Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

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    Había clavado la vista en el techo, pensativo, cuando Alisha se inclinó y presionó los labios sobre los suyos. Siquiera se inmutó, vaya, estaba demasiado enfrascado en su mapeo mental. ¿Tipo con tatuajes?

    —Hmm —asintió, viéndola desde su posición—, este año aparecieron muchas caras nuevas. Todo un espectáculo~

    Una sonrisa traicionera le derribó la fachada de molestia y se llevó una mano al rostro, mientras sus labios se curvaban más y más por debajo.

    —¿Y en qué categoría estoy entonces, Ali-chan~? —inquirió, descubriéndose la cara para verla.
     
    Última edición: 30 Agosto 2020
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    Alisha Welsh

    Mis labios formaron una sonrisa parecida a la suya mientras lo veía, por mucho que intentase disimularla, y tras otra ligera carcajada miré hacia arriba, en un claro gesto pensativo.

    —Pues tú... —bajé de nuevo la vista y llevé el dedo índice hacia su flequillo, apartándolo a modo de juego—. Estás en la categoría especialmente creada para ti de "mejor amigo con derecho a roce que también tiene permitido acurrucarse conmigo".

    Le di entonces un golpecito en la frente, volviendo a reír, y volví a removerme hasta quedar de nuevo apoyada con la mejilla sobre su pecho, cerrando los ojos en el proceso.

    >>Es todo un honor, más te vale apreciarlo~ —acabé, hablando cada vez en voz más baja.
     
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    Gigi Blanche

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    Cerró los ojos por reflejo y arrugó apenas la nariz al sentir su mano corriéndole el flequillo, y soltó una carcajada corta al oír su respuesta.

    —Qué título jodidamente largo —murmuró, y afianzó el agarre alrededor de su espalda cuando volvió a acomodarse, enganchó la mano sobre su brazo y allí quedó—. No me quejaré, igual, suena a que es todo un privilegio~ Ya sabes, mientras más interminable, mejor es.

    Lo pensó unos momentos y se removió de improviso, aunque suave, al recordarlo.

    —¡Como la madre de dragones! —soltó, riéndose ante su propio comentario, y relajó una vez más la cabeza sobre la almohada.

    Ah, era ciertamente pacífico. La lluvia repiqueteaba afuera, como un arrullo, y la calidez del cuerpo ajeno sólo contribuía en su somnolencia. No encontró nada más que decir y fue cerrando los ojos, durmiéndose poco a poco, hasta caer por completo.
     
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    Alisha Welsh

    Volví a reír ligeramente al escucharlo, negando como pude con la cabeza. Seguramente nadie lo diría al vernos pero ambos éramos unos adictos a las series y ahí nos veías, de repente, soltando referencias sin pensarlo demasiado.

    Me quedé jugando con un botón de su camisa hasta que sentí su respiración acompasándose, claro indicio de que se había quedado dormido. Levanté la vista de nuevo, intentando hacer el menor movimiento posible, y lo miré con una sonrisa enternecida.

    —Te quiero.

    Fue un susurro, quizás ni despierto lo escucharía, pero aun así sentí que me sonrojaba al decirlo. Ah, eso no era típico de mí, ¡debía ser la resaca! Cerré los ojos después hasta que finalmente el sueño se fue apoderando también de mí.

    Pero dada la situación con Konoe, realmente no sabría que hubiese hecho si no lo hubiese tenido a él.

    ¿Necesario este post? Solo para mi corazón de pollo fangirl
     
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    Insane

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    Luego de llorar en silencio en los baños, encerrada en un cubículo se encaminó por los pasillos del primer piso, -se había desahogado lo suficiente-. Abrió la puerta con suma delicadeza, regulando el ritmo desmedido de sus pulmones al estar su pecho subiendo y bajando, sus manos aún estaban temblando. Tragó grueso y deslizó la yema de sus dedos por sus suaves pómulos.

    La cara le ardía.

    El estómago se le contraía.


    Se estremeció permitiéndose inhalar el aroma de alcohol etílico.

    ¿La enfermería?

    El sitio estaba en silencio... Esperaba y aquel sitio no fuese escogido por Natsu para dormir, de lo contrario no sabría cómo explicar el estado de su uniforme, mucho menos el temblor de sus extremidades.

    Maldito.

    Se mordió la lengua.

    No, no. No quería utilizar aquella palabra tan horrible hacia un sujeto vivo, que probablemente la odiaba por sus acciones, sin embargo, su odio no le incomodaba, porque era mutuo.

    Se movió entonces con gracilidad hasta sentir una superficie de madera, deslizando el tacto de su mano derecha hasta dar con unos cajones manteniendo la esperanza de dar con lo que estaba buscando. Necesitaba una peineta para acomodar su cabello, un trapo húmedo para quitar el polvo de su falda, o al menos cerciorarse de la pulcritud al no poder ver la suciedad. Y por último, una bebida que le calmara los nervios, la cual ya prepararía en casa al finalizar la jornada, pues ya había llamado a su madre para que la recogiera, no podía irse con Gotho a fin de cuentas.

    <<Tu ceguera no es física, estúpida>>

    Aquella situación se la llevaría a la tumba, no se la contaría a nadie.

    Sería uno de esos secretos que guardaría consigo, hasta su muerte.
     
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    Gigi Blanche

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    Se permitió soltar una risa suave ante su broma sobre ralentizarla, con la mano cubriendo apenas su boca. La verdad, era la menor de sus preocupaciones. Confiaba en el potencial de Shawn para adaptarse y aprender rápido. Estaba segura que todo aquello era una buena idea, un paso en el camino correcto.

    Y Bleke Middel siempre vivía acorde a sus decisiones.

    Quería dejar su huella, ¿no? Eso era todo lo que necesitaba de momento; esa voluntad, esa ambición de sobrepasar. El poder no tenía por qué significar pisar cabezas ajenas y estaba dispuesta a trabajar para demostrarlo. Demostrárselo a los Middel.

    Iba a romper la maldición.

    Aceptó su mano sin demoras y la estrechó firmemente; era cálida y su piel, tan pálida como la propia.

    —No tengas dudas, senpai, de cuán lejos llegaremos —afirmó, su postura erguida, la voz resuelta y los ojos fijos en el azul tibio de Amery—. Es mi objetivo. Muchas gracias por aceptar mi propuesta, trabajaré duro para que no te arrepientas en el futuro.

    Inclinó apenas la cabeza, como dictaban las tradiciones de aquel país, y le sonrió al abrir su brazo hacia la enfermería.

    —Bueno, no te quitaré más tiempo. ¿No te sientes bien, senpai? Luces algo cansado.

    Había alcanzado el pomo de la puerta y alzó apenas las cejas, sorprendida, al reparar en la silueta de Violet.

    —¿Balaam-san? —murmuró, y su ceño se contrajo al reparar mejor en su aspecto general—. ¿Todo bien?

    Fue entonces cuando volvió la vista hacia las camas, atraída por reflejo hacia algo que había percibido apenas de reojo, y su ceño se arrugó aún más. Soltó el aire controlado, cruzó los brazos bajo el pecho y desde allí, frente a Violet, alzó la voz.

    —Joey —sentenció, podía sentirse la molestia aunque sonara con la suavidad usual—. ¿Tomando una siesta, presumo?

    El muchacho entreabrió los ojos, aún más allá que acá, y pareció caer a Tierra de golpe. Se sacudió, removiendo a Alisha a su lado, y prácticamente palideció al enfocar la sonrisa forzada de Middel.

    —B-Blee —balbuceó, con la boca pastosa—. Eh, ¿qué tal?

    Ah, el hielo en sus ojos podía dar bastante miedo, ¿no? Bleke suspiró y se corrió el cabello detrás de la oreja, volviendo a enfocarse en Violet.

    —Lo siento, hay estudiantes que utilizan la enfermería como sala de descanso a sus anchas, porque sí. —Sus ojos viajaron hasta Joey de reojo, quien se tensó y se rascó la nuca, soltando una risita nerviosa.

    —Ah, Blee-chan, qué dura~

    —Como sea —pronunció Bleke, anteponiéndose a la voz de Joey, y recuperó la suavidad al sonreírle a Violet—. ¿Buscabas algo en particular? ¿Quieres que te ayude?
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Estaba durmiendo jodidamente bien, prácticamente olvidando la resaca y el encontronazo con Gotho gracias a ello. Tanto así, que no solo no me di cuenta de la primera persona que entró a la enfermería, tampoco lo hice con las siguientes dos aun cuando hicieron bastante más ruido.

    Así fue, claro, hasta que sentí como me removía en contra de mi voluntad y acababa saliendo del sueño de golpe. ¿Qué mierdas...? No había tocado la campana aún, juraría.

    Entreabrí los ojos y miré alrededor con el ceño fruncido. A decir verdad, me daba bastante igual que me regañasen o no así como lo que les pasaba a todos los que habían decidido entrar a la sala. Lo que no me dio igual, sin embargo, fue reconocer que había sido Joey el que me había despertado al levantarse de golpe y no pude evitar soltar un gruñido bajo.

    Alcancé con la mano la almohada que tenía bajo mi cabeza y se la lancé directamente a la suya, con toda la fuerza que pude a pesar de estar aún adormilada.

