Le costó un poco convencerse de las palabras de Hodges de que se pondría bien, no sabía realmente qué tanto efecto habría tenido desatarse de esa manera si ponía en perspectiva lo que contenían los gritos de Kurosawa. Lo que había dicho en su incendio, en su explosión nuclear, no era algo que se arreglara solo con soltarlo. Un escalofrío le corrió por la espalda al pensarlo, que lo que sea que había desatado a Kurosawa de esa manera... Solo se pagaba con sangre. La misma sangre de su mano y la del llavero. Y la veía perfectamente capaz de cobrar ese pago de repente. Intentó regresarle la sonrisa a Emily, aunque no tuvo demasiado éxito. La siguiente en llegar fue Hiradaira, preguntando por los cristales, y al final deshizo el trabajo de Suzumiya sin realmente ser grosera y se dispuso a retirarlos de la piel de Shiori. Dicho sea de paso él tampoco los había recordado. Bueno, ¿qué pasó? Inhaló aire con algo de fuerza. —No sé. No vi a quién sea que salió del baño antes que ella, llegué justo después de escuchar el grito... Llegó hasta el patio frontal. —Se revolvió algo incómodo en su lugar—. Estaba buscando a alguien como si la vida se le fuese en ello. El resto lo vieron ustedes también. Estaba buscando partir huesos con los dientes. ¿Había pedido que trajeran a Sonnen-senpai si no encontraban al otro? ¿Cómo por qué? No sonaba como lo más inteligente del mundo, pero lo cierto es que si alguien debía saber lo que había pasado era él, después de todo los había visto el año pasado. No sabía que era puro teatro, claro, pero llegados a ese punto del venazo que iba a darle a Altan no se salvaba ni Dios. . . Contenido oculto I'm scared to get close and I hate being alone. I long for that feeling to not feel at all. The higher I get, the lower I'll sink. . Can you hear the silence? Can you see the dark? Can you fix the broken? Negro. Rojo. Negro. La primera sensación que comenzó a traerme de regreso al mundo fue la de unas manos deshaciendo una venda en la mía, que no recordaba que me habían puesto porque todavía estaba nadando en el lago negro, en el temible espejo. Escuché el nombre de Hiroki en una voz que reconocía, pero a la que de repente no pude asociarle un rostro porque el tacto que sentía no correspondía con la imagen que tenía de Hiradaira Anna ni por asomo. También oí a Koizumi explicándole que no tenía idea de nada y también cómo la muchacha le pedía a alguien más que trajese a Altan. ¿Qué quieres? ¿El poder de Al? Porque yo también. Lo quiero para cobrar la sangre derramada y esparcir el rojo sobre el mundo. Justo como él. Tráelo. Tráelo y liberaré el Infierno sobre la tierra con ayuda de Hades. El punzón que sentí cuando extrajo el primer cristal me hizo arrugar los gestos y comencé a abrir los ojos, enfoqué a duras penas el techo de la enfermería, los bombillos, y al intuir lo que estaba haciendo la chica me contuve de mover la mano y la que reaccionó fue la sana, apretando el objeto que no sabía cómo había pasado de una mano a la otra. El llavero. Se me detuvo la respiración y casi pude jurar que se me detuvo también el corazón en el pecho por unos sólidos segundos, antes de que intentara enderezarme un poco en la camilla, tratando de no interrumpir demasiado la labor de la chica. Recorrí el espacio todavía con la vista algo empañada, algo parchada de negro, identifiqué a Hiroshi sentado en la camilla, a Emily con la linterna del móvil y finalmente a Hiradaira, tan concentrada en su labor que parecía una cirujana o alguna mierda así. Lo supe a pesar de tener el cerebro frito, lo supe porque ella se le había ido encima a Hiroki como si no fuese un maldito tanuki. Hiradaira Anna era la única persona allí que iba a entender lo que estaba pasando de principio a fin, si no lo había entendido ya, pero lo super porque también me di cuenta de que al final del día estábamos hechas del mismo fuego oscuro, vicioso, implacable. Apestas a sulfuro, tanuki. Lo que estaba por hacer era una de las mayores estupideces de mi vida, pero la única neurona funcional que tenía en la cabeza me lo exigía, como si viera en eso una oportunidad para seguir arrastrando piezas al tablero, piezas que no sabía ya estaban deseando romperle cada maldito hueso a mi nuevo demonio. Piezas que no sabía que ya tenían su nombre y apellido. Estiré la mano sana frente a Anna, había deslizado el dedo en la argolla del llavero y colgó como un péndulo en su campo de visión. El resentimiento y la ira que debía haber en mis ojos, en el fuego que se filtraba al exterior a través de ellos, no estaba en lo absoluto dirigido hacia ella. Le entregué todas las piezas del rompecabezas a la que hasta entonces parecía mi enemiga de muerte. Porque vi en ella una oportunidad para cobrar mi venganza. —El llavero es de Hiroki. —Mi voz usualmente tranquila había salido como una suerte de gruñido resentido que, de nuevo, no iba dirigido hacia ella como tal—. Y no toda la sangre es mía. Sentí las llamas avivándose, amenazando con arrasarlo todo, consumir incluso a los que no tenían culpa de nada. >>Un regalo personalizado. —Solté una risa sardónica mientras retiraba el objeto de su vista y me robé las palabras de Katrina la noche que le crucé la cara de una bofetada, las mismas que me había murmurado en los casilleros como un demonio resentido—. Para la zorra de Usui.
Emily Hodges Anna apareció segundos después y no tardó en tomar, de alguna manera, el mando de la situación. En realidad lo agradecía, que necesitábamos alguien con la cabeza fría que se encargase de... no sé, el trabajo de la enfermera que nunca estaba ahí cuando hacía falta. Era bastante admirable también, que después de todo fuese Anna la que lo hiciese. Asentí con la cabeza y me separé con cuidado de Shiori para hacer lo que Anna me pedía, enfocando la herida de su mano con la linterna y observando la intervención con atención por si hacia falta echarle otra mano en algún momento. Mientras estábamos enfocadas en eso, sin embargo, la chica acabó por despertar y llamó nuestra atención con el llavero. Supe muy bien que el mensaje era para Anna, que a pesar de la discusión que habían tenido y su enemistad inicial, en ese momento estaban conectado de alguna manera que yo quizás nunca entendería. Pero estaba bien. Le dediqué una suave sonrisa a Kuro y extendí la mano que tenía libre para acariciarle la frente con el pulgar, cariñosa, antes de volver a centrarme en lo que Anna hacía. Sería mejor no meterme. Contenido oculto Que me aviente rico relleno pues sí
Konoe dejó la enfermería, aunque no se me pasó desapercibida su consternación. No me quedó muy claro si correspondía a su error con los cristales o a alguna otra mierda que se me estara escapando. La oí disculparse a mis espaldas pero no respondí, simplemente la dejé irse; más tarde podría hablar con ella, era demasiado evidente que seguía fuera de su eje. Y yo estaba volviendo a ser la estúpida que pretende mantener a todos enderezados. Emi se acercó para iluminarme y le agradecí en voz baja, para cuando Hiroshi empezó a hablar ya me había puesto manos a la obra y no alcé a verlo, aunque atendí a cada maldita palabra. De todas formas no había sido de gran ayuda, la verdad, a lo sumo me confirmó que Shiori se había topado con alguien. La jodida hiena, que aparecía y desaparecía a su antojo. Como una auténtica sombra. Estaba prácticamente cernida sobre la mano de Kurosawa aunque mantuviera cuidado de no respirarle mucho encima. Algunas esquirlas resultaron ser un poco más grandes de lo que había previsto y el sangrado se reanudó en menor intensidad. Le pedí unas gasas a Emily y las acolché bajo su muñeca para no manchar toda la puta camilla, aunque mis manos y los puños de mi camisa ya se habían manchado de la sangre de Kurosawa. Vaya, y yo creyendo que iría a ser al revés. Siempre lo había sabido, ¿verdad? Habría sido incapaz de tocarle un pelo a esa loca de mierda, aunque se me hubiera lanzado encima con una furia ciega similar a la de hoy. Sin importar qué, no habría logrado jamás redireccionar mi incendio hacia ella. Pero, ¿y si le hubiera hecho daño a Kakeru? ¿A Jez? Emily. Altan. Konoe. Kohaku. La sentí removerse pero no alcé a verla ni un instante, de hecho noté cómo el cuerpo se me tensaba por reflejo al ser consciente de que la jodida bestia estaba despertando y yo, quien se había atrevido a agredir al centro de su mundo, permanecía al mero alcance de sus garras. Así y todo, no me corrí ni un centímetro. Sólo detuve mi trabajo con la pinza hasta corroborar que no iría a quitar la mano de un movimiento brusco que fuera a agravar sus heridas. Unos pocos segundos tras reanudarlo, sin embargo, oí el débil tintinear del llavero y lo enfoqué en mi campo de visión. Recién entonces deslicé mi mirada hacia el fuego vicioso de Kurosawa. Quemaba. Incluso sin tocarlo. Una clara nota de preocupación se imprimió en mis facciones apenas supe lo que estaba a punto de hacer, e intenté decirle sin palabras que no fuera estúpida, que no abriera la boca frente a esas dos pobres criaturas que nada tenían que ver en toda esta mierda. Por suerte lo mantuvo en un espectro lo suficientemente vago para que sólo yo lo entendiera, o al menos esa sensación me dio. La preocupación se apagó como una vela en lo alto de una montaña y regresé a la seriedad original, a la ira fría, quieta, tan silenciosa que podría confundirse con apatía. Frente a mis ojos danzaron las sombras de los lobos y me fusioné con ellos, de una forma similar a la que Shiori estaba experimentando. El llavero es de Hiroki. Y no toda la sangre es mía. Arrugué el ceño, había detenido la pinza por completo y estiré la mano para pasar el pulgar por encima del llavero. La sangre fresca patinó, me inundó las fosas nasales y entonces lo vi. El color óxido, amarronado, seco, viejo. Sucio. Inmundo. Detestable. Era una jodida declaración de guerra, apestaba a azufre y se parchaba del más absoluto negro, y las hienas reían, los lobos aullaban y el veneno de serpiente que llevaba en las venas se me hizo agua en la boca, en los colmillos. Un regalo personalizado. Era un mensaje. Para la zorra de Usui. Como lo fue la perra de Kakeru. Mantuve mis cuarzos sobre su incendio un par de segundos más, antes de soltar el aire lentamente y reanudar mi tarea. Removí el último cristal a la vista y le agradecí a Emi, que ya podía dejar de iluminar, y le pedí que me alcanzara la botella de pervinox y cinta quirúrgica. Cuando agarré los materiales los manché de sangre, pero no pudo importarme menos. Hodges le concedió una caricia a Shiori y me di cuenta que había dado en el centro de la diana. Ella era la contención. ¿Y yo? Una jodida instigadora. Kurosawa podía serme de utilidad. —¿Fuiste tú? —cuestioné en voz baja, embebiendo una gasa del líquido amarronado para presionarla sobre los nudillos destrozados de esa idiota—. ¿O fue él? ¿Quién te hizo mierda la mano? Alcé la vista hacia Kurosawa y mi voz no dio realmente espacio a réplicas. —Llámalo. Llama ahora mismo a tu cachorro.
