Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Motivado por la calma y la actitud sosegada de Shiori el gato se permitió hacer sin protestas. Hiroki enarcó una ceja. Lo poco que sabía de esos malditos bichos es que eran traicioneros, ariscos y tenía cuchillos en las patas en lugar de garras. Pero ahora resultaba que esa actitud casi maternal que Kurosawa mostraba con una facilidad casi irrisoria también podía hacer eso.

    También podía domar gatos.

    ¿Debería sorprenderle? No, probablemente. Lo tenía a él, un perro huraño y agresivo comiendo de la mano, ansioso y ardiendo aún por un mínimo de contacto por su parte. Aún podía sentir las cálidas y suaves manos de ella sobre su piel y detallar sus labios calientes y húmedos. Joder, si hasta podía escuchar sus suspiros.

    Sus gemidos.

    Joder.

    Soltó un bufido bajo, tenso, y se maldijo a sí mismo mientras se apartaba el cabello cenizo de la frente con la palma de la mano. Trataba de calmarse ¿no? No debería estar pensando esas mierdas. Fue en ese momento que volvió a escuchar su voz. Cerca, instándole. Encontró el atarceder de sus ojos ligeramente entrecerrados, su ligera sonrisa y la vio con aquel gato negro entre los brazos.

    Allí estaba.

    La perfecta domadora.

    El animal parecía buscar su calor y había cerrado los ojos, ronroneante.

    "Intenta acariciarlo"

    —¿Ah?

    No.

    Y una mierda.

    No era de gatos, ella misma acababa de decirlo. Le parecían criaturas prepotentes y maliciosas. Siempre había preferido a los perros desde niño, incluso si su padre solía llamarlo "perro" como insulto una vez tras otra, cada vez que sus puños impactaban sobre su cuerpo menudo, endurecidos como estaño. Eran animales nobles, entregados a aquellos que se ganaban su confianza.

    Como él.

    —No voy a acariciar a un puto gato Kurosawa.

    Se preguntó por un momento si aquello había sido una de sus órdenes implícitas esas que parecía sugerencias pero buscaban una obediencia directa y sin chistar. Rara vez no lo eran.

    "Eh, senpai. Antes de que nos vayamos de aquí, porque tendremos que hacerlo a alguna hora... ¿Me dejarías besarte de nuevo?"

    ¿Qué cojones...?

    Lo había besado ya. Lo había tocado, se le había trepado encima y había estado a punto de follárselo en esa puñetera camilla de la enfermería. Aún lo sentía, el poder casi empírico que ella tenía sobre él. Preguntar algo como eso, a aquellas alturas, no tenía ningún tipo de sentido.

    No encajaba.

    Un calor ligero le subió al rostro y apartó la mirada. ¿Qué cojones Kurosawa? Ese tipo de preguntas solo le recordaban el poder que ella tenía sobre él. No había manera de luchar contra eso. Fuera lo que fuese eso o lo que coño significase.

    No podía ni quería luchar.

    Ella sujetaba la soga que lo mantenía atado y era ella quien podía tensarla o dejarle libertad cuando le viniera en gana. Y había sido así desde el primer momento. Mucho antes del bento, mucho antes de pasar aquel tiempo juntos en el pasillo, mucho antes de devorarse como animalesa en una camilla.

    Soltó un gruñido tosco, de protesta. No lo entendía, pero siempre le había parecido una tipa rara. Renuente sin embargo podía permitirse confirmárselo. Siempre era él el que preguntaba, el que parecía cauto, el que buscaba por qués. Le dio un ligero toque en la frente. Un pequeño golpe con los dedos, apenas un pequeño roce de atención.

    Kurobaka.

    —Puedes hacer lo que quieras, idiota.

    Lo que quieras.

    Cualquier cosa.
    Deberías saberlo ya.
     
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    Zireael

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    Lo vio quitarse el cabello de la frente una vez más, claramente tenso, y contuvo la risa que amenazó con salir de sus labios.

    Lo estás pensando, ¿no es así? No eres bueno disimulando nada.

    Podía molestarlo si quería, pero ciertamente había un límite entre la diversión y la crueldad, lo conocía aunque parecía rozarlo insistentemente. Se limitó a encogerse de hombros cuando se negó a acariciar al gato y continuó haciéndolo ella, escuchándolo ronronear entre sus brazos. Apenas unos segundos después, volvió a dejarlo suavemente en el suelo, cerca de la puerta, para luego dedicarle una caricia entre las orejas.

    De nuevo la sombra descubriendo los colmillos, las colas palpitando al ritmo de su corazón y las ansias, las ansias de que dijera que sí.

    Apartó la mirada como era usual y ella sonrió, una sonrisa extraña, que recordaba a los ronroneos del gato que acababa de bajar pero esta desapareció cuando sintió su toque, justo en el medio de la frente, entre el flequillo.

    "Puedes hacer lo que quieras, idiota".

    Reaccionó, fue como apretar el gatillo de un arma, lo tomó por la camiseta y lo atrajo hacia sí, uniendo sus labios una vez más. Seguía sin ser un beso tierno, dulce, llevaba consigo todo el fuego que había apagado hace unos momentos. Era casi tosco, necesitado y convulso.
    Lo dejó ir cuando el móvil volvió a vibrar bajo su ropa, esta vez de manera insistente.

    —Joder, espera un momento, senpai —dijo mientras sacaba el objeto de nuevo. ¿Katrina? Dios. Buscó a tientas la mano del muchacho y cuando la tomó entrelazó los dedos con los suyos. Volteó la vista hacia algún punto en el suelo, mientras desbloqueaba el móvil para atender la llamada—. ¿Qué necesitas, Katrina, no se supone que están en pruebas?

    —Lo mismo te digo, Kurobaka. Se supone que estamos en pruebas —respondió al otro lado de la línea. Shiori notó que su voz sonaba distinta—. Se suponía, al menos. Se te acabó la hora en el paraíso, Shiori.

    —¿Qué mierda dices?

    —Ah, no me malentiendas. No soy voyeur, la verdad, solo pasé por allí y... bueno, deberías cerrar la puerta, niña. —Soltó una risa ronca—. Cancelaron las pruebas, nos enviaron a todos a clase.

    —¿Por qué exactamente?

    —Cierto, que estabas ocupada comiéndote a Usui… Hubo un alboroto que, sorprendentemente, no causó Sonnen.

    Katrina había decidido buscar su preciada soledad en los baños y allí, sentada sobre el vater, se llevó la mano a la mejilla que había recibido la bofetada.
    Volvió a sonreír, aquella sonrisa casi monstruosa.

    >>Como sea, no es eso por lo que te estoy llamando aprovechando estos minutos de organización.

    —Habla, Akaisa, ya te diste cuenta que no tengo todo el día, ¿o sí?

    La mayor soltó una carcajada.

    Allí estaba. Era posible que Usui no lo supiera, pero al permitirle aquellos momentos de hormonas desatadas había liberado a la bestia.
    La Shiori Kurosawa que, por fin, ignorando todas las posibles opiniones de otros o las represalias, iba a poseer y consumir todo lo que considerara suyo por derecho.

    Ah, pobre niño. Van a dejarte vacío.

    —Wickham, Welsh y yo tenemos preparada una bonita actividad hoy por la noche. En la escuela, estás más que invitada. Puedes traer a Usui-kun contigo y, bueno, a quien quieras pero… No quieres traer a nadie más.

    Shiori soltó una risa floja, mientras desenredaba sus dedos de los de Hiroki.

    —No decepcionas, ¿verdad?

    —Y justo ahora me necesitas, ave lira.

    —¿Dónde estás?

    —Baños.

    —Vale.

    Katrina colgó y la menor finalmente se despegó el móvil de la oreja, para luego regresar su vista al muchacho. Su mirada se afiló de nuevo y sonrió. No era una sonrisa condescendiente o burlona, era cálida pero tenía algo.

    Ascuas propias y ajenas.

    Un chispazo prestado.


    —Espero que no tengas planes en la noche, porque parece que acabo de reservar tu tiempo para mí. —Extendió la mano izquierda hacia él, dedicándole una caricia en la mejilla para luego girar en redondo y comenzar a alejarse. Antes de salir acarició también al gato una última vez y se detuvo en la puerta de la enfermería—. Te veo después, cachorro.

    Estaba putamente loca.

    >>Deberíamos ir a clase.

    No esperó respuesta alguna, dejó la enfermería al fin, con su cascada oscura agitándose al ritmo de su andar.

    ¿Terror? Que le dieran a todo. No iba a retroceder.
     
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    Yugen

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    Hiroki Usui

    La vulnerabilidad en su voz hizo al lobo retroceder con un gruñido satisfecho. Eso era lo que estaba buscando.

    Sumisión.

    No la mordería si no se lo pedía. Pero se lo había pedido. Shiori Kurosawa no había podido mantener esa máscara de animal controlador, las ansias de poder habían sido opacadas, avasalladas practicamente por el impererante deseo sexual que le recorría el cuerpo como una víbora ígnea. Pero él no quería ser un cabrón con ella. Podía permitirse tirar de la correa como un perro terco, mas cuando la cuerda aflojaba simplemente él decidía seguir el mismo camino.

