Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    ¿Cómo podía decir eso? ¿Cómo podía siquiera tener el descaro de hablar así? Estaba pasando por tal cantidad de estados emocionales en tan poco tiempo que podía pasar por bipolar. Y ahora estaba más que molesta. Estaba dolida y Alisha le había tocado bastante los ovarios. Podía contener la frustración y el deseo de darle una bofetada porque estaba cansada. Porque sentía sus músculos algo resentidos. Porque solo quería algo de paz. De calma. De ruido blanco.

    Y la apacible lluvia se había convertido en una feroz tormenta.

    El tacto de la mano de Natsu apartándola con suavidad desde la muñeca solo provocó que su cuerpo se tensase en respuesta.

    —Puedo ocuparme sola Gotho-kun—le dijo con severidad y encaró nuevamente a Welsh—. ¿Quieres que te diga la verdad? ¿Pretendes que me avergüence y lo niegue? Porque no voy a hacerlo. Es cierto. Lo hemos hecho. Hemos tenido sexo. Pero eso a ti te es indiferente. Lo que yo haga o deje de hacer con mi vida te es indiferente. No hagas como si te importara.

    Estaba frustrada.

    Pero realmente... la sentía tan lejos.

    Estaban físicamente cerca pero la distancia emocional parecía insalvable.

    >>Si tienes problemas puedo escucharte, no actúes como una inmadura ridícula—añadió y su gesto se suavizó, su mirada también lo hizo. Aunque tratar de mostrarse comprensiva era bastante complicado en ese instante—. Nunca dije que a pesar de todo quería que dejáramos de ser amigas. Eres importante para mí y lo sabes. Sabes todo lo que siento, incluso si ni siquiera te importa. Incluso si te es una carga. Lo siento si parte de todo esto es mi culpa. Lo siento si lo jodí todo entre nosotras. Pero yo no elegí enamorarme de ti, Alisha-san—su tono se tornó demandante, dolido y la voz se que quebró irremediablemente. Dios, no podía creer que fuera a llorar. Ahí, en ese momento. A pesar de todo—. ¡Yo no elegí sufrir así! Quiero ayudarte... pero no me dejas. No me dejas acercarme. Nunca me lo has permitido.
     
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    Sintió su móvil vibrando en el bolsillo del pantalón mientras masticaba un bocado de comida, y lo revisó por mera inercia con cierto aire distraído. Un relámpago de sorpresa atravesó su expresión y arrugó el ceño, confundido, al detallar de quién provenía la llamada.

    Se lo llevó al oído.

    —Tsun-tsun —saludó con la suavidad usual; de fondo se oía el bullicio de la cafetería y algunas voces cercanas—. ¿Cómo va todo?

    miren no sabía dónde postear y entré en distress, pero si lo hacía en la cafetería quizá tenía que hacer doble post y eso, so aquí estoy (?
     
    Última edición: 9 Noviembre 2020
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    Insane

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    La vio ponerse al frente de nuevo, escuchando a Kohaku del otro lado con la bullicia acompañado. Frunció apenas el ceño, al estar la enfermería igual de alterada entre la voz de Konoe abriéndose paso frente a Welsh.

    No tenía problema en que ella contase que estuvieron juntos, realmente él pensaba guardárselo para no provocar algún inconveniente entorno a ella, sin embargo, el cómo lo dijo, defendiéndose lo hizo mirarla, permaneciendo atento por si alguna intentaba agredirse, sin embargo, lo que escuchó no se lo esperaba ni a medias.

    <<Pero yo no elegí enamorarme de ti, Alisha-san>>

    Genial.

    Genial.

    Que mierda... Dónde se había terminado metiendo sin darse cuenta.


    —Ven a la enfermería —habló en una especie de siseo, recordando el estado de ánimo de Suzumiya el viernes en la tarde.
     
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    Alisha Welsh

    Ahí estaba de nuevo, sin reaccionar cuando Natsu tiró de la muñeca de Konoe y la apartó de mi vista, aun cuando me había crispado ligeramente los nervios y de repente tenía unas ganas insanas de darle una patada en los huevos.

    Vaya.

    Abrí de nuevo la cristalera y rebusqué un poco más hasta sacar un bote cualquiera, viendo la etiqueta con el nombre a contraluz: Oxicodona. Meh, podría servir.

    Eché unas cuantas pastillas en mi mano antes de devolver el botecito a su sitio y me tomé una solamente por hacerlo delante de ellos, las otras dos las guardé en el bolsillo de mi falda para después.

    —Qué pereza, Konoe —solté, como si nada, girándome sobre mis talones para mirarla—. Como si decides tirarte a media Academia, no me puede dar más igual.

    No era del todo cierto pero en ese mismo instante me pesaba mucho más lo otro. Y Konoe podría intentarlo pero ella no era el pilar que necesitaba en ese momento, lo sabía bien.

    Deslicé mi mirada hacia Natsu de nuevo y la chispa de una sonrisa divertida amenazó con aparecer en mis labios, aunque desapareció tan rápido como había aparecido.

    Agarré la solapa de su chaqueta y lo empujé hasta tumbarlo en la cama, colocándome encima con ambas piernas a los lados de su cadera y atrapando sus muñecas sobre el colchón con mis manos.

    A pesar de las posibles intenciones de aquella posición, la única que yo tenía era, en realidad, hacerle daño... o provocarlo o qué sé yo. La cosa es que apliqué más fuerza de la necesaria en el agarre.

    >>Qué lindo, Natie, preocupándote por mí~ Hey, ¿significa eso que ahora si te gusto? ¿O siguen gustándote solo las chicas que claramente no quieren nada contigo, como un puñetero acosador?

    Si hubiese sabido lo que había pasado con Lena, o más detalles sobre lo de Jezebel... Dios, lo hubiese destrozado ahí mismo.

    Wow, me está dando miedo hasta a mí JAJAJ
     
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    Insane

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    Se había distraído tanto con el bullicio del lado contrario de la línea que cuando lo sujetó de las solapas de la chaqueta no alcanzó a manotearla, terminando acostado en la camilla con ella encima.

    Se había tomado una de esas mierdas.

    ¿Verdad?

    Qué estúpida.


    Le miró entre las pestañas, como si sintiera ganas de arrancarle la cabeza. ¿No estaba haciendo lo mismo ella? Desde el primer momento se lo dijo: "No me gustan las chicas como tú" y ahí estaba, encima como una maldita.

    Hipócrita.

    —No es como si fuese a seguirlo intentando con otras de ahora en adelante —murmuró con los orbes afilados, para que solo Alisha le escuchara, quitando sus delgadas manos sobre las suyas con una facilidad irrisoria de forma brusca, como si le repudiarla su piel sobre la suya, dejándola sobre la camilla para levantarse y acomodarse la chaqueta, con el ceño fruncido.

    La miró sobre el hombro entonces.

    —Jódete.
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Podía haberlo resistido, la verdad. Haberme levantado y haberlo inmovilizado en el suelo si me apetecía, mi padre me había entrenado a base de bien desde pequeña para poder defenderme en cualquier situación.

    Pero lo dejé estar, porque a pesar de todo no me apetecía hacerlo delante de Konoe. Por no aguantar sus quejas principalmente, quizás muy en el fondo seguía sin querer que me viese de aquella manera.

    Me incorporé un poco en la camilla, quedándome sentada y le dirigí una sonrisa vacía, jugando con el lazo del uniforme.

    —Claro, cariño, y pensaré en ti, no te preocupes~

    En realidad, ya ni eso me apetecía.

    ola el buen relleno (con background y develop (???) mientras espero a los otros pendejos digo qué
     
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    Gigi Blanche

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    ¿A la enfermería, había dicho? Eso significaba que Natsu sí había ido a la escuela. ¿Se le habría perdido entre los estudiantes o habría llegado estúpidamente tarde? Bueno, no era como si importara mucho ya.