Contenido oculto I've got a fever, don't breathe on me. . Please remain calm, the end has arrived. We cannot save you, enjoy the ride. This is the moment you've been waiting for. Don't call it a warning, this is a war. . I know you're baying for blood. Es Perséfone. Shiori. ¿Qué cojones, no podía dejarlas solas un puto segundo en esa escuela de mierda? Literalmente acababa de ir a dejarle un cigarrillo a la estúpida y ahora venía Suzumiya a decirme que era ella, que algo había pasado. Se me tensó hasta el último músculo del cuerpo, me llevé las manos al rostro y me digné tan siquiera a terminar de escucharla, que me dijera que cojones había pasado, pero ya el desastre se había iniciado. Nunca nos habíamos preocupado el uno por el otro. Era mentira, ambos sabíamos eso. La idiota me había preparado el almuerzo y allí estaba yo, fuera de mi centro de nuevo porque a la estúpida le había pasado algo luego de que yo me desapareciera, luego de que la dejara sola. —Si Kurosawa perdió la cabeza y wan-chan no estaba con ella simplemente no está en la Academia del todo —murmuré aunque de todas formas asomé el rostro por la puerta de la 3-1, solo para terminar de confirmar lo que ya sabía—. Vamos. Ni siquiera la esperé realmente, apreté el paso hacia las escaleras y solo me detuve cuando su voz me llegó a los oídos. Ve tú. Yo... ya no soy necesaria allí. Me quedaré en el aula para avisar a Akuma-sensei de lo que ha pasado y de dónde estás. Giré el rostro, todavía con el ceño fruncido, y solté una risa extraña, apagada y sin gracia. ¿Qué mierda le pasaba a la onee-chan de toda la puta Academia? —Te estás comiendo la cabeza con algo, ¿no? Como para no ir a la enfermería a intentar ayudar. No seas tonta, Suzumiya —dije sin ser brusco a pesar de mis gestos—. Más temprano que tarde vas a darte cuenta de que hubiese sido mejor que te quedaras tú con ellas que haber venido a buscarme. Liberando el Infierno sobre la tierra. No esperé una respuesta, bajé los escalones de dos en dos en dirección a la enfermería. En el pasillo había alguien limpiando el suelo ya, pero pude verla, una de las últimas gotas de sangre que debía haberse deslizado de la mano destrozada de Shiori en medio de su tornado de fuego. Mierda, allí iba de nuevo. El océano de gasolina, embravecido. La sonrisa de Emily y su caricia me alcanzaron a medias, lanzó algo de agua sobre mi incendio, pero fue poco o nada lo que pudo hacer retroceder a las lenguas de fuego, que recuperaron fuerza. No sé si fui capaz siquiera de sacudirme el resentimiento de los ojos cuando conecté con los suyos y preferí apartarlos directamente, enfocándome en las manos de Hiradaira que seguía con su tarea. Incluso a través del fuego mi mente destrozada decidió que era un momento excelente para arrojarme un montón de frases que parecían inconexas entre sí. Abrázame todos los días. Soy un maldito desastre. Venga ya, ¿no lo somos todos? No iré a ninguna parte y voy a demostrarte quién eres. Estoy aquí, tonta. No voy a irme a ninguna parte. La lengua castigaba, ¿no? Claro que sí. Y aún así no era capaz de derramar una sola lágrima, ni siquiera sentía la necesidad de llorar, las mierdas que estaba recordando solo le lanzaban un baño de gasolina encima a mi maldito incendio forestal. Deslicé los dedos sobre el llavero, sobre la sangre fresca y la vieja, y mis propias palabras hicieron eco en mi cabeza, como una maldición. La sangre apesta, ¿no es cierto? Huele a hierro, a culpa, a confusión y muerte. También brilla como una serie de luces navideñas. Culpa, total y absoluta, por no haberlo buscado el fin de semana, por no haberme aparecido nada más incluso sin siquiera preguntar. El olor a sangre, aunque sabía que era mía, me estaba llegando hasta el fondo del cerebro como había pasado con la sangre de mi hermano y estaba grabando a fuego de nuevo las mismas emociones que me habían hecho encerrarme en el círculo de fuego donde no era siquiera capaz de llorar a mis seres queridos. Arrugué los gestos cuando Hiradaira presionó la gasa sobre mis nudillos pero no aparté la mano. Parecía increíble que de toda la gente del mundo estuviera dejando que esa chica fuese la que atendiera mi destrozo, me limpiara la sangre y sacara los vidrios de la piel. —Fui yo —respondí entonces, logrando por fin controlar algo del resentimiento que se me colaba en la voz—. Él no hizo nada más que dejar esta mierda en el lavamanos. Mierda, solo fui a fumarme un cigarro... Saqué a tientas el móvil del bolsillo de la falda, me costó un poco desbloquearlo y toda la mierda porque seguía con el pulso alterado, pero en gran parte era porque estaba haciendo todo con la mano que no era la dominante y no tenía la suerte de ser ambidiestra como Vólkov. —Lo sabes, ¿no? —pregunté un poco al aire mientras le daba a la tecla de llamada—. No va atender. Una. Dos. Tres. Nada. Otra risa ronca, apagada, vacía. La risa que debía tener un maldito muerto viviente. Dejé el móvil en la camilla, sin siquiera molestarme en volver a bloquearlo sino que se bloqueó solo apenas unos segundos después. En la camilla de al lado Koizumi se levantó, hizo una suerte de reverencia y susurró que se retiraría, de forma que se dirigió hacia la puerta de la enfermería y fue cuando apareció. El rey de sombras. Hades. —¿Senpai? —atajó Koizumi, evidentemente nervioso. El mayor le sujetó el hombro para hacerlo a un lado y seguir su dirección hasta donde estábamos nosotras. Podía ser un delirio producido por mi cerebro chamuscado, la ira creciente y toda la demás mierda, pero habría podido jurar que su sola presencia se tragó algo de la luz en el espacio, con el humor de perros que se le notaba en toda la cara y cada músculo del cuerpo, en absoluta tensión. Koizumi, por su parte, ciertamente no quería quedarse allí, así que volvió a despedirse con un ademán ansioso y dejó la enfermería, aunque se detuvo en la máquina cercana a la cafetería para comprarse una soda y tratar de bajarse los nervios. —Dos segundos, niñas, para explicarme qué cojones pasó. —Si yo había estado hablando con mala leche Altan se acababa de llevar el puto premio. Volví a estirar el llavero, esta vez en su dirección, se había quedado a cosa de un metro de la camilla luego de echarle una mirada a Anna y volver a posar la mirada en mí. —Me dejaron un regalito- —Es como el de tus llaves ¿Debo asumir que ese es de Usui? —Asentí con la cabeza. Vi que deslizó la mirada a Emily, como si su presencia fuese lo único que lo contenía—. No responde llamadas, ¿o sí? Negué entonces y él se acercó por fin, se inclinó apenas como si buscara esculcarme con la vista, asegurarse de que no tenía mayor daño encima que el que yo misma me había causado. Se acuclilló junto a la camilla, su mano encontró la mía y me quitó el llavero de entre los dedos, debió sentir que iba a lanzarle encima una mordida capaz de destrozarle la mano entera, porque murmuró algo. —Ya te lo regreso, relájate. —La sangre patinó entre sus dedos también y soltó el suspiro más hastiado que pude escucharle nunca antes cuando notó el color oxidado debajo. Sus pozos sin fondo encontraron mis ojos—. Tengo el nombre de tu hiena, Shio. Y voy a tratar siquiera de conseguir la ubicación actual del cachorro.
