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Tema en 'Planta baja' iniciado por Gigi Blanche, 19 Octubre 2024.

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    Zireael

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    Me había dedicado a fumar en la calle fuera de la academia mientras esperaba a ver si Mason aparecía, pero el cabrón se estaba haciendo del rogar o algo. Llevaba un rato aquí y no me había pasado por alto el coche negro un par de metros más allá, moderno y de vidrio polarizado; podían llamarme loco, pero estaba seguro que era un modelo parecido al del chófer que nos había dejado a Sonnen y a mí en las Catacumbas hace semanas. Que hablando de Sonnen, por la noche le pregunté al imbécil dónde se había metido con Hiradaira y el tortolito acabó contándome que, luego de lo que parecía una eternidad a pesar de no serlo, había formalizado con ella.

    No éramos lo que se dice el mejor ejemplo de amigos del mundo, bien que me había comido al idiota luego de que la chiquilla le pusiera aceite en la cadena, pero eso no quitaba que me alegrara por él genuinamente. Al menos uno de tantos imbéciles por fin había logrado algo y, si me preguntaban, Altan era el que tenía más esperanza de poder sostener una relación. Era una bola de depresión a veces, pero bueno… También lo intentaba, al menos ahora me parecía que lo intentaba de verdad. Parecía más lúcido que cuando lo conocí y menos cargado de ira.

    De cualquier forma, dejé los ojos funcionando, pero el coche no se movió ni nada y poco después noté a Mason venir caminando con cara de odiar el mundo, limpiándose el sudor del cuello. Se veía que el pobre desgraciado no era amigo de la humedad, pocas veces lo habría con semejante cara de moco, con lo fácil que se le daba sonreír sin conferirle medio segundo de pensamiento. Venir distraído en eso le impidió notarme a tiempo, porque me colé en su camino y él casi me lleva por delante.

    —Shimizu —dijo en el momento que conectó con mis ojos, lucía más disgustado que con el calor.

    —Mason.

    —¿Vas a quedarte allí todo el día? No me apetece quedarme afuera con esta humedad.

    —Puede que sí, puede que no. Venga, hombre, no parezcas tan asqueado por mí si yo opino que eres una cosita de lo más adorable. ¿Ya viste el cartel ese coloreado por niño de cinco años?

    What about it? —murmuró.

    Suspiré con algo que se pareció bastante a la resignación, la molestia de Mason no me ofendía, de hecho puede que la entendiera. Yo había aparecido de la jodida nada a hacerle competencia con su adorada Sasha y encima de eso el mocoso parecía tener un conflicto de otra índole con mi estereotipo: tatuados con pintas de haber estado en la juvenil. No era una combinación digna de nada, qué va, así que tampoco podía tomarme su forma de responderme como algo personal. Además, digamos que al menos ambos teníamos enemigos en común.

    Era como hacer bonding del trauma, qué lindo.

    —Que soy una bestia para estas cosas, pero tú te echas la vida preparando comida con ese fin, ¿no? Sería una estupidez que aceptaras, pero, ¿al menos me darías uno o dos consejos? Para no cagarla tantísimo.

    El pelirrojo se me quedó mirando largo y tendido, cada cierto par de segundos su incomodidad mutaba a nervios y de allí a molestia y de vuelta al principio. No lucía muy seguro de ninguna de las decisiones posibles y al final, quizás un poco cansado de mi existencia, me rodeó para seguir caminando y se le notó bastante enfurruñado, casi como un mocoso en medio de un berrinche. Puede que de hecho lo fuera y me sorprendía que ahora se estuviera permitiendo sentir más, pues me daba la sensación de que ya no era todo sonrisas amables y comentarios aptos para todo público.

    ¿También le habrían rascado las pelotas directamente?

    Era lo más probable, nadie se libraba.

    —Busca tutoriales en YouTube, it's not that deep —soltó mientras se alejaba—. Estoy seguro de que puedes resolver el predicamento tú solo, Shimizu.

    Me desinflé los pulmones una vez más y acepté mi destino, sabía que no podía obligarlo a hacerme un favor como ese, tampoco iría a molestarlo a posta para conseguirlo, así que lo dejé largarse y caminé un poco por la acera, sacando otro cigarro. Busqué el mechero, por un segundo creí que se me habría caído en el caño o algo y respiré con alivio al encontrarlo.

    Encendí el tabaco, me guardé el encendedor en el bolsillo y en el momento que estuve por acercarme más para husmear el coche negro, la puerta del conductor se abrió y escupió a un tipo de unos cuarenta y tantos vestido de colores oscuros, con ropa semi-formal. Complexión media, piel blancuzca, y facciones algo particulares... era mezclado, ¿no? Como Ikari. Sus ojos eran oscuros, ligeramente rasgados, y sus facciones algo toscas.

    Conectó su mirada conmigo mientras cerraba la puerta del coche, sacando un cigarro también, y me dedicó una reverencia, fue allí que conecté un par de neuronas. Era el hombre que, fuera de uno de los pubs del viejo de Cayden la misma noche que lo del club de Toshima, rondaba de forma sutil. Recordaba haber visto su rostro al menos de costado, de refilón, como si fuera una sombra pegada a Reaper.

    Honeyguide —saludó con aparente cordialidad.

    ¿Acaso todo el mundo de repente nos había puesto un rastreador en el culo?

    —Señor...

    —Horrigan, muchacho.

    —¿Nuevo niñero? —atiné a preguntar luego de unos segundos, se me ocurrió que habría pasado a dejar a Cayden no hace mucho, y el hombre soltó una risa algo ácida.

    —Una pequeña fortuna por cada cana nueva que me sale sobre la cabeza. Es un negocio redondo.

    Vaya, si no era cada uno más infeliz que el anterior. Lo miré con algo de fastidio, a saber por qué, pero entonces algo distinto cruzó los ojos del hijo de puta y creí que fue un intento de comunicarse. Era un cínico, era imposible de negar, pero parecía menos indiferente que el Segador.

    Pero sabía que todos estos desgraciados nos usaban, tarde o temprano.


    como siempre una nueva pendejada cada día, ahí queda Shimizu con este individuo (????)
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    F Arata además, decidí con una lista si Maze le ayudaba o no y salió que no JAJAJ *clown*
     
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    Bruno TDF

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    Las voluminosas nubes le daban un airecito tristón a las calles. Igual no se podía negar que también existía cierto encanto melancólico cuando la ciudad se encontraba de este modo, sin tanto brillo. Me la pasé mirándola desde la ventanilla del coche que mi hermana conducía; viendo los edificios, la gente y los coches pasar. ¡Aunque, eso sí…! También era justo decir que me la pasé dormitando de ratos en buena parte del viaje hasta la academia; Copito, en mi hombro, era una bolita de plumas dormilona, y me hacía mucha gracia pensar que yo bien podría verme como una bolita inflada de pelos, con la de humedad que había fuera del auto.

