Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Insane

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    Sostuvo con firmeza el nudo de la corbata entre las gráciles muñecas, al sentir el calor de su boca pese a besar con aquella ansiedad, con aquella maña por llevar el control sobre ella hasta el punto de hacerla sentir necesitada de aire, distanciándose entonces sin perderla de vista. Estaba agitado, olvidando el resto de sus síntomas como si ni siquiera estuviesen en su organismo, arrebatándole el protagonismo las hormonas, la necesidad.

    No era suficiente...

    Ni incluso una mínima parte de lo que estaba dispuesto a dar.


    El ser llamado por ella con aquel tono danzante le perturbaba los sentidos, lo incitaba a continuar borrando cualquier índice de freno -aunque hace un rato, no existiese ninguno-. La miró entonces entre las pestañas, con aquel aire de sagacidad impregnado, mordiéndole el labio inferior hasta presionar lo suficiente, como para lastimarla pero no llegar a romperle la piel.

    <<Las cámaras>>


    Ya estaba cubierto.

    Ese punto... estaba cubierto desde hace un momento.


    Deslizó la yema de sus dedos sobre los costados de sus costillas, elevando levemente las esquinas de su blusa al tener contacto directo con su piel de porcelana, sintiendo como si comenzara a escocer cada que le ponía las manos encima. Se estaba conteniendo, estaba conteniéndose por no romperla como deseaba hacerlo. Ágilmente sus manos se escabulleron desde sus pantorrillas, por encima de las medias hasta sus muslos, apretando hasta estar seguro de dejar impregnado la marca de las yemas de sus dedos en la parte alta de sus femorales -aquella que no era visible a menos que se quitara la falda, pero ella no tenía por qué quitarse la prenda delante de nadie más-; pasó su lengua por la yugular, enterrando sus manos sobre la piel tersa de sus glúteos al levantarla levemente del lumbar, sin apartar sus labios de los de ella al capturarlos de nueva cuenta.

    Empuñó su cabello púrpura entre su mano izquierda, obligándola a mirarlo al pellizcar por encima de la tela sus pezones con la contraria.

    Pfff, lo sabía, esto no sería cosa de una sola vez.

    Lo sabía.


    Se distanció entonces, quitándose ahora la camiseta con parsimonia.

    La tinta recorría gran parte de su pecho, espalda, continuando los dibujos por sus hombros, brazos, terminando apenas el diseño entre sus dedos. Se relamió los labios, con aquel deje soberbio innato.

    La chica correcta.

    El chico tatuado.

    Imposible, improbable...

    Dejó la prenda por ahí, volteándola con rudeza al hacerla apoyar las palmas atadas contra el colchón de la camilla.

    —Natsu —le corrigió tajante al verse venir el que lo continuara llamando por el apellido, elevando su falda—, guarda silencio, Konoe —ordenó ronco, deslizando su lengua desde su espalda baja al elevar la prenda superior, llegando hasta la parte posterior de su cuello luego de desajustarle el sostén y correrle el cabello, mordiendo el hélix de su oído expuesto.

    Deslizó entonces su dedo corazón por la humedad entre sus muslos.

    —Pídelo —siseó.

    El que te masturbe.
     
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    Yugen

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    Su tacto le ardía sobre la piel como si sus yemas fuesen fuego y ella acero templado o hierro fundido. Lograba moldearla a su antojo con una facilidad ridícula. Probablemente él no fuese el único enfermo y ella había perdido la cabeza hacía bastante tiempo. Cuando cayó irremediablemente en las fauces de Cerbero y renunció a su dignidad. Obviando sus sentimientos y convicciones autoimpuestas para abrir la caja de Pandora y ser meramente una muñeca manejable.

    Cuando la última pincelada de tinta negra terminó de manchar el lienzo.

    ¿Qué importaba si a aquellas alturas no podía volver a ser la persona que había sido? ¿Qué importaba si se corrompía aún más, si dejaba de ser Hestia pura e improfanable?

    Se dejó hacer con una sumisión casi impropia. Tocar, morder, marcar. El roce de su lengua en su cuello, tentándola ardiente. Sintió el calor reptar por su piel como una serpiente de fuego y terminar entre sus muslos. Ansiosa, aguardando algún tipo de fricción, de contacto. El que fuese. Sus muslos se tensaron y se apretaron contra las piernas de él cuando la mano brusca sujetó su cabello, las hebras oscuras y los ojos violetas apenas lograron enfocar su rostro.

    —Gotho-kun—repitió.

    Gimió. No pudo hacer nada por contenerlo. Nació brusco bajo la sensación eléctrica que sacudió su espina dorsal cuando Natsu pellizcó, apretó. Estaba evidentemente excitada, necesitada, ansiosa y los centros de sus senos estaban endurecidos, marcándose de forma visible contra la camisa del uniforme.

    Y él lo sabía.

    Y lo disfrutaba.

    Porque era ese cabrón.

    Estaba oscuro pero la luz grisásea que se colaba por la ventana fue suficiente para que pudiera detallar su cuerpo con la vista cuando Gotho se quitó la camisa.


    La tinta como obsidiana líquida recorría su piel, tiñéndola de oscuridad. El torso trabajado, los hombros, la espalda ancha y fornida. Formaban patrones irreconocibles a los que no lograba concederle nombre ni identidad.

    Como un maldito Yakuza.

    Ella, la estudiante modelo. Él, un miembro de la mafia japonesa.

    ¿De qué clase de libro erótico había escapado una escena así? ¿Importaba siquiera? Lo había vuelto un animal a pesar de su estado. Quería devorarla y ella estaba dispuesta a no huir.

    Hacer eso, allí... se sentía tan incorrecto.

    Su respiración sobre su oreja le arrancó un nuevo gemido
    . Él le había pedido silencio... ¿pero cómo mierda esperaba que lo hiciera? ¿Pretendía torturarla? ¿Pretendía machacar el último hilo de raciocinio incluso si ya le costaba un mundo hilvanar un solo pensamiento coherente?

    ¿Qué estás haciendo Konoe?

    Dios.

    —Natsu—logró formular con dificultad con la respiración agitada y turbulenta. El nombre sin honoríficos le supo extraño en el paladar—. Tócame.

    Hazme olvidarla.

    Temió haber sonado demasiado brusca, demasiado autoritaria y demandante. Volvió a humedecerse los labios con la punta de la lengua, la respiración forzosa y agitada.

    >>... Por favor, tócame.

    Genuina niña buena.
     
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    Si Konoe pudiese siquiera verlo desde su posición, se habría percatado de aquella sonrisa narcisista en sus labios al oírla quejarse, escapársele la necesidad mediante palabras al ordenar que lo hiciese, bajando luego la voz para pedirlo con aquel deje pasivo pese a estar a la expectativa.

    Buena niña.

    Podía disponer de ella a su gusto, entre las rejas inexistentes del lugar poco apropiado, en medio de la lluvia que se escuchaba a través de las ventanas, atrasando las ganas insanas por jalarle el cabello y dejar la marca de su palma completa sobre sus glúteos desnudos por la falda levantada; no se tomó el tiempo de quitarle las bragas, tan solo las corrió a un lado para palpar directamente aquel punto de placer, acariciando de manera circular, suavemente, como si estuviese dispuesto a torturarla.

    —A ver cuánto tardas en venirte —susurró hosco, excitado como quien va a tomarse su tiempo, sin prisas, hasta llevarla al límite.

    Los movimiento de la yema de su dedo apretaban de forma suave y constante, sintiendo en su piel la vibración de sus quejidos. Le mordió el hombro con maña, retorciendo sus pezones con la contraria al acunar uno de sus senos, con fuerza, aumentando un poco el tacto en el roce de su centro.

    —Shhh —siseó enterrando dos de sus dedos en ella, percibiendo un calor más alto que su temperatura corporal al deslizarlos suavemente en su interior, sacarlos, y volver a meterlos a medida que aceleraba la acción, pellizcando por última vez aquellos pezones rozados que le apetecía morder, paseando su mano contraria y áspera por su espalda baja, para obligarla a inclinarse más, a que ya no se sostuviera con sus palmas, a que se entregara a él por completo.

    No era suficiente.

    Quería llevarla al límite, a que tuviese que taparse la jodida boca.


