Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Enarcó una ceja.

    Burbujea cuanto entra en contacto con la sangre—respondió a las palabras de Shiori y se permitió esbozar una sonrisa al localizarlo. Lo recordaba—. Agua oxigenada, sí.

    Allí estaba. Un frasco blanco, apenas translúcido. Eso serviría.

    Se apartó de la cristalera y tomó una gasa y un apósito. Debían limpiar la herida y cubrirla para que cicatrizase de forma correcta y no se infectase. Lo más seguro era que lo hiciera un profesional pero allí no había nadie más que ellos. ¿Para que mierda tenían abierta la enfermería, sin vigilancia? Esa cristalera era una bomba de relojería. Cualquier idiota podía suicidarse con una sobredosis de pastillas.

    Nada más cerrar la cristalera, sin embargo, su cuerpo se detuvo como si hubiese chocado contra una pared invisible. La realidad volvió a golpearlo con contundencia. Estaba a solas. Con Kurosawa. En una puta enfermería.

    Le dirigió una mirada de soslayo, apenas asegurándose de que estaba bien. Ella se había soltado el largo cabello negro y ahora este se desparramaba en ondas sobre sus hombros. Había flexionado las rodillas y los cortísimos shorts azules del uniforme dibujaban con perfecta claridad la silueta de sus muslos nacarados, tensos, apretados ahora; sus piernas largas y femeninas.

    Joder.

    Puto uniforme de gimnasia.

    Se aclaró la garganta en un intento por no sentirse un chiquillo torpe y hormonal y le extendió el frasco de peróxido.

    —Aquí—le dijo con la misma voz áspera de siempre. Tal vez por la incomodidad, casi ajena, que le producía la situación—. No lo apliques directamente sobre la herida, usa una gasa o un poco de algodón ¿de acuerdo?
     
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    Tampoco había que ser demasiado listo para notar los cambios en la voz de los demás, mucho menos en la de él. Soltó una risa nasal cuando le extendió el frasco y habló, permitiéndole notar ese cambio.

    Tomó la pequeña botella y también las otras cosas que trajo consigo.

    —¿Esta gasa dices? —preguntó con más suavidad en la voz de lo usual, mientras se sentaba en el borde de la camilla.

    Abrió el frasco, humedeció la gasa y la usó para colocar el peróxido sobre la herida. No ardía como tal, no como el alcohol, y las burbujas extrañas casi daban cosquillas.
    Aún estaba en eso cuando volvió a hablar, dando un par de golpecitos en el espacio a su lado con la mano libre.

    —Anda, siéntate aquí conmigo. —No estaba siendo enérgica como de costumbre, pero era obvio que aquella era otra de sus órdenes indirectas.

    Mientras esperaba su reacción, terminó lo que hacía y colocó el apósito sobre el raspón.
    Balanceó la pierna y suspiró.

    Bueno ya estaba, ¿no? El problema es que no era ese el verdadero motivo por el que Honda había hecho tanto alboroto.
    Ni tampoco por el que Altan había aparecido justo en ese instante.
     
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    Un "Mmh" afirmativo fue su única respuesta cuando Shiori preguntó sobre las gasas. Se había llevado las manos a los bolsillos del gakuran y allí estaba, de pie cuan alto era, esperando a que terminase. No se pondría tan tenso y nervioso con cualquiera, si estaba actuando como un crío era solo por ella.

    Primero el numerito de la mañana, después su posterior reconciliación, ahora eso. Todo parecía buscar unirlos ese día.

    Kurosawa tenía después de todo un poder extraño sobre él, algo que no tenía nadie más, que podía volverlo un cachorrillo torpe y sumiso con solo una palabra. Sí, era exactamente como Honda pensaba. Tenía a ese joven agresivo comiendo en la palma de su mano. Una mano que jamás mordería porque ante todo, era una persona leal y ella le había ofrecido de forma desinteresada su compañía y su cariño.

    Eso hacían los perros.

    Probablemente diría que Shiori no era su tipo de mujer pero aquello no parecía encajar demasiado con su forma de actuar. Tal vez todo era parte de la cercanía emocional, de su relación extraña o de que Kurosawa era simplemente y llanamente una mujer atractiva.

    Al menos no había sido nada grave. No se había torcido el tobillo o alguna mierda de esas. Como suponía, Honda no era más que una enana alarmista.

    Escuchó los ligeros golpecitos en el colchón de la camilla y la voz sedosa de Shiori pidiéndole que tomara asiento a su lado. Pensó en negarse. Pensó en buscar alguna excusa, algo que le permitiera mantener las distancias. De verdad pensó. No tuvo caso. Era como un perro obediente con ella y eso hizo, suspiró pesadamente al sentarse a su lado, la mirada hacia delante.

    Acataba órdenes, porque eso eran.

    Y tampoco era como si realmente quisiera negarse.

    Solo se quedó allí, en silencio, uno al lado del otro. La lluvia ya no estaba pero el murmullo proveniente del patio hacía casi el mismo efecto resguardándolos en aquella burbuja de confort, de calidez, incluso un una fría y aséptica enfermería.

    El mundo sólo existía tras aquella ventana.

    —Kurosawa—la llamó al cabo de unos cortos minutos. Parecía haberse calmado y no sonaba como ninguna excusa aunque no la estaba mirando. Se pasó una mano por la nuca—. Iré a la máquina expendedora del pasillo a por una soda. ¿Quieres algo?

    Una soda fría.

    Bien fría a ser posible.
     
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    Había pensado en decirle algo, no sabía muy bien el qué y al final guardó silencio, al menos hasta que volvió a llamar a su nombre.
    Esta vez sí fue capaz de dirigirle la mirada.

    Pensó en decirle que no, pero joder, casi estaba deshidratada. Con la cantidad de galletas que se había comido, el salto fallido y... Todo lo demás, sentía la boca demasiado seca.

    —Puedes traerme una soda también, senpai. Lo que tomes para ti está bien. —Guardó silencio una vez más hasta que recordó qué se supone que debía decirle—. Gracias por traerme y preocuparte por mí.

    Soltó un pesado suspiro y antes de esperar una respuesta, dejó caer la espalda sobre el colchón. Se enjuagó los ojos con algo de fuerza.

    A ver si tomar algo de bajaba el desastre en el que se había convertido por culpa de una estúpida prueba.

    No era ciega. Claro que no lo era, si se había enredado con un idiota como Altan sin realmente quererlo de la forma correcta, era porque tenía el ojo afilado, casi tanto como el de Akaisa.
    Era consciente de que Hiroki tenía sus cosas, si se ignoraba su mal genio, pero no era lo que importaba y tampoco le había hecho ningún caso a semejantes observaciones antes, pero el idiota había pensado que levantarla y, por defecto, tocarla era lo que debía hacer.

    No era ciega.

    Tampoco era de piedra.

    Y ese era el problema.
     
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    No asintió ni hizo sonido alguno en respuesta pero la había escuchado. Siempre la escuchaba, de hecho. Una soda. Se incorporó y entonces, el resto de palabras de Shiori le llegaron como un eco lejano.

    Gracias.

    ¿Gracias por qué? Él no había hecho nada realmente. La miró con cierta sorpresa en sus facciones enarcando apenas las cejas. Sus palabras sonaron suaves, genuinas y el calor le subió con más fuerza al rostro. La había traído a la enfermería, sí, pero lo había ignorado en un primer momento. Estaba bien, no había sido nada que lamentar pero no había sido él. No había sido iniciativa propia y eso era lo que más jodido lo tenía cuando se cabreó con Honda. Se suponía que estaba intentando protegerla o ser algo como un pseudo hermano mayor.

    Soltó una risa suave por la nariz.

    —Deberías agradecerle a la enana entrometida de Honda—le dijo como si nada y se marchó. Había cierto resentimiento en su voz pero no reproche. De hecho tenía una pequeña sonrisa en los labios mientras se pasaba la mano por un lado del cuello con pesadez—Y a Sonnen probablemente. Yo no hice gran cosa.

    ***

    Dos sodas frías. Era suficiente. No tenía mucho dinero pero quinientos yenes podía pagarlos. Pulsó el botón de la máquina y esperó.

    Le llegaban voces y murmullos del patio y la voz de sargento de la profesora de gimnasia que se alzaba por encima de todos dando órdenes como el guardia de una prisión. Hizo una mueca.

    Mierda.

