Long-fic de Inuyasha - Enséñame a besar (InuKag) Termindo

Re: Enséñame a besar (InuKag)

Oh, realmente me siento muy... halagada, orgullosa, contentísima, ¿entusiasmada? Bueno, me siento muy orgullosa que usted venga a este hulmide fic (hundido entre tantas "conti" :) ) y se tome el tiempo para leerlo. Se lo agradezco ToT
Sí, se que todavía me falta arreglar con los signos de puntuación... veré si algún día podré superarlo eso.
Muy bien, dejando comentario a parte... ¡Acá está la contunación!

Enséñame a besar.

7-.

Se separaron.

Listo, ese fue el beso con Hoyo.

Ambos entrelazaron sus manos y empezaron a bajar las escaleras del templo Higurashi. [[Kagome]] lo miraba sonriente, Hoyo estaba ligeramente sonrojado.
Finalmente, terminaron en la vereda.

–Nos vemos mañana, Hoyo –dijo Kagome con voz débil, sintiendo demasiada emoción en todo su cuerpo.

Hoyo asintió. Se acercó hacia ella, y la besó.

Brusco, pero no suave.

–Adiós… Hi… Kagome –se corrigió sacando la lengua.

Ella se rió, y lo vio alejarse. Soltó un suspiro, colocando una mano en su pecho. Era extraño que no sintiera nada porque le susurró su nombre.
Sintió una presencia mirándola.

Volteó y se encontró con su peor pesadilla.

[[InuYasha]] estaba ahí, con el ceño fruncido y los puños apretados. El rostro estaba algo enrojecido y sus ojos soltaban puras chispas contra ella. Estaba más que enojado… estaba furioso.

–InuYasha… –murmuró Kagome, con los ojos abiertos y el corazón latió. Se tapó la boca, sintiendo que se le saldría.

El pelinegro, que poseía unas muletas, y caminó hacia ella con cierta dificultad. Kagome abrió la boca para protestar pero no salió nada.

–Espero que estés feliz –susurró InuYasha con voz ronca, parecía que soltaba veneno -. Ya obtuviste lo que querías.

–Pero…
Él movió su cabeza, cerrando los ojos. Tomó aire y cuando volvió a mostrar su azulada mirada, se notaba tristeza.

–Entre [[Kikyou]] y yo no hay nada.

¿Se equivocó? Kagome abrió sus ojos.

–Yo quiero a otra chica… –las mejillas se tornaron algo rosas, pero palideció rápidamente -. Ella no me quiere.

¿Por qué le hablaba de todo esto?

–Kagome… –ella levantó la mirada, fijándose en cada rasgo… algo le decía que pasaría algo muy malo -. Yo… me voy con Sesshômaru hoy a la noche. Nos vamos a Italia.

–¡¿Qué?! ¡¿Pero por qué?!

Todo volvió a suceder. Volvió a llorar.

¡InuYasha se marchaba de su lado, la dejaba cuando más lo necesitaba! Al fin había conseguido al chico de sus sueños, su amistad estaba mejor que nunca y ahora todo se derrumbaba.

–Nos… mudaremos –reconoció él, acercándose cada vez más -. Vine a decirte algo también, aunque ya no tiene importancia… Pero quisiera decírtelo.

Pegó su frente contra la de ella, soltando su aliento embriagador, cálido, dulce. Rozaron sus labios suavemente, Kagome cerró los ojos… disfrutando.

Qué importaba.

¡No, nada importaba!

Era un simple roce que no significaba nada… pero lo era todo para ella. Deseaba permanecer así, rozando sus labios contra los de él, sintiendo su pequeña respiración golpear contra su rostro.

–Te amo, Kagome… desde que era muy pequeño –confesó él con nerviosismo, sonrojándose levemente y se alejó de ella con rapidez -. Ya casi ni recuerdo desde cuando te amaba.

Kagome simplemente lo miraba, sin decir ni una palabra.

–Cada vez que mirabas a otro chico… yo… –soltó una carcajada fría -. Me ponía furioso. Es verdad… entré al baloncesto solo porque te gustaba un chico que lo practicaba, y quería ver así te llamaba la atención.

Ella asintió, cerrando sus ojos. Le lastimaba que dijera todo aquello, pero no sabía que sentía.

No entendía lo que su corazón quería decirle.

¿Hoyo o InuYasha?

–Convencí a Hoyo… que no te besara.

Ella abrió sus ojos como platos, mirándolo con enojo.

–¡¿Qué hiciste qué?!

