Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Tenía que ser algo muy divertido de ver. Anna y yo parecíamos un par de huracanes de pura hiperactividad y polvitos mágicos. La única diferencia es que cuando estos dos huracanes chocaban se volvían más grandes hasta unirse en una sola tormenta imparable que arrasaban con todo a su paso. Sí, esos podríamos ser básicamente nosotros dos.

    No esperaba recibir tanto entusiasmo de la chica por algo como un cereal, a ver, era un cereal exquisitito, por supuesto que hubiera valido la pena luchar por él, hasta hubiese matado por esa caja. Bueno no tanto así, pero casi. El punto era que, aun que era el mejor cereal del universo, no esperaba encontrarme tanta alegría en esa chica cada vez que hablaba del cereal, y me fue imposible no exteriorizar una sonrisa amplia al escucharla llamarme héroe. Vamos, no era para tanto y la chica probablemente lo decía de broma, pero genuinamente me llenaba de alegría, saber que un gesto tan simple había animado a la pequeña de ojos rosados, me hacía creer que de verdad los gestos más simples son los que más nos pueden ayudar a seguir el día a día.

    —Bueno, ¿Qué te digo? El trabajo de un héroe no es sencillo, es muy demandante y muy mal pagado. ¡Es como ser un docente, pero sin tareas!

    Tras que la chica me siguiera el juego con aquella movida de agentes secretos y encubiertos, Anna realizando una actuación digna de un premio Oscar, me miró y se acercó susurrando hasta a mí, tapándome la boca con su mano.

    —¡Esos bastardos nos mintieron! —exclamé, aunque mis palabras acababan por ahogarse en la palma de su mano.

    Mientras subíamos las escaleras, Anna comenzó a bailar al ritmo de una canción que estaba tarareando, no logré ubicar al momento que canción era pues inmediatamente tras que soltara mis argumentos de porqué yo era más idiota cuando ella ya estaba empujándome ni bien arribamos al primer piso. Se veía que no iba a ceder el titulo con facilidad ¿Eh? Pero aun después del empujón, me giré a mirarlo por un instante y ella me sonrió con una pureza que era hasta conmovedora.

    — ¿Abogado? Realmente jamás lo había tenido entre mis contemplaciones, ¿Qué clase de persona elegiría pasar toda su vida tras un escritorio y usar traje y corbata cada día? No, ¡yo quiero ser conserje! ...¿O era consejero? Bah, ya no me acuerdo. —comenté mientras se me escapaba una risa nasal— Si yo fuese mi propio jefe probablemente me despediría, o faltaría al trabajo, o me despediría por faltar al trabajo, pero oye, la opción es tentadora.

    Devolví la sonrisa y llegamos hasta la puerta. La chica parecía que estaba encantada con mis bromas y comentarios bobos, hacía tiempo que no escuchaba a alguien reír tanto, y menos por mis bromas, y no puedo negar que su risa era contagiosa, de verdad parecía como una niña disfrutando alegre en el parque o de una tarde de juegos en familia. Acabé por reír de la misma manera que ella, para seguidamente ver como ni bien abría la puerta ella se colaba a la enfermería a toda velocidad.

    No terminé de formular aquella pregunta cuando la chica de los cereales ya se encontraba sacando un par de toallas de la gaveta, como si aquella fuese su casa y todo.

    —Con una muy profesional y habilidosa, por lo que veo —agregué mientras entraba la enfermería con una sonrisa aun dibujada en mi rostro— . Espera un segundo ¿Cómo que robaste una mantita? ¿Para que necesitabas una manta? — Cuestioné no porqué me sorprendiera que "robase" porqué vamos, era una manta, la escuela no la echaría en falta, pero me hacía cuestionarme si había tomado dicha manta solo porqué tenía frío o por otro motivo.

    Al final la chica se retiró el calzado y se sentó sobre una de las camas del lugar, invitándome a hacer lo mismo mientras me extendía una toalla. Asentí alegre y tomé aquello para secarme mientras colocaba mis posaderas sobre la cama y comenzaba a secarme el cabello.

    — ¡No puedo creerlo, esta cama es mucho más cómoda que la mía! —exclamé ya sentado frente a ella mientras la tela cubría mi rostro, no pudiendo ver que había sacado nuevamente el tupper y lo había dejado destapado justo en medio de los dos, incluso se había colocado la toalla sobre la cabeza a manera de velo. Cuando me di cuenta decidí dejarme también aquella toalla sobre la cabeza a manera de simular una capucha de esas que nunca usan los monjes pese a que vienen en sus atuendos.

    —¡Oh, claro! El ritual de todos los lunes, ¿Cómo olvidarlo? Mejor conocido como...¡El aro...DE FUEGO! —exclamé mientras alzaba mis manos al aire y miraba hacía el techo, esperando como si de verdad una columna de burbujas fuese a salir del tupper como en Buscando a Nemo, al final me ganó un poco la risa y me sonrojé un poco por la vergüenza de aquella referencia. ¿Pero que podía hacer? amaba esa película —. ¿Podemos recibir galletas y además escuchar los secretos de otros estudiantes? Me suena a negocio redondo.

    Recargué mis brazos por detrás de mi espalda, dejando caer parte de mi peso sobre ellos.

    —¿Estas insinuando que tengo habilidad para encubrir actos delictivos y secretos oscuros que deben permanecer ocultos? O sea, sí podría hacerlo, ¡pero no porqué tenga planeado ser un abogado!

    Al final los dos acabamos por reír ahí sobre la cama de la enfermería, como un par de niños que tienen azúcar en lugar de glóbulos blancos en la sangre, aunque pensándolo bien, esa afirmación podría indicar que tenemos diabetes, pero como sea.

    — Oye, Annie —llamé la atención de la chica— ¿Oh? ¿De mi apodo? Bueno, puedas llamarme Akkun si quieres, Cay lo hace siempre, y en Irlanda algunos me llamaban "Niño verde" pero realmente puedes llamarme como quieras, no tengo problema. ¡Mientras sigamos siendo agentes cerealísticos, yo encantado de la vida!

    Le dediqué una sonrisa más antes de hacer un movimiento rápido de mano y tomar una de aquellas almohaditas de cereal de fresa. De verdad que era delicioso.

    No me pude aguantar esa referencia a Buscando a Nemo, no me arrepiento de nada (? Gigi Blanche
     
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    La facilidad que tenía esa pobre criatura para seguirme las bromas era un arma de doble filo, porque mira que si me dabas cuerda podía ponerme de lo más pesada, pero bueno. ¿Eso no aplicaba también para mí? No que le hubiera inyectado la energía, el muchacho ya parecía haber nacido con ella así que básicamente yo hacía lo mismo que él conmigo y ahí íbamos. Había dicho que los héroes estaban mal pagados y coloqué cara de extrema indignación, luego que en vez de abogado prefería ser conserje, consejero, lo que fuera, y me reí.

    —¿Consejero? ¿Como los de las pelis, que trabajan en las escuelas y tal?

    Con uno de esos me habían enviado, de paso, luego de que expulsaran a los chicos. Vaya chiste.

    Me eché encima un orgullo por demás exagerado en cuanto halagó mis habilidades y volví a reírme, pues lo de las mantitas robadas se notaba que lo había sacado de sus casillas y suponía que no era para menos, la razón de ser del delito era bastante... extraña.

    —Bueno, quizá ni me creas, pero una vez pasamos el receso tapados con mantitas ahí abajo, en el patio norte. Los chicos incluso la usaron de carpa y todo. Ah, Ko y Emi, los conoces. —Me reí ante los recuerdos—. Estaban ahí, tirados en medio del césped, debajo de las mantas, super quietos. Parecían cadáveres tapados, momias o algo. Que si los picabas con un palito se levantaban como zombies. En fin, y luego de eso se echaron una siesta. Fue todo un show.

    También recordaba lo dormido que había quedado Al y a Kohaku llevándolo de la manita por toda la escuela. Realmente no hacía tanto tiempo de ese día, pero por alguna razón se sentía estúpidamente lejano.

