Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Como noté que Kashya reparaba en mi libro, me tomé un instante para enderezar la portada en su dirección antes de apoyarlo en mi regazo: Los años de espera, de Fumiko Enchi. Preguntó si había consumido alguna medicación y asentí brevemente, compartiendo su vistazo hacia los gabinetes. Había sostenido una ingesta medida de antiinflamatorios, aunque, en verdad, lo ideal sería tratar el problema de raíz y no los síntomas. Lo estaba aplazando pues no creía ser capaz de ejecutarlo eludiendo el conocimiento de papá. ¿Tenía sentido, de por sí, evitarlo como si fuese un hierro caliente?

    Era casi instintivo.

    —Los hay —convine respecto a la cantidad de analgésicos—. Es curioso que no sea un espacio vigilado.

    Extendió la bolsa hacia mí, la cual acepté tras desembarazarme del libro. Mientras hablaba fui extrayendo su contenido a tientas, pero mis movimientos se ralentizaron conforme comprendía la naturaleza de sus intenciones. Las palabras rebotaron, hicieron eco, se entremezclaron con la voz de Hubert y sentí un ligero temblor rítmico provenir de las profundidades del bosque, como pisadas de gigante que sacudieron el follaje y espantaron a las bandadas de aves. Lo observé todo desde mi sitio, en el centro del lago, y bajé la vista a mis pies. Temía que el hielo se rompiera, lo temía y, al mismo tiempo, lo anhelaba tanto.

    No había esperado ni remotamente que Kashya me obsequiara algo por este evento espontáneo. Frente a ella no sentía una marcada necesidad de conservar la compostura, aunque no sabía hasta dónde era consciente del hecho. Algo se removió en mi pecho, en lo más hondo de mi corazón, y el tumulto alcanzó a reflejarse tenuemente en mi semblante, como las olas que acarician la costa. Parpadeé, muda, y por fin agaché la mirada a los objetos que ya se encontraban en mi mano.

    Había quitado dos, a sabiendas de que quedaban más. Eran pequeños chocolates finamente trabajados para asemejarlos a libros. Una sonrisa involuntaria surcó mis labios, fue bastante amplia y vino acompañada de una risa, breve y suave. Acerqué el obsequio a mi rostro, apreciando los detalles de los dulces, y acaricié la caja con el pulgar sin siquiera pensarlo. Era tibio, agradable, y quise relajarme en esa sensación. Quise acercarme a esos chispazos de fuego sin el temor crudo, primordial, a derretirme y desaparecer.

    —Son preciosos —murmuré, eché un vistazo a la bolsa para comprobar que los demás fuesen iguales, y miré a Kashya—. Son preciosos, gracias.

    Decenas de personas, momentos e imágenes desfilaron por mi mente a velocidad, y me di cuenta que llevaba mucho tiempo sintiéndome segura a su lado. Leíamos juntas, hacíamos la tarea, íbamos a clases, conversábamos. Quizá no conociéramos nuestra vida y obra al detalle, pero Kashya era una presencia constante en mi vida y eso no... no me asustaba. No temía contaminarla, ni que ella me rompiera. Mis dedos tamborilearon suavemente sobre los chocolates y los hice a un lado, junto al libro. Dubitativa al principio, extendí ambos brazos hacia adelante.

    Sí.

    —¿Me darías un abrazo? —pedí, en voz baja.

    Era instintivo.
     
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  2.  
    Amane

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    —Están las cámaras grabando, aunque parece bastante fácil engañarlas —comenté, girando apenas el torso para mirar mejor las cámaras en cuestión—. Supongo que la directora confía demasiado en nosotros... o quizás no le importe lo suficiente.

    No era algo que me preocupase especialmente, de todos modos. Le entregué la bolsa que había traído tras aquella pequeña charla y recogí las manos, ahora libres, sobre mi regazo. Me mantuve en silencio mientras ella examinaba el contenido que había dentro, observando con detalle cada uno de sus movimientos. En un principio me pareció notar algo extraño en su expresión, pero si de verdad hubo algo, ello fue tan ínfimo y fugaz que bien podía haber sido cosa de mi imaginación. La sonrisa que se le formó tras descubrir los chocolates fue más persistente, por lo que pude estar segura de que estaba ahí y... la verdad es que fue lindo recibir aquella reacción por su parte.

    >>Son muy bonitos, sí —concordé, inclinándome apenas en su dirección para mirarlos algo más de cerca, incluso si mi opinión ya se había formado cuando los compré—. De nada.

    Después los apartó junto al libro y vi como abrió los brazos. No comprendí sus intenciones hasta que me preguntó si podía abrazarla, y aunque el asunto me pilló algo desprevenida, no dudé ni un segundo en aceptarlo. Me incliné hasta poder rodear su cuerpo con mis brazos, permitiendo al mismo tiempo que ella hiciera lo mismo, y si bien era cierto que no era ninguna experta en la práctica, creía saber la suficiente teoría como para hacerlo bien. Nunca había iniciado un abrazo y pocas veces había correspondido a los que me habían dado, pero a decir verdad, en ninguna de esas ocasiones había sentido una calidez similar a la de ese momento.

    Quizás no entendiera muchas cosas de las relaciones sociales, pero estaba segura de que aquella sensación tan agradable en mi pecho era algo bueno.