    Asshole —murmuré, molesta, antes de darme la vuelta y cerrar los ojos, intentando recuperar de nuevo el sueño.

    Pobrecita yo que no era consciente de lo poco que quedaba de receso.

    Hold my comic relief (?)
     
    Última edición: 2 Septiembre 2020
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    Insane

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    Dio un respingo al abrirse la puerta, como si el tiempo se hubiese detenido por unos instantes, hasta que llegó a sus tímpanos la dulce voz de Bleke, frenando su tacto sobre aquel escritorio de madera.

    Qué vergüenza, probablemente estaba magullada. No deseaba ser observada por alguna persona con la que podría forjar una amistad a futuro, no sería lo indicado. Giró parcialmente el rostro, indicando que su atención estaba fija en ella.

    —Sí, todo está bien —respondió con calma, sonriendo levemente mientras se sacudía la falda, escuchando después la voz masculina de alguien que jamás había oído con todo lo que llevaba del día.

    Se quedó quita como una estatua esperando no irrumpir aquella interacción, no sería adecuado de su parte, sin embargo la perturbación de su aspecto físico la hacía sentir inquieta, ocultándolo como solía hacerlo al fingir que su existencia era nula. Fue entonces que Middel volvió a dirigirse a ella, provocando que tragara grueso.

    <<¿Buscabas algo en particular? ¿Quieres que te ayude?>>

    —Sí —susurró lo suficiente como para que solo ella escuchara, enrojeciéndose ante el atrevimiento—. Podrías por favor... arreglarme —pidió con un tinte de súplica, sin ser especifica al creer que quizá su aspecto era algo obvio.

    El cabello.

    La ropa de ser necesario.

    Y todo lo que estuviese fuese de lugar, por favor.
     
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    Gigi Blanche

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    —¡Eh! —se quejó a los gritos, con el ceño fruncido—. ¿Qué te pasa?

    El almohadón directamente contra su cara lo tomó desprevenido y se giró hacia Alisha, dispuesto a enfrentarla, pero sólo se encontró con su espalda. Bastante dispuesta a seguir durmiendo, ¿eh? Pero bueno, a él lo habían despertado de una forma horrible ¡y si caía, ella caería consigo!

    —Pídeme perdón —sentenció, serio, aunque sonaba más similar al mohín de un crío; empezó a zamarrear su hombro, insistente—. ¡Vamos, Ali-chan! ¡Rise and shine, honey~!

    Probablemente fuera a comerse otro almohadón, ¿no? Qué va, iba a valer la pena. Notó, por el rabillo del ojo, que Bleke lo ignoraba como las mejores y sólo se dedicaba a la niña ciega, esa que iba con él a clases. Bueno, no iba a quejarse, prefería a la rubia distraída antes que molesta con él. Bleke molesta le daba algo de miedo.

    [​IMG]

    Dios.

    Tragó grueso, sus ojos no lograban despegarse de la silueta femenina. Quizá estuviera tomándose considerables libertades al saber que Violet no lo notaría. No dejaba de analizarla, de buscar detalles y pensar las posibilidades, aunque la opresión en su pecho creciera y creciera.

    ¿Qué? ¿Qué le había pasado?

    Recuerdos agobiantes destellaron al costado de su mente y sacudió la cabeza, desacomodando ligeramente su peinado. Los vidrios verdes, como esmeraldas, manchándose de ese espantoso rojo sucio. El frío, las luces de la acera, la respiración agitada y la mirada perdida de aquella chica.

    Podría haber sido cualquiera.

    Asintió en cámara lenta y, una vez más, se dio cuenta que Violet no podía verla, porque no podía ver nada. ¿Qué rayos le había ocurrido a esa chica ciega? ¿Qué le habían hecho?

    —Balaam-san —la llamó, buscando su mano con toda la suavidad del mundo—, vamos a un lugar más tranquilo.

    Era su estilo de siempre para comunicar las cosas, esa clase de órdenes sin cuota de dureza o frialdad, pero sí autoridad, y es que nunca nadie contradecía realmente a Bleke. Estaba demasiado acostumbrada a hacer las cosas a su modo.

    No le prestó la menor de las atenciones a Joey ni cómo su amiga le había lanzado un almohadón. Cuando se giró hacia la puerta, dispuesta a llevarse a Violet consigo, le regaló a Shawn una sonrisa algo forzada y no dijo nada, no se creía capaz de articular palabra fehaciente de amabilidad o calidez, porque el hielo en su corazón latía con una fuerza inaudita y la estaba aterrando.

    Le aterraba porque se estaba desarmando y, aún así, fue incapaz de soltar la mano de Violet.

    no sé ni adónde me la voy a llevar pero hay mucha gente ahí(?
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Pero bueno, ¿que tan poco aprecio tenía Joey por su vida? Él más que nadie debía saber lo poco que me gustaba que me despertasen, sobre todo con la buena siesta que estaba teniendo.

    Volví a gruñir al sentir como comenzaba a zarandearme y acabé por asumir que sería incapaz de volver a conciliar el sueño. Oh bueno, fue bonito mientras duró...

    Me incorporé, aún algo adormilada, frotándome los ojos mientras enfocaba la vista y comenzaba a mirar a mi alrededor, recordando dónde estábamos. Ah, qué rayos, aún estábamos en la Academia y nos quedaban clases...

    Prácticamente me arrastré, medio conscientemente medio no, hasta quedarme sentada sobre el regazo del chico, pasando mis brazos sobre sus hombros y enterrando la cara en su cuello.

    —Lo siento, honey~ —murmuré, soltando un suspiro después—. ¿Qué ha pasado...?

    Shawn ahí en medio like *sips medicine*(?)

    Like, soy un poco pendeja y eso y no me quedó muy claro pero simplemente voy a asumir que está como sentado en el borde de la cama o algo así (?)
     
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    Gigi Blanche

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    misma rolita de Pau, me la traigo acá


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    Cuando dejó ir el gakuran de Altan, sus dedos temblorosos dudaron hasta estrecharse entre sí con fuerza. Necesitaba obligarse a recuperar la compostura porque no tenía el más mínimo derecho de llorar. No sobre las lágrimas de Shiori, que le perforaban los oídos y el corazón y todo el cuerpo como lanzas de obsidiana.

    Como carbón frío.

    Como corteza de ébano.

    Altan se oía increíblemente plano y eso por primera vez, antes que intimidarla o darle igual, le preocupó. ¿Podía sonar así, con todas esas heridas desparramadas por el cuerpo? ¿Podía observar su propia sangre con semejante indiferencia? Monótono, neutralizado. Vacío. Sólo fue capaz de alzar la mirada hacia él en tanto su atención permaneciera puesta en otra cosa, le rehuía como un animalillo asustado.

    Y es que estaba aterrada.

    ¿Desde hace cuánto tiempo ya?

    Pensó en buscar su mano, temió que no la siguiera si no lo hacía, pero sólo volvió a jalar un instante de su chaqueta antes de girarse y emprender la marcha hacia las escaleras. Al pasar junto a Emily y Aika tan siquiera fue capaz de mirarlas de reojo, profundamente avergonzada, pero por razones que se le escapaban consiguió fabricar una sonrisa débil.

    No lo sabía, no podía verlo, pero sólo quería tranquilizarlas.

    —Estaré en la enfermería —murmuró, señalando vagamente hacia adelante, y fue incapaz de decir más.

    Recogió la mochila que había dejado en el suelo y, tras colgársela al hombro, empezó a caminar. La revisó durante el trayecto y extrajo el inhalador para guardárselo en el bolsillo de la falda. Casi lo había olvidado lejos, otra vez.

    Le sorprendía no haber sido ya incapaz de respirar, aunque en ese momento parecía incapaz de todo. De llorar, de disculparse, de huir o de recoger sus fragmentos rotos para rearmarse. Incapaz de ver colores.

    Y ahí estaba la cuestión, ¿verdad? Siempre que el mundo había caído en la monocromía sus pulmones funcionaban a la perfección.

    Qué cosa extraña.

    No había corroborado la presencia de Altan a sus espaldas ni una sola vez, como si estuviera aceptando a voluntad la idea de llegar a la enfermería, voltearse... y que ya no estuviera. Como si no fuera a tener la voz, o la voluntad, o la cara para pedirle nada. Abrió la puerta, adentro no había nadie y el silencio se fundió bajo su respiración acompasada. ¿Estaba tan tranquila? Ni de joda, pero en ese estado su cuerpo no entendía cómo transducir lo que le ocurría dentro. Toda ella se escindía, se fragmentaba y cada trozo, hasta el más pequeño, articulaba un lenguaje diferente.

    Y conciliarse consigo misma se convertía en una misión casi imposible.

    No supo definir lo que sintió al darse cuenta que Altan no se había ido. Tampoco supo de qué forma mirarlo, y entonces no lo hizo.

    —Siéntate —murmuró, su voz suave y rígida—. Donde quieras.