    Sonreí divertida luego de que Aleck se sentara frente a mí, al alzar la vista y notar que la toalla le tapaba el rostro, y después la acomodó sobre su cabeza justo como yo. De repente pasábamos como, no sé, monjes tibetanos alcanzando la iluminación. Tras oírlo decir que esa cama era mejor que la suya, de paso, di unos saltitos en mi lugar, de lo más concentrada en mi tarea. Ya me había echado mil siestas en la enfermería pero nunca me había detenido a pensar si ese colchón estaba mejor que el mío, y ahora me mataba la duda.

    —Hmm, puede que tengas razón. Bueno, son camas de colegio pijo, más les valía.

    Luego, bueno, a ver, sencillamente no podría explicar nunca la emoción que sentí al ver que Aleck se clavaba la referencia del aro de fuego. Lo miré como si fuera un auténtico elfo, un hada o como si le hubiera salido un cuerno de unicornio, y me quedé en el molde. Estaba en shock o algo. También vi que se sonrojó un poco y luego de parpadear, reiniciando mis sistemas, sonreí con una ternura estúpida. No sé, eso de bajarle a mi culo intenso de golpe lo hacía seguido e incluso sin pretenderlo. No quería, bajo ningún concepto, agravar su vergüenza.

    —Te me vas a caer de culo —le dije, más tranquila pero sin perder la sonrisa—, pero estaba pensando exactamente en la misma escena. Pedazo de película, por cierto. Si me apuras, diría que la mejor de Pixar.

    Me quedé jugueteando entre mis dedos sobre mi regazo en lo que Aleck se echaba hacia atrás y recuperé parte de la energía inicial aunque, bueno, digamos que no era el puto torbellino del principio. Eso no tenía nada que ver con mi estado de ánimo, obvio, si me la estaba pasando super bien, sólo... no sé, pasó y ya.

    —Bueno, y si quieres ser consejero igual suena a planazo, ¿te imaginas la de secretos oscuros que tendrías en tu poder? ¡Una bomba!

    Me contó, de paso, algunos de los apodos que recibía ahí por la vida y los sopesé, meditabunda. Había que ver, le ponía más neuronas a la elección de sobrenombre de esa criatura que a las asignaturas de la escuela.

    —¿Por qué te decían niño verde? —acabé por indagar, rendida ante la curiosidad—. No lo sé, oye, podrías ser Al pero ya conozco un Al y no me gusta repetir apodos, me daña el orgullo apodístico. Hmm... ¿Al dos punto cero? ¿Al dos? ¡Dos! No, no, no, ¡Segundo! ¡Sekkun!

    Ya se me había volado la pinza. Me llevé también una almohadita a la boca y solté una risa liviana, lo había apuntado con el dedo otra vez y sin darme cuenta.
     
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    Por alguna extraña razón, seguirle la corriente a esta chica me parecía de lo más natural. Como una hoja que era suavemente arrastrada por una gentil brisa en otoño. Aunque claro, aquella descripción no se asemejaba a lo que los dos lográbamos cuando juntábamos nuestras energías a tope. Para eso en específico, tal vez la analogía más acertada era: Una casa siendo arrastrada por un tornado. Un tornado de pura inocencia, azúcar y alegría. Y la verdad, me encantaba. Si antes actuaba como un niño, ahora parecía que de plano había vuelto a mis años mozos.

    — Sí, algo así, pero yo no sería el tipo de consejero que busca ligarse a la maestra de turno. Yo más bien sería el tipo que se infiltra de consejero que viene de la CIA para detener el complot que planearon los extraterrestres para arruinar el Tanabata. Pero ahora que lo pienso podría ser los dos ¿No?

    Solté un par de risas más cuando Anna confesó cual había sido el motivo por aquel legendario hurto de las mantas de la enfermería. La verdad que la sonrisa más boba se me debió ver en la cara en ese instante. Era algo encorazonador tan solo imaginar a Ko y a Emily ahí dormidos bajo esa tienda improvisada con las mantitas de la enfermería, más pensando en lo reservados que parecían. Sin duda debió ser un momento digno de presenciar.

    Tras que a la chica le entrase la incógnita probó a base de brinquitos sobre su lugar la comodidad de aquella cama. Había verdad en sus palabras, la colegiatura que había que pagar en esta escuela no era ningún chiste, que menos que usar bien todo ese dinero que nos sacaban en al menos instalaciones de calidad.

    — Bueno, cualquier cosa es mejor que dormir en la parte trasera de una camioneta, o en prisión, o en el piso directamente. Eso que ni qué.

    Al final, Anna me sonrió de una manera tan peculiar, que no estaba seguro si se quería burlar de mí o había entendido la referencia. Acabó siendo por lo segundo, lo cual logró liberarme de cualquier vergüenza en ese momento y hasta permitió que se reflejara cierto brillo en mis ojos. Me fui de espaldas contra la cama de la manera más dramática que pude cuando Anna mencionó que justo había pensado en la misma escena. No tanto por la impresión—que también— sino porqué ella había dicho justo eso de "caerse de culo" al escucharla.

    — ¡La-mejor-película-de todas! —enfaticé mis palabras mientras aun yacía sobre la cama mirando hacía el techo. — Ah, recuerdo haber visto cientos de veces esa película con mi familia. Sentados todos juntos uno contra el otro. Es curioso, la película justo se estrenó dos días después de que yo naciera. ¡No puede ser ninguna coincidencia, claro que no!

    >> Recuerdo que mis padres decían que yo me la pasaba repitiendo la frase: "¡Tiburoncin, Uh-ha-ha!" —reí ante el recuerdo mientras aun miraba al techo de la enfermería— Además, los colores y los planos de la cámara la hacían simplemente preciosa. Me hacía entender porqué mi abuelo amaba tanto el mar.

    Me reincorporé a mi posición mientras aun tenía una tierna sonrisa en mis labios. Tanto hablar de la cinta hizo que me entraran unas ganas terribles de volverla a ver.

    —¿Huh? Oh, por nada ilegal eso te lo puedo asegurar— solté con una risa nasal—. Bueno, vengo de Irlanda, ya sabes, se celebra cada 17 de marzo el día de San Patricio y es normal que todo el mundo se vista de verde para "evitar que los duendes te pellizcaran". Pero yo de cualquier modo seguí recibiendo pellizcos por la noche el resto del año, así que mi mentalidad de 6 años resolvió que mejor siempre llevará algo verde encima para evitar esto. Así que me podía ver todos los días del año vestir algo verde, una chaqueta, una camisa, un gorro, un brazalete, una bufanda, vamos, cualquier cosa. Imagínate mi cara cuando años más tarde me enteré que era mis hermanos los que me pellizcaban solo para molestarme. Pero las prendas verdes se acabaron por convertir en algo habitual en mí.

    Reí tanto por la anécdota como por la repentina ráfaga de apodos que estaba tratando de ponerme la chica. De verdad que le ponía empeño ¿Eh?

    —¿Al Dos? ¿Al Cuadrado? No, eso suena peor. ¿Sekkun? Oye, no suena tan mal. ¡Oh, cierto! ¿Esta bien que yo te llame Annie? Digo, ya lo he estado haciendo todo este rato, pero para estar seguro. —cuestioné a la chica para luego mirar la hora en mi reloj, ya llevábamos ahí bastante rato y no faltaba mucho para que arrancaran las clases— Agh, rayos, casi me dan ganas de realmente fingir que estoy enfermo y quedarme aquí todo el día. Tengo que ver la manera de robarme este colchón. Tú vas en la clase junto a la mía ¿No, Anna?


    Al fin recupere mi vista después de beber esa botella de Tequila sin etiqueta, ya puedo volver al ruedo (?
     
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    Gigi Blanche

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    Dios santo, qué porquería de clima. El cielo llevaba cayéndose demasiado tiempo para ser, no lo sé, ¿prudente? Vete a saber, igual había amanecido particularmente irascible y me estaba ciñendo con la pobre lluvia. No que fuera a importarle, de todos modos. Al menos ya habían reparado el coche y tuve que dejar de compartir recorrido con Ophelia. Sabía que estaba siendo injusta e incluso egoísta con la niña, pero nada que hacerle. La realidad era que no me apetecía comportarme diferente y que me arrastraran al infierno por ello.

    Me daba igual.