    Lo siento Shiori.

    Le dio un beso en la frente. Esos que indicaban protección, una lealtad sin peros. Incluso en medio del calor intenso que asolaba sus sentidos podía permitirse una chispa de ternura. Aquella chica rara y loca le gustaba genuinamente ¿verdad?

    Verla casi derrotada, necesitada y al margen fue suficiente para que aflojarse la tensión de la correa.

    Soltó un suspiro que ni siquiera supo estar conteniendo. Le estremeció el pecho.

    Las llaves.

    Las putas llaves.

    La soltó, a regañadientes, su cuerpo casi se quejó al alejarse de ella, renuente. Recogió las llaves del suelo y abrió con evidente ansiedad la puerta. No le dio tiempo real a plantearse lo que estaba pasando. Nada más demostró estar abierta volvió a levantar a Kurosawa del suelo, a pegarla a su cuerpo, y a sentir como se apretaba contra él, como sus piernas rodeaban su cintura con necesidad.

    No pudo contener un jadeo necesitado y ronco.

    —Shiori. Joder Shiori.

    Una chispa.

    Cerró la puerta con el pie. Se quitó la chaqueta en ese momento con ella aún aferrada a él como si la vida se le fuera en ello y arrojó la prenda al suelo con ansiedad. Le quemaba, le ardía sobre la piel. Su boca volvió a chocar contra la suya. Ardiente, posesiva. Le quitó la blusa y deslizó sus manos firmes sobre la piel descubierta. Apretó.

    Le besó el cuello. Casi la mordió.

    Un incendio.

    Besos húmedos. Besos regados con la ansiedad y el deseo. El calor, la falta de oxígeno por los besos, por la ansiedad, era como estar abrasándose en mitad de las llamas del infierno.

    Descendió la mano entre sus muslos, lenta, deseando grabar el tacto de su piel ígnea en su propia piel y la tocó apenas por debajo de la falda. La piel caliente del interior de sus muslos. La parte frontal de su ropa interior. Presionó apenas los dedos sobre la tela, un mero roce, pero fue suficiente.

    El hambre fue evidente en su voz. También la sonrisa.

    —Estás muy mojada Shiori.

    ¿De verdad tenía que decirlo? ¿En serio era realmente necesario? Cabrón. Sí, era la prueba de su victoria. Era esa parte dominante de su ser, la que había vencido al animal controlador que era Kurosawa. El lobo gruñó con satisfacción.

    Recordó su pregunta de esa tarde. Le rayó el cerebro con una fuerza inmensa.

    >>¿Puedo besarte?<<

    Podía hacer lo que le diera la gana. Absolutamente todo. Como si quería clavarle un puñal en el pecho y asesinarlo ahí. Le hubiera importado una mierda mientras ella sostuviese el arma.

    Tomó la mano de ella y la apoyó sobre su torso.

    —Tócame—le susurró. Y en su voz autoritaria se coló cierto tono de súplica, sumiso. Siempre había sido a la inversa ¿no? Siempre había sido ella quien dominaba la situación incluso en esa mañana. Se estaba muriendo por sentir su tacto—. Hazlo. Puedes hacerlo.

    Permitió que tocara su piel ardiente, los pectorales, los abdominales. Su tacto se sentía como un reguero de brasas sobre una piel de por sí caliente, los músculos tensos.

    No más allá.

    Porque iba a perder el último puto pedazo de cordura y raciocinio que le quedaba.

    La ansiedad le pesaba tanto en el cuerpo que no pudo permiterle tocarla por demasiado tiempo sin sentir que iba a estallar.

    La llevó hasta la cama enganchado aún a su boca, enredado aún en su lengua.

    Sujetó su mano y la apretó contra la sábana hasta entrelazar sus dedos entre los suyos. Y entonces decidió calmar mínimamente al animal sediento y necesitado que era Shiori en esos momentos. Algo en él quería cuidarla, quería complacerla y quería tratarla como una reina se merecía ser tratada.

    La amaba.

    Joder, la amaba hasta el punto de la locura.

    Detalló con sus dedos su piel suave, caliente, descendiendo sus manos y permitiéndose tocarla sin impedimentos. La luz trémula le resaltaba la piel, dibujaba sus curvas siniosas, el brillo ansioso de sus ojos casi rojos.

    Le quitó el sostén.

    El cumplido que no había podido darle en la azotea apareció en su mente. No lo estaba. Lo era. Siempre lo había sido. No pudo contener el impulso. Las palabras emergieron casi sin permiso de su boca.

    Eres preciosa.

    Dejó besos en su oreja. En la línea de su mandíbula. En el cuello nuevamente. Las clavículas. Su respiración agitada se había descontrolado en su totalidad. Casi resultaba dolorosa.

    La mano sobre sus muslos pronto dejó de torturarla y deslizó los dedos sobre su humedad caliente por debajo de la última prenda que le quedaba. Parecía estar deshaciéndose. La intromisión de una de sus falanges. La intromisión posterior de un segundo en poco tiempo.

    Húmeda. Caliente. Apretada.

    Esa era su jodida culpa.

    Él la había puesto así. Él la había presionado hasta ese punto, hasta convertirla en el animalito sumiso que deseaba comerse esa noche. Probablemente en su cabeza nublada por la líbido no debería haber espacios para permitirse si quiera un mínimo de ternura. Era una bestia desatada.

    Pero no con ella. Kurosawa siempre lo hacía actuar diferente de todas formas. Redireccionaba su actitud hosca y lo convertía en un perrito cariñoso y entregado. Volvió a buscar su boca, casi demandante. Escuchar sus gemidos machacaba su cordura sin piedad. Sentir la calidez de su cuerpo enviaba punzadas a su región inferior, bruscas, brutas, y podía sentir las sensaciones pulsantes.

    Pero no solo en su pecho.

    Se lamió los dedos frente a ella una vez la liberó, sin dejar de mirarla, clavando en ella la intensidad de esa mirada hambrienta. De depredador. Recogió la humedad impregnada en sus dedos con la lengua, con la boca. Y se inclinó sobre su oreja.

    La iba a torturar hasta que perdiera la cabeza ¿no?

    Quería seguir probándola, escuchando sus suspiros ahogados, sus jadeos, sus gemidos. Pero también tenía sus límites. Y estaba llegando peligrosamente al suyo.

    Lo arrasó.

    —No puedo más ya, Shiori—su voz sonó tan ronca, tan opacada por el deseo, destilando tal ansiedad y excitación, que más que nunca pareció el gruñido de un animal salvaje—. Por tu madre dime que tienes condones.

    No veo esto tan explícito—ni siquiera explícito (?)—para meterlo en un spoiler así que dejaré que decidas tú, babe uwuwuwu

    *c toma su tecito*
     
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    Otro beso en la frente, justo cuando cedió, cuando prácticamente soltó la correa, incapaz de lidiar con la rebeldía de su propio perro.

    Muerde la mano de tu dueña si te da la gana entonces.

    Pero siempre volvía, siempre. Volvía a colocarle la correa en la mano. Desobedecía hasta rozar los límites, probando, esperando.

    El beso.

    ¿Qué mierda le pasaba? Si estaban lo suficientemente necesitados como para haber estado a punto de hacerlo en el jodido pasillo, allí, contra la maldita pared.

    Idiota.

    Había tardado demasiado en darse cuenta, ¿no?

    El sentimiento le encogió el corazón en el pecho, arrancándole el aire de los pulmones y cuando la dejó en el suelo de nuevo para levantar la llave, prácticamente tuvo que sujetarse a la pared.

    Imbécil.

    No había manera de que ella pudiese ser como Katrina, ¿cierto? Por eso no le había entregado todo a Sonnen, pero allí estaba, entregándose a Hiroki con desesperación.

    Apagón.

    Incluso si forzaba a su mente a desconectarse y actuar como la del animal que llevaba dentro, era demasiado tarde. Se había dado cuenta.

    No era, de ninguna manera, sólo un puto polvo.

    No él.

    No su adorado Hiro.

    Y aún así.

    Black.

    Out.

    La bestia que había despertado en la mañana se lanzó sobre ella en cuanto él la cargó de nuevo, para entrar en la enfermería, surgió de las sombras sin dar tiempo a nada más. Se abalanzó sobre la Shiori racional y también sobre la que había aparecido, aún más vulnerable que la que prácticamente le había pedido que se la follara de una vez, esa parte de sí que se había dado cuenta de que estaba irremediablemente enamorada de Hiroki Usui.
    Les mordió la yugular, sacándolas del camino.

    No había tiempo para razones.

    Tampoco para emociones.


    Los sentimientos la harían desaparecer y ahora mismo no tenía tiempo para esa mierda, de verdad que no.

    Los colmillos ensangrentados del kitsune que acababa de arrancarse dos de las colas con razonamiento propio volvieron a brillar al exponerse por la sonrisa maliciosa en el hocico cubierto de su propia sangre al escucharlo decir su nombre.

    El camino de fuego en su cuello, el reguero de besos húmedos, sus caricias sobre su piel expuesta. El aire parecía ya no llegarle a los pulmones, aunque era así desde el pasillo, respirar casi dolía.

