Otro El nombre del Fracaso

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Borealis Spiral, 19 Enero 2016.

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  1. Threadmarks: Ronda 11: Lugar de recuerdos
     
    Borealis Spiral

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    @Marina ¡Master, gracias por leer y comentar siempre! Sabes que amo mucho tu apoyo *u* Ya se sabrá del campeón estatal pero será mucho más adelante xD Y sí, Jasiel siente rabia por él, pero es porque se toma las cosas muy personales a veces, jajaja. Adoro la relación de Cami y Jasiel <3 Pero bueno, de nuevo gracias por incondicional apoyo, sabes que lo amo pero nunca más que a ti. Te amo *o*

    A los demás que se pasan a leer, también se los agradezco mucho y a ustedes vaya la continuación. ¡Disfruten!

    Décima primera ronda:
    Lugar de recuerdos

    Era sábado por la mañana y como era habitual en Renata, se despertó tarde aprovechando que no iba a la escuela y que no tenía ningún otro compromiso. Se dirigió a la sala a ver algo de televisión hasta que al poco rato su madre salió de sus aposentos e hizo de almorzar para las dos; comieron en lo que se entretenían viendo una película animada que ya habían visto y mientras conversaban un poco. Después de eso, Renata tuvo que ayudarle a Bárbara con algo de la limpieza de la casa por petición de ella y antes de dejarla holgazanear, así que sin más opción ni mayores ganas, la castaña barrió y sacudió en lo que Bárbara trapeaba.

    Ahora sí, Renata pudo sentarse frente a la laptop dispuesta a seguir saciando su gusto por los animes y la lectura en línea sin tener remordimientos de conciencia. Apenas estaba en medio de un capítulo cuando el timbre resonó por cada rincón sacándole una exclamación de fastidio, fue a ver de quién se trataba asomándose por la ventana antes de abrir la puerta. Las tripas se le revolvieron y un gemido atribulado escapó de sus labios. Era Laura. ¿Por qué? ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué la molestaba también en su fin de semana? ¿No se suponía que éste era para no hacer nada? Bueno, en realidad el fin de semana era para salir a pasear con amigos o familiares e ir de fiesta y ese tipo de cosas; pero ella no quería hacer nada de eso, ¿por qué Laura no podía respetar eso?

    Decidió no abrir con la esperanza de que Laura pensara que habían salido a algún lado y se fuera; sin embargo, el timbre siguió sonando con insistencia. Renata decidió deshacerse de él antes de que su madre lo escuchara desde su habitación, por lo que presurosa se dirigió al aparato que expulsaba el sonido y lo desenchufó; casi al instante, Bárbara hizo acto de presencia.

    —¿Quién era? —le preguntó, curiosa.

    —Nadie... Vendedores —mintió Renata sin atreverse a mirarla y escondiendo el aparato detrás de ella.

    Unos fuertes golpes en la puerta la desmintieron de la manera más cruel posible, pues era obvio que ningún vendedor tocaría de esa manera tan brusca. Bárbara miró a su hija con desaprobación antes de dirigirse a abrir la puerta.

    —¡Má, espe...! —No esperó.

    —¡Ah, Laura! ¡Qué sorpresa! —la saludó Bárbara, amigable—. O quizás no tanto. Es la tercera vez que vienes esta semana. ¿Buscas a Renata, verdad? Adelante, pasa.

    —Muchas gracias, señora, qué amable —agradeció Laura con una sonrisa educada adentrándose a la casa.

    —No hay de qué. ¡Hija, te buscan!

    Renata enchufó de nuevo el timbre al saberse completamente derrotada y se dirigió a donde las otras dos la esperaban.

    —Buenos días, Lala, ¿qué se te ofrece?

    Renata vio que Laura hacía un mohín disconforme ante el mote, pero la rizada se abstuvo de hacer comentario alguno esforzándose por sonreír calmadamente, después de todo estaba frente a Bárbara y no podía comportarse mal, por lo que sólo dijo:

    —Hola, Renata. Mira, quisiera que me acompañaras un momento a donde el club de mi tío; le gustaría hablar contigo de algo y hasta aprovechamos para jugar un poco. Usted le daría permiso de ir, ¿verdad, señora?

    Renata rogó mentalmente para que su madre dijera que no. Ahora sí que le dieron ganas de tener algún otro compromiso como visitar a sus tíos o a sus abuelos, lo que fuera con tal de no ir con Laura. Sin embargo, había descubierto que a ella las cosas nunca podían salirle como quería, así que no pudo más que escuchar con impotencia la terrible sentencia.

    —¡Claro que puede ir! —concedió la mujer mirando a su hija—. Te hace falta salir, Renata, y me alegra que te hayas encontrado con Laura otra vez; ella siempre te ha sacado de estas cuatro paredes. También me alegra que hayan resuelto cualquier problema que tuvieran entre ustedes.

    —De hecho estamos en proceso de arreglar todo y por eso mi tío quiere verla también —declaró Laura.

    —Es una buena oportunidad, ¿no crees, Renata? —Bárbara la miró con intensidad—. ¿O es que vas a desechar sus buenas intenciones? Se están esforzando mucho por dejar todo en claro, ¿sabes?

    —Sí, ya sé. Ya voy. Me cambiaré —aceptó la castaña sin tener más remedio.

    Fue a arreglarse un poco pues aún andaba en pijama y cuando consideró que estuvo lista, se despidió de su madre para irse con Laura, quien había llegado en el auto de su madre, la que las esperaba estacionada cerca de allí para llevarlas al club de su hermano.

    —Buenos días, señora, cuánto tiempo —la saludó Renata cortésmente al subir al vehículo en el asiento de atrás en tanto se ponían en marcha.

    —¿Qué tal, Renata? Sí, ha pasado mucho tiempo —devolvió el saludo la mujer, sonriente—. ¿Cómo ha estado tu madre? ¿Cómo va la escuela?

    —Todo bien, gracias. ¿Y ustedes? ¿Cómo está el pequeño Alejandro?

    —También estamos muy bien. A Ale lo dejé con sus abuelos, le encanta estar allá los fines de semana.

    La mujer empezó a hablar sin parar para disgusto de Laura, mientras Renata se limitaba a escucharla y responder de vez en vez alguna pregunta que le hiciera. De esa forma, llegaron al club del instructor Genaro de la Rosa, tío de Laura al ser hermano de su madre. Las jóvenes agradecieron, se bajaron del carro, se despidieron de la mujer y se adentraron al local. Inevitablemente Renata fue invadida por las remembranzas de su infancia. ¿Cuántas tardes había pasado en ese lugar? ¿Cuántas horas? ¿Cuántas de ellas había disfrutado en realidad? ¿A cuántas personas había conocido allí? ¿A cuántas de ellas podría distinguir si las viera de nuevo? Miró el lugar detallando las mesas alineadas, viendo a algunas personas sentadas ante ellas jugando un partido de ajedrez, tratándose principalmente de personas mayores y maduras. Sonrió un poco ante la nostalgia, pues en verdad no había cambiado nada ese lugar; seguía escaso de jóvenes y niños.

    —¡Oye! No te quedes allí parada como boba. Mi tío está en su despacho, no lo hagas esperar más de lo que lo has hecho. ¿Quién te crees? —La apresuró Laura, cruzada de brazos.

    Renata salió de su ensimismamiento para seguir a Laura, quien se dirigió al despacho de Genaro, el que estaba entreabierto por lo que la rizada tan sólo tocó levemente antes de dar constancia de su presencia y entrar sin que el hombre dijera nada. La joven Valdés también entró, por lo que se encontró frente a frente con su antiguo instructor, un hombre de buen porte, ya entrado en sus cuarentas, con pronunciadas entradas en el cabello que ya vestía de algunas hebras plateadas y que al verla le sonrió amigable.

    —¡Renata! ¡Qué gusto verte, hija! Me alegra que vinieras ¿Cómo te ha ido? —Genaro extendió su mano y Renata la tomó, siendo recibida por un fuerte apretón.

    —Estoy bien, gracias —respondió ella.

    —Me alegra —Genaro soltó su mano y se miró su palma, ahora algo empapada de sudor; enfocó sus ojos en la chica—. ¿Tus manos siguen sudando a mares cuando estás nerviosa, eh?

    Renata enrojeció de vergüenza mirando a otro lado, incapaz de sostenerle la mirada al tiempo que asentía levemente y se limpiaba las manos en el pantalón que vestía.

    —No te preocupes, no tienes por qué estar nerviosa —la animó Genaro—. Te mandé llamar simplemente porque quiero hablar, nada más; no pienso obligarte a volver si no quieres. Tan sólo charlemos. ¿Estás bien con eso?

    —Claro —asintió Renata procurando destensarse un poco.

    —Bien —Genaro respiró profundamente y miró a su sobrina un momento antes de volver su atención en la invitada—. Laura me ha contado que hace un rato que decidiste dejar el ajedrez. ¿Es eso cierto?

    —Sí, es cierto.

    —¿Por qué? —indagó el hombre por demás extrañado. Renata se encogió de hombros.

    —No sé. Descubrí que no me gustaba tanto como pensaba y lo dejé.

    —Fue mi culpa, ¿no es así?

    —¿Eh? —Oír aquello sorprendió en gran medida no sólo a Renata, sino a la misma Laura. Genaro siguió hablando:

    —Fue mi culpa que tu gusto por el ajedrez disminuyera, ¿verdad? Ni siquiera tienes que decirlo, yo mismo lo reconozco y lo recuerdo. Antes de empezar con mis prácticas se veía lo mucho que gozabas jugar con Laura, pero después te quité todo, tu libertad, a Laura, tu diversión. Eso te desanimó, ¿cierto? Por eso mismo quería que vinieras, necesitaba disculparme contigo. Vi en ti tanto potencial para ser una verdadera profesional en el ajedrez que me obsesioné con el triunfo y olvidé que apenas eras una niña; yo mismo terminé derrochando la oportunidad que tenías de brillar en el deporte. Lo siento mucho, Renata.

    Renata miró un estante a su derecha, pensando. No iba a negar que lo que Genaro decía era verdad; ese episodio de su vida con él en el club había sido una pesadilla total. Ciertamente había influenciado bastante en ella, sin embargo, no podía decir que era la razón principal por la que había dejado el ajedrez, pues no lo era. Después de todo, cuando esa etapa terminó había vivido otra en la que gozó del ajedrez nuevamente. Si lo había dejado era por ella misma y su problema de personalidad, porque no quería batallar, porque era egoísta, porque no quería sufrir, porque era una cobarde, un fracaso. Ni Genaro ni Laura ni ningún otro tenía la culpa; ella era la única culpable.

    —Nunca les guardé ningún rencor ni nada —replicó la castaña después de un momento de silencio, honesta—. Al contrario, estuve muy feliz de ver a Lala otra vez después de estos años; también me dio gusto verlo a usted, señor Genaro, e incluso sonreí al ver este lugar. Tampoco es que les recrimine nada de lo que pasó. De alguna forma siempre entendí su actitud de desear ganar, la de ambos, así que está bien.

    —No está bien, Renata. Por mi causa tu talento se ha vuelto un desperdicio completo —insistió Genaro.

    —No lo creo —negó ella—. La verdad es que habría podido seguir bajo sus prácticas sin problema, aunque lo habría tomado como otro fastidioso deber, igual que la escuela y también me habría quejado mucho.

    —¿Entonces por qué diantres decidiste dejarlo? —rugió Laura por demás exasperada—. ¡No lo entiendo! Si dices que lo habrías jugado igualmente, no tiene sentido que entonces lo hubieses dejado. ¡Estás contradiciéndote! ¿Nos tomas el pelo? ¿Te burlas de nosotros? ¿Crees que somos....?

    —¡Laura, basta! —la silenció Genaro, irritado—. A los visitantes no se les hostiga. No me extraña que la pobre no acepte tu desafío con tu actitud infantil y descontrolada.

    —¡Qué! —Laura se sintió muy ofendida—. No es por mí, es ella la del problema, si no lo acepta es porque es una...

    —¡Cállate ya, Laura! —volvió a regañarla de la Rosa con voz potente, por lo que la rizada no tuvo más opción que dejar de hablar, herida en el orgullo y creyendo que era una humillación que Renata la viera siendo sermoneada. Genaro miró a Valdés—. Lamento eso, Renata.

    —No, no hay problema, pero me gustaría irme ya si no le importa y no tiene más que decirme.

    —Claro. En verdad lamento la actitud de Laura y todo lo que ha pasado hasta ahora. No quería incomodarte al hacerte venir.

    —No se preocupe de verdad. No hay nada que perdonar —aseguró Renata sonriéndole con sinceridad antes de volver a despedirse con un apretón de manos—. Bueno, que pasen un buen fin de semana. Un gusto verlo otra vez.

    —Lo mismo digo y recuerda que este lugar siempre estará abierto para ti —le informó Genaro.

    —Sí, muchas gracias. Adiós, Lala, nos vemos en la escuela.

    Laura bufó volviendo su rostro a un lado sin despedirse, por lo que Renata ya simplemente salió del local para dirigirse a su hogar. Quedando solos tío y sobrina en el despacho, la rizada por fin sacó su frustración.

    —¿Por qué no le preguntaste por qué dejó el ajedrez? Seguro a ti te hubiera dicho —le preguntó al hombre casi que demandantemente, por lo que Genaro le lanzó una mirada reprobatoria al momento que contestaba:

    —No era necesario, me doy una idea ahora que nosotros hemos quedado descartados como la principal causa.