    Cuando por fin nos separamos, no me alejé demasiado de ella. No lo hice porque decidí acomodarme a su lado en la camilla como si nada, pasándome la sábana por encima de las piernas para quedarme posicionada de manera prácticamente idéntica a ella.

    >>¿Te está gustando? —cuestioné, señalando el libro que, por supuesto, había mirado más en detalle cuando me mostró la portada al principio.

    pero qué bonitas son por favorrrrrr
     
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    Gigi Blanche

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    —Probablemente no le importe —musité, imitando su movimiento hacia las cámaras.

    Quizá los dispositivos estuviesen allí por mera intimidación y ni siquiera revisaran las grabaciones con constancia. No lo sabía a ciencia cierta y tampoco me interesaba lo suficiente. ¿Debía, considerando que había pretendido postularme a la presidencia del consejo estudiantil? Solté el aire por la nariz y regresé la vista a Kashya. Esa, como tantas otras cosas, sólo había sido una más de nuestras hipocresías.

    Solicitarle un abrazo a Kashya nunca había entrado en mis planes. A ciencia cierta, no recordaba haberle pedido un abrazo a nadie nunca. ¿De dónde surgió el impulso? No estaba muy segura. Ella accedió, lo hizo con tanta resolución que no me dio tiempo a cuestionarme nada, y apenas me envolvió con sus brazos sentí un peso elevarse lejos de mi cuerpo. Tomé mucho aire, exhalé por la nariz y abrigué su espalda, cerrando los ojos. Era... relajante, ¿verdad? El silencio de la habitación, la tibieza que emanaba de las ventanas, el tacto ajeno. Las personas descansaban, de sus agobios y sus fantasmas, en situaciones como estas.

    Le permití retroceder, apenas encontré sus ojos le sonreí y, habiendo deslizado las manos por sus hombros, le acomodé unos pocos mechones blanquecinos de regreso. Kashya, sin embargo, manifestó intenciones de sentarse a mi lado y le dejé espacio, abriendo la sábana para que colara las piernas dentro. Quedamos prácticamente hombro con hombro y la imagen me causó un dejo de ternura que disimulé.

    —A decir verdad, acabo de empezarlo —admití, ofreciéndoselo para que lo husmeara según le apeteciera, y traje sobre mi regazo una de la cajita de chocolates—. ¿Los compartimos?


    me las como :(((

    por si Kashya lee la sinopsis o algo, te dejo el link a goodreads
     
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  4.  
    Amane

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    Asentí un poco con la cabeza ante la afirmación final de Bleke, pues yo también creía que esa era la situación más probable de las dos. Quizás aquello no hablara muy bien de la directora que se suponía que tenía que cuidarnos mientras estuviéramos en la escuela, pero una vez más, la realidad era que no me causaba especial preocupación. El abrazo que compartimos después fue cálido, también silencioso, y aunque no tenía mucha experiencia con ese tipo de gestos, podía afirmar con toda seguridad que era el mejor abrazo que había compartido nunca.

    Tras separarnos, dejé que la chica me acomodara el pelo sin inmutarme demasiado, y una vez hice el amago de moverme en su dirección, ella levantó la sábana para facilitarme el acceso a su lado. Era evidente que aquellas camillas estaban pensadas para una sola persona, pero las dos éramos bastante menudas y conseguimos acomodarnos sin mucho problema, incluso si acabamos un poquito apretujadas.

    Asentí con la cabeza cuando me dijo que acababa de empezar el libro, entendiendo que no tuviera una opinión demasiado formada al respecto e esa situación, y leí la sinopsis del mismo tras haberlo aceptado entre mis manos. El resumen me pareció interesante, por lo que me anoté mentalmente el nombre para poder buscarlo después, y volví a apartarlo con cuidado, pensando que con casi toda seguridad a Blee también le gustaría.

    —Sí, me da curiosidad el sabor —admití tras volver a mi sitio, habiendo deslizado la vista hacia la cajita que ahora había sobre su regazo—. ¿Has recibido más dulces esta semana? Emi y Ken se lo han tomado muy en serio, ¿sabes? Bueno... toda la escuela se lo ha estado tomando muy en serio, ¿no te parece?
     
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  5.  
    Gigi Blanche

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    Durante el tiempo que Kashya se tomaba para recoger e inspeccionar el libro, yo me limité a mirarla con una expresión relajada. Detallé el puente de su nariz y las sutiles ondas de su cabello, los reflejos que pintaban el lienzo blanquecino. Fui consciente de su existencia, de su cercanía, y también de su calidez. Me permití reconfortarme en ello. Transcurridos algunos segundos, recogí los chocolates y propuse lo evidente: comerlos juntas, al menos un par.

    Ella accedió, a lo cual me permití una pequeña sonrisa y comencé a abrir el empaque con movimientos serenos.

    —Joey me trajo unos dulces ayer —respondí, deshaciendo el lazo—. Era un rejunte de chocolates y caramelos, y me dijo que podía pedir un deseo.

    Quizá debiera cuestionarme la naturaleza de mis vínculos y mis afectos, o quizá debiera dejar de pensarlo tanto todo y aceptar que yo, también, podía ser humana. Exhalé por la nariz y extraje el pequeño cartón donde reposaban los chocolates uno junto a otro, como si fuera una repisa de libros. La presenté frente a Kashya, a la espera de que eligiera uno, y la miré a los ojos.

    —¿Tú? Asumo que Hodges-san te ha obsequiado algo. ¿Tu hermano también?
     