    De nuevo el circuito, trazó un nuevo caminó entre sus muslos, y cuando por fin apretó sus dedos sobre ella un gemido se le escapó de la garganta.

    ¿Mojada? Estaba malditamente empapada.
    Por primera vez la voz brotó de ella como el gruñido bajo de un gato.

    —¿Y de quién es la culpa, estúpido?

    Estuvo por retirar la mano de golpe cuando la tomó pero fue demasiado lenta, antes de que pudiese hacer nada, ya la había colocado sobre su torso y sus palabras hicieron que el yōkai en su interior riera, satisfecho.

    ¿Qué lo tocara?

    No tenía ni idea.

    Cuando se acostumbrara se lo iba a follar hasta dejarlo seco.


    Lo dejó guiar su mano, seguir devorando su boca y soltó un pesado suspiro cuando luego de por fin dejarla sobre la cama, se deshizo del molesto sostén por ella.
    Sintió su propio cabello, las víboras oscuras, hacerle cosquillas en la piel descubierta de la espalda y los hombros.

    Y allí estaba, el cumplido, el jodido cumplido que estuvo por sacar a la estúpida Shiori enamorada de las fauces de sí misma, pero el monstruo apretó y la sangre salpicó.

    No.

    De nuevo, de nuevo le arrancó el aire de los pulmones al colarse en ella, allí donde era más que bienvenido. Ahogó los gemidos en su boca cuando él volvió a buscarla y soltó un quejido de protesta cuando retrocedió. Estuvo a punto de flaquear una vez más, de pedirlo.

    Más.

    Por favor.

    Más.

    Pero no. No dos veces.


    La respiración se le entrecortó al verlo llevarse los dedos a la boca, antes de inclinarse sobre ella, a su oído.

    Hijo de puta.

    Ten algo de piedad.


    Al escuchar sus palabras se le escapó una risa ronca, apagada, cargada de excitación, fue el ronroneo de un felino al masticar a su presa. Ya no era el ronroneo normal de un animal satisfecho por recibir una caricia.
    Contuvo el impulso casi violento que le corrió por el cuerpo, ese que gritaba que aprovechara para empujarlo a un lado y colocarse encima, de aplastarlo contra la cama con su cuerpo, de apretarse contra él por encima de la ropa y torturarlo… Hasta que se lo pidiera.

    Ahora fue ella quien habló a su oído.

    —¿Crees que habría llegado hasta aquí si no? —Liberó su aliento cálido contra su oreja—. Hiro, ¿con quién piensas que estás hablando, cariño?

    A tientas consiguió deshacerse del collar de cuero y recorrió su cuello dejando besos húmedos, deslizando la lengua contra su piel caliente. Lo pellizcó con los dientes varias veces, casi sin fuerza, sin pretender marcarlo.

    Aunque lo deseaba.

    Maldita ella que lo deseaba.
    Era suyo.

    Y lo iba a reclamar.
    Que él no la mordiera no significaba que no fuese a hacerlo ella.

    Se detuvo, solo para esculcar en el único bolsillo de la falda y sacar de allí los envoltorios metalizados.

    Allí estaba, el tercer favor de Katrina Akaisa.

    Andamos rozando el límite creo (? Interesante uso de palabras en este contexto, Mel, muy bien.

    Igual si alguna de las chicas lee, pues que nos diga bc no estoy muy segura ahora mismo.
    Se me cayó la sanidad mental de Shiori, send help
     
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    Hiroki Usui

    Suspiró al escuchar su respuesta afirmativa con tal alivio que el aire podría haber abandonado sus pulmones de golpe. No sabría qué mierda hubiera hecho si no, pero la había subestimado. Shiori estaba de sobra preparada para todo eso, lo había estado desde que no pudo en la mañana.

    >>Con quien piensas que estás hablando ¿cariño?<<

    Un animal controlador.

    Se le escapó una risa ronca. Los envoltorios plateados parecieron destellar bajo la luz que se colaba por la ventana como si estuviesen hechos de metal. ¿Cuantos había traído? ¿Cinco? ¿Seis?

    Joder Shiori.

    Se apartó de ella incorporándose lo suficiente para deshacerse de la jodida correa del pantalón. La ansiedad era evidente en sus movimientos, en su respiración agitada y brusca. Ya no podía pensar, el corazón no le enviaba suficiente sangre al cerebro.

    Con los dientes no, animal.

    Las manos. Ábrelo con las manos.

    No era la primera vez que se ponía un condón ni de coña. Pero en esa ocasión el mero tacto de sus propios dedos mientras deslizaba la fina goma le arrancó un gemido ronco del fondo de la garganta.

    Mierda.

    Ah, mierda.

    Hablaba de que Shiori estaba mojada... ¿pero él? Esa mierda parecía una puta piedra. Eso era lo que ella le hacía. Ese era el poder sobrehumano que tenía sobre su cuerpo. Lo empujaba hasta los límites porque quería, porque le daba la gana y él se dejaba hacer o a veces rehusaba y se comportaba como un animal desobediente porque también le daba la gana. Pero ella siempre, siempre, sostenía la correa.

    Como los buenos amos.

    Buscó nuevamente su boca mientras se colocaba y reajustada entre los muslos de ella, sobre la camilla. Coló la lengua y buscó la suya con una necesidad ardiente. Se la quería comer entera. ¿no era simplemente obvio? Como si no fuese a hacerlo.

    La miró al rostro todo el tiempo. Esa parte suya, la dominante, quería ver todas las expresiones que le cruzarían la cara. Mientras se hundía en ella, en la humedad hirviente, en sus paredes tensas.

    Esa mañana no había querido mirarlo. El rubor le había estallado en el rostro hasta que pareció un puñetero tomate. Se había crispado, había actuado con nerviosismo, trémula, sin control. Y eso le pareció adorable. Era tan distante de la Shiori que conocía. Fue como un atisbo a la persona sumisa y asustada como un conejito que había detrás de la máscara.

    Quería sentirla. Toda. Porque ella le había dado luz verde para hacerlo.

    Apretaba. Estaba jodidamente apretada. La sensación lo recorrió como una repentina descarga eléctrica. Gimió, el primer sonido proveniente del fondo de su garganta que podía asemejarse más a un gemido en toda la noche.

    —Joder Shiori—repitió casi sin aire. En algo que se asemejó más a un jadeo que a palabras.—De verdad quieres esto.

    Cabrón.

    Claro que lo quería.

    Ella lo quería. Su cuerpo lo gritaba. Era más que bienvenido allí. Presionó un poco más pero no había necesidad real de ser mucho más brusco. Encajaban como piezas de un mismo puzzle. Parecían estar hechos el uno para el otro, Dios. No quería ser brusco, no quería que el lobo hambriento que habitaba dentro de sí se apoderase de él porque probablemente la tomaría y la haría sostenerse sobre sus manos y sus rodillas, le agarraría esa mata de cabello negro, las víboras oscuras, y le enseñaría como follaban los animales.

    Pero el perro era tierno a diferencia del lobo. Era leal al humano. Era leal a su fuego.

    Un fuego en que quería consumirse.

    Estaba dentro.

    En ningún momento desde que la conoció se había planteado que eso fuese siquiera posible. La había evitado, la había esquivado y rechazado su compañía. Su carácter huraño negándose a creer que alguien como ella quisiera estar con alguien como él. Las chicas buenas no salían con chicos malos. Pero él no era un chico malo. Era una oveja disfrazada de lobo.

    A diferencia de ella.

    Estaba dentro de Shiori Kurosawa.

    En la misma enfermería en la que había estado a punto de estarlo esa mañana. Los músculos de sus hombros se tensaron cuando se inclinó nuevamente sobre el delicado cuerpo de Kurosawa. Le besó la boca, la oreja, el cuello y al llegar a su hombro... lo mordió. Clavó los dientes allí, sobre la piel tierna y ardiente. No apretó hasta el punto de lastimarla porque no buscaba causarle dolor pero sí buscaba marcarla. Fue el impulso del animal que tenía dentro. Posesivo. Dominante. Deslizó la lengua después recorriéndola casi tortuosamente y volvió a besarla.

    Qué le dieran a todo, Shiori Kurosawa era suya. Qué le jodieran al puto cuervo.

    Si tan solo supiera que el cuervo no estaba interesado en ella en lo absoluto... ¿actuaría menos o más posesivo?

    Su respiración se volvió más pesada y brusca a medida que lo hacían sus movimientos. Permitía retirarse sin abandonarla para deslizarse nuevamente con fuerzas renovadas dentro. Ansioso, posesivo. Aprovechó la libertad de sus manos para acariciar sus muslos y separarlos aún más. Para sujetarlos entre sus manos con firmeza. Era toda suavidad. No importaba lo mucho que Kurosawa pretendiese recuperar el control en esa situación. No lo tenía. Y lo tuvo aún menos cuando su boca encontró lugar entre sus generosos senos y dispuso de ellos a su gusto ahora con la usencia del sujetador. La boca le quemaba. Todo él quemaba. Toda esa situación era como haber desatado el infierno. Estalló en llamas y deseó consumirse en ellas hasta perder el último atisbo de razón.

