En busca de una ilusión

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Ami Hoshi, 26 Marzo 2009.

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    Ami Hoshi

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    En busca de una ilusión

    Capitulo I

    Ojos verdes y a la vez miel.


    Abrí los ojos lentamente. Mis manos trataban de apartar la luz que se colaba por la ventana. Hoy sería un interesante día. Con paso tranquilo fui a la ducha y me aseé. El agua caliente relajaba mis músculos.

    Hoy sería mi primer día y no tenía idea de cómo iba a ser. Tome la mochila y una chaqueta. No hacía siempre frío pero en las mañanas era suficientemente fuerte. En Zaraza un pequeño poblado al noreste del estado Guárico, no era nada agradable a mi parecer. Era un lugar donde el sol nunca se iba. Subí a la Expedition y salí directo.

    Al llegar no pude evitar aparcar afuera del instituto. El Méndez no era nada del otro mundo; no era ni grande ni pequeño. Todos vestían un uniforme al igual que yo, como odiaba eso. La camisa beige y el pantalón azul marino, no eran de mi agrado. Cuando pasé todos los ojos se fijaron en mí ¡¿Qué demonios veían?!. Me sentía una cucaracha dentro de una urgía de gallinas.

    El la oficina de la dirección no me esperaba nadie. Sabía que tocaba en primero de ciencias seis o en su defecto cuarto seis. Mi padre había tenido la delicadeza de llevarme antes, así que intente no perderme. Cuando lo noté indudablemente lo estaba, el sentido de la orientación no venía conmigo. Miré a todos lados y me senté afligida en el piso. El sol se estaba haciendo más fuerte y para mi mala suerte, había perdido mi primera clase.

    Bufé molesta.

    —¿Estás bien? —una voz gruesa y ronca me sorprendió. Se oía tan masculina. Subí mi mirada y me pasmé a ver la fila de dientes blancos. Su sonrisa era amable pero a la vez seductora. Me quedé embobada en sus ojos color verde y a la vez miel. Su piel era morena y tenía un toque aniñado.

    —¡No! ¡Me he perdido en este insulso colegio! —respondí afligida, con un toque de capricho. Había vivido en Caracas, la capital y está situación se presentaba a menudo; pero me era ridículo en un pueblucho. El me miró y sonrió, parecía que el comentario no lo había afectado, ni la forma tan despectiva en que me referí al colegio.

    —¿Por qué no me sorprende? —me miro y yo inflé los cachetes con molestia. Sí yo era petulante él más; pero no negaba lo indudablemente guapo que era. Levante una ceja y me paré, él no pareció inmutarse, recogí mis cosas y apresuré mi paso—. ¿Sabes a donde vas? —me paré en seco y miré molesta a todos lados. Me volteé fulminando con la mirada.

    —¿Te importa? —rayos estaba tan molesta ¿qué se creía él?

    —No quiero que te pierdas más —sonó de cierta forma sincero y mi corazón se disparó al mismo tiempo. Me haló del bolso y me hizo caminar en línea recta—. ¿Cuál es tu sección?

    —Cuarto seis —respondí. Dimos vuelta en la siguiente esquina subimos un piso y estábamos en mi aula. Suspiré resignada de tener que darle las gracias. Cuando estuve dispuesta a hacerlo él ya se hallaba dentro con miles de chicas rodeándolo. Mi mirada se apartó y me senté lo más adelante posible.

    —¡Hola! —una voz tranquila y un poco infantil me saludo desde atrás.

    —Hola —respondí por cortesía. Ella era morena, muy morena, el cabello bastante malo y negro, ojos grandes y muy delgada. Sonreí y ella también.

    —¡Me llamó Génesis! Tú debes ser la chica nueva —no parecía que veía a un fenómeno, más bien parecía agradarle.