    No podría quedarse en la enfermería porque tendría que saltar también. O no. La verdad las sanaciones le traían sin cuidado, no sería la primera vez que acabase en dirección por saltarse una clase. Todo lo académico le importaba básicamente una mierda.

    Abrió la soda y le dio un buen trago. Su garganta seca lo agradeció. Ni cuenta se había dado de la sed que tenía realmente. Apoyó el brazo flexionado contra el cristal de la máquina y ocultó el rostro en él.

    —Me vas a matar Kurosawa—susurró.

    "Gracias por traerme y por preocuparte por mí"

    El corazón le dio un vuelco.

    ¿Cómo mierda no iba a hacerlo?

    ***

    —Toma—le dijo al regresar y le extendió la soda. Había tenido tiempo para calmarse, para pensar con claridad y despejar sus ideas. Su rostro ya no parecía el puto sol y su voz sonaba más normal, igualmente áspera, pero había abandonado todo rastro de tensión.

    Volvió a sentarse a su lado en silencio. Uno que no era incómodo ni tenso era meramente uno de esos silencios cálidos en el que no hacía falta palabras que lo rellenasen... porque todo estaba bien per sé.
     
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    Era cierto en parte, que de no ser por Mimi es probable que no hubiera ocurrido nada y que las cosas solo hubieran seguido su curso natural.
    Pero también era cierto que, si se le hubiese ocurrido y hubiese tenido la decencia de decírselo, él la habría acompañado sin necesidad de que dos locos de mierda tuvieran que presionarlo.

    La cosa era que sus intenciones no estaban en la misma línea que las de Mimi y Altan.

    Y era probable que ya fuese obvio también para Hiroki.

    Frunció el ceño, con los ojos cerrados, y permaneció acostada. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado hasta el chico perro regresó y le habló de nuevo.

    Se incorporó, tomó la soda y la abrió, dando un trago largo. Mierda, se estaba muriendo de sed.
    Dio un par de tragos más y finalmente suspiró, mientras se levantaba de la camilla. Ya no había impresión o ardor alguno que le obligase a no apoyar el peso en sus rodillas, así que todo estaba en orden.

    Bueno más o menos.

    Caminó un par de pasos, aún con la lata entre las manos, y se detuvo de repente, como si algo se hubiese conectado en su cabeza.
    Colocó la lata media vacía en una superficie cercana y se volvió hacia el muchacho, se acercó hasta que estuvo frente a él.

    Dudó, de nuevo. El miedo y la incapacidad de darle forma a su propio desastre la hacían dudar así.

    Encontró sus ojos un instante, pero no necesitaba más que eso.

    —No me apartes. —Fue casi una súplica que había surgido de sus labios como un murmuro—. No voy a morderte... A menos que sea lo que quieras.

    No sabía por qué hacía lo que hacía y tampoco entendía el tinte de sus propias palabras.
    Así como él había pasado el brazo bajo sus piernas sin darle tiempo de nada, ella deslizó los dedos en su revuelto cabello cenizo antes de permitirle huir. Fue una caricia suave, cargada de algo que posiblemente ella tampoco supiese nombrar como cariño, y de otra cosa, mezclada con eso.

    Era el tipo de caricia sencilla que carga consigo la sola necesidad de sentir a la otra persona.

    Y era cálido.

    Tan cálido.

    Estaba como una puta cabra.


    Deslizó su mano suavemente hasta su rostro, cubriéndole los ojos, con la esperanza de que el pánico le impidiera hacerla a un lado.
    Sabía que no iba a mirarla o eso creía, pero ella no se veía capaz de evitar su mirada adrede, no con la jodida estupidez que iba a hacer.

    Se inclinó apenas hacia él y, con un cuidado exagerado, dejó un beso sobre su mejilla, delicado.

    —Listo. Ya que no besé el suelo, supongo que puedes tenerlo tú como agradecimiento. —Todo eso lo había dicho sin apartarse de él—. Te abrazaría, pero no sé qué tanto puedo probar mis límites.

    Soltó una risa nerviosa mientras lo dejaba ir por fin, no sin antes dedicarle otra caricia en el cabello, revolviéndole el flequillo.

    Regresó por la lata y se bajó lo que quedaba de un trago, antes de volver a sentarse a su lado.

    —En un rato tenemos que volver, al patio ya sabes.

    Quizás también era buena para hacer la vista gorda. Bueno, en realidad sabía de sobra que lo era.
     
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    Yugen

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    La observó tomar la lata que le ofrecía de la misma forma que había tomado su bento en aquella ocasión. Casi posesiva aunque tal vez ni siquiera fuese realmente consciente de eso. Era algo que sencillamente hacía con las cosas que le daban o le pertenecían.

    La siguió con la mirada, con curiosidad, cuando se incorporó de la camilla. Apartó apenas la soda de sus propios labios y se permitió un instante para cuestionarse qué estaba haciendo. ¿Ya no le dolía la rodilla? ¿Podía incorporarse sin dificultad?

    Tal parecía que así era. La tensión y la preocupación acumuladas parecieron evaporarse con eso. Estaba bien. Joder, estaba bien. Podía caminar sin dificultades, no se había torcido el puto tobillo.

    Se permitió un suspiro leve que terminó de destensar sus músculos y le dio un largo trago a la lata de soda. Teniendo un padre borracho y maltratador el alcohol le repugnaba de todas formas. No era como si incluso teniendo la oportunidad hubiese querido beber otra cosa.

    En cualquier caso, la situación no terminaba ahí. Vio a Kurosawa detenerse como si repentinamente se hubiese percatado de algo, como si algo hubiese hecho click en su cabeza. Enarcó una ceja y su expresión de contrariedad se mantuvo hasta que la vio acercarse a él.

    Sus ojos se encontraron. Naranja y ámbar. El fuego en unos, la electricidad en los otros. El color de sus ojos parecían representar con una certeza casi empírica el elemento que parecía dominarlos. Kurosawa era como el fuego, indómita pero sorprendentemente cálida. Su tacto, incluso siendo tan gentil, podía llegar a quemar. Él era tan volátil y brutal como un rayo. Su actitud errática siempre parecía soltar chispas.

    "No me apartes. No voy a morderte... a menos que sea lo que quieras"

    —¿Ah?

    Sí, probablemente eso resumía demasiado bien su confusión. No pudo detenerla y tampoco era como si de saber sus intenciones lo hubiese hecho. La sintió acercar la mano a su cabeza y pasarla con suavidad acariciando su rebelde cabello cenizo. Fue un contacto casi efímero y ella parecía simplemente necesitarlo. Hiroki llamaba su atención de forma poderosa; tal vez solo pretendía cerciorarse de que realmente estaba allí, de que un huraño de mierda como él se había preocupado por ella. Era cuidadosa porque simplemente no quería que sus sentimientos convulsos lo ahuyentan como si se tratase de un cachorro asustadizo.

    Lo era de hecho.

    El tacto cálido y suave se deslizó sin pretensiones por su rostro, por su frente, hasta cubrirle los ojos. El contraste entre su mano cálida y la repentina oscuridad fría le dio vuelco al pecho y el corazón le envío un aluvión de sangre al rostro. Toda la tensión evaporada regresó de golpe; su actitud le resultó ajena y encendió todas las alarmas en su cerebro. ¿Qué... qué cojones estaba haciendo?

    —¿K-Kurosawa?

    Se maldijo por el ligero temblor de su voz. Pero sí, estaba asustado. Y más que asustado estaba nervioso. No sabía que esperar, no sabía que pensar, y aunque el deseo de huir era fuerte, no sentía la necesidad de apartarla.

    Porque era ella.

    Privado de la vista el resto de sus sentidos parecieron agudizarse y al notarla acercarse a él la piel se le erizó por las sensaciones. Pasó saliva.

    Un beso. Casto, cuidadoso. Desbordaba la gentileza que parecía caracterizarla.

    Hiroki juraría que la respiración se le cortó por el breve lapso de tiempo que los cálidos y suaves labios de Shiori se mantuvieron sobre su rostro. Probablemente no tenía pretensiones de ser más que eso... quizás sí. Quizá a diferencia de él, ella había permitido liberarse, al menos un poco, de las cadenas que parecían contener sus impulsos.

    Tal y como ocurrió cesó y pronto la intensa luz blanca de la enfermería regresó a sus ojos. Inmediatamente extrañó el tacto cálido y el pensamiento le envió una punzada de terror al cuerpo.