    Nada podría haber cambiado en casa durante el fin de semana, si en definitiva nunca lo hacía. Estudié, hice tareas, seguí leyendo Las aventuras de Tom Sawyer y el sábado fuimos a almorzar donde mi abuelo, el viejo Middel. Fue una reunión familiar que ciertamente no me apetecía pero no era como si fuera a rechazar a mi propia sangre, ¿verdad? No estaba tan puto loca.

    O quizá me diera miedo a secas.

    Como fuera, con el transcurso de la mañana los inicios de la migraña que había sentido mientras desayunaba sólo recrudecieron y aproveché el receso para colarme en la enfermería. No era de medicarme, la verdad, tampoco era de sufrir dolores de cabeza o andar de malas, así que podíamos concluir todos en que era un día atípico. No había nadie, como ya sabía que siempre ocurría, y luego de cerrar la puerta a mis espaldas caminé con calma hasta la cristalería. Un ibuprofeno debía bastar, ¿verdad? ¿O quizá paracetamol? No tenía mucha idea.

    yo sólo quería la dominación mundial pero venga, queda ahí por si alguien quiere hablarle JAJAJA
     
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    Zireael

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    Es que había que ver el puto clima nada más, como un día hacía un sol de mierda que desafiaba hasta las leyes de los días de primavera, al otro el cielo se empezaba a caer desde las jodidas ocho de la mañana o antes, ya ni le llevaba el apunte. A mí la lluvia me daba igual, bueno, casi siempre me daba igual, ese día había sido imbécil y había salido de casa a tomar el tren como siempre hacía a pesar de que alguno de los chóferes de mi padre podía pasar a dejarme, y para la gran gracia no había llevado el paraguas. ¿Alguien se sorprendía? No realmente. Muy niño genio y lo que quieras, pero si en casa no me recordaban el paraguas se me olvidaba que existía.

    Encima me había despertado con una migraña de puta madre, vete a saber por qué, seguro la tensión de siempre o algo, que me la pasaba estresado como un imbécil y luego tenía los huevos de señalarle a Dunn su estado anímico. La cosa era que calarme hasta los huesos solo la había empeorado, con todo y que me había tragado varias pastillas antes de salir de casa y hasta algunas de las gotas estas que me había dejado Minami, así que ahora verdaderamente sentía que me partían el cráneo en dos. Ojalá que alguien me metiera un tiro, hombre, así al menos dejaba de dolerme.

    Igual lo que más me cagó todo el rato hasta que se me secó fue el cabello, con el resto digamos que me las apañé aunque claro, qué puto frío de mierda se me metió por el cuerpo.

    Con todo me detuve a repasar el estado de Jez, que se la llevaban mil diablos cuando llovía, le dije que me acompañara si quería pero me dijo que no, así que tampoco lo iba a forzar. No lo había hecho nunca en la vida y sabía que si al final quería buscarme, bueno, lo iba a hacer a alguna hora.

    Llegados a este punto ya hasta la luz me molestaba, sobre todo así con el cielo encapotado, como que el blanco reflejaba un montón la luz y me atravesaba el puto cerebro casi con cizaña. Bajé las escaleras con la lentitud usual, no sabría decir si la costilla dolía más o menos, tenía el cerebro ocupado autodestruyéndose, y por eso mismo no me dio la cabeza para tocar la puerta antes de entrar a la enfermería ni una mierda.

    Claro que fue abrir la puerta y notar a Middel, se veía que la pobre desgraciada era de los cagados de la vida a los que les dolía algo en día de lluvia porque estaba en la cristalera. Me acerqué, digamos que aproveché mi tamaño para colarme un poco y estiré la mano para agarrar uno de los sobre de ibuprofeno.

    —Permiso —murmuré a medio camino, regresándole el poco espacio que le había robado.

    Saqué dos pastillas, porque ya mejor me moría de sobredosis de ibuprofeno o algo, y dejé el sobre en el borde de cualquier mesilla en lo que me acercaba al galón este de agua que tenía precisamente para ofrecerle un vaso a los que se iban a bajar un medicamento. Tomé uno de los vasos desechables, lo llené y me tragué las pastillas de tirón.

    Lancé el vaso a la papelera, suspiré con pesadez y me froté los ojos, hasta los huevos de la luz artificial.

    —¿Y a ti qué te duele, Middel? —pregunté un poco porque sí, como me dijera que tenía migraña igual me partía el culo.

    it was just fate bc me iba a aventar un relleno con Al aquí en un rato (?? sabrás perdonarme el pseudotocho Girlfriend me metió un moodazo

    also nada que ver, just me returning to the good ol' classics
     
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    La puerta de la enfermería se abrió sin más y no fue algo que me sobresaltara como tal. Percibí el movimiento de soslayo, noté que ingresaba un estudiante bastante alto y al volver el rostro de pura curiosidad di con Altan. No llevaba buena cara, aunque honestamente casi nunca lo hacía a menos que estuviera con Jez. Tampoco pretendí saludarlo, no al suponer que tenía el mismo objetivo que yo. Me quedé quieta en lo que colaba el brazo y noté que seleccionaba unos ibuprofeno. La cercanía no me tensó ni similar, la verdad, tampoco reparé en el detalle.

    En cuanto se alejó en dirección al dispenser de agua lo seguí con la mirada un par de segundos y advertí que se frotaba los ojos con bastante fuerza. Supuse que la luz le estaría molestando y de pura inercia alcé la vista en dirección a los tubos fluorescentes, primero, el interruptor junto a la puerta, después, antes de regresar a los medicamentos entre los cuales no me decidía.

    —La cabeza —respondí en el murmullo suave de toda la vida, sin complicaciones de ningún tipo. Giré el rostro hacia él y le mostré mis opciones, en una de esas podía ayudarme—. ¿Algún consejo, senpai?

    Podría haber ahondado en razones, en que no solía sufrir de afecciones físicas y que de ahí nacía el desconocimiento, pero mira. Honestamente me importaba poco y nada lo que Altan fuera a pensar de mí, así que sólo aguardé a su respuesta con una chispa de expectativa prendida a mis ojos.

    in fact al ver que posteabas con Al recordé de golpe que habías dicho que venía para acá JAJAJA y yo preocupándome nomás pOR LA DOMINACIÓN MUNDIAL

    Algún día no rolearé con Al

    Pero ese día no será hoy
     
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    Zireael

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    Si mamá me hubiese visto frotarme los ojos seguro me habría regañado porque me iba a joder las córneas o alguna mierda así, aunque igual daba por asumido que en algún momento de mi vida tendría que usar gafas o contactos como pasaba con el viejo Sonnen y con papá así que un poco igual me daba. De hecho milagro era que con cómo me cocinaba los ojos con pantallas y ese historial no hubiese tenido que usarlas desde crío, pero bueno, no sería yo el que juzgara mis ojos.

    Ya bastante tenía con las migrañas que me habían empezado como a los quince y eran solo eso, migrañas. Que mamá me había arrastrado al médico y todo, tenía hasta las pastillas para eso pero se me seguían olvidando a veces o se me acababan y recurría a lo de toda la vida que no hacía mucho.

    La voz de la rubia me alcanzó en el murmullo de siempre, que yo recordara hablaba así todo el tiempo o eso recordaba, y con ese dolor la verdad se le agradecía. Solté una risa nasal, porque ya no era solo la meada a la que le dolía algo, era la meada a la que también le dolía la cabeza. Me extrañó que se girara para mostrarme las opciones, es decir, venían a ser un poco lo mismo en realidad, pero no sé. Me dio por pensar si no sabía porque era usual que no le doliese nada o algo del rollo.

    Total que serví otro vaso de agua, me acerqué porque la vista se me iba un poco a la mierda entre el dolor y la molestia con la luz, repasé las pastillas con la vista y suspiré con cierta pesadez.

    —Ibuprofeno, al menos a mí me ayuda un poco más a veces. —Le alcancé el vaso—. Ten, para que te bajes la pastilla.