    —Si. Me llamo Mina —ella frunció el entrecejo—. Está bien, me llamo Melina, pero me dicen Mina —aquello me hizo suspirar cuando recordé quien solía hacerlo. Intente alejar esos recuerdos.

    —No te preocupes Mi. Aquí tendrás tu propio sobrenombre —y como si pudiera leerme la mente comenzó a parlotear de cómo serían la cosas, de cómo era cada profesor. Más me habló muy poco de ella, lo cual me sorprendió. En pocos minutos entró la profesora Milvía de Páez, muy agradable para dar matemática. Las horas pasaron tranquilas, dí gracias por traer la chaqueta. El aire acondicionado pegaba y por casualidades había quedado bajo su dirección.

    —¿Dónde vives? —me preguntó. ¿No sabía donde vivía?

    Suspiré y tomando aire respondí.

    —Sabes la panadería los naranjos, cerca de la plaza el medano —ella asintió con la cabeza—. Bueno arriba, todo eso es de mi familia —ella abrió sus ojos un poco desorbitada.

    —¡Wow! —bajo un poco sus ojos y luego me siguió viendo—. ¿Qué haces comúnmente? —ella parecía interesarse mucho en mi. No era preguntona de esas chismosas, así que con rapidez entablamos una conversación informal. Sonreí al ver a todos los estudiantes en la hora del receso, el patio de tierra y la enorme cola para comprar en la cantina. Agradecí que ella nunca pregunto por qué había venido a vivir a Zaraza.

    De pronto todos comenzaron a hablar. El murmullo era bastante alto. Cuando volteé era un grupo, todos estaban desaliñados y muy sexys, los hombres y las chicas, ¡bah! Se veían tan petulantes que tuve que voltear. Me reí cuando quisieron aparentar que iban por el pasillo de chicas pesadas, solo faltaba que la pelirroja se cayera en un vote de basura igual que Linsey Lohan.

    —La belleza adolescente —hable para mi y Génesis. Rodé mis ojos al ver como ella asentía—. Que más podía esperar, ven compremos —y ella aún no salía de su ensochación la arrastré hasta poder comprar dos golfeados y dos maltas. Con ella sentía que había sido amiga de toda la vida, era estúpido porque solo llevaba unos segundos.

    —Permiso, quítense —hablo una voz femenina. Yo aún tenía que comprar una golosina así que no la vi pararse tras de mi hasta que su pié se movió impaciente.

    —Me da dos chupi ploom —la señora rápida las trajo y yo le di el dinero. Sentí como Génesis me miraba y el silencio que había. Miré hacía atrás y la vi fulminarme con la mirada, ante esto solo levante mi ceja y seguí esperando mi vuelto. Todos chillaron sorprendidos, yo tome mis dos chupetas y me fui con Génesis sin mirar a la desconocida de nuevo.

    —¡Estamos en serios problemas! —gimió acalorada. Yo la vi sin entender—. Nadie ignora así a Silvia, ella nunca espera para comprar.

    —¡Pues mala suerte! ¡Ni que fuera la reina del arroz con pollo! —me vio de mala manera—. Era mi turno, no la va matar esperar —suspire y comí despacio.

    —Te gusta llamar la atención —jadeo resignada. Yo lo negué con la mirada.

    —¡No! Me siento horrible y sudo, además tropiezo y me pierdo con más frecuencia —ella rió yo me uní a ella con una sonrisa—. Solo no me gusta que la gente se crea más que otra —la mañana pasó tranquila y a las doce y cuarto ya estaba terminando nuestra última clase. Salí junto con Génesis, sin darme cuenta que unos ojos me miraban.

    —¿Te vas caminando?

    —No. Traje auto. Si quieres puedo llevarte —ella me miro un poco intimidada cuando la guié hasta mi auto, bueno no fue exactamente que yo la guié ella nos llevo.

