Enfermería

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    La pequeña enfermería de la primera planta atiende lesiones leves, molestias y heridas de índole diversa.

    Extrañamente, suele estar vacía.

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    Hygge

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    Aquí tomándome libertades creativas de por qué nunca posteé con ella (?

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    Aparté con pesadez el antebrazo sobre mi rostro, y la intensa luz del día hizo que apretase los ojos con cierta incomodidad. Me recibió el techo gris, las paredes blancas e impolutas, las cortinas meciéndose con una apacible calma al compás de la brisa. La enfermería se encontraba en completa soledad a excepción de mí y del encargado del lugar, y eso me aliviaba en cierta medida. Doblé la almohada, irguiéndome sobre ella con cuidado, y un suspiro lastimero escapó de mi pecho.

    Vaya primer día, ¿eh, Liz?

    Todo parecía marchar tal y como había imaginado. Los reencuentros con mis amigos, tener que ayudar a Niko a encontrar su aula, la emoción de conocer a mi clase en ese curso. Apenas había dormido los días anteriores, deseando organizar todo lo que quería hacer durante mi nueva vida académica desde el primer momento. Pero tal parecía haber sido mi entusiasmo que apenas noté que estaba exigiéndole a mi cuerpo mucho más de lo que podía soportar... y allí estaba. Descansando en la enfermería después de haber perdido el conocimiento. Acomodé los mechones de mi cabello, sintiendo mis manos aún algo temblorosas, y tomé mi teléfono para notar que efectivamente aún estaba bastante pálida. Me habían dejado algo para recuperar fuerzas, pero era tan terca que tuvieron que retenerme en varias ocasiones porque quería marcharme cuanto antes, para ir a apuntarme a los clubes que había anotado en mi lista.

    —¿Tomármelo con más calma? Decirlo es fácil —murmuré, desbloqueando el teléfono en el proceso. Dudé en varias ocasiones, a punto de enviarle un mensaje a Emily, a Mimi o a Nikolah sobre lo sucedido... pero acabé apagándolo. Seguro que debían estar pasándolo bien en su primer día, no quería preocuparles innecesariamente. Me recosté con cuidado, cerrando los ojos en el proceso—. Aún queda mucho por hacer... no puedo decepcionarles.

    No debo hacerlo.
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    Mis pasos me terminaron llevando hacia la enfermería de la escuela, lugar que conocía de primera mano. Siempre terminaba golpéandome con alguna puerta, escalera, cordón, o cualquier cosa, la verdad, y había tenido que acudir aquí múltiples veces. Tantas, que ya ni llevaba la cuenta. Cuando entré, el encargado bromeó sobre que era un tiempo récord esta visita, yendo al lugar el primer día de clases, a lo que respondí con una sonrisa y meneando la cabeza.

    — No, no me pasa nada. Es más, ¡estoy intentando resolver un misterio!— anuncié, con una sonrisa de oreja a oreja.

    La enfermería había sido el último lugar de mi lista mental para visitar. Había pasado por la biblioteca, el gimnasio, los patios, ¡pero no había encontrado ninguna pista! Entonces fue cuando una idea me iluminó el rostro. Si habían habido gritos, había ocurrido una pelea. Si había ocurrido una pelea, debía haber heridos. ¿Y a dónde iban los heridos? ¡A la enfermería, obviamente! Así que allí me encontraba, intentando resolver el caso que tenía entre manos. Sin embargo, lo que encontré allí no fueron pistas, si no a una Liza postrada en la cama.

    — ¡Liza! ¿Qué hacés aquí? ¿Te lastimaste, te caíste, estás bien?— pregunté, atolondrado, mientras me ponía rápidamente a su lado. Le puse una mano en la frente.— ¿Tienes fiebre, estás enferma, te pasó algo?

    En mi rostro había pura preocupación. Liza se veía pálida, y podía sentir como temblaba cuando la tomé de la mano. Me la quedé observando, esperando su respuesta, parado y encorvado, porque con el apuro, no había dado el buen tino de sentarme.
     
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    Hygge

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    Por más que intenté dormir no pude conciliar el sueño. El murmullo de los estudiantes al otro lado de la ventana traía consigo sus voces, sus risas, y la ansiedad se instaló en mi pecho al encontrarme encerrada y desprovista de aquello que había esperado con tanto ahínco. Oh, jeez… Es que era tan injusto. O quizás la injusta era yo, acostumbrada a ver pasar los días con tanta celeridad, con millones de metas que alcanzar, que nunca podía escuchar lo que mi cuerpo necesitaba. Perdiéndome de todo aquello que sucedía en tiempo real.

    Y en esas cavilaciones estaba cuando la voz conocida de alguien me sacó de mi estupor. Me volví hacia la puerta con calma, las manos entrelazadas sobre mi regazo, y apenas pude procesar cómo a la velocidad del rayo tenía a Nikolah frente a mí, tomándome de la mano y observando de cerca si me encontraba bien. El corazón me dio un vuelco, no supe bien si producto del desconcierto, el arrepentimiento o la vergüenza. Pero allí estaba: el chico con el que siempre debía quedarme hasta tarde cuidando de él en la enfermería, ahora atendiéndome a mí.

    Qué de vueltas daba la vida.

    —Oh, Niko... ¿Qué haces aquí? ¿Volviste a golpearte de nuevo? —solté una pequeña risa, intentando calmar sus nervios. Pero al ver que no funcionaba coloqué mi mano sobre la suya, suavizando mi expresión—. No es nada, cielo, tan solo fue un pequeño mareo. La persona que me atendió me obligó a permanecer aquí durante unas horas hasta que recuperase las fuerzas —hice un pequeño mohín lastimero, como una niña a la que había castigado sin salir—. No es justo, si estoy perfectamente.

    Pero Nikolah pudo comprobar con facilidad que el color de mi rostro no parecía decir lo mismo.
     
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    Yugen

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    Una charla apacible.

    Las manos en el volante del auto.
    Su hermana mayor Minato.

    Un fogonazo brillante.
    Cristales rotos.
    Sangre en el asfalto.

    Lo recordaba.
    Había sido un día de lluvia.

    Un día como ese.
    En medio de la inconsciencia pudo sentir el olor aséptico en su nariz, penetrante, tan típico de los hospitales. Su mente recordaba esos meses. Medicamentos. Suero. Agujas. Máquinas que pitaban de forma insistente.

    Qué meses de mierda.

    Le dolía la cabeza como si estuviesen taladrando sus sienes. Era un dolor agudo que cruzaba su cerebro de parte a parte. El mundo a su alrededor aún se veía borroso, titilante cuando lentamente, muy lentamente, abrió finalmente sus ojos oliva.

    Un pequeño murmullo, mezcla entre quejido y gruñido gutural emergió del fondo de su garganta. La desagradable luz blanca del techo le irritaba la vista.

