si estuviera siempre espiándola y esperara el instante de hacer su entrada triunfal.


    Felicity, como siempre, empezó a explicar todo: que estaba en su oficina, llegaron las flores y Vivianne no estaba. Ella, de muy buena fe, las guardó hasta que llegara del almuerzo. Se las mostró, Vivianne se las quitó de las manos, leyó una carta, la botó sin querer, ella la recogió, ella la lee, Heine llega, ella cuenta la historia y así.


    Heine también le quitó de las manos la nota a Felicity y la leyó. Se sonrió a sí mismo y se la entregó a Vivianne diciendo que eran unas palabras hermosas, que quién lo hubiese hecho era un gran poeta y, sin que Parker lo viera, le entregó a Weigel una media sonrisa. Vivianne, sin pensarlo dos veces, por primera vez en su vida, le respondió con un sensual guiño. Vadrick se sorprendió de sobremanera. Era la primera vez que, después de que él se le insinuara a Vivianne en el psiquiátrico, ella le respondiera y largó a reír por ello, diciéndose que habían hecho un gran avance.


    Obviamente, Felicity no entendía y Vivianne aparentó como que tampoco lo hacía, así que Heine sólo se limitó a reír y marcharse tranquilamente, mientras la primera le comentaba a la alemana en voz baja “Qué hombre más raro… siempre se ríe de cosas que nadie más entiende”. Antes de que desapareciera por el pasillo, Vivianne gritó.


    —¡Heine! ¡Antes que lo olvide! ¡Tomaré vacaciones desde mañana!


    Él paró y se dio la media vuelta en forma pausada. No sabía bien qué decir, pero se limitó a responder que, si quería vacaciones, que tuviera el papel petitorio para ello y se lo concedía, total, no había mucho trabajo.


    Después de despedirse con rapidez de Felicity, Vivianne volvió con rapidez a su despacho para firmar casi por inercia todos los papeles que faltaban y hacer su propio papeleo para pedir vacaciones mientras miraba las hermosas flores. Un segundo aire vino a ella, pensando que quizás no se debería sacar aún a Heine de la mente… que quizás estas micro-vacaciones servirían para hacerle pensar lo que realmente quería (porque, al fin y al cabo, decidió que sólo se tomaría tres días).


    Al haber terminado todo, quedó mirando los papeles. ¿Qué era lo que faltaba? Por algún motivo, sentía que no estaba completo. Revisó el papeleo, todo en orden. Y, de pronto, llevada por su corazón, buscó una frase en internet y la anotó en un papel. La puso en la primera carpeta que Heine abriría: la carpeta de sus vacaciones. Tomó aire y fue corriendo al despacho de Vadrick para presentar todo lo que pedía. El psiquiatra mencionó que en seguida le daría el permiso y, cuando abrió la carpeta, Vivianne canto “Victoria” para sí misma. Cuando le diera el permiso, él la miraría a la cara y ella le lanzaría un pequeño beso en forma de agradecimiento. Heine miró el papel. Con una letra hermosa habían unas palabras que él no comprendía bien.


    «Styska se mi po tobe».


    Lo dejó a un lado, intentando que su rostro no mostrara extrañeza. En silencio firmó el permiso de Vivianne para vacacionar. Se lo entregó en las manos sin mirarla, rompiendo las ilusiones de la alemana, quién sólo susurró “gracias, nos vemos la próxima semana” mientras se retiraba callada e intentando hacer el menor ruido posible. Ya cuando Heine supo que nadie más vendría a verlo ni a molestarlo, buscó por internet.


    «Te extraño, ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia».


    Su corazón se sobresaltó y su respiración se detuvo por un microsegundo infinito. ¿No se suponía… que era él quién la acosaba con las notas? ¿No se suponía que era él quién debía demostrar su amor? Porque él lo sabía. Él siempre lo supo… Vivianne gusta de él. Y mucho. Pero su ética profesional es lo que les impide estar juntos. ¿Ética? ¿Cuál ética? Si tan sólo pudiera arrancar esa pequeña molestia del cuerpo de Vivianne, podrían estar juntos. Porque Heine no posee ética de ningún tipo, aquí la del problema es sólo Vivianne. Oh, la adorable Vivianne… la adorable princesa de hielo. La adorable florecilla en medio de la nieve que quiere sólo para él.


    Las horas pasaron. Las ocho: hora del fin de turno. Vivianne ya se había ido, sus vacaciones comenzaron desde el momento en que él se lo permitió. Se puso el abrigo encima y se fue sin despedir… había algo que debía hacer y que debió haber hecho hace mucho tiempo.


    Llegó frente a su casa y miró el llavero. Una llave. Una llave con una forma extraña, que no coincidía con el resto. Tomó aire y lo exhaló con pesadez. ¿Hacia cuánto no se ponía así de nervioso? Abrió la puerta. Nadie. Nadie en el comedor ni en el pasillo, pero sí una luz proveniente de la cocina. ¿Cómo lo sabía? Fácil: ya había hecho una inspección hace mucho.
    Caminó intentando no hacer ruido y la vio. Un vestido azul en un cuerpo blanco, cocinando para uno, tarareando alguna canción desconocida. La abrazó por detrás, como un oso. Ella gritó, intentando zafarse y comenzó a pedir ayuda a la policía, él rió.


    —¡Tú de nuevo, maldita sea! —gritó Vivianne mientras le pegaba con un cucharón de madera a Heine en el brazo. Él, aunque sentía dolor, sólo reía y, como ya lo había hecho en una ocasión anterior, abrazó a Vivianne para detenerla y se acurrucó en su hombro, susurrando a su oído.


    —Ya llegué a casa, Viv.


    Ella soltó una pequeña risita sarcástica y mencionó que sólo había cocinado para una persona… y esa persona no era él. Heine le acarició el pelo con delicadeza. “No importa, pediremos comida china”.


    Y así se quedaron, abrazados. Como debió haber sido en una noche de San Valentín.


    * Styska se mi po tobe: te extraño, ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia (checo)
     
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    Asumi

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    Que hermoso <3 simplemente hermoso y te juro que al menos una lágrima se me cayó de la emoción C': Este se supone que era el regalo de Elizabeth y termino siendo regalo para todas las de Psychiatic -y Alice Rose- <3 De verdad me encantó.
     
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    Yumehito

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    Bueno, mis pequeñas, gracias a todas las que me leyeron y acosaron para que acabara :3 a decir verdad este es mi primer long-fic, aunque sea de un Colectivo. Fue un agrado haber escrito esto para ustedes, porque sé que lo apreciarían. Si bien más de una vez me golpeé la cabeza porque no sabía cómo seguir, finalmente acabó... así que ahora todas lloremos juntas :'D

    Denle también las gracias a mi novio, que brindaba ideas... es tan fanático como nosotras de los Heine x Vivianne xD

    Estoy dispuesta a discutir el proceso creativo por si alguien lo desea, lulz. En fin, feliz San Valentín a todas ustedes, especialmente a Elizabeth <3

     
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    Elizabeth

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    Muy bonito el final~
    Me hizo gracia imaginarme la escena de Viv yendose y Heine vigilando que estaba fuera para abrir google. Me pareció todo muy bonito, con un final que no llega a ser acaramelado y que me deja satisfecha. Muchas gracias por el regalo Yume, no soy de comentar mucho como pueden observar, lol.

    Por cierto, siempre he creído que Heine tiene cámaras de vigilancia en todo el psiquiátrico dedicandose a sentarse en su silla, sonriente, y observar todo mientras bebe café y come dulces~
     

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