    La camilla chirrió bajo los movimientos. Deslizó las manos hasta atrapar las muñecas de Kurosawa y posteriormente entrelazar de nuevo sus dedos con ella, manteniendo sus manos apretadas contra el colchón. No le bastaba estar dentro. Quería sentir el mínimo pedazo de su piel en contacto. Quería sentir la electricidad correr libre por su cuerpo, desatada y errática.

    Hasta que no quedara nada de él.
     
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    sHE'S POISON ON MY LIPS

    I'M A BAD, BAD MAN I'LL SEE YOU IN HELL

    MY SOUL IS BLACK AND BLUE FROM ALL THE DAMAGE DONE


    Aprovechando este spoiler, me descojono con Shiori insultándolo mentalmente en este contexto particular darling what's up with that
    Shiori Kurosawa

    Tragó grueso, incluso ahora que había quitado el cable del enchufe de su propia mente, que se había forzado a no ser nada más que una bestia con tal de proteger los fragmentos más vulnerables de sí misma.

    Cariño.

    El kitsune cerró las mandíbulas con más fuerza. No iba a permitir que escapara, ni por asomo.

    No había espacio para errores de esa clase.

    No.


    Quería acariciarlo con ternura, quería ser suave y cálida, pero no ahora. No allí. La parte más errática de sí estaba desatada, no había vuelta atrás.
    Lo había hecho, empujarlo hasta que no tuvo otra opción, cerrarle posibilidades y caminos, arrinconándolo hasta que se le lanzó encima.

    Siempre hacía lo mismo, ¿cierto? Todo el tiempo en diferentes contextos, no podía evitarlo, no sabía cómo hacer las cosas de diferente forma. No hacía más que arrastrar a la gente consigo, negándose a dejarlos ir.

    ¿Cómo mierda iba a verle la cara al día siguiente, sabiendo que habían terminado follando en la enfermería?

    Vaya pregunta estúpida.

    Más tarde puedes levantar la máscara del suelo.

    Volverás a ser la Shiori que todos conocen.

    O peor.


    ¿Había pensado en llegar a eso desde el primer momento, así de macabro era el funcionamiento de su mente? No estaba segura ya, el motivo para aproximarse ahora le resultaba difuso, ilegible, como una mancha de tinta corrida en una hoja. La mancha azul difuminada en el lienzo impoluto.
    Lo que no podía negar era que en el fondo había una clara intención de ser notada por él, de que la reconociera.

    Y vaya que lo había hecho.

    Ahogó un suspiro en su boca cuando volvió a buscarla, ansioso, desesperado, mientras se colocaba en medio de sus muslos.
    Se separó para mirarla de nuevo, el maldito cabrón, pero esta vez no se vio en la capacidad de reclamar nada, no cuando estaba envuelta en llamas. Le arrancó el aire de los pulmones en cuanto lo sintió abrirse paso dentro de ella y el sonido que brotó de sus labios fue más parecido a una queja que los anteriores, incluso cuando su cuerpo estaba más que preparado para recibirlo la intromisión se le antojó extraña de primeras cuentas.

    Era imbécil además, ni siquiera se lo había dicho, ¿cierto? Que en su puta había hecho eso, pero ni siquiera parecía recordarlo ella misma. El deseo y la impaciencia le impidieron pensarlo hasta ese momento.

    Sintió que la sangre le subía al rostro en cuanto lo escuchó gemir de verdad por primera vez toda la puta noche y cuando las palabras, parecidas a jadeos, le llegaron a los oídos. Sintió que iba a derretirse.

    Deja de remarcar cosas obvias, maldito idiota.

    Prácticamente boqueó por aire, allí bajo su cuerpo.
    Estaba hecho, joder. Estaba hecho, le había entregado todo al brusco de Hiroki Usui… y lo haría hasta el cansancio, sin dudar siquiera.

    Era esa clase de animal.

    Esa puta desquiciada, ciertamente codiciosa.

    Y de repente le encantaba, porque era lo que le había asegurado eso.

    Sentirlo entre sus piernas.


    Cuando se inclinó sobre ella para la besarla, lo rodeó con los brazos y por pura inercia, se aferró a él, casi enterrándole las uñas en la espalda. Un nuevo gemido surgió de sus labios cuando la mordió por fin, marcándola, deslizando la lengua en el mismo lugar. Al final su boca fue lo que la hizo guardar silencio de nuevo.
    No le duró demasiado, ciertamente, no fue capaz de contener los gemidos que brotaban de su garganta, uno tras otro, cada vez que volvía a internarse en ella y recorrió sus senos con la boca.

    Cuando dispuso de ella a su antojo.

    Sus caderas instintivamente buscaron acompasarse a sus movimientos, eran los putos instintos del cuerpo haciendo su labor.
    Fue un reflejo, cuando lo sintió sujetarle las muñecas intentó zafarse, tozuda como podía ser, pero tampoco tenía mucho remedio, no si estaba bajo su peso, si la tenía allí sujeta, sintiendo cada centímetro de ella.

    Joder.

    No.

    No.

    Para, Shiori.


    La voz le brotó como un jadeo sin permiso alguno a la vez que presionaba sus manos entrelazadas.

    —Hiro. —De nuevo, sin siquiera darse cuenta, intentó zafarse de su agarre un instante, no podía controlar del todo esa parte de sí que se sentía atrapada, pero había llamado a su nombre de aquella manera ansiosa, cargada de necesidad, y de nuevo sus palabras cedieron a las peticiones de su cuerpo, que lanzaba señales mezcladas—. Más.

    No.

    Mierda.

    Deja de ceder.

    Sus caderas volvieron a reaccionar, apretándose contra él.
    Ya no lograba conectar sus palabras con su cerebro abrumado, la electricidad que él había enviado a su cuerpo había provocado un cortocircuito, fundiendo hasta la última de las conexiones que le permitían pensar con claridad.

    Estúpida, para de una vez.

    Repitió su petición, su exigencia, su súplica, lo que fuese. Habló justo en su oído con la respiración pesada y dolorosa colándose en esa única palabra.

    >>Más.
     
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    Yugen

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    No había pensado en eso.

    Ni siquiera se le había pasado por su puta cabeza sobrecalentada. Aquella que tenía sobre los hombros, aquella que buscaba y devoraba una y otra vez la boca y los senos de Shiori con las ansias de un animal hambriento.

    No había dejar un solo pedazo de piel sin tocar.

    No se lo había planteado, no había preguntado y aunque ella no lo hubiera siquiera comentado la culpa le atravesó el pecho como una daga cuando aquel gemido más similar a un quejido, a una protesta de dolor, emergió de la garganta de Kurosawa en mitad de las respiraciones agitadas y turbulentas. Su cuerpo se tensó de forma instintiva.


    Joder.

    No.

    No mierda, no.


    Realmente no había sido muy cuidadoso impulsado como estaba por su propia excitación, pero tampoco había sido brusco. No había querido ser brusco. Podía no ser su primera vez pero era la primera vez con Shiori y no quería ser un cabrón insensible. No podía serlo. Su ansiedad, la desesperación y la excitación de ella le habían nublado la mente hasta el punto de pasarlo por alto. ¿Qué pasaba con eso? ¿Era virgen? ¿No había hecho eso nunca? ¿No se había tirado al puto cuervo?

    Puta mierda.

    Era un imbécil.

    Das asco jodido idiota.

    Quiso disculparse pero no lograba encauzar sus palabras de forma correcta. El calor y la humedad de su interior rodeándole y apretándose contra él dándole aquella tan ansiada bienvenida no le dejaba pensar una mierda. Tampoco podía detenerse. Simplemente no podía. Su cerebro parecía haber entrado en piloto automático.

    Joder si hacía tiempo.

    Joder si se sentía bien.


    Pocas veces se había sentido tan acogido y cuidado antes de conocerla. Él, que solo era un chaval de diecisiete torpe y huraño con problemas. Que ella entrara en su vida, que se colara por todas y cada una de las rendijas por mucho que trató de rechazarla, que anidara en el corazón de ese lobo terco y solitario... fue como volver a respirar tras haber estado sumergido mucho tiempo. Volver a ver la luz del sol tras una noche prácticamente eterna.

    Ella era sí.

    Posesiva, controladora.

    Pero era cálida como el fuego de una hoguera. Conciliadora, cuidadosa e incluso tierna. Y otras veces quemaba y ardía como un auténtico incendio sin control.

    Todo lo que había pasado tras que el cuerpo del cerdo de su padre dejara de moverse bajo sus manos manchadas de sangre estaba difuso. Era una niebla casi opaca en algún lugar de sus pensamientos.

    La calle fría. Las luces de neón. La indiferencia de la gente.

    Esas imágenes no importaban ahora, allí, con ella. En esa jodida enfermería del Sakura Gakkuen. Nada realmente importaba cuando estaba con ella.

    —Shiori—volvió a gemir ronco, casi sin aliento y volvió a aumentar la cadencia de sus movimientos. Profundos, cargados de una ardiente intensidad.

    La camilla chirrió.