    —¿O sea que sí pasó algo cuando estuvo con los Romero? ¿Ves por qué te digo que ella es la del problema? Si hasta con ellos tuvo roces es porque tiene una pésima actitud.

    —No eres quién para hablar de malas actitudes, Laura —sentenció Genaro sacándole una mueca de disgusto a la chica—. Y no creo que el asunto tuviera que ver con algo que le hubiesen hecho allí o con algún malentendido o discusión. Creo que es algo que concierne simplemente a Renata y su persona.

    —¿O sea? —cuestionó Laura por demás ansiosa.

    —Que tal vez Renata probó la amargura de la verdadera y total derrota.

    —¿Y eso qué se supone que significa? —Laura no entendía nada.

    —Significa que es mejor que la dejes en paz. No te conviene que acepte tu desafío en su estado, podría dejarse ganar a propósito.

    —Pero...

    —Nada, haz lo que te digo y vete a practicar de una vez, tengo cosas que hacer.

    Laura resopló irritada de que sus dudas no fueran contestadas al cien por ciento, pero ya se enteraría de todo.

    Y mientras eso se desarrollaba en el club de la Rosa, Renata caminaba hacia su casa, la que quedaba a muchos minutos de donde estaba; suspiró cansada prematuramente. Ese fin de semana no sería tan perfecto como imaginó y aquello le quedó mayormente claro cuando sus cavilaciones se vieron dirigidas a la razón por la que había decidido abandonar el ajedrez, el motivo por el que el desaliento la había envuelto, la causa por la que de un momento a otro decidió no intentarlo más y así no decepcionarse más. Al ahondarse más en dicho asunto del pasado, fue inevitable que un nombre que no quería recordar pero que al mismo tiempo no podía olvidar se clavara en su mente para quedarse allí: Jasiel Romero.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
  2.  
    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

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    ¡Oh, oh! Ese nombre, wow.

    Me gustó mucho el tío de Laura y qué bien me pareció que de plano le dijera a su sobrina que a ella no le incumbía por qué Renata dejó el ajedrez, que eso es sólo asunto de ella y de nadie más. Por otro lado, también me gustó que de la Rosa quisiera investigar por qué de pronto Renata lo dejó todo, o más bien dicho, el hombre tenía como un sentimiento de culpa el pensar que fue porque él fue muy estricto con su disciplina cuando era su pupila, y eso parece que sí lo atormentaba algo, pero se ha dado cuenta que algo más afectó a la chica. Algo como una absoluta derrota. Será interesante conocer exactamente qué es lo que le sucedió a Renata para que tenga esa actitud tan apática con respecto al ajedrez y está además ese último nombre. ¿Es que acaso sí le hicieron algo los Romero? O más propiamente cuestionado: ¿le hizo algo Jasiel?

    Pues nada, que andaré por aquí en espera del que sigue. Por cierto, la mamá de Renata es una gran mamá xD Quiere lo mejor para su hija y piensa que su asociación con Renata lo es. Espero que no se equivoque ewe. También me encantó el ambiente que había en la casa de Renata, ese momento que pasaron juntas ella y su madre, qué lindo n.n

    Nos vemos. TAM
     
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  3. Threadmarks: Ronda 12: Jasiel Romero
     
    Borealis Spiral

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    Y como dicen por allí: más vale tarde que nunca.

    @Marina ¡Master, muchas gracias por tu comentario y tu apoyo incondicional! Lo sé, me he tardado acá, pero es que la desgana es brutal xD Sé que andamos medio ausentes por estos lares, pero de todos modos hay que hacer visitas de vez en cuando, ¿eh? Y bueno, de veras agradezco tu comentario y espero que las dudas que formulas se aclaren aquí. Sí, la mamá de Renata es una gran mamá Me recuerda a la mía xD Veremos que pasa con todos estos personajes. De veras muchas gracias por todo. Te amo mil *u*

    A los demás lectores que se pasan por aquí ya sea por mera curiosidad, les agradezco enormemente sus visitas y me disculpo por la tardanza en publicar, pero como digo y redigo y vuelvo a decir: no importa cuánto tiempo me tarde en actualizar, es un hecho que terminaré con todas mis obra sí o también. Sólo sean pacientes. Y nada más, a ustedes lectores va el capítulo. ¡Disfruten!

    Décima segunda ronda:
    Jasiel Romero

    Renata recordaba claramente cómo había conocido a Jasiel Romero, el que se había convertido en su protector, su salvador en momentos sombríos y depresivos, aquel que también se había vuelto su perdición. Fue en su último año de primaria, ya después de haber tenido el traumático episodio de la discusión con Laura; sí, ya en ese entonces cualquier signo de camaradería con la rizada se había esfumado por completo, igual que pasó con cualquier insignificante deseo en Renata por jugar ajedrez. Ir al club del tío de Laura, practicar y demás se habían convertido en actividades monótonas de las que no podía escapar, igual que la escuela. Tampoco podía irse de un día a otro porque sabía que el señor Genaro la apreciaba de alguna forma y no iba a mentir si decía que aquello le gustaba, por lo que algo de sacrificio no podía ser tan malo, ¿o sí? Lo peor que pasaba era que jugaba sin ánimos, pero en tanto ganara no habría problema.

    Entonces, un día de esos llegó un reto que nunca antes había escuchado desde que estaba en ese lugar. El señor Genaro había desafiado a otro club de la ciudad que era bastante popular dado que su instructor era alguien que en sus días mozos había tenido el título de campeón nacional por varios años consecutivos. Martín Romero era el nombre del instructor y aparentemente él y Genaro tenían una rivalidad bastante grande, por lo que de vez en cuando hacían ese tipo de desafíos. Por orden de Genaro, ella jugaría contra el nieto de Martín, un chico de su edad, en lo que otros integrantes de ambos clubes así como los mismos instructores se enfrentaban. No era algo excepcional ni fuera de lo común.

    El día del partido llegó y los participantes del club de Genaro fueron hasta las instalaciones del club de Martín, allí conoció por primera vez a Jasiel Romero, un chico entusiasta, enérgico, extrovertido y sobre todo muy sonriente. Pocas veces Renata se había admirado con algo de tal forma que su interior se llenaba de emoción, pero aquel día sin duda la sonrisa y la lozanía del chico de cabello cobrizo había conseguido cautivarla. Sin embargo, la pasión que demostraría por el ajedrez y sus ideales en general fueron los que ejercerían un mayor impacto en ella. Quizás él tenía el mismo entusiasmo por el ajedrez que muchos allí, el mismo que tenía Laura, pero de alguna forma era diferente; la manera de manifestarlo era distinta y eso le quedó claro cuando comenzó el partido.

    Como se había hecho habitual en ella, Renata se limitó a seguir el juego, buscar los movimientos apropiados para intentar no perder; en fin, moverse como si estuviera programada, sin pizca de emoción. “Oye, ¿estás tomando en serio el juego?”, le había preguntado Jasiel de la nada después de unos minutos de partido, con una expresión mezclada de seriedad y disconformidad. Ella le preguntó por qué lo decía y su respuesta la sorprendió un poco. “Porque no parece que te estés esforzando demasiado ni que lo disfrutes”.

    Esa había sido la primera vez que alguien, sobre todo alguno de sus oponentes, se fijaba en su estado de ánimo a la hora de jugar. Había llegado a considerar normal el hecho de hacer aquello sin ganas, pues ni el propio Genaro parecía prestarle demasiada importancia a su humor. Sin embargo, ese chico lo había notado y no podía mentirle, eso era seguro, por lo que encogiéndose de hombros, le dijo que era cierto, que no gozaba de aquello y que ni siquiera le gustaba el ajedrez. La reacción de él fue una que nunca habría imaginado, pues simplemente alegó que el partido había terminado, se puso de pie y giró sobre su eje estando a punto de irse de no haber sido porque ella lo detuvo. No era cierto; el juego entre ambos no acababa todavía y no podía concluir así sin más o Genaro se molestaría. ¿Por qué él decía aquello entonces? Cuando lo interrogó, Jasiel se volvió a mirarla con una frialdad que nunca antes había visto antes, pero que la hizo sentirse terrible.

    “No pienso jugar contra alguien que no toma en serio el ajedrez. Jugar sin ganas de hacerlo es burlarte de tu contrincante, el que seguramente está dispuesto a darlo todo. Si no deseas jugar entonces no lo hagas y ya, pero no humilles a los que en verdad queremos tener un buen partido con gente que sí lo disfruta. No tiene sentido que lo practiques si no te gusta; no lo tomes tan a la ligera ni con semejante falta de respeto. ¿Por qué es que lo juegas en primer lugar? ¡Es tonto!”

    Sus palabras habían retumbado en su cabeza como un eco despiadado que seguía persiguiéndola aún hasta este día. Palabras verdaderas, llenas de razón y Renata lo supo en aquel instante; comprendió que seguir como lo hacía era absurdo porque estaba acabando con ella, con su dicha y sus gustos. ¿Pero qué hacer? ¿Qué podía hacer si estaba atada a la autoridad y al deseo de los adultos?

    “¿Y qué se supone que haga?”, le había preguntado a Jasiel con voz débil y temblorosa, quizás ya a punto del colapso si continuaba callando. “A mí me gustaba jugar, pero ahora me obligan a ganar todo el tiempo y ya no es divertido”.

    “¿Te obligan?” La máscara de frialdad en el rostro de Jasiel se había quebrado, supliéndola una de empatía y comprensión y se apresuró a tomar su lugar en la silla frente a ella, interesado. “¿Cómo así que te obligan? ¿Quién te obliga? ¿Tu instructor?”.

    Renata había asentido a lo último y el jovencito de orbes color miel no necesitó nada más para dirigirse directamente a donde Genaro y su abuelo mantenían su juego, dispuesto a reclamarle a de la Rosa cómo se atrevía a tratarla como un objeto del cual esperar victorias todo el tiempo. Obviamente, Jasiel fue regañado por semejante acto de imprudencia irrespetuosa en medio de un partido importante, pero eso no impidió que se quejara con el hombre. En realidad, Renata también había sido regañada por no prestarle la debida importancia a su propio juego, pero a ella eso no le interesó lo más mínimo, sino que se encontró tan impactada de que Jasiel fuera capaz de defenderla y de que abogara por sus sentimientos siendo que ni siquiera se conocían ni eran amigos, que se maravilló enormemente.

    Y Jasiel no se había conformado con eso, sino que después de que todo el asunto del reto entre clubes terminara, siendo vencedor el de Martín, él la invitó a unirse a ellos con el apoyo de su abuelo y para disgusto de Genaro. Le había asegurado que si se unía, haría que su gusto por el deporte renaciera, prometiéndole que se divertiría siempre, e incluso le advirtió a de la Rosa que no la detuviera ni la obligara a quedarse con él, pues no tenía el derecho, ganándose otra buena reprimenda por parte de Martín.


    Renata lo había pensado mucho, como no lo había hecho antes y durante varios días. Le preguntó a su madre qué debía hacer y ella le dijo que hiciera lo que quisiera, lo que la hiciera sentir a gusto, que ella la apoyaría en lo que fuera, pues lo único que deseaba era verla feliz. De esa manera, Renata fue al club de los Romero, el que quedaba en el extremo opuesto de la ciudad y por ende apenas pudo ir un par de veces por semana; sin embargo, llegó a pasársela genial aun en tan poco tiempo. Martín tenía horarios diferentes para enseñar a los miembros del club dependiendo de la habilidad y la edad de cada uno, por lo que nunca se hacía excesivamente pesado y frustrante; además, él hacía las sesiones divertidas porque el hombre tenía una gran carisma. Por supuesto, Jasiel pareció heredar esas características, pues Renata gozó increíblemente de la compañía del chico en niveles que desconocía y de formas que no asimilaba del todo. Incluso lo pasó mejor con él que con Laura.

    Había sido una buena época; una que guardaba en su corazón y memoria como un tesoro y de la que a veces soñaba que no hubiese terminado, anhelando que su estupidez no hubiese acabado con ella. También recordaba con nitidez ese día en el que dejó que todo se fuera al traste. Estaba por llegar el fin del ciclo escolar y junto con él el inicio del campeonato regional a nivel primaria. Jasiel estuvo más que eufórico por participar y ella... ella también lo estuvo. La verdad había sido que las prácticas entre ambos en esos meses siempre resultaron ligeras, entretenidas y con un montón de risas, pero nunca habían tenido un duelo propiamente dicho, con la seriedad y la profesionalidad que el ajedrez requería. De allí que por primera vez en toda su existencia, Renata diera a luz el deseo de retar a alguien y ganarle con una intensidad que hasta la asustó a ella. Y es que no era cualquier persona a quien deseó desafiar, no; Renata quiso contender contra Jasiel, aquel que se había auto declarado su protector haciéndola a ella su protegida. Sí, ansió tener un buen duelo con él y salir vencedora.

    Se lo dijo. Le confesó al cobrizo su deseo de enfrentarse a él y obtener el triunfo, se lo declaró con el más firme de los aplomos y con la sinceridad que siempre la había caracterizado, ganándose una gran sonrisa de parte de él, una sonrisa llena de orgullo por ella y de confianza en sí mismo cuando le comunicó que él también aspiraba luchar contra ella y que debía esforzarse al máximo, pues no pensaba perder por nada del mundo. La declaración de guerra fue establecida aquella vez y no hubo nada que la borrara, ni ellos pudieron retractarse ni lo desearon.