    —Auch...—masculló.

    Por pura inercia se llevó la mano a un lado de la cabeza. Cuando cayó en mitad del pasillo se golpeó en esa zona. Afortunadamente, no tenía más que una pequeña contusión por el golpe. Un memorable chichón.

    Cerca pudo escuchar los muelles de una cama chirriar como si alguien se hubiese incorporado de golpe. Y de forma repentina una delicada mano de pianista descorrió la cortina que separaba su camilla del resto de la sala.

    —¡Aika!

    Allí estaba Mimiko Honda. La princesita tirana. La desconsiderada patológica de Mimiko Honda. Aika aún se debatía entre el sueño y la vigilia pero pudo ver que sus manos, apretadas en puños prietos, temblaban, tiritaban. Que su cuerpo estaba tenso, que apretaba los labios y tenía las ojos enrojecidos. ¿Había estado... llorando acaso?

    —Mii-

    —¡Eres una imbécil!

    Su voz sonó repentina, brusca. Similar a una bofetada. Cortó el aire como una saeta gélida. Izumi la miró sin entender exactamente... o tal vez fingiendo que no entendía.

    Ah, estaban en la enfermería.

    Vaya.

    —¡Te desmayaste! ¡Sin más!—prosiguió. Parecía conmocionada por la situación y al mismo tiempo aliviada de verla con vida. Había tantos sentimientos dentro de ella que se convertía en una bola enorme y enredada que no sabía cómo cojones desentrañar. Tampoco le interesaba demasiado hacerlo—. Ni siquiera la enfermera supo que diablos te pasó. Me dijo que te dejara descansar, que quizás había sido un lipotimia pero tampoco se detuvo demasiado a comprobarlo. ¿Estás comiendo bien?


    Otra vez.

    Aika fijó la mirada en el cristal de las ventanas. Seguía lloviendo. El cielo estaba gris, encapotado y oscuro. Justo como aquel día. Qué ironía que justo entonces le hubiera vuelto a pasar.

    —Estoy comiendo demasiado de hecho, Mii-chan.

    Últimamente le pasaba más a menudo. Desde el accidente se olvidaba de las cosas, se distraía con suma facilidad... pero desde aquel evento todo parecía... haberse acelerado. Mimi no lo sabía. Ni Emily. Ni Liza. Ni nadie fuera de su entorno familiar. Compartir sus problemas con la gente, incluso si era gente de confianza, era algo que no le gustaba hacer. Implicaría preocupar a personas que le importaban. Incluso personas que no. Le gustaba fingir que todo estaba bien, esforzarse por sonreír y mantener la cabeza alta a pesar de todo.

    Todo estaba bien si lo creías. Una mentira dicha mil veces se convierte en verdad.

    Pero el mundo no funcionaba así.

    Esbozó una pequeña sonrisa y sus ojos verdes, brillantes, buscaron los orbes celestes de la princesa.

    —Entonces... ¿estabas preocupada por mí?

    —¡Ah!

    Mimi se paralizó. Aquellas palabras, aquel tono casi burlón y al mismo tiempo agradecido en la siempre alegre voz de Aika fue un golpe brutal a su muralla. Su cuerpo se tensó aún más, rígido, y el rubor no tardó en escalar por su rostro como una flamígera llama
    . Dios, qué estúpida. Ojalá no preguntase cosas tan obvias.

    —C-claro que no, boba—bufó y dándole la espalda cruzó los brazos con obstinación—. Solo quería saber, eso es todo.

    Ojalá ella no fuese tan jodidamente orgullosa.

    Igual no importaba realmente. Porque para Aika Izumi, Mimiko Honda también era trasparente. Era tan fácil de leer, tan sencillo interpretar sus gestos. Tampoco es que se esforzarse mucho por mentir. Era simplemente... como si se rehusara a aceptarlo por mero orgullo— la amabilidad, la honestidad, el cariño—pero en el fondo, quisiera darlo a entrever con todo su ser. Con todas sus fuerzas.

    No era una mala persona en el fondo.

    Aika lo sabía. Y aquello le bastó para sonreír.

    —Estoy bien—le dijo aunque su voz sonó diferente, extraña—. No me pasa nada de nada. Solo me mareé. A cualquiera le pasa.

    Mimi la miró de soslayo. Podía entreverlo también. La mentira en sus palabras. Era tan obvia. Como se esforzaba por hacer ver que todo estaba bien cuando no lo estaba.

    —Tú quédate aquí y descansa ¿de acuerdo?—le pidió. Pero no era una sugerencia—. Voy a llamar a Emily para decirle que despertaste
    .

    Aika la vio alejarse unos pasos y sacar el teléfono móvil del bolsillo de su falda. Se sentía cálido en el pecho. Que alguien como Mimi se preocupase por ella, por alguien más que sí misma... para variar. Era agradable, mucho más teniendo en cuenta todo lo que sentía por aquella jovencita tonta. Pero al mismo tiempo sabía que no estaba siendo honesta.

    El accidente.

    Los tres meses de coma.

    La última revisión con su neurólogo.
    Volvió su vista a la ventana. A las gotas de lluvia, a los regueros que terminaban en el alféizar.

    No había sido honesta.

    Era una patética mentirosa de mierda.

    Apretó los labios hasta que formaron una fina línea en su semblante. Su mirada se ensombreció.

    —Perdóname Mii-chan—susurró. Y sonó profundamente dolida.

    Pero solo la lluvia oyó sus palabras.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Emily Hodges

    Me rasqué la mejilla, intercalando miradas entre ambas chicas con una sonrisa nerviosa. Parecía que sí había interrumpido algo sin darme cuenta, ¡tan típico de mí

    No tuvimos tiempo de hablar mucho más, pues Mimi apareció entonces ante nosotras y nos pidió ir a la enfermería. Me mordí el labio, nerviosa mientras asentía con la cabeza, y tras despedirnos de la mayor, comenzamos a alejarnos hacia el final del pasillo. Por el camino, me acerqué aún más a Liza y cogí su mano entre la mía, apretándola ligeramente para dedicarle una débil sonrisa cuando me miró.

    Seguro que había sido un simple desmayo y nada más, quizás solo necesitase descansar, pero de alguna manera, sentía que aquello era algo más. Al menos, el hecho de que Mimi pudiese venir a avisarnos tenía que ser un buen indicio, porque podía significar que no era tan malo.

    Llegamos finalmente a la enfermería, en silencio, y Mimi nos indicó el camino hasta la cama de Aika. Por suerte, no había nadie más ahí dentro así que fue fácil de encontrar. Sin pensarlo demasiado, me senté en el borde de la cama, cogiendo al mano de la joven entra las mías, dedicándole otra sonrisa, igual de débil que le había mostrado a Liza.