    —No gracias, puedo tomar la camioneta —yo la miré con reproche, pero no le discutí. Subí y regresé a casa. Al llegar la comida estaba lista, mi padre estaba trabajando, mi abuelo veía un partido de fútbol Real Madrid contra el Barcelona. Me senté en el piso. Ambos veíamos el juego mientras comía un plato de pasta con carne.

    Toda la tarde paso sin mucho diferencia. Había perdido el Barsa así que había festejado. A la una en lo que acabo el noticiero, mi tío Manuel, mi papá, mi abuelo y yo estábamos todos viendo la novela Pasión de Gavilanes por RCTV. A las cinco hice la tarea y todo transcurrió de manera tranquila.

    En la noche cuando estaba en la cocina friendo unos cachitos fui al baño y al regresar la cocina estaba prendida en llamas. El fuego había arrasado con la campana y se extendía rápido. Todo estaba caliente, el humo hizo venir a todos. A pesar de el susto intente hacer algo, pero había sido en vano. Mi tío Alejandro, mi primo Emmanuel, Rafael, mi abuelo, mi papá, todos estaban ahí. Un vidrió pronto exploto y yo me interpuse entre el impacto y mi abuelo clavándome unos cuantos.

    —Traigan el extintor —ordeno mi tío. Yo intente sacar a mi abuelo de ahí. Emmanuel con Rafaela apagaron el fuego y me reí al ver lo que quedo de sartén.

    —¿Estás bien nene? —mi abuelo me veía afligido. Yo solo me preocupaba por él. Asentí levemente con la cabeza y lo revisé viendo que estaba intacto.

    —¿Qué fue lo que paso? —me pregunto molesto mi tío Alejandro.

    —Estaba cocinando y tuve que ir al baño —me miro con reprobación, yo le mantuve la mirada. Éste se calmo al verme el brazo herido—. Tienes vidrios clavados —sentí como chillo. Yo por la preocupación de mi abuelo no me había notado que votaba mucha sangre.

    —Hay que llevarla a la clínica —mi tío iba a cargarme.

    —¡NO! ¡Yo puedo caminar! —sentía como se me iban los tiempos así que bajé lo más rápido que pude las escaleras. En la clínica revisaron mis sentidos y me pusieron unas vendas, mi padre chilló más que yo. Realmente ni me quejé ¿cómo podía el estar tan adolorido?

    —¿Qué te pasa papá?

    —Se me parte el alma, cuando estás herida —sus ojos me miraban con profundo cariño. Yo le sonreí intentando calmarlo.

    —No es para tanto, son solo unos rasguños —antes de que llegará el doctor me baje y nos fuimos. Odiaba los hospitales, chiquita me habían operado del apéndice y tenía que decir que no había sido nada agradable.

    ***​


    A la mañana siguiente fue igual, mi chaqueta y arriba de mi camioneta Expedition negra. Llegué sin problemas al liceo. Esta vez me había estacionado en otro lugar y la entrada era otra, así que cuando intente buscar el salón me volví a perder.

    —¡Cómo es que esto siempre me pasa! —chille al borde del llanto. Me recosté contra una pared malhumorada.

    —Será porque eres muy despistada —salté al reconocer la voz.

    —¡Ah! ¡El Backstreet Boy, superheroe! —se rió al notar la enorme carga de sarcasmo que irradiaba en esa frase.

    —¡Que genio! ¡Si sigues así no te ayudaré a encontrar el salón! —lo miré furiosa cuando sonrió con suficiencia.

    —Nunca pedí tu ayuda. Ya me las apañare para llegar —tome mi bolso y comencé a caminar muy enojada. ¡Qué se creía!

    —¡Espera! —me tomo del brazo, pero me soltó rápidamente. Mi corazón se acelero con tan solo esa caricia—. No quería molestarte.

    Lo miré un poco pasmada, aún no lograba calmar mi corazón. Él me sonrió y hablo.

    —Ven. Al profesor Bolívar no le gusta que falten a sus clases —en eso me tomo de la mano. Me sentí una tonta cuando mi corazón se volvió a disparar—. ¿Qué te paso en el brazo?