    El día del torneo llegó, mostrando a una gran cantidad de participantes, muchos de los cuales ella y Jasiel debieron enfrentar y ganarles para llegar a su duelo. Renata recordaba que Laura también había participado, pero no le tocó jugar contra ella, pues perdió en la segunda ronda o algo así, y aunque le hubiese gustado competir contra la rizada, en ese instante su prioridad fue la de llegar a donde Jasiel. Por eso, después de lo que le pareció una eternidad entre ronda y ronda en la que no podía desistir ni un segundo, finalmente llegó el momento de enfrentarse al chico, nada más y nada menos que en la mismísima final del torneo.

    La sensación de expectación y de agitación que sintió en ese instante habían sido indescifrables; se había esforzado como nunca antes en su vida para conseguir llegar allí y en verdad quería ganar. Pero supo que Jasiel no se lo dejaría nada fácil, por lo que necesitó de la más grande de sus concentraciones y serenidad, ignorando las distracciones. Por lo mismo fue que hasta se ató su semi-largo cabello en una pequeña coleta, pues aunque normalmente lo traía suelto, en ese momento fue un estorbo y no pudo arriesgarse a que la distrajera. Considerándose lista, comenzó el partido entre ambos.

    Renata siempre estuvo consciente de que sería complicado, pero no había imaginado que resultara tan intenso. En comparación con el juego de Jasiel, los otros contrincantes no había sido nada; en definitiva, él estaba a un nivel muy alto y ella siempre tuvo la esperanza de hallarse en uno parecido, porque siempre habían halagado su habilidad en el deporte, porque había jugado contra adultos y había ganado muchas veces sin siquiera desearlo. Así que en ese instante que en verdad añoró triunfar y que dio su todo por conseguirlo, creyó que se merecía la victoria definitiva. Sin embargo, sus ideales no fueron como esperó, pues aunque fue un duelo reñido, Jasiel terminó ganando.

    Renata se sintió por demás desilusionada; por primera vez también entendía lo que significaba perder verdaderamente. La derrota de no simplemente no ganar, sino de despedazar el deseo de lograrlo, de pisotear tus aspiraciones, de que tus elevadas esperanzas cayeran en picada de forma dolorosa. Y lo odió, odió sentirse así de desgraciada, de desdichada; detestó el sentimiento del fracaso y le quedó claro que no quería experimentarlo de nuevo, por lo que si necesitaba desarraigar cualquier emoción fuerte como el entusiasmo por algo o la ilusión de un posible éxito, entonces lo haría. No se podía estar decepcionado de algo si no había esperanzas de ningún tipo, ¿o sí? No intentaría demostrar ser la mejor en algo cuando era evidente que cualquier otra persona sería la mejor, así que era preferible no gastar energía.

    También por fin comprendió el sentir de Laura o cualquiera que era derrotado, e incluso sintió un ligero resentimiento hacia Jasiel cuando la felicitó por su buena resistencia, alegando que lo había hecho muy bien y que lo había hecho pasar momentos muy difíciles. De pronto se le antojó que él se burlaba de su pérdida, aunque no pudo culparlo por el resultado. La única culpable había sido ella por pensar cosas que probablemente nunca serían reales, pero se aseguró de no hacerlo otra vez y para eso necesitó alejarse del ajedrez y de Jasiel, pues muy en el interior entendió que él era el único que podría hacerla sucumbir de su idea, cosa que no quería pues eso implicaría sufrir más abatimientos crueles que no estaba lista para afrontar.



    Renata salió de sus reflexiones sobre el pasado y miró la pantalla de la laptop en la que veía un anime. Le puso pausa y se talló los ojos con la mano; no estaba concentrándose. Los recuerdos llevaban clavados en su mente desde el día anterior y ahora no la dejaban centrar su atención en su pasatiempo; iban once minutos de capítulo y no tenía idea de qué iba. Suspiró con abatimiento quistándose los cascos y se levantó de la silla del escritorio en su habitación para estirarse un poco; su día domingo tampoco había salido de lo mejor y eso que estaba por acabar. Se dirigió a la cocina en busca de algo para merendar. Al pasar por la sala vio que su madre hablaba por el radio-celular con su padre.

    Su padre trabajaba en el extranjero casi durante todo el año y solamente a fin de año era que podía ir a verlas durante un mes o cinco semanas. Desde que Renata podía recordar siempre había sido así, por lo que en realidad no le parecía extraño no verlo; al contrario, era raro cada ocasión que él volvía a casa. No era que no lo quisiera, al contrario; Bárbara siempre le había dicho que debía amar mucho a su padre, después de todo, él se gastaba físicamente para trabajar y darles todo lo que necesitaban para vivir, cosa por lo que le estaba inmensamente agradecida, pues la joven conocía a personas que padecían de apuros económicos y era triste.

    Con todo, tampoco podía decir que su relación con él era la misma que tenía con Bárbara. A su madre siempre la había tenido a su lado y podía contarle todo lo que la preocupara sin aprensión; de alguna manera podía decirse que Bárbara era su mejor amiga. Con su padre en cambio, se limitaba a hablar de las cosas técnicas en su vida, como las calificaciones en la escuela y ese tipo de cosas; nunca ahondaban acerca de sus sentimientos, lo que también agradecía Renata, pues se sentiría muy incómoda teniendo que explayarse tanto con él. A pesar de eso, siempre que hablaba solía saludarlo, así que cuando su madre la divisó, le dijo al hombre que se la pasaría para que hablaran un momento.

    —¿Qué hubo? —saludó Renata en cuanto tuvo el aparato en su mano.

    ¿Qué hubo? ¿Cómo estás? ¿Cómo van las clases? —respondió su padre, animado.

    —Acaban de empezar.

    Yo sé eso, pero me refiero a cómo te fue en esta primera semana.

    —Bien.

    ¿Nerviosa de ya ir a la preparatoria?

    —No en realidad.

    ¿Y ya has hecho alguna amiga?

    —Eh, creo que sí.

    ¿Cómo que crees? ¿Sí o no has hecho amigas?

    —Sí pues, sí hice.

    Qué bueno. ¿Y ya hiciste la tarea?

    ¡La tarea!”, pensó la castaña con mortificación llevándose una mano al rostro. Se le había olvidado por completo hacerla.

    Mira tú, te has quedado muy callada. ¿No la has hecho? —indagó su padre, suspicaz.

    —Se me olvidó que me dejaron —se sinceró ella.

    ¿Cómo que se te olvidó? —cuestionó el hombre, incrédulo.

    —Así nomás, se me olvidó.

    Tú no tienes vergüenza. Ándale pues, pásame a tu madre y vete a hacerla, pero la haces, ¿eh?

    —Okey. Adiós.

    Adiós.

    Renata le entregó el artilugio comunicativo a Bárbara, quien retomó la conversación con su padre en lo que ella se dirigía a hacer su tarea pendiente. En definitiva, dejar las cosas para el último momento era un hábito muy contraproducente.


    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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  4.  
    Sonia de Arnau

    Sonia de Arnau Let's go home Comentarista empedernido

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    La verdad es que me parece cruel de mi parte que tú leas mis historias y ya las tuyas no. ¿No crees que no he pensado en eso? Y no, no es por qué me aburran, me gustan, es solo que suelo ser muy floja a la hora de leer. Es mía culpa toda. Así que, seguiré la historia por aquí, lo prometo.

    En fin.

    Como te había mencionado con anterioridad, me gustó mucho este capítulo porque nos mostraste la humanidad de Renata, ¿quien no se siente frustrado cuando se obtiene la primera derrota y más cuanto esa persona no la había sentido antes? Escuché una vez que, la derrota siempre es importante. La derrota es parte de la experiencia (en este caso, Renata al sentirla, se sintió abrumada y por ello abandono jugar ajedrez más un plus porque quien le hizo sentir eso fue la persona que más apreciaba, ¡auch!) Pero ella debe comprender, y sé que aprenderá, a superarla y esforzarse (en verdad, necesita aprender a esforzarse). No se debe de estancar.

    Aunque también me gustó este capítulo porque me hizo ver que Renata no es la mejor, existe alguien mucho mejor en el ajedrez, y eso me encantó.

    Ya quiero leer cuando Renata le pateé el trasero a Jasiel, jajaja, ok, no… ¿o sí? :ROLLEEYES1:


    Eso es todo de mi parte, señorita, dejo mi redundante comentario :) Nos leemos. Y no olvides, ¡sonríe en cuanto puedas y no dejes que la tristeza se apodere de tu corazón!
     
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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

    Tauro
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    Wao, ahora ya comprendo un poco mejor esa actitud de Renata. Su mentalidad de que si se esfuerza en algo perderá de todos modos o no tendrá el éxito que deseaba, en verdad me parece muy... no sé. Es como una barrera que te rodea para encerrarte en un solo panorama donde solamente hay un color. Si bien es cierto que es muy decepcionante no obtener el resultado esperado, también es verdad que sin importar el gran trabajo desempeñado, habrá alguien mejor y Renata lo que debe aprender es a no sentirse defraudada cuando sus perspectivas no se cumplan, sino más bien, a seguir adelante para mejorar cada vez más. El esfuerzo solícito puede convertirla en ese alguien mejor porque seguro esas personas lo son porque no dejan de intentarlo.

    En fin que cada quien es libre de pensar y actuar como desee, pero veo en Renata un gran potencial y espero que pueda sacarlo y se sacuda ese pensar que es el que la derriba, no sus contrincantes. Noto que su propio enemigo es ella misma.
    Me ha encantado el capítulo, fue muy interesante conocer un poco más sobre cómo se conocieron Jasiel y ella, también me encantó la parte final. Saber que Renata tiene a su padre, aunque sea lejos, es lindo, porque aunque el señor no esté presente, procura estar al pendiente de sus queridas mujercitas. También me parece muy bonito de parte de Bárbara el que le inculque mucho cariño a Renata por su padre, a tenerlo presente aunque no esté.
    Otro buen capítulo, nos vemos en el que sigue. TAM
     
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  6. Threadmarks: Ronda 13: Estableciendo el desafío
     
    Borealis Spiral

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    @Sonia Vongola Jo, y cuando me siento deprimida porque nadie me lee, apareces tú a alegrarme el día. Vaya, ¿contigo aquí para qué quiero más? En serio, me hiciste feliz *u* Gracias por pasarte a pesar de que seas floja al leer (yo también lo soy, así que te perdono). Y sí, todos nos sentimos frustrados cuando perdemos, aunque digamos que no sí; yo por eso no juego nada, para no perder nunca, jajaja. Veremos si Renata le patea el trasero a Jasiel... o no xD ¡Otra vez gracias!
    @Marina Master linda, gracias por pasarte a leer a pesar de que sé que estás ocupada con otras cositas, jijiji. La mentalidad de Renata es de una fracasada total, así de claro queda; aquí la cuestión es ver si podrá cambiar sus ideas o no, pues como bien has dicho, su principal enemigo es ella. El padre de Renata es genial xD Y nada más, gracias por tu apoyo, sabes que lo valoro mucho. No olvides que te amo *u*

    A los demás que se pasan a leer, también se los agradezco un montón. A ustedes vaya el próximo capítulo. ¡Disfruten!

    Décima tercera ronda:
    Estableciendo el desafío

    Era lunes por la tarde después de clases. Fabián, Enrique y Rogelio se encaminaron al club en lo que conversaban sobre su fin de semana, el que sin duda habrían aprovechado al máximo. Sin embargo, tuvieron que interrumpir su plática al encontrarse con la sorpresa de que cierto individuo puramente desconocido para ellos los esperaba fuera del salón. Era un chico que escuchaba música con sus auriculares mientras simulaba tocar la batería golpeando levemente la pared, pero en cuanto divisó al trío se detuvo, se quitó los audífonos y posó su completa atención en ellos.

    —¿Qué tal? —los saludó el joven de cabellos cobrizos con una sonrisa amigable, obteniendo un saludo igual de animado por parte de Enrique, uno lleno de confusión por parte de Rogelio y otro de curiosidad por parte del rubio.

    —¿Qué tal? ¿Buscas a alguien? —cuestionó Fabián con extrañeza.

    —Podría decirse que sí. Soy Jasiel y estoy en el club de ajedrez de la tarde, acabo de entrar este año.

    —¿Y por qué estás aquí? —intervino Rogelio, incauto—. Los de la tarde se reúnen mañana, ¿no lo sabías?

    —Oh claro, eso lo sé, pero vengo a tratar algo con ustedes los del turno matutino —explicó Jasiel tornándose serio—. Vengo a desafiar a su mejor jugador a un partido.

    Al escucharlo, Fabián alzó las cejas en clara sorpresa; eso era algo que definitivamente no esperaba. Después de todo y por lo que sabía, los del turno vespertino se habían mantenido excepcionalmente alejados de ellos hasta el grado de no establecer ningún reto entre ellos. De hecho, los miembros de ambos turnos no tenían contacto alguno durante casi todo el año; tanto así que ni siquiera se veían en abril cuando se llevaba a cabo el festival cultural de la preparatoria, en el que participaban todos los clubes artísticos y de cultura, incluido el de ajedrez, para determinar quiénes representarían a la escuela a nivel regional en mayo, pues aparentemente los de la tarde se negaban a asistir ese día. Ahora en cambio, parecía que aquello estaba por cambiar, lo que hacía las cosas muy interesantes. Fabián miró al visitante imaginado que él debió ser quien indujo a su equipo a este nuevo proceder; eso decía muchas cosas de él.

    —Eso sería genial —confesó Enrique, emocionado—. Yo voto a que se haga el desafío. ¿Ustedes qué dicen, Fabián y Rogelio?

    —Yo no tengo por qué negarme —comentó el regordete—. Al fin y al cabo no soy yo quien jugará. Además, tú que has sido el blanco de la provocación ya has aceptado, así que ¿por qué no?