Emily Hodges Ayudé a Anna con todo lo que necesitaba, pasándole las diferentes cosas sin dejar de iluminarle la zona con la linterna hasta que finalmente me indicó que había acabado y pude retirar el móvil. Le eché un último vistazo al vendaje, bastante satisfecha, y me separé un poco para dejarles hablar en paz. En realidad sabía que tendría que haberme ido desde el momento en el que Anna acabó con la herida, pero así y todo el peso de intentar entender un poco mejor lo que había pasado me ancló al suelo. ¿Estaba intentando pasar algo desapercibida? Pues quizás. Pero ni modo, Hiroshi se había ido y distinguí la voz de Altan entrando en su lugar. Sonaba completamente irritado y, a decir verdad, porque me estaba empezando a acostumbrar un poco a su presencia que si no hubiese salido huyendo solo de escucharle entrar. Suspiré ligeramente cuando Altan acabó de hablar, aprovechando el momento de silencio para llamar la atención de los presentes, que de todas formas había sentido su mirada y vaya, que tampoco había que ser muy avispado para darse cuenta que ya sí que no pintaba nada. —Volveré a clases —informé, con voz suave y miré a Anna con una ligera sonrisa, para no preocuparla demás tampoco—. Avísame si me necesitas para algo, lo que sea, ¿sí? Me incliné para dejarle un beso en la frente a Shiori, aun cuando sabía que de nada iba a servir salvo para quedarme yo más tranquila, le de in apretón suave a Anna en el brazo y me despedí de Altan con la mano antes de volver a recoger el maletín y salir de la enfermería. Al menos sabía que se quedaba en buenas manos.
El ambiente había empezado a volverse estúpidamente denso, pero puse todo de mí para apartar la sensación a un lado aunque las señales fueran más que evidentes. Mis pulmones robando aire a un ritmo más acelerado, mi cuerpo entero cosquilleando bajo los instintos primordiales de lucha o huida, incluso allí, donde estábamos a salvo. ¿A salvo? Esa palabra ya me resultaba ridícula. Se lo había dicho al Krait la noche anterior, ¿verdad? Me había largado a esta jodida escuela en el culo del mundo para escapar de la mierda, Usui muy probablemente hubiera hecho lo mismo, y ahí estábamos. Enterrados hasta el cuello, rodeados de depredadores ansiosos por probar la primera gota de sangre. Ya ni siquiera era sólo Tomoya y los lobos, ya no era el puto traidor de Kou ni el fantasma de Kakeru siseándome a la nuca. También era Gotho, era Astaroth, era mi propia bestia de fuego. No había escapatoria posible, una vez bebes el primer trago ya quedas atada a esta mierda de mundo. No hay escapatoria. No hay por dónde huir. Como ratas en un laberinto cerrado. Tan sólo esperando por las descargas eléctricas que nos mantengan vivos. No hay escapatoria y puede que lo hubiera obviado hasta ahora para no enloquecer como una hija de puta, pero las cartas sobre la mesa eran más que claras y cuando la voz de Shiori volvió a perturbar el silencio, fui tremendamente consciente de lo que estaba haciendo. Mierda, sólo fui a fumarme un cigarro. Solté una especie de risa amarga, envolviendo su mano con un cuidado de artesano entre las vendas que Konoe ya había cortado. Así funciona la mierda en esta asquerosidad de mundo, cariño. Te descuidas un segundo y ya los tienes encima. Alcé su muñeca para darle la vuelta y le eché apenas un vistazo al notar que buscaba su móvil y marcaba. Corté un pedacito de cinta y pegué la venda sobre su palma, lejos de la zona herida. Claro que sabía que no iba a atender, pero por muy cliché que fuera, la esperanza es lo último que se pierde. Además me parecía prudente agotar todas las posibilidades antes de perder el raciocinio por completo. Aún me sorprendía un poco, no estaba muy segura de dónde iba sacando la calma para mantenerme tan objetiva en medio de toda la mierda, pero venga, bendito el día. Era agradable no perder la maldita cabeza por una puta vez. Quizá sólo me hubiera resignado a que no tenía sentido resistirme. No podría evitar toda esa jodida mierda, sin importar cuánto lo intentara. Y habría guerra. Me erguí en el taburete mientras llegaban a mis oídos los tonos monocordes del móvil de Shiori, cada uno cayendo como rocas de plomo en mi pecho. No pude evitarlo, la maldita imagen mental, intrusiva, del estúpido cachorro hecho un amasijo de carne en algún callejón oscuro. La imagen que se amalgamó con el cuerpo inerte de Kakeru bajo las luces blancas. Entendía tanto a esta idiota que rayaba lo aterrador. No reflejé las risas de Shiori, me mantuve en cambio fundida en la seriedad que llevaba encima desde hoy. A lo sumo relajé un poco las facciones al notar que Koizumi se despedía y lo seguí con la mirada por mera inercia, para dar con la llegada de Altan. Se lo llevaba el mismísimo diablo, claro, y su cara de culo era de antología. Habló y aguardé apenas un instante hasta hacer contacto visual con él para recoger las cosas de la camilla e incorporarme con calma y premura. La pinza, el platillo metálico con las esquirlas, la cinta y la botella de desinfectante. Lo que ya no se había manchado de sangre me encargué de embadurnarlo en ese momento. Fui hasta la mesa y dejé todo ahí, dándole la espalda a los demás pero sin desatender la conversación. Me quedé bastante prendada de la imagen de mis manos, me di cuenta que habían empezado a temblar un poco y apreté los puños. También había tensado la mandíbula. Rojo. Rojo. Rojo. Y ni siquiera era mi sangre. Nunca era mi puta sangre. Volví la vista sobre el hombro al oír a Emily, entonces advertí que Konoe nunca había vuelto a la enfermería. Miré a Altan de pura inercia pero no era momento para preguntar por Suzu, ¿verdad? Lo había arrastrado a este jodido infierno con otro propósito, al fin y al cabo, como la jodida egoísta que podía ser. —Claro, Em. —La voz que brotó de mi garganta me resultó extraña, quizá, sonaba mucho más suave de lo que habría estimado y me asustó un poco—. Te veo en el almuerzo. También podía ser ese kitsune, ¿no? Pero apenas cruzó la puerta regresé a la severidad inicial pues todo era por Emily, por la criatura inocente que había acabado metida en la mierda de gratis, como Hiroshi y puede que incluso Konoe. Como Shiori, también, porque ¿qué mierda tenía que ver ella en todo esto? ¿Con qué puto derecho la jalaban de los tobillos para hundirla en la madriguera? ¿Era un deporte o algo? ¿Meter idiotas como nosotras al mundo de sombras y condenarlas? Hijos de puta. La conversación troncal volvió a copar mis sentidos y luego de buscar las toallitas húmedas regresé donde Shiori, al taburete, para eliminarle los rastros de sangre que estaban, bueno, desperdigados por todo el resto de su mano. Su camisa también se había manchado, justo como la mía, y volví a ser mortalmente consciente del olor oxidado que ya parecía haberse prendado de mi nariz. —¿Lo viste? —Era bastante obvio ya que se trataba de la hiena pero, otra vez, prefería descartar posibles desaciertos antes de perder la cabeza. Tragué saliva antes de agregar, con cierta precaución y sin detener mi trabajo—: ¿Era alto, desgarbado como un mondadientes? ¿Cabello castaño? ¿Ojos de miel, como un cordero degollado? ¿Llevaba mascarilla? ¿Su tacto era casi dulce? ¿Voz suave? ¿Risa de hiena? Lo mantuve todo dentro, como venía haciendo desde que inició este incendio. Mantuve dentro las sensaciones del viernes, cuando me topé al hijo de puta por primera vez. Se había materializado como una sombra y desapareció de la misma forma, no me permitió reaccionar o procesar una mierda. Era verdad, en el invernadero se lo había dicho a Altan. No lograba asociarlo con mis recuerdos de los lobos, con la fiesta ni el desastre junto a la piscina, pero esa pequeña, miserable probada de su existencia me había bastado para estrujarme los pulmones y patearme el estómago. Y se seguía moviendo como una auténtica sombra, buscando manchar la Academia de sangre. ¿Cuál era su objetivo, exactamente?