    Se abocó de lleno a las gavetas, y rebuscó aquí y allá hasta dar con todo lo que le hiciera falta. Siempre había hecho cosas así, ¿verdad? Desde que era una jodida enana, y no sólo de estatura. Era una cosa pequeña y enérgica, una niña vibrante de cabello azabache y ojos de cuarzo, y ya entonces había descubierto lo mucho que disfrutaba al salir corriendo en busca del botiquín de primeros auxilios para tratar los raspones, cortes o heridas de los demás. Esa clase de lastimaduras en su profesión eran moneda corriente, entre los ensayos, las funciones y la vida al aire libre. Muchas veces se apresuraban por detenerla, alegando que no hacía falta, pero Anna siempre, siempre volvía con ese botiquín viejo y de bisagras chirriantes. Y cuando algo estaba por acabarse ella siempre, siempre iba hasta la farmacia más cercana y se encargaba de reponerlo. Alcohol, gasas, tiritas, agua oxigenada, cinta quirúrgica.

    Y luego, al tratar sus heridas, toda su energía parecía disiparse entre la brisa y sus manos adquirían la suavidad, la paciencia y la rigurosidad de una madre amorosa.

    Así había sido siempre, y en aquel momento estaba esforzándose horrores por permanecer atada a esos recuerdos. Comenzó a murmurar en voz muy baja la lista de cosas que necesitaba, casi sin darse cuenta, como si fuera su cable a tierra. Y las encontró, aunque hubiera tenido que repetir la dichosa lista de principio a fin más veces de las que le vendría en gracia admitir. Las encontró, aunque sus dedos temblaran y siguiera allí aquel frío helado en cada centímetro de su piel.

    Agua oxigenada.
    Pinzas.
    Algodón.
    Gasa.
    Cinta quirúrgica.


    Volvió donde Altan, con la botellita de agua y una pompa de algodón unida a la pinza, y acomodó un taburete para sentarse frente a él. No buscó sus ojos, no habló, no hizo más que embeber el algodón y comenzar a limpiar la sangre de su cuello con los movimientos que sus manos entendían, aquel lenguaje extraño que ya había memorizado y que había frenado el constante temblor por razones inexplicables. Las palabras se deslizaron sin reflexión fuera de su garganta, eran casi un susurro.

    —Es agua oxigenada, no arderá como el alcohol.

    Lo dijo justo antes de alcanzar la herida, aquel arañazo hondo que aún parecía latir al compás de los sollozos descontrolados de Shiori Kurosawa. El algodón se tiñó de inmediato y Anna observó fijamente el rojo oscuro antes de reemplazarlo por una nueva pompa y seguir su labor. Calmada, silenciosa, casi ausente. Sólo sorbía la nariz de vez en cuando; era temporada de alergias, después de todo, y aunque no supiera darle ya nombre aún tenía ganas de llorar.

    Una vez acabó con eso, buscó la gasa, la atravesó con unas tiras de cinta por encima y la presionó con sumo cuidado sobre el arañazo. Sus manos hicieron contacto con la piel ajena por primera vez y un escalofrío sutil le recorrió la columna. No tenía derecho, no tenía ningún maldito derecho, pero adhirió las cintas casi a cámara lenta y fue como emparchar gran parte de los gritos que aún latían en sus oídos.

    —Lo siento. —Una vez más, las palabras simplemente no pidieron permiso—. No quería que te lastimaran.

    Era una obviedad, ¿no? Pues claro. Así y todo iba a atragantarse si no lo decía, si no le transmitía, al menos de la forma que pudiera entender, la crudeza más vergonzosa de sus sentimientos, de sus preocupaciones y su egoísmo.

    La había aliviado enormemente, ¿verdad? Que Altan no la dejara sola, a pesar de lo que acababa de hacer; porque era esa maldita cobarde, esa maldita egoísta que seguía aferrándose a la gente con cables de acero aunque los envenenara, los lastimara y los arrastrara a su incendio.

    Recogió otra pompa y, con la mayor sutileza de la que fue capaz, casi con miedo, tomó sus brazos y los fue girando para alcanzar todos y cada uno de los rasguños. Eran surcos rojizos sobre su piel tan pálida, era dolor y desesperación escritos a fuego. Una vez más, poco a poco, los insultos y sollozos fueron acallándose.

    De alguna forma, opacar el ruido le permitió saborear las lágrimas que sin anuncio, sin orden ni concierto, comenzaron a correr por sus mejillas. Se había desbordado, pero lo había hecho en silencio y quizá fuera eso lo que más le doliera.

    Ser incapaz de emitir el más mínimo sonido, ella, la tromba de energía y alegría.

    La mano que mantenía el brazo de Altan suspendido en el aire amenazó con perder su fuerza y presionó ligeramente los dedos, apreciando cómo la piel se tornaba aún más pálida alrededor.

    Seguía sorbiendo la nariz de tanto en tanto, y ese seguía siendo el único sonido suspendido en la habitación.

    Lo había visto, ¿verdad? Al color de la sangre.

    Era como la sangre de aquella noche, en el callejón, salpicada por todo el rostro de Kakeru entre el sudor y los besos amargos.

    Era un color que odiaba.

    reputísima biblia im so sorry
     
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    Zireael

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    1.png
    ¿Por qué la había seguido, si había sido ella la que había provocado a Kurosawa? Me lo seguía preguntando, es probable que me lo preguntara el resto del año escolar, el resto de mi vida. En las noches oscuras, cuando recordara el llanto de Jez, cuando escuchara los gritos desgarrados de Shiori hacerme eco en la cabeza y sintiera sus uñas enterrarse en mi piel, de una manera en que no había querido nunca.

    Shiori era mi amiga, se había convertido en eso después del desastre en que nos metimos solos. Pero la tonta de Anna, ese estúpido tanuki, se estaba convirtiendo en mi amiga también.

    Y maldito yo si dejaba que alguien le hiciera daño, así fuera la mismísima Kurosawa.

    Era, al final del día, un maldito perro. Usui se daría cuenta algún día, que él y yo no éramos en realidad tan diferentes como queríamos creer.

    Gris y más gris.

    Me ardían los rasguños, me palpitaba la yugular cerca del arañazo del cuello y aún así actuaba como si nada. Siempre actuaba como si nada cuando me llevaba una paliza que merecía, porque solía buscármelas a posta para forzar el rojo sobre la monocromía.
    Ahora no la había buscado yo, sino Hiradaira, y yo había tomado lo que ella debió llevarse. Lo tomé con tal resolución que por eso no me quejé en ningún momento. Lo tomé como habría hecho Jez, sin dudar siquiera.

    La enana estaba… ¿Arrepentida? ¿Cagada hasta las patas por lo que había visto? No sabía muy bien, pero su furia había desaparecido en el segundo cero en que Shiori rompió en llanto y estuvo por vomitar las bilis ahí mismo, sobrepasada por la ira desconocida que le corría bajo la piel.

    Había visto el negro y el rojo.

    Tiró de mí apenas, como si por alguna razón no creyese que fuese a seguirla, y no me miró en todo el trayecto, apenas si miró a Hodges y a la chica que había estado con Kurosawa. Tampoco me miró al llegar.

    Y yo, como el estúpido que era, acaté sus palabras. Me senté y me dejé hacer en silencio, a pesar de que la chica no me miraba. Sus manos estaban frías pero su toque… No encendió ninguna alerta. No fue como el toque de la jodida loca de Gotho.

    Seguí cada uno de sus movimientos con detalle, como si no pudiese hacer nada más, y me di cuenta que la jodida cría era todavía más estúpida de lo que parecía. Si en vez de lanzarse a interrogar al cachorro, si en vez de escupirle en la cara y hacer estallar a Shiori se hubiese acercado a ella en otro contexto… Kurosawa la habría alcanzado como había hecho Jez.
    No importaba dónde hubiese estado metida la tonta de Hiradaira, era una buena chica. Lo era, yo lo sabía.

    “Lo siento”.

    No seas imbécil.

    “No quería que te lastimaran”.

    Tienes amigos, ¿sabes? Los tienes y los amigos… hacen esas cosas. Reciben los golpes cuando se dan cuenta que podrían costarte demasiado.

    ¿Vas a entenderlo algún día, tonta?

    —Estoy acostumbrado —murmuré, sin saber muy bien por qué.

    Cuando la sentí tomar mis brazos estuve por apartarme, fue un mero reflejo de gato huraño, incapaz de confiar de todo en el tacto humano, pero finalmente cedí. Cedí como llevaba haciendo desde el día anterior, como había cedido con Jez durante años.

    Cedí porque el cuidado de otra persona me silenciaba la cabeza, cuadrada y mecánica, pero siempre ruidosa.

    La mente de archivo.

    La enciclopedia personalizada.


    Cuando me di cuenta que finalmente se había desbordado, que estaba llorando, el corazón se me hizo pequeño en el pecho y, los ojos de por sí irritados todavía, me ardieron. Me di cuenta que su llanto me hacía mierda el corazón, ese maldito llanto silencioso de quien piensa que no tiene derecho a hacer ruido, a sollozar.

    Tragué grueso, buscando deshacer el nudo amargo que se me había formado en el fondo de la garganta.

    Mierda, para.

    Para por favor, no puedo.

    Nunca he podido con esto.

    Anna, por Dios, si vas a llorar hazlo bien tan siquiera.


    Detuve sus movimientos con un cuidado que, con lo poco que sabía de mí, seguro le resultaría ajeno. Fueron movimientos delicados que no calzaban con mi personalidad, pero había robado las cualidades de la madre loba. Apenas las necesarias para no ceder del todo contra el monstruo que llevaba dentro, confuso y apático.