    —¿Cómo estás?

    Yugen Liza White hola bbs
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    ¿Debería decírselo? No. Era mejor si no lo sabía nadie. Mimi tenía sus propias preocupaciones y problemas. Probablemente sí, eran una tontería en comparación con los suyos, pero Aika no quería ponerle más carga sobre los hombros. Mimi era esa princesita orgullosa que parecía pensar solo en sí misma, como si fuese el centro del universo y todo girarse en torno a ella. Pero en el fondo se preocupaba demasiado por los demás. Mucho más de lo que era sanamente aconsejable.

    No iba a poner más peso sobre sus hombros. Ni en joda.

    Ni sobre los suyos ni sobre los de nadie
    .

    Contar que ese año en Okinawa había tenido un accidente de coche con su hermana mayor y había acabado en coma por tres meses no era plato de buen gusto para nadie. Tres interminables meses anclada a la cama de un hospital, debatiéndose entre la vida y la muerte. Ojalá su hermana hubiese podido al menos luchar.

    —Minato...—susurró observando las gotas de lluvia en el cristal, deslizándose como lágrimas gélidas. Su hermana ya no era más que un recuerdo. Y todo había sido su culpa.

    Su maldita culpa.

    Recogió las rodillas y se abrazó a ellas en el silencio opresivo de la habitación
    . Le pesaba el pecho. Su cabeza aún dolía pero no podía compararse con el dolor y el peso de la culpa. Nunca iba a perdonárselo.

    Oyó la puerta abrirse y al ver entrar a Mimi acompañada por Emily y Liza supo que su idea de no preocupar a nadie se había ido a la mierda hacía mucho. Hizo una pequeña mueca de decepción. Culpable.

    "Agh, no..."

    Sintió la necesidad de tomar la almohada y ocultar el rostro bajo esta, solo por tratar de desaparecer
    . Pero logró mantener las formas, imprimir en sus labios una sonrisa y permitir que Emily tomase su mano por unos segundos. Su expresión de preocupación, de conmoción, de absoluto desconocimiento por lo ocurrido le produjo una desagradable opresión en el pecho.

    —Emichii—dijo y con suavidad liberó su mano de la suya. No le gustaba aquella situación. No le gustaba preocupar a nadie—. Estoy bien, estoy perfectamente de hecho. Mii-chan es una exagerada.

    —¿¡Exagerada!?—soltó repentinamente la Honda—. Te desplomaste en mitad del pasillo, todo el mundo lo vio. Emily fue testigo. ¿Cómo puedes decir que exagero?

    Aika apretó los labios. Todo el mundo lo vio.

    —Solo fue un mareo de nada—insistió con cierta brusquedad y sus ojos verdes, repletos de una seriedad extraña, no pudieron apartarse de la ventana—. A cualquiera puede pasarle. Incluso a Lizachii le pudo ocurrir.

    Deja de complicar más la situación, joder.

    Liza no es tan inconsciente como para desmayarse de la nada y ocultárnoslo. ¿Qué mierda ganaría con eso?

    No preocupar a nadie, quizá.

    La conversación iba a irse de nuevo por las ramas y tampoco quería eso. No quería volver a discutir con Mimi para que una bajada repentina de tensión ocasionase el mismo efecto. Su cuerpo aún no había logrado recuperarse de las secuelas del accidente. Y probablemente no lo haría jamás.

    Abrazó sus rodillas con algo más de fuerza. Se mordió el labio. Mimi era una estúpida. ¿Por qué las había traído? Ahora ellas lo sabrían también. Y se preocuparían por ella... alguien tonto y sin valor, que había asesinado a su hermana en un accidente de tráfico un día de lluvia.

    No merecía la compasión y preocupación de nadie.

    Aunque en el fondo, su corazón herido y tonto lo apreciaba. Apreciaba las muestras de cariño, porque sentía que importaba. Y después del accidente, aquellos amargos meses en los que deseó estar muerta, la creencia de que a pesar de todo importaba algo, la había mantenido lo suficientemente cuerda para mantenerse con vida.

    —Siento haberos preocupado, de verdad—murmuró. Su voz fue baja, casi un susurro. Un mero soplo. Sonaba dolida, resignada también—. No era lo que pretendía... solo me mareé. Me pasa a menudo.

    Soltó una pequeña risita. Sin fuerzas, sin ganas... pero que de alguna forma buscaba desesperadamente destensar el ambiente opresivo. La sombra de su sonrisa se sintió demasiado plástica y forzada.

    Parecía no tener fuerzas para cruzar miradas con nadie. La culpabilidad casi la asfixiaba, aferrándose a su pecho hasta el punto de robarle el oxígeno.

    "Estoy bien".

    Eran sus amigas. Estaban allí por ella. ¿Por qué tenía que mentirles?

    Tomó aire, llenando sus pulmones, reuniendo valor para continuar aquel teatro absurdo
    . No se lo iba a decir. Al menos no en ese momento. Ni ese día. Ni esa semana. Ni probablemente ese año.

    >>Aunque... puedo quedarme para saltarme las clases, no me importaría. Se está súper bien aquí.

    Rio nuevamente hundiéndose más bajo las sábanas. Otra mentira. Porque odiaba todo lo que le recordase al hospital. Y la enfermería no tenía grandes diferencias. Sin las máquinas, sin el suero, sin las agujas... pero el mismo ambiente aséptico y lleno de frialdad.

    Al menos logró el coraje suficiente para mirarlas y sonreír. Una sonrisa amplia.

    Una sonrisa rota.
     
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    Hygge

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    Apreté ligeramente la mano de Emily, soltándola poco después sin ser capaz de mirarla. Faltaba un simple vistazo para ver que ninguna tenía fuerzas para ello, no era necesario forzar nada. Las mismas paredes impolutas, el olor a suero y el ambiente aséptico del que había intentado huir me revolvieron el estómago al poner un pie dentro de la sala. El corazón se me encogió al ver a Aika postrada en la cama, y supe en ese preciso instante que debía echar al hombro el cansancio del día si debía estar a la altura de las circunstancias.

    Aika nos necesitaba.

    Un peso más no haría la diferencia.

    Pronto supe que Aika había sufrido una bajada de tensión. Se había desmayado, delante de ambas, y ahora estaba tratando de lidiar con el chichón en su cabeza y el mar cuerpo que te dejaba despertar en un lugar así. Me mordí el labio inferior en silencio, sin apartar mi mirada azul de ella. Cómo la entendía. Apartó la mano de la morena a mi lado; apenas parecía de humor para sostenernos la mirada, y no podía culparla. Lo que menos desearía en su lugar era preocupar a nadie. Tan solo necesitaba un descanso, probablemente, y volvería a ser la alegre Aika que todas conocíamos.