    —Anoche la cocina se prendió en fuego y exploto un vidrio y me interpuse entre los pedacitos y mi abuelo —me miró sorprendido, tomo mi brazo con cuidado y en el vendaje escribió con suavidad JRG.

    —Eres un desastre. Cuídate —me volvió a sonreír.

    —¿No vas a entrar? —¿Por qué me preocupaba por él?

    —No —sin más se fue y me dejo en la puerta, como un noble caballero. De cierta forma lo era aunque me hiciera indignar. Ese día Génesis no había ido a clases, me preocupe un poco por ella. El día paso bastante aburrido. No tenía con quien hablar. A la hora de la salida por casualidad me lo volví a encontrar.

    —¿Cómo te fue? —me pregunto curioso recostándose en mi auto, mientras me sonreía. Yo lo miraba un poco atontada.

    —Bien. Supongo. —vi que él espero que fuera más larga.

    —¿Sigues molesta conmigo? —pregunto con un tono que no supe descifrar.

    —No. Solo que no te entiendo. Eres uno de esos chicos petulantes, que se creen que han salido de una película de Hollywood pero eres amable —recalqué esa palabra dando a entender que no lo era tanto. Lo oí reír y sentí que me iba al cielo, su risa era tan dulce. Más levante mi ceja esperando respuesta.

    —A lo mejor mal juzgaste. No sabía que fueras prejuiciosa —lo miré un poco avergonzada.

    —Todos, bueno. Suelen cumplir el patrón —dije cabizbaja y sonrojada aún por la pena. El rió, se acerco un poco bastante a mi. Me congelé, lo miré podía sentir su aliento sobre mi.

    —Hasta luego Mina —me hablo con voz suave, y me dio un suave beso en la mejilla. Me quede pasmada, sonrojada y muy en el fondo molesta. ¡Cómo rayos sabía él mi nombre! ¿Por qué me sonrojaba? ¿Cómo hacia para siempre encontrarme? Tengo que decir que casi atropello a una Brasilia amarilla que estaba detrás de mi, malhumorada me fui a dar una vuelta por el pueblo.

    La camioneta era perfecta para el poco de baches y enormes huecos que habían en la calle. Ese era un gran problema con este pueblo, los huecos. Mi cabeza se repetía una y mil veces el por qué mi corazón latía tan deprisa. No llevaba más que dos días y ya estaba perdida en una sola persona. Bufé cuando encendí la radio y un vallenato salió a relucir.

    —Por qué no me sorprende —reí suavemente, me estacione bajo un árbol y escuche la tonada. Muchas imágenes volvieron a mi mente. Eran tan dolorosas, intente reprimir las lágrimas pero estás fluyeron como un rió caudaloso.

    Estaba estacionada casi a la salida del pueblo, como si fuera para calanche. Me erguí y encendí el auto. Pasaba tranquila por la Av. Andrés Bello Blanco, me sorprendí al ver al chico de ojos verdes y como mieles salir fuera de una enorme casa. ¡Dios que hermosa es! Era de dos pisos, piedritas grises y tonos en dorados. Una Cherokee roja relucía en el garaje. No sé por qué baje el vidrió y le salude. Me miró sorprendido y me sonrió con ¿ternura?

    Eso había sido muy malo, ahora su hermosa cara estaba gravada en mi cerebro. Parecía feliz de verme y yo no pude evitar sonreír para mi misma. Llegué un poco tarde, casi perdiéndome la novela. No era de mi gusto hacer eso, los protagonistas eran tan bellos. La tarde transcurrió igual que la pasada, sin mucho que decir.

    —Melina —mi tío Manuel me llamó y sonriendo me acerque a él.

    —¿Qué paso tío? Bendición

    —Dios te bendiga. Necesito que cubras a Emmanuel, no ha llegado y tengo que salir. ¿Papá ya comió? —me pregunto preocupado.

