El Refugio (001-005)

Tema en 'Tenumbris' iniciado por Reual Nathan Onyrian, 23 Febrero 2021.

  1.  
    Zireael

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    No me percaté hasta que dejé de caminar de un lado a otro que la chiquilla se había sentado con la espalda apoyada en la pared de la misma forma en que había estado yo, pero en sí lo que no supe si me sorprendió, me hizo gracia o me preocupó fue que se quedara allí como un crío al que se le dice que se quede quieto. Había estado todo el rato viendo su piel, allí donde se había hecho los surcos, y me pregunté si realmente no habría sido consciente de que se estaba lastimando hasta que se lo dije.

    No se me había ocurrido tampoco que decirle que no se hiciera daño hasta pecaba de hipócrita o algo así, siendo que yo llevaba los brazos llenos de tatuajes y tampoco necesitaba recordar nada en particular para saber que dolía hacérselos, que eran cicatrices que uno mismo se causaba. Fue hasta ese momento en que hilé más fino, llevaba los brazo cubiertos de cicatrices que me había hecho a voluntad y cuyo significado ahora no lograba recordar.

    ¿Me los había hecho por estética nada más? ¿Por algo en especial?

    No lograr alcanzar la respuesta a esa clase de preguntas estaba comenzando a cabrearme si era honesto. Entre el bosque, el río de sangre de anoche y el que ahora solo quedáramos tres solo tenía más razones para estar hasta los cojones de haber aparecido en esa cabaña con la mente en blanco.

    Cuando me di cuenta la niña se había levantado al parecer por curiosidad al escuchar lo del hongo y verlo, se acercó casi con miedo, aunque estaba comenzando a entender que esa era su forma de moverse en general. Todavía cuando buscó mis ojos y estiró las manos pareció dudar, fruncí ligeramente el ceño pero lo relajé casi al instante y le dejé el hongo para que pudiese verlo.

    Acababa de dárselo cuando uno a uno los focos explotaron, sumiéndonos en la oscuridad, se rompieron dándonos el tiempo suficiente para observar las reacciones en el rostro de cada uno y pensé que eso tenía que ser una puta broma. La oscuridad terminó por engullirnos aunque el motor del generador seguía sonando afuera, como diciéndome que lo había encendido en vano, y si acaso unos segundos pasaron antes de que una luz roja se encendiera en un cuarto lejano.

    Titilaba, aparecía y desaparecía, pero era del rojo de la sangre.

    Y aunque debía ser una naturaleza completamente diferente, que aguardara en ella un peligro que no tenía sentido como todos los que nos caían encima, pensé que había algo en ese parpadeo rojizo que me resultaba estúpidamente familiar. Disparaba una respuesta contradictoria, quería echar a correr y aún así una parte de mí necesitaba acercarse como una polilla a un foco. Ya no solo acercarme porque sí, sino también hacerlo yo para que no lo hiciera otra persona.

    Me levanté despacio del borde de la cama, miré a la niña y la chica de la cicatriz un instante en que la luz brilló de forma que pude detallar los contornos de sus rostros, como diciéndoles que no se movieran de donde estaban. Tomé la antorcha que llevaba cargando desde el día anterior y me acerqué al origen de la luz con movimientos precavidos.

    Ya que no recordaba un carajo iba a pensar que al menos había tenido una buena vida, porque podía acabar como el resto y lo sabía muy bien.


    -Antorcha
    -Goma
    -Hongo extraño brillante x1 (Ahora mismo lo tiene La Hija)


    Big F por cuchillitos locos
     
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    Gigi Blanche

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    Recibí el hongo entre ambas manos con una delicadeza ridícula y lo observé fijamente. Lo repasé apenas con el pulgar, grabándome su textura, y le di un par de pequeñas vueltas antes de acercármelo a la nariz y olerlo. Vete a saber por qué su aroma me recordó a... ¿a los vapores de la cocina? Fue cosa de pensarlo y alzar la cabeza, con algo ligeramente similar a la alegría, cuando el primer foco estalló. Di un respingo y recogí los hombros por reflejo, soltando una exclamación de sorpresa. Luego otro, y otro. Apenas alcancé a ver a los demás antes de que la oscuridad se lo tragara todo.

    El hongo entre mis manos aún brillaba, pero era demasiado tenue para iluminar nada. Lo mantuve contra mi pecho, como si pretendiera protegerlo o que él me protegiera a mí, y salí de mi ensimismamiento al detectar el chirriar de la cama. Adiviné por las siluetas y la posición que se trataba del chico, había comenzado a caminar en dirección a... ¿Qué era eso a mis espaldas? ¿Una luz? Era... roja. Tragué saliva, el corazón golpeándome las costillas.

    Tenía un mal presentimiento.

    ¿Qué iba a pasar si seguíamos... desapareciendo? ¿Qué iba a pasar si sólo quedábamos la chica y yo? ¿Y si sólo quedaba yo?

    ¿Otra vez sola?

    Vete a saber de dónde salió la idea, fue tan tenue que apenas conseguí distinguirla en mi mente pero cargó con la contundencia de un rayo. Me echó encima un frío espantoso y busqué darle un jalón a la camiseta de la chica antes de apresurarme detrás del muchacho hasta alcanzarlo. La madera era sólida bajo mis pies, hacía un ruido hueco y me detuve justo a su espalda, aún con el hongo contra mi pecho. No dije nada, no busqué mirarlo, sólo me acoplé a su ritmo.