    "¿¡Exagerada!?"

    Posé algo cansada la mirada en Mimi, frunciendo el ceño ligeramente. Lo que menos necesitaba ahora era ser alterada, y la rubia iba en camino de hacerlo una vez más. Iba a separar los labios, a punto de reprocharle, cuando Izumi alzó la voz de nuevo.

    Mis músculos se tensaron de improvisto.

    "A cualquiera puede pasarle. Incluso a Lizachii le pudo ocurrir."

    Abrí los ojos, cruzada de brazos a tan solo un metro de distancia de donde se encontraba, algo apartada de las demás. Escudándome, quizás, en alguna barrera que me había autoimpuesto para evitar decir de más. ¿Ella... lo había visto? ¿Había visto lo que sucedió?

    ¿Por qué iba a...?

    "Liza no es tan inconsciente como para desmayarse de la nada y ocultárnoslo. ¿Qué mierda ganaría con eso?"

    Mi mirada se ensombreció, y agaché la cabeza, conteniendo una sonrisa amarga. Probablemente era la más inconsciente de todas.

    Y la más hipócrita.

    —Ya está bien, chicas. Lo que menos necesita ahora es una discusión después de desmayarse —dije, pero no las miré en ningún momento. Mucho menos sonaba tan resuelta como de costumbre; los ánimos en aquella sala brillaban por su ausencia—. Lo mejor será dejarle descansar. Podemos turnarnos entre clases para ver cómo se encuentra.

    Me volví hacia Aika, suavizando mi expresión en el proceso al ver su sonrisa forzada. No debía forzarse a sonreír así cuando no lo sentía para nada.

    Sí, la más hipócrita de todas.
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    Las palabras de Liza me hicieron entender que nuevamente estaba cruzando terreno peligroso. Me recordó que en parte toda esta basura podía ser mi culpa y terminé cruzando los brazos, tensa y tomando asiento a los pies de Aika. No quería aceptarlo. Pero dolía, dios. Vaya sí dolía.

    Miré a Emily, a Aika— que seguía allí con las piernas flexionadas mirando por la ventana— y finalmente fijé los ojos en Liza. A pesar de todo no lo había olvidado... difícilmente podría. Mi actitud el día anterior había sido la de una perra desconsiderada.

    —Liz—la llamé y suspiré profundamente tomando un tiempo para reunir el coraje y valor que me faltaba. Hundí los dedos en la sábana, las uñas— al margen de todo esto, te estaba... buscando para disculparme.

    No la miré, no me sentía capaz de hacerlo. Tenía los ojos fijos en un punto inespecífico de la sala.

    >>Sé que solo tratabas de ayudar y sin embargo...—solté una risa floja por la nariz—. Dios, estaba tan cansada. Había tenido un día de mierda y solo quería irme a casa, tomar un té, darme un baño caliente y dormir siglos. Lamento... haberte tratado así.

    Miré de soslayo a Aika. Ella pareció notar mi mirada porque me miró apenas, un breve segundo, antes de volver a observar la lluvia caer con fuerza. Debía ser inmensamente interesante ver llover.

    —También lo siento, hey—le dije y jugueteé con un mechón de cabello de forma distraída, incapaz de mirarla. Mi voz sonó débil, falta de toda la fuerza y la determinación que solía caracterizarla—. Si no te hubiese hablado así en el pasillo antes, tal vez...

    Nada de eso hubiese pasado. No importaba la razón que pudiese tener, a veces simplemente no lograba cerrar mi enorme bocaza a tiempo y decía justo lo que pensaba sin anestesia y sin detenerme, ignorando el daño que las palabras podían causar en los demás. No era un maldito bloque de hielo, maldita sea. Tenía sentimientos.

    Me incorporé.

    >>Iré a por un té pu erh a la cafetería—finalicé con resolución recogiendo mis cosas antes de marcharme—. Si queréis algo podéis mandarme un mensaje.

    Necesitaba un poco de aire para despejar mis ideas. Había dejado a Aika en buenas manos. Mucho más capaces que las mías.

    Sorry por el cambio de narración estoy más acostumbrada a rolear a Mii-chan así, como que me es más fácil mostrar que no es tan pendeja como parece (?)

    Me abstendré de ponerle bandita porque estoy demasiado acostumbrada a rolearla sin assfg
     
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    Emily Hodges

    Aika apartó la mano de la mía y un claro brillo de decepción en mis ojos, me levanté de la cama y me coloqué al lado de Liza, dejándole su espacio. No iba a molestarme, podía entender que no estuviese de humor para vernos, pero no podía evitar sentirme mal ante el rechazo.

    Me dejé caer, con un leve suspiro, sobre la cama vecina y observé con cierta preocupación la conversación de Mimi y Aika. Por suerte, Liza pudo intervenir a tiempo y la cosa no fue a peor de nuevo. Siempre interviniendo en el mejor momento, ¿eh?

    Cerré los ojos mientras me echaba hacia atrás, escuchando las palabras de Mimi solo un poco más altas que la lluvia que seguía golpeando incesante contra la ventana. Sentí como se alejaba, eso sí, y me incorporé entonces quizás de manera algo brusca.

    —Liza... —dije, llamando su atención, sin abrir los ojos—. L-la verdad es que yo también quería disculparme... —mientras decía aquellas palabras, me atreví a finalmente abrir los ojos y mirarla, una clara expresión de culpabilidad en mi rostro—. Mimi dijo algunas cosas que me gustaron y... lo acabé pagando contigo... y contigo también, Aika, lo siento igualmente —añadí eso último ladeando al cabeza para dirigirle una vista a la muchacha, antes de volver a mirar a la castaña—. Como sea... ya lo hemos arreglado y... espero que me perdones igual.

    Y le sonreí, ligeramente.
     
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    Cuando Mimi cambió de tema, comprendiendo con claridad el reproche, intuí por su tono de voz que sentía la necesidad de disculparse conmigo por lo de ayer. Estaba tan cansada que quise restarle importancia en seguida, pero sabía que eso sería un cruel golpe a su esfuerzo por intentar arreglar las cosas. Así que dejé caer los brazos sobre mis costados, receptiva, y la dejé hacer con algo similar a la calma. Un ligero picor escaló por mi garganta hasta llegar a mis ojos, y parpadeé rápidamente para despejar aquella capa cristalina de mis cuencas, antes de que fuese demasiado tarde.

    En el fondo, sentía que no merecía ninguna clase de disculpa por su parte.

    —Puedes estar tranquila, Mimi —le aseguré, suave, cerrando los ojos desde mi lugar—. Disculpas más que aceptadas.