    Su sangre tamborileaba con rudeza en su cuerpo al ser cada vez más consciente de la respiración arrítmica de Suzumiya. Se acomodó entonces por completo tras ella, pasando su lengua húmeda sobre su clítoris sin dejar de penetrarla con los dedos, aruñando la piel de sus glúteos con rudeza, mientras comenzaba a comérsela.
     
    Última edición: 7 Noviembre 2020
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  4.  
    Yugen

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    Aguardó en silencio en aquella vergonzosa postura en que él la había colocado todo lo silenciosamente y paciente que fue capaz. No importaba lo mucho que girase el cuello, ni siquiera alcanzaba a verlo de soslayo entre las propias hebras oscuras. El cabello le caía sobre los hombros, a ambos lados del rostro. Él lo había apartado de su espalda para poder desabrochar el sostén. Su expectación y anticipación era evidente, perfectamente audible en su respiración agitada.

    Tenía las mejillas rojas y las orejas como si hubieran sido marcadas con hierro caliente. Trataba de mirarlo bajo las pestañas entrecerradas aunque no alcanzaba a hacerlo. Aquello enardecía por completo su pudor, su vergüenza y la hacían sintirse más expuesta que nunca. Estaba allí, en la enfermería, con el tipo que le solía desagradar, atada de muñecas y a cuatro patas sobre el colchón de la camilla. La camisa abierta, el lazo deshecho, la falda levantada mostrando el contorno de sus glúteos y el inicio de las medias negras en sus muslos, presionando la piel y ajustándola.

    Permaneció quieta con el corazón palpitando en su tórax con una fuerza inusitada. Estaba latiendo en sus oído, en su garganta, entre sus piernas. Sintió la ruda mano ajena deslizar la fina y húmeda tela de sus bragas y la respiración se lo cortó un instante en la garganta.

    Hazlo.

    Por favor.

    Solo hazlo.

    Lenta, muy lentamente... pero la tocó. La tocó y el solo roce sobre aquel punto tan sensible, tan necesitado, fue suficiente para nublar su raciocinio en su totalidad. Sus ojos casi rodaron a la parte posterior de su cabeza y los cerró, gimiendo con la suficiente fuerza como para ser escuchada desde fuera de la enfermería.

    Mierda.

    —Dios, Natsu.

    ¿Cómo podía siquiera atreverse a preguntarse cuanto tardaría en alcanzar su límite? El botón húmedo que Gotho estaba rozando tan hábilmente con sus dedos palpitaba contra sus yemas. Sería un verdadero milagro si lograba aguantar algo más de un minuto.

    Estaba siendo injusto.

    Estaba siendo jodidamente injusto.

    No se suponía que fuese así, ella no había ido a la enfermería a eso. Ni siquiera sabía que él estaba allí en primer lugar. Qué curioso devenir de los acontecimientos y que curiosa maldita sensibilidad la suya.

    Él solo había apoyado la cabeza en su hombro. Solo eso.

    Se sentía como el perro de Pavlov.

    >>Toca la campanita, ni siquiera necesitas rozarme... y me tendrás salivando como un animal hambriento<<

    La inclinó aún más y ya no pudo sostenerse sobre sus palmas. El tacto de la sábana se sintió frío contra su mejilla caliente cuando se vio forzada a apoyar el rostro contra el colchón incapaz de seguir usando sus manos. La tenía total y completamente a su merced, sumisa, para disponer de ella como le diese la puta gana.

    Era tan vergonzoso.

    Pero se sentía tan bien que el pudor quedaba solapado bajo el placer voraz y ardiente.

    Mordió la almohada al no poder usar sus manos, agitada, cuando él le chistó y sus dedos se abrieron paso dentro de su ser. Buscó acallar su voz de forma desesperada, ansiosa. Estaba siendo brusco. Incluso más brusco de lo que lo había sido Welsh, quizás porque a falta de lazos que los unieran no tenía la necesidad de ser gentil o cariñoso.

    No eran amigos.

    No eran absolutamente nada.

    Y sin embargo.

    Gimió con fuerza, casi gritó entre dientes, humedeciendo la almohada con su saliva a medida que él cambiaba el tacto de sus dedos por el su boca. Ardía. En contacto con su propia humedad, la lengua de Natsu ardía como el maldito infierno.

    La estaba volviendo loca.

    Y ya no pudo contenerse.

    Natsu.

    Natsu.
    ¡Natsu!
    La sensación áspera recorrió su columna, le tensó el cuerpo y tembló como una hoja apretándose y contrayéndose a intervalos regulares a su alrededor con fuerza como si pretendiese quebrar sus dedos. La engulló, la enloqueció, entumeció toda su región inferior. La repentina corriente eléctrica la estremeció por completo y en medio de los espasmos volvió a gemir, a suspirar, a jadear contra la almohada.

    Un minuto y medio.

    Solo entonces aflojó la presión de su boca con la respiración forzosa y su mirada ligeramente perdida trató de enfocarle nuevamente. Sus labios estaban húmedos, la saliva incluso se había recurrido por la comisura y ni siquiera podía limpiarlos apropiadamente.

    Dios.

    ¿Qué clase de imagen debía estar dando? ¿La probable futura presidenta del consejo?

    Su mente seguía ida, su cuerpo extrañamente liviano.

    —Natsu...—lo llamó entre jadeos—. Desátame.

    Ella también quería tocarle.
     
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    Insane

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    Se distanció dejando un pequeño hilillo de saliva que saboreó al pasar su lengua por sus propios labios, limpiando el resto con su antebrazo sin dejar de mirarla. El sentirla retorcerse entre sus brazos había provocado que la sensación del pantalón comenzara a fastidiarle aún más, como un jodido infierno que le quemaba los pulmones. Respiró agitado sin dejar de mirarla, desde arriba como quien memoriza a la perfección aquellas imágenes.

    Sedienta.

    Ansiosa.

    Caliente.

    <<Desátame>>


    La miró entre su propio cabello negro, despeinado, como un animal que apenas estaba a punto de cazar. Estiró sus dedos y desató el nudo sin oponer resistencia, tomando sus pequeñas manos entre las suyas para deslizarlas desde sus pectorales hasta su abdomen, deparando en el inicio de los oblicuos bien marcados, haciéndola palpar la dureza de su cuerpo.

    Que no estaba cerca, de estar tan duro como lo que aún cubría la parte inferior del uniforme.

    Maldita sea, Konoe.


    Sácalo.

    Su mente estaba perdida desde el primer momento en que ella autorizó el que pudiese solicitar lo que quería; el cuidarlo pese a echarla como una alimaña molesta. No, desde antes, desde que decidió retar todo lo que hacía, todo lo que decía, como una maldita muñeca a cuerda, de esas perfectamente confeccionadas que solían hartarlo hasta la médula. Y ahora, estaba devorándola, enseñándole quién tiene poder sobre quién.

    Sus venas estaban brotadas, al mantener acelerado el pulso cardíaco. Estaba ansioso. Fue entonces que sus pupilas la escudriñaron, y no con aquel fastidio innato, sino con la necesidad de exigir su atención, de que él fuese su único polo a tierra, como un maldito depredador territorial.

    Se le escapó entonces una pequeña sonrisa cruel; la comenzaría a colorear a su gusto, de aquel color profundo como el de la tinta de su cuerpo.

    —Hazlo —ordenó ronco, autoritario al comenzar a apartar de aquellas facciones suaves el largo cabello, como si lo recogiese en una coleta, enredándolo entre sus dedos como una cuerda que estaba dispuesto a tirar.

    A ahogar.
     
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    Yugen

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    Logró recuperar el aliento y permitirse suspirar cuando él desató finalmente la corbata. Su frotó las muñecas sintiéndolas ligeramente doloridas y de permitió deshacer el sentimiento de entumecimiento que aún permanecía sobre su cuerpo.

    Dios.

    Dios.

    Mierda.

    Aún le temblaban las piernas.

    Las manos de Natsu tomaron las suyas y la llevaron hasta el torso desnudo obligándola a tocarle, a rozar los trazos de tinta que le marcaban la piel. Palpar cada músculo, desde los pectorales a los abdominales definidos, a los oblicuos. La piel ardía bajo su tacto como si sus yemas estuviesen hechas de fuego.