    No me paré a pensar en lo anticlimático que debía ser verme a mí, con esta cara de moco, ofrecerle un vaso de agua a Middel para que se tomara un medicamento, pero tampoco que importara. Entre toda la estupidez ya me estaba acostumbrando a ser ligeramente menos insoportable o algo.

    yo viendo el post de la enfermería like: all according to keikaku
     
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    Verdaderamente no pensé nada particular de que soltara una risa tras oír mi respuesta. El mundo a mi alrededor estaba lleno de reacciones ajenas y quizá le hubiera causado gracia compartir la desgracia, o algo en mi cara, o un recuerdo que se le hubiera activado, vete a saber. En tanto no me molestara, ¿qué importaba el resto? Suponía, además, que su despreocupación por explicar su risa corría por el mismo cauce de mi ausencia de argumentos. No gastábamos tiempo ni saliva en cosas innecesarias y ya.

    Debía ser un chico bastante pragmático, ¿verdad?

    Seguí sus movimientos con la calma y sin embargo agudeza de siempre, en lo que servía otro vaso y se acercaba. Hubo algo en su andar que me resultó ligeramente antinatural, como si se le dificultara más de lo que debía a cualquier chico de diecisiete años, pero tampoco me metí ahí. Repasó las pastillas con la vista y finalmente me sugirió lo mismo que él había tomado. Entre eso y el resto de la respuesta, no hacía falta ser Sherlock para deducir qué le dolía.

    —Gracias. —Me llevé la pastilla a la boca y acompañé el trago de agua de un movimiento rápido, pasando el medicamento sin problema. Deposité el vasito sobre la madera con la suavidad usual y volví a buscar sus ojos—. ¿Te duele muy seguido?

    No que muriera de preocupación, pero estaba siendo bastante amable pese a mis estimaciones y bueno, yo tampoco era ningún monstruo. Volví a girar el rostro, de paso, hacia lo que había identificado hacía un rato y fui junto al interruptor para apagar las luces. Las cortinas estaban corridas hacia los lados y por la ventana se colaba la luz grisácea de cualquier día de tormenta. Alcanzaba y sobraba, sin embargo, para iluminar la habitación. Observé cómo los tubos morían y esbocé una sonrisa pequeña, buscando el vasito para también desecharlo.

    —¿Mejor así? —tanteé, al pasar a su lado.

    Ni con dolor de cabeza probablemente parara quieta, así fuera a mi ritmo.
     
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    La cría esta parecía hecha de hielo si me detenía a pensarlo y ahora, muy honestamente, me caía como anillo al dedo porque ya me hubiese cagado en mis muertos si con este dolor de cabeza me topaba con Shimizu, Welsh o Tolvaj por decir algo, con la de diablos que había en esa escuela. Prefería mil y un veces la compañía de esta chica, así fuese un cubo de hielo.

    En sí suponía que si nos ponían uno junto al otro, ignorando que la otra era casi tan blanca como Jez y yo parecía puta ala de cuervo, en personalidad no debíamos ser demasiado distintos para varias cosas. Ninguno de los dos gastaba saliva en estupideces, no se ponía a dar explicaciones si no hacía falta y nos deteníamos en lo apenas esencial.

    Como máquinas.

    Me agradeció, se bajó el medicamento y encontró mis ojos de nuevo, volví a pensar que parecía hecha de hielo y lo dejé correr. La pregunta había sido más de protocolo que otra cosa, lo mismo podía decirse de la mía al chusmear qué le dolía, así que no importaba demasiado.

    —Un par de veces a la semana si tengo suerte, todos los días si me salaron demasiado.

    Seguí sus movimientos como hacía con casi todo mundo, como el eterno vigía. Quizás le repasé las curvas del cuerpo casi en automático y al final me detuve en su objetivo, el interruptor, apenas unos segundos antes de que apagara las luces. Se me aflojó algo de tensión que ni siquiera había notado, pude relajar un poco las facciones también y suspiré con pesadez.

    —Sí, gracias —respondí en lo que caminaba hacia una de las camillas, para sentarme allí. Sacudí la cabeza como un perro, solía hacerlo cuando el dolor me tenía hasta los huevos y busqué su silueta de nuevas cuentas—. Imagino que a ti no te duele seguido, con eso de que no sabías qué tomar con exactitud.
     
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    Ya lo había pensado infinidad de veces, si había algo que me permitía sobrevivir a los Middel era precisamente ser uno. Para reírse a carcajadas o llorar, la verdad, para perder la cabeza y montarse una fiesta o arrojarse del tejado. Lo llevaba en la sangre, en cada tramo de piel translúcida. Lo llevaba en los ojos de hielo opaco y en la eterna, fría y tan útil templanza. Era para enloquecer, sí, el problema radicaba en que no me importaba lo suficiente. Nunca lo había hecho o ya no, al menos. ¿No era un poco dramático que una niña de dieciséis años se creyera condenada? Vete a saber. ¿Qué iba a hacer, si las agujas ya no penetraban en la costra y a mi alrededor nada se movía?

    Nada cambiaba.

    Sólo éramos papá, yo y el remedo de Middel que Jenkin ya casi no podía sostener.

    Y era probable que Jez hubiera sido capaz de alcanzar los mismos hilos que pendían flojos, tanto de mí como de Sonnen. El desperfecto de la máquina, el bug en el sistema, ella lo había identificado y le impidió desaparecer, lo protegió del resto de componentes empeñados en aniquilarlo. Porque no dejaba de ser eso, un fallo, un error de código, perdido entre miles, millones de líneas. Y quizá de eso se tratara, de encontrar y aferrarnos a las personas que nos impedían funcionar como meras máquinas.

    Pero ¿cómo podría hacerle eso a alguien?

    Cuando los Middel éramos el virus en sí mismo.

    Total que a ese pobre infeliz la cabeza difícilmente le daba tregua y sentí pena, si se quiere, porque tenía la migraña justo allí, palpitando contra mi cráneo, y convivir con ella a diario debía ser de veras insoportable. De momento me reservé opiniones, seguí a lo mío y lo observé de soslayo en lo que iba hasta una camilla y se sentaba. Me había ayudado con el agua y yo le había apagado la luz, suponía que estábamos a mano. No que me comiera la cabeza en torno a deudas y retribuciones, pero era por demás práctica y si percibía que algo me había sido entregado, me agradaba regresarlo. Así de sencillo. Dejé caer el vasito descartable en el tacho de basura, justo bajo la ventana, y al erguir el cuello repasé el paisaje. Las gotitas repiqueteaban a centímetros de mi rostro, las oía estallar contra el cristal y muchas otras se deslizaban en cauces irregulares hasta el alfeizar. Que la migraña le molestaba casi a diario, decía.

    Esa sí que era una falla en el sistema.

    Escuché su voz a mis espaldas y medio giré el rostro, había presionado los dedos en la ventana vete a saber cuándo. Los removí despacio, dejando una marca que se desvaneció rápidamente, y me acerqué para sentarme al borde de la camilla más próxima. Dejé las manos flojas, sobre mi regazo, y me di cuenta que estaban más frías de lo normal. En especial la que había tocado el vidrio.

    —No, rara vez me duele algo, de hecho. Supongo que será la lluvia o... un poco de todo. —Había desviado la mirada al exterior y luego regresé a Altan, arrugando apenas el ceño—. ¿Tan seguido, entonces? Debe ser muy molesto. ¿Te lo hiciste ver?

    Que suponía que sí, pero en definitiva la gente podía ser estúpidamente autodestructiva o pasiva. Lo veía en Jenkin casi todos los días, prefiriendo hundirse en alcohol o vete a saber qué sustancias antes que cumplir con la medicación reglamentaria que su psiquiatra le había prescripto. Eran un montón de pastillas de todos los colores y a veces me las quedaba observando en el baño, sentada encima del retrete, con la mente vacía.


    Entrelacé apenas los dedos entre sí y se me ocurrió una tontería, la verdad, pero mejor esperaba a su respuesta.

    mini tocho responsabilidad de your blood, me disculpan

    edit: bueno me dio monedas así que de mini nada
     
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    Zireael

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    Tenía metida en la cabeza esta mierda, esta maldita estupidez, de que como había nacido envuelto en dinero, gustos, una buena casa y todas las mierdas no tenía derecho a quejarme de nada y por eso no lo hacía. Si algo me dolía me callaba, si me sentía como la mierda emocionalmente me callaba, si estaba molesto me callaba y allí iba, por la noches, a darme de hostias con cuanto diablo se me cruzara. Era como si sintiera que se lo debiera a mis padres, que siempre me habían amado, que me habían dado todo y aún así digamos que los amargaba con el tema de las peleas, de salirme de noche y toda la estupidez. Era un puto caos la verdad.