    La besó. La besó en cada pedazo de piel que tenía a su alcance, cada tramo de carne tierna y nívea como si así pudiese disculparse o compensar todas las veces que había sido un imbécil. El puto cuervo no la había tocado. Se había entregado a él, y solo a él, porque así ella lo había querido.

    Porque a ella le había dado la gana.

    El lobo posesivo soltó un gruñido de satisfacción en algún lugar de su mente. Las uñas de ella recorriendo su espalda, clavándose en la piel hasta dibujar pequeños surcos le arrancó un gruñido casi feral y lo llevó nuevamente a esa habitación de departamento en Shibuya. A esas noches difusas.

    >>Hi-kun<<

    Ahora no, joder.

    Cállate.

    Aprovechó el momento en que arqueó como un gato la espalda para asirla con fuerza, incorporarla y sentarla sobre sus piernas. Respiraba con pesadez, casi jadeando y el cabello cenizo se le pegaba a la frente debido al sudor. El ambiente se había tornado opresivo y asfixiante y estaba impregnado del aroma del sexo.

    Casi era difícil respirar.

    Ahora ella quien estaba sobre él. Hiroki apoyo las manos en su cintura, firme, y la miró a los ojos. A ese mirada tan intensa y opaca. No la estaba sujetando pero necesitaba seguir tocándola, cada mínimo tramo de piel, lo atraía como un imán. No le bastaba con solo estar dentro de ella.

    Ni de coña.

    Quería más.
    Era lo que quería ella. Lo que había estado buscando tantas veces y había perdido en todas las ocasiones esa noche. Control. Él sabía de ese animal controlador que dormía dentro de sí aguardando en silencio. Ese que gruñía con salvajismo cada vez que era dominado, acorralado. Derrotado. La lucha se tornaba encarnizada pero cuando menos lo esperaba, sin venir a cuento, el lobo volvía a poner la correa en su mano.

    Estaba al límite de todas formas.

    Ni de coña iba a aguantar.

    —¿Quieres más? ¿Eh?—le preguntó y la voz emergió como un ronroneo peligroso del fondo de su garganta. Le llenó el cuello de besos húmedos, de pequeñas marcas rojizas. Y entonces empujó con brusquedad sus caderas hacia arriba—.Ven a buscarlo Shiori.

    Estaba al límite.

    ¿Realmente le había dado control... o solo quería ver cómo de ansiosa estaba realmente?

    Puto lobo. Quizás también tenía una mente macabra.
     
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    Zireael

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    Shiori Kurosawa

    Incluso cuando había cedido, cuando había derribado cada ladrillo de su muralla, había una parte de sí que se negaba a ser dominada, era parte de la máscara pero al final se había fundido con ella e incluso la verdadera Shiori, aquella que podía sentir con fuerza, que podía llorar, enfurecerse o amar, no gustaba de ser controlada. La molestaba, la sacaba de quicio.

    Era, en el fondo, lo que la conectaba no solo a Katrina Akaisa, sino a Altan Sonnen. Era cierto que Sonnen no había hecho nunca nada más, pero había sido el primero en sujetarle las manos de aquella manera y en parte por eso había retrocedido. Pero no era momento de estar pensando en el puto Altan y su sed de poder absoluto.

    Le gustaba sostener las correas.

    No llevarlas en el cuello.


    Era una dueña bondadosa, obviamente, y bastante terca puesto que no se apartaba ni siquiera cuando le arrancaban un trozo de carne de una mordida, cuando desobedecían a sus órdenes o tenía que ceder a los caprichos de sus bestias. Ningún animal se va del lugar en el que se siente amado, donde tiene alimento y calor, por mucho que cueste que se dé cuenta de ello.

    Lo que la movía era el terror, ¿no? Ataba a los demás a ella porque no quería perder. Le había bastado una pérdida para darse cuenta de que no quería eso nunca más, en tanto pudiera evitarlo.

    Rojo.

    Azul.
    Naranja.

    Ámbar.

    Había un color que se había colado en la paleta desde el momento en que él la beso en la mañana, un color que había mantenido fuera hasta el último minuto, negándose a dejarlo entrar. El rojo podía ser dos cosas, ira o placer.
    No valía la pena preguntar qué representaba en aquel momento, aunque había representado ambas en un solo día.

    Se le erizó la piel cuando lo escuchó de nuevo, su nombre brotando de su garganta como un gemido ronco.

    Eso.

    Sigue llamando a mi nombre de esa manera.


    De nuevo los besos. Los jodidos besos, ahora en cada centímetro de piel que alcanzaba. Era como arrojar un puñado de brasas en cada lugar que posaba los labios y maldita ella si no lo recordaba al día siguiente con absoluta precisión.

    Se le detuvo la respiración un instante en cuanto lo sintió asirla con fuerza e invertir los lugares, después de que se lo había negado toda la noche. Chocó con su mirada de inmediato, oscurecida, y fue consciente por primera vez de las hebras de cabello que se le pegaban al cuerpo, del flequillo oscuro adherido a su frente.

    Dios, mañana iba a estar putamente muerta.

    “¿Quieres más?”.


    El reguero de besos en su cuello y aquel movimiento brusco volvieron a arrancarle un gemido del fondo de la garganta.

    “Ven a buscarlo Shiori”.

    Era un puto cabrón.

    Y aún así flaqueó.


    Tomó su rostro entre sus manos y lo besó, un beso completamente diferente a los demás, considerablemente más suave, casi cálido. En cuanto volvió a separarse dejó otro en su mejilla y uno más sobre el flequillo pegado a su frente, la misma clase de beso protector que él se permitió darle incluso en ese maldito desastre.

    Los dos eran unos idiotas.

    Aún así, luego se deslizó a su cuello mientras reiniciaba el movimiento de sus caderas sobre él, dejó varios besos húmedos y recorrió su piel con la lengua.

    Era suyo.

    —Has sido un cabrón toda la noche —murmuró entre suspiros ahogados, dejando otro beso en su cuello—. Así que tan siquiera me voy a tomar una libertad.

    Pellizcó su piel con los dientes y succionó, marcándolo. Deslizó la lengua sobre la marca rojiza.
    Buscó una de sus manos, separándola de su cintura y la subió a su pecho, haciendo que lo rodeara.

    >>Tócame. —Otro murmullo ahogado, repitiendo lo que él le había dicho hace rato—. Tócame.

    Pasaba de un extremo al otro, sin puntos intermedios.

    Aumentó el vaivén de sus caderas, a pesar de que sentía que el aire no le llegaba a los pulmones. Quería sentirlo así, profundo, brusco en su interior. Hasta el maldito cansancio, hasta que quemara.
    No era tonta, sabía lo resentidos que iba a sentir los músculos al día siguiente.

    Joder, estaba tan cerca.

    Una onda de calor le abrumó los sentidos, como si el kitsune hubiese liberado su aliento ígneo sobre su cuerpo, abrumador, inclemente. Un gemido prolongado surgió de sus labios, mientras apretaba las caderas contra él, deshaciéndose a su alrededor.

    Dejó caer la cabeza pesadamente sobre el hombro de Hiroki, con la respiración descontrolada, pesada. Volvió a buscar sus labios, para dejar un beso casi casto en ellos, antes de volver a recostarse en su hombro.

    Dios.

    Le temblaban las piernas.
     
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    Yugen

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    Hiroki Usui

    Podía ser y no ser un cabrón al mismo tiempo. Podía decidir serlo e inmediatamente después podía decidir no serlo. El verdadero Hiroki no era más que un cachorro necesitado de cariño que se derretía como el hielo sobre una llama viva.

    El beso casi tierno lo tomó por sorpresa pero no se lo negó. Ahora que parecía haberle cedido algo del control que le había negado toda la noche Shiori parecía haberse calmado. Haberse permitido liberarse de su ansiedad, de esa animal que gruñía al sentirse atrapado y acorralado bajo su cuerpo. Lo marcó. Como él había hecho. Con sus dientes, con su lengua.

    Lo selló como suyo.

    Shiori—murmuró en un jadeo contenido y la ansiedad inconsciente le hizo impulsar su caderas contra las suyas mientras ella reiniciaba los movimientos sobre él y la sentía húmeda, terriblemente húmeda, caliente y apretada.

    Y se sentía jodidamente bien.

    Hiroki se dejó hacer repentinamente sumiso. Le permitió tocarlo como quisiera. Sin quejas, sin reproches. El lobo era suyo, era su perro obediente y podía hacer con él lo que le diera la puta gana.

    La tocó, por supuesto. ¿Cómo mierda rechazar una petición como esa? Era una súplica ansiosay al mismo tiempo una de esas órdenes implícitas, esas que buscaban ser acatadas sin peros. El cuerpo de Kurosawa se había rendido, sus caderas prácticamente se movían solas buscando las suyas y el sonido del choque de la piel, de las respiraciones agitadas y pesadas, los jadeos y los gemidos eran perfectamente audibles en el silencio de la noche.

    Era una burbuja donde solo existían ellos, el calor hirviente que sacudía cada mínima fibra de piel y el placer avasallante y compartido.