    Hazlo.

    Casi lo oyó gruñir.

    Sexo oral.

    Regresó la mirada a sus ojos. Escudriñó el dorado oscurecidos de sus irises, como pozos insondables. Y a pesar de su acerado hermetismo pudo percibir aquella chispa de necesidad. En las mejillas enrojecidas, en la mirada entornada, en el tono ronco y áspero de su voz. Él la necesitaba de la misma forma ansiosa y expectante que ella lo había necesitado a él.

    Incluso por encima de esa socarrona sonrisa.

    Sintió el roce de sus dedos al apartarle en cabello del rostro, las hebras oscuras. Quería tener el control como una bestia ansiosa y dominante a pesar de que se lo había negado todo el tiempo. La había atado, la había dominado, humillándola sobre las sábanas hasta quitarle cualquier atisbo de autoridad.

    Pero Konoe no era ninguna estúpida.

    Sabía lo que él quería.

    Sabía perfectamente lo que quería.

    Sin embargo, no solo no lo había hecho una sola vez en toda su vida si no que quería oírlo. Con claridad. De su garganta. Y tomar por un instante el control de aquella situación cuando constantemente se le había estado escapando de las manos. Se apartó de él, del agarre en su cabello y sacudió la cabeza apenas lo suficiente para adecentar la cascada oscura sobre sus hombros y espalda.

    No.

    Ahora tú serás el perro de Pavlov.

    Escucha como hago sonar la campana.

    Su voz se deslizó sedosa, pausada. Y se acercó aún gateando hasta él, sinuosa. Sus dedos deslizaron suavemente un mechón oscuro tras su oreja.

    Príapo y Hestia.

    —¿Hacer qué, Natsu-kun?

    La inocencia de sus pupilas era infundada.

     
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    Lo estaba jodiendo, y podía notarlo en cuando sus orbes comenzaron a afilarse con aquel tinte de amenaza permeado, como un felino mostrando los filosos colmillos al sentirla apartar de él el sedoso cabello que comenzaba a adquirir, un placer culposo por enredarlo entre sus manos, sin embargo no pudo siquiera evitar el tragar, como aquel que no se piensa el qué hablar, dejándose llevar por el instinto que predominada por cogérsela sobre la camilla.

    Obediente.

    Dulce.

    Pasiva.

    Ardiente.


    Maldita Suzumiya, estaba jugando con su cabeza por sus ansias de ser consumido entre la carnosidad de sus rosados labios, absorbido hasta sentirse lo suficientemente perdido en placer; permaneció obnubilado al quedarse con la mirada fija sobre ella, estando de pie frente a la camilla, mirándola desde arriba gatear hasta él, con aquellos movimientos gráciles, pasándose el mechón tras la oreja.

    Esa maldita manía del mechón... lo ponía como el carbón consumiéndose a fuego lento.


    <<¿Hacer qué, Natsu-kun?>>

    El ser llamado por su nombre pese al honorífico le hizo sentir una pequeña descarga eléctrica en la espina dorsal, haciéndolo relamerse los labios de forma inconsciente, grabándose el sabor de sus fluidos como si aún los tuviese impregnados en su cavidad bocal, tal como quería impregnarla a ella de los suyos. Pff, ardía como el maldito averno, dejando de ser satán sobre un pedestal brindando placer, pasando a ser un alma del lugar a solicitarlo.

    A solicitárselo a ella.

    El cosquilleo le invadió la lengua por un breve instante, manteniendo aquel rubor feroz sobre la piel de sus mejillas, arisco a lo que estaba a punto de articular.

    Qué desastre.

    —Tócame —casi siseó en otra orden explícita, como si estuviese en negación de lo que sus cuerdas vocales no pudieron evitar decir—, tócame hasta dejarme satisfecho, Konoe.

    Nunca había solicitado aquello, a nadie. Siempre era el que mandaba, el que terminaba recibiendo placer sin siquiera tener que pedirlo. Las princesas con las que se había acostado en el anterior instituto -las cuales podía contar con una sola mano- jamás le cuestionaron, y ella estaba ahí, con la osadía preguntando, incitándolo a dejarse hacer luego de esbozar aquel ridículo y vergonzoso pedido.

    La situó entre las pestañas, escuchándose su respiración arrítmica por el silencio que abarcaba nuevamente el lugar.

    Konoe.

    Hazlo maldición.

    Ahógate en mí.

    Se estaba clavando sin siquiera darse cuenta, unos pesados grilletes de acero alrededor de sus muñecas, conectadas con los músculos de su garganta, cediéndole la cadena en conjunto de la llave.

    Llave que solo tendría ella.

     
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    Había cedido. Le había dado el control que le estaba pidiendo sin protestas. Le había dejado el puesto. Ahora podía sentarse en el trono y sujetar la correa... si tan solo fuese ese tipo de persona.

    Ella recorrió su expresión con la vista deleitándose ante ese gesto de necesidad. Su espalda la recorrió un chispazo de placer culpable.

    >>Hasta dejarme satisfecho<<


    Repentinamente sentía la imperiosa necesidad de hacerlo. De obedecer o de ceder y darle justo lo que quería—lo que necesitaba—sin más demoras. Sin más rodeos.

    —Cuando te dije que podía pedirme lo que necesitases esperaba poder hacerte sentir mejor—llevó las manos a sus mejillas y se inclinó sobre su hombro hablando directamente en su oído—. Eso era todo lo que pretendía.

    No sabía por qué exactamente había tenido la necesidad de decírselo. Pero quería que lo supiera.

    Acercó la mano a su virilidad con cuidado. La deslizó por su tórax, recorrió sin prisas sus abdominales, hasta pasar la línea de los oblicuos. La respiración se le cortó un instante en la garganta. Podía mostrarse todo lo segura que quisiera pero era la primera vez que veía un pene erecto tan cerca. Reconocía sus partes y su maldito cerebro de archivo tenía muy clara su función. Pero su función ahora le traía sin cuidado. Lo rozó apenas con la yema de sus dedos sintiéndolo palpitar ansioso bajo su toque.

    Estaba ardiendo.

    Hazlo.

    Con la boca.

    Es lo justo.

    —Lo lamento—se disculpó con cierta tensión y nerviosismo—. No he... hecho esto antes.

    Y otra confesión.

    Volvió a recoger un mechón oscuro tras su oreja, gentil, dirigiéndole una mirada fugaz a los ojos antes de inclinarse. No era la primera vez que le hacía sexo oral a alguien. Se había comido a Welsh sin pensarlo un instante. Pero era la primera vez que le hacía sexo oral a un hombre.

    Pensar que justo ese hombre sería Natsu Gotho. El tosco, huraño, díscolo y arisco Natsu Gotho. El tipo que había acosado a Jezebel. El que parecía odiarla.

    El que estaba por comerse ahora mismo.

    Que jodida ironía.

    Besó el glande de forma suave, dubitiva y poco segura. Besos pequeños, ligeros, uno tras otro. Luego fue su lengua. Recorrió su extensión sin prisas como si se tratase de la paleta de un helado. Mantuvo su mano en la base, moviéndola ligeramente de arriba hacia abajo a intervalos regulares.

    ¿Cómo iba a meterlo en su boca? Ansiaba, deseaba hacerlo. Pero no tenía la suficiente experiencia. Si lo empujaba con demasiada brusquedad podría activar el reflejo del vómito y provocarse arcadas.

    De ninguna manera quería eso.

    Se mordió ligeramente el labio inferior y se apartó de él, agitada tras unos segundos, para terminar de quitarse la camisa del uniforme. El sostén ya estaba en el suelo, él lo había dejado allí, pero ella aún permacía semi-vestida. Dejó caer la prenda tras desatar el lazo y mostrar su torso desnudo bajo la luz trémula. Tenía unos senos voluminosos, turgentes y considerables. Pasó el brazo bajo ellos y los levantó.

    Lo miró bajo las pestañas. Las mejillas enrojecidas.

    —¿Te gustan Natsu-kun?

    No esperó una respuesta.

    Presionó su miembro entre sus senos, entre la piel nacarada y tersa, masturbándolo con su escote.