    Pero seguía siendo como un jodido gato asilvestrado, no me quejaba de no ser que estuviese muriéndome. No lo hacía aunque tenía un huevo de fallas en el sistema, en mi puta máquina.

    La seguí mirando un poco porque era lo único interesante en el paisaje, la verdad. La noté presionar los dedos en la ventana, luego se giró al escucharme y no tardó mucho en acercarse para sentar en una de las camillas cercanas con su presencia de reina de hielo. Era una niña pija después de todo, ¿no? Su apellido estaba en la telaraña, en las bases de Káiser así como el de Akaisa, el de Dunn y tantos más, sucios todos en menor o mayor medida... O malditos como mínimo.

    Todos los linajes estaban desgraciados a su manera, incluso el mío, teníamos complejo de Sol y si el mundo no giraba a nuestro alrededor no queríamos una mierda, ¿el problema esencial? Teníamos el cerebro para lograrlo, éramos logistas, estrategas y aún así teníamos la ira y la apatía, de forma si nos descuidábamos podíamos ser tiranos a secas, incluso mi padre que parecía ser una mosca muerta. De hecho me recordaba un poco a Ishikawa a veces, ahora que me detenía a pensarlo.

    Pero tenía contactos con los malditos demonios de Tokyo, ¿no? Claro que sí.

    La voz de la rubia me alcanzó un rato después, confirmó que era usual que no le doliera nada y me pregunté si era una dicha o una desgracia, porque le había escuchado a un viejo diciendo que a uno no le dolía nada cuando estaba muerto. Fue una asociación rarísima que me cruzó la cabeza sin venir a cuento, tampoco se la iba a soltar obviamente, así que solo lo dejé correr.

    —Quédate atenta a eso, no vaya a ser que te vaya a entrar un resfrío o fiebre o alguna cosa de esas —solté en el tono plano de siempre y luego asentí con la cabeza—. Mi madre me arrastró al médico hace tiempo ya y bueno, nada. Ya no son todas tan fuertes por eso mismo, pero bueno, algunos días me levanto del lado equivocado de la cama y mi cerebro parece tomárselo personal.

    Como siempre.

    Jodido archivo de los cojones.

    Tomé aire, dejé la vista en algún punto muerto a su lado y, encogiéndome de hombros, repetí el mantra que traía colación siempre que tenía alguna dolencia física o hasta emocional.

    —Estoy acostumbrado.


    If I Were You this is all your fault
     
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  12.  
    Gigi Blanche

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    La verdad, había pocas cosas de las cuales enorgullecerme. Al menos si lo analizaba desde la lente de una persona ajena. Podía imaginar con suma claridad el descontento de cualquiera que supiera las verdades que había callado, las injusticias ante las cuales no me había revelado, el dolor que había ignorado. Que había llorado una sola noche a mamá y seguí como si nada, que vi los moretones de tormenta en los muslos de Ophelia y desvié la mirada. Que empecé a aceptar el dinero de San Nicolás con una sonrisa cordial y me lo guardé al bolsillo.

    Papel, papel y más papel.

    No tenía muy claro lo que quería de la vida, la verdad, o lo que esperaba de ella. Mi universo se limitaba a los libros de mi repisa y así no fuera a admitirlo nunca, tampoco podía negar lo evidente: quizá no me enorgulleciera a viva voz de ser una Middel, pero tampoco renegaba de ello. La sangre helada que llevaba en las venas me susurraba constantemente, y era cosa de descuidarme y encontrar a mi padre en el espejo. Tan sencillo como eso. ¿Y si luchaba? Probablemente acabara muerta o en el fango. Además, los niños pijos que de veras renunciaban a su apellido debían contarse con los dedos de una mano, si al final éramos un montón de estúpidos seducidos por los hilos y el poder que una sola palabra, una sola mención de nuestro linaje, eran capaces de alzar.

    Nada que hacerle, tocaba ser una Middel y ya.

    Me hizo algo de gracia el comentario sobre estar atenta a un posible resfriado, porque así lo hubiera soltado con el tono plano que ya le conocía tampoco me había esperado un aporte del estilo. Y como igual no me creía con el poder de ofenderlo, esbocé una sonrisa ligeramente divertida e incluso el ánimo se me coló apenas en la voz.

    —Si tú te salvaste de arrojarte a una piscina de noche, creo que voy a estar bien.

    Asentí con simpleza, al menos sí había acudido a un médico y, bueno, ¿eran más leves ahora? Algo es algo. Lo vi tomar aire y decir que estaba acostumbrado, y claro que se me ocurrió que nadie debería acostumbrarse a lo que pique, duela o arda, pero ni que me apeteciera andar dando consejos de vida cuando era la menos indicada para ello. Si a mí nada me picaba, dolía o ardía.

    ¿Y si me hubiera soltado lo que oyó del anciano?

    Eh~ Quizá le daba la razón y todo.

    No reaccioné automáticamente a nada, en su lugar me cargué los pulmones de aire y lo liberé lentamente al alzar un brazo y presionar la mano sobre mi frente, bajo el flequillo. Cerré los ojos. Mis movimientos siempre cargaban esa calma inherente, al fin y al cabo, como si nada me perturbara o como si nada importara lo suficiente para hacerlo. Bueno, venían siendo la misma cosa, sólo que de la primera forma se oía más bonito.

    —Supongo que a veces no queda mucho de otra —murmuré, casi susurré, aún con el mundo pintado de negro.

    Regresé la mano a mi regazo, abriendo los ojos poco a poco. Pestañeé un poco, acostumbrándome a la luz, y reparé en sus ojos para concederle una sonrisa modesta. Aún las sentía frías.

    Heladas, más bien.

    —Aunque sigue siendo una lástima.

    creo que quedó feo, sowwy, kinda me bloqueé y estuve como dos horas con esto (?
     
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  13.  
    Zireael

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    Puede que no fuésemos a darnos cuenta pronto o solo lo diéramos por asumido y consideráramos que era un sinsentido pensarlo mucho, el hecho de que como a todo buen niño hijo de un linaje el poder nos atraía como polillas a la luz. Era una cosa de lo más básica, si no era el poder, eran los reflectores, si no eran los reflectores, era una suerte de parasitismo. Nada que me detuviese a pensar con el suficiente detenimiento, en ese punto me daba igual, porque aunque en los días recientes pareciera haberlo olvidado siempre estaba allí.

    El deseo de originar una galaxia.

    Después de todo era una copia de carbón de una copia de carbón, la pluma arrancada del ala del cuervo y allí estaba mi padre con sus propias máquinas, con su imperio, en América estaba el viejo Sonnen con sus sombras y siendo mi espejo. En esa enfermería estaba yo, con mi herencia inmaterial y los anillos del viejo en los dedos, luego de haberlos dejado escurriendo sangre hace una semana, como si fuese normal.

    Copia de la copia. Una pieza de la cadena. La pregunta era, ¿qué iba a encadenar a mí?

    ¿A Anna?

    ¿Los chacales del Kurosawa fallecido?

    ¿A mí solo?

    Such a fucking gamble.

    De cualquier manera la sonrisa que esbozó Middel me hizo toda la gracia, ni idea, cosa de la migraña quizás y solté una risal nasal que rozó la soberbia de toda la vida. Ah, a ver cuándo dejaba de creerme la última Coca-Cola del desierto. Acabé por encogerme de hombros sin más, concediéndole razón porque la verdad no haber pillado una fiebre por esa estupidez era de extrañar.

    Igual para el hielo que parecía cargar esta cría también habían momentos, así como en la fiesta, en que se le colaba cierta diversión en los gestos que era casi un joya. Era un poco un desperdicio que fuese algo tan puntual, qué sé yo, porque le añadía cierto spice, dejaba de parecer un témpano y recordaba un poco más al agua. Me daba a mí que podíamos llegar a entendernos y todo, hasta cierto punto.

    La vi llevarse la mano a la frente, cerrar los ojos y todo el asunto con la calma de siempre, como si a su hielo nada lo moviera realmente. Me entró hasta sueño de repente, pero su puta madre iba a dormir con ese dolor martillando.