    Por suerte, aquí teníamos algo de aire acondicionado. Pero Vali, que conducía, se negaba a subirlo más allá del punto en el que lo había dejado. Aunque estábamos mejor que en el exterior, el calor se me estaba pegando a la piel y el lazo de mi uniforme comenzaba a sentirse pesado.

    —¿En serio no podemos subirlo un poquito más? —insistí con una sonrisita desde el asiento del acompañante; Copito se removió al escuchar mi voz, para luego acurrucarse contra mi cuello.

    Los ojos violetas me miraron de reojo, mientras sus dedos tamborileaban el volante con calma.

    —Podría —concedió—. Pero terminarías resfriándote como Kana-chan. No podemos arriesgarnos a que algo así pase antes del torneo, ¿o me equivoco?

    Suspiré con una sonrisa resignada, pues me supe derrotada por su lógica aplastante. “Kana-chan” era Kanade, así le decíamos con cariño. La pobre se había quedado a dormir en lo de una amiga, y volvió ayer hecha un espectáculo de estornudos. Al final, no le quedó más remedio que faltar a las clases de hoy para hacer reposo. Y tenía toda la pinta de que no podría pasar a verme en el torneo de mañana, algo que le daba culpa. Pero le dije que no se preocupara, que el domingo pasaría a hacerle una sopa nutritiva que la dejaría como nueva.

    Valeria no reaccionó por mi suspiro, al menos no visiblemente. Pero era una gran hermana que velaba por mí de todas las maneras posibles, por lo que me señaló la guantera del coche, que quedaba frente a mi asiento.

    —Hay un abanico ahí.

    —Oh.

    Bueno, algo era algo, ¿verdad?

    Extendí mi mano derecha, que conservaba las curitas de que me había dado Moony y que, además, estaba envuelta en una venda limpia que me rodeaba la muñeca y parte de la mano. Era más bien algo funcional, pues la estaba usando preventivamente para limitar el movimiento de la zona, así me evitaba dolores o lesiones inesperadas. Había practicado mucho rompimiento de tablas con este puño, en mi afán por mejorar e igualar a mi rival Himari, a la que tanto admiraba.

    Para cuando llegamos a las puertas de la academia, llevaba un buen rato abanicándome, con cuidado de no hacer movimientos excesivos con la dichosa mano vendada. Al final había terminado por quitarme el lazo del uniforme (el cual guardé en el bolsillo de mi falda) y me desabroché el primer botón de la camisa, como para que el airecito del abanico me llegara a más zonas.

    Y menos mal, eh, porque la humedad y el calor parecieron querer devorarnos apenas nos bajamos del auto el cual Vali estacionó cerca de un vehículo negro que se me hizo vagamente familiar.

    —Uf, pues se va a sentir larga la jornada, con esta humedad, eh —suspiré, llevándome el abanico cerrado a la nuca y alzando un brazo, en lo que fue un estiramiento desvergonzado y poco elegante que me hizo tronar algunas articulaciones; acto seguido, me pegué a Vali y le di toquecito en las costillas con el codo—. Menos mal que tienes a tu hermanita que sabe hacer unas trenzas perfectas para días como hoy, eh, así tu cabello lucirá siempre divino.

    Mi hermana en ese momento estaba sacando un cigarrillo de una caja metálica, hasta que mi comentario le hizo pausar sus movimientos. Se llevó una mano a la trenza que reposaba por delante de su cuerpo, desde uno de sus hombros, y la recorrió hasta el extremo con la punta de sus dedos. Ella tenía el cabello algo más corto que el mío (le llegaba por encima de la mitad de la espalda), así que no le hizo falta hacer un movimiento largo como habría ocurrido con mi trenza. Pero se veía preciosa. En su semblante, por lo general serio, se asomó una sonrisita afectuosa.

    —Es un trabajo impecable, como siempre —convino, llevándose el cigarrillo entre los labios—. Digno de mi hermanita menor.

    Con su mano me alcanzó una mejilla, la cual pellizcó sin fuerza real hasta sacarme una risita. Copito estiró las alas en mi hombro, de lo más contento por el amor de hermanas que resplandecía ante sus ojos escarlata.

    Luego de esto se me dio por mirar de nuevo al auto negro, porque no dejaba de hacérseme conocido. Y en ese preciso momento comprendí por qué, al ver al simpático hombretón que estaba hablando con mi compañero de curso, el dichoso Shimizu.

    —Ah, pero si es el señor Horrigan —dije, más como un pensamiento en voz alta, mientras buscaba a Cay con la mirada; no vi el resplandor rojo en nuestra cercanía.

    —Horrigan… —dijo Valeria, con el cigarrillo aún sin encender—. El hombre que los trasladó las veces que saliste con Cayden, ¿no?

    —El mismo que viste y calza —afirmé, dedicándole una sonrisa divertida— Y ya ves qué bien que viste. Se parece a tí en ese sentido.

    Vali contuvo una risa suave, un poco irónica. Era bastante seria en apariencia, pero no era demasiado raro que tuviera sus momentos.

    —¿Y el otro?

    —Es Shimizu, compañero de clase. No hablamos casi nada —dije, mirando al muchachote; fruncí ligeramente el ceño al recordar que, en realidad, sí me había dirigido la palabra una vez—. Supongo que no hay problemas si nos acercamos a saludarlos, ¿verdad? Me gustaría presentarte al señor Horrigan.

    —No veo por qué no —respondió Vali, a medio camino entre el interés y la indiferencia.

    Sonreí. Nos acercamos hasta aquel par y esperamos a que repararan en nosotras. Lo cual, bien pensando, no era para nada difícil.

    Me daría risa si fuese consciente del cuadro que les ofrecimos: dos hermanas albinas, una bajita, de ojos azules y sonriente; la otra, visiblemente más alta, de tenaz mirada violeta y expresión impasible. Con el cabello recogido en largas trenzas níveas y acompañadas de un gorrión, igualmente blanco. Por no mencionar el abanico que sostenía en mi mano vendada.

    —Buenos días —saludé con soltura, dedicándole una sonrisa a Shimizu primero, que luego se amplió un poco más al ser dirigida al hombre— Señor Horrigan, es un gusto volver a verlo.