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    Amane

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    Escuché la respuesta del chico prestándole toda la atención del mundo, siguiendo todos sus movimientos con la vista y asintiendo con la cabeza un par de veces cuando creía que la situación lo requería. No solo era un peligro explorar el bosque de noche, también lo era de día como ya había quedado claro, pero la tarea se complicaba exponencialmente si acabábamos llegando a los mismos sitios una y otra vez.

    Nada que hacerle, por otro lado, así eran los bosques y este era peor que cualquier otro.

    Observé como la niña se levantaba para acercarse a nuestra posición, ya que el rubio se había sentado en el borde de la cama también, y vi con cierta curiosidad como el mismo le hacía entrega del hongo tras entender las intenciones de sus gestos. No dejaba de ser curioso como nos habíamos adaptado tan rápido a su manera de expresarse y lográbamos comunicarnos con ella a pesar de todo.

    Me dispuse a abrir la boca después de eso, para responder la pregunta que el joven me había hecho, cuando la primera bombilla explotó. Las siguientes se fueron sucediendo sin darnos tregua posible y apenas fui capaz de distinguir las expresiones de los otros dos antes de sumirnos en la oscuridad. Y, cómo no, eso no iba a ser el final de todo.

    Una luz rojiza apareció en la penumbra desde algún punto y antes de que pudiese reaccionar de alguna manera, el tipo ya se había levantado para ir dónde ella y, lo peor de todo, la chica albina siguió sus pasos casi sin dudar. Realmente no había manera de saber si era bueno o malo, o qué demonios podría ser, pero lo que estaba claro era que no pensaba quedarme sola sin saberlo mientras los otros dos lo descubrían.

    Así pues, me puse en pie y seguí el camino de los mismo hasta la luz, a tientas pero, eso sí, sin acelerar nunca el paso.

    —Fósforos (x2)
    —Bidón de gasolina
    —Tabla con clavos
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    Al momento en el cual los habitantes de la cabaña se dispusieron a acercarse, un penetrante chillido, como si fuera el llamado de un ave de rapiña, se extendió por toda la cabaña. Una bandada de cuervos pareció sobrevolar el techo del refugio, sus graznidos escuchándose a pesar de las gruesas maderas. Pasos pesados hicieron crujir el suelo, y de pronto, pudieron verla. Una extraña figura, alta como un hombre, oscura, se erguía en un rincón, allí donde las extrañas luces rojas parpadeaban. ¿Las luces provenían de ella? ¿O acaso eran generados por alguna otra fuente?

    La figura parecía ser una especie de híbrido entre persona y pájaro horrible. Un cráneo de ave blanco yacía en lugar de su cabeza, y parecía contemplarlos con cuencas sin ojos, la intensidad de esa mirada penetrando sus almas. Parecía algo retraído, con sus brazos, o alas, envolviendo su negro cuerpo. No se movía. Tan solo... se quedaba allí, en esa esquina.

    ¿Era hostil? ¿Era amigable? ¿Qué era esa cosa?

    ¡Tirada de Sanidad! En caso de fallarla, se pierden 3 puntos de Sanidad. En caso de superarla, se pierde solo 1.

    No marqué opciones para interactuar para darles vía libre de hacer lo que quieran (?
     
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  5.  
    Zireael

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    Había sido como hacerle señales de humo a la puta nada, apenas empezar a avanzar había escuchado los pasos de la niña detrás de mí y la de los ojos dispares no tardó en hacer lo mismo detrás de ella. Seguí caminando, ya sabía que no debía gastar saliva en decirles que retrocedieran y me dejaran ir a mí nada más, era evidente que no iban a hacerlo.

    El chillido que nos recibió al acercarnos me lanzó una ola de tensión encima, la sentí caerme en los hombros, continuar por la nuca y hacer su camino por toda la espina dorsal, volviendo mis movimientos algo más rígidos. El chillido parecía de un ave, una de presa si nos poníamos quisquillosos con los términos, y fue acompañado por los graznidos de una bandada de cuervos afuera; no tenía nada contra los cuervos o al menos eso pensaba, porque en semejante situación escucharlos solo aumentó la tensión que tenía encima.

    Cuervos.

    ¿No tenía un cuervo tatuado en alguna parte del cuerpo? No me lo parecía, pero por algún motivo sentía que debía ser así, que por fuerza tenía que estar entre las cicatrices con colores que yo mismo me había hecho. Cuando noté la figura en el rincón la imagen y el graznido de los pájaros parecieron superponerse con alguna información que poseía en la mente pero no lograba alcanzar, esa sensación me hizo sentir un revoltijo de miedo e ira que me aceleró el pulso al punto de hacer que las manos me comenzaran a temblar.

    Las cuencas vacías como un par de pozos sin fondo.

    La posición retraída, ocultándose entre sus extremidades.

    Retrocedí un par de pasos, lo suficiente para estirar la mano y encontrar el hombro de la chiquilla albina instándola a retroceder. Lo que menos se me antojaba ahora mismo era que se le fuese la pinza y se acercara a esa cosa, a ese pajarraco enorme con las luces titilantes que ni siquiera sabíamos si eran suyas o de otra cosa. El temblor de mi cuerpo debió proyectarse a ella con el contacto, pero ni siquiera lo pensé.