    Rodeó el glande con sus labios húmedos y lo hundió apenas, acolchándolo con su lengua desde dentro.

    Desde el encuentro con Welsh.

    No, desde el beso a Akaisa en la azotea.

    El mundo puro que conocía se había estado tambaleando de forma peligrosa. Había cruzado la línea. Había teñido el lienzo de negro. La Konoe de ese entonces ni siquiera se había atrevido a dar un beso casto por un juego ridículo. La Konoe de ahora había roto todas las cadenas, había enterrado sus convicciones, la rectitud y la diligencia.

    ¿Quién era? ¿Tan pronto le costaba reconocerse?

    Sus sentimientos no correspondidos le ardían en el pecho como dagas imbuidas en cicuta. Solo estaba buscando a alguien en el que volcarse. La frustración, la necesidad, el deseo. La ansiedad por el roce de la piel. Porque aunque era vacío y carente de sentimientos lograba desconectarla de la realidad por unos minutos.

    Allí, en ese instante, no quería ser la estudiante modelo perfecta. La genuina niña buena. La muñequita. La hermana mayor de todos. O Hestia.

    Solo quería ser Suzumiya Konoe.

    Y olvidar.

    Que la lluvia que oía lejos lo borrase todo. Como el bíblico diluvio universal.

    Y apagarse.
     
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    La sintió cerca de su garganta, en su oído susurrando con un deje que percibía y era una pequeña excusa, excusándose de la situación en la que estaban. Le provocó sujetarla del cuello para hacerla mirarlo a los ojos, exigirle que repitiese esas palabras mientras comenzaba a deslizarse dentro, pero se contuvo al sentir su piel erizada, dejándose hacer como un soldado de la nobleza, en donde ella era la princesa... y él su perro guardián.

    Mierda.

    Por qué era tan delicada al tocarlo.

    ¿No podía ver que estaba sediento por dejarse venir?

    <<No he... hecho esto antes.>>

    Un pequeño brillo de entendimiento le surcó las pupilas.

    Acunó su mejilla con su mano izquierda, acariciándole el rostro con el dedo pulgar para terminar deslizando su tosca mano hasta su cuello, apretando como si buscase asfixiarla por un pequeño instante, sin ejercer presión real sobre él. Suzumiya podía verlo... podía ver que estaba jodidamente atado por no hacer lo que se le venía en gana, tratando de disminuir la velocidad de su ritmo para adaptarse al de ella.

    La carnosidad de sus labios, la humedad de su lengua, el rozar de su maldita mano lo hizo tensar la mandíbula. Estaba torturándolo como un puto animal enjaulado, con la comida cerca si poder siquiera comerla, por ahora. Le permitió alejarse, sintiéndola tan agitada como ahora lo estaba su propia respiración pesada, siguiendo cada movimiento al ser ella quién comenzaba a desprenderse de la parte superior del uniforme.

    Konoe tenía un cuerpo envidiable.

    De esos que no dejaría de comerse hasta hartarse.


    <<¿Te gustan Natsu-kun?>>

    Sus orbes ambarinos estaban tan permeados por las penumbras del infierno que no había necesidad de responderle, con solo detallar lo tenso que se encontraba, la vena dorsal profunda inflamada, bombeando sangre en su miembro erecto. Fue entonces que apretó la mandíbula, casi frunciendo el ceño ante la sensación de la suavidad envolverlo, llegando la punta hasta la húmeda lengua.

    Jodida mierda.

    Hazlo más rápido.


    Suspiró en un gruñido pesado, entrecerrando los ojos con el cuerpo de pies a cabeza completamente acalorado, dejándose masturbar pese a saber que de esa forma tardaría en llegar, esperando la fricción más tosca, más fuerte, más sedienta, pero era una muñeca, de esas dulces y delicadas a las que inconscientemente adoraba el tenerles paciencia.

    —Konoe —le llamó en un bufido entre dientes, excitado.

    Deslizó la yema de sus dedos por sus pezones, pellizcándolos sin irrumpir en el movimiento de sus senos sobre él, dejando que al cabo de varios minutos, por fin, escapara al menos algo de su semen, apartándola para empujarla de los hombros sobre el colchón de la camilla, procurando no lastimarla esta vez, en el proceso. Sí, anhelaba venirse, pero lo haría en ella, luego de tenerla gritando su nombre desesperadamente.

    Sacó de su billetera un pequeño empaque platinado de color dorado, tal y como el de sus pupilas. Se lo colocó con simpleza, sujetándola de la parte posterior de las rodillas para halarla hacia él, en el borde, donde por instinto ella tendría que colocar sus piernas alrededor de su cintura.

    —Si te duele —murmuró inclinándose hasta su oído, mordiéndolo en el proceso—, me lo dices.

    Deslizó el glande por su clítoris mientras le besaba el cuello, descendiendo hasta su clavícula para morderla, para marcarla de nueva cuenta, procediendo a ascender hasta sus labios, besándola, enterrando su lengua dentro de ella, buscando la suya. Fue entonces que sintió el resbalar un poco más suave sobre el condón, comenzando a entrar, de a poco.

    —Mírame Konoe —ordenó como un demonio autoritario, sujetándola del mentón sin intención de dejarla ir, apoyando su peso con el antebrazo contrario.

    Suzumiya...

    Quién es el primero en entrar.

    En hacerte temblar, lloriquear, rogar.


    Y consciente de ello, volvió a su trono, como satán en el averno disfrutando de las llamas que cernían todo a su alrededor, incluyéndolo.
     
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    ¿Lo hacía bien? ¿Lo hacía mal? No tenía la más mínima idea de qué estaba haciendo. Buscaba rozar la carne caliente con la piel tersa de sus senos hasta lograr... ¿qué? ¿que le eyaculase en el rostro? Siento honesta en otras circunstancias tal vez la idea le hubiese resultado desagradable. Pero en ese momento no podía importarle menos.

    Natsu-kun—susurró. Dejó la labor de sus senos aunque lo mantuvo allí y se sostuvo el mechón oscuro tras la oreja lo suficiente para inclinarse y tomar más de él dentro de su boca.

    Se le había derretido el cerebro y el cuerpo. Y la vagina en las bragas.

    Sentirlo palpitar, el torrente implacable de sangre bombeando entre sus senos, aumentando considerablemente su tamaño y su dureza la tenía sumida en un extraño trance. Quizás porque lo estaba disfrutando. Porque podía verlo bajo las pestañas si alzaba la mirada y percibir los jadeos roncos y bruscos que abandonaban de tanto en tanto su garganta.

    Y ella lo estaba disfrutando también.

    ¿Había perdido la cabeza?

    Indudablemente.

    ¿Le importaba entonces?

    No en realidad.
    Welsh lo hacía constantemente. ¿Debía considerarlo obsceno o desagradable por eso? Ese tipo de encuentros sexuales eran el pan de cada día en ese lugar. Lo sabía. Lo sabía perfectamente y hacía la vista gorda, porque podía ser bastante buena ignorando determinadas circunstancias si quería. Si realmente alcanzaba la presidencia... sería la regente de una academia de pervertidos.

    Ahogó un jadeo contra su piel cuando él llamó su nombre, rasposo. Considerablemente excitado. Y sus dedos hábiles pellizcaron sus pezones, iniciando nuevamente el choque eléctrico en su espina dorsal, incitándola a seguir. Y podría seguir y seguir hasta que todo se fuese a la mierda y su mente perdiese todo el contacto con la realidad pero sintió el tacto de sus manos en sus hombros desnudos y después el roce suave y ligeramente templado de las sábanas de la camilla en su espalda.

    Ah, dios.

    Dios.

    La ansiedad escaló a su garganta y el corazón le golpeó el tórax cuando lo vio sacar el pequeño envoltorio dorado de su billetera. Lo iba a hacer ¿verdad? Penetrarla. Iban a llegar hasta el final. Negarle a su cuerpo sumido en libido lo mucho que parecía ansiarlo, quererlo y necesitarlo sería ridículo.

    Era instintivo.

    Por supuesto que lo quería.

