Enfermería

Tenía que admitir que las clases nunca se le habían hecho tan densas como cuando estaba enfermo, y no por no entenderlas, sino por la resistencia que mantenía en la pesadez de sus párpados por no cerrarlos y sucumbir al malestar, escuchando el incesante pitido en su cerebro por cada punzante dolor en su cabeza. Al menos, su cabello húmedo ya había secado casi por completo, sin embargo, la temperatura corporal no descendió en ningún momento.

No estaba dispuesto a caminar de más cuando su cuerpo estaba combatiendo los organismos causantes de su indisposición.

Deslizó la puerta sin prisa alguna, inhalando el aroma a alcohol etílico, pasando sus orbes filosos por el lugar. Estiró la mano hasta alcanzar el interruptor de la pared, apagando la luz que sentía quemar sus retinas, buscando pasividad en su migraña.

La enfermería estaba desierta.

Un milagro del inexistente.

Aprovechó en apagar el móvil para no tener que escuchar los mensajes que probablemente Violet le dejaría en un rato, recostándose boca arriba en una de las camillas, sintiendo la textura abollonada de la almohada envolver la parte posterior de su cabeza. Frunció apenas el ceño, cubriéndose los párpados con el antebrazo izquierdo. Pese a tener puesto el saco negro sobre la camiseta del uniforme, tenía un frío desagradable impregnada en los huesos.

Contenido oculto

Baby, no hay prisa, así que a tu ritmo <333 Yugen

 

Generalmente las clases tendían a levantar su espíritu, lograr sumir su mente en el temario la ayudaba a no pensar en sus propios problemas. Generalmente. Pero apenas había dormido durante el fin de semana. Había comido lo justo mientras se pasaba horas y horas en su cuarto. Estudiando y estudiando una y otra vez hasta que le dolía la cabeza y su cuerpo gritaba por descanso.

Ver la lluvia a través de las ventanas de salón solo pareció acrecentar el dolor punzante en sus sienes. Al menos las pruebas quedaban oficialmente suspensas y podría aprovechar el receso para llenarse aún más la cabeza de conocimientos en la biblioteca. Repasaría nuevamente el temario, sus notas y resúmenes, hasta que se supiese de memoria hasta el último punto y coma con precisión milimétrica.

O no.

Soltó un quejido bajo al incorporarse del pupitre y su semblante se contrajo en un ligero gesto de molestia.

Mierda.

La cabeza.

***

Su mente estaba en piloto automático así que se limitó a avanzar hasta el armario de cristal, abrirlo y tomar un pequeño bote de pastillas.

Ibuprofeno.

Un AINE de acción rápida pero que podía irritar el revestimiento gástrico y provocar dolores en personas sensibles a sus componentes.

Ni siquiera lo pensó. Cerró los ojos y la tragó. No estaba especialmente acostumbrada a consumir pastillas. Algunos antiflamatorios cuando se encontraba mal, poco más que eso. No le gustaba la idea de depender de ellas.

¿Qué diferenciaba la adicción a pastillas con prescripción de aquellas ilegales cuando su consumo no estaba sometido a ningún tipo de control?

Solo en ese momento se percató de que no estaba sola en la enfermería. Las ventanas estaban cerradas pero ella había prendido la luz al ingresar y ahora que había logrado despejar en parte su mente y que sabría que en poco tiempo su dolor remitiría, pudo prestar a su entorno algo más de atención.

Y pudo ver aquella figura alta, tatuada, tumbada sobre una de las camillas. Lo reconoció. Su presencia allí no resultaba menos preocupante.

—¿Gotho-kun...?

 

Frunció en demasía el ceño por la luz encendida, que sentía atravesarle la pequeña apertura de su antebrazo sobre sus ojos, reproduciendo el dolor en su cerebro como una aguja perforando un trozo delgado de tela, una y otra vez.

—Apaga la luz —ordenó casi en un siseo. Estaba tan jodidamente indispuesto que siquiera se tomó el tiempo de gruñir al identificar el tono de la voz.

La viólacea.

Jodiendole la vida desde que llegó al instituto.

Su respiración se mantenía pasiva, sus mejillas estaban ardiendo en un fuerte color salmón, y unas pequeñas ojeras se hacían paso en sus facciones. Tragó entonces, con molestia por el mero movimiento en su garganta, apartando suavemente el antebrazo sobre sus párpados, mirándola entre las pestañas.