    La joven Honda hizo lo propio con Aika, y la observé marcharse con una ligera sonrisa... cargada de orgullo por ella, quizás. Podía ser un paso nimio, pero para mí, que había acompañado a aquella pequeña orgullosa desde hacía años, era un enorme gesto a tener en cuenta. El resto de la tensión que pudo haber quedado fue puesta en libertad de manos de Emily, asegurándome que habían arreglado todo, y que no debía preocuparme. Me volví hacia la morena mientras se disculpaba por su partida el día anterior, negando con la cabeza, tozuda como yo sola.

    —Em, no hiciste nada malo, cielo. Cualquiera hubiese reaccionado así en esas circunstancias —dije, notando que arrastraba la voz de repente. El picor se había vuelto un molesto nudo en la garganta, apretando lo suficiente para que apenas pudiese respirar—. Yo no debería meterme donde no me llaman, debía dejar que lo arreglarais solas y yo... Lo siento, de verdad.

    Al devolverle la sonrisa, algo temblorosa, los labios me supieron salados y las mejillas, tibias. Me llevé las manos al rostro, notando que varias lágrimas se deslizaban sobre la piel, y corrí a limpiarlas sin éxito, avergonzada. Me pasé las mangas del uniforme una y otra vez, nerviosa, desconcertada tal vez.

    Porque no sabía por qué razón exactamente estaba llorando.

    >>Dios, perdona, no sé qué demonios me pasa. Debo verme ridícula ahora mismo.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Aika había observado la partida de Mimi con cierta consternación. Pudo verla acelerar el paso al abandonar la enfermería... probablemente pasaría primero por el baño para enjuagar sus lágrimas.

    Podía hacerse lo orgullosa todo lo que quisiera pero su corazón era frágil como el vidrio.

    Se hundió más en la almohada como si quiera desaparecer. Detestaba eso.

    Todo se sentía mal. El día, la situación, ella misma. Y culpable, completamente tonta. Aquello era lo último que quería. Preocupar a nadie, dios. Aunque Mimi se había disculpado con ella—sin motivos realmente, porque probablemente le hubiese ocurrido de todas formas con discusión de por medio o no— había preocupado a sus amigas innecesariamente. Estaban allí, por su culpa, porque era incapaz de reunir el coraje suficiente y decirles la verdad detrás de todo lo que había sucedido. Porque era incapaz de aceptar que no todo estaba tan bien como se esforzaba por hacer creer a todo el mundo.

    De verdad no merecía la compasión de nadie.

    Escuchó la conversación entre Emily y Liza por encima del fragor de la lluvia, intercambiando miradas entre ambas. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, honesta esta vez, cuando Emily se disculpó por lo ocurrido el día anterior. Al menos todo parecía estar bien entre ellas. Y eso logró destensar y aliviar parte del peso sobre sus hombros
    . Se sintió algo más liviana, libre. Al menos fue así, hasta que de forma similar a las gotas por el cristal, las lágrimas empañaron los orbes azules de Liza. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas enrojecidas, saladas, impávidas.

    La miró, víctima de la consternación y la perplejidad.

    —... ¿Huh?

    La tensión regresó de forma repentina y la presión en su garganta se hizo imposible de soportar. ¿Qué pasaba ese día? ¿Era el tiempo que oscurecía y opacaba el ánimo de todas?

    Los muelles de la cama chirriaron cuando Aika se puso en pie sin pensarlo y caminó a paso rápido hasta Liza rodeándola sin dudarlo un solo instante entre sus brazos. La apretó contra su cuerpo, en un intento desesperado por calmar sus lágrimas. No sabía que le pasaba, no tenía idea si era o no su culpa. Pero aquello carecía de toda importancia.

    Todo lo que deseaba era reconfortarla. Que aquella amable y dulce joven dejase de llorar.

    Liza era una chica alegre, maternal, siempre esforzándose por cuidar de todos
    . Verla quebrarse le partía el alma en pedazos... se sentía tan antinatural. Tan injusto.

    Sacudió la cabeza, hundida sobre su hombro. Su corto cabello castaño le cosquilleó la piel de la mejilla.

    —Por supuesto que no—la voz de Aika sonó ahogada—. Tú nunca te verías ridícula, Lizachii. Aunque... te ves más linda cuando sonríes. No... no llores ¿si?

    Era ridículo decir aquellas palabras... sollozando.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Emily Hodges

    Le sonreí a Liza de nuevo, escuchando sus palabras mientras negaba con la cabeza, haciéndole ver que no tenía que disculparse por nada. Era normal preocuparse por alguien quién consideras tu amigo, ¿no?

    Perdí la sonrisa cuando me di cuenta que la chica estaba llorando, y la preocupación volvió a apoderarse de mi rostro. Que Liza llorase... no era algo normal, no sucedía a menudo. Y tenía la extraña sensación que había muchos motivos que no conocía para ello.

    No tuve tiempo de reaccionar cuando vi la figura de Aika acercándose, quizás demasiado rápido, a la castaña, rodeándola con los brazos. Volví a sonreír un poco, enternecida, antes de colocar mi mano sobre el hombro de la peliazul.

    —Aika, cariño, no deberías levantarte así de la cama... —dije, con cierto tono maternal, acariciando después su espalda, antes de volver la mirada hacia Liza, a quien le acaricie la mejilla con los dedos de mi mano libre—. Liza... ¿hay... algo que quieras contarnos? Llorar no es malo, pero guardarse las cosas...

    La miré, cabeza ladeada, mi rostro mostrando genuina preocupación pero también comprensión. A veces... no podías controlar tus sentimientos y te acababan traicionando.
     
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  14.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    Había abandonado la cafetería con celeridad. Lo cierto es que estaba preocupada por el estado de Aika. No podía dejar de culparme por su situación... ¿realmente era culpa mía? Tsk, algo se sentía realmente mal en todo eso.

    No recibí ninguna llamada por parte de las chicas pero no fue necesario. No pensaba regresar a la enfermería con las manos vacías. Sabía que no haría gran cosa, pero el solo hecho de ofrecerme a traer cualquier cosa para tomar lograba hacer sentir más liviano el peso de la culpa sobre mis hombros. Traté de imponer en mis labios la sonrisa más honesta que tenía en mi arsenal. De verdad lo intenté.

    Fue inútil.

    No es que tuviera muchas ganas de sonreír de todos modos. El día estaba siendo otra mierda. De modo que fue fingida y tensa. Sumamente falsa. Aunque no fuese a propósito.

    —Emily, te traje un café manchado—dije entonces—. Liza, para ti un capuchino. Y Aika, sé que solo tomas sodas así que...

    Apenas había cruzado la puerta de la enfermería cuando mi cuerpo se detuvo como si hubiera chocado contra una pared invisible. Liza estaba sentada sobre la cama, Aika enganchada a su cuello, abrazada a ella y Emily le daba palmaditas conciliadoras en la espalda. La escena logró conmocionarme, sobrecogerme. Podía escucharlos. Por encima del fragor de la lluvia fuera de las ventanas. Los había escuchado antes, provenientes de mí misma frente al espejo del baño.