    Ya no estaba pensando muchas cosas.

    Así como en otros momentos en ese bosque, el cuerpo empezó a reaccionarme solo, como si los retazos de memorias que no lograba aclarar estuvieran hablando a través de mi cuerpo, obligándome a hacer cosas a las que no les encontraba particular sentido o ninguno en absoluto. La visión de esa figura, de las cuencas vacías en el cráneo blanco, y las luces carmesí me habían descolocado lo suficiente para que a la tensión se le sumara algo más.

    En el fondo de la cabeza, casi como un eco, creí escuchar algo... Su ritmo estaba acompasado al titilar de la luz. Parecía surgir de una radio descompuesta, pero asumía que era porque no lograba aclarar el sonido tampoco.

    ¿Sirenas quizás?

    ¿A mitad del bosque, de verdad?

    Solté el hombro de la niña, avancé el paso que había retrocedido e incluso cuando pensé que era un suicidio terminé por agacharme con una rodilla apoyada en el suelo y la otra pierna flexionada, usando la antorcha para apoyar el resto del peso de mi cuerpo, todavía alterado por la visión que teníamos al frente. Ni se me había cruzado por la cabeza preguntarle a cualquiera de las dos chicas si cargaban algo encima con lo que encenderla.

    —Hey —solté hacia el pajarraco sin alzar demasiado la voz, prendado a las cuencas vacías—. ¿Escuchas? ¿Hablas? ¿Qué haces aquí?

    -Antorcha
    -Goma
    -Hongo extraño brillante x1 (Ahora mismo lo tiene La Hija)

    el delirio que me aventé no tiene nombre (?

    Tirada de sanidad que falló estrepitosamente.
     
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  6.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    uuuuh yo también quiero


    La Hija

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    Un chillido penetrante se propagó de repente, venía de todos lados y ninguno al mismo tiempo. Tuvo la intensidad suficiente para congelarme los huesos, estaquearme al suelo y helarme la sangre. Giré el rostro en todas direcciones con una rigidez dolorosa, aterrada de lo que podría llegar a encontrarme. Mi imaginación se colaba entre las hendijas, empañaba la realidad, pintarrajeaba monstruos horribles encima de la oscuridad. Ni siquiera sabría decir de dónde los fabricaba, sólo aparecían. Máscaras derruidas, nubes densas de polvo, pies negros y sonrisas sin dientes.

    Como si hubiera vivido rodeada de fantasmas.

    Al chillido le siguió una orquesta de graznidos, levanté la vista al techo aunque allí sólo siguiera propagándose el eterno negro. Era como si estuvieran dentro de la cabaña, como si en cualquier momento fueran a enredarse entre mi cabello, rasgarme la piel y arrancarme los ojos. Ni siquiera fui consciente del ruido espantoso que estaba haciendo para respirar hasta que el alboroto mermó y pude escucharlos. Los pasos.

    Pesados.

    Grandes.

    ¿Olorosos?

    Parpadeé, enfocando mi visión, y lo identifiqué. Allí, en una esquina, perfectamente inmóvil. El rojo danzaba sobre el negro y lo iluminaba dentro de una intermitencia anárquica, tan pasiva como violenta. Lo detallé con una precisión horrible, lo detallé mejor de lo que alguna vez lo habría deseado. La cabeza blanca, los ojos huecos, el cuerpo como de plumas negras. Las luces rojas, los cuervos y la densidad de sus pasos.

    Era pesado.

    El chico retrocedió un poco, lo noté de soslayo y recibí su mano en mi hombro. Fui consciente de cuán secos sentía los labios, de que debían estar agrietados, de que hacía mucho frío y el chico... el chico estaba temblando. De un momento al otro lo pensé, el cadáver del anciano apareció frente a mí y pensé lo que había pensado en ese momento.

    Miedo.

    Él tenía miedo.


    Su mano se alejó y lo vi clavar la rodilla al suelo, me aferré con una intensidad ridícula al hongo que estaba aplastando contra mi pecho y tensé los labios en una fina línea. Repasé la silueta difusa del chico, rojiza de a ratos, y deslicé la mirada al hombre extraño. Me forcé a seguir y seguir mirándolo, en un intento por humanizarlo, quizá. Para que luciera menos aterrador.

    Porque el chico estaba temblando.

    No me había dado cuenta hasta ese momento, pero creía haber asumido que era la única allí asustada. La única débil, incapaz de ver a esas criaturas a los ojos. Pensé que todos los demás eran fuertes y resistentes, que las cosas no les afectaban. Pero no era verdad. De la oscuridad emergían los peores demonios, fueran los que fueran.

    Así y todo, se esforzó para hablarle a la criatura. Intenté regular un poco mi respiración, ignorar el golpeteo doloroso de mi corazón, y sin saber muy bien qué otra cosa hacer simplemente avancé uno, dos pequeños pasos, hasta posicionarme a su lado y apoyar una mano en su hombro. Justo como él había hecho recién. También busqué a la chica con la mirada, para cerciorarme de su estado. Era un poco tonto, pero la idea estaba allí y no podía quitármela de encima.

    Sabía cómo era.

    Ese terror.

    Y no quería que lo sufrieran.