    >>Si te duele, me lo dices<<

    Pero la chispa de temor, de duda cruzó sus pupilas un breve instante. No tenía por qué doler. Era un pensamiento popular errado que el dolor era obligatorio durante un primer coito. Si estaba lo suficientemente lubricada y relajada no tenía por qué hacerlo o al menos, por qué no ser un dolor soportable o una pequeña molestia. Tenía bastante clara la teoría. Pero su respiración se agitó aún más ante la expectativa, la anticipación y sus músculos se tensaron.

    Cielos.

    Relájate.

    El aliento ardiente y el roce brusco de sus dientes en el lóbulo de su oreja derecha, enrojecida de por sí, le hizo vibrar un gemido en el pecho.

    Relájate.

    Era lógicamente lo que pretendían los besos húmedos de Gotho regados sobre su cuello y sus suspiros y gemidos resultantes, el mordisco en su clavícula. La forma en que le devoró y silencio la boca de un bocado y buscó el roce de su lengua, algo que ella no le negó. Necesitaba algo en lo que reafirmarse, algo a lo que aferrarse, mientras sentía como le temblaban las piernas y la sensación lenta, resbaladiza y caliente de la intromisión ajena.

    Sus manos estaban libres así que las hundió al colchón, clavando las uñas en las sábanas desechas de la camilla.

    El aire abandonó de golpe sus pulmones.

    Ardía, quemaba y la tensión y presión resultante le estaba haciendo difícil respirar. No sabía exactamente si su propia agitación y nerviosismo era la causa de que sus músculos estuviesen tensos y apretados y de que consiguientemente la intromisión ajena resultase mucho más que molesta. O qué. Si era esa parte de su ser pudorosa, esa que aún estaba presente, esa faceta de estudiante modelo perfecta.

    De saber que estaban en la enfermería.

    Que en cualquier momento la puerta podía abrirse.

    Que la cámara estaba meramente cubierta por un chaqueta.

    Eran la clase de pensamientos fugaces que excitarian a una exhibicionista como Alisha Welsh. Pero ella no había sido corrompida tanto.


    Era mucho más grueso que sus dedos. O que los dedos de Welsh. La tensión contra sus paredes internas era brusca, forzándola a adaptarse lentamente a su tamaño. Estaba siendo cuidadoso, todo lo que su autocontrol le permitía ser.

    Podía sentirlo.

    Natsu Gotho había dejado su usual brusquedad de lado para no lastimarla. Había puesto el freno para adaptarse a su ritmo a pesar de que estaba al borde. Y ella deseaba agradecerle, ansiaba hacerlo, pero no podía. Joder, no podía.

    Porque era tan grande.

    Iba a partirla en dos.

    Sostenerle la mirada era tan difícil. Tan vergonzoso. Sentía la necesidad de desviarla, de cerrar los ojos, de morderse el labio. Consciente de que él podía verla. Quizás ahora no lo fuese tanto pero cuando el dolor cesase y fuese sustituido por algo más apremiante no podía ni imaginar qué clase de expresión obscena le cruzaría el rostro. Jadeó ahogadamente y su cuerpo de forma inconsciente se tensó aún más. Se le escapó un quejido lastimero desde el fondo del pecho.

    —Duele. Natsu, duele.
     
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    Suspiró contra sus labios al comenzar a deslizarse dentro, lento, tortuoso, notando aquella expresión que lo llenaba hasta el rincón más oscuro de su alma. Y fue entonces que sintió el apretar fuerte entorno a su miembro, relamiéndole los labios con la punta de la lengua mientras deslizaba su mano izquierda tras la cabeza de ella, enredando su cabello con la necesidad de mantenerla quieta, con la vista en él, buscando que se relajara ante la intromisión.

    Lo estaba haciendo despacio, tremendamente despacio, cuando en realidad quería enterrarse en lo más profundo y comenzar a moverse, sin embargo se tomó su tiempo, llevando uno de sus pezones a su boca para lamer como si fuese un pequeño botón que no demoró en morder, apretándola contra su cuerpo con el poco raciocinio que aún le quedaba.

    <<Duele. Natsu, duele.>>

    Lamió desde su seno derecho hasta el centro de su pecho, terminando en la punta del mentón, grabándose aquella expresión que no lo abandonaría jamás en la estadía de aquella institución. Y entonces, esperó y esperó por unos segundos que llegaron a ser un par de minutos, los cuales se le hicieron eternos, dolorosos al ella estar tan:

    Apretada.

    Estrecha.

    Konoe, jodida mierda.


    —Piensa solo en mí —protestó en un susurro tajante, mordiéndole el labio inferior para después lamerlo a medida que se sentía llegar en sus paredes vaginales, besando ahora su mejilla perlada con una dulzura impropia de su ser, contrastando con la sagacidad, deseo y penumbra de sus dorados orbes—, dolerá solo un momento más, ya después... —trató de apaciguarla sin poder evitar que su voz se escuchara ronca, entrecortada, por el placer que sentía ante el hirviente calor ajeno sin siquiera removerse—, si sigue doliendo, aráñame, bajaré el ritmo cada que lo hagas.

    La estudiante modelo.
    Perfecta.
    Dialécticamente correcta.

    Estaba siendo manchada, del azabache de su alma.

    Marcada bajo sus tatuajes, bajo la tinta permeada de su piel.


    Hundió sus dedos sobre las medias estudiantiles de sus muslos, apretando su carne como si la sintiese derretirse bajo él, dejándose llevar de a poco por el enloquecido latido de sus hormonas danzantes; hambriento terminó con sus tocas manos sobre su estrecha cintura, deslizando sus pulgares por sus costillas, como si la piel ajena fuesen plumas entre sus palmas, disfrutando la fricción que la causaba un hormigueo por la piel, comenzando el incendio de su ser.

    Qué va.

    Necesitaba quemarla con él.

    Incendiarla, que rogara hasta desgarrarse la garganta.


    —¿Puedo moverme? —gruñó perdiéndose en su cuello, obligándola a aferrarse de su cuerpo, besándole la boca mientras su pelvis permanecía estática contra sus caderas, aguantando su instinto que apremiaba con poseerla, hacerla gritar, deleitarse únicamente mirándolo a él.

    Respiró contra su cuello al sentir la humedad bañar el preservativo, en conjunto a la estreches de su intimidad, mordiéndola como si buscase ser lo único en su cabeza, succionando sus pezones como pequeños caramelos que chuparía hasta saciarse. Bebiéndose sus gemidos, el aliento, buscando borrar su dolor.

    Alimentándose de su placer.
     
    Última edición: 8 Noviembre 2020
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    Yugen

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    Mierda.

    Oh, mierda.

    Ardía como el maldito infierno.

    ¿Se le había pasado por la cabeza siquiera? Estaba segura de estar preparada. Estaba bastante segura de lo que estaba haciendo. Incluso si había sido un impulso, si no había ningún tipo de sentimiento real entre ellos. ¿Debería haber esperado hasta amar a alguien más?

    No.

    No iba a amar nadie más.

    Su corazón tenía grabado un nombre y apellido que buscaba borrar desesperadamente.

    ¿Así que qué importaba?

    Callaría todo murmullo, toda autocrítica, cualquier reproche y el dolor que ya no era físico como pudiera hacerlo. Silenciaría su mente hasta que no hubiera nada, hasta que solo oyera el ruido blanco, el murmullo de la lluvia tras el cristal. Hasta que su cerebro desbordarse tal cantidad de endorfinas y oxitocina que todo se sintiese bien, correcto y el resto solo fuesen nimiedades sin importancia o pudiese fingir que lo eran. No tendría que pensar en su corazón hecho pedazos ni detenerse a recoger los trozos desperdigados para recomponerse nuevamente.

    Pero dolía tanto.

    El pecho.

    Y Gotho estaba siendo tan extrañamente gentil con ella que el hecho de pensar en alguien más la hizo sentirse como si hubiera recibido una patada en el estómago. ¿Era diferente de Cerbero entonces? Porque estaba aprovechando todo eso de la misma forma que lo estaba aprovechando él. Se había puesto en bandeja y dejado ser devorada por alguien que no le importaba realmente. Le había permitido penetrarla, entrar donde ningún hombre lo había hecho antes. Y se sentía particularmente incorrecto pero le importaba bastante poco a aquellas alturas.