Contenido oculto I dealt with too much fuckin' shit and now I'm in too deep. Cut off my wings, my flowers bloomed. You want salvation? Well, I'm sorry, we're all doomed. . So come rain on my parade 'cause I wanna feel it. Come shove me over the edge 'cause my head is in overdrive. I'm sorry, but it's too late, and it's not worth saving. De repente tenía la mierda hasta la puta cintura y no me había dado cuenta cuándo había ocurrido, literalmente había parpadeado y estaba allí, en el fondo del lago negro, metida de cabeza en las mierdas de un montón de pandilleros. Yo me lo había buscado. Primero Altan. Luego Hiroki. Iba a pasar tarde o temprano, ¿no? Que terminara allí, con una oreja cortada en las manos. Kaoru nos había mantenido afuera a todos, no lo sabía, pero lo había hecho. Había cercado Chiyoda incluso, como si fuese una suerte de búnker, con un montón de movidas dignas de un imbécil como Altan, incluso si no tenía el mismo cerebro, pero luego se había ido al traste y yo, suicida como parecía ser de repente... Allí estaba. ¿Quién mierda me había mandado a meterme con pandilleros? Nadie. Seguí observando los movimientos de Anna en silencio y lo cierto es que había hecho un trabajo tan concienzudo que parecía mío. No podía compararlo con el de Konoe porque no lo había visto, ciertamente, así que me bastaba con lo que tenía frente a mí. La seguí con la vista cuando se levantó luego de que Hiroki obviamente no atendiera el teléfono. El beso de Emily me hizo cerrar los ojos por reflejo, de nuevo logró que algo del vicioso fuego retrocediera pero no había manera de apagarlo, no había puta manera. Apenas se retiraba las llamas volvían a alzarse sin piedad alguna. —Hasta luego, Emily —murmuré mientras la muchacha se retiraba. Vi que Altan al menos se forzó a despedirse de ella también luego de haberse incorporado. Alcanzó mi mano de nuevo y me dejó el llavero con cuidado, como si temiera que fuese a desintegrarse o algo y que de hacerlo yo me le fuese a ir encima. Sujeté su mano unos segundos, apenas los suficientes para intentar buscar consuelo en alguna parte, y él no se hizo a un lado. No había alzado la vista para mirarlo, pero eso le suavizó algo los gestos. Las lenguas de fuego estaban por todos lados, pero no sabía ni cómo lograba controlarlas para que no los quemaran a ellos. Lo dejé antes de que Anna volviera para terminar de quitarme la sangre. Escuché sus preguntas, pero antes de decirle que sí tenía otra cosa más importante que hacer. Moví la mano vendada que ella seguía limpiando, no fue brusco, más bien fue un movimiento tan cuidado que pareció casi temeroso; alcancé la suya y la envolví suavemente. —Gracias. —Había alcanzado a recuperar mi tono de voz normal, no sé ni cómo. La dejé ir con la misma suavidad, mientras desviaba la vista a alguna parte al azar de la enfermería—. No alcancé a verlo bien desde dónde estaba, pero lo primero que pensé era... Que parecía un palillo de dientes. Alto, enclenque. —Tomoya Hideki —soltó Altan por fin, ahora que Emily no estaba—. No tengo claro su posición dentro del desastre, pero es un lobo, ya sabes... de los de Shibuya. Como sea, Shiori, ese es el nombre de tu demonio. Debe haber querido cobrarse algo con Usui y terminó arrastrándote a la boca del Infierno por puro amor al arte. Se alejó de nosotras mientras se sacaba el móvil del bolsillo de nuevas cuentas, debió estar abriendo un montón de mierdas a la vez y no fue hasta segundos más tarde que volvió a mirarme. >>Pásame el número wan-chan. Desbloqueé el móvil y se lo lancé, porque venga no tenía memoria de archivo. Lo atajó al vuelo, le dio la vuelta porque lo había atrapado al revés, buscó el contacto de Hiroki y se puso a tipearlo en su propio móvil. Estaba caminando de un lado a otro de la enfermería como un puto león enjaulado y me lo conocía lo suficiente para saber que era porque, en el fondo, la ansiedad se lo estaba comiendo vivo y se estaba revolviendo con su eterna ira, de la que ahora yo parecía una extensión. —Ni idea de qué haya pasado, tampoco soy Dios, pero parece que alcanzó a llegar al domicilio que tiene reportado. —La luz de la pantalla del móvil se reflejaba en los pozos oscuros. ¿Era un farol, buscaban provocarme? No, ni de coña—. Si mueves un solo músculo para salir corriendo como descosida voy a puto noquearte como hizo Koizumi, Shiori, no tientes a la suerte. Solté un bufido fastidiado mientras él lanzaba mi teléfono en una de las camillas antes de ponerse a marcar un número de memoria en el suyo, colocó el altavoz y dejó el aparato en uno de los taburetes mientras se ponía a escarbar en la cristalera. No tenía idea, pero se le había metido una migraña de padre y señor nuestro. —¿Qué cojones quieres, Sonnen? No son ni las nueve de la mañana. —La voz de Arata Shimizu se alzó desde el móvil, a pesar del tono de la frase no sonaba fastidiado como tal. —¿Shimizu-senpai? —atajé. —Baby boy, ¿me estás llamando desde la escuela, que oigo a Kuro-chan ahí? —Céntrate, Arata. ¿Volviste a pasar por Shibuya en la madrugada, cuando ibas de regreso? —preguntó cuando por fin pareció encontrar las pastillas que necesitaba. —Sí, pasé a dejarle unas mierdas a unos estúpidos. —¿Viste algo raro, lo que fuese? —Soltó un sonido de negación—. En fin, necesito que me hagas un favor. —Hombre, ¿no puedes vivir sin mí? Mira que llamar a estas horas para que nos volvamos a comer la puta boca~ Mi mirada se clavó en Altan entonces, expectante, él se limitó a regresar el resto de pastillas a su lugar luego de bajarse una así sin agua ni nada. Bueno bueno, de las cosas que venía a enterarse uno luego de recibir un regalo directo del puto Infierno. —Te dije que te centraras, jodido imbécil. Te voy a enviar una dirección, ¿de acuerdo? Necesito que le eches un ojo a alguien —dijo sin siquiera cambiar de expresión—. Necesito que vayas armado, solo por si acaso. —¿A quién precisamente? —El perro-lobo. Al otro lado del teléfono el rubio soltó una carcajada seca, tan jodidamente burlona que hasta a mí me hizo arrugar los gestos. —No me vengas con mierdas. —No son mierdas —intervine entonces—. Por favor, Shimizu, necesito que alguien vaya. Soltó un suspiro evidentemente fastidiado y sonó como que se estaba levantando, posiblemente de la cama. No creí que fuese a responder nada más, de hecho creo que tanto Altan como yo estábamos esperando que cortara en algún momento. —Solo porque me lo pide una señorita. Sonnen, espero una buena paga por esta puta mierda, ¿me escuchas? Mira que levantarme a estas horas indecentes para ir a hacerle de niñero a un jodido pandillero. Si se entera la gente equivocada de Shinjuku me van a colgar. —Deja el drama, el perrito ya no tiene manada. Es una pieza sin pertenencia, suelta, nadie debería ponerse en mierdas solo porque le des una vuelta al tipo sin llamar demasiado la atención. —Ya envía la puta ubicación. Me llevaré los cuchillos buenos. —Luego te cuento qué fue lo que pasó, idiota. —Volvió a tomar el móvil y colgó por fin—. Shiori. —¿Ah? —Trata de no andar sola de ahora en adelante, ni siquiera en la escuela. Este maldito sitio es un jodido infierno a puertas abiertas. —Clavó la vista en Anna entonces—. Y contigo ya hablé al respecto también. Estoy cansado de esta mierda, de llegar tarde todo el puto tiempo. Se dejó caer en la camilla contigua, en la que había estado Hiroshi, y se llevó las manos al rostro. Lo vi masajearse las sienes antes de retirarse el flequillo del rostro, todavía hecho un miura, si no estaba gruñendo era un jodido milagro, pero fue ese gesto el que me hizo consciente de que debía estársele estallando la cabeza y me cayó otra oleada de culpa encima. Pude ignorarla como una campeona, eso sí, porque yo lo había pensado, ¿no? Que quería el poder de Hades para destruirlo todo. Fracturarle hasta el último de los huesos al demonio. Por haber tocado al centro de mi mundo. Las palabras que brotaron de Altan, como un susurro profundo pero casi derrotado, melancólico y gris, se me grabaron a fuego en la cabeza incluso aunque no lograba darle significado a la palabra en inglés. Pero su voz lo decía, casi lo gritaba a pesar de no haber alzado el tono, cuál era el significado. We're doomed.