    La tirada horrible de sanidad here

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  7.  
    Reual Nathan Onyrian

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    La criatura no parecía reaccionar demasiado ante las palabras de El Indicador. Tan solo los observaba con sus cuencas infinitamente profundas y negras, arrebujado en sus propias plumas, apoyado en una esquina. Su pico se abría y cerraba lentamente, soltando chasquidos casi imperceptibles. Parecía... parecía como si estuviera diciendo algo. Pero era imposible intentar adivinar que significaban. No tan lejos.

    Los cuervos del techo parecían haberse calmado, pero no se habían ido. Podían sentirlos, expectantes, horadando el techo con sus orbes negruzcas. ¿Qué estaban esperando? ¿Un festín? ¿O algo más?
     
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  8.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    La Observadora
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    No tenía ni el más mínimo sentido.

    Los tres nos habíamos acabado acercando a la luz, claro, y eso provocó que algo se desencadenase en el refugio. Un graznido agudo se extendió por la cabaña, pero yo no sentí nada. Una bandada de cuervos apreció revolotear por encima del tejado, pero no sentí absolutamente nada. Una figura extraña, híbrida entre un humano y alguna especie de ave, apareció en una esquina... nada de nada.

    Nos miraba con unas cuencas vacías, penetrantes, desde aquella esquina retirada y pensé que parecía demasiado tímida para ser intimidante. El chico le habló, pero no sirvió de nada, e intenté buscarlos con la mirada para saber cómo estaban. Ambos parecían asustados, ¿no era al fin y al cabo así como reaccionaría cualquier persona? Y sin embargo yo, estaba ahí, mirando a la criatura como si nada.

    Como si no me diera miedo.

    Porque no me lo daba.

    ¿Qué era lo que tenía? ¿Por qué nada parecía asustarme en aquel maldito bosque como a los demás? ¿Por qué rayos quería acercarme más al ser? No era terror lo que me carcomía por dentro, era la más pura y genuina curiosidad. Curiosidad por saber más de la criatura, sin importar el coste de ello.

    Así que simplemente me dejé guiar por ello, porque no podía ni pretendía luchar contra aquel instinto que parecía tan intrínseco en mí. Me acerqué a la esquina dónde el pájaro se había refugiado, con los pasos tranquilos y silenciosos que me caracterizaban, y extendí una mano para rozar su plumaje con la yema de los dedos.

    ¿Y si me atacaba? Pues habría merecido la pena por saciar un poco aquella curiosidad.

    —Fósforos (x2)
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    Tirada uwu
     
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  9.  
    Zireael

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    El rojo seguía danzando, titilando, arrojándonos un filtro encima que recortaba las figuras en borde afilados, toscos y dejando el resto en las tinieblas. La oscuridad era negra y pesada, asfixiante de a ratos cuando el rojo se apagaba unos segundos, y el ruido que había detectado en el fondo de mi cabeza no desaparecía, había ido subiendo de volumen gradualmente casi al punto de aclararse.

    Era un sonido que asociaba al miedo, me decía que echara a correr sin mirar atrás e incluso que las dejara a ellas. Que las dejara porque todo lo que era un obstáculo, un lastre, no servía para nada y solo me retrasaría. La cosa era a dónde pensaba echar a correr, ¿a otro de los cuartos de la cabaña? ¿Al jodido bosque? No había lugar al que huir realmente y tampoco sabía qué había en esa imagen que me había provocado semejante choque.

    Los pasos de la chiquilla me sonaron como de otro mundo y no reaccioné como tal hasta que sentí su tacto en el hombro, me ancló al mundo a medias, me recordó los límites del espacio y aunque el ruido de fondo no desapareció al menos me pude obligar a ignorarlo. Tomé aire, lo liberé y volví a inhalar en un intento por regular mi pulso, desaparecer el temblor y enfocar los contornos otra vez.

    —Estoy bien —solté en un murmuro sin saber bien por qué y lo repetí—. Estoy bien.

    El pajarraco no había contestado, todo lo que salía de él eran unos chasquidos casi imposibles de notar y si estaba diciendo algo no era nada posible de entender. La parvada de cuervos seguía allí, no se escuchaban pero lo sentía, expectantes, casi demandantes y podía imaginarme sus ojillos negros pasando a través del techo para vernos a nosotros y a esa criatura.

    La tensión volvió a caerme encima cuando vi a la chica de la cicatriz acercarse al bicharraco, era evidente que no se había cagado hasta las patas como nosotros dos, pero aún así lo que hacía era una estupidez.

    —¿Qué mierda haces? —espeté aún estaqueado al suelo y sentí que se me detenía el corazón en el pecho al verla tocarlo—. Gatita, ¡¿qué haces?!

    Ni siquiera me di cuenta de cómo la había llamado, me salió de la nada y debió ser porque tenía los ojos de diferente color.

    -Antorcha
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  10.  
    Reual Nathan Onyrian

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    La criatura pareció extender la cabeza, viendo como La Observadora se acercaba. Sin embargo, se arrebujó todavía más entre sus plumas, como si la mera presencia de aquellas otras extrañas figuras le resultara extraña. Abrió el pico, y un chillido apenas audible, casi como un suspiro, escapó de su cráneo. Observó atentamente el movimiento de la mano de la muchacha, que cada vez se acercaba más hacia su figura. Levantó la mirada, y sus cuencas vacías se posaron en los ojos de ella. Eran... hipnotizantes. Un vacío que invitaba a sumergirse en él. Y detrás de toda esa oscuridad... un brillo.