    Sollozos.

    Hacían eco en el silencio opresivo de la habitación, reverbaban en las asépticas paredes blancas, tensando aún más un ambiente cargado de tensión. Se quedó suspendido en el silencio como las últimas notas de un instrumento de cuerda.

    Aika alzó la cabeza del hombro de Liza al oírme y sus ojos verdes se encontraron con los míos. Entonces pude verlas con claridad. Hacía que sus ojos brillasen, aguados y vidriosos bajo las frías luces de la enfermería.

    Lágrimas.

    Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

    Mi propio cuerpo se tensó. Aika no era la única. Liza también. Allí sentada, de su garganta emergían sollozos ahogados mientras sus hombros convulsionaban víctimas de los espasmos productos del llanto. Caminé lo necesario para dejar las distintas bebidas sobre una mesita, a buen recaudo, una vez pude volver en mí misma. Tuve que reorganizar rápidamente mi lista de prioridades.

    "¿Qué demonios ha...?"

    Y entonces rodeé la cama y me coloqué frente a la joven. La mamá del grupo. La siempre alegre, dulce y maternal Liza White.

    Era tan extraño, tan anticlimático verla llorar... que algo pareció quebrarse dentro de mi pecho. Fue como si hubieran arrojado un cristal al suelo y se hubiese roto en cientos de pedazos con estrépito. Aika se apartó de ella y se sentó a su lado, recogiendo sus piernas y abrazando sus rodillas. Ella era alta y espigada... pero repentinamente parecía diminuta. Una niña pequeña.

    —Emichii tiene razón—dijo con suavidad y sorbió por la nariz—. Puedes contarnos lo que sea ¿sí? Somos tus amigas.

    La sombra de la sonrisa desapareció de sus labios de un plumazo.

    Su expresión pareció ensombrecerse al pronunciar aquellas palabras como si... acabase de mentirse a sí misma. Intercambié miradas entre ella y Emily, tratando de entender qué estaba pasando. Esperando que alguien, quién fuese, me explicase algo de toda esa situación. Fue entonces cuando comprendí que tendría que buscar las respuestas por mí misma. Inspiré profundamente tratando de destensar mi cuerpo y exhalé. Solo había estado fuera unos minutos, dios.

    Bajé la voz tomando asiento en la cama del frente y una vez lo hice, tratando de mantener la calma, busqué los ojos azules y vidriosos de Liza.

    —¿Qué pasa?

    Fue todo lo que logró salir.
     
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    Hygge

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    El aire se escapó de mis pulmones al sentir los brazos de Aika rodear mi cuello con celeridad. Sus sollozos llegaron hasta mis oídos, tenues, dolorosos, resquebrajando mi corazón y paralizándome en el acto. Las manos, alzadas y a punto de rodear su espalda, permanecieron en el aire esperando una orden que nunca llegó. Verla llorar apagó como un interruptor cualquier atisbo de lucidez en mi cabeza, y dejé caer los brazos como un peso muerto a mis costados. Los hombros convulsionándose entre sollozos que fui incapaz de seguir reprimiendo.

    Supe, en el instante en el que la voz de Emily se coló en mitad del mar embravecido que se había vuelto mi consciencia, que nunca había estado preparada para algo así. Yo ya no ocupaba mi lugar en la silla mecedora, arrullando en mis brazos el llanto de otros. Ahora era yo quien se encontraba sobre el regazo ajeno. Y me sentía diminuta. Diminuta y vulnerable. Porque era capaz de lidiar con emociones ajenas, pero irónicamente no sabía manejar mis propios problemas.

    Cuando Mimi entró en la habitación, mis manos apretaban la tela de mi falda con fuerza, sintiendo la humedad de las lágrimas caer sobre la piel. No era capaz de alzar la vista del suelo, aún cuando era consciente de que la joven intentaba acercarse a mí de alguna forma, comprender lo que sucedía. Dios, era tan vergonzoso. Que me viesen llorar por... ¿Por qué estaba llorando, exactamente? No ser consciente de ello me frustraba sobremanera, tensando mis labios en una fina y temblorosa linea.

    Negué con la cabeza. Lenta, casi mecanicamente. Los mechones de cabello bailaron al son de mi movimiento, algunos adheriéndose a mis empapadas mejillas. Volví a pasar inutilmente mi antebrazo para secar las lágrimas. Respiré.

    Necesitaba improvisar cuanto antes.

    —Solo es... insomnio. Yo... Estos días apenas pude descansar —me llevé una mano al brazo contrario, tratando de detener de alguna forma inútil los suaves espasmos producto del llanto. Era una verdad a medias, pero ocultar información reforzaba el nudo en mi garganta—. No descansar hace las horas lectivas un infierno y... el problema de ayer... Sumado al accidente de Aika y este maldito tiempo...

    >>Supongo que fueron demasiadas emociones en muy poco tiempo. Lo importante era hacer sentir mejor a Aika... y al final lo estropeé, lo siento.

    Hice un esfuerzo por alzar el mentón. Las palabras me pesaban, consciente del verdadero trasfondo detrás de mi disculpa. No era justo, esconderles las cosas así a quienes consideraba mis amigas. Pero tenía... miedo. Miedo de volver a originar emociones como la que había asolado a Aika. Lo odiaba.

    >>Quizás... las bebidas de Mimi nos hagan sentir mejor.

    Lo odiaba.


    Perdón por tardar bebés, mis ganas de rolear últimamente son más volubles que el tiempo (??)
     
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  16.  
    Yugen

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    La lluvia afuera solo enaltecía la tensión de dentro. Aika aguardó en silencio, dándole todo el tiempo que Liza precisase para explicar su situación. No lo entendía, no sabía qué razones habían provocado su llanto. Pero lo detestaba. Aquella situación. Con todas sus fuerzas.

    Cuando la suave voz de la joven se impuso entre sus sollozos ahogados y las lágrimas, el corazón de Aika pareció encogerse en su pecho. La miró en silencio, escuchándola, consternada. Había algo realmente descorazonador en ver llorar a alguien. Lo había visto. A sus padres. A sus hermanos menores. La muerte de Minato fue un duro golpe, brutal para la familia de Izumi. Después del coma... las cosas habían cambiado mucho en casa.

    Cuidar de Haru y Toshi nunca le había supuesto tanto esfuerzo. Sus hermanos eran un par de diablillos traviesos, normal para niños de su edad... suponía. Pero era complicado hablar con ellos y solo pasar el tiempo con el peso de la ausencia de Minato sobre sus hombros. Ojalá solo... sus padres estuviesen más tiempo en casa.