—Fuera —le echó entonces del lugar—, y cierra con llave al salir.

Podía estar muy enfermo, pero el tinte de verla como un pequeño bicho estorboso no se borraba ni un poco, ignorando el hecho de su acción al darle algún tipo de ánimo en la azotea, por muy tosco que fuera.

Ella ya parecía estar mejor ahora.

El frío de mierda le sucumbió de pies a cabeza.

La fiebre estaba subiendo, obligándolo a levantarse para sentarse en la camilla, buscando alguna sábana para cubrirse.

Solo tenía claro una cosa, no tenía que volver a mostrarle ese lado que Balaam conocía de memoria.

¿Cierto?

 

Por un instante las toscas palabras de Natsu le hicieron sopesar la idea de marcharse. Apagar la luz, cerrar con llave y no saber nada más de él. No tenía por qué hacerlo. Fingir que le agradaba su presencia cuando Balaam no estaba presente.

No habían empezado con buen pie.

Su carácter hosco, su voz rasposa, su actitud en general, le recordaba a un huraño animal salvaje. Un tejón o un Ratel. Tal vez una cinta real. Rehuía el contacto incluso cuando estaba claramente débil, enrojecido y acalorado por el peso de una posible enfermedad. Gruñía, bufaba, siseaba mostrando los colmillos pretendiendo alejar cualquier contacto.

Pero ella había tratado con animales salvajes tantas veces.

¿Iba a marcharse y dejarlo allí, convaleciente, a su suerte? ¿Tenía corazón para hacer tal cosa?

Dios, no.

No era ese tipo de persona.

Cerró los ojos y exhaló.

Para bien o para mal era el alma cándida que quería ayudar a los demás. Era Hestia. O tal vez no. Tal vez solo era una joven con una fe excesiva en el género humano. Tal vez creía demasiado, quizás era demasiado ingenua e idealista. Pero así era. Incluso a costa de su propio bienestar.

Giró sobre sus talones haciendo oídos sordos a sus palabras, al desagrado que solía generarle. Apagó la luz con un gesto y regresó a la cristalera.

—Tienes fiebre—su voz rompió el silencio con su tono calmo usual, fraternal incluso. Tomó la misma pastilla que ella y la dejó sobre la mesita al lado de la camilla de Gotho. En instante alguno sus ojos violetas hicieron contacto con la mirada acerada, ambarina y entornada de Natsu. La evitaba a propósito—. Y aunque el aumento de temperatura es indicativo que tu sistema inmune funciona eficientemente, no te sentirás mejor hasta que no la bajes.

>>Esto es Ibuprofeno. Es un antiflamatorio no esteroideo de acción rápida. Aunque si eres propenso al malestar estomacal deberías cambiarlo por Paracetamol.

Se acercó nuevamente al armario y tomó una gasa blanca y fina la cual humedeció ligeramente al abrir la llave del agua. Salió casi sin fuerza como si toda la intensidad se la hubiese llevado la lluvia embravecida que golpeaba los cristales. No estaba estudiando. Pero cuidar de Natsu incluso si este ni siquiera se lo permitía mantendría su mente ocupada y activa.

No pienses.

No pienses.
​

Céntrate. ​

Lo escurrió varias veces hasta que quedó una pieza de tela fría y seca. Hubiera sido contraproducente dejarla mojada.

Se lo extendió.

—Ponlo en tu frente... por favor. Y descansa. Si... —se llevó un mechón oscuro tras la oreja en un ademán tímido, algo tenso—Si necesitas algo más puedes pedírmelo.

 

Largo.

Lárgate. ​

Idiota.​

​

<<Tienes fiebre>>

Lógicamente, tonta, hasta Violet que es ciega lo notaría.

Si no fuese por la cefalea hubiese torcido los ojos, notando que no parecía tener ademán de irse. Iba a protestar, si, iba a hacerlo pero maldita sea, sentía de esos escalofríos que te empañaban la vista y te provocaban tumbarte en cama hasta obligarte a dormir; escuchó sus suaves pasos alejarse y regresar hasta él con una pasta, en conjunto a un discurso de medicamentos básicos, que se conocía de memoria, sin embargo era tan terco para cuidar de sí mismo que ni siquiera los buscó al entrar.