    De repente.

    Las alas de la criatura se extendieron, dándole un aspecto aterrador, haciendo que su cuerpo creciera el doble de su tamaño. Un chillido escapó de su garganta, un chillido sin cuerdas vocales, que perforó los oídos de todos los que se encontraban presentes. Y el cuerpo del monstruo... se deshizo. Se descompuso en decenas de cuervos, una bandada que desintegraba poco a poco la forma física de ese extraño ser antropomórfico. Las aves revolotearon, graznaron, e invadieron todo el espacio de la habitación.

    Sólo se podía ver negro, escuchar el graznido, palpar el revoloteo de las alas sucias. Un vórtice de sensaciones vertiginosas que podían marear a cualquiera.

    Y así como todo había ocurrido.

    Cesó.

    La habitación quedó silenciosa. Ya no había cuervos, ni aves antropomórficas con cráneos descubiertos. Ya no había luces rojas parpadeantes, si no las amarillas e incandescentes de las lámparas. Parecía como si todo hubiera sido una ilusión. Y podría haber pasado por una, si no fuera por el extraño objeto que había quedado en el lugar en el cual aquel ser antes había estado.

    Todos pierden 1 punto de Sanidad. Yáahl, referirse a la guía de Estadísticas para ver lo que ocurre con la muerte por Sanidad :D
     
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    Amane

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    La llamada del chico llegó demasiado tarde, había ya hundido la mano en el plumaje cuando su voz me alcanzó, y ni siquiera me percaté del apodo que decidió utilizar para llamarme. ¿Había sido por los ojos dispares? Tenía la sensación que no era la primera vez que me ganaba algún mote por ello, así que ni siquiera me hubiese extrañado en una situación normal.

    Quise decirle que se calmase, que nada malo pasaría, pero las cuencas vacías del pájaro acabaron hipnotizándome de tal manera que fui incapaz de pronunciar palabra. Retiré la mano en cuanto extendió las alas y cubrí mi rostro con los brazos, a modo de escudo por el revuelo repentino que se creó. Fue caótico, pero también extrañamente breve, y antes de poder darme cuenta todo había cesado de repente.

    Pestañeé un par de veces mientras bajaba los brazos y miré alrededor, comprobando que nada quedaba atrás del ser híbrido ni de los pájaros encima del tejado. Casi podía haber pasado por alguna especie de delirio si no fuese porque distinguí un objeto extraño delante de mis ojos, ahí dónde había estado el pájaro.

    Me agaché para cogerlo e inspeccionarlo mejor, aprovechando mi posición algo ventajosa.

    —Fósforos (x2)
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    Reual Nathan Onyrian

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    El objeto era extraño, y algo difícil de ver a primeras, oculto entre las sombras. Su textura era algo correosa y húmeda al tacto, a pesar de que se lo notaba endurecido. Al acercarlo a la luz, La Observadora pudo notar que era una especie de embrión o feto, de algún animal imposible de adivinar. Tal vez en algún momento, ese embrión haya sido humano, pero ahora, sus rasgos estaban deformes e imposibles de discernir. Era pequeño, apenas ocupando la palma de la mano de la muchacha.

    ¿Qué era todo eso? ¿Qué significaba?

    ¡Obtienes "?"! Se actualizó la guía de Objetos
     
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  13.  
    Zireael

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    Los acontecimientos siguieron apilándose con la acción de la chica, desde el momento en que decidió acercarse como una jodida loca al pajarraco ese que ni siquiera parecía capaz de formular una palabra o sonido que significara algo en particular. La criatura evidentemente reaccionó a la invasión de su espacio, primero solo dirigiendo la mirada vacía hacia ella y luego encogiéndose todavía más sobre sí misma.

    Me estaba oliendo que lo estábamos aterrando tanto como él a nosotros.

    Cuando la criatura extendió las alas, aumentando de tamaño prácticamente de golpe las piernas me fallaron y terminé por quedar sentado en el suelo, con el maldito chillido rompiéndome los tímpanos. Sin embargó, fue cuando se deshizo que los que sea que tenía en la cabeza, las imágenes y memorias que no lograba recuperar, me lanzaron encima una sensación de terror de lo más jodida. Era un miedo crudo, casi doloroso, y directamente sentí que iba a volverme loco cuando no pude ver, escuchar y sentir más que los cuervos arremolinándose a nuestro alrededor.

    No eran los pájaros en sí, era lo que sea que representaban los cuervos y lo sabía.

    Era una tormenta oscura, negra como el vacío del cielo por las noches, capaz de absorber cualquier vestigio de luz y con el revuelo de las aves me cayeron encima otras sensaciones que posiblemente no tuvieran nada de real. Que fueran solo cosas almacenadas rebotando, chocando y rompiendo todo a su paso, convirtiéndome la mente en un desastre de fragmentos inconexos de retazos de tela con cosas escritas e imágenes dibujadas con trazos que me recordaron a los tatuajes que llevaba en los brazos.