    —Sí Adriana le trajo la comida. Deja que me cambie y bajo —asintió y se fue. Fui al cuarto me puse una falda de jeans y un top de tirantes rosado.

    —¡Hola Melina! —me sentía rara al oír mi nombre completo.

    —Epale Gabriel —salude sonriente mientras me sentaba en la caja.

    —¿Qué haces tu por aquí? —me miro sorprendido mi primo José Miguel, saludándome con un beso en la mejilla.

    —Nada, ya que Emma no vino, me toca su turno —resople impulsando un cabello con el aire. La panadería tenía aire acondicionado, estaba pintada de verde manzana y tenía unas bonitas mesas. Estaban atendiendo José Mi, Gabriel y otro personaje que no recordaba su nombre.

    —¡Buenas tardes! A ver. ¡Hmm! Quince bolívares con cincuenta —tenía que admitir que aquello no era tan molesto. La panadería se llenaba y no dábamos abasto a todo el gentío.

    —Cinco mil de pan.

    —Un litro de leche y cuatro mil de queso.

    —Dos paquetes de pan de acemita.

    Así los pedidos iban y venían. Tuve que varias veces pararme a despachar, al final como a las nueves estaba agotada. Agradecía profundamente el haber hecho la tarea y el ejercicio me habían hecho olvidar la linda cara que me aturdía. Pero el día no podía ser perfecto, de una camioneta que parecía reconocer se bajo el dueño de mis pesadillas.

    —¡Hola Mina! —José Miguel que estaba a mi lado se sorprendió y lo vio con mala cara.

    —Hola…—respondí no sabía su nombre que pena. José Mi pasó un brazo por mis hombros, yo lo vi extrañada, más no lo aparte, no me incomodaba.

    —Dame cinco mil de pan, diez mil de jamón y queso y un litro de leche —José Mi lo vio con el ceño fruncido pero rápido hizo su deber. Me miró sonriendo con amplitud. Intente ignorarlo, pero era imposible—. Así que trabajas aquí.

    —No, ayudo de vez en cuando —me reí un poco de su cara.

    —Me gusto verte en tu carro. Parece que reconoces el camino de vuelta a tu casa —lo miré enojada, infle mis mejillas.

    —Solo en ese insulso liceo me pierdo. Además no soy tan despistada —entrecerré un poco mis ojos, mi ceño fruncido lo hizo sonreír.

    —Eso es algo que no puedo decir que sea cierto —lo miré aún más enfadada.

    —Cómo es que tu sabes mi nombre y yo no el tuyo —río de nuevo y volví a sentir que tocaba el cielo.

    —Todo el mundo habla de ti. Me sorprende que no te hayas dado cuenta. Silvia no deja de decir lo mal que le caes.

    —Así que la conoces —entrecerré mis ojos—. Interesante —aquello lo dije más para mí que para él.

    —Aquí está —interrumpió muy oportuno José Mi.

    —¿Cuánto es? —lo vi y saque rápido la cuenta.

    —Veinte quinientos —alargo su mano y extendió el dinero.

    —Te veo mañana, intenta no perderte —me sonrió y yo lo miré malhumorada. Eso siempre había sido mi punto débil, odiaba que se burlara.

    —No sabía que tratabas a José Rafael —me gruño José Mi.

    —No lo hago. Me lo he topado un par de veces —el me sonrió aún con la cara un poco crispada. ¿Sentiría celos José Mi? Negué con mi cabeza, eso era tonto, era mi primo. Aunque como dice el dicho “carne de primo se come” ¡Pero que pienso, Dios mío! En ese momento la panadería cerro, cuadré caja y me fui, estaba exhausta. Caí rendida en la cama, ni siquiera me cambié. Esperaba que mañana fuera un día mejor.

    Bueno, espero que les guste. No olviden dejar su comentario.
     

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