    ¿Qué cojones acababa de pasar?

    Le costó un mundo encontrar las palabras y otro medio articularlas.
    Le había revuelto la mente por completo.

    El patio.

    ¿Qué patio?

    Que le jodan al patio.

    El silencio volvió a llenar la enfermería después de eso.

    Su propia voz se le antojó ajena. No pidió permiso, solo ocurrió. Como si la confianza de Shiori hubiera liberado algo en él y se permitiese dejarle ser un poco más. Sus dedos se aferraron a la frialdad de la lata de soda de forma inconsciente. De puro milagro no la había dejado caer al suelo.

    —Puedes abrazarme Kurosawa—le dijo y repitió las mismas palabras exactas. Viniendo de un perro como él parecieron tener un significado completamente distinto. La miró, allí, sentada a su lado—. No voy a morderte... a menos que sea lo que quieras.
     
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    Ella misma había lo había iniciado y aún así, la respiración había vuelto a ser la de un conejo ansioso. Quería confiar en que no reaccionaría, que, como había sido hasta entonces, su tacto y los nervios que se manejaba iban a congelarlo allí.
    Así había sido, pero aún así se le iba a salir el corazón del pecho.

    Incluso si no huía o si ella detenía la tentación que implicaba mirarlo, no podía detener del todo sus reacciones y no lo pensó hasta después, cuando la voz le tembló y volvió a ruborizarse de tal manera que incluso sintió el calor que le recorrió el rostro, allí bajo su mano y sus labios.
    De alguna forma le recordaba a Vólkov, la sangre les subía a la cara en cosa de segundos y con una facilidad ridícula. ¿Cuántas veces iban ya? No estaba muy segura.

    Sin embargo, de todas las reacciones normales que detonó la estupidez impulsiva que acababa de hacer, lo que definitivamente no esperó fue lo que vino después.

    "Puedes abrazarme Kurosawa".

    ¿Qué?

    Giró el rostro hacia él y chocó con su mirada, justo cuando continuó, copiando sus palabras exactas. Podían pasar dos cosas, que el color le subiera al rostro o que, por otra parte, atizara el fuego que de por sí ya no tenía control alguno.

    Y pasó la segunda.

    Curioso.

    Sus ojos se afilaron de nuevo, justo como cuando lo había molestado en el patio, y soltó una risa nasal.

    —No creo que seas capaz de morderme ni aunque te lo pida.

    Pero habría que probar suerte.

    Otro pensamiento raro, intrusivo y casi aterrador.
    Había que ver nada más cómo se estaba hundiendo en semejante terreno pantanoso. Allí estaba, el jodido pantano negro, esa parte de sí que pecaba casi de sádica o de masoquista, según el día o las condiciones.

    A pesar de todo, sus gestos volvieron a suavizarse. Extendió la mano hacia él, retirándole la lata a la que se estaba aferrando.

    —No vaya a ser que tires esto, ¿o sí~? —La dejó a un lado, justo como había hecho con la propia y luego se volvió hacia él de nuevo—. Te voy a tomar la palabra, eso sí.

    No especificó cuál palabra, no creyó que hiciera falta o, en su defecto, podía tomar eso cómo le apeteciera, lo que también tenía su gracia.

    Otro movimiento que no permitió tiempo de reacción la hizo deslizar los brazos sobre sus hombros, por detrás de su cuello. Lo atrajo suavemente hacia sí, abrazándolo; se tensó un instante pero casi de inmediato sus músculos se relajaron al rodearlo y cerró los ojos ante la calidez ajena.

    —Shiori —añadió en un susurro, prácticamente junto a su oído—. Digo, está bien si me llamas así.
     
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    El ambiente tomó un giro... bastante peculiar. Pudo ver la diversión en el opacado atardecer que eran los ojos de Kurosawa cuando le respondió. Su voz corrió suave con una chispa de algo que no supo definir con certeza. En una ocasión normal probablemente hubiese soltado una de sus típicas frases de huraño de mierda, pero aquello no era una situación normal.

    Ya no.

    No la normalidad inocente y tierna a la que acostumbraban compartir. Desde que Shiori había decidido traspasar la línea buscando el contacto directo con él algo se había liberado inexorablemente. Era como un permiso mudo o una invitación. El ambiente tenso no era incómodo pero si asfixiante, era una tensión que buscaba quebrarse y desbordarse de forma desesperada y casi brusca. Le resultaría ajeno si no fuese como que no se hubiera estado gestando desde mucho antes de entrar a la enfermería.

    Se le escapó una risa ronca desde el fondo de la garganta. Podía tomarlo como un desafío, como una puñetera broma o podía tomarlo en serio. Decidió hacer un poco de cada.

    No, no podía morderla. No le tocaría un pelo a no ser que ella se lo permitiera.

    Pero cuando se lo permitiera... Joder.

    Aquella ya no era una situación normal. Se estaba dejando llevar por sus instintos más bajos, esos más animales y primitivos. Esos que no respondía al razonamiento ni a la lógica porque de todos modos su raciocinio llevaba nublado un tiempo. La sensación de sus brazos rodeando su nuca, aunque cálida, quemaba. Ardía como el puto infierno. Presionó su torso contra el suyo y separó ligeramente los labios, casi boqueando por aire, antes de volver a cerrarlos. Shiori era toda suavidad y calidez. Su cuerpo parecía amoldarse al suyo de forma casi perfecta; sus brazos, sus senos, sus sutiles curvas.

    Ojalá supiera cuando la garganta se le secó otra vez, mas fue perfectamente consciente de ello cuando ella susurró su nombre tan cerca de su oído y se vio forzado a pasar saliva. Mierda. Era la primera vez que le pedía llamarla por su nombre de pila. Ese que solo se le permitía a usar a familiares o a amigos cercanos. O a una pareja. Ese mínimo gesto era el paso definitivo que demostraba que sus corazones ya no estaban tan distantes.

    ¿Fue cuando ella tomó su bento de forma tan posesiva? ¿Cuando compartieron el silencio y el murmullo de la lluvia en el pasillo? ¿Cuando ella mencionó que no lo dejaría solo? ¿Cuando dijo que lo besaría? ¿Cuando la cargó en sus brazos y notó lo frágil y vulnerable que se veía y lo mucho que ansiaba cuidarla y protegerla?

    ¿Importaba siquiera?

    Ella había abierto la puerta y le había permitido entrar como si fuese su casa. ¿Cómo mierda iba a negarse?

    —Shiori—repitió y sus manos se deslizaron por sus costados y la sujetaron por la cintura con firmeza pegándola más hacia sí. Ahora era él quien tenía esa necesidad por contacto, por tocarla y por sentirla—. No deberías jugar con lobos. Los perros no muerden la mano de quién les da de comer...

    Susurró aquello junto a su oído con la voz ronca, mucho más de lo que era usual en él. Sus labios apenas rozaron el lóbulo de su oreja cuando se inclinó sobre su cuello y deseó probar aquella piel tan nívea y tan blanca. Marcarla. Para que ningún puto cuervo como Sonnen volviese a acercarse. El corazón ya no le bombeaba suficiente sangre al cerebro.

    >>.... Pero los lobos no tienen dueño.

    PENDEJO LAS CÁMARAS WE
     
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    Combustión.

    Ignición.

    La chispa sobre una línea de pólvora.

    La cerilla que consumía un bidón de gasolina.

    El mechero junto a una fuga de gas.

    Había que tener cuidado con el fuego y al parecer nadie se lo había dicho a él. Pero ella tampoco había sido cuidadosa con la electricidad.

    Porque no le había dado la gana.

    Estiró y estiró la cuerda hasta que reventó. No de la forma en que esperaba, al menos no conscientemente, pero tampoco iba a quejarse.
    Había sido insistente hasta que la dejó acercarse, ofrecerle su cuidado y su cariño, hasta que la dejó entrar en su extraña burbuja.

    Hasta que se vio forzado a tocarla

    y el fuego lo arrasó.

    ¿Cuál era la razón real de su persistencia? No lo tenía muy claro.
    Nunca lo tuvo claro. Era una necesidad casi enfermiza.
    ¿Había mentido acaso cuando le dijo que no se hiciera ideas raras, que era su amiga? ¿Qué era realmente, además de una bestia deseosa de poder y control?