    El sonido de las sirenas me estalló en los oídos y me incorporé como un loco, si no me llevé a la niña albina por delante fue de puro milagro porque sentí que no coordiné ningún movimiento. Si todo había cesado no me di cuenta, tenía la vista empañada y aunque las luces habían regresado tenía la sensación de que no veía nada. Salí del cuarto casi corriendo, no sin chocar con varias cosas en el resto de mi camino errático por la cabaña.

    Me dolía respirar, cada bocanada de aire me punzaba los pulmones y el dolor me subía hasta el fondo del cerebro, para fundirse con el grito de las sirenas. La oscuridad, mejor dicho mi oscuridad, solo era interrumpida por el parpadeo de luces rojizas y azules, un par de ojos de fuego y los malditos dibujos, todo se fundía con fragmentos de lo que recordaba al haber despertado aquí. Sentía como si alguien me hubiese arrojado al vacío que se veía en los ojos de aquel pajarraco, un pozo oscuro, húmedo y terriblemente frío.

    Como ala de cuervo.

    Regresé a la habitación grande, la que tenía la cama, y solo allí detuve la carrera en medio del espacio con la vista puesta en ninguna parte, porque nada de lo poco que alcanzaba a ver estaba allí en realidad. No sé cuánto tiempo pasó, si unos segundos, unos minutos o qué, pero en determinado punto un ardor espantoso me surgió en el costado del cuerpo, al lado derecho; inició como una chispa que se propagó y me arrancó el aire del cuerpo. Terminé de cuclillas prácticamente doblado sobre mí mismo y solté una sarta de maldiciones sin pensar mientras metía la mano bajo la camiseta en un intento de ver si había algo, lo que fuese, que me estuviese causando ese ardor de mierda.

    Pero nada.

    Cuando empezó a amainar inició la comezón, allí en el costado, luego por la tinta de los brazos. En el ave de la mano izquierda, la dominante, luego por el zorro plateado del antebrazo, la mariposa del otro y siguió haciendo su camino hasta alcanzar los trazos que me llegaban a partes del cuello, los de la serpiente. Era tal que realmente parecía que tenía una reacción alérgica o alguien me había frotado ortigas encima una y otra y otra vez.

    No me incorporé en ningún momento, me quedé allí doblado como un puercoespín y me rasqué hasta que sentí que se me abrió la piel en algún lado, quizás en la cara interna del antebrazo, y aún así no me detuve porque el escozor no desaparecía. Tampoco lo hacía el ruido que escuchaba en la cabeza, ni las imágenes superpuestas sin conexión.

    Los ojos de fuego.

    Las luces de las sirenas y sus gritos.

    El veintiuno marcado en la puerta.

    El indicador de la mano.

    Y el maldito cuervo, con sus cuencas vacías.


    Exigiendo, consumiendo, aislando.

    Como un acaparador.

    tremenda ida de olla, al menos la muerte por sanidad me permite esto (???)
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La calma extendida dentro del refugio no podía ser más que un mal augurio, fue una idea débil que me fue susurrada al oído. El chico parecía haberse calmado un poco, pero entonces la muchacha avanzó hasta la criatura y el corazón se me comprimió en el pecho. Separé los labios, lo hice en un impulso irrefrenable, pero no salió ni un solo sonido. La urgencia en la voz del rubio se fusionó con la que yo sentía pero era incapaz de expresar.

    Nada pasó. Era la calma extendida, la oscuridad reinante y el lenguaje críptico de la criatura. El corazón me golpeaba el pecho con una insistencia espantosa pero no había nada que pudiera hacer más que aguardar. Aguardar a que algo ocurriera, a que la expectativa no me enloqueciera.

    Las alas de la criatura se extendieron de golpe, fue tan repentino que un jadeo se me atoró en la garganta y mi pie izquierdo retrocedió en automático, anclándose al suelo. No le quité la vista de encima ni un instante, las imágenes grabándose a fuego sobre un lienzo negro. Era doloroso, era desesperante y quise gritar hasta estallarme los pulmones. Gritar y gritar, exigir que nada de esto fuera real. Que me sacaran de esta pesadilla.

    Pero ¿quién lo haría?

    Me cubrí con los brazos y me acuclillé cuando la criatura se deshizo en una bandada de cuervos, como si pudieran arrancarme la piel. Permanecí en aquella posición hasta que el silencio regresó. Fue tan repentino que, en medio de un delirio, podría incluso haber afirmado que nada había sido real. Descubrí el rostro poco a poco, parpadeando, y si creía haber encontrado algo de alivio, la ilusión se redujo a cenizas en un solo chasquido.

    Se había perdido.

    El chico salió corriendo en cualquier dirección, había semejante desesperación en el ritmo errático de su avance que por un instante genuinamente temí que se hubiera perdido para siempre. Me incorporé de un brinco, su ansiedad se me pegó al cuerpo y, así como me había ocurrido con la chica, abrí la boca.

    Y lo oí.

    —Lúgh!

    Lúgh.

    No tenía idea qué o quién era eso, de dónde había salido ni qué significaba. Ni siquiera reparé plenamente en el hecho de que acababa de oír mi propia voz, que fue débil y quebradiza, como una cuerda rota, pero existía. Busqué la mirada de la chica con insistencia y eché a correr detrás del muchacho. ¿Lúgh, le había dicho?