Ilusión. La idea me seguía rayando la cabeza con una insistencia ridícula, y donde antes yacía una simple y calmada furia comenzaron a agitarse los vientos que solían alimentar mis incendios. Pero no había fuego, ni siquiera una chispa. ¿Qué era, entonces? No lograba definirlo. Oscuro, frío, ¿el fondo del océano? No, no era tan denso. Mi cuerpo flotaba a la deriva, inerme, y el aire se embolsaba en mis oídos pero no podía hacer nada para moverme. Inútil. Luchar era inútil. Resistirme era inútil. ¿Qué me quedaba? ¿Someterme a la voluntad de un hijo de puta? ¿O agarrar un arma, meterme en Shibuya y destrozarle el cráneo? Era capaz. Por un sólido segundo tuve la maldita certeza de que sería capaz de hacerlo. Miedo. De los lobos. De mí misma. De la hiena. De mí misma. Miedo. Siempre miedo. ¿Qué hubiera hecho de haber sabido que en ese preciso instante la hiena se encontraba en la azotea, que probablemente sus risas inmundas se escucharan desde el rellano del tercer piso? ¿Me habría congelado o le habría buscado para abrirle el cráneo en dos? O quizá le habría saltado a la yugular, como la serpiente en la que me había convertido. Era, a fin de cuentas, una jodida Boomslang. Podían habernos diseminado pero nadie nos había extraído el veneno de los colmillos. O podría... darme la vuelta e irme. No era mi desastre, ¿no? Ahora era la mierda de Kurosawa y su cachorro. Podía darme la vuelta e irme. Era bastante contradictorio, con suma claridad hacía escasos minutos había pensado que Shiori podría serme de utilidad, los engranajes se habían activado, había arrastrado a Altan para localizar a Usui y ahora... ahora sólo flotaba a la deriva y ya no sabía nada. Nada en absoluto. El ruido, el maldito ruido blanco reptó de todas partes y ninguna, se revolvió entre el viento y me perforó el cerebro. Y sentí su mano sobre la mía. Gracias. Me di cuenta que había detenido mis movimientos, su voz apenas logró alzarse sobre el ruido, pero fue suficiente para obligarme a pestañear. No busqué sus ojos, sin embargo, pues las lágrimas me ardieron con fuerza y me concentré en apartarlas, limitándome a asentir y ya. Era una jodida llorona de mierda, pero ese no era mi desastre y no me correspondía llorar. A mí no me habían entregado ninguna oreja cortada. Porque tú misma lo fuiste, imbécil. Ya calla. Altan y Shiori siguieron desenvolviéndose entre ellos con una naturalidad que, hasta ahora, había sospechado pero nunca presenciado. Cuando acabé mi trabajo limpiando su mano, el muchacho le estaba marcando a alguien y volví a la mesa para poner en orden los productos llenos de sangre; tuve que esquivarlo, parecía un león enjaulado pero ni siquiera reparamos en vernos o algo. Estábamos en dimensiones diferentes. Su voz también logró solaparse sobre el ruido blanco, era la voz de Altan, después de todo, y probablemente fuera a reconocerla hasta en el agujero más ominoso del Inframundo. Shiori conocía al tipo al otro lado de la línea y los vientos seguían agitándose, empujándome más y más lejos. Arrugué el ceño sin darme cuenta. Ilusión. Realmente no reaccioné a nada, ni siquiera a la estupidez de que se habían comido la boca aunque sí la oí con claridad. Algo, lo que fuera, me había drenado la energía por completo; no me sentía cansada, no tenía sueño ni esta necesidad estúpida de frenar, pero tampoco tenía ganas de nada. Pestañeé, guardando los frascos en sus gavetas correspondientes, la brisa se coló por las hendijas de la ventana y no me golpeó su frío ni su calor, fue como si me hubiera atravesado de lado a lado. Pude entonces darle nombre e identidad. Fantasma. Grisáceo, silencioso. Te resulta familiar, ¿verdad? La sensación. Ya estuviste aquí, Anna. ¿No es tranquilo? Sin toda la ira, sin todo ese fuego asfixiante. ¿No se está bien aquí? Puedes... olvidarte de todo y ya. Fingir que no existe. Puedes escapar. Escapar. Altan apareció en mi campo de visión para revolver las gavetas y me sentí ridículamente pequeña a su lado. Me aparté un poco por reflejo y eché un vistazo alrededor antes de regresar a mis manos. Seguían empañadas con la sangre de Shiori. Pestañeé y pestañeé, enfocando. Rojo puro. Revuelto con cenizas. Hasta ser gris. No sé por qué esperé a que la conversación telefónica acabara, realmente llevaba ya mucho tiempo sin nada que hacer ahí pero… no quería interrumpir, supuse. Recosté las caderas en el pie de una camilla y me distraje observando mis uñas hasta que el silencio regresara a asentarse sobre la enfermería. Curiosa era, semejante tranquilidad suspendida encima de mi piel mientras por dentro creía estar a punto de asfixiarme. Aunque respirara a la perfección. Sentí la mirada de Altan sobre mí y se la regresé por inercia, aunque la sangre hubiera comenzado a picarme, arderme, y realmente necesitara quitármela. ¿Que no andáramos solas, decía? ¿Qué tenía que ver yo en todo ese desastre? Como fuera, el tono que utilizó me hizo sentir aún más pequeña y estaba siendo estúpidamente egoísta, pero no lo reconocí ni por un momento. Lo vi desplomarse en una camilla, deslicé la mirada hacia Kurosawa, luego por la ventana, y las lágrimas volvieron a arder. Altan tenía pinta de estar pasándola aún peor que nosotras dos y era mi culpa, ¿verdad? Yo había decidido arrastrarlo ahí, poner a nuestra disposición su llave maestra. Él me había confiado su mierda y lo primero que hice con la información fue utilizarla. ¿Quería a Kurosawa de aliada? ¿Quería romperle los huesos a la hiena? Vengar a mi manada. ¿Valía… la pena? Qué sabía yo. Lo único que sabía era que allí sobraba y quería largarme a la mierda. Shiori me había agradecido y, antes que cualquier otra cosa, se convirtió en una invitación de retirada. Me separé de la camilla y le indiqué a la chica el maletín que había lanzado por ahí con movimientos vagos. —Es el tuyo —aclaré, en voz plana y suave; sonaba ¿inofensiva? Distante—. Estaba en el baño, ¿verdad? Solté el aire lentamente y me acerqué a Altan. No lo reconocía, me intimidaba un poco, pero tenía que seguir siendo ese niño perdido que había conocido entre esas mismas paredes. Tenía que serlo, pues los vientos me daban vueltas y vueltas y vueltas en el aire, y de repente fue lo único a lo que creí poder asirme. Su susurro me llegó desde una dirección extraña y se revolvió entre el ruido para materializarse con fuerza frente a mis ojos. Claro que tenía razón. Al mundo gris, al mundo de sombras. Estábamos condenados. No lo reconocía, me intimidaba un poco y no me sentía para nada cómoda, pero seguía siendo la estúpida que en cuestión de días había abrigado a un montón de gente junto a su fogata; y una de esas personas era Altan. Y era una jodida egoísta y seguía aterrándome la idea de perderlos. No tenía idea. Ya estaba enroscándome en torno a las personas de nuevo. No podía tocarlo con las manos llenas de sangre, las entrelacé a mi espalda con fuerza y me incliné para presionar los labios sobre su frente. No lo pretendía, de verdad que no, pero en medio de un impulso extraño le solté una mierda que no era mentira del todo pero que tampoco venía a cuento y, en definitiva, parecía contar con el único propósito de trazar con más fuerza la línea entre la ilusión y la realidad que ahora veía en todas partes. Fue un susurro de nada, con suerte y sólo él llegaría a oírlo. —Cuídalas. El cabello se me derramó sobre los hombros y me alejé antes de que llegara a molestarle. Intenté sonreírle pero no pude. —Me lavaré las manos en el baño e iré a clases —anuncié un poco al aire, no busqué volver a mirar a ninguno de los dos. Cuando fui a sostener el pomo de la puerta me di cuenta que iba a llenarlo de esa sangre gris que me escocía de manera insoportable, pero ¿tenía opción? Gris sobre gris. Qué más daba. Mira, apenas se notaba.
¿Por qué cojones no podía llorar si sabía que el imbécil que se hacía llamar mi novio había sido pescado por sus propios lobos ahora famélicos? ¿Si tenía incluso una imagen mental nítida, absurdamente clara y terrible del estado en que debieron dejarlo? ¿Qué habría hecho de saber que el jodido cerdo de Tomoya había acabado con la vida de Ike, lo único bueno que tenía Hiroki en la vida? Lo habría matado, habría ido a la cocina hecha un demonio, habría sacado los putos cuchillos y lo habría buscado hasta en el mismísimo Tártaro para desollarlo como una maldita res. La piel. El músculo. El hueso. Y habría bañado a todos con su maldita sangre asquerosa. Hasta cubrir de rojo el mundo amable, cálido y alegre que pretendí mostrarle a Hiro alguna vez.Pero ese mundo no existía. Era... una ilusión. No podía llorar, no podía porque había retrocedido todos los pasos que había dado al frente en esos días y había regresado a mi círculo de fuego, ese con el que me rodeaba donde no dejaba entrar a nadie y que a la vez me lamía la piel, desaparecía el frío, evaporaba mi llanto, y me permitía solo seguir avanzando. Había retrocedido. Cada fragmento de la máscara había vuelto a su lugar sin que me diera cuenta, o había vuelto a su lugar a su manera. La máscara de kitsune con mandíbula articulada ahora era del más absoluto de los negros, las fracturas remendadas con oro fundido hacían que pareciera que tenía encima una telaraña dorada. Era y no era el kitsune en que me había convertido hace cuatro años, era y no era el rostro de Kaoru deformado. Si se quiere podría decirse que Tomoya Hideki había conseguido subirme de nivel o más bien degradarme, consiguiendo que me acercara a su nivel. Sin moral, sin culpa, sin límites. Yako. Nogitsune. Zorro de campo, negro. Malvado a ojos de los demás, peligroso, travieso. Si alimentas al kitsune