    —¿Entonces tú eres el as del equipo? —indagó Jasiel mirando a Enrique, expectante.

    —Según la opinión del equipo, pero no soy tan bueno.

    —Lo eres y lo sabes; tu modestia sobra en este caso —declaró Fabián, orgulloso de su amigo antes de volver a dirigirse al de ojos miel—. Debo suponer que tú eres el mejor de los de la tarde.

    —No diría eso exactamente —Jasiel se llevó las manos a la nuca, entrelazándolas sobre esta, pensativo—. En realidad aún no llegamos a ningún acuerdo en cuanto a quién será el as, pero seguro lo decidiremos en una batalla entre todos por puntos de victoria.

    —¿Por qué viniste a retarnos de esa manera, entonces? —quiso saber Rogelio.

    —Digamos que me emocioné de más —aceptó riendo con naturalidad—. Los chicos aseguraban que ustedes eran grandes oponentes y supongo que quise comprobarlo por mí mismo. Como ven, no me reprimo de apuntar por lo más alto y de he ido de lleno por su mejor jugador. Siempre me ha gustado enfrentarme a oponentes fuertes.

    —Lo mismo digo —manifestó Enrique, sonriente—. Y por lo que veo tú pareces ser un digno contrincante. Estoy más que ansioso de jugar contra ti.

    Jasiel y Enrique se enfrascaron en una conversación agradable en cuanto a su gusto por el ajedrez, sus ganas de enfrentarse y demás temas relacionados.

    —Atención a esto, Rogelio. He aquí el inicio de una bella amistad entre dos frikis del ajedrez —soltó el rubio con humor, ganándose una asentimiento y una sonrisa cómplice por parte del chaparro.

    Fabián abrió el salón para estar más cómodos a la hora de hablar. En eso, hicieron su aparición los de tercero, quienes fueron informados del desafío de Jasiel y al igual que sus compañeros estuvieron de acuerdo a que se llevara a cabo; además de que Cornelio se la pasó alardeando de Enrique con la intención de intimidar a Jasiel, pero el resultado fue lo opuesto, ya que sus deseos de confrontarlo se hicieron mayores. También decidieron cuándo se llevaría a cabo el partido, optando por el jueves de esa semana dado que era el día en el que ambos grupos coincidían en horario, pues la idea era que todos los integrantes estuvieran presentes; sin contar con que tenían un aproximado de media hora antes de que las clases vespertinas iniciaran, lo que les daba tiempo suficiente para un partido, un poco apresurado pero decente.

    Continuaban en sus asuntos muy tranquilos cuando de pronto, un estridente y agudo chillido los interrumpió, asustándolos y aturdiéndolos, por lo que todos llevaron su vista a la dueña de semejante grito, encontrándose con Laura.

    —¿Qué traes tú, mujer demente? —la regañó Cornelio con irritación teniendo las manos sobre los oídos—. ¿Quieres destrozarnos los tímpanos o qué?

    Sin embargo, Laura lo ignoró totalmente adentrándose al aula, caminando en dirección a Jasiel, mientras sus lindas facciones se desfiguraban por el claro disgusto.

    —¿Qué diantres estás haciendo tú aquí? —demandó la joven con voz ahogada por el enojo.

    —¿Qué hay, Lau? Cuanto tiempo. ¿Cómo te ha ido? —respondió Jasiel con ligereza.

    —No esquives mi pregunta y dime qué demonios estás haciendo aquí, patán pretencioso —voceó de nuevo, exigente.

    —Sí, a mí también me da gusto verte —dijo el cobrizo con sarcasmo, rodando los ojos.

    —¿Se conocen? —cuestionaron Fabián y Joaquín al unísono, atónitos.

    —¿Son buenos amigos? —Fue la inocente interrogante del as Acosta y Jasiel abrió la boca para replicar, pero Laura se apresuró a tomar la palabra.

    —¡No! Yo y este sujeto no somos amigos de nada. Nunca sería amiga de un arrogante, presumido y vanidoso que siempre busca ser el centro de atención todo el tiempo.

    Enrique ladeó la cabeza no estando seguro de entender, Rogelio intentó no reír a carcajadas, Jasiel sacudió la cabeza con evidente lástima, Joaquín sintió mucha vergüenza ajena, Cornelio masculló por lo bajo algo parecido a “Estás loca, mujer”, y Fabián simplemente no pudo evitar pensar que le daba la sensación de que Laura estaba describiéndose a sí misma, pareciéndole muy irónico que a ella no le gustaran aquellos defectos siendo que rebosaba de ellos.

    —¿Cómo es que se conocen, pues? —indagó Cuevas dirigiéndose a Jasiel, esperando romper el incómodo silencio que se había formado.

    —El club de su tío y mi abuelo mantienen una rivalidad bastante intensa —notificó Jasiel—. Lau y yo nos hemos enfrentado cada que se establece algún partido entre clubes. Por eso nos conocemos.

    —¿Tú abuelo es instructor de ajedrez? ¿Quién es? —preguntó Joaquín, interesado.

    —Así es, es Martín Romero.

    —¡¿Martín Romero?! —Cinco voces masculinas se unieron en un coro de estupefacción, sobresaltando no sólo a la fémina, sino que al mismo Jasiel. No se acostumbraría nunca a las reacciones que ejercía el nombre de su abuelo.

    —¿El Martín que creo que es? ¿Ese Martín Romero? —quiso asegurarse Rogelio, incrédulo.

    —¡Un momento! —Laura pateó el suelo, disconforme—. ¿Por qué reaccionan así con su abuelo? ¿Cómo es que sí saben quién es él, pero cuando les hablé de mi tío no parecían conocerlo?

    —¿Lo dices en serio? —Cornelio miró a la chica de una forma que indicó que ya no le guardaba ninguna esperanza—. Martín Romero es una leyenda en esta ciudad para todo aquel que se diga amador del ajedrez. ¡Fue campeón nacional, por Dios! En comparación, tu tío es un don nadie.

    —¡No te atrevas a insultarlo, bestia! —bramó ella.

    —¡Es suficiente! —intervino Romero, frunciendo el ceño—. Están exagerando las cosas. Que alguien no haya tenido algún tipo de título o reconocimiento público no significa que no sea bueno en lo que hace. El señor Genaro de la Rosa es un gran jugador, me consta, y varias veces ha vencido al abuelo, así que detengan su inútil debate en cuanto a quién es mejor.

    —Bien dicho, estoy contigo —lo apoyó Fabián—. Nada de peleas internas, equipo.

    —Aun así, es claro que con los antecedentes que te marcas has de ser todo un pro —expresó Joaquín López un poco coaccionado por el renombre de Jasiel.

    —Es malo prejuzgar a la gente y no sirve nada más que para dar ideas erróneas de la verdad —recordó Jasiel, serio—. El león no es como lo pintan y la realidad puede ser más distorsionada de lo que parece. Es posible que no sea tan bueno como creen que soy.

    —¿Sabes? Esa clase de modestia forzada es molesta —comentó Cornelio rencoroso. Incluso Laura estuvo de acuerdo con sus palabras, para contrariedad de ambos al armonizar en algo al fin.

    —Bueno, creo que la única manera de saber si la modestia de Jasiel es falsa o no, es con un partido —dijo Enrique, convencido—. ¿Qué opinan?

    Todos asintieron en concordancia.

    —En ese caso yo me retiro —comunicó el de mirada miel—. No falta mucho para que las clases empiecen. Nos vemos este jueves. Adiós.

    Todos se despidieron del visitante y finalmente el chico se fue. Laura bufó con fastidio, dispuesta a sentarse a practicar como era habitual, pero luego recordó algo de súbito. Sin mediar palabra, salió del club con velocidad, dejando un poco confundidos a sus compañeros, pero decidieron no darle especial importancia a las acciones de la chica; era rara.

    Mientras tanto, Laura había ido tras Jasiel, llamándolo a todo pulmón, siendo éstos bastante efectivos y resistentes.

    —¡Oye, espera! ¡Espera te digo! ¡Detente!

    —¿Qué pasa ahora? No tengo mucho tiempo, Lau —la apremió Jasiel en cuanto la escuchó, deteniendo su andar, quedando a mitad de las escaleras de uno de los edificios dado que su salón quedaba en el segundo piso.

    Laura dejó de correr al tener su atención, colocándose al pie de los peldaños, para luego inquirir con reproche:

    —¿Qué le hiciste a Renata?

    Al oír el nombre, la expresión de Jasiel se transformó en todo un poema. Recuerdos indelebles y nítidos cruzaron por su mente una vez más, al tiempo que la conmoción y el asombro recorrían sus facciones, haciendo que sus ojos color miel brillaran de una manera extraña. Luego, en cuestión de un parpadeo bajó los peldaños que lo separaban de la rizada, por lo que tomó a la chica por los hombros como un impulso en medio de sus revoltosas emociones.

    —¿Renata? ¿Hablas de Renata Valdés? —interrogó con ansiedad, sacudiendo inconscientemente a la rizada—. ¿Las has visto? ¿Está aquí? ¿Están en el mismo salón? ¿Está en el club de ajedrez? ¿Por qué no la vi? ¿Se...?

    —Deja de maltratarme, salvaje —lo reprendió Laura zafándose de su agarre, molesta—. Y sí, esa Renata. Asiste a esta escuela, pero no estamos en el mismo salón y no, no está en el club de ajedrez porque dice no sé qué de que lo dejó y estoy segura de que fue por algo que tú le hiciste cuando estuvo en tu club, así que dime. ¿Qué le hiciste?

    —¿Yo?

    El impacto que aquellas palabras ocasionaron en el joven no podría describirse con certeza. Se sintió tremendamente confundido y herido. ¿Renata había dejado el ajedrez por culpa suya? Sacudió la cabeza. Eso no podía ser verdad; su abuelo y él no habían hecho más que tratarla bien en su estadía en el club. ¿Entonces por qué iba a dejarlo?

    —¿Sabes desde cuándo decidió dejarlo? —le preguntó a Laura.

    —¡Y yo qué sé! Creo que no ha tocado una pieza desde secundaria, pero no lo sé, no me ha dicho mucho al respecto. Es sumamente terca y una pesada; es odiosa.

    —Ya estuvo. Si estamos en la misma escuela es más fácil dar con ella a pesar de estar en turnos diferentes. No te preocupes, la buscaré, hablaré con ella y zanjaré el asunto. Gracias por decírmelo, Lau; nos vemos.

    —¡Espera! —lo detuvo al ver que se daba la vuelta dispuesto a irse—. Yo no he conseguido sacarle nada y hasta mi tío habló con ella sin éxito. ¿Qué te hace pensar que tú puedes hacer algo al respecto?

    —Pues la verdad no hay garantía de nada, eso es seguro —consintió Jasiel, pensativo.

    —¿Entonces por qué estás tan confiado de que arreglarás las cosas?

    —Supongo que porque soy yo —respondió él con simpleza, risueño, antes de continuar su trayecto.

    Laura hizo un pequeño berrinche completamente disgustada con él. Era un cínico petulante y engreído que siempre se había creído mejor que los demás. ¡Cómo le caía mal! Se dirigió al club a grandes zancadas, pisando fuertemente el suelo en un intento por descargar su irritación de alguna forma. Al entrar divisó que Joaquín y Enrique estaban por empezar un juego entre ambos. Esos dos eran los mejores, así que el que ambos jugaran era el mejor entrenamiento para ellos. Laura se dio prisa en interrumpirlos antes de que dieran inicio.

    —Enrique —llamó a Acosta y él la miró—, definitivamente tienes que ganarle a Jasiel. Tienes que derrotarlo pase lo que pase.

    —Oye, Laura, ¿no crees que estás poniendo mucha presión en Enrique al exigirle de esa forma? —la regañó Rogelio.

    —¡No! Yo conozco a Jasiel y si digo que Enrique puede ganarle, entonces puede ganarle.

    —Vamos, vamos, el partido es uno de prueba, para analizar la fuerza contraria, no hay que tomárselo tan en serio —objetó Fabián.

    —No, está bien, lo haré —se interpuso Enrique, procurando bajar los humos.

    —Pero...

    —En serio está bien, chicos —los tranquilizó el pelinegro, sonriendo decidido—. No es que pensara dejarme ganar ni ser negligente en el partido, pero ahora definitivamente estoy dispuesto a tener la victoria. Laura tiene puestas sus esperanzas en mí y es un sentimiento bonito contar con esa confianza de parte de alguien; no quiero decepcionarla. Muchas gracias por dármela, Laura, me anima mucho.

    El joven le sonrió con calidez y Laura sintió que su temperatura aumentaba en niveles extremos, turbándose muchísimo, así que abochornada de su proceder, se alejó un poco dándole la espalda a todos, cruzándose de brazos al momento que se defendía.

    —N-no lo hago por eso. Es sólo que no quiero pertenecer a un grupo perdedor, es todo.

    —Tu espíritu de lucha y la dignidad que muestras es fascinante, Laura. Admiro mucho eso de ti —halagó Enrique con sinceridad, ocasionando que el rubor y el aturdimiento en la chica incrementaran.

    —Hala, pero si Laura se ha conseguido un admirador —se burló Montero, pícaro, haciendo que el resto rieran divertidos, salvo Cornelio que hizo ademán de provocarse vómito al meterse el dedo índice a la boca.

    —Dejando eso de lado, será mejor que ustedes empiecen a practicar —animó el rubio a López y Acosta, quienes asintieron dado inicio; luego se dirigió a los demás—. Ahora, Laura ya ha jugado con todos menos con Cornelio y considero que ha llegado el momento de que ustedes dos se enfrenten.