    Las trenzas de las hermanas
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    Outfit de Valeria:
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    Venda en la mano derecha de Vero:
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    Edit: Bonus - Imagen random de Valeria porque sí (?)
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    Zireael

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    Había dejado al dragoncito hace unos cinco minutos o algo más, lo vi desaparecer dentro del terreno de la academia con el cabello hecho una maraña por la humedad, dormido que te cagas y con una cara de perro digna de las de Liam; encima me había dejado el auto apestando a hierba a esta hora de la mañana. Ayer también me había pedido que pasara a buscarlo, al preguntarle cómo le había ido en la escuela me observó con la mirada algo desencajada y creí que subiría las defensas, pero en su lugar cedió y me contó sobre el almuerzo con sus amigas y del gorrión de Verónica. Hoy por alguna razón parecía que le habían encajado un dedo en el culo sin consentimiento y ni siquiera habló. Hombre, de la paciencia que había que armarse, de verdad. Por mucho que lo odiara, no podía separarse de su figura, tenían el mismo mal carácter.

    La línea era nítida.

    Podía trazar el camino del mocoso hasta el viejo Flanagan.

    Había una parte de esta mierda que me frustraba por más que no lo dejara ver, porque había podido evitarse, pero cuando Reaper me llegó con la noticia del embarazo de la chica Keane y hablé, poco le faltó para encajarme una hostia, pero mi idea se mantenía. No había que traer niños indeseados al mundo y eso él debía saberlo mejor que nadie, ¿pero quién era yo para debatirle algo al que me había recibido cuando mi hermano mayor se regresó a Irlanda con nuestro padre y yo elegí quedarme aquí? Además, algo de razón tenía, si ella quería al niño... Bueno, finalmente era su decisión.

    El asunto era que podría evitarse también si el otro dejaba de orbitar alrededor de Liam, pero aquí estábamos. Era casi repugnante como el hijo de puta no reaccionaba y las emociones del niño se desgastaban cada día más, en silencio. Lo estaba fundiendo y aunque entendía que pretendía seguir probando la resistencia de su carácter, esto era una injusticia a secas. Ya estaba bien, había demostrado que podía retarlo y él lo reconocía, pero eso debió ser todo. Tendrían que haber vuelto al lugar donde estaban antes.

    Me llevé la mano al rostro, enjuagándome los ojos con algo de fuerza, y me quedé en el coche respondiendo varios mensajes para los gerentes de los pubs. Empezaba el fin de semana y se venían las noches ocupadas, así que había que tener a todo el mundo coordinado. Mientras me dedicaba a eso había notado que el mocoso rubio, el hijo de Ryouta, estaba apostado afuera y pasó un rato hasta que apareció otro pelirrojo al que poco le faltó para escupirle encima.

    La escena me hizo gracia, pero fue más divertido todavía que se acercara al coche para husmear, porque recordaba que había llegado con el perro salvaje de Minami a uno de los pubs hace días, ¿se acordaría? Supuse que podría averiguarlo. Salí del auto para fumarme un cigarro y él, que también tenía un encendido, me miró por unos sólidos diez segundos, pero no fue hasta que llamé a su apodo que sus neuronas hicieron sinapsis, aunque no tenía un nombre con el que llamarme.

    Ah, vaya. Seguía las órdenes tácitas de un mocoso de dieciocho años.

    Le di el apellido en vez del apodo porque estaba frente a la puta escuela del crío y el intercambio se tornó todavía más gracioso. Puede que Shimizu tuviera la misma cara de estúpido que su viejo, pero no era tan idiota, hizo dos más dos con rapidez y le contesté con aparente indiferencia, como si sólo me importara la pasta. El fastidio en la mirada del chico fue claro, supuse que era otro de la categoría "yo puedo molestarte y aprovecharme de ti, pero los demás no" y contuve la necesidad de suspirar.

    Cualquiera se volvería manipulador si se rodeaba de estos personajes.

    Creí que el teatro acabaría allí, pero mientras no hacíamos más que fumar otro coche apareció y se estacionó cerca del mío. De él bajaron las hermanas Maxwell y el cuadro quiso hacerme reír, primero las trenzas iguales, luego que Verónica era un corcho y eso saltaba a la vista desde que Cayden la había presentado, pero ver que su hermana era alta y tenía esta cara de... Joder, ¿cuántos imbéciles tenían cara de perro en bote aquí? Como si no tuviera suficiente con Liam. Además, que me llamaran loco, ¿pero no parecíamos uniformados para el mismo trabajo?

    Shimizu se mantuvo atento, lo sentí más que verlo, y lo escuché soltar una risa incrédula cuando las chicas se movieron hacia nuestra dirección. No había que ser un genio para asumir que se estaba preguntando en qué momento su amigo podía elegir cagarla tanto, acercándome a una niña como esta, pero antes de pretender llevarles el apunte miré un momento al muchacho.

    —Soy un amigo de la familia —expliqué en voz baja, para que supiera cuál era la fachada de turno—. Hablamos de ti el domingo pasado, también, que estabas peleado con Kin- Con Cayden.

    —Ya arreglamos eso —rebotó al mismo volumen.

    —Seguro que sí, campeón —apañé con cierto tono burlón y él bufó por lo bajo—. Aprovéchalo mientras dure.

    Para cuando las albinas llegaron con nosotros el intercambio había terminado, cuando se acercaron Shimizu miró a la mayor e hizo una reverencia más por ella que por la enana. Supuse que algo en Valeria Maxwell le recordó a Licaón, tal vez la edad, quizás el cabello albino y los ojos violeta, ni idea. Yo lo imité aunque el gesto fue algo más informal y reparé en que la niña traía a, ¿cómo se llamaba? ¿Nievecita? ¿Blanquito? ¡Copito! Uy, qué vergüenza.

    —Buenos días, Vero-chan —saludé con fluidez, dedicándole una sonrisa a la muchacha y luego reparé en la mayor, eligiendo el camino de fingir demencia—. Imagino que esta señorita es hermana tuya.

    —Eso... ¿Eso es un pájaro de verdad? —soltó Arata apenas reparó en el ave a conciencia, tenía cara de no entender una mierda.

    La pregunta me hizo soltar una risa, pero por lo mismo miré a las hermanitas una vez más y noté el cigarro apagado de la mayor. Me puse a buscar el Zippo en el bolsillo, lo encontré sin mucho problema y abrí la tapa, que cubrió la llama del aire exterior de forma que pude extenderlo hacia la joven. Claro, Verónica tenía que ser la fumadora pasiva más fuerte de toda la historia.

    Arata viendo a Copito:
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    Valeria Maxwell, the White Shadow

    La última vez que me había visto con Verónica, fue hace dos años y medio, más o menos; en las primeras vacaciones que me pude permitir desde que trabajaba como guardaespaldas de Ignatius Krasnov. No fue un reencuentro del todo feliz al comienzo: la había hallado en un rincón de su habitación de Vancouver, en plena madrugada... vistiendo ropa negra, encapuchada y llorando desconsolada, con un gorrión blanco desplumado e inerte en sus manos, al que creía muerto. Supe esa misma noche de dónde había sacado a Copito. Lo que había hecho para salvarlo del calvario. Nunca me sentí tan angustiada como en ese momento. La había regañado, la había cuestionado y le expuse el dolor que habría sentido si aquello terminaba en tragedia.
    Vaya descaro tuve al salirle con esas cosas…


    Si yo también puse en juego mi vida.