    Por algún motivo estuve por pedirle que me mirara, que me explicara qué había pasado realmente, porque ni siquiera mi cabeza de niño genio alcanzaba a comprenderlo.

    Yo estaba allí, a punto de preguntar cuando nunca preguntaba, pero me contuve. No sé cómo, pero lo hice, quizás porque si pedía explicaciones habría roto a llorar como un niño frente a ella y si no había llorado con Jez, mucho menos iba a llorar con Anna.

    Si iba a llorar lo haría solo.

    La atraje hacia mí, la abracé porque no sabía qué más hacer, porque no sabía si prefería que llorara a gritos o que no lo hiciera. Porque el mundo era putamente gris.

    Era gris.

    Y me pregunté entonces cuántas personas más tampoco veían los colores.

    Cuántos veían solo el rojo de la sangre, propia o ajena, o el azul de una píldora que bien podía ser verde, amarilla o violeta; o el marrón de un ataúd.

    Dios, si estaba buscando no llorar estaba haciendo un pésimo trabajo.

    La apreté más contra mi cuerpo y hundí el rostro en su hombro, aunque eso significó que casi le tuve que echar una parte de mi peso encima.

    ¿Intentaba consolarla a ella o me consolaba a mí mismo? Ambas quizás, definitivamente ambas.

    Comprimí los gestos ahora que no podía verme e inhalé aire con fuerza, buscando calmarme. Si hasta el jodido de Usui se había calmado, podía hacerlo yo también.

    Tenía qué.

    —Estúpida —murmuré y por un instante creí que se me iba a quebrar la voz. Lo siguiente que solté tampoco supe por qué mierda lo dije, fue una estupidez sin filtro que no pasó por las zonas de seguridad de mi cerebro—. Puedes confiar en mí, ¿te das cuenta?

    Era un débil.

    Joder.

    Un débil y un egoísta.


    Si la mierda de Balaam se destapaba, esa jodida enana iba a odiarme pero lo que había dicho era sincero. Podía confiar en mí, me le había atravesado a Kurosawa sin dudar, me le atravesaría a cualquiera. Quería evitarle cualquier daño, ¿cómo mierda iba yo a lastimarla?

    Imbécil.
     
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    Gigi Blanche

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    "Estoy acostumbrado" fue su respuesta, ¿eh? ¿Acostumbrado a tratarse heridas? ¿Había sido un niño muy revoltoso o acaso un adolescente problemático? Por las pintas y demás, al menos de un primer pensamiento, apostaría a lo segundo. No me lo imaginaba furioso, pero una pequeña voz al fondo de mi cabeza me dijo que probablemente fuera aterrador. Algo así como la ira ciega de Kurosawa o la sonrisa desviada de Kakeru.

    ¿Habría algo de mí que fuera así de espeluznante? ¿O sólo yo era capaz de ver mis propias grietas?

    Hipé sin fuerza en cuanto sentí sus manos detener las mías, y mantuve mi mirada prendada allí como si tuviera miedo de mover un solo músculo. Como si percibiera la intensidad de sus ojos perforándome y no me atreviera a alzar la cabeza.

    Tenía miedo.

    Altan era un hombre.

    Estábamos a solas, ahí, en la enfermería.

    Podía disponer de mí como se le antojara.

    Podía hacerme lo que quisiera.

    Podía hacerlo sin siquiera agitarse.

    Podía y, sin embargo, no era eso a lo que le temía, ¿verdad? Mi cuerpo se tensó en cuanto me atrajo hacia él y me rodeó con los brazos, cada fibra, cada músculo se convirtió en piedra y el corazón pareció capaz de escaparse por mi garganta. Abrí la boca, al menos para inhalar, y un sollozo traicionero escapó sin pedir permiso.

    Nada me estaba pidiendo permiso.

    Todos eran lenguajes extraños.

    Dios, era tan pequeña y eso me daba tanta impotencia. Sin importar cuánto me esforzara nunca me tomarían en serio, nunca podría intimidar a alguien. Siempre sería el jodido tanuki del cual se reirían, como un chihuahua enfadado, incapaz de transmitir ni una ínfima cuota del miedo que muchas veces todos esos cabrones me habían inyectado en las venas.

    Jamás podría hacerles saber lo que se siente.

    Estar allí, entre los brazos de alguien en quien confías, y aún así tener miedo.

    Un miedo casi instintivo, impreso en los genes, y todo era su jodida culpa. Me habían arrebatado una de las cosas más preciosas en la vida y no sabía dónde o cómo mierda recuperarla.

    Tenía miedo y estaba cansada de tener miedo, y me daba miedo tener tanto miedo porque no lo entendía, no sabía manipularlo, y entonces lo agarraba y lo machacaba hasta deformarlo en ira. Y ya no quería eso, ya no quería ese veneno ni ese resentimiento ni esa impotencia.


    —Ya no lo quiero —murmuré entre las lágrimas, robando aire para no ahogarme, y cerré los ojos con fuerza, las lágrimas cayeron a tropel—. Ya no quiero nada de esto.

    "Estúpida."

    —Dios, estoy cansada.

    "Puedes confiar en mí, ¿te das cuenta?"

    Asentí y, aún así, seguí llorando sin miras de poder parar. Seguí llorando porque sí, quería confiar en él con cada pizca de mi puto ser, quería hacerlo y por eso dejé que me abrazara aunque a mi cuerpo le tomó siglos relajarse. Arrugué la espalda de su camisa y estampé la frente entre su cuello y su hombro, del lado contrario al arañazo, y todo mi flequillo se alborotó y pensé en lo mucho que debía estar empapándole la ropa. Quería confiar en él porque lo había visto mirando a Jez, hablándole a Jez, y su suavidad era tal que lo único que pude hacer fue desearlo.

    Que alguien me mirara así.

    Que alguien me hablara así.

    Quería confiar en Altan porque la parte racional de mi cerebro me gritaba que podía hacerlo, porque se había erigido como una jodida muralla entre Kurosawa y yo, y se había llevado la peor tajada del pastel. Porque había encontrado preocupación real detrás de sus pozos oscuros, insondables, en la puerta de esa misma enfermería. Porque a veces me había sonreído y me gustaba esa sonrisa.

    —Perdón —insistí, en voz baja—. Perdón, no quería nada de esto, yo... yo sólo...

    Tomé aire de forma irregular, aún oculta en su cuello, y busqué las palabras en mi cerebro chamuscado sin éxito.

    —Dios, lo siento. Lo siento tanto.

    No quería nada de eso.

    Absolutamente nada.
     
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    Zireael

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    Sus palabras me taladraron los oídos, me estaquearon el pecho y me rompieron sin piedad alguna.

    Me regresaron al llanto de Jez, a sus propias palabras, a mi miedo terrible y a la ira sin dirección.

    Y esta vez no podía encabronarme con nadie, no podía enojarme con Usui, que parecía no enterarse de nada, ni con Kurosawa por írsele encima porque, si hubiese sido Jez quien recibiera el trato que había recibido Hiroki, yo habría destrozado todo.

    Habría quebrado, habría quemado.

    Podía haber culpables, pero yo no los conocía.

    "Ya no quiero nada de esto".

    "Ya no quiero ser esto".

    Maldita sea.


    De todas las cosas que pudo decir tuvo que ser esa.

    "Estoy cansada".

    Me quebré, no pude más, fracturé como un hueso y cuando asintió, cuando sentí sus lágrimas mojar mi ropa, sollocé como un puto crío y volví a sentir las lágrimas de la madrugada empaparme el rostro y deslizarse por mi mentón.

    Moví el brazo para poder posar la mano en su cabeza, en la coleta teñida, y casi con torpeza acariciarla en un intento por consolarla. Por consolarme.

    No pidas perdón, por lo que más quieras no pidas perdón.

    Jodida enana, no pidas perdón.


    —Ya para. —No sé de dónde saqué las fuerzas para hablar, con la voz cortada, ahogada en mi propio llanto—. Deja de pedir perdón por mierdas, Anna.

    Otro sollozo, no era ya furico como el de Shiori ni frustrado como el de la madrugada. Solo era. Era tristeza pura, gris y plana.

    —Lloré en la madrugada como un imbécil, no quiero llorar más. —Era la queja de un maldito niño, era injusto para ella pero ya no podía pensar bien. Sus palabras habían acertado en el centro de mi propio desastre emocional y se habían fusionado con el dolor del centro de mi mundo—. No soy bueno para estas cosas, no soy bueno para nada que no sean aparatos fríos, datos inservibles y cagar a palos a la gente.

    La presioné contra mi cuerpo, buscando calor en ella, algo que reviviera los píxeles de mi televisión descompuesta. Y seguí llorando irremediablemente.

    Lo siguiente fue la petición de un niño confundido.

    —Dime qué se supone que haga cuando la gente se rompe frente a mí, cuando la gente buena que me aceptó no puede sostenerse en una pieza. No tengo idea de nada, de esas mierdas importantes. —Yo debía estar empapando su ropa también—. An, ¿puedo ayudarte siquiera?

    ¿Puedo ayudar a Jez?

    No quiero una respuesta realmente, ¿cierto?

    Me da miedo.

    Absoluto terror.
     
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    Gigi Blanche

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    El primer sollozo me envió una cruenta señal de alarma al centro del cerebro. Fue como una sobrecarga, un cortocircuito involuntario, producto de la tormenta o quizás un incendio, puede que una inundación.