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  6.  
    Amane

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    —¿En serio? —murmuré, levantando la vista de la cajita para buscar su rostro—. Se nota que te aprecia de verdad. ¿Crees que se va a cumplir tu deseo?

    No había ninguna base científica para creer que los deseos pedidos a estrellas fugaces se cumplían, mucho menos sería probable si se lo pedía a un montón de dulces que alguien pretendía regalarle, pero podía entender las buenas intenciones del muchacho y, por lo tanto, yo también quería contribuir un poco a la pequeña fantasía. Además... no sabría definir con exactitud de dónde venía aquel pensamiento, pero quería creer que todos los deseos de Bleke se cumplirían, sin importar lo que pasara.

    Miré durante unos cuantos segundos el chocolate que Blee me presentó, analizando con detalle el aspecto de cada librito individual, y al final coloqué mi dedo índice sobre el tomo rosa que había en uno de los extremos, el que era más fino de los dos.

    >>Emi sí, mi hermano no. Creo que me va a llevar a merendar a algún sitio este fin de semana, aunque a mí no me importa mucho que no me haya regalado nada. Emily también quería prepararte algunos a ti, por cierto, pero se quedó sin ingredientes... ella me ayudó a elegir estos a cambio.

    Y cierro por aquí as well <3 muchas gracias por dejarme caerle a la niña, it was very very sweet and it made me happy poder darle un regalito con Kashya, que la quiere un montón aunque muchas veces no sepa expresarlo uwu me resultó super adorable y yo las quiero mucho también ;;
     
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  7.  
    Zireael

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    Había que reconocer que tenía cierto grado de responsabilidad en la hecatombe que había estallado por fin, se me ocurrió cuando vi los mensajes de Ko y esta mañana, cuando saliendo del baño de la primera planta, vi a Cayden meterse a la enfermería como una sombra y con cara de que no haber dormido tres días. ¿Qué había sido la cagada ahora? ¿La cantidad de información? ¿La información en sí? Si no le decía lo de Alisha el estúpido seguro dejaba todo tirado y subía corriendo para encontrarse el numerito en vivo y a todo color. Apelé a su autoconservación, pero el resto se desbarató.

    Igual era entre simpático y deprimente como uno el día anterior me había pedido que cuidara al otro y al siguiente los papeles estaban invertidos, era de alguna manera como si jugaran al pulso entre sí sin siquiera saberlo. Se soltaban y a la vez no y yo llevaba metido en esto desde hace años, comenzaba a plantearme pedirles un sueldo. De cualquier forma, me quedé en la puerta del baño unos segundos antes de cumplir con la solicitud (y la decencia mínima como amigo) y caminé hacia la enfermería.

    Apenas unos pasos antes de entrar lo escuché murmurando para sí, no tardé en darme cuenta de que era una canción y supuse que así como en el Hibiya hace días, trataba de regularse. No parecía estar resultando, pero me recordé a mí mismo diciéndole que hablara con Kohaku porque le hacía bien y lo ayudaba a aclarar ideas, claro que no había manera de hacer a Cay hablar del problema con parte del problema en cuestión. Esto estaba destinado a ser un cagadero desde el inicio.

    Al entrar lo vi plantado ante la cristalera, esculcando lo que hubiese sin hacer ruido más que con su murmuro, y si notó mi presencia no dijo nada. Traía el cabello esponjado que daba gusto, me di cuenta después, y supuse que no se habría esmerado mucho en domar la mata de pelo que poseía, ya mucho estaba haciendo estando aquí presente en cuerpo aunque no en espíritu. Su mochila estaba tirada de cualquier manera junto a una camilla.

    —¿Todo bien, Cay? —Su canción se detuvo de inmediato y lo oí suspirar.

    —Todo lo bien que puede estar uno cuando Alisha elije hincharte los huevos, así que ya puedes imaginarlo —contestó sin detener sus movimientos—. Para ser un cualquiera me restriegan muchas cosas en la cara, ¿has visto?

    Bueno, bueno, ¿y ese check de autocompasión? Como el reverendo culo.

    —Supongo que sí, te culparía por reaccionar, pero a mí también me saca canas de todos colores.

    —¿Qué quieres, Arata?

    —Ver cómo estás y ya —contesté sin ponerme a dar vueltas—. Parece que Altan te pegó la depresión que cargaba cuando nos llamaste la otra vez.

    —Diría que se siente parecido y ahora me cuestiono cómo el pobre imbécil duró más de un día. Me agarró tarde para ser solidario con él —escupió de mala gana y después soltó una risa amarga—. ¿Te has parado a pensar en las porquerías que esta gente tiene sin supervisión? Si quisiera sedar un caballo quizás podría hacerlo...

    —¿Y el caballo está aquí con nosotros?

    It's more like the elephant in the room.

    —¿Cuánto traes, Cayden? —pregunté en un susurro, acercándome a la camilla donde estaban sus cosas.

    —¿Ahora eres policía? ¿Detective privado? —replicó, ácido.

    Siempre era así, se ponía mucho más grosero cuando algo le dolía, pero ahora yo no tenía tiempo para andarme con tonterías, justo como cuando tuve que llevarlo de regreso a su casa cuando andaba descontrolado post-caída de los chacales. Lo sacara de quicio o no, tenía que regular esto hasta donde pudiera hacerlo y si daba muchos rodeos solo estaría dándole tiempo para irse de cabeza en la mierda. No era un ningún maestro del control de impulsos.