    Para salvar la del cuestionable sujeto al que hoy escoltaba como una sombra.

    Las hermanas Maxwell llevábamos la temeridad en la sangre.

    Hoy, veía a una Verónica que había crecido… algo. Esta vez, en mis segundas vacaciones, la hallé recién promovida como primer Kyu en judo, cinturón marrón; y ostentando el segundo puesto de un torneo nacional de kyokushin, con vistas a seguir superándose en amplios sentidos. Las lágrimas con las que me recibió fueron esta vez de alegría, y Copito se veía más grande y sano bajo su cuidado. Togashi me dijo que pasaba diligentemente por la casa Takemori cada día, tal como acordamos, y que bajo su tutoría parecía mantener una vida sin sobresaltos importantes. Suerte tenía el hombre que lo de Cayden hubiese ocurrido bajo mi ala, de lo contrario le habría dado algo y hasta habría hecho llamar al pobre desgraciado.

    Mi hermana aún tenía, eso sí, aristas que necesitaban ser afiladas.

    Correspondía que las encontrara por su cuenta.


    No tenía en vistas acompañar el tabaco de hoy con una charla mañanera. Habría primado la indiferencia por culpa del calor que nos envolvía, tan incordioso, de no ser porque Verónica soltó que Nozomu Horrigan se encontraba por aquí. Mis ojos se clavaron en el hombre, al que observé desde la distancia, intercambiando unas palabras con el chiquillo tatuado. Recordé la noche del Maharaja.

    El apartamento Maxwell no estaba en un piso demasiado alto y contaba con un balcón que daba a la calle, desde el cual me había asomado la noche que mi hermana salió con ese pelirrojo, el tal Cayden Dunn que tanto derretía sus palabras y al que Copito parecía adorar. Había visto, sin ser detectada por la ventajosa altura; la cabellera de fuego. Y a este hombre, con su porte, su vestimenta y el coche negro de vidrios polarizados…


    Todo le percibí muy similar a lo que yo hacía, vestía y manejaba; para mover al niñato Krasnov a donde su osado culo dictara.

    La intriga había quedado pegada a mi piel desde entonces, como esta humedad.


    Seguí a Verónica hasta el dúo, caminando unos centímetros detrás suyo como si fuera una sombra blanca. Detallé desde la distancia sus rostros, sus aspectos y las posturas. Esto fue tan voluntario como inconsciente, producto de una costumbre fortalecida por años de vida nocturna primero, y por mi trabajo luego. No se trataba, en principio, de desconfianza ni de alerta, sino de mero paneo. Cuando los tuvimos al alcance de nuestras voces, fue mi hermana quien los saludó con la soltura y confianza que tanto la caracterizaban; en su hombro, Copito paseó los ojos entre ambas figuras y, vaya uno a saber por qué, se le dio por interesarse en Shimizu, de quien no despegó la mirada luego de que éste me dirigiera una reverencia.

    Le correspondí el gesto al muchacho con mi respectiva inclinación, en la que reflejé buena parte de su formalidad; gesto fue que igualmente dirigido a Horrigan, mostrándole respeto. La intriga vibraba en mi piel al notar más de cerca su vestimenta y el coche a sus espaldas, que sugerían un parecido entre nosotros del que sólo nos podíamos conceder, por ahora, una sospecha mutua.

    El hombre saludó a mi hermana con una sonrisa y un apodo, lo que a mis ojos supuso un punto decente de partida. Verónica ya me había contado un poco sobre Horrigan: que había charlado con él durante los viajes en coche y que parecía bastante bromista, un tipo de persona con el que ella simpatizaba. De hecho, algo de eso percibí en el modo en que, al mirarme, “adivinó” que yo era su hermana. Oír el “señorita” me torció una comisura de la boca, en una media sonrisa fugaz. Que me perdonara este señor la descortesía, pero me hizo su debida gracia.

    —¿Cómo lo supo, señor Horrigan? —bromeó Verónica haciéndose la sorprendida, con esto de que entre el cabello y nuestras caras saltaba más que a la vista nuestro lazo sanguíneo— En efecto, les presento a Valeria Maxwell, mi hermana mayor. Vali, ellos son Nozomu Horrigan, que igual ya te hablé de él, y mi compa Arata Shimizu.

    Di un paso al frente, ahora quedando al lado de Verónica. Los miré un momento, rodeados de humo como estaban, tamborileando mi cigarrillo contra mi cadera.

    —El gusto es mío —dije, para luego posar la mirada en Horrigan—. Le agradezco por las molestias que se tomó los otros días, espero que mi hermana no le haya causado problemas. A veces se pasa de confianzuda.

    La susodicha dejó ir un suspiro. Como era de esperar, no se oyó para nada auténtico, y menos luego de que soltara una risa baja detrás del abanico cerrado. Podría haber esgrimido ahí mismo uno de sus típicos comentarios, pero lo cierto es que Verónica era más compuesta y respetuosa con los adultos. No por nada se dirigía a éste hombre como “señor Horrigan”. Su silencio supuso una aceptación y derrota, no iba a negar lo confianzuda que era.

    Y que eso, por momentos, podía traer consecuencias.

    Shimizu igual le dio espacio para meter bocados. La verdad sea dicha, yo tampoco me había parado a pensar en lo atípico de tener un gorrión con nosotras, como si nada. Estábamos tan acostumbradas a él que lo veíamos como una parte natural del día a día, hasta un punto que olvidábamos que suponían una blanca disonancia a los ojos de los demás. A Verónica le entretuvo bastante la incredulidad impresa en la voz de su compañero de salón; a Horrigan directamente se le fue la risa y, por mi parte, volví a torcer el gesto en un latigazo de diversión.

    Antes que mi hermana le respondiera, una llama me fue ofrecida. Mis ojos se deslizaron al resplandor naranja que surgía entre los dedos de Horrigan. No iba a ser yo quien hiciera esperar a tan caballeroso señor, vaya, por lo que me coloqué el cigarrillo en los labios y aproximé al rostro al fuego. Éste se reflejó en mi mirada, dos puntos naranjas en el violeta tenaz. Un velo de humo blanco se interpuso entre nuestros ojos cuando le dediqué una mirada, antes de regresar a mi espacio con el extremo de mi cigarrillo resplandeciendo en una calada.

    Viéndose entre tres fumadores, Verónica optó por pararse junto a Shimizu, en una posición estratégica donde le llegaba la menor cantidad de humo y aroma a tabaco, que igual seguía siendo considerable. No era sano tenerla de fumadora pasiva, pero la veces que esto pasaba eran demasiado escasas como para preocuparse. De todos modos, abrió el abanico para ventilar un poco su espacio y, ahora sí, le respondió a su compañero.