    O todas a la vez.

    Abrí los ojos y allí se congelaron, fijos en algún punto inespecífico de la escayola blanca, de los tubos fluorescentes y las cortinas translúcidas, o incluso más allá, entre el amplio cielo azul, las nubes y la senda curva de las montañas por debajo. O al menos así debía lucir, si hubiera sido capaz de distinguirlos.

    Los malditos colores.

    Su toque sobre mi cabello fue hosco, algo torpe y dubitativo, y es que ese grandulón ya no era una pieza de rompecabezas que supiera dónde encastra. ¿Qué hacía el cara de culo de Altan Sonnen allí, abrazándome y llorando como un maldito niño? ¿Qué era todo eso? ¿Cómo es que de repente fui jodidamente consciente de que aquel muchacho también era humano, también era joven e inmaduro y también estaba sufriendo?

    Estaba sufriendo.

    Mis manos rodearon ampliamente su espalda antes de comenzar a acariciarla, lento y suave, de arriba abajo. La tela de la camisa dibujaba colinas y valles anárquicos entre los cuales mis dedos navegaban con la mera intención de brindarle algún tipo de consuelo, el que fuera. El que lograra alcanzar a su mente ruidosa.

    No fui consciente, pero toda mi mierda había desaparecido como humo al viento. Puede que las brasas hubieran encontrado la forma de mantenerse prendidas hasta ese día, pero cuando Altan Sonnen se echó a llorar entre mis brazos todo desapareció.

    Ni siquiera fui capaz de seguir liberando lágrimas, porque también era esa estúpida.

    Se había roto, se había partido en cientos de fragmentos y ya no sabía si era mi culpa, si lo había empujado hasta el borde del abismo o si sólo había tenido que encargarse el viento de ello. No sabía cuán anegado estaba el suelo sobre el que transitaba desde ayer a la noche, pero comencé a hacerme una idea. No se había quedado viendo una película, ¿verdad? No había dormido como un puto oso. Algo le había ocurrido, algo con el poder suficiente para convertirlo en una olla a presión.

    "Dime qué se supone que haga."

    Qué iba a saber yo de esas cosas.

    "An, ¿puedo ayudarte siquiera?"

    Era una gran pregunta.

    Me deslicé fuera de su abrazo, lo hice a cámara lenta y el frío me envolvió como un espíritu a la espera constante, soplando en mi nuca. Me llevé los puños de la camisa al rostro para enjugarme las lágrimas y me apresuré en buscar sus manos, me senté sobre la cama, contra el cabezal, y lo atraje hacia mí con toda la suavidad de la que fui capaz.

    Y lo envolví, como un niño pequeño asustado por una pesadilla o un cachorro retornando a su manada con patas torpes. Lo envolví todo lo que mis pequeños brazos me permitieron y acuné su cabeza sobre mi pecho, permitiéndole echarme su peso encima.

    ¿Qué pasó, cariño?

    —Nunca vamos a saber hacia dónde van nuestros esfuerzos —murmuré, sorpresivamente compuesta, y le corrí del rostro el cabello pegoteado por las lágrimas y la humedad anterior—. Así como nunca vamos a ser capaces de ayudar a alguien si no quiere ser ayudado. Por eso lo importante es la intención. Quieres ayudar a los tuyos, ¿verdad? Quieres protegerlos, cuidarlos, te preocupas por ellos. ¿Qué más se supone que hagas, Al? De ahí en adelante no depende de ti, no tienes el control.

    No había dejado de acariciarle el cabello ni un instante, y en un impulso extraño bajé el rostro para presionar mis labios justo allí, en la coronilla. Cerré los ojos, una lágrima traicionera se mezcló entre sus hebras. Era fresco, olía a eucaliptus, laurel. Menta.

    ¿Qué rayos pasó anoche?

    —Ayudar, estar presente... es difícil. Todos lo miden bajo sus propios parámetros, ¿no? Pero si de verdad quieres hacerlo, si quieres ser esa persona para los demás... —Eché la cabeza sobre el cabezal y suspiré, tragando saliva; Dios, era pesado—. Abre la puta boca y pregunta. Créeme, lo aprendí por las malas y quizás habría sido mejor que alguien me lo dijera antes de tiempo, quizás así... las cosas habrían sido diferentes.

    Tenía que haber preguntado. Tenía que haber dejado de ser una maldita egoísta e involucrarme cuando encontré el frasco de pastillas, cuando sostuvo tantos silencios, cuando se inclinó hacia el vacío y me habló del canto de sirenas. Tenía que haberle preguntado.

    ¿Qué ocurre, Kakeru?

    ¿Estás bien?

    ¿Estás sufriendo?

    ¿Puedo ayudarte siquiera?


    An, ¿puedo ayudarte siquiera?

    —Todos lo miden bajo sus propios parámetros, y por eso es necesario preguntar. Nadie es adivino en este puto mundo, y no podemos pretender salvarlos desde nuestros esquemas. Es absurdo.

    Déjame preguntarte.

    Déjame ayudarte, así puedes ayudarme.


    —¿Qué pasó, Al? —murmuré, casi a tientas, casi contra su cabello—. ¿Qué te pasó anoche?
     
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    Zireael

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    Show me how to lay my sword down,
    for long enough to let you through.
    .
    I’m all in, palms out, I’m at your mercy now and I'm ready to begin.
    I am strong, I am strong, I am strong enough to let you in.
    .
    I’ll shake the ground with all my might,
    I will pull my whole heart up to the surface.

    altan1.png
    No era fuego como Akaisa y Kurosawa, nunca lo fui aunque pretendí serlo. Era un maldito mentiroso, un camuflado, un imitador de alto nivel. Creaba ilusiones para moverme entre las sombras y fusionarme con ellas, para fundirme con la noche y ser uno con el negro y el gris.
    Yo siempre había sido agua y es que el agua también podía ser violenta. El océano embravecido lo confirmaba, las aguas tragándolo todo, los ríos desbordados, las tormentas.

    Yo era agua.

    Y era frío.

    Y no tenía colores.

    Mi cerebro estaba descompuesto y nunca se lo dije a nadie.

    Era agua.

    Y podía ahogar a Anna conmigo si no tenía cuidado.

    Dios, no quiero ahogarte niña, hazte a un lado.

    Hazte a un lado.


    Lo pensé, pero cuando la sentí acariciarme no pude hacer más que seguir llorando aunque se me comprimieron los gestos en un intento por detener mi río desbordado. Pero seguí fluyendo sin control, sorbiendo ruidosamente por la nariz.

    Cuando se apartó y sentí el frío, un frío que no era ambiental, un pensamiento intrusivo me rasgó la mente. Contradictorio a los otros más racionales, más justificados.

    No quiero estar solo.

    Anna, por favor.


    De nuevo seguí sus movimientos, ya con miedo, con miedo de que echara a correr porque yo nunca había estallado de esa manera frente a nadie y tuve que hacerlo justamente frente a ella, que solo había visto la superficie de mi desastre. Que solo me había visto ser brusco, un maldito imbécil social y un amargado de mierda.
    Sin embargo me atrajo hacia sí luego de sentarse en la cama, como si fuese un chiquillo y me acunó en su pecho. Me tensé, cada músculo del cuerpo se me convirtió en piedra.

    ¿Qué haces, tonta?

    Sus palabras volvieron a apuñalarme el corazón, arrancándome un nuevo sollozo de los pulmones, mientras la antes huraña Anna me quitaba el cabello pegoteado del rostro.

    "Quieres ayudar a los tuyos, ¿verdad? Quieres protegerlos, cuidarlos, te preocupas por ellos".

    "Al".

    "No tienes el control".

    No lo tuve nunca.


    El beso en la coronilla. Sus caricias pacientes, ¿quién mierda era esa chica? ¿Qué demonios tenía en la cabeza?

    "Abre la puta boca y pregunta".

    "Créeme, lo aprendí por las malas...".


    Fue un reflejo inconsciente, el reflejo del mundo monocromático que se cernía sobre mí desde que tenía memoria. Destensó mis músculos como cuerdas flojas y me hizo apretarme contra su pecho, sin poder detener las lágrimas, ya ni siquiera lo estaba intentando. Luego me disculparía por casi aplastarla, olvidando que yo era un puto armario comparado con ella.

    Se supone que estaba tratando de ayudarla a ella, ¿cómo se habían invertido así los papeles?

    Fueron esas malditas palabras.

    Me sentí sorprendentemente diminuto entre sus brazos.

    “¿Qué pasó, Al?”.

    “¿Qué te pasó anoche?”.


    Abrí la boca y volví a cerrarla, como si el cerebro se me hubiese quedado en blanco.

    —No sé —admití y no era mentira realmente. No tenía ni puta idea de qué había pasado. Acto seguido las palabras me salieron en tropel, casi enredándose entre sí, ahogadas por el llanto—. No sé qué pasó. Cuando desperté hablé con Jez, me contó lo de que iba a irse, y cuando me di cuenta estaba llorando al otro lado del teléfono. Jez nunca llora, Anna, y cuando lo hace lo hace en el más desolador de los silencios. Es como ver caer una muralla, es como ver caer una maldita muralla y da tanto miedo que sientes que te vas a morir, que te van a aplastar, que te están lanzando al mar abierto con pesas atadas al cuerpo.