    —Igual supongo que podría ser más jodido —añadí cuando terminó de hablar, luego de que encontrara mis ojos de nuevo—. Así que lo tomo como una suerte de punto muerto.

    Repasé sus gestos de pura manía, ni idea, antes de que se me ocurriera otra cosa.

    —Si te fastidia mucho el dolor te puedes poner algo frío en la cabeza un rato, en lo que el medicamento hace efecto —Recorrí el espacio con la vista, a ver que era un colegio pijo. Nevera, nevera... Bingo—. Asumo que tendrán compresas frías.


    no hay nada feo aquí pfpfpfp

    pero iwal, cualquier cosita si te bloqueas mucho sabes que me dices nomás <3 no pasa nada bby
     
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    Gigi Blanche

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    Creo que nunca se me había presentado la oportunidad de definir la extensión de mis deseos, o quizá lo estaba postergando adrede con tal de no agobiarme. Quería ser presidenta del Consejo, al menos eso era lo que me decía a mí misma, y el jodido diablo podría llevarse mi alma pero no había forma de engañarlo, ¿verdad? Al final del día, de una u otra forma, el orgullo silente que había encontrado en los ojos de mi padre tras informarle la noticia terminó de pavimentar el camino que había decidido transitar.

    Porque igual y me sentía superior a Jenkin.

    Superior a la media.

    Tenía la inteligencia, la paciencia y el dinero.

    Tenía el apellido.

    Podía lograr lo que me propusiera si me daba la gana.

    Porque era una Middel.

    Y también al final del día me daba igual si sólo era una copia de mi linaje, un montón de genes repetidos. Me daba igual ser papel y hielo, ser la nada misma, si eso me abría las puertas que deseaba. Tampoco me quedaban muchas otras opciones, como ya estaba visto. La supervivencia del más apto, ¿verdad? Y así lo pareciera o no, si había algo que tenía hasta decir basta era orgullo.

    Nacido de los mismísimos molinos construidos a la ribera del río, en una provincia perdida de Países Bajos.

    La risa que soltó Sonnen rozó la soberbia que ya estaba acostumbrada a verle, con particular fuerza en la fiesta, creía, cuando jugamos esa partida de beer pong afuera. Era una estupidez, pero los estúpidos no necesitábamos mucha razón para demostrarlo, ¿verdad? En especial siendo mocosos de dieciséis, diecisiete años. Podíamos convertir un juego de fiesta en un repentino asunto de honor y nadie nos lo iba a cuestionar. Nos lo podíamos permitir y por eso lo hacíamos. El caso era que se le notaba a leguas de distancia, así se difuminara entre los tintes lúgubres y, no sé, ¿la introversión? Tampoco lo conocía tanto, pero el dinero se le olía encima, en las sonrisas torcidas y en los anillos que llevaba en las manos. Lo tenía grabado en el cuerpo y quizás a veces lo aborreciera, pero otras sí que debía gustarle.

    Ser un Sonnen.

    Y era una cosa un poco extraña, pero percibir su soberbia, así como la mayoría de cosas en el mundo, no me molestaba en lo más mínimo. Si acaso me recordaba que podíamos llegar a estar hechos de la misma costilla, salvando las diferencias, y quisiera o no me orillaba a dejar de renegar un rato del aroma que despedía el papel a mi alrededor. De los billetes, de los cuadernos dentro de mi maletín, de las cartas, los periódicos y revistas. De las servilletas en la cafetería, de los anuncios que empapelaban el corazón de Tokyo.

    Ya lo había pensado una vez, que no había escapatoria.

    Y resistirse era fútil.

    Lo escuché con calma. Claro que podía ser más jodido, todo en la vida podía ser más jodido o más ligero, pero no iría a quejarme de sus argumentos de manual si al final había acabado soltándole consejos estúpidos del mismo calibre. Los puntos muertos, por otro lado, cargaban consigo una noción de resignación que bien podía disfrazarse de pacifismo, y mal que mal comprendía el concepto.

    —Touché.

    Si era lo que hacía todos los días, vamos, desde que cobré consciencia de la maldición que mi familia llevaba en la sangre.

    Su idea me pilló un poco desprevenida. Pestañeé, desviando la mirada hacia la nevera que él había marcado, y sin cuestionármelo demasiado le hice caso. Él era el experto en dolores de cabeza, ¿verdad? No iría a contradecirlo. Caminé hasta el aparato, me agaché frente al mismo y ya que estaba me hice con dos compresas. Regresé junto a Altan, lo miré aún de pie y le extendí una, aguardando a que la tomara.

    —Es curioso, ¿sabes? —murmuré bastante porque sí, regresando a mi asiento inicial, frente a él—. Mis manos están a la misma temperatura de estas cosas.

    Mantuve la compresa contra mi frente, no que fuera lo más cómodo del mundo pero tampoco me apetecía exactamente recostarme. En medio del silencio se me cruzó una tontería y esbocé otra sonrisa liviana, que vino acompañada del aire que solté por la nariz. Fue casi, casi una risa floja.

    —Al final tendré que agradecer tus migrañas recurrentes —murmuré, y me concedí la libertad de agregar—: Porque, bueno, podría ser más jodido, ¿no?

    A ver, ¿y le agradecía picándolo o cómo era?

    dw, me bebí un vodkita y como verás ya estoy a todo terreno again (???
     
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    Zireael

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    Quizás en otras condiciones, con otra combinación de emociones el CPU que tenía por corazón, el famoso Consejo Estudiantil me habría seducido lo suficiente para ser rival de Middel abiertamente. Pasaba que me la traía floja porque primero, no era un alumno ejemplar en cuanto a conducta aunque arrastraba las notas perfectas del instituto anterior, por el acuerdo con papá para la transferencia, y ahora había vuelto a las andadas de no hacer ni el mínimo esperable; segundo, porque llevaba la ira en la jodida sangre, y tercero, porque era un poder que podía ostentarse a la luz del día.

    Y yo pertenecía a la penumbra, había nacido allí, de la costilla de un lobo de sombras y me había robado la habilidad de un genuino cambiaformas. En tanto la figura fuese oscura podía replicarla, fuese lobo, cuervo, pantera, gato, liebre. Cualquiera, no me significaba demasiado esfuerzo en tanto no fuese a la luz.

    Incluso si Anna me sosegaba, si le daba dirección a la ira o la pausaba, la cascada roja no me abandonaría nunca. Ni el río de sangre ni el mundo gris, los tenía escritos en los genes, y con ello sólo podía aspirar a ciertos tipos de poder. A un Imperio de la información, a ser la cabeza de un montón de cachorros perdidos con tal de dominar el mundo de sombras o rey de la absoluta corrupción política, si me esforzaba por dejar de parecer en guerra con el mundo. Todo venía a ser más o menos lo mismo, así como la maldición que esta chica se adjudicaba sin que yo supiera una mierda.

    Vete a saber si esta cría aceptaba su linaje, lo rechazaba, se enorgullecía o solo lo tomaba porque creía que no tenía más. Eso era indiferente al final del día, porque el caso es que tenía toda la pinta de haberlo tomado entre sus manos y ya. No que me hubiese detenido a escarbar en los Middel ni de puta coña, más había escarbando por Tomoya, pero tenía escrito en la cara lo que era.

    Una Middel.

    Middel antes que Bleke.

    Middel antes que una chica de dieciséis.


    Una lástima, el nombre sonaba elegante y todo.

    Ah, espera, ¿cómo la llamaba Jez?

    Blee.

    A ver, me estaba divirtiendo como un hijo de puta sacándole radiografía con el archivo así de la maldita nada. Había encontrado un espejo de repente, ya no para la jodida ira, sino para el resto de mierdas y era por demás simpático si debíamos ser honestos. Ya hasta me daba curiosidad saber si tenía el cerebro también, al menos una parte aunque me olía que sí, porque significaría que tenía ante mí a una digna General de guerra.

    Como para meterme al Consejo por puro amor al arte y despedazarlos a todos, así tuviera que montarme el teatro como un campeón. De cualquier manera no era vidente ni telépata, así que allí moría la flor. Aunque claro, cuando estuvieran las elecciones ya cerradas con los candidatos y todo el tema me iba a acabar interesando, solo por la gracia de mirar un tablero que no fuese mío y que no fuese el de los demonios.