    —Claro que es de verdad, Shimi-kun, ¿nos ves cómo te mira? Le llamas la atención —una sonrisa divertida le decoró el semblante, mientras alzaba la mano libre para acariciar la cabeza del ave—. Igual te comprendo. Estoy tan acostumbrada a traerlo conmigo que se me olvida que todavía hay, por ahí, muchachitos que se pueden quedar algo descolocados. Este chiquitín se llama Copito. Y… —ah, ahí se venía la tontería de turno—... aquí entre nosotros: es el best friend de Cayden. Que no te extrañe si los ves juntos por ahí.

    Di una calada a mi cigarrillo y expulsé el humo con calma.

    —¿También lo trajiste a él? —pregunté a Horrigan, con los ojos puestos en Shimizu—. Imagino que son buenos conocidos

    —No sería de extrañar, ¿no? —intervino Vero, dedicándole una sonrisa a Arata— Si este muchachote es amigo de Lion.
     
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    Si la sospecha de que la chica seguía la misma línea de trabajo que yo se instauró por la manera de vestir, verla de cerca aumentó la sensación. La noche del Maharaja en que dejé al par de mocosos y me quedé afuera un rato había hecho algo de tarea respecto a Verónica, sólo para darme cuenta de la magnitud de la cagada. Meterse con una niña extranjera, limpia de todo pecado, que prácticamente vivía sola una parte del tiempo era... Parecía premeditado incluso si sabía que no lo era. El punto era que tampoco había investigado tanto, no me puse a buscar si podía averiguar a qué se dedicaba la mayor ni nada.

    Quizás debía, por mera curiosidad científica.

    La chica saludó con una reverencia también y creí notar que el gorrión de la menor se quedaba fijado en Arata, tal vez por su propia extrañeza, puede que otro poco por los dibujos que discurrían por su piel. La camisa del uniforme ya era la de verano y casi toda la tinta quedaba a la vista. En el dorso de la mano izquierda, donde sostenía el cigarro y me hizo pensar que entonces era su mano dominante, resaltaba el tatuaje de un ave: el famoso indicador que del que provenía su apodo. No debía ser más grande que el gorrión de la muchacha.

    De regreso a las Maxwell, noté cómo al hablarle a Valeria la expresión en su rostro se quebraba un instante en una ínfima sonrisa. La enana eligió el camino de la estupidez, como venía siendo lo normal, y me reí por lo bajo aprovechando para darle una calada al tabaco y echar el humo en otra dirección. Le cayó encima a Shimizu, al que obviamente no podía darle más igual aunque seguía estupefacto por el ave.

    —Una mera suposición —le respondí a la chiquilla, divertido.

    La mayor dio un paso adelante de forma que quedó junto a su hermana, dijo que era un placer ante lo que respondí un protocolario, pero no por ello falto de sinceridad "El placer es mío". Alguna vez había sido casi tan joven como ella y me había convertido en la sombra del primer caprichoso de turno: Liam. En comparación a Kinryū el viejo había sido más tranquilo y sus estallidos de mal carácter, aunque iguales en intensidad, parecían menos frecuentes. Si ignorábamos que se cagaba a piñas con Flanagan a sus quince años, claro. Había que dar las gracias que ahora no había violencia física.

    —¿Los otros días? —murmuró Shimizu casi tan confundido por eso como por la presencia del gorrión. Pareció destrabar articulaciones entonces, fumó de nuevo y al girar para evitar echarle el humo a Verónica se acercó a mí, mascullando algo que sólo yo pude oír—. Es un puto irresponsable, no está escuchando a nadie. Por eso estás aquí, ¿o no, viejo?

    Claro, ¿por qué si no estaría frente a la escuela de un niño que no era mío?

    No dije nada, tampoco asentí con la cabeza y me limité a reírme por el comentario de Valeria sobre las confianzas de Verónica. Incluso si me molestaran de verdad, no podía abrir la boca ya que si a Cayden no le parecía, le llevaría la queja directo a Reaper y me tocaría comerme una mierda. El modus operandi era el mismo de siempre: tenerlos contentos.


    —Para nada —resolví con sencillez entonces—. Además, no podría dejar que la amiga del niño estuviera descuidada, ¿o sí?

    Arata suspiró con algo de pesadez, pero no por ello pudo reservarse la pregunta de si el pájaro era de verdad por mucho que el bicho lo estuviera mirando. A todo mundo le vino un poco en gracia, pero como fuese, aprovechando que la mayor aceptó el fuego la miré un poco más. Tal vez fuese idea mía, ¿verdad? ¿Pero a quién le cuidaría el culo esta chica tan joven? En medio del humo ella me miró, por supuesto, y yo me limité a guardar el mechero en el bolsillo.

    Verónica había buscado una ubicación donde no comiera tanto humo, terminó cerca de Shimizu y entonces le respondió luego de abanicarse. Lo que le dijo pareció confundirlo más de lo que aclaró nada y el rubio se quedó mirando al ave, ella le dijo cómo se llamaba y le soltó tan pancha que era el mejor amigo de Cayden. Por un segundo me pregunté qué tan bien le sentaría al otro saber que ella andaba diciendo a diestra y siniestra que se ponía suavecito cuando se trataba de animales, pero suponía que como era Arata daba lo mismo.

    —¿Ahora además hay que competir con pájaros? —susurró sin perder la confusión en el tono—. Esta gente empieza a llamar mejor amigo a cualquiera...

    —Hombre, respeta al gorrión. Yo digo que se lo habrá ganado a punta de sudor y lágrimas —bromeé por lo bajo, lo que hizo que me ganara una mirada un poco desdeñosa del rubio—. Si es que las aves sudan, no lo sé.

    Valeria entonces preguntó que si había traído a Shimizu, él buscó mirarla y la menor habló de nuevo, señalando la relación entre Dunn hijo y este chico. Pues sí, no sería raro en sí mismo, pero que yo identificara a los amigos cercanos del mocoso por ser el observador de su familia y suyo por estos dieciocho años no indicaba en lo absoluto que me permitieran acercarme de más. Estaba pasando recién y sospechaba que incluso así podía tornarse celoso sobre a quiénes me presentaba y a quiénes no, al fin de cuentas recordaba la severidad de su mirada en el coche cuando pregunté por el chef del almuerzo. Podía saber nombres, puede que hasta conocer caras, pero que no pasaran de mí y que no llegaran a Liam.

    —Pues amigo o no, la verdad es que el viejo Horrigan no me trajo —soltó el joven luego de una nueva calada y señaló hacia la academia con la mano del cigarro—. Vengo en moto, es una roja que está en el estacionamiento ya. Sólo salí a fumar.

    Y a molestar al otro pobre idiota.