    —No, pero te conozco.

    Sure, I'm the ticking bomb and shit. Quedé para almorzar con alguien y quisiera conservar mis facultades mentales más o menos intactas, quite surprising I know, así que puedes quedarte tranquilo —contestó en un murmuro hastiado y tomó unas pastillas, tenían pinta de ser ibuprofeno común y corriente.

    —¿Me dirás qué pasó o tendré que jugar a las charadas?

    —Pues estalló lo que tenía que estallar, ¿qué quieres que te diga? Tú me dejaste ir una de las bofetadas, así que haz dos más dos, Mishi, yo qué sé. Me duele la cabeza. —Se quejó antes de bajarse el medicamento sin agua ni nada y de haber podido pegarle un portazo al mueble, asumí que lo habría hecho, pero se limitó a regresar el blíster a su lugar—. No estaba en mi bingo card discutir con Kohaku, eso te lo digo, aunque ni sé si llamarla discusión. Sin dudas no fue un debate calmado y lógico, eso está claro. ¿Te parece que sea demasiado cerrado, Arata?

    Tampoco estaba en la mía que se sacaran todos los trapos al sol, pero el mundo estaba lleno de sorpresas. Mira que si tenía que apostar, habría puesto todas mis fichas en Cayden perdiendo la pulseada contra sí mismo primero, pero ahora no tenía claro el orden de los eventos.

    —Pues... —dudé de forma visible y él arrugó la cara, así que acabé hablando en tropel—. ¡Comunicativo no eres, eso seguro! Lo demás no sé, no me mires, no soy buen margen para nada. Aunque, Cay, ¿no te sugerí que dejaras de resistirte?

    —¿A qué supuestamente? —preguntó antes de dejarse caer en la camilla más cercana, haciéndose un ovillo.

    Tomé aire y me pregunté si debí... si no debí haber dicho nada, porque era cierto que esto tenía que pasar, pero solo Dios sabría ahora si habría sido igual de caótico. Puede que sí, todo lo que involucraba a este chico acababa siéndolo y aunque la calma de Ko era resistente, no era infinita ni debía serlo, como tampoco tenía que ser infinito el amor de Cay. Pensando en eso avancé, me senté en el borde de la cama y apoyé la mano en su costado, brindándole una caricia por encima de la sukajan. No era muy idealista ni positivo respecto a nada en la vida, pero una parte de mí siempre había querido pensar que estos dos podían aprender el uno del otro. Fuese de amor, de calma o de amistad a secas y... No lo sé, esperaba no estar equivocado.

    Esperaba que Yako no hubiese cometido un error.

    Pero, Dios, este niño... este niño era un reto inmenso.

    —A sentir —murmuré—. Habla, deja de guardarlo todo, no te ha servido de nada desde que te conozco, ¿no fuiste sincero conmigo hace algunas noches? A la larga sientes que sanas, pero no es así y tu silencio, niño, también hace daño. Hace daño a quienes te quieren y te hace daño a ti porque empiezas a aislarte sin darte cuenta de que estás dejando a los otros afuera. Quiero decir, si quieres dejarme fuera no me ofendería y a ti tampoco te quitaría mucho el sueño, pero sé que es diferente con él. Siempre fue diferente.

    No dijo nada, claro, sacó la sábana de un movimiento y pretendió taparse parte del cuerpo. No me hizo falta verle la cara para saber que debería tener el ceño fruncido.

    —¿Puedes cuidar a Ko? —pidió en un murmuro—. No cuidarlo, tú entiendes, solo echarle un ojo. No hace falta que me cuentes nada, es solo...

    —No tienes a quién más pedírselo. Ya sé, ya sé. —Suspiré con pesadez, lo zarandeé un poco y me levanté. No era del todo cierto, allí estaba Hiradaira y tal, pero entendía que no quisiera meter a más gente en un embrollo como ese y yo era la opción más coherente en términos de confianza y demás—. Sí, hombre, como siempre. Duerme un rato, Cay. Sé que te duele, que estás triste, pero el mundo no se ha acabado por pelearnos con nadie. Tengo experiencia en el tema, así que confía un poco y respira, si necesitas algo llámame.

    Hizo un sonido afirmativo y no creí que pudiera hacer la gran cosa por ahora, así que lo dejé allí y cerré la puerta tras de mí. Si nadie llegaba, al menos estaría en silencio algunas horas.


    llevo acá una eternidad JAJAJA y pues nada, relleno cuz why the fuck not
     
    Última edición: 29 Agosto 2025
  8.  
    Amane

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    Después de todo buen subidón, venía el peor bajón conocido por la historia de la humanidad; y yo, definitivamente, estaba padeciéndolo. Al parecer, el primer par de horas de clases había sido la experiencia más entretenido de mi vida, hasta el punto de hacer que me preguntase cómo era que nunca las disfrutaba tanto, pero con el pasar de las horas, me fui acordando de los motivos de mi odio. La dura realidad me fue alcanzando con cada vez más intensidad, y para cuando me quise dar cuenta, el receso me pilló completamente derretida contra el pupitre.

    ¿Por qué estaba siendo aquello peor que una resaca de verdad?