    Me las arreglé para rodear su cuerpo menudo con los brazos, buscando asirme a algo.

    —Lloró y dijo que no quería ser quien era. Que estaba harta de ser tomada por tonta. —Cuando traté de inhalar para tomar aire y seguir hablando sentí que iba a ahogarme—. Tenía que haberme quedado con ella, fui un imbécil, tenía que quedarme con ella por la tarde en vez de irme a casa. No le habrían hecho nada si me hubiese quedado.

    Mi culpa.

    Había sido mi culpa por dejarla.


    Y aún así no esperé una respuesta, apreté su uniforme entre mis manos, y aunque no fui capaz de buscar su mirada magenta las siguientes palabras brotaron sin permiso, impulsadas por su propia sentencia, fueron un murmuro ahogado.

    “Abre la puta boca y pregunta”.

    —An, ¿qué mierda te pasó?

    ¿Qué mierda te pasó para creer que era inteligente encarar a Usui frente a Kurosawa?
     
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    Gigi Blanche

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    Maybe I've done enough, finally catching up
    For the first time I see an image of my brokeness utterly worthy of love

    [...]

    And I finally see myself
    unabridged and overwhelmed
    A mess of a story I'm ashamed to tell
    But I'm slowly learning how to break this spell
    [​IMG]

    No había dicho su nombre, probablemente como una forma de no adelantarme a su verdadera historia, de no arrojar apuestas sinsentido al aire; aunque era más que obvio. Lo fue apenas lo escuché decirlo entre sollozos ahogados.

    Jez.

    Le había pasado algo a Jez, su querida Jez.

    La misma Jez que había conseguido aflojar mis murallas, que me alcanzó con sus inmensas cantidades de amor y bondad, y construyó un puente entre mi absoluto terror y los amigos que había hecho esos días. Nada de lo que ocurrió habría pasado si no le hubiera prestado atención a la tonta muñeca albina que se acercó a mí en el baño y me preguntó si estaba bien.

    Su suavidad, su calor, su voz dulce y su inocencia. Por Dios, ¿cómo no amarla? ¿Cómo no iba a amarla de esa manera?

    Jez era una criatura especial.

    —No fue tu culpa —puntualicé desde un primer momento aunque, probablemente, fuera la respuesta de manual. Intenté suavizar mi voz, tratar con cuidado y delicadeza a aquel niño roto entre mis brazos, pero no logré evitar del todo el fondo de regaño, como quien intenta hacer entrar en razón a un tozudo de primera categoría—. Jez es tu mejor amiga pero también es su propia persona, no puedes ni es sano estar cada minuto del día junto a ella.

    Tomé aire. No sabía cómo iría a tomárselo pero era la cuota de honestidad que se merecía, que me correspondía concederle luego de haberme salvado.

    Podía ponerlo como quisiera, pero ese idiota me había salvado de mis propios errores.

    —No puedes protegerla de todo, Al, y el mundo... el mundo es una cosa horrible si te descuidas. El mundo es despiadado si no corres a su ritmo, si no te mueves como él, si no te adecúas a las convenciones. Y Jez es especial, ¿verdad? Es estúpidamente especial y... la gente especial también sufre. Sufrirá muchísimo hasta endurecerse o amoldarse lo suficiente, y ni tú ni yo podemos hacer nada al respecto. Sólo estar para ella cuando así lo desee, que es justo lo que hiciste.

    Había detenido mi mano justo sobre su cabello, y también había apoyado la barbilla allí. Podía oír su respiración pesada, sus sollozos, podía sentir su irremediable calor a pesar del frío que debía estar mellándolo a un nivel casi ilusorio. Era un grandulón y los grandulones no lloran, el mundo se reiría en toda su puta cara de enterarse.

    —Lo más importante es tener un lugar seguro al que volver cuando los golpes duelan demasiado, y estoy segura que tú eres eso para ella. No te habría buscado a cualquier hora de la madrugada de no ser así.

    No lo pregunté, no hizo falta. Había cosas que saltaban a la vista en lenguajes extraños.

    La amas, ¿verdad?

    La amas con todo tu puto corazón.

    —No fue tu culpa, Al. —Era una obviedad y aún así necesitaba remarcarlo con fuerza, porque era el mismo tipo de estúpida y comprendía el poder de la culpa: podía adherirse como una jodida garrapata y chuparte hasta la última gota de sangre del cuerpo—. No fue tu culpa.

    Y allí estaba, a las puertas de la mierda que yo misma había abierto.

    "An, ¿qué mierda te pasó?"

    No podía evadirlo, ¿verdad? No luego de cómo él se había desbordado, de cómo se había permitido desbordarse. Sería... una falta de respeto. Pero tenía miedo.

    La había cagado tanto, como los grandes. La había cagado y la había seguido cagando incluso cuando me propuse ya no cagarla. Era casi un puto talento nato. Resoplé, echando la cabeza contra el cabezal, y no supe cómo mierda hablar sin volver a quebrarme en cientos de pedazos.

    Quizá fuera imposible.

    —Eh, supongo que te debo una explicación; en especial luego de los golpes que te llevaste de gratis. —Solté una risa floja, sin gracia, y sorbí la nariz. Ah, ¿ya iba a empezar a lagrimear?—. Es... largo y complicado, realmente, en especial la parte de explicar mis razones para hacer lo que hice porque, bueno, en gran parte siguen siendo un misterio hasta para mí.

    Volví a resoplar, buscando regular el color de mi voz lo más posible. No quería quebrarme.

    —Usui está en una pandilla de Shibuya, a la que se unió uno de los nuestros como un jodido traidor. Les traficó información, puntos de reunión, de mercadería, incluso. Hizo un puto agujero en los libros de finanzas y todo se fue a la mierda. Yo no lo sabía, aunque estuviera con ellos y todos me consideraran parte de la pandilla porque... —Tuve que apretar los labios. Joder, apenas había dicho su nombre pero fue en medio de la ira, y no fui consciente de cuánto tiempo llevaba sin pronunciarlo—. Kakeru quería protegerme, creo. Nunca me alejó demasiado, pero sí lo suficiente para mantenerme ajena a gran parte de la mierda que hacían.

    Me detuve. ¿Adónde quería ir con todo esto? ¿Qué sentido tenía? Era una historia estúpidamente larga y dolorosa, el simple hecho de pensar las palabras me anudaba el estómago sobre sí mismo y me robaba el aire. Era horrible, era horrible y por eso lo había evitado tanto tiempo.

    Sentí ganas de vomitar.

    Tuve que soltarlo. Lo aparté con cuidado y me llevé las rodillas al pecho, y me apreté con fuerza y cerré los ojos, concentrándome en regular mis respiraciones. Y enterré la frente allí, en el pequeño espacio seguro que me había construido desde los trece años, cuando todo se disolvió y me supe jodida e irremediablemente sola.

    —Fui a una fiesta a la que no debería haber ido —dije, como si alzar la voz mitigara el temblor, aún encerrada en aquella posición—. Fui porque estaba furiosa y cansada de que nadie me tomara en serio, y fui sola aunque la idea me aterrara. Y estaban todos los imbéciles de Shibuya pero los chicos no, porque sabían que ir sería desastroso pero... no me habían dicho nada. Porque nunca me decían nada.

    Sollocé, no logré evitarlo.

    —Y decidieron que conmigo bastaría.

    La voz se me quebró en dos.

    —Para enviar un mensaje.

    Me froté el rostro con fuerza, me llevé el cabello hacia atrás y lo alboroté todo, y agarré la liga y me la arranqué con la fuerza suficiente para que doliera. La cascada bicolor cayó sobre mi espalda y me clavé los dedos en los antebrazos; no tenía uñas, de cualquier forma. Llevaba años comiéndome las uñas y los pellejos hasta destruirlos, infectarlos, hacerlos sangrar.

    Tampoco quería darle una idea equivocada, sabía que sonaba peor de lo que había sido pero... ¿lograría entenderme? ¿Un hombre, de entre toda la gente?

    —No me hicieron nada —agregué, ya calmada o más bien agotada, aunque poco a poco comencé a quebrarme otra vez—. Sólo me rodearon, me asustaron y me dejaron ir. No me hicieron nada porque así lo dispusieron, ¿entiendes? Podrían haberme hecho lo que fuera, y no lo hicieron, y ese es su jodido poder. Me cagaron de miedo sin ponerme un dedo encima, me arruinaron al punto de no poder siquiera abrazarte sin pensar en eso. En que eres un hombre, y podrías hacerme cualquier cosa.

    Lo que se te antoje.

    Un sollozo horrible me atravesó todo el cuerpo y volví a encerrarme, en silencio, para llorar y temblar como una patética cría. Estaba tan frustrada, tan enfadada y tan cansada. ¿Cómo era que no lograba superarlo? ¿Por qué los recuerdos seguían sacudiéndome con la intensidad de esa noche?

    ¿Por qué me habían arruinado así?

    ¿Por qué?


    ¿Y por qué se lo había contado a un hombre, de entre toda la puta gente? A Altan, que apenas lo conocía. Por Dios, ¿qué esperaba de su parte? No tenía idea, ya me estaba arrepintiendo de haber abierto la boca y... no lo sé.

    Pensar dolía demasiado.
     