    —Simplemente vine a dejar a Cayden que me pidió anoche que lo trajera, entró hace un rato. Aproveché para fumar antes de regresar al corazón de Tokio y al salir vi a Shimizu —sumé entonces—. ¿Y tú, traes a Vero-chan todos los días?
     
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    Bruno TDF

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    Valeria Maxwell, the White Shadow

    Al agradecimiento que dirigí a Horrigan le siguieron unas palabras murmuradas, que no provinieron del hombre.

    Deslicé los ojos suavemente hacia Shimizu, a quien me quedé mirando de soslayo. Parecía ser el más perdido entre los presentes, por no decir el único; como un invitado que había llegado demasiado tarde a una fiesta de la que sólo le llegaban pistas poco claras. Su visible desorientación nos ofrecía un cuadro que era, por decirlo de un modo elegante, simpático. No cambié la expresión mientras mantuve los ojos sobre él, mientras lo observaba acercándose a Horrigan. El extremo de mi cigarrillo ardió más allá de mis labios y volteé levemente el rostro para liberar el humo en una dirección donde no chocara con nadie.

    Vaya, vaya, ¿no era muy temprano para andarse con cuchicheos?

    Verónica no les llevó tanto el apunte como yo, que de todos modos no tenía información ni ganas de indagar en algo que le correspondía a ellos… si dejábamos pasar por alto, claro está, el detalle de que Shimizu había reaccionado a unas palabras mías.

    Horrigan no pareció conmoverse en ninguna dirección particular, pero terminó riéndose por mi comentario sobre el carácter de Verónica y seguimos por ahí. Negó con simpleza que le hubiese traído algún momento de incomodidad o discrepancia, que eran las posibles consecuencias que yo solía acarrear a la actitud de alguien como mi hermana, cuya inmensa dulzura era directamente proporcional al volumen de su desfachatez. De hecho, se permitió una pizca de esto cuando el hombre dijo que no podía permitir que la amiga del “niño” estuviese descuidada.

    Hubo un ligera risa de su parte y le contestó como toda una colega, lo que sin dudas no debía estar dándole tregua a la cabeza de Shimizu quien había suspirado.

    —Y su labor ha sido más que impecable, señor Horrigan —dijo.

    En su voz se le notaba la diversión que sentía, pero tampoco había que poner en dudas la chispa de honestidad que hubo en aquellas palabras; quizá implicaron un agradecimiento sutil que no pudo llegar a darle expresamente, dada la dinámica de las salidas con Cayden. Me limité a llevarme el cigarrillo a los labios. La calada fue acompañada de un asentimiento de cabeza muy ligero, casi imperceptible.

    Luego vino el asunto de Copito llamando la atención de otra alma desprevenida y, como era de esperar, la típica explicación que solía dar Verónica no logró otra cosa que revolver el desorden mental de su desafortunado compañero de aula. No hubo mucho que hacer frente al comentario del best friend de Cayden; era ese tipo de cosas que yo jamás soltaría ni en presencia de la propia Verónica, simplemente porque mi carácter era reservado y mi confianza discurría por otros senderos.

    La queja con la que respondió Shimizu me quiso venir en gracia, más por la confusión persistente en el tono de su voz que por sus dichos. Fue el alegato de Horrigan, en defensa del gorrión, lo que terminó arrancándome otra sonrisa ladeada, la cual oculté sin prisas al llevar el cigarro a mis labios, pues tampoco era cuestión de mostrarme irrespetuosa con este muchacho. Verónica volvió a reírse por lo bajo aunque pronto le dirigió una mirada de disculpas a Shimizu, tal vez consciente de que parecíamos divertirnos a su costa. Yo, que la conocía bien, supe que por su cabeza estaba circulando un comentario en particular que tentó su lengua pero, mira tú… optó por guardárselo.

    Lástima para Horrigan y Shimizu, suponía, si es que se morían de ganas de saber que a Copito te lo ganabas a fuerza de canto.

    Como me seguía preguntando qué tipo de relación llevaban estos dos, entre los cuchicheos y que andaban aquí fumando; no vi por qué no aventurar con una pregunta. Verónica me había dicho que no había hablado con Shimizu, pero con su comentario dio a entender que sabía que se trataba de un amigo de… Lion. Quizá merezca hacer un paréntesis en este punto, puesto que, cada vez que la escuchaba diciendo los apodos con los que tan cariñosamente se refería a Cayden, no podía evitar pensar en una coincidencia. La cual no sabía si era inocente o desafortunada.

    Los Krasnov llevaban un león negro como emblema familiar.

    Pero regresando a la cuestión, resultó que cada uno había venido por su cuenta. Por empezar, Shimizu nos contó que tenía por costumbre venir en una motocicleta roja. Me habría supuesto un dato llamativo por tratarse de un estudiante de secundaria, de no ser porque mi propia experiencia callejera me hizo ver aquello como algo relativamente normal. Verónica sí pareció fascinarse algo, o eso pareció por el ligero alzamiento de sus cejas.

    —Eso suena bastante cool —opinó, moderando su emoción—. Debe ser genial tener un poquito de esa independencia, ¿verdad? Sentir la brisa y, de paso, evitar tener que estar en los trenes en hora pico —suspiró, aunque no tardó en guiñar el ojo— Sin desmerecer tu coche, hermanita.

    Me encogí de hombros, como restándole importancia, y escuché a Horrigan. Resultó que el famoso Cayden Dunn ya había entrado, de modo que no podría verlo directo en persona. Le respondí con un leve asentimiento, el cigarrillo en los labios, y atendí a su pregunta mientras el humo se elevaba sobre nuestras cabezas, desvaneciéndose bajo las nubes grises.

    Lo miré. Las similitudes seguían ahí. Agazapadas, listas para tentar la curiosidad.

    —Veo que no soy la única a la que le espera un largo viaje regreso —dije, para luego mirar a Verónica, quien ese momento parecía estar notando algo en la mano tatuada de Shimizu— La traigo a la academia cada día, sí, pero es algo momentáneo —busqué los ojos del hombre—. Me encuentro de vacaciones del trabajo, por lo que vine a pasar tiempo con ella. Esto de traerla y recogerla de diferentes lugares es una costumbre de larga data; cosa de hermana mayor.

    Di otra calada más. Lo cierto es que nuestros padres, aunque supieron darnos una vida relativamente acomodada, vivían demasiado enfrascados en sus trabajos y eso implicó que no estuviesen muy presentes en casa; apenas se aparecían para cenas esporádicas. Yo me había encargado desde siempre del cuidado de Verónica, de modo que por mucho tiempo, entre otras cosas, fui la que le dejaba y pasaba a buscar en la escuela, los dojos donde entrenaba desde pequeñas, en casas de amigas y demás. Si lo mirábamos desde una arista más jocosa, había ido adquiriendo experiencia como escolta y protectora desde mi infancia.