    Estuvo por responder cuando notó agitación al otro lado de la línea, algo así como movimientos bruscos antes de que la llamada se cortara. Frunció el ceño y se quedó mirando la pantalla por puro reflejo, antes de sonreírle a Emily y avisarle que tenía que hacer algo. Se lo dijo a ella porque, bueno, los otros tres se habían montado un espectáculo de lo más simpático e innecesario.

    Ahí iba de nuevo, siendo un puto voyeur.

    Consideró la idea de invitar a Emily para que lo acompañara, una parte de él sentía que podría serle un chaleco salvavidas, pero ahora ya no tenía idea qué se iba a encontrar en la enfermería y bueno, arrastrar gente a posibles desastres no era su estilo.

    Anduvo con calma y recordó que aún llevaba la bolsita de té en el bolsillo, a ver si por fin lograba dársela. Cuando alcanzó la puerta de la enfermería, abierta, reconoció la cabellera sedosa de Suzumiya y le dio unos golpes suaves al cristal de la misma, como mero anuncio de que estaba allí. Natsu estaba de pie, a mitad de la habitación, y había una rubia sentada al borde de la cama. No lograba sacar nada en claro pero el ambiente se sentía denso y pesado.

    ¿Para qué cojones lo había llamado?

    —Hola, hola —dijo, sonriendo como si nada—. Tsun-tsun, te traje el té.

    Bueno, prioridades eran prioridades.
     
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  8.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Aquello se estaba saliendo completamente de control. Estaba tanteando el límite de forma peligrosa y su paciencia se estaba agotando segundo a segundo. Alisha estaba actuando como una maldita perra. Su actitud cínica, irresponsable y beligerante estaba empezando a cruzar todos los límites. Importaba bastante poco cuanto se destripase el corazón y se lo pusiese en bandeja delante del rostro si sencillamente le traía sin cuidado.

    Y Dios, como dolía.

    No podía salvar a alguien que no quería salvarse. Lo sabía de sobra, siempre lo había sabido. Pero era esa estúpida que tenía la necesidad casi obsesiva de cuidar a los demás. Y seguía tirando de la cuerda como una maldita masoquista esperando poder hacerla reaccionar cuando era evidente que Welsh había soltado el extremo opuesto hacía bastante y le había golpeado en la cara.

    Había esperado poder sacarla del oscuro pozo donde se había metido. Hacerle ver qué tenía su mano si quería tomarla. Incluso había bajado con ella al maldito inframundo en la fiesta de la azotea, por dios. Siempre, siempre... lo había hecho todo por ella. Incluso quebrantar sus propias convicciones y principios. Cuando era tan evidente que era una batalla perdida. Que no tenía motivos para dar y solo recibir frialdad, aquella que se le clavaba en el pecho como una daga, de parte a parte, y la desangraba lenta pero inexorablemente, sin darse apenas cuenta.

    Ojalá realmente pudiera fingir que las cosas no importaban. Poder acallarlas con un polvo y unas pastillas analgésicas. Pero ella no era así. Ni siquiera podía usar a la gente de la misma forma que Cerbero lo hacía.

    —¡Alisha-san!—exclamó con la voz ahogada al verla tomar el bote de oxicodona y tomarse una de las pastillas frente a ella. En su expresión solo habia incredulidad. Total y absoluta consternación.

    ¿Por qué a mí me importan tanto tus sentimientos y a ti los míos te dan igual, Alisha-san?

    Su rictus se contrajo en un gesto de dolor amargo y se cubrió los labios con la palma de la mano, completamente conmocionada. Sintió el impulso se echársele encima y arrebatarle las pastillas en un arranque venido de quién sabría qué. Porque a parte, ¿por qué mierda tenía la enfermería del Sakura opiáceos para el dolor relacionado con el padecido de pacientes terminales de cáncer?

    La miró sin verla realmente, en estado de genuino shock. Sus diminutas pupilas parecían vibrar. Los ojos se le habían cristalizado y empañado por las lágrimas y el mundo empezaba a verse un poco menos nítido a través de su grosor.

    Había actuado de forma irresponsable en demasiadas ocasiones, ni siquiera podía contarlas. La había cubierto, protegido, negándose a hablarle a nadie de todo lo que sabía que hacía a espaldas del resto... pero la persona que tenía delante ni siquiera podía reconocerla como Welsh.

    ¿Qué te ha pasado?

    ¿Por qué?

    ¿Por qué?

    ¿Por qué te empeñas en lastimarme? ¿No te das cuenta de que me estás matando lentamente?

    Basta.

    Por favor basta.

    Basta.

    Basta.

    ¡Basta!

    La lluvia pareció golpear con más insistencias las ventanas y un relámpago cruzó repentinamente la sala en el momento en que Konoe abandonó apresuradamente la estancia. Empujó la puerta justo en el momento en que Kohaku ingresaba y casi se lo llevó por delante.

    Ni siquiera se disculpó.

    Si iba a desagarrarse en lágrimas no lo haría delante de ella. Tenía dignidad suficiente para no mostrar debilidad frente a alguien que le importaba una mierda como se sintiese.
     
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    Insane

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    Miró a Kohaku extrañado. Con lo social que era y no conocía a la fastidiosa de Welsh... Perfecto, simplemente perfecto. Con todo lo que había estado evitándolo el fin de semana, y la mayor parte del día, ahora lo tenía ahí en frente, sin ninguna utilidad para discernir en el estado de la otra, notando a Konoe salir a toda prisa.

    Suspiro apenas con un deje de pesadez y expresión de disgusto en el rostro.

    —Olvídalo —siseó casi, pasando por su lado sin recibirle el té, realmente, sin escucharlo a cabalidad.

    No era un rollo en el que tenía que meterse, si ya con Ishikawa el ambiente no había mejorado, mucho menos alguien como él con el poco tacto que tenía, lo haría.

    —Nos vemos —habló apenas, colocándose los audifonos pese a la cefalea, saliendo sin ningún rumbo fijo.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Las cosas se habían dado con bastante agilidad y Kohaku seguía sin entender nada. Suzumiya prácticamente se lo llevó en banda al salir de la enfermería y tuvo que dar un paso atrás para estabilizarse. La siguió un par de segundos con la mirada, por mero reflejo, y entonces la voz de Alisha captó su atención desde el interior de la habitación. Tampoco le dio tiempo a responder y, de todos modos, ya se había vuelto a enfocar en Natsu.

    Le sonrió apenas, a la espera, pero el muchacho se veía sumamente hastiado y le rechazó el té. Pestañeó, confundido, y también lo vio irse. Pero bueno, ¿qué le pasaba a todo el mundo? Y ni siquiera le dijo por qué lo había llamado.

    ¿Había creído que... sería de alguna utilidad en ese desastre?

    Bajó la vista a la bolsita de té y suspiró, encogiéndose de hombros. Bueno, ya lo había buscado por todos lados desde el viernes y ahora lo había rechazado abiertamente, no tenía razones para seguir insistiendo. Y la había enlazado con una cintita y todo, ¿qué se suponía la hiciera ahora?

    Una voz desde el pasillo captó su atención y se giró, era Altan. Vio el grupo de la rubia, Anna y el muchacho y un poco por seguir la corriente se quedó ahí, esperando a oír también qué rayos había pasado. Paseó la mirada entre los tres, guardándose el té en el bolsillo, y tuvo que obligarse a disimular la sorpresa que seguramente cruzó su expresión al detallar... el cuello de Anna.

    Hombre, vamos.