    —Me niego —se rehusó Laura con prontitud, logrando que Fabián reprimiera un suspiro desganado; sabía que esto pasaría—. No pienso involucrarme con ese remedo de casanova.

    —Y yo prefiero cortarme las manos antes de jugar contra esta diva aniñada —declaró Cornelio con el ceño fruncido.

    —Servirías mejor sin ellas —escupió ella con mordacidad.

    —¿Quieres comprobar que es todo lo contrario, preciosa? —Cornelio usó un tono despectivo en el adjetivo, acercándose a ella, amenazante.

    —Alto, alto —Fabián se le adelantó a Cornelio y lo llevó un momento aparte—. No te dejes llevar por lo que diga. Si le haces lo que sea y te acusa, serás tú el que pierda.

    —Pero esa bruja me saca de quicio —se quejó Mejía.

    —Puedes desquitarte de otra manera. Para ella lo más importante es obtener la victoria al jugar, si aceptas un partido con ella y le ganas, podrás regodearte todo lo que quieras. Tentador, ¿cierto?

    —Bastante —Cornelio sonrió malicioso—. ¿Pero ella aceptará?

    —Tú déjamelo a mí.

    Cuevas se acercó ahora a Laura, quien veía su maquillaje en un pequeño espejo.

    —Laura.

    —Ya dije que no jugaré contra él —volvió a exponer su postura, firme.

    —Entiendo. Intentaba defenderte de lo que Cornelio decía de ti, pero supongo que tiene razón —Fabián se encogió de hombros.

    —¿De qué hablas? ¿Qué dice ese sujeto de mí? —Laura mordió el anzuelo.

    —Oh, ya sabes —Fabián se acercó a ella en confidencia—. Dice que estás muy asustada de enfrentarlo en un juego porque es obvio que él te derrotará y tú lo sabes, así que como no quieres que los demás lo veamos, pues te niegas.

    —¿El ordinario ese piensa que puede vencerme? ¿A mí? —Laura se sintió por demás ofendida.

    —Es lo que asegura —avaló el rubio.

    —Se va a tragar sus palabras. ¡Oye tú!

    Laura se acercó a Cornelio y lo desafió a un partido, el que el joven estuvo más que dispuesto a aceptar. De aquel modo se inició uno de los partidos más intensos que se habían dado en el club matutino en un largo rato. En su lugar como espectador, Rogelio Montero los miró por demás anonadado, para después observar a su compañero e inquirir con desconcierto:

    —¿Pues qué hiciste?

    —¿Yo? Nada, tan sólo los incentivé un poco —se defendió Cuevas.

    —A veces me asustan tus métodos, ¿sabías? —confesó el chico con recelo.

    Fabián no dijo nada, sino que se limitó a sonreír con astucia mezclada con inocencia. ¡Oh, cómo le gustaba ser el presidente del club!


    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer! ^u^
     
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    Sonia de Arnau

    Sonia de Arnau Let's go home Comentarista empedernido

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    Tu ya sabes, estoy a la orden del día para alegrarte la semana y quitarte la depresión :D

    Pero bueno, pasando a lo que es importante, el capítulo.
    Jasiel si que es impaciente y ha ido con el grupo de la mañana por un desafío. Él no se va con juegitos en lo que respecta el tema del ajedrez. Y por supuesto, Enrique aceptó gustoso, no por nada es el as del club matutino, aunque sea tan humilde como para decir que no es tan bueno. Enrique, Enrique… no vez que si dices eso, Jasiel se decepcionará una vez que él te gane… *tos* digo, cuando comiencen a jugar. En cerio, mi pregunta en pie sigue, ¿quien será el vencedor de ese encuentro? Debo de admitir que antes, Jasiel no me daba mucho la impresión de ser EL mejor, ahora lo dudo, y me da miedo y creo que el joven tiene mucho potencial y cualquiera que rete, puede él ser el vencedor.
    Aun así, espero que Enrique le de una buena partida, y gane.
    Y luego, cuando la contienda se selló, un relámpago estruendoso cae del cielo, en medio de la tormenta, provocando que todos los presentes sufran un escalofrío; aparece Laura.
    Me gusto mucho esa parte xD Pobre, superficialmente diría que Jasiel no es muy bien recibido. Lo pintan como la bestia. El malo. El antagonista... ¿lo será?
    Ahora sí, ¿verdad? Se ponen serios. Pero la apoyo, igual, quiero que le gané.
     
    Última edición: 9 Noviembre 2016
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    Borealis Spiral

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    @Sonia Vongola Jajaja, ¿Jaisel parece el antagonista? xD Bueno, si da esa impresión por cómo lo trata Laura, pues bueno xD Yo creo que todos queremos que Enrique le gane a Jasiel, ¿eh? Ya veremos. Muchas gracias por pasar a leer, aun pese a que me desaparezca por tanto tiempo, pero tú sabes por qué. Lo aprecio mucho :D

    También le agradezco a los demás que le dedican unos minutos de su vida a esta historia, valen oro. Y para ustedes es que va el siguiente capítulo, uno cortito, pero importante donde finalmente Jaisel y Renata se reencuentran :o ¡Disfruten!

    Décima cuarta ronda:
    Protector y protegida

    Renata caminaba hacia la salida de la escuela después de que las clases de aquel martes terminaran. Ivonne había ido a su club de lectura, por lo que esa vez no la acompañaría parte del trayecto a casa, en donde llegaban a un punto donde debían separarse para seguir con su propio destino. Eso sí, su amiga le había insistido a que se inscribiera de una vez a su club antes de que el tiempo se le terminara y Renata sabía que tenía razón; de lo contrario, podría meterse en problemas. Sin embargo, optó por hacerlo después para disgusto de la otra.

    Renata admiraba mucho que Ivonne siguiera a su lado y la soportara, ya que reconocía que no tenía la personalidad más fácil de tratar, por lo que siempre que alguien le tenía tanta paciencia y se esforzaba por comprenderla la hacía muy feliz; agradecía con todo su corazón a todas esas personas que decidían darle una oportunidad en lugar de darla por perdida del todo. También sabía que tenía que mostrar esa gratitud con hechos, pero a veces su carácter indolente la sobrepasaba de una forma que ni ella misma creía.

    Atravesó la puerta principal tan concentrada en sus cavilaciones, que no prestó atención al chico que, de pie sobre el amplio y alto borde que rodeaba los jardines frontales de la instalación, esperaba pacientemente después de haber salido temprano de sus actividades del club para evitar que la persona a quien deseaba ver se le escapara. No, Renata no se percató de él, pero el joven cobrizo sí que la notó, reconociéndola al instante y al ver que la chica lo pasaba de largo, se apresuró a llamarla con potente voz.

    —¡Renata, espera!

    La aludida se detuvo en lo que giraba sobre su propio eje para encarar al que precisaba de su atención. También lo reconoció de inmediato, siendo su sorpresa tan grande que abrió mucho los ojos y la boca, en lo que algo en su interior se removía inquieto. ¿Qué hacía Jasiel allí, vestido con el mismo uniforme de la escuela? ¿Acaso asistía también a este instituto?

    —¿No dices nada? —inquirió Jasiel bajando de lo que funcionaba como una gran maceta, acercándose a ella al observar que no haría ademán de moverse de donde se había quedado estática—. Al menos no me hagas sentir ridículo y dime que me recuerdas de algo, me conformo con lo que sea.

    Renata no pudo evitarlo; en cuanto escuchó nuevamente sus fluidos y relajados comentarios, llenándola de remembranzas bonitas y alegres, fue inevitable que una sonrisa sincera y amplia se apoderara de sus labios.

    —Claro que te recuerdo, Jasiel. Es bueno verte —dijo con honestidad, ciertamente feliz de verlo—. ¿Cómo te ha ido?

    —Bastante bien —El muchacho devolvió la sonrisa—. Han pasado un montón de cosas estos tres años.

    —Imagino que sí —Renta bajó la mirada de pronto sintiéndose incómoda y un inesperado deseo de irse de allí rápidamente la invadió, mas antes de que pudiera excusarse y huir, él tomó la palabra una vez más.

    —Ayer vi a Laura. ¿Sabes? No tenía idea de que estuvieran tú y ella en la misma prepa hasta que me lo dijo. También me dijo algo que ha estado inquietándome y me gustaría que tú me lo dejaras claro, Renata —Posó sus intensas, brillantes y serias perlas color miel en ella, haciéndola temblar—. ¿Es verdad que dejaste el ajedrez?

    Renata desvió su mirada de él, avergonzada. Ahora comprendía por qué esas súbitas ganas de irse; ahora recordaba por qué no se había empeñado en verlo otra vez; ahora entendía por qué a pesar de que estaba contenta de verlo, una parte de ella en realidad nunca quiso estar frente a él de nuevo. No quería enfrentarlo, no quería tener su expresión acusadora sobre ella, tenía miedo de confrontar lo que fuera que él tuviera que decirle por su decisión. ¿Pero qué más podía hacer para evitarlo llegados a este punto? Allí estaba él, buscando una respuesta por lo que había escuchado de Laura, a quien Renata apreciaba mucho sin duda, pero en momento la consideró una de las peores pestes. ¿Por qué no podía quedarse callada? Si la rizada quería pregonar a los cuatro vientos lo que era de su vida que lo hiciera, pero que dejara en privacidad la suya.

    Sabiéndose sin escapatoria dado que Jasiel no la dejaría retirarse a menos que le aclarara las cosas, no tuvo más opción que confesar; después de todo, tampoco era como si pudiera mentirle, no era buena haciéndolo.

    —Es cierto, lo dejé.

    —¿Por qué? —Jasiel frunció el ceño, entrecerrando los ojos, perforándola sin piedad, como si de aquella forma pudiera encontrar en su ser una razón lógica a semejante noticia.

    —No me gustaba tanto como creí —contestó con simpleza, encogiéndose de hombros para restarle importancia al asunto, aunque para ella esas reiteradas palabras nunca sonaron más falsas que en ese instante y él lo percibió.

    —Mientes —la acusó con aplomo.

    —No puedes decir eso, no estás seguro —rebatió ella, defensiva.

    —Estoy seguro de las cosas que he visto, Renata, y he sido testigo principal de lo bien que te lo pasabas jugando ajedrez en el club del abuelo y a menos que durante todo ese tiempo hubiese sido un muy buen acto de tu parte, yo creo que en verdad disfrutabas del ajedrez.

    —Tú lo has dicho: antes, ya no.

    —¿Por qué? —volvió a inquirir él, confundido—. ¿Qué te llevó a engañarte a ti misma sobre tu gusto por el ajedrez cuando es evidente que sí te gusta? Laura dice que fue algo que yo hice, así que si es cierto, dímelo; tal vez podamos arreglarlo. ¿Qué te hice?

    —No importa ya, Jasiel —Quiso dar por concluida la conversación sabiendo que si seguían así no iba a contenerse más; después de todo, Jasiel siempre había sido su debilidad.

    —Por supuesto que importa. Si hay problemas entre nosotros desde hace tanto tiempo tenemos que arreglarlos de una vez.

    —No es tu problema, es mío.

    —Pues cuéntame cuál es para ayudarte a cargar con él; es obvio que tú sola no puedes. Anda, dime —le pidió en su tono más dulce y ella no puedo aguantar más su rencor infundado.

    —Ganaste, eso es todo. Aquella vez que competimos en el torneo regional yo quería ganarte de verdad, pero no pude. Me di cuenta de que el ajedrez no era lo mío y ya está.

    El mohín de Jasiel pasó primero de total atención, luego a sorpresa, para después tornarse a uno de gran decepción. Esta última hirió profundamente a Renata, pues siempre había sido el peor de sus temores decepcionar a sus seres queridos o a aquellos que guardaban algún tipo de esperanza en ella y su capacidad. Con dolor recordó ese día que perdió; rememoró el rostro desilusionado de los que la apoyaban, de su madre, del mismo Genaro que también había ido a verla. Por eso había decidido dejar el juego; para no tener que ver aquellas expresiones otra vez, para no ocasionarlas. Al fin y al cabo, no se podían desilusionar de algo que ya nunca practicaría o haría, ¿verdad? ¿Entonces por qué Jasiel se decepcionaba ahora?

    —¿Quieres decir que te diste por vencida? —le preguntó él, con un timbre de voz que denotó cierto grado de irritación.

    —Supongo —aceptó como quien no quiere la cosa.

    —No te gustó perder por lo que optaste por botar a la basura todo tu esfuerzo anterior. ¡Muy bien! —exclamó él con incredulidad y sarcasmo—. Buenos momentos, diversiones, horas de práctica y lecciones de los instructores, ¡qué importan, ¿verdad?! Que todo se vaya al diablo, da igual; en tanto tú no sufras otra derrota, todo está bien. ¡Maldición, Renata! ¿Cómo puedes ser tan tonta? ¿Crees que la decisión que tomaste ha sido la solución? Parece la más fácil a simple vista, pero semejantes pensamientos llevan al fracaso absoluto.

    —Soy una fracasada —comentó cínica.

    —Actúas como una, es diferente —la reprendió él sin dejar su tono molesto—. ¿Qué piensas, eh? ¿Que los que han llegado a la cima en cualquier ámbito, no sólo en el ajedrez, no han tenido que luchar por alcanzar la meta? ¿Que no han tenido que vencer obstáculos varios? ¿Que no han tenido que batallar contra otros e incluso contra ellos mismos? Todos tenemos altibajos, pero lo importante es no rendirse y seguir adelante.