    Estaba envuelto sobre sí mismo, en el suelo, removiéndose con una insistencia que sólo logró resultarme dolorosa. Me acerqué sin tocarlo, dejé caer las rodillas a su lado y el cabello albino, como un manto vaporoso, acompañó el vaivén a destiempo. Miré en todas direcciones, como si fuera a encontrar algo útil, y las lágrimas se me acumularon en los ojos. Sólo pude regresar a él, al caos que rebotaba en su cuerpo, se propagaba al mío y me partía el corazón. Intenté lograr que dejara de hacerse daño pero fue en vano, se había ido. Se había ido y me quemaba en el pecho.

    La impotencia de no poder hacer nada.


    Como quedó re loco asumo que nada de lo que haga la niña va a tener repercusión en él, aviso por las dudas (?

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    Amane

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    Darme cuenta que lo estaba sujetando entre mis manos era una especie de... feto no me afectó tanto como uno podría haber esperado. Y en gran medida fue porque justo en ese momento escuché algo de ruido a mis espaldas y me tuve que girar para comprobar lo que estaba pasando.

    El chico pareció superar su límite con aquella escena de los cuervos, o quizás había sido antes, ¿quién sabe? La cuestión es que salió corriendo por la cabaña, la niña salió detrás de él, y yo me guardé el embrión aquel en el bolsillo antes de seguirlos, pensando que si él decidía salir al bosque en mitad de su locura, no me apetecía que se arrastrase a la albina al desastre.

    No fue el caso, por suerte, aunque estaba claro que la situación no era ideal. El rubio se había tirado al suelo, parecía querer arrancarse la piel con su propia mano; la niña se tiró a su lado, claramente afectada por la escena, y yo... yo me dejé caer sobre la cama con pesadez. Miré la escena durante un segundo, pero al final aparté la vista y me dejé caer hacia un lado hasta dejar medio cuerpo tumbado.

    No pensaba que mereciese la pena intervenir, parecía bastante claro que se había retraído a su propio mundo al que no quería acceder, y si por algún casual conseguía recuperarse después de un tiempo de estabilidad, estaba bien, pero eso era todo lo que podía ofrecerle. Al fin y al cabo, eran demasiado raras las situaciones en las que me atrevía a intervenir, como si mi único objetivo en la vida fuese observarlo todo desde el exterior, sin inmutarme nunca por nada.

    Some relleno (?)

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  16.  
    Reual Nathan Onyrian

    Reual Nathan Onyrian Adicto

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    "Uno a uno, los habitantes de ese refugio fueron cayendo en un sopor profundo. La inconciencia los encontró allí mismo, envolviendo su mundo de oscuridad. Ya no había cuervos, ni criaturas antropomórficas, ni gritos ni sollozos desgarrados. Tan solo tranquilidad. Una tranquilidad y un silencio antinatural.

    Abrieron los ojos, lentamente, entrando en esta especie de reino fantasioso, ubicado entre el presente y el futuro, los minutos congelados en el reloj. Las raíces lo cubrían todo, desde el suelo hasta las paredes, envolviendo a la cabaña. Casi... como protegiéndola.

    En un momento, dos bultos, del tamaño de personas, surgieron de las paredes, crisálidas formados por retorcidas raíces. Se abrieron, lentamente, con un sonido húmedo, soltando su contenido al suelo. Aquellos que se habían perdido en el bosque volvieron a aparecer en la cabaña. Al parecer, ni la muerte podía liberarlos de su final."
    La noche ha terminado. El alba comienza ahora.

    Hygge Monpoke ya pueden volver a rolear, lo mismo con Yáahl
     
    Última edición: 26 Mayo 2021
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  17.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Perdí la noción del tiempo en lo que la noche seguía su curso. Distinguí la silueta de la chica ubicándose sobre el colchón, en perfecto silencio, y yo no atiné a moverme de mi lugar junto al muchacho ni un solo centímetro. En cuanto la oscuridad mermó y la luz comenzó a colarse a través de las ventanas, seguía allí.

    Descubrí la cabeza, que la había escondido detrás de mis piernas. Parpadeé un par de veces, enfocando los alrededores, y lo sentí tanto en el aire como sobre la superficie de mi piel. La extraña quietud que, al parecer, nos envolvería con cada amanecer. Repasé las siluetas de los demás antes de notar que ocurría algo encima de una pared, una especie de bultos recubiertos por raíces que se abrían y expulsaban... al niño y la chica, la pelirroja. El ruido que hicieron al caer al suelo logró activarme y me incorporé, aunque no lo hice de un salto ni con el terror que, hasta entonces, le había imprimido a todos y cada uno de mis movimientos. Fue un ademán cansado, incluso resignado.

    Me acerqué a ellos, al parecer estaban respirando y una corriente de alivio me recorrió el cuerpo. Bueno, al menos eso. Me cargué los pulmones de aire, lo solté por la nariz y me volví hacia los demás, con quienes había pasado la noche.

    Otro día en el bosque.

    Sólo quedaba sobrevivir, suponía.


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    Última edición: 29 Mayo 2021
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  18.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    El ardor y la comezón se fueron alternando, cuando una parecía mermar regresaba la otra y lo cierto es que si hubiese sido capaz de formular palabras habría dicho directamente que quería arrancarme la piel. Desollarme como un animal, despegarla del músculo con el mejor cuchillo que pudiese encontrar y deshacerme de las terribles sensaciones corporales que estaban enfocadas allí, sobre los dibujos, en el costado.