recibirás prosperidad, pero en caso contrario... Adversidad. Me enderecé, sentándome en el borde de la camilla, y no sé por qué demonios lo pensé pero tuve la sensación de que en ese momento el mundo frente a nosotros tenía que ser del más absoluto de los grises, que ese era su estado natural, pero yo solo veía rojo, rojo, rojo y más rojo. Rojo sobre el rojo, sangre sobre la sangre, e ira sobre la ira. Apreté el llavero entre mis dedos, todavía ensangrentado, y la voz de la chica me llegó de alguna parte y me hizo mirarla. No era el momento de pensarlo, pero la estúpida era preciosa, Dios mío, lo era y esos ojos como cuarzos sucios tenían la capacidad de atravesar a cualquiera de lado a lado. Ella lo había visto, lo conocía, al puto demonio, y pensé entonces que era una maldita injusticia, que ninguna de las dos merecía esa mierda. Que solo éramos, quizás, dos idiotas que se habían enredado con las personas equivocadas por los motivos correctos o incorrectos, ya no sé, no me importaba. Había logrado conectar con ella, con la misma loca de mierda que le había escupido encima al centro de mi mundo, sobre la que me había lanzado y que de haber alcanzado seguro habría asfixiado hasta dejarla sin aire que pasar a los pulmones. Pero ni ella ni yo merecíamos eso. Conocer a la hiena. Asentí con la cabeza al asunto del maletín, que ya no recordaba que había dejado tirado en el suelo del baño. En realidad no recordaba tampoco haberlo cargado, todo desde el momento en que vi el llavero en el lavamanos era un parchón terrible, incomprensible, pero mis propios gritos no desaparecían de mi mente. Había invocado al poder de Altan sin siquiera titubear, sin ninguna clase de derecho, lo había invocado como quien le abre las puertas al jodido Satanás. Era lo único que tenía a la mano, lo más parecido a un escudo y a la vez a un arma que podía alcanzar. Con su llave maestra. Con sus amigos de mierda. Con su ira sin fin. Seguí los movimientos de Anna, la forma en que se acercó a él a pesar de que incluso yo sentí la muralla que parecía estarse alzando, separando, dividiendo... Justo como los lobos debían desear. Divide. Y conquistarás. Cuando la chica se inclinó y le presionó los labios en la frente la tensión que ya Altan tenía encima se duplicó, no porque no quisiera su tacto, lo supe al pelo. Se tensó en expectativa por lo que sea que ella fuese a hacer después y la forma en que me fusioné con él de repente, con mi corazón sincronizado a medias al suyo, me lanzó encima el terror absoluto que sintió. No alcancé a escuchar lo que ella le dijo pero había tenido la fuerza para estaquear al chico a su asiento el tiempo suficiente para que ella se fuese... y él no alcanzara a detenerla. —Anna. —Su voz me recordó a la de un niño perdido y su figura se fundió con la de Hiroki la tarde del pasillo, cuando me había roto en mil pedazos y él me había soltado toda la mierda. Eran niños, maldita sea, eran niños con terror de quedarse solos—. ¡Anna! Se levantó como un resorte, de repente increíblemente errático, y se abalanzó a la puerta pero se había demorado demasiado en reaccionar. Su princesa se había ido, lo único que tenía consigo era... Yo. El maldito kitsune. Me había robado su primer beso. Me había robado su tiempo. Me había robado todo lo que debió haberle querido dar a Shiro-chan. Yo. Y no había sido capaz de amarlo nunca de forma romántica. Altan quería ser amado casi con desesperación. Volvió a cerrar la puerta y se derrumbó como un maldito edificio, prácticamente se hizo un ovillo recostado contra su superficie, y pude jurarlo, que vi de nuevo al Altan de ocho o nueve años, el que era antes de conocer a Jezebel. Ensimismado, retraído, apático y horriblemente gris. Me quedé estática en medio de la enfermería, todavía con un montón de imágenes y palabras inconexas martillándome la cabeza con una insistencia dolorosa. Le había entregado absolutamente todo a Hiroki, había derribado todas las murallas, pero por Altan nunca había hecho nada. Tomé el maletín, caminé hasta a él y como si fuese posible, se encogió más sobre sí mismo, como si mi fuego fuese a ser capaz de evaporar su océano. —Lo siento, Al —murmuré. Sus pozos oscuros, parchados también del rojo que me cubría toda la visión, se detuvieron en mí y pude ver asomando por la camisa a medio cerrar el rasguño que yo le había hecho. Estaba sano, sí, pero era una cicatriz nueva—. Nunca... pude sacarte de la trinchera. Directo del pecho le surgió una risa ronca, apagada, idéntica a las mías de hace un rato, y se incorporó tambaleándose casi como un ebrio, abrió la puerta de nuevas cuentas, esquivando mi mirada como si fuese un monstruo. Y no dolía, para mi sorpresa no dolía. Porque había consumido sus sobros durante tantos meses que ya nada de lo que hiciera o dejara de hacer para conmigo causaba reacción emocional alguna. —Vamos —murmuró, monocorde, y cuando me dio la espalda fue que lo noté, el plástico del tatuaje. ¿Una cruz? ¿Protección de qué?—. Te acompaño a tu clase. Apenas sepa algo de Arata te envío un mensaje, ¿de acuerdo? Vamos a cobrarnos la mierda de tu cachorro. Vamos a cobrarnos la mierda de tu cachorro. Dio un paso fuera de la enfermería y lo seguí en un silencio sepulcral. En el trayecto envió un mensaje, intuí que para Jezebel, y al recibir respuesta se regresó el móvil al bolsillo. —Al. —Lo llamé en el primer descanso de las escaleras—. Búscala, apenas puedas, búscala por lo que más quieras. No me refería a la albina, por supuesto. Soltó un sonido que asumí era de afirmación, pero lo cierto es que parecía muerto en vida. La migraña. La ira. Y la eterna melancolía de su mundo acromático.
Contenido oculto ya dejo la rolita que estoy usando para rolear a Morgan desde el aula porque woah what a trip *vibing to her psycho bitch* De un momento al otro pareció despertar de un sueño, quizás una pesadilla, quién sabe. ¿Y no era algo bueno? ¿Salir de territorio hostil? Podía alejarlo de allí todo lo que quisiera. Asentí quedo ante su pregunta, sólo para darle más seguridad del plan de acción que parecía entrarle en el cerebro a cuentagotas, y seguí sus movimientos en silencio. Se me escapó una sonrisa pequeña al verlo arrojar el cigarrillo y aplastarlo. Podría haberlo esperado a que se lo acabara. Ya sabía yo cuán adictos podían ser los idiotas a esas mierdas. De repente me di cuenta que yo tampoco sabía dónde quedaba la puta enfermería, me la había sacado de la manga para seguir el rollo de la niña buena aunque me diera bastante igual si se trataba o no la herida, pero ahora que había aceptado sentía la ligera, ligerísima responsabilidad moral de buscarla. Le sonreí, intentando infundirle ánimos o qué se yo, que parecía muerto en vida, y me agaché para recoger el cigarrillo. —Vamos —murmuré en voz suave, girándome sobre los talones para salir de la piscina—. Soy Morgan O'Connor, por cierto, ¿cómo te llamas? Arrojé el cigarro en el primer cubo de basura que pasamos y me fijé por sobre el hombro que me estuviera siguiendo. No era lo ideal, así que esperé a que me alcanzara y envolví una de sus muñecas suavemente entre mis dedos. Otra sonrisa impostada y le pregunté por la ubicación de la enfermería al primer idiota que nos cruzamos. Sencillo. No había nadie adentro, ni siquiera la jodida enfermera, y fruncí el ceño. —Eh, qué extraño —solté, viendo alrededor, y me giré hacia él; reparé en sus manos—. Bueno, perdona que te pida esto pero... ¿podrás encargarte tú? Si te consigo los utensilios, quiero decir. No soy buena con estas... cosas. Forcé una risilla ligeramente nerviosa sobre mi voz, aunque la pura verdad fuera que apestaba cuidando de los demás porque no era algo que me apeteciera hacer y ya. Es decir, era bastante probable que fuera a limpiarle las heridas decentemente, ni que requiriera un máster, pero ¿tenía ganas? Vaya que no. Qué puta pereza. Contenido oculto Insane holi <3
La seguí desde atrás, a paso lento sin perder de vista su espalda al ser mucho más baja que yo, ciertamente el hecho de que se arrodillara y tirara el cigarro al cesto de basura me hizo estirar la mano para detenerla y hacerlo por mí mismo, pero ella ya lo había hecho, así que apenas y aparté la mirada mientras la escuchaba hablar. Probablemente hubiese bromeado sobre alguna tontería, pero esta vez tan solo me limité a presentarme. —Daute Hanson. La vi detenerse, y fue entonces que me di cuenta que al tratar de seguirle el paso, en realidad, me estaba quedando atrás. Me sujetó y me dejé llevar entrando de nueva cuenta al edificio, escuchándola preguntar aquí y allá hasta que nos dieron indicaciones, abriendo ella la puerta para ingresar conmigo detrás. —¿Encargarme? —me miré las manos entonces y reí, sin pizca de gracia en realidad, aunque apreciaba su amabilidad por llevarme hasta allá—. Ah sí, yo lo hago. Sí, en un rato, ahora en realidad no quería aplicarme alcohol y vendármelas, la seguí porque me lo sugirió, y eso era más que suficiente. Me senté entonces sobre una de las camillas y acomodé los codos sobre mis rodillas, mirándola entre las pestañas. Qué ganas de echarse a dormir. —Gracias Morgan —le mostré los blancos dientes—, de aquí en adelante me ocupo yo, puedes regresar con tus amigas y eso, no te preocupes. Porque lo que menos quería era hacerle perder el tiempo del receso cuando no tenía la energía de mantener el ritmo de una charla. Y el pensarse en llegar a casa, informar que su móvil murió por cualquier tontería que se inventaría en el camino, y después... ¿Después qué? ¿Decirle a su padre que hiciese lo que se le viniese en gana con su futuro? Bueno, eso ya no sonaba tan mal.
