El Paseo

Por un mero instante, todo parece tan mecánico, te sientas en el asiento trasero de la camioneta, a mi lado, abres la ventanilla, te pones un cigarrillo en la boca y lo enciendes con ese encendedor negro que siempre llevas contigo. No pareces necesitar más droga que la de tu pensamiento profundo, pero se te ha hecho un hábito, no te preocupan mucho ni tus pulmones ni los míos y no creo que dejes el hábito aunque te lo pida, ya lo he intentado, sin resultados. Miras un poco hacia la calle mientras la camioneta toma otra curva en nuestro paseo y te centras más en la música que en las conversaciones, viene a tu mente algún pensamiento chistoso, alguna alusión al sexo y la compartes conmigo.
Finalmente acabas pasando tu brazo por mis hombros y yo me inclino hacia el tuyo, en una seña de entrega y respeto que es tan mía y pongo mis manos sobre tu cuerpo, porque sabes mejor que nadie que yo necesito tocar. Es mi forma de comunicarme, de conectarme con el resto del mundo. Parece que tienes un romance con mis manos, así como yo lo tengo con las tuyas. Te las arreglas para recordarme que estas manos están pidiendo a gritos ser usadas, pero no sólo para el arte, sino también para curar. Que debo apresurarme, estudiar y recibirme, ¡pues estas manos deben pronto a empezar a curar! Y lo sé, estas manos pueden hacer mucho más y por unos momentos el brillo de tus ojos claros demuestra que las deseas… Me tomas delicadamente de la mano y me das un beso y eso es más que suficiente para llenarme de placer. Otra vez me recuerdas que soy sensible a los toques y que lo que más me excita es el amor. No conozco nada más verdadero que tu cariño, en momentos como ese, me olvido de todo lo demás. Genial, con sólo una palabra o un gesto eres capaz de hacerme olvidarlo todo, lo que me pasó y lo que me ha de acontecer, quién soy y qué estoy haciendo aquí. Lo único que me importa es estar contigo y poder seguir tocándote. Para mí, hacerlo es algo normal, aunque muchos otros lo malinterpretarían. Me gusta el contacto contigo, me hace sentir segura. Me acoplo al ritmo de la música y escucho tus palabras suaves. En otras oportunidades, tus palabras son cambiadas por la letra de la música suave que suena en el equipo, pero no ahora. Me hablas de la importancia del Dios que es Amor y de lo necesario que es decir la verdad. Tomo el valor suficiente para decirles entonces a mis padres que la noche pasada fuimos a caminar a la costanera. De repente, entre tus brazos, me olvido del temor a ser regañada y una vez más descubro que mis miedos son infundados, puesto que ellos no se enojan. Creen que ejercitarse de esa manera es algo positivo y me dan consejos: los lugares y las personas que he de evitar y las cosas que puedo hacer. Todos ustedes se ríen un poco de mi tenacidad, de que soy capaz de caminar mil kilómetros y dejarte atrás, pues tengo mucha resistencia. Mi tenacidad bien nace de mi corazón o de mi ego y tú lo sabes perfectamente, lo lejos que puedo llegar cuando me lo propongo y en eso te basas para seguir dándome fuerzas, las fuerzas que necesitaré para afrontar todo los demás. Me acaricias para disminuir mi ansiedad, me recuerdas que mi ansiedad no me permite disfrutar, así, me pierdo nuevamente en la seguridad de tu cuerpo y la calidez de tus palabras, en la suavidad de la música y el bello paisaje del mundo nocturno que me rodea, mientras paseamos una vez más sobre las ruedas de la camioneta.