Como noté que Kashya reparaba en mi libro, me tomé un instante para enderezar la portada en su dirección antes de apoyarlo en mi regazo: Los años de espera, de Fumiko Enchi. Preguntó si había consumido alguna medicación y asentí brevemente, compartiendo su vistazo hacia los gabinetes. Había sostenido una ingesta medida de antiinflamatorios, aunque, en verdad, lo ideal sería tratar el problema de raíz y no los síntomas. Lo estaba aplazando pues no creía ser capaz de ejecutarlo eludiendo el conocimiento de papá. ¿Tenía sentido, de por sí, evitarlo como si fuese un hierro caliente? Era casi instintivo. —Los hay —convine respecto a la cantidad de analgésicos—. Es curioso que no sea un espacio vigilado. Extendió la bolsa hacia mí, la cual acepté tras desembarazarme del libro. Mientras hablaba fui extrayendo su contenido a tientas, pero mis movimientos se ralentizaron conforme comprendía la naturaleza de sus intenciones. Las palabras rebotaron, hicieron eco, se entremezclaron con la voz de Hubert y sentí un ligero temblor rítmico provenir de las profundidades del bosque, como pisadas de gigante que sacudieron el follaje y espantaron a las bandadas de aves. Lo observé todo desde mi sitio, en el centro del lago, y bajé la vista a mis pies. Temía que el hielo se rompiera, lo temía y, al mismo tiempo, lo anhelaba tanto. No había esperado ni remotamente que Kashya me obsequiara algo por este evento espontáneo. Frente a ella no sentía una marcada necesidad de conservar la compostura, aunque no sabía hasta dónde era consciente del hecho. Algo se removió en mi pecho, en lo más hondo de mi corazón, y el tumulto alcanzó a reflejarse tenuemente en mi semblante, como las olas que acarician la costa. Parpadeé, muda, y por fin agaché la mirada a los objetos que ya se encontraban en mi mano. Había quitado dos, a sabiendas de que quedaban más. Eran pequeños chocolates finamente trabajados para asemejarlos a libros. Una sonrisa involuntaria surcó mis labios, fue bastante amplia y vino acompañada de una risa, breve y suave. Acerqué el obsequio a mi rostro, apreciando los detalles de los dulces, y acaricié la caja con el pulgar sin siquiera pensarlo. Era tibio, agradable, y quise relajarme en esa sensación. Quise acercarme a esos chispazos de fuego sin el temor crudo, primordial, a derretirme y desaparecer. —Son preciosos —murmuré, eché un vistazo a la bolsa para comprobar que los demás fuesen iguales, y miré a Kashya—. Son preciosos, gracias. Decenas de personas, momentos e imágenes desfilaron por mi mente a velocidad, y me di cuenta que llevaba mucho tiempo sintiéndome segura a su lado. Leíamos juntas, hacíamos la tarea, íbamos a clases, conversábamos. Quizá no conociéramos nuestra vida y obra al detalle, pero Kashya era una presencia constante en mi vida y eso no... no me asustaba. No temía contaminarla, ni que ella me rompiera. Mis dedos tamborilearon suavemente sobre los chocolates y los hice a un lado, junto al libro. Dubitativa al principio, extendí ambos brazos hacia adelante. Sí. —¿Me darías un abrazo? —pedí, en voz baja. Era instintivo.
—Están las cámaras grabando, aunque parece bastante fácil engañarlas —comenté, girando apenas el torso para mirar mejor las cámaras en cuestión—. Supongo que la directora confía demasiado en nosotros... o quizás no le importe lo suficiente. No era algo que me preocupase especialmente, de todos modos. Le entregué la bolsa que había traído tras aquella pequeña charla y recogí las manos, ahora libres, sobre mi regazo. Me mantuve en silencio mientras ella examinaba el contenido que había dentro, observando con detalle cada uno de sus movimientos. En un principio me pareció notar algo extraño en su expresión, pero si de verdad hubo algo, ello fue tan ínfimo y fugaz que bien podía haber sido cosa de mi imaginación. La sonrisa que se le formó tras descubrir los chocolates fue más persistente, por lo que pude estar segura de que estaba ahí y... la verdad es que fue lindo recibir aquella reacción por su parte. >>Son muy bonitos, sí —concordé, inclinándome apenas en su dirección para mirarlos algo más de cerca, incluso si mi opinión ya se había formado cuando los compré—. De nada. Después los apartó junto al libro y vi como abrió los brazos. No comprendí sus intenciones hasta que me preguntó si podía abrazarla, y aunque el asunto me pilló algo desprevenida, no dudé ni un segundo en aceptarlo. Me incliné hasta poder rodear su cuerpo con mis brazos, permitiendo al mismo tiempo que ella hiciera lo mismo, y si bien era cierto que no era ninguna experta en la práctica, creía saber la suficiente teoría como para hacerlo bien. Nunca había iniciado un abrazo y pocas veces había correspondido a los que me habían dado, pero a decir verdad, en ninguna de esas ocasiones había sentido una calidez similar a la de ese momento. Quizás no entendiera muchas cosas de las relaciones sociales, pero estaba segura de que aquella sensación tan agradable en mi pecho era algo bueno. Cuando por fin nos separamos, no me alejé demasiado de ella. No lo hice porque decidí acomodarme a su lado en la camilla como si nada, pasándome la sábana por encima de las piernas para quedarme posicionada de manera prácticamente idéntica a ella. >>¿Te está gustando? —cuestioné, señalando el libro que, por supuesto, había mirado más en detalle cuando me mostró la portada al principio. Contenido oculto pero qué bonitas son por favorrrrrr
—Probablemente no le importe —musité, imitando su movimiento hacia las cámaras. Quizá los dispositivos estuviesen allí por mera intimidación y ni siquiera revisaran las grabaciones con constancia. No lo sabía a ciencia cierta y tampoco me interesaba lo suficiente. ¿Debía, considerando que había pretendido postularme a la presidencia del consejo estudiantil? Solté el aire por la nariz y regresé la vista a Kashya. Esa, como tantas otras cosas, sólo había sido una más de nuestras hipocresías. Solicitarle un abrazo a Kashya nunca había entrado en mis planes. A ciencia cierta, no recordaba haberle pedido un abrazo a nadie nunca. ¿De dónde surgió el impulso? No estaba muy segura. Ella accedió, lo hizo con tanta resolución que no me dio tiempo a cuestionarme nada, y apenas me envolvió con sus brazos sentí un peso elevarse lejos de mi cuerpo. Tomé mucho aire, exhalé por la nariz y abrigué su espalda, cerrando los ojos. Era... relajante, ¿verdad? El silencio de la habitación, la tibieza que emanaba de las ventanas, el tacto ajeno. Las personas descansaban, de sus agobios y sus fantasmas, en situaciones como estas. Le permití retroceder, apenas encontré sus ojos le sonreí y, habiendo deslizado las manos por sus hombros, le acomodé unos pocos mechones blanquecinos de regreso. Kashya, sin embargo, manifestó intenciones de sentarse a mi lado y le dejé espacio, abriendo la sábana para que colara las piernas dentro. Quedamos prácticamente hombro con hombro y la imagen me causó un dejo de ternura que disimulé. —A decir verdad, acabo de empezarlo —admití, ofreciéndoselo para que lo husmeara según le apeteciera, y traje sobre mi regazo una de la cajita de chocolates—. ¿Los compartimos? Contenido oculto me las como :((( por si Kashya lee la sinopsis o algo, te dejo el link a goodreads