    >>Piensa solo en mí<<

    Eso es tan difícil.
    El roce de sus labios le arrancó un suspiro del pecho. Su lengua lo hizo después. Lo sintió sujetarla por los muslos, allí donde la tela ajustada de las medias empezaba. Apretó para notar la carne tierna bajo sus palmas y aquello la hizo gemir. Ella lo miró bajo las pestañas con la respiración irregular. Lo sentía entre sus piernas, allí donde se encontraban unidos. Y quemaba. La piel se le erizó cuando las manos fuertes afianzaron la curva delicada de su cintura y ascendieron hasta sus costillas.

    Le gustaba lo que veía.

    El perro de Pavlov.

    Podía verlo en su rostro y pudo sentirlo con precisión ridícula dentro de su ser.

    Lo volvía jodidamente loco.

    Algo en ella pareció ronronear al darse cuenta. Algo que dormía dentro de sí y siseaba como una serpiente.

    Había apartado las manos de las sábanas y las había llevado hasta la espalda, hasta los hombros de él. Había hundido allí las uñas, había apretado de forma inconsciente mientras buscaba calmar su respiración turbulenta y relajarse.

    Y en aquellos minutos que habían transcurrido parecía haber empezado a aceptar y acostumbrarse a la intromisión ajena. Sus paredes vaginales seguían algo tensas pero su cuerpo había empezado a ser paulatinamente bañado por el calor que irradiaba la presión pulsante.

    Era extraña.

    Pero se sentía... bien.

    Y la ansiedad regresó con más fuerza cuando se percató de que necesitaba más de eso. Quería que se moviese. Quería sentir el roce y la fricción, su cuerpo había empezado a exigérselo.

    >>¿Puedo moverme?<<

    Sí.

    Hazlo.

    Por favor hazlo.
    Fóllame Natsu.
    Ninguna palabra emergió de sus labios. Lo miró a los ojos, a aquellos orbes oscurecidos. Eran pozos insondables de absoluto deseo. La forma en que se estaba conteniendo debía resultar incluso dolorosa. Lo besó. Chocó con necesidad su boca con la suya reclamando la insistencia de su lengua. Las manos que se habían mantenido sobre sus hombros ascendieron hasta su cabello azabache, hasta su rostro.

    Ardía.

    Todo había empezado a arder.




    Andrómaca.

    Lo había leído alguna vez.

    La esposa del rey troyano Héctor.

    El caballo hectóreo era una postura erótica donde la mujer tenía el control total de la situación. De la profundidad y la fuerza. La idea de volver a dominarle sonaba tentadora pero su actitud no estaba condicionada simplemente por ese deseo. Buscaba seguridad y control. Afianzar las riendas en una situación novedosa y excitante que se le escapaba por completo de las manos.

    —Quiero estar sobre ti—murmuró a media voz y arrastró los dedos por sus omóplatos. No quería arañarle y lastimarle como él le había pedido—. Deberías recordar que sigues enfermo.

    Era solo sexo.

    Y podía ser o no ser la persona correcta. Pero repentinamente quería creer que sí.


    Es la escena de sexo más larga que he roleado en mi vida lol
     
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    Lo sabía, ella lo sabía, que estaba atado a su cuerpo, a su piel, a su aroma como un esclavo que deseaba incendiar todo a su alrededor hasta las cenizas, delineándola con sus manos con aquel tinte de pasión impregnado en lo más profundo de sus pupilas, dejándose consumir entre sus piernas mientras besaba la comisura de sus labios, sabiendo de lleno que su rostro estaba tan acalorado como el suyo.

    ¿Qué vendrá después de esto?

    Casi arrugó las cejas ante sus gemidos. Maldita sea Suzumiya, la voz que surgía de su garganta se escuchaba tan bien al deslizarse por sus tímpanos, como plumas acariciándole la sensibilidad de sus oídos. Estaba embelesado, viéndola con la llave entre manos, llave que no sentía la necesidad de exigir de vuelta, sintiendo cómodo las cadenas que se impregnaban sin siquiera darse cuenta al rededor de su garganta, sin pensarse que después de ello corría el riesgo de ser un mísero perro manso. Deslizó sus dedos por los costados de sus senos, sintiendo la piel perlada, mirando el cabello violáceo esparcido entre las blancas sábanas, su piel de porcelana, sus labios entre abiertos con la respiración agitada.

    Konoe era atractiva.

    Molesta.

    Tonta.

    Caliente.

    Recibió su boca contra la suya, sintiendo su lengua entrar a su cavidad, recibiéndola con necesidad, con urgencia de ser derretido en ella, percibiendo sus gráciles manos recorriéndole la espalda, el cabello negro, desordenado, y ahora su rostro. Respiró agitado, como si ella hubiese tomado la osadía de reclamar el control, y él se lo estuviese cediendo entre la vista nublada, moviéndose al sentirla ardiendo al estar aferrada a él, suave, despacio, apenas y llegando entre lo más profundo sin despegar sus labios de los suyos al besarla de nuevo, dejando de escuchar las gotas fuera de la ventana pese a continuar la tormenta eléctrica

    <<Quiero estar sobre ti. Deberías recordar que sigues enfermo.>>

    Entre abrió los párpados ante su pedido.

    Volvía, la princesa abriéndose paso en el pedestal con el guardián inclinándose para llevarla de la muñeca tras las puertas de lo desconocido. Si no estuviesen haciéndolo en ese momento hubiese chasqueado la lengua, pero en su lugar, se cubrió el puente de la nariz con la parte posterior de la mano al sentirse tan caliente que no quería seguir soportándolo, mirándola entre las pestañas.

    Estaba dispuesta a cuidarlo, y él estaba dispuesto a dejarse cuidar.

    Entre la oscuridad.

    Lejos de los demás.


    —Bien —siseó levantándola suavemente de la espalda baja y la nuca al salir de ella con parsimonia, acostándose él con ella sobre sí, sintiendo la humedad de sus labios vaginales sobre su abdomen bajo, como si le quemasen la piel tatuada. La miró desde abajo con la respiración irregular, evitando el implorar por el pedido que quería escapársele entre las cuerdas vocales, limitándose a acariciarle las rodillas con los nudillos.

    Cógeme.

    Cógeme hasta dejarme seco.
     
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    Yugen

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    Le había cedido el control nuevamente. Él, el tosco y huraño perro callejero que se negaba a ser acariciado. ¿Qué tenían los hombres en esa academia con ser tan hoscos, tan reacios al cariño o a mostrar la más mínima simpatía como si hacerlo fuera signo de debilidad? Su respiración aún corría acelerada al igual que los latidos bruscos de su corazón. Pero el gesto esquivo y el rostro enrojecido, la sumisión ajena la llenó de un extraño sentimiento de ternura. Algo que hubiera pensado inconcebible tratándose de Natsu Gotho hacía tan solo unos días o específicamente el día en que cruzaron miradas por primera vez. Sonrió suavemente, dulce, sin prepotencia alguna en su gesto.

    Casi se veía... lindo.

    Se humedeció los labios y reajustó su posición sobre él flexionando las rodillas sobre el colchón a ambos lados de sus caderas. Llevó las mano a su miembro hirviente rozándolo con su dedos, sosteniéndolo en la posición adecuada y descendió las caderas permitiéndole nuevamente hundirse en el calor y las humedad de su sexo. Apoyó las palmas extendidas en su torso, conteniendo un instante la respiración mientras lo sentía entrar nuevamente.

    Llenarla.

    —Natsu.

    Ahora que el dolor había desaparecido en gran parte podía centrar sus sentidos en las reacciones de su cuerpo. La sensación de extraña plenitud, el cosquilleo hirviente en su vientre bajo, la presión palpitante. Era sumamente gratificante y placentero. Deslizó las manos arañándole el torso pero sin apretar lo suficiente y presionó más, un poco más, lo suficiente para que se deslizara dentro prácticamente en su totalidad.

    Mierda.


    —Jamás imaginé que estaríamos en esta situación—le susurró con una nota de ansiedad y empezó a mover las caderas sobre las suyas, arriba y abajo, aumentando paulatinamente la fricción. Ardía, quemaba, y desde esa posición de control sobre él ella podía dirigirlo. Como lo necesitaba, como lo quería. Sobre sus puntos sensibles. Gimió nuevamente, un gemido algo más brusco, más intenso, más ansioso que cualquiera de los anteriores—. Creía... que me odiabas. De hecho yo creía odiarte. Eres el tipo de persona prepotente e intratable que se niega sistemáticamente a cumplir normas. Pero a mí me gusta hacerlas cumplir, Natsu-kun. Me gustan las actitudes correctas y la educación. Aunque suena hipócrita dado que acabo de incumplir varias y las sigo rompiendo justo... ahora.