    Me levanté de mi asiento a duras penas, gimoteando adolorida durante todo el proceso, y ni siquiera me digné a coger mis pertenencias, más allá del móvil que, de todos modos, siempre tenía pegado a la mano. El trayecto hacia la enfermería se me hizo eterno, tanto que hasta pensé en rendirme a medio camino y dormirme en... ¿la sala de computadoras? Era una desgracia que los únicos sitios cómodos estuvieran en las plantas más bajas.

    Por suerte, logré llegar a mi objetivo sin morirme por el camino y, no lo dudé ni un segundo, me dejé caer directamente sobre el primer colchón que vi, el que había más cerca de la puerta. Hundí el rostro contra la almohada y dejé salir un gruñido, entre agotado y placentero. ¿Y si me quedaba dormida lo que quedaba de día? Los profesores entenderían que había tenido un bajón de azúcar, ¿cierto...?
     
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  9.  
    Gigi Blanche

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    Tocaba la revisión semanal de inventario, o al menos así la había bautizado Taichi, o al menos eso habría sido si lo hubiese escuchado cuando me lo pidió. Llevaba bastante rato rompiéndome los huevos con el asunto y entre seguir aguantando sus lloriqueos o volver a meter la nariz en la gaveta de medicamentos, pues prefería arriesgarme a que la directora empezara a trazar patrones. Intentaba disimular lo rutinario de mis visitas a la enfermería espaciándolas entre días azarosos o montándome el show. Un día me dolía la cabeza, luego el estómago, luego la tercera pestaña del ojo derecho.

    Entendía que esta porquería sin vigilancia era un pozo de oro, pero el que se jugaba el pellejo era yo, ¿o no?

    Me había quedado matando el tiempo cerca del primer piso, también, para no ir siempre a la misma hora los días que tocaba el receso. Estaba escribiéndole mensajes muy emotivos y llenos de afecto a mi querido mejor amigo cuando noté de soslayo que abrían la puerta de la enfermería. Mis intenciones de chasquear la lengua murieron a mitad de camino al reconocer la cabellera rosa que se perdió dentro de la habitación, y en su lugar sonreí, instantáneamente divertido. Envié el mensaje así como estaba, por la mitad, y me guardé el aparato en el bolsillo.

    Toqué a la puerta con un par de golpecitos livianos, aguardé un par de segundos y los reinicié. Fui aumentando la intensidad, variando el ritmo y dejando pausas azarosas, sin importarme si respondía de adentro o lo que fuera. No iba a detenerme, básicamente, hasta que me abriera.


    hola, vengo a romper las pelotas :D
     
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  10.  
    Amane

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    Por sorprendente que pudiera parecer, había encontrado una postura muy cómoda ahí, tirada bocabajo sobre la camilla como estaba, y eso inevitablemente provocó que mi malestar inicial se convirtiera en la más pura somnolencia; me estaba quedando dormida, vaya. Poder pasar el receso durmiendo habría sido el escenario ideal, pero por supuesto que el universo no estaba dispuesto a darme ni un pequeño placer durante aquel día tan duro.

    Mi primer instinto al escuchar los golpes fue dejar salir un nuevo gruñido de frustración, asumiendo que la persona entraría tras no recibir ninguna respuesta; si me dejaban en paz mientras hacían lo que necesitasen, me daba bastante igual. Ese no fue el caso, por desgracia, y aunque me hubiese gustado poder ignorarlo, la persona que estaba del otro lado no parecía tener intenciones de dejar de tocar a la puerta.

    —¡Adelante! —grité, levantando un poco la cabeza de la almohada para que se me escuchara mejor.

    ...

    Nada.

    Fruncí el ceño, porque el asunto estaba empezando a tocarme las narices, y de manera bastante curiosa, aquella misma molestia consiguió que me levantase de la cama con parte de mis energías renovadas. Abrí la puerta con algo de brusquedad, sin haber aflojado ni un poquito la unión de mis cejas, y sentí como todas las palabras se me atoraron en la garganta al dar de lleno con la cara de Yuta. Me estaban grabando, ¿verdad? Era una cámara oculta o algo...

    >>¿Qué quieres? —espeté de mala gana, aunque no pude evitarlo y a los pocos segundos rodé los ojos, relajando apenas la postura en el proceso—. A decir verdad, da igual la excusa que te inventes, porque ya sí estoy segura de que me estás persiguiendo porque estás perdidamente enamorado de mí. Podrías disimular un poco mejor, ¿sabes?

    tú nunca, yutarín siempre uwu
     
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  11.  
    Gigi Blanche

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    La secuencia había sido más o menos la que predije. Al principio debió asumir que pasaría, luego intentó darme su autorización desde donde sea que estuviera (¿tirada en alguna cama?) y, finalmente, al pegar la oreja a la madera alcancé a oír la secuencia de sus pasos irritados. Me despegué de la puerta justo antes de que la abriera y, para cuando se encontró con mi rostro, ya había fabricado la sonrisa de niño inocente. Ah, ¿seguía con la tontería de mi enamoramiento? Sí que le gustaba esa historia. ¿Se la contaría a sí misma para darse las buenas noches?

    —Lo suyo cuando vas donde alguien es esperar a que te abran la puerta, ¿no? —repliqué—. Ya te he encontrado tantas veces aquí que pensé era tu casa, Konpecchi. Sí que te gusta dormir. ¿Me dejas pasar?