    Total que acabó por hacerme caso con lo de las compresas, fue a la nevera y regresó con dos, extendiéndome una que tomé sin mayor complicación en lo que la escuchaba.

    Mis manos están a la misma temperatura de estas cosas.

    No shit, Ice Queen.

    No pasa nada, el océano también es frío que te cagas. Aquí hablamos el mismo idioma, después de todo en esencia el elemento es el mismo en diferente estado, así de simple.

    Si hubiese sido otra clase de imbécil o se me hubiese volado la puta pinza como los grandes, quizás le habría dicho que me dejara comprobar si era cierto, pero mira, solo confiaría en su palabra. No era yo ningún raro que iba a por ahí diciéndole a chicas que estiraran la mano para tocarlas ni nada.

    Mira que me quejaba de un roce de manos pero luego me veías bien pancho comiendole la boca a Shimizu, en fin.

    Siguió caminando por el borde de todas formas, se permitió una sonrisa liviana y cuando soltó el aire por la nariz estuvo a nada de ser una risa. Todo antes de decir una estupidez, así con sus aires de reina de hielo, y esta vez ya la soberbia me dobló los labios en una sonrisa ligera, pero una sonrisa de mierda de todas formas.

    —Siempre es un placer poner mis desgracias al servicio de la comunidad, sin duda —dije en un murmuro, el tono me bajó sin que lo pretendiera, y ya no soné plano como toda la vida. Una chispa de diversión se me coló en la voz en lo que me llevaba la compresa a la frente y encontré sus ojos unos segundos, antes de cerrarlos un momento para darles tregua—. Es bueno ver que tienes sentido del humor, Blee~

    ¿Y eso a qué venía? Pues nada, me salió de los cojones.


    El vodkita alimentando los motores como debe ser

    Also help me la rola está haciendo destrozos
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    No le había concedido demasiado tiempo de pensamiento a la posible competencia que hubiera por el puesto en el Consejo, siendo francos. Podía deberse a una multitud de razones, aunque al final del día probablemente me aferrara a la que mejor me convenía, la que más bonita sonaba: esa donde no había competencia. Donde, si me lo proponía, contaba con las herramientas para aplastar a cualquiera.

    Como un insecto.

    Y si no le olía potencial al chico frente a mí, no como sí lo había visto en Shawn, era precisamente por lo mismo que él no se había presentado ni demostrado interés. No que lo definiera entre blancos y negros, si había algo que me faltaba era poesía, así viviera hundida entre libros. Pero más allá de las categorías había algo claro: pertenecíamos a espectros diferentes del plano. Mismas herramientas, quizá, misma potencia y procesos, pero otros escenarios de acción. El mundo de sombras, de la noche, las almas perdidas entre drogas y actividades ilícitas me la traían más que floja. Dudaba que fuera capaz de liderar o lidiar con personas así con lo mucho que, al final del día, los veía por sobre el hombro.

    Pero quién sabe, la vida está llena de sorpresas.

    Además, que no saliera nunca de mi boca, pero a Sonnen parecía faltarle... carisma. Ese encanto brillante, natural, que los idiotas buscan en sus líderes.

    Por otro lado no había esperado en ningún momento que Altan fuera la clase de persona que andaba tensando hilos físicos, así por amor al arte. No como Joey, por ejemplo. Se veía mucho más receloso de su espacio, al menos allí en la escuela, y a pesar de mis aires de grandeza seguía dándole bastante importancia a la noción de respeto. Yo no me volvía demasiado loca con respecto a mi cuerpo, podía aceptar contactos aquí y allá sin tensarme ni darle importancia. Me había liado con Joey por una razón similar, porque estaba aburrida a secas, y lo mismo con el beso del pelirrojo en la mascarada. Y si me hubiera pedido de tocar mis manos, pues las habría extendido y ya. Eso no quitaba, claro, que comprendiera otras circunstancias.

    Como el estado en que me encontré a Violet en esa misma enfermería.

    No estaba reflexionando demasiado, nada, de hecho, sobre la situación actual. Podía olisquear algo diferente en el aire, denso incluso, y ligeramente oscuro. Podía, si pestañeaba lo suficiente, intentar trazar las sombras que nacían del cuerpo de Altan y se proyectaban sobre los colores de la enfermería. Podía atender al repiqueteo de la lluvia y pensar que a cada segundo que pasaba, la luz se iba reduciendo. Podía amalgamar el frío y el silencio con las paredes de la mansión Middel, pero no lo hacía. Vete a saber, no me apetecía y ya. Quizá fuera la migraña quitándome fuerzas o quizá fueran las mismas razones por las cuales decidí dejarme llevar en la mascarada.

    Cederle terreno al papel y ya.

    La soberbia que despidió su sonrisa se me asemejó a la de cualquier niño de papá, pero con dos dedos de frente. No era vanidad de humo, poseía cimientos por demás resistentes y por ello, quizá, le presté atención. A su expresión, el tinte de su voz. Lo escuché, y oír el apodo que Jez y Joey solían usar directo de su boca, del tono plano manchado de diversión y la danza de sombras, lo volvió totalmente diferente.

    Si me gustó o no, eso ya era otra historia.

    —¿Lo dudabas, acaso? ¿Tan frívola parezco?

    La ingenuidad que le eché a mi tono era, por supuesto, impostada. No fue nada exagerado, se mantuvo al volumen y calma que siempre empleaba, pero estuvo ahí. Me sonreí un poquito más y alcancé la pared con la espalda para quitarme los zapatos entre sí y subir las piernas al colchón. Crucé un tobillo encima del otro y solté el aire por la nariz, volviendo a cerrar los ojos. La mano libre la dejé en mi regazo.

    —No me gustaría alarmarte, pero también sé divertirme. —Ensanché apenas la sonrisa—. Aunque eso ya deberías saberlo, senpai.

    ¿Por qué había acabado en la piscina, si no?

    im vibing hell in a very subtle and classy way
     
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    Zireael

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    Que estuviéramos en dos espectros de una escala no le quitaba crédito a la otra en lo más mínimo, eso lo reconocía cualquiera, era solo una forma de aproximarse más o menos a lo mismo desde diferentes flancos, tan simple como eso. No que ella se desviviera por comprender las sombras o mirarlas ni yo la luz sutil que le arrancaba destellos al hielo, cada quien aceptaba su naturaleza y hacía con ella lo que podía. Fuese mover las piezas o jugar con ellas sobre el tablero, como el caballo del ajedrez.

    Cualquiera de las dos cosas no era decir poco.

    No había que ser ningún genio tampoco para ver que me faltaba el carisma, obviamente, si era hasta más apagado que Dunn que cuando quería se teñía de un azul profundo, manchado de un subtono gris. Tenía más carisma la loca de Kurosawa, como su hermano fallecido al parecer, hasta el mismo Arata que también se notaba a leguas que era una puta olla de presión. Sin embargo, había compensado el faltante con el resto de mierdas.

    Quisiera o no lo tenía, ¿cierto? No solo la ira, la pasta o los contactos. Tenía la fuerza arrasadora para defender a los grupos de renegados, darles lo que quisieran y atarlos a mi lado.


    Como un maldito titiritero, como el acaparador que era realmente.

    El sol que mantenía los planetas orbitando.

    Además había que ver nada más, nos habían soltado dos segundos y allí estábamos haciendo el imbécil también, era una cosa hasta extraña, no tanto el tinte que había tomado la situación, si no ver a dos idiotas rígidos así. Igual en sí no había nada fuera de lo normal en el resto, en la densidad que había cubierto el espacio, era... mi don, digamos, me dejabas en un lugar y me tragaba la luz como un agujero negro. Las sombras se extendían, absorbían y consumían despacio, como el fuego a una hoja de papel.

    Apoyé el brazo libre en la camilla para poder descansar la espalda, abrí los ojos después de haber descansado la vista un rato y posé la mirada en algún punto del techo. La ingenuidad impostada siguió haciéndome gracia como el resto de estupideces, así que me permití una risa baja que me vibró en el pecho.