Sujetó el medicamento, más no la ingirió, escuchando ahora el agua empapar el paño que Suzumiya traía entre manos.

<<Ponlo en tu frente... por favor. Y descansa. Si... Si necesitas algo más puedes pedírmelo.>>

Frunció apenas el ceño, contrariado.

Cada que se enfermaba le tocaba arreglárselas completamente solo, así estuviese muriendo en el transcurso del padecimiento. Deslizó sus pupilas entonces por el rostro de Konoe, sintiendo la cabeza caliente por la fiebre, viéndola llevar el mechón de cabello tras la oreja.

Ahora que lo notaba, solía hacer aquel movimiento, arrastrando el cabello sedoso y oscuro entre la piel de porcelana. Deparó después, en las pupilas violáceas que le causaban aquella ambivalencia, y en un breve vistazo en el curvilíneo cuerpo. Se sintió estúpido, ¿qué mierda estaba pensando? Konoe era detestable, fastidiosa, molesta.

Sin embargo, el sentirse cuidado provocó una sensación poco reconocible para su persona.

La fiebre.

El malestar. ​

El sistema inmunológico deprimido. ​

Estiró la mano hasta la muñeca frágil de ella, deteniéndose al sentir lo cálido de su piel entre sus dedos. Y entonces, la miró entre las pestañas. Sus mejillas estaban rojas, sí, pero ya no sabía si era por la maldita fiebre, o por la necesidad de atención.

 

No lo había mirado en momento alguno —porque estaba tensa o quizás porque no tenían precisamente la mejor relación de todas— pero cuando sintió el tacto de su mano alrededor de su muñeca, aquella que aún mantenía extendido el paño que no había tomado, fue casi un reflejo.

Su mirada se posó sobre el rostro enrojecido, sobre las ojeras, sobre sus párpados caídos y su semblante de súplica. Que alguien como Natsu Gotho mostrase tal vulnerabilidad en sus expresiones se sentía casi antinatural.

Lo poco que conocía de él lo había mostrado como una persona tosca, reacia al trato con los demás. Completamente rebelde ante la idea de acatar normas. Pero ahora estaba allí sentado en aquella camilla... y daba la impresión de ser poco menos que un niño buscando atención.

Caprichoso. Torpe. Frágil como el vidrio.

—¿Gotho-kun?—murmuró con cierta contrariedad.

Tenía una extraña debilidad por esa clase de actitudes.

La necesidad de cuidarlos hasta que pudieran volver a valerse por sí mismos.

No se apartó de su tacto incluso si se le antojó ajeno, ardiente. No hizo ademán. Su mano era acero templado alrededor de los frágiles huesos de su mano de muñeca. De forma inconsciente presionó los dedos y apretó el paño húmedo en su palma.

Lo entendió.

No hacían falta palabras.

Le había pedido, exigido que se marcharse. Y aún así...

>>Me quedaré—sus palabras se deslizaron pausadas, ligeras, en un amago de suspiro contenido nacido desde el fondo del pecho. Pestañeó con lentitud y apartó la vista. No importaba qué. No podía sostenerle la mirada por demasiado tiempo—. Me quedaré hasta el final del receso. Así que descansa, por favor. No voy a irme a ninguna parte.

 

<<No voy a irme a ninguna parte.>>

La notó desviar la mirada, sin embargo no apartó su tacto, respirando por la nariz y exhalando por la boca con lentitud, desviando la vista sin siquiera darse cuenta al jalar de su muñeca con delicadeza, para que se sentará a su lado.

Iba a quedarse.

Eso la escuchó decir.

Gruñó apenas, manteniendo las pupilas en el piso, como si estuviese absurdamente avergonzado de no echarla fuera nuevamente. No debía decirlo, ¿verdad? Ya ella con solo tocarlo podía darse cuenta de su preocupante temperatura corporal. . Se quedó quieto, con sus dedos alrededor de sus muñecas. El saco negro estaba algo arrugado, al igual que la corbata escolar. Pese a ello, no reflexionó siquiera sobre lo nublado de su mente, dejando caer su frente sobre el hombro izquierdo de ella.

Estaba buscando contacto físico.

Como un crío enfermo.

—Tengo frío —siseó entonces, inhalando su aroma, enterrándose en la curvatura de su cuello.

Sí. Tenía un frío asqueroso en cada poro de su piel, y ella, estaba siendo su fuente de calor.