    Elevó las caderas y volvió a bajar, a deslizarse, a permitirlo resbalar.

    Ahí.

    Justo ahí.

    —No tener relaciones sexuales dentro del centro y sus inmediaciones—casi jadeó—. Rota.

    >>Llevar apropiadamente el uniforme escolar en todo momento. Rota.

    La voz se le cortó. Su respiración se había vuelto más brusca, más agitada.


    Dios. Estaba golpeando justo ahí.

    Estaba tocando justamente ese maldito punto que le hacía ansiar desgarrarse la garganta a base de gemidos bruscos, lo suficiente para arrancarse el aire de los pulmones de una. Cada vez. Presionando y golpeando de forma constante.

    Una.


    Y otra.

    Y otra vez.
    Hasta que perdiera la cabeza.

    Hasta que la tensión estallase en pedazos
    Arqueó la espalda como un gato, abrumada por la intensas y voraces descargas de placer que le sacudía el cuerpo y se llevó la palma de la mano a los labios propios, mordiendo los dedos, obligándose a callar. Quería gritar, jadear, gemir, demostrar todo lo que estaba viviendo. Pero no podía. Porque una vocecita insidiosa le impedía olvidar el hecho de que estaban en la maldita enfermería. De que podían oírlos, de que solo una jodido puerta separaba esa pequeña burbuja de placer del resto de la academia. Con la lluvia los pasillos estarían atestados de gente en el receso. No podía permitirse perder el control de su voz aunque lo deseaba, aunque le quemaba, aunque se estaba volviendo loca.

    Natsu—gimió y volvió a humedecerse los labios. El rubor de sus mejillas pareció acrecentarse—. Dios. Oh mierda... Se siente increíble.


    ¿Más rápido?

    Más.

    ¿Más fuerte?

    Más.

    Solo más.
    Simplemente más.

    En medio del delirio tomó las manos de él y las presionó contra sus senos con ansiedad. Había perdido el control. Sus caderas se movían prácticamente solas.

    La situación se hallaba en un punto tan álgido y sus movimientos se habían vuelto tan intensos que no había ningún tipo de paciencia en ellos. Eran bruscos, salvajes. En cualquier momento toda aquella tensión interna estallaría subsanando el intenso deseo que le quemaba la piel. Todo ese placer se concentraría en un solo punto y explotaría.


    Tócame Natsu.

    Tócame donde quieras, como quieras.

    Ahora soy toda tuya.


    Toca mis senos. Apriétalos. Chupa o muérdelos.

    Maldita sea, Natsu. Haz lo que te de la maldita gana conmigo.
    Y Konoe repitió el nombre de él. Una y otra vez, hasta que el sonido de su voz fue ahogado en jadeos y gemidos y su nombre pronunciado con tanta rapidez e insistencia se asemejaba más a sonidos guturales que a palabras. El placer se había vuelto insostenible. Su cuerpo estaba tan tenso que podría partirse por la mitad y la presión que ejercían sus paredes contra la virilidad de Gotho le hizo percatarse de que no tardaría en alcanzar el orgasmo.

    Joder.


    ****

    —¿Sabes quien es Andrómaca, Natsu-kun? Es un personaje de la Ilíada de Homero, la esposa de Héctor, príncipe de Troya con el cual tenía un pacto de mutuo acuerdo. Fuera del lecho marital ella se dejaría dominar por él en todos los sentidos pero dentro de este... ella tendría total control sobre él.

    Había apoyado la cabeza en su pecho una vez logró calmarse. Una vez la tormenta en el cuerpo de ambos se disipó y se sumó al sonido blanco de la lluvia. Su mente se había calmado, su cuerpo también. Y ahora estaba ahí, tumbada sobre su torso, como si realmente fuesen un par de amantes. Debería haberse ido nada más terminar pero él no lo hizo y ella prefirió quedarse con él, al menos hasta que pudiese volver a respirar con normalidad y las piernas dejaran de temblarle.


    >>Yo no voy a atarte, Natsu-kun—alzó la mirada para clavar los ojos violetas en el ámbar de los contrarios — Porque sé que la idea te desagrada y te retorcerías como un animal salvaje contra las cuerdas. Además esto... no va a repetirse.

    Una vez es suficiente.

    Se acercó a la mesita y tomó la pastilla de ibuprofeno que había dejado antes colocándola en su lengua. Se inclinó hacia delante sellando sus labios y lo incitó a tomarla, gentil, separando sus labios lo suficiente para deslizarla dentro de la boca contraria.

    Al separarse él pudo ver el vivo rubor de sus mejillas, la mirada esquiva, y la forma en que nuevamente
    hizo ese gesto nervioso de llevarse el cabello tras la oreja.

    —Te traeré agua.

    Se abrochó el sujetador a la espalda con maestría y procedió a abotonar uno a uno los botones de la camisa del uniforme. Con la habilidad y metodisimo de quien lo ha hecho cientos de veces. Se colocó el lazo convenientemente, alisó la falsa y reajustó sus medias, peinando su cabello liso con sus dedos. Tomó un vaso de plástico, caminó al lavabo, lo llenó y lo dejó sobre la mesita.

    >>Vendré... a verte al finalizar las clases. Descansa.

    Mierda.

    Mil veces mierda.

    Al salir se apoyó contra la puerta cerrada como si temiera que las piernas no sustuvieran su peso.

    No se suponía que fuese así. Los polvos sin compromiso.

    Pero al fin y al cabo era incapaz de hacerlo. Usar a la gente y desecharlas como si careciesen de valor.

    Jamás podría perdonárselo.

    Konoe: Esto no va a repetirse
    Konoe próximamente con Nat:
    1233410_201904083812.jpg
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    El cigarro me supo a tan poco que simplemente tuve que volver sobre mis pasos hacia el interior de la Academia. No pensaba asistir a las clases que quedaban ni en coña pero al menos quedaba algo de tiempo del receso y podía aprovechar para hacer una rápida visita a la enfermería.

    Iba a necesitarlo.

    Quizás en otra ocasión hubiese sentido algo al ver a Konoe ahí, apoyada sobre la puerta, quizás me hubiese importado y le hubiese preguntado que hacía ahí. Pero sinceramente, me daba igual.

    La aparté de la puerta y entré como si nada, encendiendo la luz en el proceso. Deslicé la mirada hacia la camilla ocupada y distinguí después la chaqueta colgando de la cámara de vigilancia

    Dejé escapar el aire por la nariz, en una especie de risa irónica. Por supuesto, yo más que nadie conocía esos trucos y solo había que leer el ambiente.

    Habían follado.

    Qué hijo de puta.


    Me arrastré hasta la cabina de las pastillas, dejando un reguero de agua a mi paso al que no le di mayor importancia, y abrí el cristal, comenzando a sacar diferentes botes para mirar sus etiquetas con una tranquilidad que no supe muy bien de dónde lograba sacar.

    Enjoying ourselves, are we~? —canturreé, alzando la voz para que se me escuchase.

    "Está así por tu culpa, ¿cómo puede importarte tan poco? ¿Acaso no nos quieres, Alisha?"

    "Destruyes todo lo que tocas, hija."

    ¿Qué mierdas me había dado Eris el viernes? No tenía ni puta idea.

    Tenía que haberla buscado a ella.

    Buenas, vengo en representación de todo Cerbero bc no pienso quedarme sin mi bardo después de haber estado todo el día con el post PREPARADO (?)
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Cerró los ojos y contó mentalmente los segundos.

    Al menos el pasillo estaba desierto. ¿Desierto?

    Sí claro.