    Última edición: 17 Septiembre 2020
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Come in and make yourself right at home,
    stay as long as you need.
    Tell me, is something wrong?
    If something's wrong, you can count on me.
    You know I'll take my heart clean apart, if it helps your's beat.
    altan1.png
    "No fue tu culpa".

    ¿Qué había en las palabras genéricas de Anna, que me apuñalaban el pecho de esa manera?

    En vez de boquear por aire lo liberé, tembloroso, dejó mis pulmones resentidos de forma entrecortada. Me forcé a no seguir sollozando como un maldito crío mientras ella me soltaba todas las verdades que yo siempre había conocido, aunque me negaba a actuar siguiendo esa lógica.

    "No puedes protegerla de todo, Al".

    No podía.


    No podía protegerla del mundo, mucho menos cuando yo era parte de la injusticia existente en él. No podía proteger a Jez, no podía proteger a Anna tampoco, ¿cierto? Así funcionaba. Así era el puto mundo.

    ¿Qué caso tenía?

    ¿Quién mierda me había dado ese corazón dicotómico? No lo quería.

    Jez no quería ser ella.

    Anna no quería más de eso.

    Y yo tampoco.


    No quería mi cerebro defectuoso, no quería el mundo gris donde palpitaban colores que no entendía una vez cada cierto tiempo. El dorado brillaba y el magenta también; eran, de hecho dos colores primarios en la teoría de sustracción.

    Eran…. ¿Qué?

    Colores primarios.

    Sustracción.

    CMYK.

    El negro era también…

    un color primario.

    Maldito cerebro inútil. Maldita caja de Pandora.

    Apágate ya.

    Oh Dios no, había preguntado. Era un maldito imbécil y había preguntado sin saber si ella iba a responderme, pero sobre todo sin saber si podría hacerle frente si lo hacía. Era inútil social, ¿qué podía yo hacer con la información que pudiera soltarme, además de archivarla junto al llanto de Jez, la ira ciega de Shiori y mi propia furia injusta?

    Y lo soltó.

    Bueno sí, cariño, la parte de la pandilla la saca cualquier idiota con solo mirarlo y con algo de investigación callejera.

    ¿Un traidor entonces?

    Kakeru.


    El nombre se me grabó con fuego en la cabeza y lo archivé con el resto de mierdas, escrito con caracteres ingleses, no en kanji. Se guardó automáticamente por orden alfabético y también por valencia emocional.

    Me soltó, tuvo que hacerlo, y volví a sentir el frío pero no fui lo suficientemente egoísta para pretender buscarla de nuevo. Se había llevado las rodillas al pecho, parecía al borde de un colapso aún peor.

    ¿Por qué cojones no le dijeron nada si sabían que era peligroso? Por más que el cabeza hueca de Kakeru, porque ya me lo parecía, pretendiera protegerla, no brindarle esa información específica era un error que hasta un puto crío de escuela media podría razonar.
    Era un vacío legal, un vacío legal que le había jodido la maldita vida a una puta niña.

    Entendí por qué Shiori había estado por vomitar las bilis.

    Sollozó y el corazón se me agrietó todavía más, si es que era posible.

    Que con ella bastaría.

    Para enviar un mensaje.

    Otra vez el terror. Total y absoluto pánico, me congelé allí, mirándola con los ojos desorbitados, porque el cerebro me había corrido a mil y había imaginado los peores escenarios posibles. Porque conocía a los malditos pandilleros, conocía sus costumbres, conocía sus actitudes repulsivas, porque había tenido que pararlos más de una vez.

    "No me hicieron nada".

    Nada de lo que sabes que pude imaginar al menos, idiota, pero te lo hicieron todo sin siquiera ponerte un dedo encima, ¿no?

    Era un hombre.

    Y podía hacerle cualquier cosa.

    Lo que se me pasara por la puta cabeza.


    No lo sabía, pero estaba completando los pensamientos de la mente destrozada de Anna. Los estaba completando porque no había que ser ningún avispado tampoco, los hombres podíamos ser repugnantes, pero había engendros que se llevaban el maldito premio.

    Y los odiaba.

    Y me odiaba.

    Porque había estampado a Balaam contra una puerta.


    No tenía derecho a buscar calor en Anna, no tenía derecho a tocarla.

    Pero era un idiota, había recibido la ira ciega de Shiori en su lugar ya, incluso sabiendo eso y ahora, ahora no podía hacer otra cosa que lo que un maldito perro guardián como yo sabía hacer por…

    sus dueños.

    Mierda.

    Estaba encerrada en su espacio, en sí misma, me recordaba a un puercoespín. La cascada bicolor, desordenada, la rodeaba como un manto, y pude distinguir el fucsia en su cabello. Pude distinguirlo como había podido con el magenta de sus ojos.

    ¿En qué momento había dejado de llorar como un niño? No me había dado cuenta.

    Estiré las manos hacia ella y con suavidad, con aquel cuidado extremo que no calzaba conmigo, busqué sus brazos y la desenrendé de sí misma.

    —Permiso —murmuré. Esta vez fui yo quien la atrajo, la acuné contra mi pecho mientras exhalaba aún con la respiración entrecortada.

    Podía hacerle cualquier cosa.

    Mi entendimiento de cualquier cosa era intentar brindarle siquiera una parte del sostén que ella había tratado de darme. Podía apartarme, podía zafarse y volver a encerrarse si quería, no había fuerza en mis movimientos. Si lo deseaba podía empujarme y pasarme por encima.

    Como si quería abofetearme.

    Apuñalarme el pecho.

    Escupirme en la cara.


    Me había contado no necesariamente porque confiara en mí, que era un puto hombre, lo había hecho porque yo me había roto en miles de pedazos frente a ella, porque era un intercambio justo. No podía importarme menos.

    Lo que le había pasado había ocurrido por un imbécil de mi clase, quizás, que pretendió cuidarla tanto que la volvió ignorante. Había pasado por un imbécil que la dejó sola en la boca de una manada de lobos hambrientos.

    Podía molestarme en explicarle que el imbécil de Usui parecía tener una sola neurona funcional pero no parecía ser ningún mentiroso, incluso si estaba metido con la gente que le hizo daño. Resultaba, en general, tan transparente como un puto niño. Que era un maldito gang kid, sí, pero si podía leerlo desde los parecidos que estaba encontrándole conmigo era probable que se moviese a su bola.

    Pero ella lo había visto también, ¿no? La reacción del idiota, habría podido írsele encima pero se volcó por completo en la bestia perdida, el centro de su mundo que, en el fondo de sí, cargaba con la crueldad suficiente, con el miedo visceral suficiente, para saltarle a la yugular a cualquiera que presionara el botón correcto.
    Anna le había escupido en el centro de la cara y el otro había tenido cosas mejores que hacer.

    Si quería venganza contra alguien, había dado con el peón equivocado.

    ¿Para qué iba a decírselo de todas maneras? No era eso lo que necesitaba.

    Dime qué se supone que haga.

    El cuerpo y la mente eran una cosa rara, había hecho la pregunta, le había preguntado qué se supone que debía hacer y al final estaba allí, solo haciendo.

    Pretendiendo ser un lugar seguro.

    Dejé caer el mentón sobre su cabeza suavemente, de nuevo, si le daba la gana apartarme podía hacerlo.

    Se me daba mal la música, tocarla al menos, pero tenía un archivo infinito en la cabeza. Recuperé la información, la canción le gustaba a Jez. No era tampoco que fuese bueno para cantar, pero no era que diese pena, como mínimo pasaba por aceptable.

    ¿Por qué lo hice? Porque era un estúpido de dimensiones colosales y esa jodida enana había visto más de lo que cualquiera en su sano juicio hubiese querido ver de mí, porque me había soltado las razones para su estupidez.

    It's okay if you can't catch your breath. —Claro inglés americano. Poco importaba si podía entenderlo o no, era más una manera de buscar volcar su atención en otra cosa—. You can take the oxygen straight out of my own chest.

    Continué tarareando el resto, porque su puta madre iba a darle más huecos y tonterías con las que probablemente molestarme cuando pudiese volver a armarse.

    Pero el detalle estaba en eso, había continuado a mi manera.

    Gracias, enana.

    Por contarme.

    Por sostenerme.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Oh God, I'm so tired of being afraid

    What would it feel like to put this baggage down?
    If I'm being honest, I'm not sure I'd know how

    I want to take shelter but I'm ready, ready to fight
    Somewhere in the middle I feel a little paralyzed

    Maybe I'm stronger than I realize

    [​IMG]

    Una parte de mí lo había esperado en verdad, lo quisiera o no había terminado viendo un costado de Altan que me permitía predecirlo en cierto nivel. Aún así me tensé. Mis músculos se agarrotaron, fue como haber visto a Medusa directo a los ojos. Su tacto era cuidadoso y pausado, jamás podrían ser unas manos que quisieran hacerme daño, pero mi cerebro estaba en cortocircuito y el miedo era una emoción básica, visceral, con el monstruoso poder de anteceder a la razón.

    Pero estaba dispuesta a darle batalla y me dejé hacer. Aplasté la mejilla justo sobre su clavícula y cerré los ojos, buscando inhalar y exhalar con fuerza para calmar los espasmos. Su aroma, su jodido aroma estaba en todas partes.