    Se le entrecortó la respiración una vez más cuando lo sintió pegarla a su cuerpo, que encajó con tal precisión con el suyo que resultó casi ridículo.

    ¿Dónde estaba el autocontrol que había tenido hace un año?
    No. No podía siquiera comparar las situaciones, jamás.

    El corazón le bombeaba sangre con tal rapidez y fuerza que comenzaba a sentirse genuinamente mareada, como si hubiese corrido bajo el sol de mediodía.
    Cuando su nombre alcanzó su oído, a la vez que se aferró a su cintura, un pesado suspiro se le escapó de los labios.

    Puto cuerpo traidor.

    Y uno más.

    Vaya mal momento había elegido para no cerrar la boca y hablarle así.

    No era de piedra, joder. Iba a perder la cabeza.

    —Fue error de los lobos acercarse al fuego humano —susurró entonces, su voz sedosa había bajado de tono también y no fue consciente hasta ese momento—. Además, ¿qué gracia tiene domesticar algo que fue criado para obedecer? Es más divertido arriesgarse a perder la mano.

    Estaba loca.

    Simple y llanamente loca.

    Fue un reflejo enviado por su cerebro que ya no estaba recibiendo suficiente oxígeno y del fuego que le corría bajo la piel, un condenado reflejo.

    ¿A dónde se había ido todo el control que poseía sobre sí misma?
    Nunca existió. Era una farsa. Una de tantas.

    No realizó movimientos bruscos, no tuvo siquiera que aflojarse de entre sus brazos, giró el rostro y volvió a dejar un beso, esta vez cerca de su oído.

    Y otro.

    Y otro.

    Y otro.

    Puta loca de mierda.

    Y otro, justo en la comisura de sus labios.

    No era que a ella la importase, es decir, lo que acababa de recordar, porque nunca había hecho nada que ameritara que recordara esa información.

    Pero la escuela tenía lindo circuito de cámaras.

    Vaya.


    Cuando lo piensas pero no lo dices bitch u dead
     
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    Joder Shiori.

    Joder.

    Joder.

    No supo en qué momento exacto pasó se abrazarla a tenerla sentada sobre sus piernas pero probablemente fue en el momento en que ella le respondió en el oído y notó el tono opacado de su voz. Sintió una corriente eléctrica recorrerle la piel, esa que ardía, y sus manos sujetaron su cintura con mayor firmeza. Terminó levantándola, sentándola sobre sus muslos.

    No es que fuese realmente muy difícil o que Kurosawa por su parte opusiera resistencia. El dique de contención y las cadenas que lo retenían hasta ese momento habían reventado.

    Habían sido calcinadas por el fuego.

    Solo había bastado una chispa para iniciar un puto incendio.

    Sus besos le cosquillearon la piel y enardecieron su hambre por ella, su deseo y su ansiedad. Podía pensar que estaba loca, que no sabía lo que estaba haciendo, que actuaba guiada por meros instintos, por impulsos, por puro sexo. ¿Pero no era así para ambos? ¿No estaban los dos actuando como puñeteros animales en celo?

    —Kurosawa—susurró con su voz ronca, áspera y dejó un beso sobre su oído. Esta vez sí tomó el lóbulo de su oreja entre sus dientes y lo apretó apenas, lo suficiente para escucharla gemir—. Dime dónde quieres que te muerda.

    O que te toque.

    O que te bese.

    O tal vez todo.

    Dejó otro beso casto sobre su mejilla.

    Y sobre la delicada piel de su cuello.

    Y corrió hacia un lado la camiseta corta del uniforme de gimnasia, lo suficiente para besarle también el hombro.

    Cualquier lugar que estuviera a su alcance. Cualquier lugar donde pudiera sentirla. Hundió sus dedos enguantados en sus cabello negro, enredándolos y empujó de ella hacía él.

    Y en ese momento ocurrió.

    La besó. En lo labios. El beso que ella le había negado al besar su mejilla como si se hubiese rehusado a seguir el cauce de sus verdaderos deseos, esos atolondrados y salvajes que claramente estaba liberando ahora.

    Besarla se sintió tan jodidamente correcto que se preguntó cómo cojones no lo había hecho antes. Tan cálido. Tan húmedo.

    Tan... bien.

    Dejó escapar un suspiro pesado, entrecortado, y cuando ella así lo dispuso se tomó la libertad de profundizar el beso, de deslizar su lengua dentro y devorarla como parecía querer hacer desde dios sabría cuando. Fue un beso alocado, ardiente, alimentado por la libido y el deseo que le reptaba bajo la piel como una serpiente ígnea.

    Gruñó.

    Joder Shiori.

    Lo volvía completamente loco.

    La besó y la besó y la besó hasta que sintió que los pulmones le colapsarían por la falta de oxígeno. Nunca le había importado morir pero quería vivir lo suficiente para poder disfrutar ese instante. Deslizó sus manos por su cintura bajo la corta camiseta del uniforme de gimnasia y se permitió la libertad de tocar su piel nacarada sin restricciones. Sentía la imperiosa necesidad de quitarle la ropa, de prácticamente arrancársela, aunque aquellos shorts cortos apenas sí cubrían algo.

    Se deshizo de la chaqueta del Gakuran y la arrojó al suelo. No era como si la llevara abrochada usualmente de todos modos.

    Ya no podía pensar en nada más.

    Quería que aquel incendio, ese que había iniciado Kurosawa, ese que era ella en sí misma, lo consumiese por completo.

    A la mierda todo.

    Entre besos regados y aprovechando que ella aún estaba abrazada a su nuca la empujó sobre la camilla, sobre las sábanas ahora desechas. Era tan liviana, tenía la impresión de poder romperla si era demasiado brusco. No importaba la cantidad de veces que ella le demostrase todo lo contrario.

    Se suponía que iba a actuar como un hermano mayor.

    Los hermanos no hacían esas mierdas, Hiro. Joder.

    La contempló en silencio. Su respiración sonaba agitada, pesada, como si acabase de correr una maratón bajo un sol tórrido. Las pupilas dilatas y sus ojos ambarinos opacados por el deseo le dirigieron una mirada insondable.

    Ella lo había llevado a eso. Eso era lo que ella quería. Lo que ambos querían desde el primer momento.

    Consumirse en el otro hasta que no quedase nada.

    —Shiori—la llamó. De nuevo usó su nombre, ese que casi le daba un permiso especial. El pecho le subía y bajaba al compás de su respiración agitada y juraría que unas gotas de sudor le perlaban la frente.

    Se quitó la camiseta blanca, la última prenda de su mitad superior y la luz de la enfermería detallo su torso, los abdominales definidos y la línea que bajaba hasta los oblicuos. No era ningún Adonis ni mucho menos pero su cuerpo maltratado desde niño había pasado por mucho.

    Sobre el hombro derecho detalló un tatuaje en Kanji.

    Ookami.

    Lobo.
    Quería comérsela como uno.

    Allí, en esa jodida cama de la enfermería. Allí, en la primera planta de la academia, con la clase de gimnasia haciendo pruebas de aptitud física en el patio.

    Esa era la puta verdad.

    —Llámame Hiroki.

    Y casi sonó como una de esas peticiones de Kurosawa. Esas que no eran realmente peticiones.

    BUENO FUE BONITO MIENTRAS DURÓ
    (????

    A ver quién detiene ahora esta mierda

     
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    Ardía. Ardía como el jodido infierno y ella, que parecía una maldita suicida en potencia, se había arrojado sobre las llamas, se había dejado hacer porque de todas formas había sido ella, ¿no? Siempre ella, liberaba una nube de ascuas, alguna alcanzaba la pólvora que había desperdigado sobre el suelo y el desastre que había planeado solo iniciaba, como un incendio forestal.
    Lo consumía todo. Plantas, animales, cualquier cosa que tuviera la mala suerte de atravesarse en su camino.

    Había sido error del lobo acercarse al fuego humano.

    Y había sido error del humano acercarle la mano.

    Era una estúpida, ¿cierto? Por haberse dado cuenta tan tarde de lo que estaba planeando realmente, sin ser del todo consciente de ello. Claro que lo era, no había nada de normal en su insistencia, en su necesidad de que la aceptara, de que la dejara acercarse lo suficiente. Quizás en el fondo no era diferente a Akaisa, aunque su forma de moverse era abismalmente distinta el fuego era el mismo.

    No.

    Joder, no.