Él la miró, y toda esa furia desapreció al instante. InuYasha jamás la observó de esa manera, nunca lo hizo.

–Le dije que primero… yo te daría experiencia. Y así lo hice… quería, al menos, besarte una vez antes de irme. Sólo quería besarte –agregó, más para sí mismo que para ella.

–¿Desde cuando sabías que te irías? –preguntó Kagome con voz apagada, retrocediendo un paso.

"No, no, no puede ser… No puede ser…"

–Desde hace tres meses.

–¡¿Y no me lo dijiste?!

InuYasha la miró fijamente.

–¿Para qué? Eso no cambia las cosas.

–Pero yo…

La furia de InuYasha volvió otra vez.

–¡PERO TÚ AMAS A ESE ESTÚPIDO DE BOBO!

Kagome se encogió antes sus palabras, sabiendo que eso era cierto.

–Me gustó… saber que fui el primer chico en besarte, Kagome –la voz de InuYasha se tornó risueña, y empezó a retroceder más -. Sabía que no entenderías nada, idiota.

Ella levantó la mirada, llena de lágrimas, hacia la espalda InuYasha, que ya se había dado la vuelta. Sonrió levemente… es cierto, no entendía nada.

Sólo… sólo que él se iba. Esta vez, su hermano mayor le daba la espalda y la dejaba sola… No quería escuchar todo eso, prefería como era antes. ¡Ojalá él nunca le hubiera dicho que la amaba!

–InuYasha…

Él se encogió un poco, pero sacudió la mano.

–Adiós, Kagome, nos mantendremos en contacto –aseguró el chico con la voz muy ronca, empezando a irse.

Ella no se movió.

–¿Volverás?

–Depende.

Kagome extendió su mano, pero nunca lo alcanzaría.

Esa noche… InuYasha se marcharía de su lado.

En ese momento en que él se estaba alejando, no sólo lo haría de la ciudad, del país… sino también de su vida.

"InuYasha… no sé lo que siento por ti…"

Amaba a Hoyo.

Pero… había empezado a enamorarse lentamente de InuYasha.

Lo sabía, lo supo desde siempre. Este juego era peligroso, demasiado, y ya empezó a caer entre las redes de él. Ahora que se alejaría de su lado, no sabía que debía hacer… Como debía reaccionar.

Tomó una decisión. El tiempo pasaría, lo dejaría correr naturalmente y vería como estaban sus sentimientos por InuYasha… y vería como sería ser la novia de Hoyo.

–Hasta luego, InuYasha –murmuró ella a la brisa que empezó a soplar, esperando que llevara su mensaje y también sus lágrimas.

Lo extrañaría, jamás él entendería cuanto lo extrañaría.

·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-

El teléfono de la casa empezó a sonar. El abuelo Higurashi leía con muchísima tranquilidad su periódico, mientras que Sôta soltaba leves gemidos contra su video juego. La mayor de los Higurashi se había encerrado en su habitación y, al parecer, no quería salir. Su hija se fue de compras a último momento y todavía no llegaba.

Alzó una ceja, notando como el alboroto de ese aparato no era apaciguado por ninguno de la familia. Miró fijamente a Sôta pero él seguía tan concentrado, estaba muy seguro que nadie podría sacarlo de allí. Soltando un suspiro, y maldiciendo entre dientes, se levantó con cierta dificultad, caminando hacia el teléfono.

–¿Diga? –preguntó el abuelo Higurashi con voz rasposa -. ¡Oh, eres tú! ¿Así que te marchas? Que lástima, muchacho, serías un buen aprendiz. ¿Oh? ¿En el aeropuerto? Sí, sí, entiendo. ¿No quieres hablar con ella? Bueno, bueno, cómo tú quieras, muchacho. ¿Quieres que se lo diga? Está bien.

Terminando la llamada, el anciano sacerdote empezó a subir las escaleras sin ninguna dificultad. Estaría viejo, pero su resistencia física era muy buena y todo se lo debía a los secreto de los Higurashi guardado de generación en generación.

Miró la habitación de su nieta mayor, con las manijas envueltas en una delicada tela rosa. Permaneció callado, tratando de escuchar o percibir algo pero era completamente silencio. Golpeó la puerta suavemente, y luego la entreabrió.

La habitación estaba a oscuras, pero algo le decía que su nieta estaba despierta.

–Kagome –habló él, cerrando sus ojos. No sabía cual era el lío en que ella se metió, pero le molestaba ser el mensajero -. Llamó InuYasha, dice que está en el aeropuerto y que su vuelo sale a las once. Sí quieres lo puedes alcanzar para despedirte.