    Qué incómodo era todo últimamente.
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Parecía increíble que de los tres jodidos que habíamos terminado allí —porque Ishikawa no contaba—, dándonos cuenta de toda la mierda, la que hubiese logrado usar lo suficiente el cerebro para decir lo que se debía hacer, lo correcto, fuese Anna. La que parecía cargar la mayor cantidad de fuego encima había logrado controlarlo, reducirlo y centrar la cabeza.
    Alisha estaba más inútil que cualquiera de todos, eso era evidente, y en gran parte sabía que era por la mierda que hubiera hecho Eris Tolvaj, ese jodido monstruo que parecía surgido ya no del Inframundo, sino del mismísimo Tártaro, allí donde habían confinado a los titanes.

    La escuché, la escuché aunque la sangre me palpitaba en los oídos y la migraña había vuelto, haciendo que la luz blanca fuese incluso más insoportable que antes y de repente fui consciente de que escucharía y reconocería la voz de Anna en cualquier maldito agujero, incluso en el fondo del pozo sin fondo, en lo profundo de mi Averno.

    Se estaba disculpando con Ishikawa por írsele encima hecha una furia y más le valía, porque ese chico tenía que llevarse un premio a la paciencia o algo, no importaba si lograba mantenerse inamovible por evitar involucrarse. El caso es que era el único capaz de no seguir la corriente de un montón de gente intensa como lo era Anna, como lo era yo y obviamente lo era también Welsh.

    Y quizás a la par de Kohaku todos fuéramos unos intensos.

    O quizás él tenía su propia forma de intensidad, que era la que lo hacía retraerse del mundo.

    Tenía que haberlo hablado con él en la mañana, ¿no? Sí, tenía que haberlo hecho.

    Cuando el chico logró volver a sonreírle a Anna, en lugar de tranquilizarme, la puta herida del arpón solo se abrió más. No entendí del todo qué había en el gesto, o quizás lo entendí tanto que me hizo mierda el corazón entero, porque lo había hecho... Había conseguido volver a sonreírle, a pesar de todo. Sentí el impulso de sacarlo de allí, del infierno, y colocarlo bajo la luz blanca incluso si significaba que yo terminara incinerado como un maldito vampiro o una cosa así.

    La mandó a dormir, y mierda que tenía razón. Tenía que dormir a ver si calmaba ese jodido fuego tan siquiera un día.

    Logré despegarme del marco de la puerta para dejarle espacio para que saliera y lo seguí con la vista, como el puto perro guardián que era, como si temiese que el chico fuese a desintegrarse de la jodida nada o alguna mierda así. Apenas después de eso me acerqué a la cristalera, a la bomba de tiempo sin vigilancia a la que no se le podían desconectar los cables.

    Acetaminofén.

    Acetaminofén con codeína.

    Ibuprofeno.

    Mierdas normales.


    Hasta que... Oxicodona. Opioide.

    Tomé el frasco, el mismo que debió tomar Tolvaj el viernes, el mismo que había tomado Welsh hace unos minutos seguramente. Dolor de moderado a intenso. Usado en el dolor causado por el cáncer, pero también en lesiones o traumas físicos o en cirugías agresivas.

    Que jodida bruja de mierda, de verdad.

    Regresé el frasco a su lugar, aunque quizás mejor era arrojar todas las jodidas pastillas al retrete y bajar la cadena. Entonces fue que escuché la voz de Anna de nuevo, porque no me había dado cuenta de que se había puesto a recoger su desastre.

    ¿Cuándo iba a dejar de preguntar por los demás luego de sus jodidos arranques?

    Me acuclillé a su lado, terminé de ayudarla a regresar la basura a donde pertenecía —aunque para la gracia también debíamos meter en el cubo a Gotho pero bueno—, y no respondí. No respondí pero acerqué mi cabeza hasta chocar suavemente con la suya, hasta que nuestros flequillos se revolvieron y cerré los ojos, antes de tomarle las manos y hacerla levantada del suelo.

    La mierda de Tomoya me seguía rayando la cabeza, pero habían prioridades inmediatas.

    Solté sus manos, solo para sujetarle el rostro con cuidado y dejarle un beso en la frente, sobre el flequillo.

    ¿Qué coño estaba haciendo?

    No sabía, pero me estaba saliendo de la puta nada.
    Ser un pilar, incluso si acababa de estar a mitad de dos incendios.

    Ella no me había dejado solo cuando me anclé al cuarto oscuro, ¿cierto?

    Me quedé allí, con los labios presionados en su flequillo algunos segundos, antes de separarme y prácticamente empujarla en dirección a una de las camillas, a pesar de que todo seguía dándome vueltas. Realmente sin ser brusco ni nada, la hice sentarse en el borde. Tuve la decencia de, por fin, tomarle un mechón de cabello y acomodárselo para que le cubriera el jodido chupetazo, aunque ya no tuviese caso.

    —De verdad necesitas descansar, cariño.

    Y no me di cuenta, porque de la nada estaba mareado y casi con náuseas, pero se me escapó en esa frase todo el cariño que había aprendido a recibir de Jez. Su preocupación, su necesidad de cuidar, su eterno amor sin límites. Me había robado las cualidades de la madre loba y ahora, por fin, las había usado.

    Y por un solo segundo, la luz blanca dejó de lastimarme los ojos.
     
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  12.  
    Gigi Blanche

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    Lo sentí acuclillarse junto a mí para ayudarme a recoger el desastre que había causado y de repente, como una estaca atravesándome el pecho, me pregunté qué maldito derecho tenía. De arrastrarlo a mi incendio, de envolverlo entre mis llamas, mi cuerpo serpenteante, y robarle el oxígeno. Quebrarle los huesos. Detenerle el corazón. ¿Qué maldito derecho podría llegar a tener de pedirle que por favor no me dejara sola, como chillaban las voces en mi cabeza?

    Me iba en banda, explotaba, dañaba a las personas y cuando el fuego se aplacaba, cuando sólo las cenizas danzaban entre el viento, estaba allí de pie y estaba sola. Y era todo mi culpa.

    No respondió a mi pregunta y pese a la vergüenza que sentía busqué ver su expresión entre el flequillo. Su silencio estaba asentándose en mi estómago con la densidad del plomo y tragué grueso, intentando disolverlo, pasarme las lágrimas y todo lo demás. Pestañeé con fuerza.

    Dios, estaba tan cansada.

    De un momento a otro, mientras devolvía una latita de Coca Cola al cesto, su silueta de cuervo extinguió la luz blanca y su cabello se aplastó contra el mío. Me congelé en verdad, ni siquiera respiraba, y de repente escuché los latidos de mi corazón, el aire yendo y viniendo de su nariz. El olor a tabaco y, por debajo, algo que poco a poco comenzaba a identificar como su aroma a secas. Cerré los ojos, las lágrimas me quemaron y fruncí apenas el ceño.

    ¿Con qué puto derecho?

    ¿Qué sentido tenía seguir castigándome con eso si, al final del día, la más pequeña cuota de cariño me desarmaba en cientos de granos de arena?

    Ya no quedaba rastro alguno del fuego, un leve crepitar a la lejanía, de la madera vieja aún acostumbrándose a la temperatura, si se quiere. Le dejé alzarme del suelo, me tomó del rostro y, otra vez, extinguió la luz blanca. La extinguió y la oscuridad no resultó aterradora, asfixiante o helada. Era un pequeño refugio, era cálido y quise acurrucarme allí hasta que todo dejara de doler un poco.

    Sus labios sobre mi frente fueron increíblemente gentiles.

    Volví a tragarme las lágrimas.

    Me condujo hasta una camilla, le hice caso y el colchón se hundió bajo mi peso con un ligero quejido. Recorrí la habitación con la vista, ni sé para qué, pero detrás de mí había una cama desordenada, vacía ahora, y las lágrimas se contaminaron con la más amarga de las sustancias. Apreté los labios.

    De verdad necesitas descansar, cariño.

    Cariño.

    Deslicé los ojos hasta encontrar a Altan y busqué sus manos un poco a tientas, de forma torpe. Las rodeé, las presioné suavemente y me quedé allí prendada un par de segundos, como si la sangre me llegara lento al cerebro y mis reacciones se hubieran espesado. Le acaricié el dorso con el pulgar, fue casi un acto reflejo y recién entonces asentí.