    Sin darle a tiempo a Horrigan de responderme de alguna forma, Verónica se inclinó delicadamente hacia la mano de Shimizu, sin invadir su espacio, y habló con una sonrisa enternecida suavizándole el rostro:

    —Me encanta lo bien logrado que está —miró al muchacho con una gran sonrisa—. Es un hermoso honeyguide. ¿Es tu ave favorita? ¿O te la tatuaste por algo más?

    Deslicé los ojos al tatuaje. Para mí cargaba más un simbolismo que una preferencia.

    Como el león negro de los Krasnov.

    —Sabe mucho de aves, como podrán imaginar —se me ocurrió apuntar, mirando a Copito que seguía en el hombro de mi hermana, en un duelo unilateral de miradas con el rubio; otra media sonrisa me cruzó el semblante—. Pero tengan cuidado: les puede soltar la enciclopedia entera de cada especie si le dan la suficiente cuerda.

    —Ay, Vali, qué cosas dices —se rió Verónica por la puya.

    No lo negó, de todas formas.
     
    Última edición: 10 Junio 2025
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    Zireael

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    En vista de cómo eran las cosas puede que incluso sin el caos del cachorro Shimizu estaría en las mismas condiciones: sin enterarse de una mierda. Así como su padre, lo que contaba era poco, casi escueto y cuando involucraba sus cagadas, se lo reservaba todavía más. Al pobre idiota le estaba cayendo información de toda clase, pero más allá de confundido y algo fastidiado, sonaba también resignado.

    Arata tenía razones para su molestia sobre la forma en que yo ahora estaba involucrado con esta muchacha, pero no era algo que fuésemos a hablar aquí y por eso no respondí a su cuchicheo, que de por sí era demasiado obvio aunque si algo sabía de Honeyguide era que se la sudaban muchas cosas. El muchacho era hábil, pero había crecido demasiado rápido como para preocuparse por normas sociales, lo educado o lo grosero. Lo único importante era la supervivencia.

    Ante el remedo de halago de parte de la chiquilla me dejé el cigarro entre los labios e hice un reverencia que pecó más de teatral que de japonesa, pues porque cuando uno se juntaba con puras máquinas de acting-out se le pegaban algunas de sus manías. Que fuera consciente de que Liam era un viejo hijo de puta no quitaba que yo también lo fuese, eso valía la pena recordarlo.

    Luego seguía la confusión del pobre desgraciado respecto al pájaro, que también era tan válida como la molestia por la irresponsabilidad de su amigo, pero lo que me sorprendió fue que Verónica no le respondiera alguna estupidez antes las quejas/reclamos por lo de llamar mejor amigo del otro al gorrión. A ver, tampoco era que la conociera tanto, pero digamos que a mí me parecía que la niña no sabía ponerse un filtro ni conectar lengua con cerebro, que me perdonara su hermana aquí presente.

    No tenía por qué subir a mi coche, para empezar.

    Por mucho que yo fuese invocado por el león que tanto parecía adorar.

    Su bondad rozaba la ingenuidad y me sorprendía que el cachorro la dejara ser tan pancho, con lo delicado que parecía ser respecto a sus tiempos y espacios, pero suponía que todo era cuestión de tiempo, por redundante que sonara. El buen carácter no le duraba para siempre con nadie o eso creía, al menos no con todos, y esta niña era demasiado diferente a él como para que siguiera adaptándose sin sentir que estaba siendo aplastado. La irreverencia era herencia de Flanagan.

    Apreciaban demasiado su identidad y la libertad como para dejarse moldear de forma consciente.

    Esa era la maldición que los acompañaba.

    —¿Ah? Sí, es bastante genial —apañó el rubio sobre lo de su moto y supuse que nos guardaríamos el dato de que solía ser un imprudente de mierda que andaba a velocidades estrepitosas, muchas veces sin casco—. Nunca me gustó viajar en tren de por sí y los coches me parecen lentos. Sin desprestigiar el auto de tu hermana.

    Al decirlo le echó un vistazo a Valeria así ella ya se hubiera encogido de hombros. Ambos volvimos a fumar, estuve casi seguro de que la mayor y yo estábamos jugando a las siete diferencias aquí plantados, pero ninguno decía nada. Por el momento me limité a escuchar su respuesta y en medio de otra calada de tabaco asentí con la cabeza algunas veces.

    —Un viejo hábito presente en los buenos hermanos mayores —reflexioné un poco al aire, luego miré a la enana que parecía distraída con la tinta en la mano de Shimizu—. Espero que las vacaciones te sean de provecho, jovencita. Usa bien el tiempo con Vero-chan.

    Verónica habló refiriéndose al tatuaje, lo que hizo que Arata girara la extremidad para poder ver el dorso y con las preguntas de la chica, en su eterna inocencia, supe que el muchacho estaba en un aprieto. ¿Esta niña ya sabría del Comandante fallecido? ¿Tenía la remota idea de que la chaqueta con que Cayden la había cubierto había pertenecido a un niño muerto al que él había adorado? No lo creía.

    Casi por rebote mis ojos se deslizaron por el resto de tatuajes del muchacho, distinguí las figuras y el lugar que ocupaban en el bestiario de Tokyo sin dificultad. El zorro plateado del chico Kurosawa, el perro salvaje africano de Minami, el perro de rasgos lobunos por el chico que habían sacado de la partida de Shibuya. Una serpiente, un Krait, asomaba cerca de su cuello y en alguna parte del brazo dominante estaba también la cola de golondrina de Cayden, la variedad asiática, que era de alas oscuras pero no perdía las cintas que la daban su nombre. Quizás debiera buscar dónde continuaría las entradas... No estaba el tigre de Ikari y más temprano que tarde acabaría teniendo que hacer lugar para el dragón dorado.

    —Le gustaba a un viejo amigo —respondió el chico moviendo el brazo para fumar y creí que se censuró debidamente el haber dicho "nuestro" para no ir a irrespetar los tiempos del otro mocoso—. Lo perdí hace tiempo en un accidente.

    Lo dijo como si nada, como si diera igual y no hubiese implicado el colapso del mundo que estos muchachos conocían, como si no hubiese detonado la caída de un Imperio. La respuesta fue verdad y mentira, el ave era por su apodo, uno que se le había sido otorgado por Kurosawa y que seguía siendo importante en la big picture, pero quién en su sano juicio le diría todo eso a la criatura que no se enteraba de una mierda ni cuando la cagada estaba bajo su nariz. Era más fácil decir que le gustaba al chico y que la había palmado, si tenía algo de sentido común en funcionamiento la chiquilla cortaría la entrevista allí.

    —Preferiría ahorrarme el audiolibro sobre pájaros, soy mal estudiante y me da sueño rápido —dijo ante el comentario de la mayor y luego bajó la vista a Verónica—. Sin ofender, linda. Seguro lo que sabes es interesantísimo.