    —No a todos nos funciona eso de perseverar —se obstinó la castaña.

    —¿Y cómo sabes que ese es tu caso? Ni siquiera lo has intentando lo suficiente como para llegar a esa conclusión, por lo que no puedes asegurarlo. La Renata que conozco sí que lo intentaría.

    —No soy la Renata que conociste, Jasiel —sentenció ella—. La gente cambia, por si no lo has notado.

    Sus palabras asombraron por unos segundos al joven, dejándolo sin comentarios, en lo que sentía que algo en su interior se contraía. Frunció el ceño nuevamente, al tiempo que apretaba los puños con fuerza en un intento de calmarse; se sentía tan desencantado. Miró a la que había adoptado como su protegida y no pudo evitar sentir rechazo.

    —Sí, ya me di cuenta —habló él con frialdad—. ¿Sabes qué? Tienes razón. No vale la pena persistir en algo por lo que definitivamente no vas a conseguir nada. No es más que una pérdida de tiempo y si sigo aquí contigo tratando de razonar estaré perdiendo el mío, por lo que paso de ello. Creo que tienes talento para el ajedrez, eso no lo voy a negar, pero si quieres desaprovecharlo allá tú. Diría que es un desperdicio enorme, pero si lo pienso bien, el ajedrez no necesita de cobardes que se rinden a la primera derrota que sufren, por lo que te agradezco que decidieras dejarlo. Le haces un gran favor al deporte y a sus seguidores. Espero que tu pensar fracasado te lleve por un camino decente, si es que te lleva a algún lado. Adiós.

    Y sin añadir algo más, el cobrizo le dio la espalda y se adentró a las instalaciones educativas; sus clases no tardarían en empezar. Mientras tanto, Renata se quedó de pie en su sitio por algunos segundos, sintiendo que su pecho se oprimiría con fuerza robándole el aire, por lo que le costó respirar. Ella sabía que era una cobarde de las peores, siempre estuvo consciente de ello, no era algo nuevo. ¿Pero entonces por qué le dolía tanto que Jasiel se lo recordara? Retomó su andar hacia su hogar, en lo que procuraba que las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos no se desbordaran. No le gustaba llorar y mucho menos en la calle.

    Jasiel también había decidido dejarla en paz, en no insistirle más, tal y como ella deseaba. ¿Entonces por qué la hería tanto que se rindiera tan fácilmente? ¿Por qué de pronto quiso que fuera igual que Laura o que Genaro y siguiera tras ella? ¿En verdad era tan arrogante que buscaba que todos le rogaran? ¡Era patética! No era ni digna de lástima; a los estúpidos no se les tenía compasión por su tonto actuar ni por las consecuencias que pudiesen acarrear por eso. Ella también tenía que sufrir los efectos de sus decisiones; después de todo, se los había buscado ella misma y no podía culpar a nadie más. Si quería evitar aquellos disgustos lo único que podía hacer era comportarse diferente; es decir, empezar a cambiar.


    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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    Sonia de Arnau

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    Sí, sí, sí, este capítulo es uno de mis favoritos, aunque debo de admitir que me dio no sé que al leerlo. Es que puedo comprender la decepción de Jasiel al saber que Renata dejó el ajedrez solo por esa experiencia y es que, no te miento pero yo también reaccionaría de esa forma, ¿abandonar algo que te gusta solo porque perdiste?, ¿por qué no ganaste o simplemente por recibir comentario negativos?

    Sin embrago, sentí empatía por ella al leer como se sentía al respecto a decepcionar a los demás y esque es un sentimiento que a muchos nos invade en cierta etapa de la vida. Tal vez pienso que ella exagera con eso de solo por haber perdido, echar todo a la basura. Si no me equivoco Renata es de las personas a las que les gusta que se les insista, ¿no? Me pareció por ese comentario:
    O simplemente se sorprendió que él no lo hiciera, ¿igual que Laura? Bueno, hay que ver si Jasiel es de eso, quizás no.

    Espero que esa dura pero realista conversación que tuvo con Jasiel la gaga reflexionar y así vuelva a darle una pequeñita oportunidad al juego, seguro que volverá a amar y a sentir amor por el ajedrez, porque yo se Renata, a ti te gusta el ajedrez.
     
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    Borealis Spiral

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    El nombre del Fracaso
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    @Sonia Vongola Me alegra mucho que el capítulo te gustara. Y es verdad, Jasiel fue duro, pero tenía sus motivos, después de todo, Renata sí está exagerando... o quizás es su propio trauma; ya sabemos que hay traumas hasta de lo más impensables xD En cuanto a si a ella le gusta que le insistan... bueno, es complicado, diría que no, que lo que quiere es que la dejen en paz, pero si fuera realmente así, entonces haría algo al respecto, ¿no? Veremos si este encuentro con Jasiel la sacude o no. ¡Gracias por leer y comentar! Sabes que lo valoro muchísimo :D

    A los demás que se pasan a leer, también se los agradezco enormemente :D Aquí traigo el capítulo de hoy, más pronto de lo que imaginé y aviso que a partir de aquí los aspectos técnicos se irán más evidentes, por lo que de nuevo, la historia avanzará lenta. ¡Gracias por el apoyo! A ustedes el capítulo. ¡Disfruten!

    Décima quinta ronda:
    Primer paso

    Renata estaba sentada en el comedor de su casa. Ante sí, sobre la mesa, se hallaba un tablero de ajedrez; aquel que había quedado olvidado en la alta vitrina de la sala, destinado a nada más que acumular polvo desde ese día que saboreó la derrota, cuando decidió no tocar una pieza del juego otra vez. ¿Cómo era entonces que en cuanto terminaron de comer había ido a buscarlo? Las palabras de Jasiel la habían afectado más de lo que imaginaba y no era que le hubiesen abierto los ojos o que le desvelaran algo desconocido, sino que simplemente habían sido lo suficientemente contundentes como para ejercer en ella el deseo de actuar, que era lo que le hacía falta y que curiosamente sólo él parecía ser capaz de lograr.

    Había acomodado las treinta y dos piezas como debía, ahora no hacía más que mirarlas sin hacer nada. Tal vez quería jugar, o tal vez no; en realidad no importaba mucho porque de cualquier modo necesitaba a alguien más. Lo pensó por un buen rato antes de alzarse de su asiento e ir a la habitación de su madre, quien veía la televisión. Bárbara se sorprendió un poco de ver a su hija entrar a la recámara y treparse a la cama tamaño king junto a ella. Normalmente a esa hora Renata estaría en su habitación con su laptop viendo sus muñequitos o leyendo, o quizás hasta haciendo tarea, por lo que sumamente extrañada, la mujer dejó de prestar atención a la pantalla para enfocarla en la joven.

    —¿Qué hubo? ¿Qué pasó? —le preguntó, curiosa.

    Renata terminó de acomodarse bajo las cobijas antes de guardar segundos de silencio, para después preguntar:

    —¿Qué piensas de que retome el ajedrez?

    Los sentidos de Bárbara se espabilaron por completo y se movió un poco más para darle la cara al perfil de Renata, teniendo el asombro claramente impreso en sus facciones. Después de todo, Bárbara sabía que Renata se había decepcionado mucho por aquella derrota en la primaria y aunque intentó animarla y brindarle su apoyo para que no renunciara al ajedrez, finalmente su hija terminó adoptando una negativa a todo, un rechazo a cualquier consejo; en fin, tomó una actitud por demás exasperante que incluso ella se vio limitada en sus esfuerzos, por lo que con el tiempo desistió en sus intentos por hacerla cambiar de opinión.

    Ver que Renata se había convertido en alguien tan negligente y conformista le dolía de muchas maneras, especialmente porque sentía que había cometido un error imperdonable; se arrepintió en innumerables ocasiones de no ser un poco más dura con ella y había veces que hasta las dudas la asaltaban. ¿Estaba siendo una buena madre? ¿Era demasiado permisiva? ¿Que Renata fuera tan indolente no quería decir que ella también lo era en su papel de progenitora? No obstante, pese a que esos pensamientos de pronto cruzaron por su mente, no podía concentrarse sólo en ella y sus temores; Renata la necesitaba en ese momento y esta vez no la dejaría hundirse.

    —Creo que es una idea maravillosa, Renata —la animó con una sonrisa que inspiró confianza total—. Sabes que cuentas con todo mi apoyo si decides retomarlo.

    —¿Y si vuelvo a fracasar? ¿Y si no cumplo con las expectativas que tengan de mí? —Renata confesó sus miedos en lo que se llevaba las rodillas al pecho y las abrazaba.

    —Entonces creo que primero necesitas definir bien tus prioridades —le dijo Bárbara—. A ver, Renata, si decidieras regresar al ajedrez, ¿por qué lo harías? ¿Para satisfacer a otros o para satisfacerte a ti? ¿No lo harías porque te gusta? ¿O es que piensas jugar algo que no te gusta? Hasta donde sé, eso es algo que no harías.

    —Ya lo sé, es sólo que supongo que el ajedrez está bien; no creo que me desagrade del todo —Renata pareció meditarlo—. En realidad quiero cambiar un poco mi manera de ser y pensé que el ajedrez me ayudaría.

    —Y te encomio mucho por eso, hija, de veras; me haces sentir orgullosa —la felicitó Bárbara acariciando su brazo—. Pero no deberías tomar mucho en cuenta lo que esperen u opinen los demás; no en este tipo de cosas. Por desgracia, las personas somos muy delicadas y hacemos escándalo por algo que no es la gran cosa ni que es el fin del mundo; por eso a veces nos decepcionamos. Pero también tienes que recordar que aunque hay muchas cosas en la vida que nos dan miedo, y que a veces vamos a perder algo de alguna forma, una de las cualidades innatas en el ser humano es que siempre buscaremos la manera de seguir luchando y si somos débiles ahora, fortalecemos el carácter por medio de esas flaquezas. Y el que tú, hija, estés intentándolo es prueba de ello. Se vale tener miedo, pero no se vale paralizarse ante él. Además, cuentas conmigo para lo que sea que necesites. Si quieres desahogarte, te escucharé; si tienes miedo, te daré valor y si necesitas corrección, te la daré. No olvides que lo único que quiero es que seas feliz y que te vaya bien en la vida, ¿de acuerdo?

    Renata se limpió con las sábanas las lágrimas que ahora sí no pudo controlar al tiempo que asentía y sorbía por la nariz, incapaz de hablar por el tremendo nudo que se le había formado en la garganta. Bárbara se mantuvo en silencio esperando que se calmara, sin dejar de mostrarle su afecto con caricias. Cuando el sentimiento le pasó, Renata suspiró profundamente, miró a su madre e indagó:

    —¿Estás muy ocupada ahora?

    —No y si es para ti, menos. ¿Qué quieres?

    —Bajé el tablero de ajedrez de la vitrina y me preguntaba si podíamos jugar una partida —pidió recordando aquellos días en los que ambas solían jugar. ¿Cómo se había olvidado de eso? Eran las únicas partidas que disfrutaba en totalidad y no tenía nada que ver el hecho de que casi siempre ganara ella.

    —¡Claro que sí! Hasta la pregunta ofende —aceptó Bárbara feliz, dejando la comodidad del colchón junto a su unigénita, dirigiéndose al comedor.

    —¿Te acuerdas de cómo se mueven las piezas? —quiso saber la castaña en cuanto estuvieron instaladas en las sillas frente al tablero, con más emoción de la que podía aparentar.

    —A ver si me acuerdo —Bárbara hizo ademán de pensar—. Estos chiquitos de enfrente son los peones, ¿verdad? —Renata asintió—. Se mueven uno por turno, ¿cierto?

    —Cierto, pero tienen una regla especial en el primer turno en el que pueden avanzar dos casillas de golpe si quieres, si no, sólo una; pero sólo en el primer turno.

    —Muy bien. Y a ver, vamos con las otras piezas. Estos en los extremos de la primera fila son las torres y se mueven en línea recta cuantas casillas quieran, ¿verdad?

    —Correcto. Sí que te acuerdas —Renata sonrió feliz.

    —No soy tan desmemoriada, ¿qué te crees? Los que están a un lado de las torres son los caballos y... ¿Cómo es que se movían estos? Me acuerdo que tenían su truco.

    —Es que son los que tienen el patrón más diferente. Se mueven en forma de “L”, avanzando dos casillas y una casilla en cualquier dirección, lo que les permite saltar tanto a oponentes como a aliados. Por ejemplo, así.

    Renata movió su caballo negro de 8b a 6c, que sería el registro del movimiento usando la notación algebraica, que era el sistema oficial usado en ajedrez para registrar las partidas que seguían los jugadores y representaba la secuencia de movimientos en una partida. Esta notación se realizaba gracias a las columnas y las filas o líneas en el tablero, siendo las columnas identificadas con las letras de la “a” a la “h” y las filas con los números del 1 al 8 en orden ascendente, siempre empezando del lado del jugador de piezas blancas. De aquella forma, cada una de las 64 casillas obtenía una coordenada única. Las piezas también eran identificadas con letras, siendo las siguientes: R = Rey, D = Dama, T = Torre, A = Alfil, C = Caballo. Los peones no eran identificados con ninguna letra, sino que cada vez que eran movidos, se registraba la casilla a la que avanzaban.

    —Ah sí, ya me acuerdo, ya me acuerdo —Bárbara asintió al ver el ejemplo, en tanto Renata regresaba el caballo a su lugar de inicio—. Los que siguen son los alfiles y esos son fáciles. Se mueven en diagonal todas las casillas que quieran y al final está la dama, que se mueve por todos lados y también las casillas que sean, pero el rey se mueve sólo una casilla por turno en la dirección que sea. ¿Estoy bien?