    —Quédate conmigo —susurré, sin mirarlo realmente; no sonaba demasiado triste, sólo cansada, y de hecho creo que inflé un poco las mejillas—. Por favor.

    ¿Ves? Dos mimos y ya no tienes por dónde escapar.

    Bastante idiota.

    Fruncí el ceño y me eché hacia atrás, me quité la chaqueta y corrí las sábanas para meter las piernas dentro. Era de repente una niña pequeña agotada, queriendo por fin dormir luego de un interminable día de juegos. Incluso solté un gruñido bajo, que me vibró en el pecho, cuando tuve que jalar de toda su humanidad pesada y grandulona para que se recostara conmigo.

    Las nubes se habían tornado densas, estúpidamente grises, y con suerte dejaban pasar algún rayo de luz. Le daba un aspecto sombrío a la enfermería, la lluvia golpeteaba y las voces del pasillo, al otro lado de la puerta, parecían venidas de una dimensión aparte. Allí estábamos de nuevo, habíamos recogido palillos y tela para construirnos un refugio en tiempo récord. Un espacio seguro.

    Y se sentía como en casa.

    Me acurruqué como un maldito gato o peor, casi me le pegué como una garrapata. Le eché una pierna encima, rodeé su torso con un brazo y acomodé la oreja en el hueco de su hombro. Cerré los ojos y, Dios, podía oír los latidos de su corazón.

    Era tan malditamente cálido.

    Las lágrimas volvieron a acumularse y dejé fluir un par. Dos, tres, cuatro quizá, que resbalaron y se impregnaron a la tela de su camisa. Eso fue suficiente para disolver los rastros de tensión agarrotándome el cuerpo.

    —Al —lo llamé con voz queda, entreabriendo los ojos sin enfocarme en nada específico—. Vas a hablar con ella, ¿verdad?

    Cuidarás esa amistad, ¿no? Serás honesto, dejarás que ella decida. Le corresponde, tiene el derecho.

    —Konoe es una buena chica —agregué, frotando la mejilla sobre su camisa; al parecer hacía bastante esas mierdas—. Todo volverá a estar bien.
     
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    De aquí a allá, como una hamaca. Las feroces corrientes se habían tenido que calmar un poco o bastante a la fuerza, y ahora el océano era un espejo enorme de agua calma, solo moviéndose por una brisa casi imperceptible.

    Estaba oscuro como la mierda todavía y reflejaba el negro del cielo, pero también sus estrellas, el cielo nocturno como el de las fotos del bruto de Wickham y quizás, en el fondo, buscaba respuestas en las estrellas también.

    En Sirius, en el Can Mayor y el Menor, en Corvus junto a Hidra y Cráter, Cygnus o en Aquila. En algo que, tal vez, no fuesen las sombras.

    El maldito océano embravecido podía danzar al ritmo de sus llamas, cubrirse de petróleo y convertirse en un mar de fuego, pero si lo requería podía ser esas aguas calmas, parecidas a las de un lago, que tan siquiera intentaban barrer sus cenizas y servirle de arrullo.

    El sonido del agua daba muchísimo sueño, ¿no?

    Me hacía una idea de lo que debía estar sintiendo, quizás porque en el fondo no fuésemos realmente demasiado distintos y quería decirle que dejara de preocuparse por mierdas, que si había terminado allí era porque me había metido desde el inicio. Porque le había mostrado los hilos a Konoe, le había dado la imagen de Cerbero, pero había intentado hacerla sentir cómoda con mi presencia a pesar de mi aspecto y luego... Solo había mordido la mano que había intentado acariciarme.

    Como había hecho siempre.

    Lo había hecho porque lo que intenté advertirle no la alcanzó, porque me tocó luego y pretendió ajustarme a las reglas de la jodida escuela.

    Y no había alcanzado a darle la segunda advertencia a tiempo.

    Luego le había comido la puta boca al amor de su vida, con el cerebro nublado por el alcohol.

    Si estaba allí, estaba por mi propia mierda.

    Lo del lobo suelto era asunto aparte.

    Su mirada conectó con la mía, buscó mis manos y su tacto, a pesar de todo, se me antojó extremadamente cálido. Las presioné, de la misma forma que ella lo estaba haciendo, y esperé porque su cerebro chamuscado encontrara las palabras o las acciones.

    Quédate conmigo.

    Por favor.

    Y su voz, de nuevo, se solapó con la mía.

    Déjame ir contigo.

    Me dejé arrastrar por ella, aunque se me escapó una risa leve al verla hacer el esfuerzo para ello, teniendo en cuenta que era un jodido tanuki, y me recosté a su lado. No tardó ni un segundo en colgarse a mí y de nuevo su cuerpo junto a mí, bueno sobre mí, se me antojó tan cálido como solo sus manos. La oleada de sueño regresó y creí que los ojos se me iban a cerrar solos.

    Al.

    ¿Ah?

    Vas hablar con ella, ¿verdad?

    —Sí —respondí apenas terminó de formular la pregunta final—. Te lo prometo.

    Konoe era una buena chica, de verdad que lo era, y había sido mi compañera de desgracia, quizás lo seguía siendo, porque también se estaba clavando unas cagadas de nivel olímpico, pero lo que era innegable era eso.

    Era una buena chica.

    Y merecía una disculpa, merecía que le dijera la mierda que había hecho y sobre todo merecía saber a quién mierdas se había entregado.

    Estiré la mano para volver a acomodarle un mechón de cabello y decidí bueno, no ser del todo un cabrón.

    —Recuerda taparte el chupón ese, babe.

    No le di mucho tiempo de responder, inhalé aire con algo de fuerza mientras con cuidado me acomodaba mejor a su lado, sobre mi costado, y la atraje a mi pecho, apoyando el mentón en su coronilla. No supe cuánto tiempo estuve así, en silencio, solo sosteniéndola contra mí. Como si pretendiera fusionarla conmigo, ocultarla del mundo, y crearle un refugio.

    Uno al que siempre podría volver.

    Porque no pensaba dejarla sola.

    Today I'm just a drop of water. —No alcé la voz siquiera, empecé a cantarle de la misma forma en que lo había hecho el viernes, era casi un murmullo quedo—. And I'm running down the mountainside. Come tomorrow I'll be in the ocean, I'll be rising with the morning tide.

    Siempre agua.

    Agua.

    Agua.

    No había fuego en mi mundo y no por ello era menos peligroso.

    Maremotos.

    Tormentas.

    Subidas de marea.

    Me salté varias estrofas.

    There's a ghost upon the moor tonight, now it's in our house but when you walked into the room just then it's like the sun came out. —Otra línea que me salté, pues porque sí, y la estreché con algo más de fuerza—. My voice it's just a whisper... Louder than the screams you hear.

    Acaparador.

    Egoísta.

    Posesivo.

    Desinteresado.

    Retraído.

    Huraño.

    Ensimismado.

    Prepotente.

    ¿O un pilar? ¿Los cimientos de un edificio?

    Las murallas que rodeaban Micenas.

    El rojo y negro, junto a la cegadora luz blanca.
     
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  14.  
    Gigi Blanche

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    Taste me, it's not wrong to embrace me
    I know I seem like a stranger, like a song you used to sing
    But here I, here I stand at your feet and you're finding words to say

    But the only thing that matters anyway
    is a shot of neon crimson to the brain

    Coso-de-Anna-GIF-7.gif
    El fuego era una cosa de lo más compleja, o al menos en eso el ser humano la había convertido. En verdad nadie puede saber cómo reaccionaron los primeros homínidos que se encontraron de frente con esa fuerza misteriosa, peligrosa y adictivamente cálida. Que lo crearon, decían, que fue una jodida casualidad, o una serendipia. ¿Qué habría ocurrido? ¿La descarga de un rayo sobre madera seca? ¿La voracidad del sol entre la sequía? ¿Fue intenso? ¿Fue asfixiante? ¿Fue una pequeña chispa?