    Mi intención inicial había sido entrar de todos modos, pero a mitad de camino me arrepentí y preferí esperar a su respuesta, curioso por cuál sería.
     
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  12.  
    Amane

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    Su sonrisa de niño inocente no engañaba a nadie, evidentemente; de hecho, lo único que logró fue que mi fastidio fuera incluso más evidente. El fruncimiento de mis cejas pasó a estar presente en todo mi rostro cuando él empezó a hablar, pues lo miré con una expresión que parecía querer preguntarle "¿qué coño estás diciendo ahora?" a pesar de que no abrí la boca para pronunciarlo en ningún momento. En su lugar, dejé salir un suspiro que se asemejó más a un resoplido y rodé los ojos, dando un par de pasos hacia atrás para permitirle el acceso.

    —¿Eres tonto por naturaleza o solo te gusta aparentarlo por algún motivo? No es mi casa, es un lugar público de la escuela —aclaré, como si no fuera la cosa más obvia del mundo—. Por desgracia, no puedo evitar que entres.

    Volví a la camilla que me había autoasignado sin prestarle especial atención a Yuta, dejándome caer bocabajo sobre la misma una vez más. A los pocos segundos, sin embargo, giré la cabeza para apoyar la mejilla sobre la almohada y busqué con la mirada al chico, solo un poquito curiosa de saber lo que estaba haciendo.

    >>No estoy siempre metida aquí... eres tú el que decide aparecer siempre que quiero tener un poco de paz —me quejé, en aquella ocasión mi tono de voz siendo mucho más parecido al de un berrinche—. ¿Qué se supone que has venido a hacer? ¿Vas a seguir robando cosas, pequeño ladronzuelo? Eso está ahí para la gente enferma de verdad, ¿sabes?
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Vaya, ¿no habría sido más fácil e incluso satisfactorio cerrarme la puerta en la cara? Yo en su lugar probablemente lo habría hecho. La vi retroceder y conservé la sonrisa conforme ingresaba al espacio, murmurando un "permiso" en voz baja. Me comporté como si fuera mi primera vez dentro, observando lo que me rodeaba y habiéndome detenido tras unos pocos pasos. Linda casa, ¿no? Un poco blanca y aburrida para mi gusto, pero lucía limpia, organizada.

    —Yo creo que podrías haberlo intentado, al menos —solté al aire, divertido, y la miré sobre mi hombro—. Pero ya que tanto querías que te visite...

    La vi tumbarse de regreso en la camilla y seguí mi camino hacia el bendito mueble de medicamentos. Me acuclillé, lo abrí y empecé a esculcar; estaba en eso cuando su voz volvió a sonar tras mi espalda. Se me asemejó a una cría de cinco años y me sonreí, entretenido. Toda la primera parte decidí ignorarla y, ante sus preguntas, alcé una caja de ibuprofeno y la agité sobre mi hombro, sin voltearme.

    —Y yo se lo llevo a gente enferma de verdad —argumenté, devolviendo las pastillas a su lugar; no habían renovado el stock de lo interesante, así que cerré la gaveta y me erguí, girándome hacia ella—. Soy como el Robin Hood de la gente enferma, ¿sabías?

    Cuestionable, cuanto menos. No la veracidad de mis declaraciones, sino la pureza de mis intenciones. ¿Era gente enferma? Sí. ¿Intentaba ayudarlos? Claramente no, al menos no en la big picture. Una pequeña parte de los fármacos la reservábamos para uso personal de las ratas, pero incluso eso era para ahorrarnos gastos y no porque realmente no pudiéramos costearlo. Teníamos a Taichi organizando el inventario, después de todo, el puñetero heredero de una cadena hotelera.

    —¿Qué penuria te trajo aquí esta vez? —pregunté, cruzando los brazos y descansando las caderas contra el escritorio.
     
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    Amane

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    Hice un esfuerzo enorme por no volver a rodar los ojos al escucharlo hablar, pues como me permitiera reaccionar a cada tontería que soltaba por la boca, iba a acabar con peor jaqueca de la que ya de por sí tenía. ¿Cómo se suponía que debía intentar evitarle la entrada? La enfermería tenía cámaras y no quería meterme en problemas por su culpa; lo veía perfectamente capaz de ir a quejarse con la directora solo por seguir tocándome las narices, ¿eh? Decidí ignorarlo, pues, y no fue hasta que volví a hablarle desde la cama que, bueno, aprovechó para seguir diciendo estupideces.

    —No vuelvas a insultar a Robin Hood con esa comparación en tu vida, te lo pido por favor —repliqué ofendida, aunque permití que un poco de diversión se me colara en el tono de voz.

    Seguí sus movimientos con la mirada, hasta que por fin se dignó a girarse en mi dirección, permitiéndome buscar sus ojos tras unos pocos segundos. Resoplé un poco cuando me preguntó el motivo de que estuviera aquí y me erguí, alzando también un poco la almohada para tener algo blandito en lo que apoyar la espalda baja.

    >>No es que sea de tu incumbencia, pero te lo voy a decir porque soy una chica muy simpática —informé, arreglándome un poco la falda con las manos—. Parece que me he pasado un poco con el dulce esta mañana y ahora me siento un poco mal... —murmuré, paseando la vista por la sala, antes de volver a su rostro con un ligera sonrisa ladeada—. A ver, señor "Robin Hood de la gente enferma", ¿me vas a cuidar o qué?
     