    —Frívola es una palabra pesada, qué va. Además acabé en una piscina gracias a ti, claro. Qué lindo. —Tomé aire despacio para no ir a esforzarme de más, regresé la vista a ella que había cerrado los ojos y a pesar de eso me permití una sonrisa, que aunque fue bastante más sosegada, no perdió aquel aire estirado que seguro no se me quitaría ni muerto—. La capacidad de hacer el idiota en la escuela era lo que no entraba precisamente en los cálculos, pero de vez en cuando las sorpresas son agradables.

    El movimiento fue lento, como siempre, pero me las arreglé para echar la espalda sobre el colchón así en la posición en la que estaba y clavé la vista en el techo. Las sombras seguían deslizándose por el espacio, tragándose la luz.

    yo no esperaba este classy hell pero im living
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Nunca había tenido problemas para socializar con nadie, siendo honestos, el caso era que la mayoría de las veces no me interesaba hacerlo. No tenía una cueva a la que volver, no ansiaba hacerlo, me amoldaba a los ambientes y a las personas. De ahí que no estuviera muy segura de mis cualidades. Poseía la templanza quieta de un océano congelado, la resistencia y rigidez de la tierra, incluso la capacidad de fluir y acomodarme dentro de los espacios como el aire. Si había algo de lo cual carecía, y carecería siempre, era fuego. Pero vete a saber dónde encasillarme, por eso me definía como papel a secas.

    Era el papel, después de todo, el que surgía de toda una combinación de elementos. De aire, agua y tierra, mas no fuego.

    El asunto radicaba entonces en mi desinterés general por el mundo, y si ahora estaba allí relajando las paredes de hielo, remontándome en las corrientes de aire, tenía que ser porque consideraba que la persona frente a mí estaba a la altura. Lo reconocía como un par, digamos.

    Si al final era una estirada de mierda.

    Lo escuché con los ojos aún cerrados, consiguiendo amplificar los demás sentidos. Acentué la sonrisa al echarme la culpa por acabar en la piscina. Pobres él y Kashya, la verdad, me habría dado muchísima pereza estar en su lugar. Pero bueno, entre esa partida y la que había jugado con el rubio y los pelirrojos me había más o menos convencido de tener un talento oculto para el beer pong. No que importara, claro, pero algo de gracia sí me hacía. Luego mencionó que no habría esperado verme haciendo el idiota en la escuela y por el tono de voz no tuve duda de que estábamos en la misma página.

    Haciendo el idiota, quería decir.

    —Mis disculpas por estropear tus cálculos, será la migraña —murmuré con cierta chispa de clara ironía, ensanchando la sonrisa—. Y si te agradan las sorpresas, mira, deberías haberme conocido hace un tiempo. Te habría encantado.

    Cuando creí que sería capaz de ser Bleke antes que Middel, claro. Cuando arrastré a Joey a la mierda y se cobró el precio de mi imprudencia con sangre.

    Unos cuantos segundos después abrí los ojos y respiré profundamente por la nariz, notando que Altan se había recostado también. Estaba distraído en el techo y yo deslicé la mirada hacia la ventana, primero, la cristalera después.

    —En cualquier caso, podría acusarte de haber estropeado mis cálculos también. No te creía interesado en hilar más de cinco palabras seguidas por amor al arte. —Bueno, quedaba claro que a veces no me daba la gana tener filtro. Solté el aire en un remedo de risa floja y dejé la compresa sobre el colchón, tenía ya el brazo un poco acalambrado—. Y las sorpresas no me agradan en absoluto, pero de vez en cuando hay excepciones a la regla.
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Carecer de fuego era una cosa jodida, lo sabía yo bien, porque aunque los otros elementos eran igual de caprichosos y destructivos, había algo en el fuego que no tendrían nunca los demás nunca. Vete a saber si era la capacidad de amar desinteresadamente y con una facilidad que era hasta peligrosa o algo más, no era algo que había pensado con detenimiento de todas formas, precisamente porque yo era agua. Era frío, era humedad, era presión y me encaprichaba con pocos individuos, al resto podían enterrarlos vivos que seguro me importaría tres mierdas.

    Podía ahogarlos yo mismo sin resentimiento alguno, ni siquiera me quitaría el sueño.

    Como fuese, que esta chica estirada estuviese siguiéndome el teatro significaba que de alguna forma me había reconocido y la cosa, para qué negarlo, era más que recíproca. En esta escuela habían niños pijos hasta para tirar hacia arriba, pasaba que ninguno valía la pena de reconocer, si acaso el famoso príncipe francés porque era un elemento que podía ser peligroso y poco más.

    Middel tan siquiera era una cabeza con la que uno podía emparejarse.

    Su respuesta me sacó una risa un poco más fuerte que sí me hizo arrugar los gestos, joder que estaba hecho un puto viejo. Quién sabe si verdaderamente hubiera encontrado gusto alguno en conocerla hace un tiempo, que total podía echar el tiempo atrás dos semanas y soportaba menos gente que la que soportaba ahora. Tan siquiera en este momento había conseguido limpiar las migas con Sugino en vez de buscarlo para dejarlo medio muerto, luego estaba la gente de la escuela, Hodges e Ishikawa por decir algo. Gente que tenía bajo el ala sin ser del todo consciente de ello.

    Había ampliado mi mundo, para bien o para mal, y quizás por eso estaba allí haciendo el idiota con Bleke Middel también, además de todo el resto de cosas que acaba de notar. Había aflojado las resistencias, disminuido apenas el rechazo y el eterno disgusto.

    —Será la migraña —repetí al aire, dándole la vuelta a la compresa que me había dejado en la frente—. Aún así, vaya, qué duro de tu parte. ¿No me ves acaso? Soy el alma de todas las fiestas~ o el payaso más bien, ya se vio en la mascarada.

    Las imágenes de la madrugada del domingo me relampaguearon en los ojos, el río de sangre, los golpes y las voces; se me ocurrió que sí era el alma de la fiesta, pero no de cualquiera y tuve que tragarme una risa amarga.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Que reciclara mi respuesta me arrancó una sonrisa ligera, cosa de nada, mientras movía ligeramente la cabeza de lado a lado. Sería la migraña, eso obvio, pero hasta la dureza de la pared me molestaba y venga, qué cosa insoportable. No encontraba una posición en la que estar cómoda y eso era un incordio. No tenía mucho sentido mirarlo estando así de tirado, de modo que deslicé la vista apenas un segundo hacia él en cuanto volvió a hablar y luego me distraje en cualquier lado, ahora sí provocándome una risa. Fue liviana, el mero aire que tenía en los pulmones, pasó entre mis dientes y me relamí los labios.

    —Bueno, hasta los payasos son necesarios.

    Concebir el mundo como una compleja red de engranajes cobraba sentido para inmovilizarlo, para subyugar las partes adonde parecían pertenecer y mantener todo en su lugar. Conveniente para los que gozaban de lujos y comodidad, una mierda para el resto, y ¿honestamente? A mí me venía bien y era consciente de ello. No me interesaba fingir una moralidad que no poseyera, lo cual tampoco significaba que fuera un monstruo, claro, pero lo visto.

    Suspiré con pesadez, repasando la hora en mi reloj de muñeca, y recogí la compresa en lo que me incorporaba con movimientos lentos. Sentía la cabeza pesada y tampoco me apetecía marearme o algo por el estilo. De la forma que fuera, en cuanto estuve en pie me manejé con la discreción y suavidad de toda la vida. Dejé la compresa en la nevera, me acerqué apenas para buscar los ojos de Altan y le dediqué una sonrisa cordial.

    —Suerte con la migraña, ya iré volviendo a clase. —Me permití suavizar un poco el semblante, cosa de no ser un auténtico témpano de hielo, y en lo que reiniciaba la marcha agregué—: Gracias por la ayuda y eso, Altan.

    Bueno, él me había dicho Blee, ¿o no? Podía permitirme el atrevimiento.

    Y ya entonces me marché de la enfermería, suponía que podía aguardar al fin del receso tranquila en mi pupitre aunque, Dios, qué martirio atender a clases así. Tampoco me quedaba opción, de cualquier forma. No que la aspirante a presidenta pudiera escabullirse para faltar a clases y mucho menos llamar a papá.

    Eso nunca.

    weno, Blee ya acabó por aquí
     
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