    Sus sentido de alerta que había sido borrado de raíz y que aún permanecía tras el estado de sopor y calma que precede al orgasmo, al menos lo suficiente, percibió su presencia. Cómo si pudiera pasarla por alto. No podía, ese era el principal problema. Su largo pelo rubio, los intensos ojos azules, las curvas sinuosas. Tendía a caminar con la seguridad de quien sabe que tiene el mundo a sus pies y le importan bastante poco las consecuencias. Pero ahora... su semblante lucía pálido y el cabello se le pegaba al rostro, húmedo y oscurecido.

    Ni siquiera saludó. La apartó de la puerta casi de un empujón y su semblante se contrajo en un ligero gesto de molestia cuando se movió con demasiada brusquedad. Joder. El ardor permanecía, la ligera molestia, algo más notable ahora, también.


    —¿Alisha-san? ¿Qué haces?—casi le espetó al ver el reguero de agua que estaba dejando en el suelo tras entrar nuevamente tras ellas. Fue una mezcla de preocupación y reproche fraternal. La hermana mayor de todos nuevamente—¿Has salido al patio con esta lluvia? Sabes que está prohibido.

    Hablando de romper normas.

    La vio apartar botes de pastillas tras bote de pastilla de la cristalera. Benzodiacepinas, AINES y demás medicamentos de distinta eficacia. Un extraño presentimiento le escaló la garganta. ¿Cuándo había visto de todo lo que acababa de pasar? ¿Le importaba siquiera? Dios, ¿qué importaba? Iba a tirar abajo el maldito armario.

    Parecía actuar en piloto automático.

    >>Deja de desordenar el mueble—se le acercó y cerró la puerta del armario frente a ella—. La enfermera no sabrá donde están las cosas.
     
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    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    La dejó hacer sobre él, escuchándola, ahogándose en sus suspiros, en sus jadeos, en los gemidos que le hacían vibrar. Le besó, le devoró la boca al mantener sus manos sobre su estrecha cintura, sintiendo cada golpeteo sobre su pelvis, escapándosele apenas algunas palabras mal sonantes al ser avivado aquel aire hirviente ante su discurso, como si se excusara una y otra vez, provocando otro placer culposo por la imagen que daban el uno hacia el otro.

    Como si estuviesen prohibidos, como si el tocarla fuese un delito, el que ella cediera una blasfemia.

    ¿Cómo llegaron a ello?

    <<Además esto... no va a repetirse.>>

    ¿Atarse, repetirse? Por qué decidía por él; porque era tan tonta de no darse cuenta que él ya no tenía las llaves entre los dedos, que se la había dado sin darse cuenta siquiera.


    Pellizcó, apretó, mordió, lamió, chupó de ella a cada ritmo de sus palabras, siseando apenas en su oído: >>Voy a venirme, Konoe.

    La sintió contraerse sobre él sin demorarse en seguirla después, respirando como si se le fuese la vida en ello por unos minutos.

    <<Te traeré agua.>>

    La observó vestirse entre las pestañas e imitó su acción, sin prisas, escuchando sus pasos de nueva cuenta al ella dejar el vaso plástico, la miró entonces, como si esperase algo más, como si se debatiese mentalmente sobre decirle:

    Quédate
    .

    <<Vendré... a verte al finalizar las clases. Descansa.>>

    La vio marcharse al cerrarse la puerta tras ella, guardándose la corbata en el bolsillo con los dos primeros botones desabotonado, bebiendo del vaso de agua con parsimonia. mientras observaba de reojo la chaqueta sobre la cámara percatándose de la puerta y la luz encendida, volviendo su atención apenas al frente, reconociendo a Alisha entrar, escuchando el sonar de las diferentes pastillas removerse al ésta hurgar.

    ¿Qué buscaba?

    ¿Drogarse?

    Le recordaba a la jodida de Eris.


    Se levantó de la camilla al estar completamente vestido antes de que la rubia se abriera paso, estirando la mano para sujetar la chaqueta y en el proceso girar la cámara, apuntando hacia la cortina de la venta. Comenzó entonces, a colocársela, viendo entonces a Konoe entrar y actuar como era, naturalmente. La princesa perfecta.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Alisha Welsh

    Las palabras rebotaron en mi cabeza sin orden alguno y aun si hubiese querido sacar algún sentido de ellas, lo cierto es que me hubiese sido imposible. No necesitaba escuchar sus regaños condescendientes, en ese momento menos que nunca.

    No me moví cuando la vi cerrar la puerta, pero al menos sirvió para que centrase la vista en ella y le prestase algo de atención al fin. La recorrí con la mirada en cuanto terminó de hablar, clavando la misma en sus ojos cuando finalicé el recorrido.

    Tenían que estar opacos, ¿verdad? Mis ojos. Sin la chispa de siempre, sin ni siquiera la contaminación del viernes... simplemente, vacíos.

    —Esa misma enfermera que ni siquiera se digna a estar aquí cuando la necesitamos, ¿no? —murmuré con indiferencia—. Aparta, Konoe, no estoy de humor.

    Justo en ese momento, sin embargo, escuché como Natsu se movía y le dirigí una mirada de soslayo, detallando sus movimientos de forma superficial. Elevé los labios ligeramente en una sonrisa sardónica.

    >>¡Eh, Gotho! —alcé la voz lo suficiente para llamar solo su atención pero no aparté la vista de Konoe en ningún momento—. ¿Por qué no te la follas otra vez y así me deja buscar en paz?
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Los ojos de Welsh... estaban completamente vacíos. Opacos. No había luz alguna en ellos. La imagen en la usual vibrante y díscola Alisha se le clavó en el pecho con una contundencia ridícula. Sus propios ojos se abrieron de la sorpresa y el impacto pero no retrocedió ni se apartó de la cristalera. Dios... la conocía lo suficiente para imaginar qué pretendía con todo eso y la dejaría hacerlo por encima de su cadáver. En ese armario había analgésicos opiodes de gran eficacia. Entre ellos resaltaba especialmente la oxicodona.

    Mezclarla con alcohol, incluso en dosis relativamente pequeñas, podía provocar una parada cardiorrespiratoria y no estaba dispuesta a permitir que Welsh corriese ese riesgo. No importaba que le hubiese pasado por la cabeza.

    Incluso si su lengua se había afilado y vuelto viperina y se le daba bastante bien actuar como una perfecta zorra.


    Tensó los labios con tal fuerza que casi le dolieron.

    Tenía una facilidad para ser hiriente, para golpear donde dolía y pasar por alto nuevamente sus sentimientos por ella. ¿Cómo podía? ¿Cómo podía siquiera atreverse a soltar ese veneno cuando era su actitud de mierda la que la había empujado a buscar desesperadamente olvidarla?

    —Alisha-san—siseó con un tono peligroso, como el serpenteo de una cascabel.

    Nunca había sentido tal deseo de cruzarle la cara.
     
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    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Les miró de soslayo, escuchando la voz amenazante de Welsh sobre Suzumiya, como si la tratara de una niña entrometida. ¿Eran amigas? Terminó de beber el agua para dejar el vaso plástico sobre la mesilla.

    <<Eh Gotho>>

    Iba a ignorarla, como siempre hacía, como si no fuese más que una voz lejana llamándole, sin embargo:

    <<¿Por qué no te la follas otra vez y así me deja buscar en paz?>>

    <<Alisha-san>>


    El tono de ambas se sentía pesado, como si en cualquier momento una de ellas fuese a callar a la otra de un manotazo. Jaló a Konoe de la muñeca con suavidad, como si la pusiera tras él para mirar a Alisha a los ojos, denotando el vacío en sus pupilas.

    Tonta.

    ¿Drogarte te devolverá el brillo a caso?

    Estúpida.


    Sacó el celular del bolsillo, comenzando a llamar, a Kohaku. No es como si tuviese mejores contactos en su móvil: Eris, en definitiva no, Sonnen, pff. Qué mierda de gente tenía en su celular. Esperó y esperó a que éste le contestara el celular. Imaginaba que la rubia se llevaba con él, o al menos alguien cercano a él. Mediante la espera habló, tajante:

    —El vicio puede matarte, niñata, y lo único que haces aquí es buscar aumentar la dosis. No te creo tan estúpida para enterrarte en ese mundo.

    El mundo de la discordia, ese que se asemejaba a mujeres como Tolvaj. Pero ella, no era de cerca Alisha, una niñata rebelde, juguetona, tonta.
     
    Última edición: 9 Noviembre 2020
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