Cerró la puerta tras de sí, soltando un suspiro. Empezó a contar mentalmente, bajando las escaleras y sentándose para tomar entre sus manos el adorado periódico, escuchó como la voz de su hija anunciaba su llegaba y luego los pasos fuertes, casi firmes, de su nieta.

–¡Kagome! –exclamó la señora Higurashi, sorprendida al encontrarla en la puerta, poniéndose los zapatazos y una chamarra amarilla sobre sus hombros -. ¿Vas a alguna parte?

La chica estaba colocando sus brazos por las mangas amarillas y subió el cierre hasta su cuello, sacando su cabello atrapado. Permaneció quieta sobre la puerta, tratando de acomodar sus pensamientos y ver cómo haría para llegar al aeropuerto a tiempo.

–Me voy al aeropuerto, mamá –murmuró, abriendo la puerta y cerrándola estrepitosamente.

La señora Higurashi parpadeó confundida y volteó a su papá, pero el hombre le dirigió una mirada silenciosa, que ella comprendió casi al instante. Sonrió levemente, sacando de las bolsas lo que había comprado.

–Hoy haré… oden(*) –sonrió inocentemente, acariciándole la cabeza a su hijo menor cuando se encaminaba hacia la cocina.

–¡Fabuloso! –respondió Sôta, despegando su vista y atención del video juego -. Kagome… ¿A dónde se habrá ido?

Mientras tanto, Kagome caminaba lo más rápido posible por entre las calles de Tokyo. Había demasiada gente y temía perderse, quería correr pero las piernas estaban tan flácidas que en cualquier momento terminaría rendida.

¡No importaba como… pero ella necesitaba verlo! No quería que su mejor amigo, su hermano, su confidente se fuera. ¡A ella no le importaba a quien amaba, o si podía corresponderle a InuYasha! Lo iba a perder y quién sabe hasta cuanto tiempo.

"Necesito verlo… aunque sea por ultima vez", se dijo, mirando hacia el cielo pero notando como ninguna estrella apareció en ese cielo oscuro. Frunció el ceño, siguiendo su camino y a medida que avanzaba, la gente era cada vez más escasa.

Tomando un impulso, venciendo su vergüenza, comenzó a correr casi con desesperación. Su mente gritaba el nombre de ese chico con ojos azules y con una sonrisa a veces amable, otras arrogante pero quien siempre estuvo cuando lo necesitaba.

Tal vez él la necesitaba ahora. ¡Se marcharía del país, tal vez para siempre! Entendía que quisiera verla, aunque ella no estaba segura si podría siquiera mirarle la punta de los pies. Estaba confundida, aunque segura de algo: deseaba verlo.

Finalmente llegó al aeropuerto, era un lugar inmenso, lleno de autos pero de muy escasa gente. En esta época del año muy pocas personas viajaban, y mucho menos de noche. Entró sin problemas al principio, y comenzó a correr nuevamente.

Había unos bancos de color negro donde muchas personas estaban sentadas, había tiendas de recuerdo, de medicamentos, hasta un mini mercado poseían. Pero no había rastro de InuYasha por ningún lado.

–El vuelo de las once y media con destino a Inglaterra se retrasará unos diez minutos. Sepan disculpar –dijo una voz tranquilizadora de mujer por los parlantes.

Kagome maldijo entre dientes, deteniéndose. ¿Por qué no mencionaron el vuelo de InuYasha? ¿Por qué el destino se empeñaba a separarlos? Ella solo quería despedir a su mejor amigo, y él se despediría de su… ¿amor?

Según él, la amaba. Pero no terminaba de entenderlo… ¡Ja! ¡¿Cómo podía entender algo tan conocido para ella?! Simplemente jamás imaginó que InuYasha tuviera esos sentimientos hacia ella, que la quisiera… tanto como para amarla.

"Te amo, Kagome"

Bajó el rostro, queriendo llorar. Su corazón latía con rapidez, su respiración era pausada y lenta como si quisiera recuperar el aire. Apretó fuertemente los puños, a igual que sus labios. Y pensar que hace unos días atrás ella imaginó a él diciéndole esas mismas palabras.

¿Acaso ella podría siquiera imaginar lo que él sentía por ella?

¡Fue una tonta egoísta! Siempre le hablaba de los chicos que le gustaban, ya que él era su único y verdadero amigo en el que podía confiar absolutamente todo. Pero ella era una tonta, suspirando por otro mientras que él se moría por ella.