Daute Hanson. Otro extranjero, ¿eh? Había caído en el Sakura simplemente por seguirle la corriente a Kohaku y jamás creí que esta mierda de niños pijos iría a parecer un congreso de Naciones Unidas o qué se yo. Bueno, no iba a quejarme del todo, que la sangre escocesa entre tanto japonés parecía brillar como pintura luminiscente y allí me camuflaba un poco mejor. Lo detallé en silencio hasta que se acomodó al borde de una camilla y ensayé un suspiro liviano, girándome para buscar las cosas entre las gavetas. Bueno, sería lo básico, suponía. Algodón, alcohol... no, agua oxigenada, ¿verdad? Ardía menos. Eh, ¿gasas también? ¿Necesitaría vendar la herida? Qué sabía yo, lo principal era limpiarla primero así que del resto mejor se encargaba él, que ya bastante grandecito estaba. Desde mi posición lo oí invitándome a retirarme y aproveché que le daba la espalda para sonreír a mi gusto. Hablé, pero la diversión no se coló en mi voz. —¿Amigas? —repliqué, suave, y volví junto a él para alcanzarle los utensilios. Me senté en el borde de la camilla contigua y enganché las manos entre mis muslos, viéndolo con una sonrisa amigable—. Soy nueva aquí, la verdad es que no me ha dado tiempo de hacer amigas así que no te preocupes por robarme tiempo, que no tenía grandes planes de todas formas. Tomé aire y lo solté poco a poco, remojándome los labios, como si me generara inquietud abrir la boca. Sí, claro. —¿Puedo...? —titubeé, tragando saliva—. ¿Puedo preguntar si está todo bien, si... eso te lo ha hecho alguien? ¿Te están molestando, acaso? Qué puta gracia, Morgan. Es obvio que el idiota se rompió las manos él mismo. Y todo por un almuerzo inofensivo. Puto loco.
¿Nueva? Bueno, no es que llevara muchos días tampoco, así que el estar en condiciones similares sobre el tiempo en dicha academia era un tema que podían hablar, cuando se la volviese a encontrar. —En mi clase hay algunas chicas amables, por si te apetece hacer amigas —comenté un poco de la nada al ver que no tenía intenciones de irse, y yo no era de echar a nadie, mucho menos si se trataba de una persona amable como ella. Me mantuve entonces con mis ojos sobre los de ella ante la pregunta y suspiré. Vaya daño tan marica. —Una estupidez al freírseme el cerebro —hablé sin mayores intenciones sobre profundizar el tema, no me apetecía pensar en... ¿en qué? ¿En irme de cabeza a arreglar las cosas y hacerme una película en la cabeza? Si no fuese por el vacío en el estómago al recordar la tensión percibida me daría hasta gracia y todo lo tonto que podía ser. Miré entonces el agua oxigenada y sujeté un pedazo de algodón, pasándolo entre los nudillos luego de humedecerlo por completo, sintiendo el leve escozor en la piel que me hizo fruncir un poco el ceño, limpiando apenas para bajarme de la camilla y tirar el algodón utilizado en el cesto de basura. Eso parecía ser suficiente. —Creo que eso es todo —relajé los hombros, volviendo las manos a los bolsillos del pantalón mientras me sentaba nuevamente en la colcha de la camilla. ¿Cuánto faltaría para que terminara el receso? Quería regresar a casa.
No tardó mucho en simplemente levantarse de la mesa para abandonar el lugar y dirigirse al salón de clases para dejar su bento, inclusive tenía pensado solo quedarse allí hasta que sonara la campana de nuevo al no tener nada que hacer en realidad. Camino sin prisa tomando el elevador para no tener que lidiar con las escaleras, luego fue por los pasillos para poder adentrarse al aula para guardarlo y antes de sentarse recordó que la pelirroja también iba en su curso. ¿Debería ir a revisar como iba la conservación en algunos de los lugares que dijo Daute? No, eso debía ser muy invasivo y realmente no le correspondía. ...Pero no podía negar que la curiosidad estaba allí, solo porque él lo había aconsejado hablar con ella. Suspiró resignado cuando terminó dando media vuelta para salir y probar suerte, sabía que estaba metiéndose donde no lo llamaban y podía resultar mal si no era discreto, pero tan siquiera podía intentar ver por los demás salones de tercero como primera parada en su búsqueda. Y en realidad, estuvo medianamente sorprendido cuando pudo localizarla solo que... no precisamente con Daute como hubiera esperado, frunció ligeramente el ceño ante la confusión por la situación y continuó tratando de no estar muy preocupado por los demás salones y lugares disponibles del tercer piso en busca de Daute. Estaba seguro que debía haberlo mantenido en el patio. Sin consejos innecesarios. Distraerlo de la situación. Finalmente sus pasos lo guiaron al baño de chicos del tercer piso y lo que pudo observar una vez que se adentró por completo a este tampoco ayudó en lo absoluto a ese sentimiento de culpabilidad que ya estaba sintiendo dentro de él desde que vio que Daute no estaba con Sasha. El espejo roto, los trozos del celular que claramente reconocía a ese punto, pequeñas gotas de sangre en una de las paredes. Lo había cagado, ¿no?. Y ahora Daute estaba pagando ese mal consejo, ¿verdad?. Sentía su corazón latir a mil por hora solo de tratar de imaginarse cómo demonios había ido todo para que esa escena en el baño fuera siquiera posible, por algo no tomaba cartas en muchos (por no decir todos) asuntos, menos en los cuales no tenía en lo absoluto experiencia, porque quizás, si fuera mucho mejor en relacionarse hubiera podido pensar en que claramente no era buena idea que hablaran en ese momento si ya había notado la forma en la que Daute había reaccionado por tan solo ver a Sasha hablar con Maze y su reciente estado de ánimo de la mañana. Además lo que justo había dicho en el patio. Sentía demasiada responsabilidad y no le agradaba ni un poco. Bajó las escaleras hacia el segundo piso y repitió el proceso, ir salón por salón, el baño, inclusive terminó dando un leve vistazo por la sala de profesores en caso de que él estuviera allí por haber roto el vidrio del baño en algún otro golpe de mala suerte pero no. —¿Dónde mierda te metiste? —murmuró en voz baja, corriendo hacia las escaleras una vez más para llegar hasta el primer piso, no quería tener que estar corriendo por toda la maldita academia como un desquiciado buscando a Daute porque no tenía ni una pizca de idea de todas las instalaciones que había, ni siquiera había tenido la energía suficiente de ir al gimnasio cuando llegó a tener tiempo de hacerlo. Sería buscar más a ciegas de lo que ya lo estaba haciendo. Para cuando llegó a la enfermería suspiró de alivio al ver aquella silueta que reconocía y abrió la puerta por completo para permitirse entrar, su pecho seguía subiendo y bajando con cierta rapidez por toda su carrera por los pisos, pero ya había comenzado a trabajar en tranquilizarse para tampoco ser objeto de preocupación y preguntas, lo único que le interesaba es que estaba en una pieza...de algún modo y eso le era más que suficiente por ese momento. Cerró la puerta tras él y finalmente prestó atención a la chica que lo estaba acompañando, y como ya había esperado, ni siquiera la reconocía, como el resto del alumnado de esa academia y tampoco sentía que fuera importante, tan solo...sabía que tenía que hacerse cargo del problema que sentía que había causado. —Te busqué por toda la jodida academia, ¿sabes? Contenido oculto Creo que este es el post más largo que he hecho porque estaba negada de hacer un post en cada piso, ya no aguanto al bebote todo sad ;---;
Asentí con cierta chispa de ilusión sosegada ante su idea de conocer a las chicas de su clase. ¿Me importaba? Ni un poco, pero le seguiría el rollo con la mierda que se le cruzara por la cabeza. Era, después de todo, la mejor forma para mantenerlo entretenido. Brindarle atención, apoyar sus ideas, reírme de sus chistes. El lenguaje corporal también era importante, de modo que no me removí demasiado ni desvié las rodillas u hombros. —Luego puedo pasarme y ver qué onda~ Entonces me soltó lo del cerebro frito y arrugué el ceño, como si intentara descifrar sus palabras, pero decidí no hurgar demasiado. Si lo presionaba mucho podía generar efecto látigo. Suspiré lentamente y desvié la mirada a cualquier punto de la enfermería, con aires desencantados, incluso algo decepcionados. Parecía un buen tipo, puede que algo tonto, pero bueno en definitiva. ¿Podría trabajar con su culpa, su remordimiento? Valía la pena el intento. —Ya... Suspendí la palabra en el aire, removiendo suavemente las rodillas como si el ambiente, de repente, me incomodara un poco. Me quedé allí mientras se limpiaba las heridas y tiraba el algodón al cesto de basura. Pensé entonces que quizá se mantendría de pie, era la señal más inequívoca de quien desea marcharse, pero volvió a su asiento al borde del colchón y me tragué la sonrisa. Buen chico. Había colado las manos en los bolsillos y fruncí el ceño, puede que fuera la reacción más genuina que le mostré hasta ahora. ¿Es que estaba idiota? Hasta yo sabía que las heridas así de abiertas se le podían infectar o cualquier mierda, además ¿no le molestaba el roce con la tela? Venga, no lo comprendía ni un poquito. —Oye. —Igual me las arreglé para teñir mi voz de preocupación y me incliné para buscar sus brazos y suavemente instarlo a sacar las manos—. No hagas eso. Ya lo había notado antes, cuando lo jalé de la muñeca por media Academia. No parecía tensarse o rehuir de mi tacto, ¿no? Me abría el camino para concederme ciertas licencias, como si fuera una estúpida confianzuda. Deslicé los dedos casi sin provocar contacto real hasta alcanzar sus manos, para inspeccionarlas de cerca. Me había inclinado sobre él y estaba bastante cerca, aunque fingí no haberlo notado. Aún tenía muchas reacciones que leer y de vez en cuando sin arriesgar no se gana nada. En eso estaba cuando la puerta se abrió a mis espaldas. No me giré de inmediato, más bien me detuve en la expresión de Daute antes de inspeccionar sobre mi hombro con la sutileza pero agudeza de un felino. Fue apenas un instante que realmente nadie podría haber notado, la opacidad que empañó mi mirada. Era un chico, obvio no lo reconocí pero parecía conocer a Hanson. Lucía agitado y ligeramente molesto, y decidí soltar las manos del muchacho para erguirme. Decenas, cientos de posibilidades desfilaron por mi mente en cuestión de breves segundos y opté por un curso de acción con la jodida velocidad de una computadora. —¡Ah! ¿Eres amigo de Daute? —Me acerqué al recién llegado con una clara nota de preocupación mezclada con alivio impresa en el rostro—. Qué bueno, no estaba segura de dejarlo solo... Ah, soy Morgan, por cierto, es un gusto. Iba dejando caer las piezas poco a poco, a la paciente espera de que las tomaran y acomodaran por sí mismos. Yo también soy nueva. Lo he encontrado y lo ayudé con sus heridas. No tengo amigos. Qué cosas, ¿eh? Casi como si no les quedara más remedio que hacerme un lugar entre ellos.