    —Muy bien. Lo hiciste —Renata aplaudió ligeramente chocando el dedo medio y anular de una mano con la palma de la otra.

    —Te burlas de mi inteligencia, ¿verdad? —la molestó Bárbara, divertida.

    —Ay no, sería incapaz, madre, tú lo sabes —se defendió la castaña, risueña—. Bueno, entonces empieza tú. Tú eres las blancas y las blancas siempre empiezan.

    La mujer asintió y de aquella manera las dos se sumieron en un juego que no fue ni mucho menos uno serio o tenso; muy por el contrario, estuvo lleno de conversaciones, haciendo comentarios amenos y hablando como hacía un largo rato no hablaban, pues desde que Renata había comenzado a pasar más tiempo frente a la laptop, el lazo que las unía se había ido aflojando más y más, así que aquella tarde juntas las animó a las dos y ayudó a que su relación se estrechara a pesar de que en realidad no era mala. Y Renata pesó que si volver al ajedrez no le traía ninguna mejoría en actitud, al menos ya había ganado algo que era mucho más preciado de lo que pudiese pedir: tiempo de calidad con su amada madre. Sólo por eso valía la pena darle otra oportunidad al juego.

    ***************

    Jasiel había estado de un humor de perros durante todo lo que duró la escuela. No había querido pensar en el incidente con Renata, pero parecía ser que su mente no estaba dispuesta a ayudarlo en su cometido, sino que por el contrario se empecinó en hacerle repetir la escena una y otra vez para su disgusto. Después de todo, no era su problema que Renata se hubiese hundido en su propio fango y por segunda ocasión; una vez le había brindado el apoyo que necesitaba y aunque lo aceptó por un tiempo, al final decidió rechazarlo por lo que él ya no tenía la obligación de nada. Eso creía, eso pensaba, eso aseguraba; así se engañaba.

    El caso era que había estado distraído durante todo el día de una forma que no era ni medio normal, lo que lo llevó a ser reprendido por sus amigos al no prestarles atención y a ser regañado por algunos profesores por lo mismo. Y por si aquello no fuera poco, ahora que las clases finalizaron e hizo la llamada habitual a Camila, tampoco estaba escuchándola con el interés que se merecía, cosa que la chica notó, pues Jasiel se hallaba inusualmente taciturno en su conversación siendo que casi siempre aportaba algo.

    No estás oyendo nada de lo que te digo, ¿cierto, Jasiel? —inquirió ella no como reproche, sino más bien para asegurarse de sus sospechas.

    —¿Pero qué dices? Claro que sí; decías que tu madre acabó el mantel que bordaba —se apresuró a corregir la idea de su amiga.

    Sí, eso dije, hace como diez minutos —concedió ella, tranquila.

    —Oh —El rostro de Jasiel se incendió ante la vergüenza. ¡Vaya amigo estaba hecho!

    Es obvio que algo le quita la paz a tus pensamientos. ¿Te gustaría compartirlo conmigo? —se ofreció ella a escucharlo, afable, deseando servirle de algo; regresar un poco toda la ayuda que una vez él le dio y seguía dándole a cambio de nada.

    Jasiel lo meditó un momento, debatiéndose interiormente si debía incordiar a Camila con algo que ya ni siquiera iba a interesarle más. Sin embargo, muy en el interior las ganas de hablar de lo ocurrido con Renata lo escocía como un fuego ardiente que buscaba expandirse, salir, por lo que habló.

    —Me encontré con ella —Una simple oración que perturbó increíblemente a su interlocutora a pesar de que él no lo supo.

    ¿E-ella? —trastabilló en el habla, sintiendo que algo en su interior se oprimía—. Te refieres a Re...

    —Renata, sí —la interrumpió él.

    El corazón de Camila terminó por encogerse al oír el nombre; uno de cuya dueña no conocía en persona, pero de quien había escuchado hablar maravillas por parte de Jasiel. Desde que se habían conocido en secundaria, él la había puesto al tanto del club de su tío y de todos los amigos y contrincantes que hizo allí; no obstante, Renata siempre terminaba por salir a colación y los ojos del cobrizo brillaban y su rostro siempre se iluminaba por la emoción al decirle lo genial que era ella, lo buena que era como jugadora y oponente, lo mucho que deseaba verla para competir juntos otra vez. Jasiel se caracterizaba por ser mayormente expresivo y honesto, por lo que nunca ocultó su deseo de encontrarse con Renata y enfrentarla en un partido; era el más grande de sus sueños según le había confesado.

    Y Camila lo entendió al principio, de hecho, le pareció fascinante que su amigo tuviera a alguien en tan alta estima, quiso animarlo para que su sueño se hiciera realidad. Sin embargo, con el pasar del tiempo aquello había cambiado; conforme pasaban los días, lo que sentía por el joven Romero creía más, se hacía más intenso, mas profundo y junto con eso, aumentaban de igual forma sus celos, envidias e inseguridades cada que Renata era nombrada. También sabía que no tenía ni el más mínimo derecho a sentirse como lo hacía; Jasiel no era nada más que un amigo y él era libre de querer a quien le diera la gana y como quisiera. A pesar de todo, Camila no podía evitar sentirse herida, desplazada e insignificante en comparación, acechada por el miedo de perder la actual relación de camaradería que tenía con Jasiel.

    Ah, ya veo —comentó ella intentando no sonar afectada, sino que procuró oírse alegre por él—. Debes estar feliz, ¿no? Después de tanto tiempo al fin la ves, justo como deseabas.

    —No lo estoy —confesó él con sequedad, sorprendiéndola.

    ¿No? ¿Por qué?

    —Ella no... Las cosas no fueron como esperaba —informó con amargura total y luego rio un poco de la misma manera—. ¿Puedes creerlo? Decidió dejar el ajedrez simplemente porque perdió aquella vez que jugamos en el torneo cuando estábamos en primaria; se dio por vencida tan fácil.

    Ya veo —Camila percibió la terrible decepción en la voz de Jasiel—. Bueno, tal vez esté desanimada, sabes que a cualquiera le llegan sus momentos, pero con tu ayuda seguro que...

    —¿Y quién dice que voy a ayudarla? —Jasiel la interrumpió, ácido—. No es mi problema que decidiera dejarlo todo.

    Pero...

    —Ya la ayudé una vez, Cami y si desaprovechó la ayuda, mal por ella. Me gusta apoyar a la gente, sí, pero sólo a quienes aceptan. Intentarlo con alguien que no lo quiere es perder tiempo.

    Camila estaba anonada por la actitud tan defensiva del chico; no era para nada típica en él. Jasiel no diría que era una pérdida de tiempo ayudar a las personas; él siempre buscaba lo positivo de la gente por muy apática que fuera o por muy deprimida o tímida que fuera. Esa perseverancia la había salvado a ella, la había sacado del abismo en el que se vio durante tanto tiempo, por lo que era una de las cualidades que más amaba de él, sin duda. Que ahora la dejara de lado le demostró lo mucho que lo había afectado su reunión con Renata y se sintió triste por su causa; no quería que abandonara uno de los rasgos más hermosos de su esencia.

    Tú no dirías algo así, Jasiel, yo...

    —¿Y tú cómo sabes eso? ¿Qué te hace creer que me conoces tan bien como para asegurar eso? Que no lo haya hecho antes no significa que no lo sienta o crea. No conoces todo de mí, Cami, no actúes como si lo hicieras.

    Sus duras palabras lastimaron profundamente a la chica del otro lado de la línea; tanto, que sintió las lágrimas acumularse en sus ojos y que un nudo se le formaba en la garganta.

    Tienes razón, no te conozco bien; no debí juzgarte, lo siento —aceptó con la voz hecha un hilo, temblorosa y algo resentida—. Será mejor que hablemos luego. Adiós.

    —Espe...

    La comunicación se cortó dejando a Jasiel helado en su sitio. Apretó el celular en su mano con todas las fuerzas que la cólera le dio. ¿Cómo podía ser tan estúpido? ¿Cómo fue capaz de cometer la idiotez de descargar con Camila su desilusión e irritación de lo ocurrido con Renata? Ella no tenía la culpa de que él hubiese guardado falsas ilusiones de que el día que se encontrara con la castaña, las cosas seguirían como la última vez que se vieron. ¡Qué tonto era! Renata misma se lo había dicho, las cosas cambiaban, las personas, las circunstancias, todo y él no había querido ver eso. Ahora, por su ridícula ceguedad le había dicho cosas hirientes a su amiga y fue muy tarde cuando se dio cuenta de ello al escucharla a punto de llorar.

    Con la ira a flor de piel, ahora más debido a su tontería que por lo de Renata, decidió que era mejor sacarla de alguna manera, así que aprovechando la soledad de la oscura calle por la que transitaba, se quitó la mochila y empezó a patearla importándole poco romper algo que pudiera ser roto, como el juego de geometría o los lápices, plumas y colores, al tiempo que lanzaba improperios aquí y allá. Lo único que quería era descargar el malhumor de alguna manera antes de cometer otra insensatez; la mochila era la mejor opción simplemente porque no podía clonarse para darse de patadas a él mismo. Hasta que hubo drenado su mal temple, fue que recogió la mochila ahora sucia y maltrecha para finalmente dirigirse a casa; ya tenía la cabeza fría.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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    Sonia de Arnau

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    ¡Uh! Lo técnico empieza, que bien, seguro que mientras este leyendo me quedaré con la boca abiertas y diré algo como, “Wow”, porque no se mucho de ajedrez.

    Me alegró leer que Renata por fin se animará a volver a jugar ajedrez. Después de todo las palabras que le dijo Jasiel fueron, a pesar de todo, la motivación para que lo intentara. Ahora se que con esa pequeña practica el amor por el juego volverá. Seguro que asombrará a más de uno como lo hizo conmigo. Que tierno que su madre la animara y jugara con ella, se nota que la apoya mucho.
    Me pregunto si Jasiel no se hubiera comportado tan así con Camila si supiera que la conversación que tuvo con Renata dio resultado positivo. Aunque claro, se entiende su decepción con ella, la veía como una rival.Bueno, a esperar para ver que pasará con Renata y Jasiel, y si a final entra al club.
     
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  12. Threadmarks: Ronda 16: Bienvenida al club
     
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    @Sonia Vongola Gracias por leer y comentar; sabes que aprecio el apoyo. En efecto, las palabras de Jasiel han sacudido a Renata y creo que a partir de ahora se la abre una puerta para el ajedrez. En cuanto a si Jasiel hubiese actuado diferente con Camila de haber sabido que sus palabras ayudaron a Renata, pues yo creo que sí; en lugar de quejarse y ser gruñón, estaría requete contento presumiendo su logro xD Pero bueno, habrá que ver.

    A los demás que se pasan a leer, se los agradezco mucho también. No tengo mucho más que decir en realidad, por lo que tan sólo dejaré el próximo capítulo. ¡Disfruten!

    Décima sexta ronda:
    Bienvenida al club

    —¿El club de ajedrez? —inquirió Ivonne Nájera, asombrada por lo que Renata Valdés le había dicho.

    Estaban en el receso disfrutando de sus alimentos, sentadas en ese lugar a un lado de la cancha de voleibol que ya habían hecho suyo, en lo que conversaban. Ivonne había sacado una vez más el tema del club al que Renata debía anotarse y cuando le hizo la invitación de unirse al suyo de lectura, la castaña le salió con que ya se había decidido por uno y al preguntarle cuál era, no pudo evitar sorprenderse en demasía. Después de todo, Renata le había dejado en claro que odiaba el juego y todo lo relacionado con él. ¿Cómo era que de la noche a la mañana había optado por anotarse a él? ¿Qué la había hecho cambiar de opinión tan de repente? Se lo preguntó, por demás curiosa.

    —Es increíble, Renata. Se suponía que no te gustaba el ajedrez. ¿Qué te hizo cambiar de parecer? ¿Acaso Laura logró convencerte?

    —¿Lala? —Renata pensó en que la rizada no la había molestado para nada en los últimos días—. No, ni se me ha acercado últimamente.

    Eso sí, debía admitirse que le daba un poco de miedo la reacción que pudiera tener la joven de la Rosa al enterarse de que iba a unirse al club. Un escalofrío la recorrió al imaginar que Laura no iba a dejarla respirar ni un segundo.

    —¿Entonce que te hizo decidirte por le ajedrez? —insistió Ivonne, ansiosa.

    —Bueno, supongo que simplemente no lo odio tanto como pensaba —confesó Renata mirando a otro lado, no estando muy segura de cómo explicarse bien.

    —¿Sólo eso? —Ivonne se decepcionó un poco—. Pensé que había un poco más drama, ¿sabes? No sé, como que los chicos del otro día, esos que también son del club y que vinieron a buscarte te habían insistido también y que habían hecho una apuesta en la que si tú perdías te anotabas o algo así.

    Renata rio por las ocurrencias de su amiga al momento de decir:

    —Tienes una imaginación muy grande. Creo que leer tanto te hace daño; ya ni yo que leo cada fantasía de niñas soñadoras —Ivonne también sonrió, entretenida—. Mi vida no es tan interesante.

    —Pues tal vez sea hora de que tú le des algo de emoción —aconsejó su amiga—. Pero bueno, en serio me da gusto por ti, Renata; estaba preocupada de que el asesor de grupo te llamará la atención. ¿Quieres que vayamos a buscar al profe encargado del club para que te dé una aplicación? Entre más pronto mejor, ¿no?

    —Supongo —accedió Renata, condescendiente.