    Otro suspiro traidor se le escapó de los labios y se transformó en el gemido que era evidente estaba buscando arrancarle cuando le mordió el lóbulo de la oreja.

    "Dime dónde quieres que te muerda".

    No.

    No.

    No.

    Eso era ceder. Estaba loca, pero no era suficiente para ceder de esa forma. No todavía, aunque sus labios quemaran contra su piel, aunque su cuerpo lo pidiese a gritos, aunque quisiera avivar su propio fuego hasta acabar con todo el oxígeno en esa maldita enfermería.
    No era que quedara demasiado de por sí.

    Y la besó, contra todo puto pronóstico lo hizo, porque era un huraño de mierda pero ella había seguido tirando de la cuerda, hasta de las partes rotas. Se rompieron en sus manos una y otra vez, haciendo que tomara el extremo de nuevo hasta que no quedaron más que mechas desperdigadas de lo que alguna vez fue esa soga.
    Todo él quemaba, pero ese beso prácticamente desesperado era como si hubiera arrojado un bidón de gasolina sobre el infierno y luego un litro de alcohol y luego un cilindro de gas y así sucesivamente, hasta que las llamas se salieron de control.

    No se dio cuenta, pero sonrió contra sus labios, una sonrisa que casi resultó inquietante. Ahogó una serie de suspiros en su boca cuando sintió sus manos cálidas bajo la camiseta y la piel se le erizó inmediatamente.

    Para cuando se dio cuenta estaba allí, sobre la camilla, y él no era el único que respiraba como si lo acabaran de sacar de las profundidades del océano. Encontró sus ojos oscurecidos cuando llamó a su nombre, cuando volvió a referirse a ella con el nombre que le había permitido.

    Shiori.

    Marca.

    Como si no fuera bastante de por sí, se quitó la camiseta.

    Pasaste de huraño a desesperado. Sin puntos intermedios.

    Vaya cajita de sorpresas.

    ¿Qué más vas a entregarme?

    Tragó grueso y justo en ese momento su mirada se posó en el kanji en su hombro. Extendió la mano izquierda y recorrió los trazos con delicadeza, rozando su piel.

    —Lobo —murmuró prácticamente para sí.

    Su cascada negra como el carbón estaba desperdigada sobre las sábanas desordenadas y la víbora azul eléctrico resaltaba en aquel alto contraste de blanco y negro. El pecho seguía moviéndose al ritmo descontrolado de su respiración.
    Deslizó sus dedos entonces, por su clavícula, su pecho, los abdominales y su avance se detuvo cuando lo escuchó hablarle de nuevo.

    ¿Qué?

    De nuevo su mirada se afiló y casi podría jurarse que del fondo de su garganta había surgido el ronroneo de un felino. Sus palabras tenían el mismo tinte con el que solía hablarle ella.
    Eran una orden implícita.

    —¿Vas a darme órdenes ahora? —Volvió a enredar los brazos detrás de su cuello y lo atrajo hacia sí, solo para susurrar contra su oído—. Hiroki.

    No esperó una reacción, se despegó apenas para poder darle una nueva dirección a sus movimientos y volvió a unir sus labios con la misma necesidad de antes, colándose en su boca de inmediato.
    Deshizo el agarre de sus brazos, deslizó las uñas por su espalda, sus hombros, y subió por su cuello hasta sostener su rostro entre sus manos.

    Qué puta cagada.

    Enredó sus delgados dedos en su cabello cenizo, a la vez que le rodeó la cintura con las piernas, atrayéndolo hacia sí. Relentizó el ritmo del beso, volviéndolo casi tortuoso, y en ese momento fue que la parte racional de su cerebro, prácticamente noqueada, lanzó un chispazo.

    Separó sus bocas, aunque fue lo único que logró separar de él, el resto de sí permanecía enredado en torno a su cuerpo.

    —No podemos —murmuró. La voz le salió casi como una queja, como la protesta de un niño que no consiguió que le compraran golosinas en el supermercado. Repitió las palabras como si buscara convencerse a sí misma—. No podemos. Puede que ya estemos metidos en una bronca por el circuito de cámaras de esta escuela de mierda.

    Dejó salir un suspiro que a ella misma le pareció eterno, para luego besarlo una vez más, con cierta prisa.

    >>Sin mencionar otros detalles. —Y otro beso, de nuevo en su oído. Una cosa era lo que decía y otra las que hacía, como siempre, se permitió susurrarle algo más—. Pero puedes morderme, donde tú quieras. Es lo último que vas a poder hacer por ahora.

    Podía hacer lo que le viniera en gana.

    La cosa era si lo sabía o no.

    Que él tenía poder sobre ella.


    bueno las invito a todas a una fiestota en el infierno aunque haya cortado el rollo a medias
     
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    Yugen

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    No había que ser un genio para comprender que se había dejado llevar. Aquella era su culpa y aunque él podía retomar el control de sus propias acciones en momentos determinados y ser casi autoritario mas no demandante, lo cierto es que podía hacer lo que a ella le viniera en gana.

    Si quería llamarlo Hiroki o senpai o puto perro asqueroso le importaría sencillamente una mierda a aquellas alturas. No era como como si su mente dejase entrar cualquier otro pensamiento intrusivo que el deseo, casi ansioso, casi brusco, de sentirla.

    Y tampoco era como si ella se lo negase.

    De hecho los dos actuaban como dos bestias sedientas y atolondradas. Ahora que las cadenas que los habían retenido habían caído al suelo y que sus deseos corrían libres como una catarata intensa, no había peros. Ni contemplaciones innecesarias y ridículas. Ni siquiera necesitaban prácticamente palabras cuando podían permitir a sus impulsos tomar el control y a sus cuerpos hablar por sí mismos.

    Emociones convulsas.

    Lujuria.

    Pura, absoluta y desmedida lujuria.

    Cuando ella lo buscó y se pegó más a él, buscando su cuerpo, su tacto, sentirlo de aquella forma casi desesperada y altamente ansiosa, Hiroki juraría que el último pedazo de cordura que le quedaba se extinguió como la llama vacilante de una vela.

    "¿Vas a darme órdenes ahora? Hiroki".

    Soltó una risa ronca, áspera porque ella estaba loca. Simple y llanamente loca. Y él estaba loco por ella.

    Ambos eran elementos tan inestables y volátiles. Ambos podían provocar incendios. Una ligera chispa, un cortocircuito, una intensa descarga eléctrica capaz de paralizar cualquier pensamiento mínimamente coherente y ese fuego suyo, abrasador, capaz de reducirlo todo a cenizas. Se mezclaban en una danza desmedida y caótica. Pero el telón, inesperadamente, estaba a punto de caer antes de tiempo.

    Cuando Shiori se separó pretendió volver a buscarla, recuperar nuevamente el sabor de su boca en la suya, porque sentía haberse vuelto irremediablemente adicto a ella.

    No pasó.

    Todo lo que captó su mente nublada y vaporosa, casi herméticamente cerrada a cualquier otro impulso que no respondiese a la ansia de su carne, fue un casto y poderoso mensaje. Logró calar dentro porque se había dejado llevar hasta donde ella le permitiese.

    No más.

    —¿Qué?—preguntó sin embargo, agitado, y su voz sonó casi como la de un chiquillo regañado.

    No podían. No allí. No de esa forma.

    Putas cámaras. No estaban para ofrecerle un espectáculo de porno gratuito a los docentes de esa escuela.

    Joder Shiori.

    Tuvo que hacer un esfuerzo titánico por centrar su mente y anteponer la razón por encima de los deseos de su cuerpo. No era fácil cuando quemaba. No era fácil cuando ella tenía las puñeteras piernas enredadas en torno a su cintura y los brazos a su cuello y estaban simplemente tan cerca que podrían haberse fundido con el otro. No era fácil cuando había buscado sus labios, su boca. No era fácil cuando la había escuchado suspirar y gemir y él había sido la causa. No era fácil cuando podía sentirla.

    Y para ella tampoco lo era.

    Soltó un gemido ronco, de protesta, pero logró redireccionar sus pensamientos a tiempo. La bestia hambrienta retrocedió, esa que había gruñido satisfecha en algún lugar de su mente en medio de su lucha por poder casi frenética.

    Morderla.

    Estaba loca. Estaba como una puta cabra.