    Lo sabía, sabía que el fuego en sí mismo no era bueno ni malo. Era, cuanto menos, una cosa volátil, de difícil manipulación, errática, quizá, y destructiva. Pero también podía dar vida, podía iluminar caminos, entibiar hogares y hornear alimentos. Podía tragarse un bosque entero de un bocado o podía ser la fogata crepitando alrededor de mi familia, esa que había dejado en Argentina, mientras cantábamos, reíamos y disfrutábamos del simple y hermoso privilegio de estar vivos, juntos.

    Siempre había pertenecido a manada.

    Todo dependía de mí, en definitiva, y aunque fuera lo más aterrador del asunto... también brindaba esperanza. El fuego no era ninguna fuerza omnipotente y caprichosa, al menos no dentro de mi cuerpo. Dependía de mí. Usarlo para arrasar, para quemar y aniquilar, o para rescatar cuerpos vacíos de la noche más oscura o el océano más profundo.

    Podía chasquear los dedos y encender las luces del camino, guiarlos hasta un hogar, envolverlos y brindarles todo mi maldito amor. Hasta deshacerme entre las cenizas.

    Y no me importaría.

    Altan era claramente más corpulento que yo, y aún así tenía esta necesidad irrefrenable de rodear su cuerpo y protegerlo de todo cuando la corona de Hades se le resbalaba de la cabeza y regresaba a sus miedos de niño perdido, o cuando simplemente era un adolescente ordinario, con sus mierdas y sus grises, e intentaba darme todo el oxígeno que necesitara para que la fogata no se ahogara.

    A pesar de estar hecho él mismo de agua.

    Qué irónico.

    Me prometió que hablaría con Konoe, y esa fue la última pieza que necesitaba para relajar hasta el último nervio de mi cuerpo. Cerré los ojos, soltando el aire lentamente, y sentí sus dedos en mi cabello. Arrugué apenas el ceño, algo confundida por lo que me había dicho, y más o menos de golpe caí en cuenta de... ah, mierda. Cierto.

    Ya había empezado a moverse cuando intenté alzar la cabeza, así que comprimí los puños contra su pecho, absurdamente pequeña entre sus brazos, y me así de su camisa para buscar su mirada y sacudirlo. O al menos lo intenté, claro, en verdad no lo moví ni un centímetro; pero bueno, la intención estuvo. Sentía un calor bastante delator en las mejillas pero no me importó mucho, prefería renegarle.

    —¿No se te ocurrió decirme antes? —me quejé en voz baja, como si alguien fuera a escucharnos o algo, y solté el aire por la nariz como un toro cabreado. Dios, ¿Kohaku lo habría visto? ¿Alisha? Qué puta vergüenza.

    Ignoré de plano la forma en que me había llamado, aunque encontró un camino para adherirse a mi mente.

    Cariño.

    Babe.

    ¿Qué le pasaba a este grandulón?

    De todas formas si había chispeado algún dejo de molestia real, que lo dudaba, se evaporó como si la marea hubiera engullido aquella pequeña fogata en la playa de un bocado. Me estrechó contra su cuerpo, fui ridículamente consciente de la cercanía, del calor y la suavidad, y se extinguieron las palabras en mi garganta. Me retraje, en silencio, y apoyé la frente sobre su pecho mientras él empezaba a cantar. Cerré los ojos, lo envolví lentamente con mis propios y pequeños brazos, y lo sentí. Fue dulce, cristalino y podría hasta jurar que meció mi cabello como una nana.

    El dejo de la brisa, mi brisa, serpenteando en la oscuridad.

    Danzando a nuestro alrededor.

    Era de un extraño carmesí intenso, como vientos de neón.

    No entendía lo que decía, entre mis escasos conocimientos de inglés y el cansancio apenas si me quedaban fuerzas para poner el traductor en funcionamiento; pero no lo necesitaba. No necesité comprenderlo para sentir todo lo que intentaba dejarme al alcance, todo lo que me estaba entregando. El fragmento de corazón que se había arrebatado a sí mismo del pecho, en caso de que lograra ayudarme con mis propios latidos.

    Recordé los cupones que aún llevaba en el bolsillo de la falda y se me escapó una sonrisa idiota, a la par que él me estrechaba y yo imitaba el gesto.

    No abrí los ojos, la brisa carmesí lucía hermosa sobre el lienzo negro y quería seguir disfrutándola cada maldito segundo. Me aferré a ella, mientras el movimiento de la marea se entremezclaba con el repiqueteo de la lluvia y me arrastraba poco a poco hacia el lecho oceánico, allí donde el sol besaba el horizonte de cielo y agua. Me aferré y me aferré, como estaba aferrada a su espalda, hasta que los brazos fueron perdiendo su fuerza y se relajaron por completo.

    Y en un último arrebato de consciencia, o de locura, quizá, me las arreglé para murmurar lo que más brillaba en mi corazón. Junto a su canto, su calidez, la brisa carmesí y los pilares que aquel chico había cimentado debajo de mi incendio.

    —Te quiero, Al.

    Cariño.

    Absurdo y genuino cariño, brillando como rayos solares entre todas y cada una de mis grietas.
     
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    Zireael

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    ¿Era esa su maldita preocupación, que yo no me había decidido todavía a hablar con Suzumiya? Bastó con que le soltara que sí, que hablaría con la chica, que se lo prometía para que relajara el cuerpo luego de todo el desastre que llevaba siendo ese día en general, luego de que había extraído hasta la mínima gota de energía de sí, desde haberle pateado las pelotas a Astaroth, el infierno del cuarto oscuro, y su oleada de ira por lo del imbécil de Gotho.
    Si esa cabrona no se había muerto luego de eso, bueno, no se iba a morir con casi nada ya.

    Otra risa baja, un poco sin gracia, vibró en mi pecho ante su reclamo. Que se me había ocurrido, se me había ocurrido, la cosa era que no me había dado la gana pero por algo de amor a mi vida o al privilegio de conservar las pelotas, al menos tenía cabeza para saber que no le iba a soltar eso.
    Alisha tenía que haberlo visto al pelo, ¿no? Incluso en su estado tan deplorable, Ishikawa quién sabe pero el pobre no iba a abrir la boca para decírselo. Así que bueno, su preocupación sería solo que la rubia se lo fuese a echar en cara o algo si se la encontraba, por el puro placer de tensar cuerdas también.

    Podía haber sido yo el que buscara refugio en ella, como había pasado el viernes cuando me le eché a llorar como un jodido crío y me acunó en su pecho, pero ahora no era eso lo que pretendía, aunque no significaba que no lo quisiera. Allí entre sus brazos, en el calor de su hoguera, había encontrado un fragmento de hogar que no reconocía hasta entonces más que en un grupo de personas que se contaban con los dedos de una mano.

    Por eso cuando me rodeó ella también mi cuerpo se relajó, la punzada de migraña retrocedió apenas un poco y gradualmente pude recuperar mi centro de gravedad o lo que fuese, el mundo dejó de dar vueltas y con ello desaparecieron, aunque más lentamente, las náuseas.

    Dios, la cantidad de agradecimiento que sentía para con Anna no tenía ya ni forma de contabilizarse.

    Y el terror, aquel que había sentido al ver la luz blanca, había desaparecido hasta casi extinguirse porque había salido del rojo y el negro, de mi Averno, de allí donde parecía haber nacido y la ilusión no se había roto, lo que había pasado no había acabado con nosotros, y podía tener el corazón en paz entonces. Anna seguía allí, no había ido a ninguna parte, y me estaba permitiendo protegerla.

    Proteger.

    Proteger.

    Y proteger.