 

El leve tirón en su muñeca provocó que su cuerpo se tensase. Al menos levemente. Su mente era un sinsentido y aunque había logrado calmar su cefalea, actuaba de forma errática. Había aceptado el calor de Ai en la mañana. Se había dejado hacer, casi derretir bajo su tacto. Su calor. Su cuerpo.

Apagar su mente.

Desconectar.

Se dejó hacer hasta tomar asiento a su lado en la camilla. Podía sentirlo. El calor que irradiaba el cuerpo de Natsu, los ligeros escalofríos que lo recorrían a consecuencia de la infección. ¿Se había enfermado durante el fin de semana? El viernes no había visto signos de enfermedad en él. Pero tal vez había estado incubando el virus desde entonces.

Ah.

Tomó aire lentamente por la nariz, sintiendo sus músculos tensarse y su respiración tornarse ligeramente más agitada cuando él apoyó la cabeza en su hombro, en la curvatura de su cuello. Un ligero escalofrío recorrió su columna.

Ella no tenía fiebre.

Pero podía sentirlo en la piel.

Ese calor.

—Sientes frío porque el hipotálamo trata de regular la temperatura corporal ante la presencia de citoquinas en la sangre—explicó sin más buscando calmar sus propias ideas. La tensión en sus músculos ante la presencia ajena, extraña—. Tu sistema inmune está luchando contra la infección.

Su cabeza era una maldita enciclopedia. Estaba tan llena de conocimientos de todo tipo; agrupados y almacenados de forma ordenada y pulcra. Pero ahora llevaba algunos días almacenando información de forma caótica, una tras otra. Sin orden ni concierto alguno.

Como si tuviese el jodido Síndrome de Diógenes.

Desde lo sucedido con Welsh... esa sensación. No podía quitársela de la cabeza.

>>Gotho-kun, deberías tomar el Ibuprofeno. Iré por un poco de agua.

 

Tonta.

Se mantuvo en su posición, enterradose más entre aquellas hebras oscuras como si fuesen una cortina, un resguardo a las sensaciones de su cuerpo.

—Hueles bien.

Había comenzado a darle una retahíla que conocía, era lo más básico en cuanto el cuerpo humano, tanto como el conocimiento banal sobre la sensibilidad del cuello, la sensación sobre la respiración ajena sobre la piel expuesta causando un cosquilleo.

—No —se negó verbalmente en un tenue murmuro, siendo claro y conciso en su negación a qué se levantase de la camilla, sin embargo no la estaba sujetando de ninguna extremidad para evitar que si así lo deseaba se alejara.

Quería dormirse sobre su cuerpo, que deslizara sus uñas sobre su cabello, que acariciara su quijada durante el tiempo que quedaba.

Impregnarse de ella, hasta el arrepentimiento.

Si es que llegaba a ello.

Pero no lo diría, no pediría nada.

Ya había hablado suficiente.

 

Un nuevo escalofrío le recorrió la espalda y la piel se le erizó bajo el aliento caliente de Natsu con cada respiración. Le cosquilleó la tierna y nacarada piel del cuello al enterrarse aún más y su voz, como un soplo bajo y ardiente le cortó por un instante la respiración en la garganta.

Hueles bien.

Mierda.

Se estremeció de forma apenas perceptible.

Era un cumplido muy poco apropiado en un momento como ese. La situación se tornaba aún más íntima cuando realmente no tenía la intención de ser así. Ahora estaba allí sentada junto al tosco y usual huraño Natsu Gotho convertido en un animalito mimoso y sumiso y su mente no lograba centrarse con propiedad. ¿Qué mierda le pasaba por todos los cielos?

Dios.

—Si tu temperatura corporal aumenta por encima de los cuarenta grados sería perjudicial—quiso excusarse pero no hubo ningún tipo de movimiento por su parte. Él no la estaba reteniendo, no la estaba sujetando—. Gotho-kun, por favor.

Detén esto.

Sea lo que sea esto.

Dejó caer sus palabras sin poder detenerlas, sin verse capacitada de acallarlas a tiempo. Sus ojos no le estaba mirando. Bajo sus pestañas caídas sus orbes violeta estaban fijos en la ventana, en las sinuosas gotas de lluvia contra el cristal. Tratar de ignorar el cosquilleo de su aliento sobre su piel solo la hacía ser aún más consciente de él. De las sensaciones que despertaba. Respiraba contra su cuello, encima de su pulso y sus nervios transportaban la sensación por toda su piel.