    —Shiori—repitió viéndola allí, sobre él, desatada. Sin máscaras, buscando más. Y más. Y más. Todo lo que él pudiera darle. Tenía una facilidad inmensa para hacerle perder la maldita cabeza. Apretó su seno entre su mano derecha y deslizó el pulgar sobre el botón rígido, necesitado. El oxígeno casi no le llegaba a los pulmones, mucho menos parecía llegarle al cerebro. Contuvo un gemido ronco y la voz emergió del fondo de su garganta con urgencia—. Mierda... Te amo. Joder, te amo.

    Te amo.

    En eso se resumía todo.

    El lobo huraño y torpe estaba locamente enamorado del ardiente e inestable fuego humano.

    La tensión de su interior presionándose contra él se hizo demasiado difícil de soportar en cuestión de segundos. Su cuerpo gritaba por desatarse, los músculos tensos casi se quejaban, agotados, cansados, pero la adrenalina lograba opacar el dolor. Gimió, un gemido ronco proveniente del fondo de la garganta, casi animal y se liberó por fin cuando ella lo hizo.

    Respiraba como si hubiera estado a punto de ahogarse. El cabello cenizo aún más revuelto, el flequillo pegado a la frente... la piel de ambos perlada de sudor. Aceptó su beso casto y le permitió apoyar la cabeza en su hombro.

    Exhausta.

    Ambos estaban exhaustos.

    La rodeó con los brazos con el corazón amagando por darle un infarto. Un abrazo protector como si ahora al verla desnuda y sin fuerzas hubiera sido consciente de lo frágil que era en realidad y quisiera protegerla del mundo oscuro de afuera.

    Joder, si quería cuidarla.

    Subió una mano por su espalda y le acarició con suavidad el cabello, casi con mimo. Las hebras negras, onduladas y húmedas por el sudor se deslizaron entre sus dedos. Era extraño, pero ese mínimo gesto se sentía incluso más íntimo de todo lo que acababan de hacer. Tenía un significado distinto, un sigficado implícito que probaba que aquello no había sido meramente un puñetero polvo.

    Era mucho más, mucho más que sexo. No sólo se habían unido sus cuerpos, se sentía como si el latido de sus corazones se hubiese sincronizado. Como si fuesen un solo ser.

    Hundió el rostro en su hombro. Sabía que no podían quedarse allí, que aquella era la puta enfermería de la academia. Pero sentía el impulso, casi la necesidad, de mantenerla abrazada, de no soltarla. Como si sintiese que ahora que todo había pasado ella fuese a alejarse de él o desaparecer entre sus dedos como agua.

    Sus palabras sonaron como un murmullo bajo, culpable, mientras su respiración turbulenta buscaba calmarse.

    —Perdóname Shiori—susurró y se pegó más a ella. Sus hebras grises se mezclaron con el negro—. He sido un puto imbécil.
     
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    Zireael

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    Estaba absolutamente exhausta, solo intentar pasar aire a los pulmones le parecía un esfuerzo colosal. Prácticamente le dolía respirar, pasar saliva, moverse.
    En su puta vida había sentido el cuerpo así de sensible.

    Y aún así no podía sacarse de la cabeza su voz diciendo su nombre de aquella manera.

    La volvía loca.

    Y encima...

    "Te amo".

    Permaneció allí, entre sus brazos, con la respiración acelerada y dolorosa comenzando a regularizarse gradualmente. Sin embargo, cuando le acarició el cabello dio un respingo, casi como un gato huraño, pero se dejó hacer y cuando él hundió el rostro en su hombro reaccionó por fin, abrazándolo. Presionándolo contra su cuerpo con fuerza.

    Tenía miedo, absoluto terror, ahora que el placer abrumador había dado tregua, que estaba agotada y sensible, no sabía qué hacer con él. Con el Hiroki que le había soltado que la amaba y estaba allí, disculpándose. Por un instante había tenido miedo de que desapareciera como humo, pero ahora tenía miedo porque estaba allí. Porque la acariciaba casi con mimo, porque pretendía esconderla del mundo entre sus brazos.

    Y quería que lo hiciera. Que la ocultara de todo, del eterno miedo y el dolor sordo.

    Pero no sabía pedir ayuda.


    Y de repente también tenía miedo de sí misma.

    Pero levantó la máscara, sin dudar siquiera, la levantó no para evitar lo que ya era obvio, sino para no soltarse a llorar como una niña allí después de lo que había pasado.
    Se aferró con más fuerza a su cuerpo.

    —De verdad que eres tonto —murmuró, con el rostro oculto en el hueco entre su hombro y su cuello—. No hay nada por lo que debas pedirme perdón.

    Se separó de él con cuidado, volvió a tomar su rostro entre sus manos y le estampó un nuevo beso en la frente, cálido y conciliador. Apenas unos segundos después se deshizo con cuidado de su agarre en torno a su cuerpo.

    >>Puedes soltarme, cariño. No iré a ninguna parte, te lo prometí en la mañana —susurró mientras prácticamente desenredaba sus cuerpos, para sentarse en el borde de la camilla—. No voy a dejarte solo.

    Se retiró el cabello del rostro con un movimiento de mano y cuando sintió que ya no iba a irse de bruces al suelo, levantó su ropa. Se vistió de nuevo, allí frente a él, con movimientos lentos y pesados.
    No quería separarse de él, no quería irse, deseaba poder quedarse a su lado y dormir allí entre sus brazos, pero eso era lo que había.

    Levantó la chaqueta de él del suelo también y sin pedir permiso de nada, se la puso a pesar de que estaba sofocada.
    No tenía el calor de su cuerpo ya, pero era suya y olía a él.

    Senpai.

    No.


    —Hiro. —Lo llamó, por primera vez de forma consciente, sin honoríficos, sin nada, permitiéndose acortar su nombre. No se giró para mirarlo—. Abrázame.

    Era casi una súplica.

    >>Abrázame todos los días. —Se envolvió en la chaqueta ajena, sintiéndose tan estúpida y vulnerable que daba vergüenza—. De verdad... Me gustaría.

    Joder, tenía que regresarle la llave a Katrina, ¿no?
     
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    Yugen

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    Hiroki Usui

    ¿Desde cuando no había experimentado tanta calidez? No la referida al calor de su cuerpo perlado de sudor si no a un calor menos tangible. Ese que ella le trasmitía con sus gestos, con su voz, con su sola presencia. Con los momentos en los que se permitía ser vulnerable y con los momentos en los que actuaba como la rara posesiva que era. Hiroki Usui nunca había experimentado el amor... al menos no con tanta fuerza, al menos no hasta ese momento.

    No así.

    Había olvidado lo que era.

    Él, el lobo solitario, el tipo huraño, ese que gruñía en vez de hablar había encontrado un lugar genuinamente cálido en el mundo. Y cuidaría de él como si su vida dependiera de ello.


    La vio vestirse con movimientos cuidados, sin prisas. Ahora que la ansiedad y la libido no le nublaban el juicio podía tomarse unos segundos para detallarla. La curvas sinuosas, la figura delgada y estilizada, su piel nacarada besada por la luz de la luna y la tenue iluminación de afuera. Él no hacía cumplidos porque sí, no le gustaba la complacencia barata. Pero no había dicho una sola mentira cuando lo mencionó.

    Preciosa.

    La boca se le secó ligeramente cuando vio la marca rojiza sobre su hombro, esa que habían hecho sus propios dientes y boca. Ese impulso salvaje que le había nacido de dentro, que ella le había permitido liberar.

    Se habían marcado mutuamente, grabándose en la piel del otro.

    Como animales.
    Ambos eran dos bestias posesivas de todas formas.

    Algo en él no quería que terminase esa noche. Algo en él quería abrazarla y dormir en esa cama... pero era la puta camilla de la enfermería de la academia. Soltó un suspiro que sonó más como un bufido, terco, y se pasó una mano por el cabello cenizo y húmedo.

    Y en ese momento la escuchó. Su voz suave llamándole. No era como si no le hubiera prestado atención desde el primer momento, como si no la hubiera seguido con la mirada cuando se separó de él como un perro guardián. Un vigía atento. Sus ojos ámbar no perdían detalle de absolutamente nada.

    Se le escapó una risa por la nariz.

    ¿Qué haces tonta?

    La chaqueta le quedaba algo grande. Le inspiró ternura, calidez, un sentimiento casi protector y se incorporó de la camilla. Tiró el preservativo usado y anudado en la papelera y se colocó los pantalones antes de acercarse. Se apegó a su espalda y la rodeó con suavidad con sus brazos, estrechándola contra él.

    Abrázame.

    —Debiste decírmelo Shiori—le susurró. No sonó como un reproche si no como un suspiro casi condescendiente—. Que era la primera vez que hacías esto.

    Hubiera sido más cuidadoso incluso si en su cuerpo no había espacio para ser tierno. Se hubiera asegurado de que estaba cómoda. Hubiera elegido un lugar mejor, joder. Si tan siquiera pudiera pensar en esa clase de cosas.

    Abrázame todos los días.

    Sonaba tan inocente, tan sincero... había tal necesidad y súplica en su voz. ¿Por qué no había notado antes que él no era el único que se sentía solo? ¿O lo había notado y por eso la había dejado entrar? ¿Le había había permitido cruzar sus murallas emocionales porque en el fondo ella era exactamente igual que él?