    Me quedé allí, pequeña, con los brazos contraídos sobre sí mismos y las manos en puños vagos, como las de un bebé dormido. Probablemente me hubiera aferrado a lo que me alcanzaran y, de hecho, eso fue lo que hice.

    Entreabrí los ojos al escuchar su voz. Las vibraciones de su pecho repercutieron de inmediato contra mí, fue casi un arrullo, cálido y bajo. Tenía una idea más o menos clara de inglés y pude captar algunas palabras, mas no la idea completa.

    It's okay.

    Your breath.

    Oxygen.

    My own chest.

    Con cada nuevo segundo de tarareo mis manos se relajaron, extendí las palmas y me las arreglé para más o menos arrastrarlas sobre su ropa, pasando por su pecho, los hombros, hasta alcanzar su nuca. Me incorporé un poco y lo abracé, envolví su cuello entre mis brazos y lo sujeté con fuerza mientras seguía cantándome.

    Gracias.

    Por Dios, gracias.

    Su cabello oscuro me hizo cosquillas en la mejilla y me di cuenta que había podido sonreír, y saberlo sólo me hizo sonreír más y me pegué a él con algo de ahínco, sorbiendo la nariz una última vez. ¿Quién habría dicho que un simple murmullo en un lenguaje extraño podría hacer las veces de pegamento? Había calmado las mareas, detenido el huracán. Había obligado a retroceder al jodido incendio, y eso incluso desde antes, ¿verdad?

    Cuando escuché su voz en los casilleros, tras mi espalda.

    —Eres el bebé más llorón que conocí en mi vida —susurré junto a una risa baja, y apreté su cuello con cariño—. Gracias.

    Y escondí el rostro en el hueco disponible.

    —Muchas gracias.


    Pero bueno, ¿cuánto tiempo es que llevábamos abrazados? Qué bochorno si alguien estaba revisando las cámaras. Solté una nueva risa por la nariz ante la idea, y acaricié su cabello una última vez con el dorso de la mano antes de alejarme. No me aparté por completo, sin embargo, mantuve un agarre suave sobre sus hombros y, quién sabe desde cuándo, me animé a verlo a los ojos.

    Los pozos seguían siendo oscuros mas no insondables, la luz del sol revoloteaba aquí y allá y quizás estuviera loca, pero alcancé a ver unos reflejos fugaces.

    —¿Son completamente negros? —cuestioné, arrugando el ceño, y entonces le sonreí—. Juraría que eran azules justo ahora.

    Me dispuse a acomodarle un poco unos mechones rebeldes que se habían desparramado en direcciones opuestas, tenía bastante cabello, lo llevaba largo y si no le prestaba la atención suficiente se le podría convertir en una mota anárquica en un pestañeo.

    —Papá me cantaba siempre una canción cuando era más chica, a mí y a los demás —murmuré, sin saber muy bien por qué, el recuerdo sólo se había activado al frente de mi memoria—. Nos reuníamos todos alrededor de una fogata, de paso eso alejaba los bichos, y hacíamos cualquier cosa. A mamá siempre le gustó cantar, papá es el mejor silbador que vi en mi vida. Gastón y Martina tocaban la guitarra, la viola, se le dice allá. También había un ukelele, un palo de lluvia, charango, bandoneón, violín. Cantábamos y bailábamos, y tomábamos mate y nos cagábamos de risa hasta que empezábamos a caer dormidos. Paulita podía contorsionarse que daba miedo, Clarita era una calesita falseada y, Dios, Marti tenía las líneas más hermosas del mundo. Era mi gran familia.

    Busqué sus ojos para sonreírle, puede que hubiera cosas capaces de causarme bochorno y durante muchos años, de hecho, había temido compartir esta clase de recuerdos. Habían sido, después de todo, las causas de las risas y burlas en la escuela media. Pero Altan no iba a reírse, ¿verdad? No iba a hacerlo y, Dios, me daba tanta paz hablar de mi infancia.

    Era mi amuleto.

    —Gira, gira, gira todo lo que ves, y todo lo que no ves, ya girará —empecé a cantar en español, en voz baja y dulce. No iba a entenderme pero no importaba realmente, ¿verdad?—. Uno muere y otro nace y este corazón renace, y todo lo malo que ahora sientes cambiará.

    Había separado las manos de su cuerpo, las había dejado caer sobre mi regazo mientras me mecía suavemente de derecha a izquierda, dejándome llevar por la melodía en mi cabeza, por los recuerdos del fuego crepitando, las uñas largas rasgando las cuerdas de la guitarra criolla y la sonrisa de papá.

    —Putea si así quieres y grita si hace falta, que los hombres también pueden llorar. Abre ese vino, brinda conmigo, brindo porque somos amigos. Por vos, por lo que pasó y lo que pasará.

    Me incorporé de la cama, me deslicé hasta alcanzar el suelo y mis piernas soportaron mi peso sin problema.

    —Piensa menos y vive más, lo que me pone de mal humor hoy está de más. —Me giré hacia Altan y una risa suave se coló entre mis palabras al extenderle la mano—. No vale la pena vivir angustiado, si al fin y al cabo todo es prestado. Y lo que alguna vez te hizo llorar, ya pasará.

    ¿Podría entender mis intenciones? Era una cabeza dura, después de todo, y seguiría insistiendo aunque ya lo hubiera molestado en la cafetería. ¿Podría predecirme, leerlo en mi sonrisa?

    Esperaba que sí.

    Y que aceptara.
     
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    Zireael

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    La estaba… dejando tocarme. La estaba dejando y estaba bien, se sentía correcto, pero sobre todo se sentía cálido. La dejé abrazarme porque fue la reacción que me dijo que estaba allí conmigo, que ya no estaba en su pesadilla, con los lobos.
    La apreté apenas contra mi cuerpo cuando me pasó los brazos detrás del cuello, por mero reflejo casi.

    “Eres el bebé más llorón que conocí en mi vida”.

    Oh vamos, jodido tanuki, ten algo de piedad.

    Acabo de cantarte, no le he cantado ni a Jez.

    Gracias.

    Con todo fue esa palabra la que consiguió que se me formara una sonrisa en el rostro, genuina y tranquila.

    Muchas gracias.

    La apreté un poco más contra mí y me permití cerrar los ojos. El mundo había recuperado sus proporciones, volví a ser consciente de lo pequeña que era en comparación a mí y estuve por pedirle disculpas por lo de antes, por haber tenido que sostenerme aún así, pero al final me callé cuando se separó y me miró por fin.

    Magenta.

    ¿Azules?

    Niña, no puedes ver colores en un cuadro monocromático.


    Me quedé quieto, observando sus movimientos mientras me acomodaba el cabello. De nuevo estaba observando como un gato, no muy involucrado, pero siempre pendiente.

    Los nombres, los nombres eran… Nombres que no se escuchaban allí, sino en el otro lado del charco. Aquí y allá, nombres en español, como el suyo propio. Para tener una mente afilada había tardado tanto en darme cuenta que daba vergüenza; la chiquilla no era japonesa.

    Era… ¿Eso lo que le daba miedo contarle a otros? ¿De dónde venía, cómo era su vida antes?

    La escuché con atención, genuinamente interesado en algo por primera vez en tanto tiempo que el sentimiento se me antojó extraño, pero no pude evitar sonreírle de vuelta mientras hablaba. Era su familia, ¿a quién demonios no iba a calmarlo hablar de su familia cuando se le tenía afecto?

    Fruncí apenas el ceño cuando comenzó a cantar, no pude atajar ni una sola palabra a pesar de que algunas sílabas me sonaban conocidas en el cerebro.

    Español.

    Su lenguaje materno.

    Se parecía al italiano de mamá, por eso me sonaba conocido.


    Reí, una risa fresca y, más importante, de verdad. Apoyé el codo en mi muslo, para poder descansar el rostro sobre mi mano y la observé mientras cantaba, meciéndose de aquí a allá al ritmo de su melodía.

    No entendía una mierda, pero era reconfortante. ¿Eso había sentido ella cuando hice esa estupidez de cantarle? Esperaba que sí, lo deseaba con tanta fuerza.

    Jez, acertaste.

    Siéntete orgullosa, acertaste en el centro de la diana con esta idiota.

    No eres ninguna tonta.

    Por eso cuando pregunté dijiste que sí, que hablara con ella.

    Lo sabías.

    La necesitaba y ella a mí.


    La seguí con la mirada cuando se incorporó pero aún así di un respingo cuando se volteó hacia mí, extendiéndome su mano, y creí entenderla. Creí entenderla y estaba loca.

    Pero más loco estaba yo.

    Estiré la mano, dudé un instante, pero finalmente nuestros dedos se rozaron hasta que la tomé por fin.

    Estaba como una puta cabra.

    ¿Qué derecho tenía yo de negarle nada a Anna Hiradaira, si me había acunado en su pecho, si me había hablado de sus demonios y de su familia? ¿Qué maldito derecho tenía?

    Solté una risa floja, recuperando algo de mi actitud normal por fin.

    —Ahora sabes el secreto, princesa. —Clavé mis ojos de ciénaga en Anna, no había segundas intenciones de ninguna clase, solo quería divertirme un poco como ella se entretenía con los otros—. Tienes frente a ti a un genuino llorón, así que trátame con cuidado.

    Allí estaba, el jodido aire prepotente incluso en una tontería como esa.

    hold my altanna bitches
     
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