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    Gigi Blanche

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    —¿Me estás diciendo que no tengo pinta de Robin Hood? —insistí por la gracia, sin elevar demasiado la voz y conservando un tono calmado.

    Seguí sus movimientos en silencio, la forma en que se irguió en su lugar y hasta acomodó la almohada. Para detestarme tanto y no tolerarme ni un poco, sí que se preocupaba por mantener la conversación andando, ¿no? "Porque era una chica muy simpática". Sí, claro. ¿Debía recordarle que había pedido mi cabeza cuando, según ella, arruiné su cita con Shinomiya? Permanecí inmutable, sin embargo, y me entretuve brevemente con lo que sus manos hacían en su falda.

    La resolución de la historia, sin embargo, no tuvo ni una pizca de sentido. Fruncí el ceño, genuinamente confundido, e intenté hacer malabares mentales para... no, seguía sin tenerlo.

    —¿Que... te duele el estómago, dices? —arriesgué, con la ligera sospecha de ir mal encaminado; era la única opción que se me ocurría, sin embargo. Un chispazo me iluminó, recordé el cartel de la planta baja y una sonrisa estiró mis labios, tiñéndose de sorna—. Ah, no me digas. ¿Muchos regalos de la White Week, Konpecchi?

    Su última pregunta me arrancó una risa nasal y descrucé los brazos para mostrarle mi móvil.

    —O llamamos a tu noviecito, mejor. ¿No preferirías que te cuide él?

     
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    Amane

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    —¡Eso es exactamente lo que estoy diciendo! —contesté con total convicción a su pregunta—. Robin Hood es un héroe bueno y tú... tú eres un arruina-citas que se las da de malote por ahí. Robin Hood nunca iría a una escuela como esta, tampoco.


    Después de acomodarme mejor en la cama y explicarle mi situación, Yuta puso una cara que fue la cosa más divertida que pude presenciar en mucho tiempo. Me reí con ganas al verlo, incluso levantando un brazo para señalarlo con el dedo índice, y tras unos pocos segundos logré calmarme, dejando salir un suspiro casi placentero por toda la situación.

    >>No, tonto. Solo estoy cansada —aclaré, negando un par de veces con la cabeza, y al poco rato alcé la barbilla, dedicándole una expresión del más puro orgullo—. ¡Y sí, Yutarín! Quizás sea un concepto muy foráneo para alguien como tú, pero yo le gusto mucho a la gente. ¡Por supuesto que me han regalado muchos dulces esta semana!

    Aquella soberbia me duró más bien poco, sin embargo, pues justo después me mostró su móvil y mencionó a mi "noviecito", lo que me hizo fruncir el ceño con algo de molestia renovada. Primero Akira, ahora Yuta... ¿por qué se empeñaban en burlarse con eso? Tuve el instinto inicial de mandarlo a freír espárragos, por supuesto, pero tras mirar su teléfono un par de segundos pensé... bueno, ni idea; había algo en el tonto de Yuta que me hacía actuar de manera diferente a cómo lo haría normalmente.

    >>Llámalo, si quieres —acabé por decirle, cruzándome de brazos mientras me relajaba contra el respaldo de la cama—. Pero si no responde o rechaza venir, vas a estar en la obligación de arroparme, darme un beso en la frente y contarme un cuento que me haga sentir mejor. Es un trato justo, ¿no crees?
     
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    Gigi Blanche

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    Alcé las cejas, anonadado por la desfachatez. ¿Arruina-citas? ¿Me las daba de malote? ¿Niño pijo? Técnicamente eran todas ciertas, pero...

    —Oye, sí soy un malote —me quejé, sin preocuparme en reformular lo estúpido que sonaba así—. Y me esforcé mucho por ganarme el título, agradecería que no me lo quites.

    Su ataque de risa sólo acentuó mi ceño fruncido y permanecí callado hasta que a la señorita le diera la gana responder. ¿Cansada? ¿Por una... sobredosis de azúcar? Eh, no, seguía sin entenderlo, pero ¿qué ganaba cuestionándolo? ¿Que se riera en mi puta cara? Pasaba. Se vanaglorió de los regalos que había recibido durante la semana y alcé las cejas, asintiendo con la cabeza.

    —Muy bien, muy bien por ti... y por tus amigos, la verdad. No imagino lo que habrías lloriqueado si no recibías nada...

    Ah, ¿la mención del lobito le presionaba los botones incorrectos? Disfruté su nueva cuota de molestia, divertido, y no demostré la sorpresa que sentí al recibir una respuesta opuesta a la que esperaba. Bueno, que no cundiera el pánico, probablemente sólo estuviera haciéndose la dura. Esperé a que terminara de hablar y la sonrisita no abandonó mi rostro ni un instante. Regresé el móvil en mi dirección, lo desbloqueé y me lo acerqué a la boca.

    —Hola, qué tal, estamos con una situación aquí —empecé a decir, con mis ojos clavados en la niña—. Yumemi dice que tiene como resaca de dulces y que se siente mal, y yo dije, hostia, ¿cómo no te lo haríamos saber a ti?

    Me valí del instante de silencio para estirar mi sonrisa con intenciones claramente maliciosas.

    —Así que me dijo que te llame, y que si no venías o no contestabas, que yo me encargara de arroparla, besarla y... ¿cómo seguía, Ri-chan?
     