    Quería quedarse allí. Pero ni de coña.

    Buscó en el bolsillo del pantalón y extrajo su móvil con una mano. La otra la mantuvo aferrada a Kurosawa sin soltarla, abrazándola como ella le había pedido que hiciera. Colocó la pantalla de tal forma que pudieran verla ambos. La luz blanca le hizo fruncir el ceño y entrecerrar sus ojos acostumbrados a la penumbra.

    Tsk.

    >>Son casi las cuatro de la madrugada—casi bufó con hastío. Solo pensar que ese día tenían clase le quitaba las ganas de vivir. Dejó un beso sobre su cabeza y guardó el móvil en el bolsillo trasero del pantalón—. Anda, paso a por una soda de la máquina y te acompaño a casa.

    Su voz sonó suave, cuidadosa, protectora. Nunca en su vida se había tomado la libertad se sonar tan relajado, tan calmado. Irónicamente sonaba como un hermano mayor a pesar de todo lo que acababa de pasar en esa camilla.

    Se apartó para tomar del suelo la camiseta y colocársela. Se había dejado los guantes tirados en el pasillo.

    >>Te espero fuera si tienes que devolverle la llave a Akaisa.
     
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    Insane

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    [​IMG]


    Se deslizó dentro luego de cerciorarse de la soledad del espacio con aquel letrero que dictaminaba ser la enfermería, reparando la vista en una de las camillas del sitio. Parecía que las sábanas habían sido cambiadas al estar perfectamente aseadas.

    Eso le agradó, no era tan imbécil como para acostarse en una camilla que tenía la probabilidad de ser usada con cualquier otro fin, dato suministrado por uno de sus amigos que solía hacer uso, diferente al que traía en la cabeza, que en este caso era dormir. Aprovechando el frío viento que se colaba por una de las ventanas abiertas.

    Se dejó caer boca arriba en la suave colcha luego de tirar su chaqueta en uno de los asientos, tapándose los párpados con su antebrazo izquierdo mientras escuchaba música por los audífonos que había puesto en sus oídos en el transcurso del caminar por los pasillos.

    Si alguien le llega, no me quejo (?)
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Tenía suerte de que Kohaku fuera una persona sumamente resolutiva, pese a dar la constante impresión de andar volando entre las nubes. Le consultó a un estudiante dónde quedaba la enfermería en tono calmo y recibió la información de inmediato. Si se hubiese abalanzado sobre alguien sin medir sus reacciones o palabras, puede que le hubiera jugado en contra. Al final, tenía sangre de pato y una capacidad increíble de pensar con la cabeza fría.

    Siempre le había dado esa sensación, sin embargo. Kohaku no parecía apasionarse por nada en la vida.

    Arribaron a la enfermería con cierto apuro, golpeando la puerta en el proceso, y el muchacho sentó a Anna en un taburete mientras buscaba en las gavetas que la chica le indicara con la punta del dedo. La enfermera no estaba pero tuvieron suerte de que aquella Academia se organizara bastante similar al instituto donde Anna asistía antes. Kohaku encontró un inhalador y unas medicinas, que Hiradaira ensambló con movimientos automáticos y se lo llevó a la boca. Una, dos, tres veces. Su respiración se regularizó sin contratiempos y Kohaku le acarició la cabeza, soltando un suspiro de alivio.

    —¿Algún día dejarás de asustarme, enana? —le reprochó, suave—. ¿Cómo es que nunca tienes el inhalador encima? Si serás despistada.

    Anna no respondió, sólo fue consciente de la fuerza con la cual se estaba aferrando al borde de la mesa y la dejó ir. Era cierto, siempre se lo olvidaba y no era algo que hiciera adrede; no es como si disfrutara esos ataques o le gustara causar escenas así. Lo detestaba, de hecho. Lo detestaba de forma tal que podría gritar, patear y salir corriendo. Dejó el inhalador sobre la mesa con movimientos calculados, como si estuviera haciendo un esfuerzo titánico por no arrojarlo contra la pared, y se quedó quieta.

    Kohaku la observó desde arriba y levantó la mano de su cabello lentamente, sin dejar de sonreírle aunque ella no lo estuviera viendo.

    —¿Vamos a almorzar?

    Anna suspiró, se pasó una mano por el rostro y se incorporó, girándose en redondo hacia la puerta. No permitiría que nadie viera las lágrimas que habían saltado de sus ojos sin permiso.

    —Gracias, Kohaku —murmuró, en voz queda y algo ahogada.

    Ishikawa estuvo a punto de seguirla cuando se le dio por echar un vistazo al resto de la enfermería, por si había alguien descansando cuando ellos entraron como una tromba y... sí, efectivamente. No sólo eso, sino que...

    —¿Tsun-tsun? —tanteó, acercándose a la cama donde Natsu estaba recostado, y se tomó todas las libertades del mundo para sentarse al borde y echarle un vistazo a su rostro—. ¡Ah! Eres tú, Tsun-Tsun. Qué coincidencia~ No sabía que venías aquí.

    Se lo notaba divertido y sorprendido. Anna había permanecido junto a la puerta viendo la escena, mordisqueándose el interior de la mejilla. ¿Debía ir primero, sin Kohaku? Dios, se moría de nervios. No tenía idea cómo enfrentar a los demás. Se llevó una mano a la boca para cortar los pellejos que había detectado entre tanto movimiento nervioso y aguardó, en silencio. Había oído el revuelo, las voces de Konoe, Jez, Emily, incluso Altan. Los había oído y sólo le perforaban el cuerpo.

    Mira que tener un ataque allí, en medio del pasillo, frente a todas esas personas.

    Mira que tener por fin un buen día, luego de tanta mierda, sólo para que tu cuerpo te arroje sin miramientos a los recuerdos monstruosos del veinte de octubre.

    Había que estar bien cagada.


    no me quedó muy en claro si Konoe se metió a la enfermería con ellos o se quedó con Emi esperando en el pasillo, así que por las dudas no la incluí. Cualquier cosa edito <3

    Also Insane natsu te hablan we
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Tenía una mente brillante pero no se podía ser bueno en todo. Y si en algo fallaba Konoe Suzumiya era en los deportes y en cualquier actividad que implicase esfuerzo físico. De cualquier forma la carrera hasta la enfermería desde la planta baja no había sido larga, aunque la preocupación, la ansiedad y los nervios de la situación la hacían sentir como si la que se ahogaba con su propia respiración fuese ella misma.

    Asma.

    Hinchazón y estrechamiento de las vías pulmonares. Podía ser producida por efecto de alérgenos, cambios en el clima, emociones intensas o actividad física.

    Necesitaba comprobar que estaba bien. Necesitaba asegurarse de que estaba sana y salva.

    —¡Anna-san!—exclamó con urgencia, con un tono algo más agudo de lo usual. Fue casi una especie de grito ahogado.

    Llegó con tal ansiedad que se apoyó en la puerta de la enfermería, evidentemente alterada, sin notar que Anna estaba allí. Estuvo a punto de llevársela por delante.

    Dios que desastre.

    La idea era que estuviera con ellos pero esto también es súper accurate *le hace pat pat a su hija*
     
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    Insane

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    Se frotó los párpados con pesadez al escuchar el maldito ruido de los idiotas que habían entrado en medio de su siesta, como si fuese ese lugar quién sabe qué, menos una enfermería. Se incorporó y comenzó a deslizar sus filosas pupilas ámbar de uno en uno, hasta que dio con Kohaku, el cual vio al principio borroso pero cuándo escuchó lo cantarino del Tsuntsun, identificó el único sujeto que lo llamaba así.

    —¿Kohaku? —murmuró suavizando el ceño fruncido que se había pronunciado.

    Se sentó en el borde de la camilla, masajeándose sus propios hombros.

    <<No sabía que venías aquí>>

    —Ya lo sabes entonces —respondió—. ¿Qué te trae por acá? —cuestionó seco, buscando con parsimonia las manos del chico con la mirada, creyendo que el ruido provocado en la enfermería se debía a los amigos de éste, pero se terminó encontrando con una chica que no conocía, y la otra que parecía estar metida hasta en la sopa.

    Puff, las probabilidades de sentirse en paz se le hacían nulas.
     
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    Amane

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    La profesora acabó entrando no mucho después así que tanto el chico como yo tuvimos que atender a las clases, o en mi caso, al menos fingir que lo hacía. Al menos había conseguido un motivo para mantenerme despierta hasta el almuerzo.

    Cuando el timbre sonó, la resaca prácticamente parecía haber perdido efecto ante las inminentes acciones que vendrían. Joey y yo siempre habíamos seguido esa teoría, la de que un buen polvo te ayuda a quitarte la resaca, y siempre nos había funcionado.

    Por supuesto, antes de nada me coloqué al lado del chico y deposité un beso sobre su mejilla, a modo de despedida, antes de salir del aula junto al pelirrojo. El paripé de enseñarle la academia fue gracioso hasta que finalmente la tensión fue inevitable y acabé llevándolo al siempre confiable armario de enseres del gimnasio.

    Descubrí así la capacidad del lobo de fuego.