Se escuchó un: 'Ding-Dong', señal de que esa mujer iba a pronunciar otras palabras –seguramente- sin sentido… al menos para ella.

–Les informamos que el vuelo de las once con destino a Italia se deberá subir por la puerta A-b, favor de apresurarse.

… O tal vez no.

Volteó como una posesa, dándose cuenta que solo contaba con cinco minutos para despedirse de InuYasha. Por suerte encontró un mapa, pero había tantas líneas de diferentes colores que conducían a tanto lados.

Vio unas escaleras mecánicas y algunas personas subiendo por ellas. Frunciendo el ceño, cruzando sus dedos, corrió hacia ellas y subió de dos en dos, murmurando un permiso casi inaudible.

¡Finalmente logró encontrar las puertas! Y ahí también lo encontró. Tenía una maleta de color marrón y un bolso deportivo colgando sobre su hombro. Estaba vestido de negro, todavía con las muletas y aquél pedazo de yeso blanco, su cabello largo azabache era recogido por una coleta baja.

Permaneció así, callada por la impresión pero corrió nuevamente, gritando su nombre y los ojos soltando las lágrimas. InuYasha la miró sobre su hombro, sus ojos azules estaban más oscurecidos de lo normal pero le regaló una sonrisa falsa, despidiéndose con su mano.

–¡InuYasha, por favor, espera! –gritó ella, pero unos guardias la detuvieron.

–¿Tiene pasaporte, señorita? –preguntó uno de ellos, pero no los escuchaba.

Apretó fuertemente los puños, a igual que su mandíbula.

¡Idiota, InuYasha era un completo idiota! No quiso hablarle, ni siquiera dirigirle… algo, aparte de su sonrisa. ¡Solamente hizo eso, dejándola así: tan destruida y culpable!

–¡IDIOTAA! –gritó Kagome, gimiendo, arrodillándose.

Sus manos taparon el rostro húmedo, llorozó como nunca antes lo hizo y no le importó que la gente la mirara. Escuchó como el avión había despegado, llevándose lo que en ese momento más le importaba.

En él se marchaba lo único importante que tenía, a su verdadero amigo, a su única familia que siempre podría confiar. ¡Podría… podría ser una exageración pero… pero se sentía tan sola y usada!

"Sólo quería besarte…"

Fue él quién la metió en este asunto, quién ideó ese plan. Ella sólo quería un beso de Hoyo y por culpa de ese idiota estuvo a punto de no tenerlo, de no sentir lo que sería… estar entre esos brazos.

InuYasha tenía la culpa de haber sido el primer chico que la abrazaba como si fuera alguien, no como una amiga o una hermana, sino alguien. Él fue el primero en enseñarle lo segura que una podía sentirse entre sus brazos, lo cálido y acogedor que era ese lugar. Fue el primero en enseñarle que él podía sacarle el aire con tan solo mirarla.

Le enseñó que no importase lo que importase, un amigo haría lo que fuera por otro… inclusive si tuviera que besarlo. O, más bien, enseñarle a besar.

"¿Por… Por qué tuviste que enseñarme a besar, InuYasha?", gimoteó Kagome.

–Se… señorita, ¿quiere beber algo? –preguntó un oficial sorprendido y algo preocupado. Ella levantó lentamente la mirada y negó con la cabeza -. ¿Quiere utilizar el teléfono?

Permaneció callada, pero luego asintió.

Cuando su madre la vino a buscar, contuvo el impulso de abrazarla y llorar como una niña pequeña. Nadie la iba a proteger, esta vez, del vacío y la confusión que poseía. No quiso comer el oden que estaba guardado, no quiso pelear con Sôta y mucho menos tomar un baño.

Sólo… sólo quería estar en su habitación, sola.

"¿Qué me hiciste… InuYasha?", se preguntó, observando el cielo oscuro sin la presencia de las estrellas y mucho menos de la luna. Era tan azul… como esos ojos penetrantes.

¿Podría ser verdad…?

Tal vez InuYasha hizo algo más que enseñarle a besar.

Continuará…
(*) Si bien, no sé si se escribe oden u hoden (creo que en Japón se pronuncia la "h" como una "j"), vi en un capítulo de InuYasha (en formato manga, claro xD) que Kagome le decía "oden" y mientras que en otro lado era "cocido", sólo sé que es una sopa donde tiene carne y se sirve en la mesa, con un pequeño ornillo. No sé si me explico bien.