    Acercó la mano y le corrió el flequillo negro de la frente lo suficiente para inclinarse sobre ella y poder plantar un beso. Un beso casi tierno, casi anticlimático, teniendo en cuenta que sus impulsos no le pedían ser tierno ni andarse con remilgos en ese momento. Pero lo hizo.

    Lo hizo porque era ella.

    Fue un acto protector, casi fraternal teniendo en cuenta lo que habían estado a punto de hacer. Teniendo en cuenta que se había quitado la chaqueta y la camiseta como el puto adolescente hormonal que era realmente y que a esas alturas estaban desperdigados por el suelo. La parte superior del uniforme y todos sus estúpidos y ridículos peros.

    —Deberías volver al patio antes de que terminen estas putas pruebas de mierda.

    Eso dijo pero todo lo que hizo fue hundir el rostro en su hombro mientras buscaba frenéticamente calmar su respiración agitada. No quería soltarla. No quería dejarla ir.

    No ahora.

    I'M SAD PERO I'M SOFT
     
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    Por primera vez quizás, al menos conscientemente, odió tener tan siquiera un sentido de responsabilidad.
    Odió tener la capacidad no sólo de iniciar el incendio, sino también de apagarlo como quien cierra la boquilla de un cilindro de gas.


    Y odió las jodidas cámaras.


    Había roto el delirio que había provocado, lo había detenido de golpe y se había resquebrajado como un cristal. Las fracturas corrieron en direcciones aleatorias, que recordaron a los relámpagos en el cielo oscuro.

    Y aún así tenía tanto calor, joder.

    Parpadeó por reflejo cuando lo sintió quitarle el flequillo de la frente y cuando dejó aquel beso que contrastó violentamente con todo lo que había estado por ocurrir, sus ojos se abrieron casi con terror.

    Era una estupidez, pero fue ese gesto, entre todos, el que la desarmó, y de no ser porque era ella precisamente, que tenía una capacidad enfermiza de enterrar una mayoría importante de sus propias emociones, se hubiese soltado a llorar como una niña en una mezcla incomprensible de alegría y absoluto miedo.

    No recordaba la última vez que alguien le había besado la frente.

    ¿Había sido Kaoru, antes de que los neumáticos de un auto lo destrozaran contra el alquitrán de la calle? ¿O había sido uno de sus padres la mañana de ese día desgraciado?

    Cuidado.

    Protección.


    Le había dado permiso de hacer una cosa y había hecho todo lo contrario.

    Hiroki Usui le había besado la frente.

    Hiroki.

    Usui.


    Pasó saliva con dificultad y cerró los ojos cuando él enterró el rostro en su hombro, aún respirando como si hubiese estado por ahogarse.
    Desenredó las piernas de su cintura gradualmente, como si su propio cuerpo se resistiera a ello, pero no dejó de abrazarlo. No quería.

    ¿Qué iba a ser de ellos ahora, después de eso? Le daba miedo recibir una respuesta directa.
    Aunque en el fondo importaba una mierda. No había manera de que fuese a deshacerse de ella ahora.

    —No —respondió, tajante, y se aferró a él con más fuerza—. Si no vienes conmigo no iré a ninguna parte.

    Finalmente, sus palabras materializaron lo que de forma tácita había establecido desde el primer momento en que se acercó a él.
    Sonaron ya no como una orden, sino casi como una ley. Posesivas, inamovibles.

    No aceptaría debates ni discusiones al respecto.

    >>Ahora eres mío.


    Yo: bueno, solo me levanté al baño. Voy a seguir durmiendo y respondo más tarde
    Mi culo fangirl a las 6 am: haha, no, you dumb bitch

    Also I'm sad pero I'm soft x1000
     
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    Había soltado las cadenas y las había vuelto a atar. El collar de cuero que llevaba en el cuello encajaba bien con esa imagen. Un perro liberado que repentinamente había vuelto a ser amarrado. Encerrado.

    Contenido.

    Su respiración aún corría pesada y agitada en el opresivo silencio de la habitación. Después de la brusquedad, del casi salvajismo, del infierno desatado no se sentía con la seguridad de volver a encontrar sus ojos color atardecer. Temía no poder contener sus impulsos aún latentes, esos que eran en apariencia tan fáciles de prender pero tan poco sencillos de apagar.

    Lamentablemente no funcionaba a pilas.

    La piel aún le ardía, joder. Y su cerebro seguía nublado, casi intoxicado por el humo resultante del incendio forestal que Kurosawa había iniciado en cuestión de segundos. Era ella puro fuego, ahora era consciente.

    El lobo empezó a ser domesticado cuando se acercó al fuego humano.

    Pero fue el humano quien quiso domesticar al lobo.

    Ese cachorro torpe llevaba domesticado años, desde el primer momento en que su mirada ambarina encontró la calidez de sus ojos. ¿Qué iba a ser de ellos? ¿Qué mierda iban a hacer ahora, por todos los putos dioses? Negar lo evidente cuando era tan obvio, cuando toda la baraja de cartas había sido puesta sobre la mesa era simplemente ridículo.

    No eran amigos.

    No eran amantes.

    Y se atraían como imanes de polos opuestos.

    Se dejó abrazar aunque el calor casi abrasador de sus piernas abandonó paulatinamente su región inferior. Se permitió un ligero gruñido de protesta, una parte de su ser simplemente rehusándose a que acabase de esa forma. Sus palabras solo confirmaron la verdad. Esa que ya parecía grabada en piedra.

    Había sido suyo desde el principio.

    —Entonces no vayas a ninguna parte—le dijo y su voz sonó muy cerca de su oreja, aún ronca, aún pesada—. Pero no olvides que soy un hombre, Shiori. Si te quedas aquí conmigo no creo que pueda mantener mis manos lejos de ti aunque tuviéramos toda la puta academia delante.

    Dejó un beso casto en su mejilla y le acarició el cabello negro enredando con suavidad sus lánguidos dedos en él. Era como una intensa cascada azabache, tan suave, tan cálida. Podía percibir el fresco olor a su champú, su olor usual. Ese que impregnaba también su uniforme.

    >>Regresa al patio. Iré después.

    Pero no sé movió un centímetro ni hizo el mínimo ademán de hacerlo. No quería estar con ninguna otra persona, mucho menos quería regresar al puto patio. Las voces le llegaban abrumadas, como murmullos lejanos.

    Ella era todo en lo que se sentía capaz de centrarse.

    Vamos a estirar más la cuerda y luego meto al gato (??
     
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    Zireael

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    —Me cago en todo, Hiroki, si sigues hablándome tan cerca del oído vamos a tener problemas importantes —soltó con tal rapidez que casi se enredó con sus propias palabras y, a pesar de todo lo que acababa de pasar, fue hasta ese momento en que el color se subió con violencia al rostro.

    Ni siquiera le había podido poner demasiada atención a lo que le dijo, simplemente había reaccionado y soltado eso, que la dejaba aún más expuesta si era posible. Había revelado, casi presa del pánico, un punto de debilidad directo. No importaba qué mierda le dijera, el solo hecho de que le hablara en el oído hacía que la víbora ígnea que descontrolaba sus impulsos se pusiera en marcha.

    Otro beso, otra caricia, y otra grieta en su de por sí destrozada máscara de kitsune, porque eso era. Casi pudo escuchar cómo un fragmento caía, haciendo eco en el silencio de la enfermería, por encima de la respiración pesada del muchacho.
    Apretó los labios en un gesto casi de reproche y agradeció que él no se hubiese movido, de forma que no pudo ver esa reacción. Soltó un nuevo suspiro entrecortado.

    —Además, ¿qué se supone que dices? —siguió, aun la voz acelerada y hasta con un ligero timbre agudo que nunca antes había manifestado—. Me estás diciendo que me vaya y no te quitas de encima, no podría irme ni aunque quisiera, idiota.

    No se atrevió a buscar su mirada, no podía. El poco raciocinio que conservaba flaquearía si encontraba sus ojos, pero también se moriría de vergüenza si lo hacía. Su cuerpo reaccionó solo de nuevo y buscó sus labios, tuvo que hacer el esfuerzo consciente por detenerse a medio camino y girar el rostro en la dirección opuesta.
    Intentó moverse, no supo muy bien por qué si realmente no quería separarse, pero se detuvo de inmediato.

    Estúpida.

    Ahora fue ella quien prácticamente boqueó por aire, porque lo único que logró fue apretar más su cuerpo contra él.
    Dios, el cuerpo entero le pedía tan siquiera algo de fricción a gritos.