    Por un rato me limité a avanzar el cigarro, aunque la verdad es que también estaba un poco curioso de las posibles reacciones. A veces no había nada como sentarse a ver una película.
     
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    Amane

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    Tarareé la canción que estaba sonando en la radio, meneando apenas la cabeza mientras observaba el paisaje a través de la ventanilla. Nos estábamos acercando ya al Sakura, por lo que las vistas llevaban un rato siendo cada vez más naturales... ¡y más llenas de alumnos, también! No eran muchos los días en los que podían traerme en coche, por lo que estaba más que dispuesta a aprovechar las bondades del mismo lo máximo posible.

    Me giré para mirar a Fred cuando el coche empezó a frenar, pues ya habíamos alcanzado la entrada principal de la academia, y el chico me miró con el ceño muy fruncido mientras quitaba la llave del contacto, casi como si estuviera juzgándome por algo.

    —Estás sonriendo mucho, Emiliana, das un poco de miedo.

    —¡Buu! —me quejé, pasando a hacer un puchero al instante de escucharlo—. Es que estoy contenta hoy, ¿qué tiene de malo?

    —¿Contenta por haberme robado el aire acondicionado?

    —¡Eso también! —exclamé, orgullosa conmigo misma por haber conseguido tal proeza (convencerlo de que me llevase no había sido una tarea fácil, después de todo)—. ¡Pero no! Es porque esta semana va a ser muy divertida.

    —Ah, la semana en la que le vas a crear diabetes a media escuela.

    —¿Por qué estás tan amargado?

    —¡Tengo sueño!

    —¡Bah!

    Tras nuestra riña más que habitual, ambos salimos del coche, y vi como Fred apoyaba las caderas en el mismo mientras yo iba a la parte trasera para abrir el maletero. Había traído todos los chocolates que había preparado durante el fin de semana en una pequeña nevera portátil, y aun así le pedí a Fred el favor del coche para asegurarme un cien por ciento de que se conservaban en buen estado. Abrí un poco la tapa para comprobar que todo seguía bien y cerré el maletero, con la nevera todavía dentro del coche, para colocarme junto a Fred con una sonrisa orgullosa.

    —¿No te la vas a llevar?

    —Sí. Estoy esperando que te acabes el cigarro para que me la subas al club de cocina~

    —¿¡Yo!?

    —¿Quién más?

    —¡No, no! ¡Me niego! Voy a llegar tarde a clases, además.

    —¡Qué mentiroso! Si no tienes hasta las doce —me quejé, cruzándome de brazos—. Si no me ayudas, le voy a decir a mamá que fumas.

    —No te atreverías...

    —¿Me llevas la nevera o no?

    —Te has vuelto muy problemática, pequeñaja —pretendió regañarme, aunque su mano revolviéndome el pelo le estropeó toda la posible fachada—. Vale, vale. No es que tenga otra opción, ¿no?

    Negué con la cabeza, ensanchando la sonrisa a más no poder, y él dejó salir un suspiro antes de darle una nueva calada a su cigarro. Sabía que me hubiera llevado la nevera incluso si no se lo pedía, así como también que solo se estaba quejando para molestarme, pero no podía negar que sentía algo de satisfacción al tener las armas suficiente para convencerlo aun así.

    bueno, tras este tocho que me he marcado por la cara, por fin ha llegado el momento... introduzco oficialmente el físico de freddy-kun uwu
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    Zireael

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    Venía con algo de retraso porque me quedé dormida unos minutos extra y eso hizo que el tren que correspondía me dejara, así que tuve que esperar el siguiente. Sabía que no llegaría tarde, era sencillamente que no me gustaba andar tan justa de tiempo y ya. ¿Habían valido la pena los minutos extra de sueño? La verdad no, había tenido un sueño extraño que ya no recordaba del todo. Solo sabía que estaba en los bosques de Northwood y alguien cantaba.

    Llegando a la academia luego de salir de la estación me puse a buscar en el maletín el sobre que había guardado anoche, la sola imagen mental me hizo sonreír sin darme cuenta y al encontrarlo lo alcé en un gesto que fue hasta algo triunfal. Estaba por pasar el portón cuando al alzar la vista noté a Cayden fumándose un cigarro algunos metros más allá y supuse que podía matar dos pájaros de un tiro, así que esculqué de nuevo entre mis cosas.

    Me acerqué sin aviso alguno y le extendí una caja de un tono suave de amarillo, el lazo que la cerraba era de una tonalidad algo más oscura. Ver el regalo lo dejó fuera de base, se le notó en toda la cara, y estiró la mano libre con cierto aire dubitativo, el mismo que tenían los niños cuando no estaban seguros de que algo fuese suyo. No habían pasado más que unos segundos cuando se acordó de golpe de su pregunta del otro día y lanzó la vista al suelo.

    —No lo pregunté en serio –murmuró sujetando la caja con delicadeza.

    You very much did, little liar —apañé refiriéndome de forma sutil al intercambio aquel tan raro que tuvimos en el último viaje en tren. Sabía que quería pedir este tipo de gestos, pero se frenaba—. No pasa nada, iba a regalarte algo con o sin pregunta incómoda. Somos amigos, ¿o me dirás que me lo imagino? Eso sería muy grosero, así que cuidado con lo que salga de esa boca.

    Negó con la cabeza despacio, estaba disimulando bastante mal la sorpresa que se había llevado. Fue entre gracioso y algo tierno, pero me reservé los comentarios pues sabía que a veces uno le presionaba el botón incorrecto sin pretenderlo siquiera.

    —Gracias —susurró, todavía un poco desconcertado.

    Sus ojos revisaron la colilla del cigarro del que se había olvidado hasta ahora y le dio una última calada antes de apagarla y dejarla caer, para ahora sí sostener la caja con ambas manos. Supuse que se aguantó las ganas de abrirla por protocolo social, pero notó la tarjeta y la sacó con cuidado de su lugar para leerla. Al hacerlo sus facciones se relajaron un poco y consiguió sonreír por fin, ya pudiendo procesar todo el asunto. Recién ahora me daba cuenta de que lucía algo cansado.

    A pesar de ello, reflejé el gesto sin darme cuenta y en un impulso de estupidez corté más distancia para estirarme y dejarle un beso ligero en la mejilla con el que no pretendí nada, no fue más que una simple muestra de afecto. Fue casi un roce, pero a él le cayó el bochorno encima y yo huí antes de permitirle mirarme ni nada más, para evitarnos el doble de vergüenza a los dos. En la nariz me quedó el olor a tabaco, pero yo tenía otra misión pendiente, pues seguía con el sobre en una mano.


    rellenos y pendejadas de última hora, don't mind me
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