¿Qué era todo eso? Si hasta hace unos días le desagradaba su presencia, su actitud. Y ahora estaba allí, dispuesta a cuidar de él como si se tratase de su enfermera particular. ¿Hasta que punto llegaba su devoción por los demás? ¿O sus motivos eran otros muy distintos?

>>Antes te dije que si necesitabas algo podías pedírmelo—volvió a llevarse un mechón oscuro tras la oreja deslizándolo con suavidad con la punta de los dedos. El ardor había escalado a sus mejillas. Ligero pero presente—. Quiero que sepas que puedes hacerlo.

 

La escuchó, atento realmente a su voz entre el silencio de la enfermería, sintiéndose mareado, pero no por el malestar que comenzaba a diluirse en un segundo plano, sino por aquel aroma dulce que estaba memorizado.

<<Antes te dije que si necesitabas algo podías pedírmelo>>

No.

Cállate.

<<Quiero que sepas que puedes hacerlo.>>

Maldita sea, Suzumiya.

Deslizó sus manos por la pequeña espalda, ajustándola a su cuerpo al llegar a la parte posterior de su cabeza con la izquierda, deslizando sus dedos entre los hilos delgados de cada cabello, atrayéndola contra su cuerpo al ajustar la derecha en sus caderas.

—¿Cualquier cosa? —murmuró contra su oído.

Sus sentidos se agudizaron como los de un animal, hablando contra su piel, rozándola al soplar suavemente, enmedio de la oscuridad

Enfermo, estaba enfermo... Y comenzaba a disfrutar de ello.

 

El calor de su cuerpo se movió, ardiente y sintió el tacto de su mano deslizarse entre las hebras oscuras de su cabello. La mano contraria sobre sus caderas bastó para erizar su piel bajo la fina tela del uniforme de primavera.

Oh Dios.

Sus respiración se aceleró de forma brusca y el estremecimiento de su cuerpo fue aún más evidente cuando su aliento caliente rozó su oreja. Cerró los ojos y su mano derecha apretó entre sus dedos la sábana de la camilla buscando algo a lo que aferrarse en medio de su perdida lenta e inexorable de raciocinio. Ya no solo le ardían las mejillas. Le ardía el pecho, los senos, el interior de sus muslos. Sus orejas las sentía calientes también.

Basta.

Esto no se suponía que fuese así.

Estás enfermo.

Su voz... oh dios, su voz. ¿Había sonado más ronca o lo había imaginado? No era un efecto de su garganta dolorida. Era un gruñido ronco, casi animal. El de una bestia hambrienta.

Basta.

Por favor.

—Gotho-kun—lo llamó. Fue un amago de protesta fútil. Su voz sonó como un suspiro ahogado nacido en el fondo de su pecho pero si hubiera amagado tan solo un poco más hubiera acabado en un gemido.

Mierda.

¿Escapar? No era una opción.

Ni siquiera quería hacerlo.

Quería apagar su cerebro.

Bajar el volumen de sus pensamientos.

No pensar en Welsh y Tolvaj. No pensar en Welsh y Wickham. No pensar en Welsh.

Cualquier cosa.

Si te hace sentir mejor. ​

Se humedeció apenas los labios resecos con la punta de la lengua y abrió los ojos con lentitud. Sus dedos se cerraron con fuerza sobre la sábana.

>>Cualquier cosa.

 

Estaba ajeno a cualquier estímulo distinto que no perteneciera a ella, a su voz, a su vocabulario no verbal, al calor que comenzaba a emanar.

<<Gotho-kun>>

Una pequeña sonrisa ladina se le coló en los viriles labios, relamiéndoselos para causar un roce entre su lengua húmeda y la tersa piel, ajustando los dedos de su mano derecha sobre su espalda baja, abarcando parte de su falda escolar, en el inicio de la curvatura de sus glúteos.

<<Cualquier cosa>>

Aquello fue suficiente para que no se midiera más en sus acciones; mordisqueó la piel expuesta en pequeños tramos, ajustando la presión para causar un mínimo de dolor, pasando después la punta de su lengua sobre las pequeñas marcas que comenzaba a hacer hasta llegar a su oído, y soplar dentro de el.