    —Muévete. —Se quejó—. Y vístete, maldita sea, tampoco creo que me funcione el cerebro mucho más tiempo pero alguno de los dos tiene que dejar de ser un maldito estúpido por una vez en la vida.


    En mi puta vida imaginé ver a esta niña así de nerviosa y dios me descojono
     
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    Bueno, aquello era una sorpresa. Jamás pensó que tendría ni por asomo la oportunidad de escuchar a Shiori nerviosa, prácticamente histérica. Pero realmente tampoco había pensado nunca que tendría la oportunidad de hacer lo que acababan de hacer así que no importaba demasiado.

    Se quedó allí, con la cabeza sobre su hombro un par de segundos más, conteniendo el impulso casi malicioso de volver a hablarle en la oreja y entonces decidió que por cojones no podía perderse eso. Ni aunque todo el autocontrol que había retomado se fuese a la mierda cuando sus ojos se encontraran con el ocaso de los suyos. Tenía que verla. Apartó ligeramente el rostro de su hombro y apoyó el peso en sus brazos, a ambos lados de la delicada figura de Kurosawa para poder erguirse sobre su cuerpo.

    Estaba genuinamente nerviosa, como un pequeño animalillo asustado.

    Algo gruñó con satisfacción dentro de sí y se percató, justo en ese momento, del poder que él mismo ejercía sobre ella. Seguía siendo una lucha por poder constante. Ambos tiraban y tiraban de la cuerda.

    Pero allí estaba esa chica rara que se había acercado a él porque le había dado la gana, lo había buscado hasta hacerlo ceder, se había burlado de él con aquella expresión de ojos afilados, burlona y prepotente. Allí estaba, como el animal asustadizo que era en realidad.

    Sin máscaras, vestida con el uniforme de gimnasia pero sentimentalmente desnuda. No había nada que ocultar, no podía ocultar nada. La Shiori vulnerable y expuesta, esa que parecía negarse sistemáticamente a mostrar a nadie.

    Hiroki enarcó una ceja.

    Era simplemente entretenido verla abochornada y crispada, como si hubiesen invertido los papeles y ella fuese ahora la huraña de mierda. El rubor que le llenaba el rostro se correspondía, al menos en parte con el ardor que debía llenar el suyo propio. Aunque por una vez estaba completamente seguro de que ella estaba más abochornada que él. No pudo contenerlo mucho más tiempo. Había estado burbujeando dentro de sí, buscando el momento preciso para permitirse simple y llanamente dejarlo escapar.

    —Pttf.

    Rio.

    Y fue risa sonora. Una carcajada genuina, pura y honesta. En su vida había reído así. De hecho, contrastaba de forma poderosa con su carácter usual. Después de lo que había pasado, del fuego abrasador, aquella risa fue como un soplo de aire fresco. Casi pudo sentir como la tensión asfixiante se permitía evaporarse al menos una mínima parte del total.

    Hiroki Usui estaba riendo.

    Hiroki.

    Usui.

    Esa perro-lobo tosco y huraño que parecía gruñir en vez de hablar.

    —Hay que joderse Kurosawa—le dijo entre carcajadas.

    Se alejó de ella y se dejó caer hacia atrás apoyando el peso de su cuerpo en sus manos. Y siguió riendo. ¿Qué mierda le pasaba? ¿Cuando había sentido él algo similar a ese sentimiento cálido en el pecho? ¿Era eso lo que llamaban felicidad?

    —Pareces un puto tomate—le dijo—. Me llamas idiota y eres tú la que está actuando como idiota, Kurobaka.

    Bueno, los dos eran, en efecto, dos grandísimos idiotas.

    Pero ella tenía razón. Debía recomponer las piezas de su raciocinio hecho trizas y vestirse. Aunque no tuviera la más mínima intención de regresar a la pista. Recogió la camiseta del suelo y la chaqueta del gakuran, la cual ni siquiera se abrochó porque siempre la llevaba abierta de todas formas. Le resbalaban las normas de vestuario impuestas por el consejo. Se pasó una mano por el aún más revuelto cabello cenizo y luchó por ordenar sus ideas.

    Bien.

    Bien.

    Se había calmado. Al menos en parte. Probablemente bastaría una mínima palabra por parte de ella para que volviera a tener intenciones de echársele encima y saciar su hambre insatisfecha, pero de momento podía hacer como si no hubiese estado a punto de follársela.

    La pregunta sin embargo flotaba en el ambiente, como el elefante azul en mitad de la habitación.

    "¿Qué cojones somos ahora, Shiori?"

    Una pregunta que probablemente quedaría sin respuesta. Un maullido brusco rasgó el silencio interrumpido solo por la pesadez de sus respiraciones, aún agitadas, y Hiroki se giró lo suficiente para encontrarse una figura peculiar.

    Casi saltó por la impresión. Su voz sonó como un gruñido.

    —¿Qué mier—?

    Era un gato negro de brillantes ojos dorados. Y los observaba casi con prepotencia, sentado sobre el suelo frío de la enfermería. Su largo rabo negro rodeaba su cuerpo.

    ¿Qué hacía allí un gato negro? ¿Se habría colado quizás por alguna ventana?

    Fuera como fuese, parecía genuinamente interesado en esos dos. Quién sabría por qué.

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    Zireael

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    Como si fuera posible el corazón se le descontroló aún más en el pecho, amenazando con salírsele por la garganta en cuanto se separó de ella.

    No era imbécil, sabía lo que iba a hacer.

    Mirarla.

    El cabrón hijo de puta iba a mirarla. No pudo reaccionar, se quedó congelada, como un animal asustado perfectamente consciente de que no tiene vía alguna de escape.
    Sintió el repentino impulso de empujarlo y quitárselo de encima con tal de que dejara de verla, pero no pudo. Los músculos no reaccionaron.

    Allí estaba, sin la máscara, si conservaba consigo algo de la Shiori que había sido antes de la muerte de Kaoru Kurosawa, tenía que ser eso. Algo que ni siquiera sabía entender como parte de sí.

    Nervios.

    Miedo.

    Pánico.

    Confusión.

    Joder.

    ¿Qué mierda era eso?

    No tengo el control.

    No quiero.

    Ya para.

    No quiero sentir nada.

    Desapareceré si lo hago.

    Desaparecer.

    Era probable que su mente aterrada hubiese seguido ese cauce hasta fracturarse y levantar todos los muros nuevamente con una brusquedad terrible, a pesar de que le había comido la puta boca y le había enredado las piernas en la cintura. Así iba a ser hasta que solo... Pasó.

    Rio.

    Él.

    El tren descarrilado de pensamiento se detuvo de golpe.

    ¿Qué?

    Podía estarse riendo de ella o no, qué le importaba. Estaba riendo, él estaba allí, riéndose como un chiquillo.

    Y era la jodida escena más hermosa que le había podido arrojar en toda la cara.

    Iba a humear, el calor que sentía en el rostro no era ni medio normal.
    Se llevó las manos a la cara.

    —¡Cierra la boca! —Odió reconocer el tono agudo de su voz una vez más—. ¡¿Tienes idea de la cantidad de veces que tú has estado igual?!

    Guardó silencio, allí con las manos ocultándole el rostro, hasta que el corazón dejó de golpearle el pecho con semejante violencia.
    Inhaló aire con algo de fuerza y se incorporó por fin, sentándose en el borde de la camilla. Clavó la mirada en el suelo, aún confundida, y cuando escuchó aquel extraño maullido alzó la vista en dirección a su origen.

    Fue cuestión de segundos, se le iluminaron los ojos y una alegría casi infantil sustituyó el bochorno que la había dominado. Se levantó, hizo a un lado a Hiroki y se acuclilló frente al felino.

    Vaya, cualquiera diría que le interesaba más el gato que el chico que había estado a punto de follarse en la enfermería.

    Bueno, había prioridades en la vida, ¿o no?


    Aún así, buscó a Hiroki con la vista y cuando encontró sus ojos dorados, sonrió como una chiquilla. Una sonrisa amplia, genuina.

    —Senpai~ míralo, es de lo más bonito. —Regresó la vista al animal y, despacio, extendió la mano esperando que se acercara si quería. La sonrisa no desapareció de su rostro—. Incómodo, eso sí, vete a saber cuánto tiempo estuvo ahí viéndonos.

    ¿No era ella la que había dicho que tenían que volver al patio?