    Sin temor a desaparecer.

    Había entendido el actuar de un montón de gente en cuestión de minutos en un solo día, desde el mismísimo Cerbero, hasta los demás demonios, para finalmente terminar por comprender a las criaturas más desinteresadas, amorosas y cálidas que había conocido o visto actuar durante meses, años incluso. Había algo en proteger, en resguardar y brindar soporte que era casi un consuelo para el dolor propio. Que hacía que el mundo gris no fuese tan... apático.

    Te quiero, Al.

    ¿Qué?

    Había estado al borde de dejarme llevar por mis propias corrientes cuando sus palabras, mezcladas con la última línea de la canción que había podido decir por el sueño que me cargaba, me llegaron a los oídos casi como un delirio de fiebre. Algo de color me subió al rostro, sin permiso de nadie, y me ardieron los ojos de repente. Inhalé despacio, pero me cargué los pulmones de aire antes de liberarlo y volver a dejarle un beso en la cabeza.

    No importaba si ya había caído dormida como una puta piedra, las palabras me surgieron solas igual que todo lo demás.

    —También te quiero, An.

    Posiblemente ella ni fuese a recordar que me había soltado eso, se fuese a hacer la tonta y yo no me le quedaría atrás, pero de repente no decírselo devuelta era tan jodidamente imposible como había sido la idea de no darle los cupones. Si me lo guardaba iba a colocarme de nuevo el puñal en la espalda y no me apetecía. No cuanto mis corrientes habían conseguido arrullarla, no cuando estaba allí, a un pelo de caer rendido con ella en brazos.

    No cuando había levantado la muralla con intenciones de protegerla.

    Nadie lo pidió pero mi hijo me decía a gritos que esto era necesario (?
    Ah, qué pensaron que era solo una comidota de boca y una casi follada? NOT IN THIS HOUSEHOLD, BITCHES. AQUÍ VAN A HABER POLVAZOS CON ESTÁNDARES O NO LOS HABRÁ.

    Bueno acá termina este desmadre de arco (???) Voy a ir cerrando o intentando cerrar los demás
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Konoe Suzumiya

    Su intención había sido caminar hasta clase pero cuando sus pasos se habían distanciado lo suficiente, lo escuchó. El rugido de intensa rabia que resonó por todos los rincones del Sakura.

    Primero el grito casi animal.

    Después el estruendo de cristales rotos.

    Y las amenazas y maldiciones increpadas con la voz rasgada.

    Sus pasos se detuvieron de súbito. Los chillidos iracundos le traspasaron de lado a lado el cerebro, replicó con la contundencia de un rayo en su mente. Su cerebro de archivo no reconocía la voz pero había sido claramente femenina. ¿Una de las chicas de primero? ¿Segundo? Procedía de los baños de la planta baja. Actuó rápido, casi en piloto automático. Giró la cabeza y fijó la mirada al fondo del pasillo.

    Cuando descendió gran cantidad de alumnos se habían agrupado como una bandada de buitres curiosos a su alrededor. Algunos murmuraban, otros preferían mantener las distancias como si la chica estuviese poseída por un demonios. Por encima de sus voces murmuradas, ahogadas, se imponía aquel rugido desgarrado que seguía resonando a viva voz.

    La chica de la mecha azul.

    —¿Qué sucede?—se arrodilló y cuestionó con urgencia, con preocupación genuina en la voz. Sus ojos la observaban casi desencajados, consternada. Las gotas rojas procedentes de sus heridas se deslizaban desde sus dedos y manchaban el pulcro suelo del pasillo—. Estás sangrando. ¿Te has cortado? ¿Rompiste el espejo?

    Hacía preguntas al aire porque no recibía ningún tipo de respuesta concreta por parte de la joven herida. Parecía fuera de sí, en un claro estado de histeria. Pataleaba y arañaba el aire, furibunda, la adrenalina del momento opacando el dolor de los profundos cortes en sus nudillos.

    ''¡Ese maldito bastardo, fue ese maldito cerdo, le hizo algo!"

    Dios.

    Un sentimiento extraño le burbujeó en el fondo del pecho, ese presentimiento de mierda. ¿Hacerle algo? ¿Quién? ¿A quién? Apartó por un instante la vista de ella y siguió la dirección que apuntaban sus ojos... pero no encontró a nadie. El corazón le latía en el pecho de forma arrítmica.

    Fuera cual fuese su respuesta, la prioridad en ese momento era detener el sangrado y cubrir la herida para evitar en el peor de los casos que terminaran abriéndose aún más o infectándose.

    Se incorporó sin más justo para encontrar la mirada de Hiradaira y Hodges. Koizumi había noqueado a la joven con un golpe en la nuca y los chillidos habían cesado. Pero ahora estaba allí, en el suelo. Inconsciente. La sangre seguía manando de sus heridas.

    El corazón se le encogió en el tórax y se llevó la mano al pecho conteniendo por un instante la respiración.

    —K-Koizumi-kun, toma el ascensor. Es peligroso subir escaleras. Si te tropiezas con ella en su estado sería contraproducente.

    Mierda.

    No podía evitarlo ¿verdad?

    Preocuparse por todos.

    La puerta de cristal se cerró sin hacer ruido. Koizumi había dejado a Kurosawa en una de las camillas. Cómo era usual, la enfermera no se encontraba presente.

    Alisha tenía razón. Nunca estaba cuando era necesaria.

    Cerró herméticamente su mente a cualquier recuerdo del día anterior, al escenario con Gotho, y se apresuró a tomar todo lo necesario para su cometido.

    —Lo que ha ocurrido en este momento es irrelevante—dijo a nadie en particular con un tono pausado y serio. Tomó una gasa donde vertió un poco de agua oxigenada. Menos irritante que el alcohol etílico. Se aproximó hasta la camilla con cautela y tomó la mano herida con suavidad como si temiera que pudiera quebrarse entre sus propios dedos.—Mi nombre es Suzumiya Konoe. Voy a vendar tu mano ¿de acuerdo?

    Estaba inconsciente pero un así le nació la necesidad de avisarla con antelación. No la conocía. No era adecuado. Siendo la japonesa prototípica avisaría de sus intenciones por simple educación.

    Porque era esa clase de persona.

    El medicamento burbujeó al entrar en contacto con la sangre. Roja, brillante e intensa bajo la luz artificial.

    Limpió cuidadosamente las heridas pero no pudo evitar preguntarse por qué. Por qué parecía haber golpeado el espejo y cortado la piel con los cristales rotos. Por qué estaba gritando con semejante furia, con tanta rabia. Y a quién.

    Deslizó la venda cubriendo la mitad de su palma y sus nudillos con movimientos metódicos, como si ni siquiera fuese la primera vez que hacía algo similar. Una vez finalizó cortó el trozo de venda restante y soltó suavemente su mano sobre la camilla en una posición donde no pudiese moverla excesivamente. Guardó todo en su lugar tras la cristalera.

    —Koizumi-kun, ¿cuál es su nombre?

    Creo (creo) que Konoe no conoce a Shiori, si no es así avisadme pls (?)
     
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    Zireael

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    No lo sabía pero había tenido suerte de que Kurosawa estuviese demasiado cegada con quién fuese que la había desatado como para ceñirse con él. Sintió el fuego, pero el incendio no lo estaba rodeando como tal, las llamas no le lamieron la piel hasta deshacerla, fue como acercar la mano al disco caliente de la cocina sin saber que está encendido y quitarla de golpe.
    Eso fue lo que significó noquearla, retirar la mano del fuego a tiempo. Hiroshi Koizumi era un idiota en grandes rasgos, pero cuando se trataba de defender y cuidar de las personas que conocía hacía hasta lo imposible, por eso la adrenalina del cuerpo lo había hecho reaccionar a tiempo para apagarle las luces, impidiendo que le hiciera daño a nadie más.