    La tensión y la tristeza abrumadora en las palabras de White le hizo apretar los labios con fuerza, hasta que dibujaron una fina línea en su semblante. Incluso si no era el único motivo, detestaba preocupar a los demás. Simplemente sentía no merecerlo.

    No era justo.

    —No... no estropeaste nada Lizachii—rio. Fue una risa algo forzada, un intento demasiado intenso por calmar el ambiente. Por escapar de aquella presión que la ahogaba. Se sintió floja, vacía—. Míranos. Hacía tiempo que no nos reuníamos las cuatro en un mismo sitio.

    Deshizo el abrazo con el que rodeaba sus piernas y apoyó su peso en sus brazos, tras de sí, sentada sobre la camilla. Su mirada se dirigió más allá de las ventanas, más allá de la lluvia que llamaba de forma insistente contra los cristales. Fuera, el patio estaba desolado y los edificios de la ciudad parecían gigantes cubiertos por una sombra gris y una densa niebla.

    >>¿Sabes?—prosiguió. Y su voz fue un susurro suave, calmado, que se impuso apenas sobre el fragor de la lluvia—. Yo pienso que todo lo que ocurre tiene una razón. Y que por muy duro que sea a simple vista, por muy mal que parezcan las cosas... mientras tengas la seguridad de que el sol seguirá brillando después de la tormenta siempre puedes encontrar el lado bueno de todo. Por ejemplo: este tiempo. La lluvia nos parece horrible porque el cielo se torna gris y hace frío... ¿verdad? pero sin ella no sería posible que germinen las flores ni se llenen de verde los campos.

    Hablaba con cierta añoranza, nostalgia, sus palabras se sentían cargadas del peso abrumador de aquellos sentimientos que se forzaba por ocultar bien dentro. Recordaba el bello rostro de Minato; su prolijo cabello celeste, largo, cayendo en cascada sobre sus hombros. Su dulce sonrisa. Minato era todo lo que aspiraba a ser.

    Lo que no sería nunca.

    >>Mi hermana solía creer eso—murmuró. Fue apenas un susurro, un soplo de brisa. Su voz pareció quedarse un instante eterno suspendida en el aire. Repentinamente sacudió la cabeza y se volteó a mirar a Liza, acercando su mano a su mejilla para enjuagar con sus dedos sus lágrimas—. Lo que quiero decir... es que todo va a estar bien. Estoy mejor, de hecho. Me alivia mucho teneros conmigo. ¿No hacemos buen equipo cuando estamos juntas?

    Le sonrió. Optimista, genuina. Una sonrisa amplia y honesta.

    Mimi había permanecido silente, sentada sobre la cama contigua. Algo en su expresión parecía simplemente no creer del todo las razones de Liza. Podía notarlo, porque se le daba bien observar a las personas. Mucho más a aquellas que conocía. Podía parecer una jovencita egocéntrica y consentida y de hecho lo era, pero no era solo eso. Tampoco tenía intenciones de indagar mucho más. Tenía sus razones para guardarse cosas. Igual que Aika. Igual que Kurosawa. Igual que todos.

    Era un mundo de máscaras.

    Estaba segura de eso.

    Se incorporó sin decir una sola palabra y regresó al poco tiempo con el vaso de plástico humeante. El café aún estaba caliente y se sintió tibio y reconfortante contra su mano. El frío de fuera ya no parecía calar sus huesos
    .

    —Ten—le dijo con suavidad extendiéndoselo con una mano. Ella tampoco soportaba ese ambiente. Lo odiaba de hecho. Era opresivo, asfixiante y se sentía ahogada. De alguna forma logró encontrar las fuerzas para sonreír. Esta vez logró que su sonrisa pareciese más genuina, más verdadera. Después de todo, todo el mundo tenía derecho a guardarse cosas. Sabía que White lo contaría una vez estuviese preparada para hacerlo—. El café es lo peor para el insomnio, pero te hará bien tomar algo tibio. Además, no puedes dormirte ahora—le echó un rápido vistazo al reloj de pared. Las agujas se movían, lacónicas, al compás de la lluvia afuera—; el receso está a punto de acabarse.
     
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  17.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Mimi no tardó en aparecer por la puerta, quedándose impresionada por la escena que se encontró. No podía culparla, lo cierto es que de primeras no debía ser algo bonito de ver. Le dirigí una sonrisa culpable cuando la miré, sin tardar demasiado en volver a centrarme en las otras dos chicas.

    Liza comenzó entonces a hablar, explicando que era lo que le sucedía. La escuché con atención, así como las palabras de después de Aika y a Mimi, aceptando el café que me ofrecía no mucho después.

    Le sonreí a la castaña, inclinándome levemente para darle un beso en la frente tras acariciar un par de veces su mejilla con mi dedo pulgar. Le sonreí, comprensiva, asintiendo con la cabeza después.

    —Aika tiene razón, no has estropeado nada y... somos amigas, ¿cierto? Eso significa que estamos aquí para las cosas buenas y para las malas, intentando hacer que las malas se vuelvan un poco mejores, ¿no crees?

    Extendí la mano en ese momento, alcanzando mi cartera que se había quedado algo alejada, y rebusqué un poco hasta encontrar lo que quería. Con algo de vergüenza, le enseñé a Liza un bote de pastillas de valeriana.

    >>Mira, yo me he estado tomando esto para ayudarme a dormir por las noches. También me cuesta con el inicio de clases y a mí me sirven —coloqué el bote entre sus manos—. Puedes probarlas si quieres. Se supone que son naturales, no deberían hacerte daño, pero si no quieres está bien también.

    Le sonreí una última vez antes de ponerme en pie, acercándome a la ventana para darle un sorbo al café. Se había enfriado un poco, pero estaba lo suficientemente cálido para ser disfruta ble. Me giré después para volver a mirarlas, algo más animada.

    >>Entonces... ¿algo más que contar? Ah, Liza, me apunté al club de jardinería, ¿sabes? Y Mimi y yo vamos también al club de cocina. ¡Suena bien, ¿eh?!

    Is this tráfico de drogas (?)
     
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  18.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Por un momento su propia respiración le recordó a la de un conejillo, rápida, casi descontrolada y sobre todo nerviosa. Los conejos le recordaban a Nagi Watanabe y su nerviosismo; nunca antes había asociado a un animal cuyos niveles de temor eran tan altos consigo misma hasta que Hiroki le puso las manos encima.
    Incluso ella, que se acercaba a gente como Katrina, Altan y el mismo Hiroki sin miedo alguno, al final del día no era más que un animalillo pequeño y delgado. Si cualquiera reaccionaba diferente, si decidía morder su mano en lugar de dejarse acariciar, podía hacerla trizas. Aplastarla entre sus fauces y consumirla de un solo bocado.