    Conseguí salir del gimnasio antes de que este se llenase demasiado y mis pasos acabaron dirigiéndome hacia la enfermería. No tenía expectativas de que estuviese tan concurrido, a pesar de la lluvia, así que no me había dignado a intentar ser presentable.

    Aún así, lo cierto es que me tiré a la primera camilla que vi, sin prestar demasiada atención a mi alrededor, llevándome los brazos detrás de la cabeza.

    —Vaya, vaya, cuanta gente enferma hoy~

    *sips vodka*
     
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  17.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    El calor le subió hasta el rostro de golpe y dio un respingo al oír la voz de Konoe llamándola con aquel apuro. Su cuerpo se tensó, y no fue capaz de mover un músculo hasta que la tuvo frente a ella. Dios, qué vergüenza. Arrugó el ceño y desvió la mirada, sujetándose de sus propios brazos con fuerza; como si temiera que la vieran temblar. Quería irse a la mierda, no podía soportar que la vean así. Tan expuesta, tan vulnerable, tan endeble.

    Como la Anna en la que se había convertido, esa mera sombra de la chica que alguna vez fue.

    La Anna que jaló y jaló de la cuerda hasta arruinarlo todo, la que usó violencia, escupió veneno y arrasó con fuego todo a su paso. La que ignoró los cantos de sirena y, cuando tuvo la oportunidad de sostener una mano al borde del abismo, no lo hizo.

    Y el asma sólo era el precio que estaba pagando por todos sus errores.

    Pero Konoe no tenía nada que ver, ella bien lo sabía.

    —Y-ya volvamos —farfulló, tropezándose con sus palabras, y en medio del apuro no prestó atención en llamar a Kohaku.

    Sin embargo, vio cómo la chica rubia de la noche anterior, esa que parecía ser amiga de Suzumiya, entró de repente a la enfermería y se tumbó sobre una cama. Anna volvió su atención hacia Konoe y su semblante se relajó.

    —Es amiga tuya, ¿cierto? —Giró su atención en dirección a Alisha—. Eh, ¿estás bien?

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    Le otorgó una sonrisa cálida a Natsu, con los ojos cerrados y la cabeza ligeramente ladeada, antes de responder a sus dudas con voz suave pero animada.

    —Me transferí con una amiga. Es agradable ver tantas caras conocidas en tu primer día —anotó, volviendo la mirada un instante hacia Anna para comprobar que se había reunido con una de las chicas del pasillo—. ¿Cómo andan los chicos? Hace mucho no sé de ellos. ¿Consiguieron una ganga o ya no les da la pasta para la buena~?

    Ahí estaba, la sonrisa angelical a pesar del filo que podían tener sus palabras. Pareció recordar de repente el lugar donde se encontraban y su expresión se contrajo en una mezcla de sorpresa y preocupación.

    —Ah, espera, ¿qué haces aquí? ¿Estás bien? —murmuró, inclinándose ligeramente hacia él para apenas tocar su hombro con los dedos—. ¿Te duele algo?
     
    Última edición: 27 Agosto 2020
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Al menos Anna parecía estar bien. Viva, y eso era quizás suficiente. Su ansiedad no se calmó del todo dado que parecía estar profundamente abochornada por la situación. ¿Era educado inmiscuirse? Deseó decirle que no era su culpa, deseó poder calmar el estado de ansiedad en que la encontró, pero fue incapaz de formular palabras.

    Probablemente decir cualquier cosa o preguntar solo enaltecería su culpabilidad.

    El alivio le recorrió el cuerpo como agua tibio un día particularmente caluroso y se llevó la mano a su pecho para tratar de serenar los latidos casi erráticos de su corazón. Turbulentos, agitados. Cerró los ojos y suspiró.

    Calma. Calma. Todo está bien.

    Gracias al cielo Anna-san.

    No podía ni imaginarse lo angustiante que debía ser incapaz de respirar. Sentir como los pulmones ardían por el esfuerzo y la falta de oxígeno mientras sentías como la muerte te pisaba los talones con cada fútil bocanada. Debía ser aterrador. Ella, que amaba intensamente la vida, que disfrutaba como una niña pequeña de cada pequeña cosa y detalle que tenía para ofrecer, sintió pavor. Quiso acercarse y abrazarla, estrecharla entre sus brazos hasta disipar su ansiedad, pero se retuvo a sí misma antes de dar un paso. Viendo su estado probablemente la compasión sería contraproducente. Decidió dejarle espacio.

    Al menos quería asegurarle que no estaba sola.

    ¿Qué le había dicho la noche anterior?

    >>No hay nada mal en ti Anna-san<<

    Lo pensaba. Lo creía con todas sus fuerzas.

    Ni siquiera tuvo tiempo para fijarse en el resto de personas congregadas. El joven del cabello azul, el maleducado tatuado. Pero su cuerpo se tensó de súbito, todos y cada uno de sus músculos, cuando vio aquella figura en particular abrirse paso. La vio caminar despreocupadamente y echarse en una camilla con las manos detrás de la cabeza. Todo en su pose indolente indicaba que no estaba allí por malestar.

    Alisha-san.

    Pero Dios, ¿cómo lidiaba con tal facilidad con la resaca?

    El ambiente le resultó opresivo repentinamente, asfixiante, como si buscara arrancarle el aire de los pulmones. ¿Por qué el destino se cebaba con ella de esa forma? Agachó la mirada cuando Anna le cuestionó con aquella inocencia casi pueril, completamente ajena a su turbulencia interna. ¿Eran amigas? ¿Podía denominar su relación una amistad después de lo sucedido? Definitivamente no eran nada más allá de eso. Y jamás lo serían.

    Apretó los labios hasta que casi formaron una fina línea.

    ¿Por qué todo era tan jodidamente complicado? ¿Por qué se sentía tan estúpida e insegura? Siempre había sido como una hermana mayor para Alisha. Era el ancla, la voz de la razón. Hestia. Pero en ese instante el suelo seguro sobre el que solía pisar se había desestabilizado y resquebrajado bajo sus pies. El fuego que supuestamente manejaba se había vuelto en su contra y se había terminado quemando. No era un maldito Fénix, ¿era siquiera capaz de renacer de sus cenizas?

    Rodeó su cuerpo con un brazo sosteniendo el antebrazo del contrario a modo de un improvisado escudo.

    —Mmh—asintió a pesar de todo y se permitió una sonrisa frágil, insegura cuando volvió a mirarla.

    Mentira.

    Ya no estaba segura de nada.
     
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  19.  
    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    <<Vaya, vaya, cuánta gente enferma hoy>>

    ¿Otra más?


    Refunfuñó de forma inconsciente. Debía comenzar a probar en el gimnasio, la cafetería, los pasillos. Quizá todo estaba al contrario y los sitios que deberían ser los más concurridos terminarían siendo los más desahabitados.

    No se consideraba un antisocial, pero... El clima estaba para aprovechar.

    —Hmp —siseó en respuesta, volviendo su atención a Kohaku al escucharlo hablar.

    El niño tenía algo que lo hacía sentir tranquilo, pese a conocerlo un poco.

    —Nos seguimos reuniendo en el mismo sitio —informó con simpleza—. Ya sabes que ellos siempre están atentos a que llegues por allá con los bolsillos llenos —murmuró pese a no estar envuelto directamente en el consumo—. ¿La subiste de precio acaso? —le miró de perfil—, ¿o por qué no has ido a verlos?

    Buscó con parsimonia en el bolsillo derecho de su pantalón y sacó un bombón que había comprado antes de llegar a la enfermería, quitándole el envoltorio para meterselo a la boca.

    —Solo estaba tratando de dormir un rato —le respondió, escudriñándolo por un momento— luego apareciste con —miró a las niñas presentes por un breve instante—, esas.

    No las conocía, sin embargo...

    Se la sudaban.
     
    Última edición: 27 Agosto 2020
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    —Oh, sí, lo sé, pero he cambiado un poco la rutina. No voy realmente si no me contactan, perdía mucho tiempo. Además, el negocio se está expandiendo. —Una sonrisa ligeramente pícara le adornó el rostro y comenzó a balancear las piernas; todo en él transmitía tranquilidad y liviandad—. De cualquier forma, debería pasarme uno de estos días. Son buena onda.

    Y le haría bien, a decir verdad. Cualquier contacto que le permitiera distraerse y calmar su corazón inquieto le haría bien. Mientras menos pensara en ello, mejor.

    Volvió la cabeza hacia la reunión femenina que se estaba dando en la entrada de la enfermería y una risa fresca, baja, vibró fuera de su boca.

    —Ah, perdona, Tsun-tsun. —Se rascó la nuca, algo apenado, y luego apoyó ambas manos sobre sus propias piernas—. Anna tuvo un pequeño problema y tuvimos que apresurarnos hasta aquí, ¿podrías disculparla~?

    Unió las palmas frente a su rostro y ladeó apenas la cabeza al sonreírle, viéndolo a los ojos. Así y todo, sin embargo, aunque supiera que había ido allí a descansar y sus planes estaban siendo frustrados, siguió prolongando la conversación porque le agradaba charlar. Kohaku contaba con esa clase de picardía.


    —¿Planeas unirte a algún club?
     
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