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    Amane

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    —Owww... ¿Yutarín se ha enfadado porque no reconozco su título autoimpuesto de malote? Qué pena... —me burlé de él nada más recibir su queja, haciendo un puchero con los labios para evidenciar todavía más que me estaba riendo de él.

    Su cara siguió siendo todo un poema incluso después de mi explicación, lo que solo consiguió que volviesen a entrarme ganas de reírme; me aguanté en aquella ocasión, sin embargo. Cuando le dije que había recibido muchos dulces, su respuesta fue... pues bueno, lo que podía haber esperado de su parte. Rodé los ojos cuando dijo que habría lloriqueado de no recibir nada, la estupidez ofendiéndome tanto que tuve que romper mis intenciones de no hacer el gesto más, y poco después vino la mención a Kou.

    Honestamente, no le creía nada.

    Vi como se llevaba el móvil a los labios con una ceja alzada, sin esconder ni una pizca el escepticismo que sentía hacia su escenita. En lugar de llamarlo, tal y como había asumido que haría, empezó a hablarle al micrófono, y el detalle me hizo soltar una risa nasal irónica. Ah, qué cobarde... El asunto seguía sin preocuparme demasiado, pues no creía haber dicho nada que fuera muy incriminatorio, pero entonces decidió hacer la enumeración de turno como le dio la gana y, por supuesto, no pude evitar que las mejillas se me sonrojaran un poco por ello. Podía estar grabándole ese audio a cualquiera, a decir verdad, pero solo por si acaso, me puse de rodillas y le tiré la almohada a la cara.

    >>¡Obviaste especificar que era en la frente, pedazo de tonto! ¡No te quiero cerca de mis labios ni de broma! —espeté, consciente de que estaba bastante más alterada de lo que la situación seguramente ameritaba, y volví a cruzarme de brazos mientras me sentaba sobre las piernas—. Lo otro era contarme un cuento...
     
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    Gigi Blanche

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    —Evidentemente, es una ofensa grave —afirmé, sin inmutarme frente a la forma en que se estaba burlando de mí.

    Más allá de que, en realidad, oírle ese tono de voz y ver el puchero que hacía sí me tocó las pelotas. ¿Qué mierda le pasaba a las tías de esta Academia? ¿No conocían el concepto de autopreservación? Bueno, la otra con sus kinks rarísimos y esta codeándose con Shinomiya. Claro que no estaban enteradas. Y hablando del rey de Roma, pretendí usar su nombre como carta de cambio pero Riamu había amanecido particularmente avispada esta mañana. Sostuve el teatro pese a su cara de "no te creo una mierda" e intenté redoblar la apuesta exponiéndola. Sus mejillas se colorearon y atajé el almohadón con la mano enguantada, sin siquiera haberle echado un vistazo.

    —Ah, que era un beso en la frente, mis disculpas —seguí hablándole al móvil, relajando el brazo—. Dice que no me quiere cerca de sus labios, pero vieras cómo se ha ruborizado... No sé yo si diga la verdad, ¿eh? Hagamos así, me ocupo de averiguarlo y luego te informo el resto de la situación, ¿te parece?

    Le di a enviar, esperé que cargara y regresé el móvil a mi bolsillo tras bloquearlo. Miré la almohada, meneando la cabeza y chasqueando la lengua, y despegué las caderas del escritorio.

    —Konpecchi, que está mal agredir así a tus compañeros de año... ¿No lo hemos hablado ya? —Me senté al borde de su cama y le extendí la almohada, pero antes de que pudiera tomarla la regresé a mi espacio—. Ah, ah, ah. Quiero una disculpa.

     
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  20.  
    Amane

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    No añadí nada más tras escuchar su comentario afirmando lo mucho que le había ofendido con mis palabras, aunque la sonrisilla de pura satisfacción que me bailaba en los labios hablaba por sí sola de cómo me sentía al respecto. ¿De verdad había sido tan fácil? Por supuesto, pretendió devolverme la jugada con la mención de Kou, y aunque en parte sí consiguió su objetivo, nada ni nadie me quitaría aquella pequeña victoria personal.

    Por desgracia, mi almohada no llegó a darle en la cara, algo que me hubiera hecho reaccionar con un puchero si no hubiera sido porque me distraje con las tonterías que seguía soltando por la boca. ¡Me había sonrojado por su desfachatez de omitir detalles, nada más! Quise decirle unas cuantas cosas al respecto, pero que decidiera seguir siendo un sinvergüenza y le dijera (presuntamente) a Kou que pretendía besarme me había estropeado todos los cables.

    Lo miré con los ojos muy abiertos, abriendo la boca un par de veces para intentar decir algo, pero al final desistí y solo me quedé con la mirada fija en su figura mientras se acercaba. Estiré el brazo para intentar recuperar la almohada, aunque por supuesto que él la apartó antes de que pudiera conseguirlo y mi ceño se frunció de nuevo en consecuencia, sintiendo cómo la oleada de molestia inicial me volvía al cuerpo con todavía más fuerza.

    —¡En tus sueños! —espeté de mala gana, levantándome de la cama a trompicones.

    Fui a la camilla que había al lado, cogiendo su propia almohada y usando la misma de escudo, pues la rodeé con mis brazos en vertical; así me tapé la parte inferior del rostro, también.

    >>¿Por qué te gusta tanto meterte conmigo? Eres tan malo... —me quejé, prácticamente en un lloriqueo.
     
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