    >>Ah, creo que quedaba algo de soda en la lata que te quité antes de las manos —añadió de repente, con su tono de voz usual—, digo, por si tuvieras sed de nuevo. Sería normal, supongo.

    Su atención seguía enfocada en el gato y era de hecho su conveniente aparición la que le había permitido levantar el fragmento faltante de su máscara del suelo, para volver a colocarlo en su lugar.
    Parte de los muros se levantaron de nuevo, despacio, de forma casi imperceptible.

    Era tozuda. No quería que siguiera viéndola, no así, expuesta, confusa, nerviosa y descontrolada.
    Reconstruyó el escudo, uniéndolo con vetas doradas, y se lo colocó sobre el rostro de nuevo. Y allí, el kitsune con voz de ave lira, volvió a tomar control de todo. Era un trabajo tan convincente, una máscara tan arduamente elaborada, que la mandíbula articulada se movió en perfecta sincronía con sus palabras.

    Las palabras de una eterna cuidadora.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Su cerebro tardó unos cortos segundos en procesar la situación ya fuese frito por el calor generado en los rescoldos del incendio como por lo anticlimático de la escena. ¿Qué hacía un puto gato allí? Y aún peor, ¿cuanto tiempo llevaba sin que hubiesen notado su presencia? Jodido gato voyeur.

    Arrugó la nariz con evidente desagrado y soltó un gruñido bajo desde el fondo de la garganta— como el perro que era— rascándose tenso la raíz de su desprolija cabellera ceniza.

    —Agh.

    ¿Gatos? Ni de coña. Era más de perros. La independencia de los gatos se le antojaba egoísta y pretenciosa. Un perro era una compañía mucho más grata y fiel. Esa que jamás te fallaría.

    Aún así se le quedó mirando. Al gato, a Shiori y al cambio tan brusco que había experimentado su rostro de un momento a otro. Había pasado del bochorno a una calma casi pueril. Estaba sonriendo mientras extendía la mano hacia el animal, cuidadosa, aguardando expectante una respuesta por su parte.

    El gato la observó en silencio con sus intensos ojos dorados, afilados, esos que parecían la luz de una luna llena sobre el fondo oscuro de su pelaje negro, un cielo nocturno en una noche sin estrellas. Su pelaje tan suave y lustroso en apariencia reflejaba las luces de la enfermería.

    Era bonito el cabrón.

    Agitó una de sus orejas como si estuviese tratando de espantar algún insecto y se incorporó sobre sus patas. Lentamente, con la cola ligeramente arqueada, se acercó a oler la mano que amablemente le tendía.

    Parecía un animal acostumbrado al trato con la gente.

    La escena tenía algo de entrañable. Algo meramente dulce que a pesar de todo, y aprovechando que Kurosawa no lo veía, le hizo esbozar una ligera sonrisa. Shiori podía ser fuego desatado e indomable pero también podía ser una la llama cálida de una hoguera en una noche inesperadamente fría. Tan imprevisible y feroz y al mismo tiempo tan inesperadamente acogedor y tierno.

    Esa era la palabra.

    Ternura.

    Por eso se había reído cuando la vio tan roja y vulnerable.

    Era simple e irremediablemente tierna.
    Una imagen demasiado hermosa que no esperó poder contemplar en toda su miserable vida.

    Hiroki tomó la lata de soda y la terminó de un solo trago. No es como si quedase mucha cantidad de todos modos pero la poca que restaba logró refrescar su garganta seca. En un primer momento había pensado ofrecérsela al gato, incluso, quizás tenía hambre o sed
    . Aunque no tenía ni puta idea de que comían los gatos.

    Era, en efecto, un torpe idiota.

    —No sabía que te gustaban los gatos Kurosawa—le dijo y casi hubo curiosidad genuina en su voz, el deseo por saber y conocer más de ella. La aparición del felino aunque no le caía en gracia le había ayudado a recuperar una gran parte del control de sus emociones. No quería terminar la conversación ahí, de hecho era ridículo admitir que sentía que aquel felino entrometido le robaba la atención de Shiori. Incómodo se sobó el lado derecho del cuello—. ¿Tienes mascotas? Es evidente que te gustan los animales.

    Y él pasaba de bestia salvaje a un huraño torpe.

    >>Yo tengo un perro. Te gustan ¿no?

    Ike.

    Su Akita.

    Sería capaz de colarlo en la academia solo para que ella lo viese si quería.
     
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  20.  
    Zireael

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    Control.

    Una parte de sí se sentía sorprendentemente aliviada de haberlo recuperado, de haber levantado el trozo de máscara del suelo y haber vuelto a ser la Shiori que ella misma reconocía.

    Allí, luego de haberle dicho que viera al gato y de haberle recordado la soda, prácticamente sintió surgir una a una las colas de kitsune y palpitar como algo vivo.

    Si alguien viese su sombra... ¿Se daría cuenta de su verdadera naturaleza? Ah, estaba pensando cosas raras. Debía ser el calor que todavía le nublaba la cabeza.
    Los engranajes que permitían el movimiento de la máscara al hablar siguieron funcionando en perfecta sincronía.

    —¿Hmh? —Su sonrisa volvió a ampliarse cuando el gato olisqueó su mano y entonces lo acarició suavemente entre las orejas y a lo largo del lomo, como rascándolo. Negó suavemente en respuesta a la pregunta del muchacho—. A mis padres no les hacen mucha gracias los animales.

    O casi nada en realidad.

    Insípidos.

    Esa era la palabra.


    >>Pero siempre quise una mascota. Los animales son bonitos y cálidos. —E irónicamente a ella le faltaba calidez, aunque viviese brindándola—. Incluso el más orgulloso o huraño de los gatos puede brindarte cariño si sabes cómo, cuándo y qué tanto acercarte. Si esperas lo suficiente... Pueden hasta convertirse en una pequeña sombra.

    Ah.

    Allí estaba.

    Sabía cómo trazar un plan hasta para acercarse a un gato y hacer que la siguiera.

    Bueno, sabía trazar planes para acercarse a cualquier animal. Eso ya se sabía.

    Pero el punto estaba en eso.

    En el logro de ser seguida.


    Pareció sobresaltarse ligeramente un momento y se sacó el móvil de debajo de la ropa, del sujetador. Era un milagro que en aquel puto desastre, no hubiese ido a parar al suelo y revisó los mensajes rápidamente... ¿Katrina? ¿Qué quería así de repente? Respondió, tecleando con fluidez y regresó el aparato al lugar de donde lo había sacado.

    Sin decir nada al respecto, siguió acariciando al gato con mimo, mientras murmuraba halagos para el felino con voz suave, y cuando sintió que quizás estuviese acostumbrado a ella, lo levantó cuidadosamente del suelo. Colocó su brazo bajo sus patas traseras y dejó que el animal reposara sobre su pecho.

    —También me gustan los perros, sí, pero no creí que tú, entre toda la gente, tuvieses una mascota —admitió y luego se le escapó una risa nasal—. Me gustaría conocerlo alguna vez, a tu perro. Seguro es muy bonito.

    Se acercó de nuevo al muchacho, despacio, esperando que el gato no se alterara por ello o por su movimiento.

    —Se ve que no eres de gatos aún así, pero venga, intenta acariciarlo. —Posó sus ojos de atardecer en él un instante, antes de regresarlos al gato que sostenía en brazos. Hiroki no era de gatos, Altan sí, y por alguna razón tenía todo el sentido del mundo. Se reprimió a sí misma por estar pensando en eso. Su voz volvió a romper el silencio, a pesar de que de repente estaba casi murmurando—. Eh, senpai. Antes de que nos vayamos de aquí, porque tendremos que hacerlo a alguna hora... ¿Me dejarías besarte de nuevo?

    Las colas volvieron a palpitar al ritmo de su propio corazón, como monstruos con uso propio de razón cada una y, si hubiera sido posible, realmente la proyección de su sombra, de su ilusión, habría descubierto los colmillos, ansiosa.

    Poder.

    Dámelo.


    Pero si tanto lo deseaba... ¿Por qué estaba preguntando? Por si se acobardaba, porque era una posibilidad inmensa, si el terror ganaba terreno, era posible que no volviese a ponerle una sola mano encima a Hiroki, aunque terminara de perder la cabeza en el proceso.

    Autocontrol.

    Idiota.


    el breakdown que se está gestando me da miedo y todo
     
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