    Vaya momento había elegido para tener una epifanía, ¿no?

    "¿Quieres caminar?".

    Oh no, no era es la pregunta que debió hacer.

    "¿Estás segura?".

    Esa estaba un poco mejor, permitía que pudiera pensar apenas un poco más racionalmente pero ya de nada servía porque había hecho la primera. Porque la había hecho y a ella la cabeza ya no le funcionaba muy bien. Además, ¿se supone que todo el rato había estado haciendo ese calor infernal?

    No.

    La respuesta había acudido a su mente como una suerte de pensamiento intrusivo, no pudo siquiera detenerlo y tuvo que hacer un esfuerzo consciente para evitar que saliera de su boca de aquella manera, porque era jodidamente vergonzoso. Pero sobre todo, porque una parte de sí no quería responderse el por qué no quería que la bajara realmente.
    Afianzó su agarre y se permitió abrir los ojos, aunque clavó la mirada sobre algún punto sobre su propio cuerpo.

    —Está bien —susurró de nuevo. No había necesidad de hablar fuerte, no allí, tan cerca de él—. Quiero decir, no quiero que te enfades conmigo. No en serio.

    No es como si eso hubiese sido menos vergonzoso, de hecho lo había sido lo suficiente para arrojarle la sangre al rostro, pero la sola idea de imaginarlo realmente molesto con ella había bastado para que se dejara hacer.

    Las paredes blancas de la enfermería la deslumbraron a pesar de no mirarlas directamente y la ausencia de ruido la alertó de que el espacio estaba vacío, como era usual de por sí. La sangre bombeó desde su corazón con fuerza una vez más y tuvo que esperar antes de lograr articular alguna palabra.

    —Ya puedes bajarme. Lo demás puedo hacerlo sola —dijo mientras aflojaba gradualmente el agarre en torno al muchacho.
     
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  19.  
    Yugen

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    No había pronunciado palabra el resto del tiempo, ni siquiera cuando Shiori se dejó hacer de aquella forma tan sumisa. La situación era jodidamente incómoda pero al mismo tiempo era agradable, tal vez demasiado para ser sano. El calor de su cuerpo se sentía bien y reconfortante y también crispaba sus nervios y le nublaba la cabeza de una forma absurda.

    Puto hormonal cuerpo adolescente.

    No era tan denso como para no imaginar el por qué de la actitud de Shiori. Nunca se había acercado a ella tanto porque sí, era un huraño de mierda, tendía a guardar las distancias. Y ahora estaba allí cargándola hasta la enfermería en sus brazos.

    Tal vez podría dejala a cargo de quién quiera qué cojones fuese el encargado de la enfermería y tomarse un tiempo para separarse de ella y aclarar sus ideas. Aquello simplemente no pasó. Como era usual la enfermería estaba vacía y el silencio solo era perturbado por las voces procedentes del patio. Si no era suficiente ya, el calor le subió de súbito al rostro.

    A solas.

    En la enfermería.

    Con Kurosawa.

    Joder.

    Puta enana entrometida de Honda.

    De puro milagro la voz de Shiori pidiendo que la dejara bajarse se coló sin impedimentos en su cabeza. Reaccionó de forma algo torpe, pero se aseguró de no presionar su pie cuando la dejó sobre la camilla.
    El corazón le golpeaba el tórax con tanta fuerza que pensó que Shiori podría escucharlo, incluso estando ahora lejos de ella.

    Le costó unos buenos segundos encontrar las palabras mientras trataba de enlazar ideas.

    —Quédate aquí—le dijo con la voz algo ronca y se apartó el cabello de la frente con la palma de la mano. Dejó escapar un suspiro que ni siquiera sabía haber estado conteniendo—. Iré... iré a ver si hay algún desinfectante o alguna mierda de esas para limpiar heridas.

    Y se apartó, porque realmente lo necesitaba. Necesitaba centrar sus ideas revueltas y sus sentimientos convulsos. Abrió la cristalera.

    Dentro había todo tipo de medicamentos, ungüentos, vendas y apósitos. El olor aséptico le rayó el cerebro, incluso en un momento como ese donde le costaba enlazar pensamientos con claridad. Cuando recibía heridas y moratones... su madre siempre usaba lo mismo para curarlas. Evitaba infecciones y permitía que la herida cicatrizase más rápido.

    Él también lo había usado alguna vez, tras alguna de esas peleas callejeras, cuando realmente le importaba un mínimo su salud física. Solían ser pocas. De hecho siempre le había traído sin cuidado si acababa muerto o si le enterraban una navaja en el estómago. Su única razón para vivir era quizás su perro, Ike.

    Ahora tenía otra.

    Empezó a leer el nombre de los distintos productos. ¿Cómo era que se llamaba esa mierda? ¿Peróxido de hidrógeno? ¿Povidona yodada? ¿Cómo coño iba a saberlo?
     
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  20.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Dije que podía hacerlo yo sola.

    Esas eran las palabras que buscaba, las que creía correctas y las que nunca logró articular a pesar de ello.
    Seguía sin poder mirarlo, sentía que le iba a dar algo si lo hacía, sobre todo cuando una de las primeras cosas que se le pasó por la cabeza cuando la separó de él fue si el mundo siempre había sido tan frío o era solo la sensación que daba ese blanco impoluto.

    Mierda.

    Recordó de repente el pañuelo de Honda y abrió la mano donde lo sostenía con fuerza.

    Estaba loca esa condenada princesa.

    Flexionó apenas las rodillas, acercándolas hacia sí, para ver bien los raspones por primera vez.
    Nada del otro mundo, quizás se amoratara un poco también pero eso era porque se amorataba por la mínima cosa aunque no era ni por asomo tan blanca como Jez.

    El cuerpo humano era una cosa de lo más rara y estúpida a veces.

    Sobre todo cuando reaccionaba involuntariamente.

    Se revolvió en la camilla, algo incómoda, y luego dejó el pañuelo a un lado mientras deshacía la coleta con la que se había sujetado el cabello. Las largas ondas volvieron a caer, libres, y estuvo por llevarse la mano al flequillo, en el mismo gesto nervioso que llevaba haciendo Hiroki prácticamente desde que comenzó el día.

    Vaya tonta.

    Se atrevió a buscarlo con la mirada, solo para verlo frente a la cristalera.

    ¿Cómo era que se llamaba? Las pocas veces que fue a la enfermería en la escuela después de una caída o algo así, siempre usaban eso.

    Ah sí.

    —Peróxido de hidrógeno —dijo y pudo jurar que su voz hizo eco en el vacío de la enfermería.


    Yo: no jodas más tarde respondo cuando no esté fucking dormida
    Mi gato: hora de desayunar, bitch
     
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