    Su peso quedó en los brazos ajenos como si fuese un saco de patatas, no había reparado tampoco en la melena rosada que se apareció ni mucho menos en Emily Hodges, lo hizo hasta que Anna habló y ya él se las había arreglado para cargar a la chica, luego de levantar el objeto que se le había caído de las manos: el llavero manchado de sangre seca y fresca.
    Tampoco había notado a Konoe, aunque su voz le llegaba desde otro mundo, ya Kurosawa estaba fuera de servicio de por sí y no había manera de que fuese a responderle.

    Estuvo por abrir la boca para decirle que no tenía idea, ni la más mínima, pero se limitó a asentir porque de por sí era la enfermería a dónde pensaba llevársela. Prácticamente hizo a un lado a los chismosos de un empujón y se metió al ascensor, para dirigirse a la enfermería y dejar a la chica sobre una de las camillas. Se dejó caer en un taburete que estaba al lado, respirando como si hubiese estado a punto de ahogarse.

    —¿Qué haces hablándole a alguien a quien tuve que apagarle las luces, senpai? —preguntó, su voz había bajado un par de notas, y por un momento no la reconoció como parte de sí. Apretó el llavero en su mano, justo como había hecho Shiori—. Las normas, los modales, desaparecieron desde el momento en que salió del baño hecha una furia.

    No había leyes ya.

    Dejaron de haberlas desde el momento en que Tomoya se había colado al baño, quizás desde antes, cuando Shiori le escribió a Sonnen por un cigarrillo o todavía anterior a eso, en el momento en que lo acompañó al Hibiya el viernes en la noche.

    —Kurosawa Shiori —respondió, sin saber que estaba presentándole formalmente a la que ya le habían indicado que podía ser Perséfone—. No tengo idea de qué pasó de todas formas. Cuando salió al pasillo ya estaba sangrando, gritándole a alguien que asumo desapareció en las escaleras o en la otra dirección. No sé qué le hicieron tampoco.

    Se levantó del taburete, rodeó la camilla para quedar del lado de la mano sana de la chica y la tomó, para dejar entre sus dedos el llavero de nuevo. No había que ser ningún genio de la NASA para saber la importancia que tenía para Kurosawa.
    Tan siquiera esperaba que la mayor no se pusiera a hacer preguntas, que de por sí era claro que no tenía idea de una mierda y ya lo había dejado claro.

    Sus ojos se posaron en el rostro de Kurosawa, si la tensión y la furia habían desaparecido de sus gestos era porque estaba inconsciente.

    —Nunca la había visto así. Kuro-chan siempre fue centrada, estudiosa y quizás exageradamente madura para su edad. Nunca se enojaba, tampoco lloraba y siempre ha querido ayudar a los demás —murmuró sentándose en la camilla contigua. Claramente él no estaba enterado de la bonita escena que se había montado cuando Anna le escupió a Hiroki—. Nunca nadie... había conseguido sacarla de sus casillas. Ni siquiera después de que falleciera su hermano.

    Mierda, lo había soltado.

    Amane Gigi Blanche y bueno Jen ya está aquí so (?) Sister encajar ambas narraciones fue un mess ajsdasj se me quemó la neurona.

    Creo, creo, que lo único que sabe Suzu de Shio es cuando Al le soltó el deck de cartas en la clase la noche de la azotea, que le dijo que en cualquier momento podía convertirse en Perséfone, pero como tal no han hablado ni nada.
     
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    Amane

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    Emily Hodges

    Anna aceptó acompañarme y no tardamos en dirigirnos hacia el piso de abajo tras haberle dedicado una sonrisa agradecida. Bueno, ya que tenía que bajar y volver a subir los dos pisos, ¿qué menos que hacerlo acompañada?

    Quizás me arrepentiría de haber tenido aquella estúpida idea toda mi vida. O más bien me arrepentiría de haber arrastrado a Anna conmigo y haber tenido que verlo.

    No sabría definir muy bien lo que estaba sintiendo en ese momento, cuando al fin alcanzamos la planta baja y vimos que se trataba de Shiori. Fue algo así como preocupación, pena y terror al mismo tiempo. Ya la había visto perder el control en los Casilleros cuando lo de Anna pero aquello... aquello de verdad se sentía diferente, porque parecía dolida y completamente rota.

    No sé muy bien cómo, quizás fue el hecho de que siempre acababa anteponiendo a los demás, pero logré mandar todos esos sentimientos a algún lugar lejano de mi mente y logré mostrarle una expresión algo más suavizada a Anna, quizás incluso tranquilizadora, cuando me buscó con la mirada. Supuse que estaría preocupada por cómo reaccionaba, porque quizás parecía más susceptible a estas situaciones, pero a veces podía ser más fuerte de lo que parecía.

    Como fuese, Suzumiya también apareció en algún momento y Hiroshi se encargó de responderle, porque por mi parte no tardé en subir las escaleras para llegar a la Enfermería. Quizás si podía llegar un poco antes, buscaría las cosas necesarias para poder ayudar con la herida.

    No fue el caso, pero no importó demasiado. Tiré el maletín a alguna camilla libre y me acerqué a la que estaba ocupada por la chica, sentándome en el borde donde descansaba su mano sana. La rodeé entre las mías, intentando no perturbar el llavero que guardaba, y apreté ligeramente mientras la observaba.

    No la conocía de mucho, pero era una buena chica, lo sabía. Y esa reacción... también la conocía, solo podía tratarse de algo relacionado a Usui. ¿Qué demonios podría haber pasado para sacarla así de sus casillas?

    Le eché un vistazo fugaz al vendaje de la mano contraria, algo contrariada porque no había visto a la mayor quitando posibles cristales antes de ponerlo pero... quizás no sería buena idea decir o hacer nada al respecto con ella delante, quedaría de maleducada.

    —Se pondrá bien... —dije, alzando ligeramente la voz mientras miraba a los otros presentes sin soltarle la mano a la chica—. No sé qué habrá pasado pero creo que es bueno que haya dejado salir una parte de todo lo que se guardaba dentro. Y estoy convencida de que se pondrá bien gracias a ello.

    Les dediqué una sonrisa sincera, especialmente al chico que sabía que era su amigo, y volví a centrarme en Kurosawa, a la espera de que despertase.

    Había escuchado la conversación que estaban teniendo por encima pero no merecía la pena inmiscuirse y no había nada que pudiese decir. Que hubiese perdido a su hermano... no sabía lo que se sentía y esperaba no tener que sentirlo nunca, porque si yo perdía al mío alguna vez seguramente me rompería igual que ella y sabía que intentaría esconderlo de los demás a pesar del dolor.

    Así que no le diría nada al respecto si ella no lo hacía.
     
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    Gigi Blanche

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    Cuando salí del baño distinguí la cabellera de Konoe junto a Hiroshi, esperando por el ascensor, y Emily ya no estaba. Recordé que me gustaría hablar con Suzumiya pero, vaya, no era el momento. Había prioridades inmediatas.

    Le eché una mirada a la gente que seguía atenta a nuestros movimientos tras la conmoción inicial, y debo haber tenido pintas de perro rabioso o algo porque se retiraron de inmediato. Alcé la voz a nadie en particular, pero lo suficiente para ser oída por cualquiera a la redonda.

    —Llamen al encargado de limpieza, que esto es un desaste.

    Un auténtico desastre.

    Me apresuré hacia las escaleras y las subí de dos en dos hasta dar con la enfermería. Cerré la puerta tras mi espalda y dejé el maletín de Kurosawa junto al de Emily, sobre la camilla libre. Inspeccioné la habitación entera como un jodido escaner. El cerebro me iba a mil, analizando opciones y descartándolas, una y otra vez. Si acaso los planes me salían para la mierda pero ese maldito mundo de sombras era el único capaz de activarme hasta la última neurona que llevaba en el cuerpo.