Ladeé la cabeza al verla acercárseme por guardar las manos en los bolsillos. ¿Podía ser tosco conmigo mismo en cuanto a golpes y eso? En definitiva. No es como si me fuese a morir por ello, pero el ver su reacción me hizo reírme suavemente, entre avergonzado y divertido por el cuidado que estaba teniendo sin siquiera ser cercanos. Era una buena chica. Amable, cuidadosa. Ni siquiera me percaté de la cercanía que teníamos, porque estaba más centrado en mirarla a ella al sujetar de nueva cuenta mis manos, además de que estaba realmente acostumbrado a estar cerca de las personas, quizá por el país de mi madre en el que me criaron, en donde abrazarse, saludarse de beso, andar de la mano no era visto como acto extraño, y mucho menos el tratar de ayudar a un otro implicando contacto humano, así fuese un desconocido. —Las cubriré con algo entonces, así puedo mantenerlas en los bolsillos sin que termines frunciendo el ceño —susurré. En cuanto iba a continuar la conversación la puerta se abrió de tal forma que me hizo elevar la mirada entre las pestañas, detallando el rostro de Aaron. Estaba agitado, sudando. Estaba por alejar las manos de Morgan , peroella ya las había apartado. Me levanté entonces del borde de la camilla y no supe si caminar o no hacia él, pero sin darme cuenta terminé haciéndolo, procurando verme fresco, como siempre. <<Te busqué por toda la jodida academia, ¿sabes?>> Terminé desviando la mirada, con una risa floja al no apetecerme reír en realidad, pero no sabía qué decirle. Continuaba tan molesto, tan sumamente molesto. Me sentía tan enojado conmigo mismo. Un año y algo saliendo. Y cada día que pasaba era como sino avanzáramos nada. <<Qué bueno, no estaba segura de dejarlo solo... Ah, soy Morgan, por cierto, es un gusto.>> La miré sobre el hombro. —Él es Aaron —le mostré los dientes en una sonrisa amplia—, va a mi clase —volví mi vista al frente, hacia Yume—. Lo siento, ¿te hice correr mucho al buscarme? No supe desviar la conversación, las tonterías no me salían debajo de la manga como solía, y en definitiva, no quería hablar de ello estando Morgan presente. Era mi vida personal a fin de cuentas, y si Yume entraba en ello era porque comenzaba a sentirlo como mi mejor amigo.
"¡Ah! ¿Eres amigo de Daute?" Como si fuese mucho más importante para procesar en su cabeza, terminó moviéndose hacia a un lado cuando la vio aproximarse hacia su persona y poder mantener su distancia con ella incluso aunque la opción de mantenerse quieto allí y responder su pregunta totalmente válida, después de todo quizás lo consideraba muy inteligente mostrarse de esa forma con alguien que había ayudado a Daute y se preocupaba por él de acuerdo al tono con el que hablaba. "Qué bueno, no estaba segura de dejarlo solo... Ah, soy Morgan, por cierto, es un gusto." Separó los labios para poder responderle pero la mera intervención de Daute fue suficiente para ahorrarle la interacción con Morgan y presentarse formalmente, tan sólo terminó limitándose a asentir a la chica para confirmar los datos que ya le habían dicho y no simplemente dejar pasar su pregunta. Volvió a centrarse en Daute y está vez si dio un golpe en su nuca con la palma de su mano sin mucha fuerza, como había querido dárselo en la mañana por haberlo mordido el día anterior y terminó desechando la idea por ver el estado en el que se encontraba. Pero allí ya no podía evitarlo. No entendía porque había reído ni la sonrisa que le estaba dedicando con todas aquellas partes del rompecabezas que fue juntando desde que inició el día. El imaginable disgusto que lo había mandado a ver y la escena del baño no podían unirse a una sonrisa y una actitud despreocupada, menos cuando eran dirigidas a su persona. El responsable de guiarlo a algo que no le iba a gustar. —Es exactamente lo que dije. —Lo guió de nuevo hacia la camilla para que tomara asiento y prestó atención en su mano con cierto alivio, el hecho de que no estuviera como se lo había imaginado lo tranquilizaba un poco, pero seguía estando la culpa allí. Se apartó entonces, para buscar una venda entre los cajones de la enfermería —Pero eso no es algo que importe mucho en realidad, ¿ya lo limpiaron? ¿Te duele? —Se giró a verlo cuando ya encontró la venda, solo así recordando nuevamente la presencia de Morgan y volver a prestarle atención al dirigirle su mirada, era apropiado agradecerle, ¿no? —, y... Gracias por acompañarlo, ya no va a estar solo para que no te preocupes. —Agregó ya sin mucha molestia en su tono, después de todo, seguro ya llevaba un rato ayudando a Daute.
Aaron, ¿eh? Más extranjeros. Asentí cordial en cuanto el muchacho hizo lo mismo, y presté atención al resto del intercambio manteniendo el silencio y aquella pequeña sonrisa, inofensiva, pegada al rostro. Aaron guió a Daute de vuelta a la camilla y se dispuso a vendarle las manos. Al fin, venga, alguien competente. Tenía la sensación de que había cosas que evitaban hablar conmigo allí presente, ni hablar de que era más que evidente que sobraba. Pero era una niñata amable, cuidadosa y algo despistada, ¿no? ¿Por qué habría de leer el ambiente con ojo diestro? Como fuera, Aaron había llegado para arruinarme la fiesta como un auténtico cabrón y tuvo hasta la decencia de invitarme a retirarme. —No ha sido nada~ —murmuré en voz suave. Pestañeé, asimilando la información, y deslicé mis pupilas hacia Daute. Me mantuve en silencio. Iba a irme, sí. Pero sólo si él me lo decía, no un idiota cualquiera. Y quizá, sólo quizá, la mirada de angelito funcionara.
Le seguí el paso a Aaron al tomarme de la muñeca y guiarme nuevamente a la camilla, volviendo a sentarme en el borde mientras le miraba buscar en los cajones, denotando las vendas blancas, y entonces susurré: —Puedo hacerlo solo. Sí, aunque lo dije dejé que él lo hiciera, quizá porque no veía las raspaduras como algo que me fuese a dejar en el hospital, pero en el transcurso del día con el vicio que tenía de mantener las manos en los bolsillos sé que comenzaría molestarme, y luego tendría a mi madre preguntándome si me metí en problemas y eso, pero en realidad, no era de meterme en líos, no me gustaba. —Me apliqué agua oxigenada, pero no, no duele —respondí luego de que él le hablara a Morgan, la cual al fijarme, continuaba ahí de pie, mirándome, y no era nada justo que se quedara ahí aburrida—. ¿Qué te gusta comer Morgan? Pregunté por fin algo más risueño sin apartar el tacto de Aaron, con el propósito de traerle lo que sea que quisiera al día siguiente como agradecimiento, sintiéndome mucho más tranquilo con Yume presente, aunque la ansiedad continuara ahí, en el centro de mi pecho. Al menos, con ella ahí podría evitar el tema, aunque una parte de mi quería estar a solas con Yume, comentarle que estaba enojado conmigo mismo, decirle que solo quería ir a casa para ponerme a trotar, ducharme y dormir. Aunque mi papá, de seguro estaría esperándome al llegar. Que dolor de cabeza.
La realidad es que no sabía por qué Morgan seguía allí parada en la enfermería cuando prácticamente él había entendido que se iba a retirar pero no quería dejar a Daute solo y ahora que había compañía...no había demasiado que hacer más que cumplir con lo que habías implicado, ¿no? ¿Qué se suponía que estaba esperando? Hizo caso omiso al comentario de Daute, arrastrando un banquillo para sentarse frente a él e iniciar a vendarlo —Si sabías hacerlo solo entonces lo hubieras hecho hace tiempo —le riñó comenzando a hacer su trabajo —, aunque no duela no puedes tener algo así expuesto, es solo prevención así que no te quejes. Escuchó la pregunta hacia Morgan y contuvo un bufido, ¿qué clase de pregunta era esa en esa clase de ambiente? Cortó la venda y la aseguró para que no se moviera o se le cayera en lo que le restaba del día, se levantó para guardarla donde estaba y luego movió el banquillo para estar de lado de la camilla, si ella no se iba a ir y él no planeaba ser especialmente grosero por ella haberlo ayudado, entonces tendría que mantenerse al margen de la conversación.