Se apartó, solo unos centímetros para llevar sus manos a la parte de posterior de su espalda, deslizando su propio saco negro hacia arriba, mirándola entre la oscuridad como un felino luego de quitarse aquella prenda y lanzarla contra la cámara del lugar.

No iba a detenerse.

No estaba dispuesto a dejarla escapar.

De un tirón la recostó en la camilla, situandose entre sus piernas para sujetar sus muñecas luego de subirlas sobre su cabeza, sobre la blanca pared, posando su mano libre en la corbata maltrecha, deslizándola.

No la perdió de vista al amarrarla, inclinándose hasta ella.

Y fue en ese momento que acalló cualquier sonido, sintiendo aquella sensación húmeda al comenzar...

A comerle boca.

 

Sabía que iba a pasar. No era estúpida precisamente y la repentina tensión sexual entre ellos solo podía resolverse de una forma. Pero eso no impidió que sus acciones la tomaran por sorpresa.

El roce de sus dedos en su espalda baja tan cerca de sus glúteos y la sensación ardiente de su lengua sobre su piel erizándola con una facilidad irrisoria. El pellizco de sus dientes, atrapando la piel tierna y apretando apenas. Queriendo marcarla. Un ligero quejido abandonó sus labios, un amago de gemido brusco y avergonzada repentinamente, consciente de que aquello no debía estar ocurriendo pero demasiado abrumada y acalorada para detenerlo, se llevó la palma de la mano a los labios y apretó.

Detente por favor.

Necesitas descansar.

Ella estaba simplemente tan débil, tan susceptible y sensible.

Forcejeó insconscientemente contra sus ataduras, contra la tensión de la corbata en sus muñecas. La sensación áspera y ajena. Nunca había experimentado tan vulnerabilidad antes incluso si con Alisha había perdido el control demasiado pronto. Podía tener un carácter dominante y gran seguridad cuando pisaba terreno conocido. Cuando se trataba de hacer cumplir las normas, de procurar ser esa estudiante modelo perfecta. Pero en momentos como esos se tornaba un gatito sumiso a merced de las curcustancias.

El beso brusco la obligó a callar cualquier sonido. Sintió la humedad ardiente de su lengua dentro de su boca, reptar entre sus labios y entrar sin pedir permiso, sin rodeos. Tenía la ansiedad de un animal. Devorándola de un bocado, robándole el aliento sin darle tregua.

Era el gatito sumiso.

Y repentinamente no le importaba serlo.

Volvió a forcejear inconscientemente contra las ataduras, su parte racional negándose. Ahogó un gemido contra la presión y ansiedad de la boca ajena. ¿Era eso lo que quería? ¿Era eso lo que estaba buscando?

Él estaba enfermo.

¿Se estaba aprovechando de eso? ¿Era eso? ¿Quién se estaba aprovechando de quién? Su mente era un completo sinsentido. Tratar de arañar retazos de raciocinio con el cerebro prácticamente derretido era ridículo e inútil.

Pestañeó con rapidez, abrumada, cuando logró separarse y recuperar el oxígeno. Sus ojos estaban vidriosos, ligeramente húmedos por la intensidad de las sensaciones. Recorrió su rostro con los ojos entornados, las mejillas enrojecidas. La mirada ambarina, los ojos entrecerrados y el rostro rojo por la fiebre. ¿Solo por la fiebre? ¿A dónde había ido ese gesto hosco de animal huraño? ¿Dónde estaba su carácter tosco, ese que le había exhortado a que se marchase?

¿Dónde estaba el Natsu Gotho que le desagradaba? Ah, no estaba. No estaba desde el viernes en la tarde, cuando trató, a su ruda manera, de hacerla sentir mejor. ¿Había sido ese momento entonces? ¿El punto de inflexión?

Estaba hecha un desastre.

Mental y físicamente.

Un maldito y jodido desastre.

—Gotho-kun—fue un hilo de voz agitado, un suspiro perdido entre sus labios. Su pecho subía y bajaba con profundidad hundiendo su vientre y los senos, turgentes y firmes, se apretaban contra la fina tela de la camisa de tanto en tanto. Repentinamente ansiaba deshacer su propio y prolijo uniforme—. Las cámaras.

Maldito momento para acordarse de ellas. Al menos logró reunir los hilos necesario de cordura.