    En algún momento las sensaciones desaparecieron o eso imagino, quedaron los ruidos que no estaban allí. Hacía eco, se revolvían hasta volverse imposibles de distinguir entre sí y luego cada uno aumentaba de volumen, otros se reducían y así hasta el cansancio. Había sentido la presencia de alguien a mi lado, pero no logré darle forma en mi caos, ni siquiera pude reaccionar y cuando quise darme cuenta el mundo se había ido a negro.

    Cuando desperté parpadeé varias veces, enfocando el mundo con una dificultad estúpida, y repasé las formas como si hubiese estado ciego la vida entera. La cama, donde se había quedado la chica de la cicatriz, las raíces en la cabaña y los cuerpos de los demás, que habían aparecido por arte de magia, tirados como sacos de carne. Noté a la chiquilla acercarse para revisar su estado por encima y luego volverse hacia nosotros.

    Me incorporé con dificultad, ciertamente aturdido, y solo hasta usar las manos para apoyar el peso antes de hacerlo fue que me di cuenta de que efectivamente había alcanzado a abrirme la piel en la cara interna del antebrazo derecho. Los caminos rojizos discurrían como pequeños canales de sangre, que hablando de ella se había secado ya sobre la piel.

    En sí no recordaba una mierda, tenía parchones inmensos en la memoria y estaba comenzando a acostumbrarme a ellos.

    —Supongo que toca lo mismo de siempre —dije con la voz algo gangosa, poco me interesó—. Salir al bosque.
     
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  19.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Cuando volví a recuperar la consciencia, me encontré con un nuevo día por delante y bastante más gente de la esperada en la cabaña. La pelirroja y el otro tipo joven aparecieron de algún lado de entre las raíces, como si nada, y a aquellas alturas lo único que pensé era que ciertamente me aliviaba que el grupo no se hubiese reducido a la mitad cómo había parecido la noche anterior.

    El rubio parecía estar mucho mejor, por cierto, y por rebote la chiquilla albina también. Eso también era un alivio, se viese por donde se viese, porque lo último que necesitábamos era tener a gente que no pudiese funcionar y mucho menos cuando era posiblemente el más fuerte de todos nosotros. Me levanté de la cama y me acerqué al chico, cogiendo su brazo entre mis manos para mirar las heridas que se había hecho la noche anterior. Dentro de lo malo, habían cicatrizado, así que no parecía que fuesen a ser un problema, igual que mi infección por los gusanos.

    Después de examinarle la piel, levanté la vista para buscar su mirada.

    —Ya estás bien.

    Sonó más a afirmación que a pregunta, ciertamente, pero es que quedaba bastante claro que al menos ya no estaba en esa espiral de locura en la que parecía haber acabado hundido por la visión de los cuervos. Y menos mal que no había sido él el que había encontrado aquel... feto, o lo que fuese.

    Lo solté entonces y me giré hasta mirar a la niña, inclinándome un poco para poder hablarle mejor.

    >>¿Quieres venir conmigo de nuevo o prefieres ir con él esta vez? Lo que decidas está bien, no te preocupes.

    También estaba la opción de que quisiese ir sola, claro, pero esa opción... no me gustaba tanto, a decir verdad.

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  20.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Aún me preocupaban un poco el niño y la chica pelirroja, a pesar de estar vivos aún no habían reaccionado de ninguna forma. Como si estuvieran dormidos. ¿Se quedarían así mucho tiempo más? ¿Era prudente vigilarlos? ¿Estarían bien en tanto se quedaran en la cabaña? No tenía la menor idea de nada, como venía siendo lo usual.

    El muchacho de los dibujos en la piel reaccionó, lento pero lo hizo. Noté los surcos rojizos prácticamente al mismo tiempo que él, y luego seguí los movimientos de la chica desde mi posición. Inspeccionó su brazo, le aseguró que se encontraba bien y luego se dirigió hacia mí. La vi a los ojos, corriéndome un poco el cabello enmarañado, y alterné mi mirada entre ella y el chico tras recibir su pregunta. Una cuota de preocupación me cayó encima, reflejándose en mi semblante, ante la exigencia de tomar una decisión. Era estúpido pensar que alguno de los dos iría a ofenderse si elegía al otro, pero poco a poco comenzaba a asimilar que así era yo y difícilmente había algo que pudiera hacer al respecto en tan breve período de tiempo.

    Preocupación aparte, cierto era que no me podía decidir. La chica me había transmitido más confianza de primera mano, quizá por su eterna templanza y suavidad, pero el muchacho se había roto frente a ambas y ahora... ahora lucía increíblemente vulnerable a mis ojos. Incluso con su estatura, la expresión hosca, las maneras y todo lo demás. Tampoco me asustaba ya.

    Mantuve mi mirada en el muchacho un par de segundos, casi como si quisiera pedirle disculpas, y tomé aire despacio antes de regresar a la chica. Detallé sus ojos dispares, bajé a sus manos y me acerqué hasta envolver una entre las mías, suavemente. Me quedé allí, con la cabeza gacha y en silencio, y un par de segundos después la jalé en dirección a la puerta. Me sentía estúpidamente culpable y era ridículo, lo sabía, pero no tenía idea cómo quitarme la sensación de encima.

    Sólo esperaba volver a verlo cuando el sol cayera.

    De verdad.

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