    No escuché la información que Hiroshi le había soltado a Suzu como si nada, y de haberla atajado probablemente tampoco hubiera reaccionado. Advertí que Kurosawa ya llevaba la mano vendada e inspeccioné todo como un jodido sargento.

    —¿Y los cristales? —murmuré, un poco para mí, viendo en todas direcciones y me detuve sobre los ojos de Konoe—. ¿Le removiste los cristales?

    Daba por sentado que había sido ella quien se encargó de la herida, supongo porque un poco ya la conocía. Emily también se preocupaba un huevo por las personas pero era más del tipo emocional, capaz de brindar apoyo y contención. Agradecía que ese aspecto estuviera cubierto con Kurosawa porque yo ni de coña iba a cumplir ese rol, un poco porque no quería, un poco porque Shiori no iba a permitírmelo. Alcanzarla.

    Me importaba una mierda.

    Puede que me estuviera pasando de lista, que creyera que mi experiencia en la calle me concedía más autoridad o derecho sobre toda esa situación que los demás, pero tampoco me detuve demasiado a pensarlo. Llevaba dentro una furia extraña, silenciosa, que me mantenía la sangre caliente pero también me permitía pensar y analizar la situación, actuar acorde. No esperé ninguna respuesta por parte de Suzu y me acerqué a la herida, removí las vendas con cuidado, apenas lo suficiente para echarle un vistazo, y frucí tantito el ceño.

    —Son pequeños, pero tiene un par.

    Lo dije un poco al aire, no pretendía reprochar el trabajo de nadie, estaba meramente concentrada en hacer las cosas bien y, bueno, a mi manera. ¿Quién me había dado la batuta? Nadie, claro, pero así también podía ser yo.

    Busqué un platillo metálico, unas pinzas y me acomodé en un taburete junto a la camilla de Shiori. Le eché un vistazo a Emily antes de desinfectarme las manos y frotarlas entre sí.

    —Em, ¿podrías iluminarme con la linterna del móvil? —le pedí, no soné demasiado rígida ni autoritaria, sólo estaba seria.

    Mortalmente seria.

    Cuando la muchacha dejó ir la mano sana de Kurosawa le eché un vistazo por reflejo y entonces lo vi, el llavero que llevaba encima con forma de perro. Impregnado de sangre. Me cargué los pulmones de aire y procedí, con un pulso de puta madre. No sabía sostener un maldito pincel pero para esas cosas era mandada a hacer, ¿verdad? Y bueno, normal, luego de todas las jodidas heridas que le había limpiado y hasta cosido a los estúpidos de mis amigos.

    —Bueno, ¿qué pasó? —No miré a nadie, aunque claramente le hablaba a Hiroshi—. Ah, y alguien tiene que avisarle al cachorro... si es que está aquí. Suzu, ¿podrías buscarlo? A Usui Hiroki, va a la 3-1.

    Desprendí el primer cristal y cayó con un sonido delicado sobre el platillo metálico. Joder, parecía que estaba extrayendo una puta bala fragmentada. Mira que había que tener ganas de joder a una princesa que no pintaba nada en mierdas de calle.

    Y eso era lo que más me temía.

    ¿Por qué a ella, y no a su noviecito?

    Tragué saliva y agregué, un poco a regañadientes.

    —Y si no lo encuentras, trae a Altan.

    Me lo había dicho, ¿verdad? Aunque no lo había procesado con la seriedad suficiente hasta ahora. Me había hablado de su llave maestra, del poder que mantenía sobre la información del mundo. Si mis predicciones eran correctas, Hiroki no iba a estar en su aula e íbamos a tener que dar con él de una forma u otra.

    Al menos para confirmar que no estuviera tirado en un callejón, desangrándose, por culpa de unos hijos de puta.

    Ese maldito llavero ensangrentado seguía rayándome el cerebro.
     
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    Yugen

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    Konoe Suzumiya

    Kurosawa Shiori.

    El nombre activó algún interruptor en su cerebro y rescató de su mente el recuerdo de la noche en la fiesta de la azotea. Cuando Altan empezó a relacionar a Karina, Joey y Alisha con Cerbero. Cuando había puesto en perspectiva a todo el mundo, como piezas de un tablero y su rol con el metodismo de un estratega militar.

    Lo recordaba bien. Lo recordaba, porque su propia perspectiva de cómo funcionaban las cosas en el Sakura también había cambiado desde entonces.

    Cerbero, Hades, Hestia. Aquellas almas que podían pasar desapercibidas en el inframundo sin levantar sospechas.

    Y Perséfone.

    Su mente se hallaba dándole vueltas a esa repentina realización. ¿Qué implicaba esa información entonces? No cambiaba nada. Saberlo no iba a solucionar aquel desastre. Para lo único que le servía, era para al menos poder ponerle rostro e identidad.

    Kurosawa-san.

    ¿Qué le había pasado para perder los estribos de esa forma? Sus gritos eran prácticamente rugidos, se habían escuchado en toda la academia. Y no eran gritos de dolor. Eran de rabia, de ira, de absoluto enojo.

    La voz de Anna logró hacerse un hueco en su subconsciente. Evidentemente contrariada, le devolvió el gesto. Su mirada estaba llena de confusión.

    —Los... ¿cristales?—repitió como si la pregunta no terminase de encajar, como si no la entendiese. Fue siquiera un soplo, apenas se le movieron los labios. Un presentimiento extraño le recorrió el cuerpo y le congeló la sangre en las venas. Su mirada viajó apresuradamente hacia la mano vendada de Kurosawa.


    Joder.

    Reprimió un jadeo ahogado, una exclamación de consternación, y cubriéndose los labios con la palma de la mano apoyó la espalda contra el armario.

    ¿Qué?

    ¿Había olvidado retirarlos? ¿Cómo mierda había hecho eso? ¿Cómo había actuado de forma tan poco cuidadosa, tan irresponsable? Había puesto en sus manos la integridad física de alguien. Si había tenido la suficiente sangre fría para que la tensión del momento le afectase en su justa medida, había actuado con cuidado, delicada, temiendo lastimarla de más; cuando había lavado y desinfectado los cortes que aunque eran bastantes no eran profundos... ¿cómo había olvidado retirar los cristales sobrantes?

    Podía parecer algo tan ínfimo pero desestabiliza y rompía lenta pero inexorablemente todo en lo que creía. Ni siquiera se había dado cuenta hasta ese momento. Se había desecho de sus convicciones morales una a una. Había roto las reglas que tan diligentemente defendía, había sido sobrepasada por sus propios sentimientos y deseos, había actuado egoístamente... y ahora ni siquiera había cuidado de alguien correctamente.

    No sólo fallaba miserablemente al intentar alcanzar a Alisha. Había fallado también en eso. En lo único que mantenía intacto e intocable.

    En lo único de la antigua Konoe que se mantenía invicto.

    Estaba tensa, no era algo que pudiera negar. Estaba crispada, frustrada consigo misma, al borde nuevamente del vacío. Pero generalmente podía hacer a un lado sus propios problemas, encerrarlos de formar hermética cuando se trataba de tenderle su mano a alguien que lo necesitaba.

    Asegurarse de ayudar a los demás. De cuidarlos, de protegerlos o lo que fuese.

    Y ni siquiera podía hacerlo bien.

    Por dios, qué puto desastre.

    —L-lo lamento. Yo...—musitó con la voz débil, un tono que le costó reconocer como suyo. No encontraba palabras, cualquier excusa le resultaba absurda. El corazón le había empezado a latir en el pecho con más fuerza, errático, y fue consciente del repentino acceso de ansiedad. Anna estaba dedicándose a extraerlos. Agachó la mirada y se corrió un mechón tras la oreja—. Traeré a Sonnen-kun. Enseguida regreso.

    Se apartó del armario y sin cruzar miradas con nadie abandonó la enfermería.
     
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