    De esa forma, al terminar de comer, el par de amigas se dirigió a la oficina de profesores, donde gran parte de ellos degustaba de su comida y charlaban entre ellos. Las dos pidieron hablar con el encargado del club de ajedrez, por lo que Humberto Meza las atendió dándole la aplicación correspondiente a Renata, feliz de que alguien más decidiera anotarse a su club e incluso animó a Ivonne a reconsiderar unirse también, pero al quedar claro que ella ya pertenecía al de lectura, el docente dejó el tema. En eso, el receso terminó, por lo que ambas se dirigieron al salón. Renata llenó la solicitud, por lo que lo único que debía hacer era ir al club de ajedrez al finalizar las clases para dársela al presidente y que la firmara él.

    La horas transcurrieron sin mayor problema y el timbre de salida se oyó. Renata se despidió de Ivonne dado que su amiga no tenía club ese día, lo que la puso un poco triste. A Renata le gustaba la compañía de Ivonne; le parecía muy agradable, pero ahora con el club de ambas no serían capaz de irse juntas a casa durante casi toda la semana salvo el viernes, pues ese día ninguna de las dos tenía compromiso de nada. La castaña se dirigió al aula que el profesor Humberto le había dicho que era la correspondiente del club de ajedrez. No era usual que albergara sensaciones de nada; después de todo, nada solía importarle tanto como para estar ansiosa. Sin embargo, en esa ocasión, el nerviosismo sí que había derribado sus barreras, mas estaba consciente de que la principal razón era por lo que seguramente pasaría antes que cualquier otra cosa, que sería que Laura le exigiría un enfrentamiento, uno del que ya no podría huir y del que no estaba segura de hacer frente.

    Divisó al salón y antes de llegar a la puerta, vio a través de las ventanas que sólo había un integrante, lo que la extrañó sobremanera; hasta donde sabía y le había dicho Laura, el club contaba con varias personas. Ahora sí alcanzó la puerta, por lo que la atravesó, alertando al joven rubio que estaba concentrado en su celular. Fabián Cuevas abrió los ojos, sorprendido de verla, reconociéndola de aquella vez que Enrique insistió en ir a ver a la famosa Renata de la que tanto hablaba Laura. ¿Pero qué hacía allí si les había dejado claro que odiaba el ajedrez? ¿Buscaba a Laura? A pesar de su confusión y del montón de interrogantes que lo asaltaron, le sonrió con amabilidad, saludándola.

    —Hola, ¿en qué puedo ayudarte? Renata, ¿cierto?

    —Oh hola —Renata se sorprendió. ¿La conocía? ¿De qué la conocía?

    —No me recuerdas, ¿verdad? —Fabián rio un poco al ver el desconcierto en la expresión de ella—. La semana pasada mi amigo y yo fuimos a verte; Laura nos habló de ti. Soy Fabián.

    —Ah claro, ya me acuerdo —Renata rememoró ese día; en verdad su capacidad de memorizar rostros y nombres era horrible—. Soy Renata... aunque supongo que eso ya lo sabes.

    —Así es —Fabián asintió—. ¿Necesitas algo? ¿Venías a buscar a Laura? Si es así, siempre tarda un poco en llegar. No sé qué tanto hace, pero creo que va al tocador y se retoca el maquillaje o no sé.

    Renata negó con la cabeza, silenciando al presidente, en lo que se sacaba la mochila de los hombros y la colocaba en una de las mesas, buscando algo. Encontró el papel y se lo extendió a Fabián, quien lo tomó con intriga. Una vez más abrió los ojos, impactado de ver que era una aplicación para ingresar al club.

    —¿Quieres unirte? —inquirió sin creérselo todavía—. Creí que no te gustaba. Lo dejaste bastante claro aquella vez.

    Renata se encogió sobre sí misma, avergonzada de tener que rectificar la afirmación que con tanto aplomo había manifestado durante los últimos tres años y que ahora quedaba expuesta como una vil mentira.

    —Lo siento, no quería incomodarte —se disculpó Fabián al notar su turbación—. Es algo sorpresivo, supongo, pero me alegra que decidieras darle una oportunidad otra vez; no tanto que al ajedrez, sino a ti misma. No sé que clase de recuerdos abrigues de él, pero si no son muy lindos, al menos siempre puedes construir nuevos y espero que este lugar te ayude a conseguirlo, así que Renata, ¡bienvenida al club!

    —Muchas gracias —Renata sonrió tranquila, viendo que Fabián firmaba la aplicación—. ¿Eres el presidente?

    —Correcto.

    —¿Qué grado?

    —Segundo. Somos seis... bueno, contigo ahora somos siete en total. Dos de tercero, tres de segundo y Laura y tú de primero.

    —¿Y dónde están todos? —Renata miró en torno.

    —Rogelio y Enrique, los otros dos de segundo, fueron a comprar algunas chucherías a la tienda. Los de tercero, Cornelio y Joaquín, siempre se entretienen hablando con sus amigos y Laura, como ya dije, no tengo idea. No es por ofenderla ni nada, pero esa chica es muy rara.

    —Te comprendo —Renata asintió, totalmente de acuerdo con él—. ¿Siempre llegas tan temprano?

    —Es el deber del presidente; es el que se encarga de abrir el aula designada al club, por lo que debe llegar antes que cualquiera.

    —¿No es difícil? —Y es que Renata no podía contemplarse con semejante puesto de responsabilidad.

    —Al principio, quizás —aceptó Cuevas—. Pero al final terminas acostumbrándote y si soy sincero, tener el poder de que los demás te hagan caso se siente bien, pero no se lo digas a nadie que luego me linchan, ¿eh?

    Renata sonrió, divertida, aunque no puedo evitar sentirse admirada de que pudiera conversar tan bien con él. Normalmente no se llevaba muy bien con los chicos y mucho menos si apenas los conocía; bueno, en general era mala para relacionarse con cualquiera, especialmente si eran del sexo opuesto, pero él parecía una persona bastante agradable; le caía bien. Y habrían seguido conversando de no ser porque hicieron su aparición los que habían ido a comprar la comida chatarra. Tanto Rogelio Montero como Enrique Acosta se pasmaron de ver a alguien ajeno al club, mas antes de que el regordete pudiera decir nada al respecto, Enrique se le adelantó apresurándose al interior de la sala para quedar justo frente a Renata, mostrando en sus brillantes ojos marrones y su iluminado rostro lo feliz que estaba de verla.

    —¡Renata! ¿Cómo estás? ¿Qué haces aquí? ¿Vienes a unirte? —preguntó por demás interesando.

    —Sí.

    Apenas alcanzó a asentir la chica, pues en un inesperado movimiento que tomó desprevenidos a todos, Enrique acortó la distancia que los separaba y en un impulso abrazó a Renata, por demás alegre de oír sus palabras, logrando incomodarla enormemente, en lo que sentía que su cuerpo se atiesaba a grados extremos.

    —¡Qué bueno que ingresaste, Renata! —exclamó Enrique, emocionado a más no poder—. Prometo hacer de tu estadía aquí una que disfrutes mucho.

    Renata intentó despegarse del cuerpo masculino, por demás contrariada, pero él estaba adherido a ella fuertemente. Y siendo tan observador como siempre, Fabián notó la alteración de la castaña, por lo que se acercó a los dos.

    —Enrique, deberías soltarla, la estás molestando —le pidió al tiempo que intentaba separarlos.

    Enrique no tuvo la oportunidad de procesar la información para disculparse y alejarse, cuando un grito estridente y colérico retumbó por las cuatro paredes.

    —¡¿Qué demonios?!

    Todos los pares de ojos se dirigieron al sitio del que provino semejante aullido, encontrándose con nadie menos que a Laura Sofía Robles de la Rosa, quien miraba la escena montada con expresión estupefacta y evidente enojo, logrando que Enrique liberara a Renata, que Rogelio murmurara un no tan silencioso “Oh, oh” y que Fabián suspirara con cansancio prematuro. Al fin y al cabo, casi todos en el club se daban una idea de que a Laura le gustaba Enrique, todos excepto él, y conociéndola, no importaba si se trataba de un malentendido, haría el drama de su vida.

    —¡¿Qué diablos haces aquí, Renata?! —indagó Laura por demás irritada, acercándose amenazadoramente, interponiéndose entre el as Acosta y la castaña al empujar a ésta sin consideración, quedando en medio de ambos—. ¡¿Y por qué diantres estaban ustedes dos abrazados?! ¿Qué pasa? ¡Exijo respuestas!

    —No es lo que piensas, Laura —informó el presidente, pasivo—. Renata ha decidido unirse al club y al enterarse, Enrique se ha emocionado un pelín de más.

    —¿Qué? —Laura se sorprendió todavía más si es que era posible, dirigiendo toda su atención a su eterna rival—. ¿Te uniste?

    —Sí, yo...

    —¡Menos mal! —la interrumpió la rizada, frunciendo el ceño en descontento—. Ya era hora de que decidieras dejar de ser una perdedora sin futuro que apenas si daba algo de lástima. Estaba cansándome de esperar; tu estúpida indecisión y negativa eran frustrantes.

    —No deberías hablarle con esa dureza, Laura —le pidió Enrique.

    —Yo sabré cómo le hablo. Y es más, tú ni me hables que estoy molesta contigo —espetó Laura dándole la espalda, ofendida.

    —¿Eh? ¿Por qué? —El pelinegro ladeó la cabeza, confundido.

    —Creo que no le ha gustado que a Renata le dieras la bienvenida con un abrazo y a ella no —insinuó Rogelio, pícaro, sacándole una risa cómplice a Fabián.

    —Así que es eso —Enrique pareció comprenderlo.

    —¿Pero qué dices, gordinflón? —Se puso a la defensiva la rizada—. ¡Claro que no es eso! ¿Yo por qué iba a...?

    Laura se calló abruptamente cuando sintió que los brazos de Enrique la rodeaban, paralizándola, en lo que sentía que un rubor escandaloso se apoderaba de su tez y que su corazón latía con desenfreno, mientras un calor desconocido la invadía de pies a cabeza. Y sus pensamientos se hicieron un lío total. ¿Por qué? ¿Por qué este sujeto podía ocasionar en ella semejantes sensaciones? ¿Por qué era el único que parecía calmarla con cualquiera de sus palabras? ¿Por qué era el único con el que no podía molestarse de verdad; al que no podía odiar o al que no era capaz de reprocharle nada?

    —Ahora Renata y tú están a la par. Ya no estás molesta, ¿verdad? —quiso saber Enrique separándose un poco de ella, mirándola con una sonrisa ingenua.

    Laura iba a responder algo grosero cuando un claro y fuerte silbido de asombro se dejó oír. Nuevamente, todos los ojos se concentraron en la puerta, descubriendo en esta ocasión a los de tercero: Cornelio Mejía y Joaquín López, siendo el primero el que había silbado, denotando su conmoción de ver a Enrique y a la diva abrazados. Quería decir, sabía que la princesita caprichosa se había interesado de alguna forma por el as, pero nunca imaginó que su compañero tuviera tan pésimos gustos.

    —Vaya, vaya, al final el domador consiguió someter a la bestia, ¿eh? —dijo Cornelio, travieso.


    Laura se sintió insultada por el comentario, así que por demás avergonzada de mostrar su debilidad y dejarse mangonear por Enrique, lo empujó sin pizca de cortesía, alejándose de él, encarando esta vez a Cornelio, su rostro mostrando furia total.

    —¿A quién le dices bestia? Aquí el único animal eres tú —arguyó ella exaltada, apuntándolo sin discreción.

    —Sí, sí, lo que tú digas, mujer; que al cabo que soy yo el que repatea como mula, ¿verdad? —argumentó Cornelio con sorna.

    Los demás no pudieron reprimir una risa por el debate, ocasionando que Laura se indignara y abochornara mucho más.

    —¡No se burlen de mí, panda de tarados! —los regañó y luego miró a Renata, quien tampoco había sido capaz de ocultar lo divertido que le parecía el asunto. ¡Hasta esa fracasada se reía en su cara! Eso sí que no iba a permitirlo—. ¡Tú menos que nadie debe burlarse de mí, Renata!

    Y se acercó a ella alzando su mano, amenazante, dispuesta a asestarle la bofetada que planeaba darle. Renata cerró los ojos y se encogió de hombros dispuesta a recibir el golpe, pero este nunca llegó, por lo que extrañada volvió a levantar sus párpados para observar con sorpresa que antes de que cualquier otro se moviera, Cornelio le había dado alcance a Laura al ver sus intenciones, tomándola de la muñeca justo a tiempo para evitar una desgracia, retirándola de allí jalándola con poca delicadeza.

    —Cornelio, no creo... —Enrique hizo ademán de intervenir, pero Fabián lo detuvo, negando con la cabeza y haciéndole señales de que aguardara.

    —¡Suelta, bruto! —chilló la víctima del agarre.

    —Escucha, malcriada —siseó Cornelio, hastiado de la actitud de la joven—. Si no vas a aguantar los insultos, entonces no los sigas y mucho menos los empieces, y si piensas desquitarte, no lo hagas con los que no tienen nada que ver. Por si no lo has notado, una de las políticas del club incluye la no violencia de cualquier tipo, por lo que será mejor que cuides tus acciones y palabras, ¿me oyes? Si no, no respondo por lo que pueda pasarte, porque por si tu cabeza hueca no lo ha detallado tampoco, aquí imperamos los hombres, así que te convendría mejor ser precavida. Quedas advertida.

    Expresado lo deseado, Cornelio la soltó con brusquedad, como si el simple hecho de tocarla le diera un terrible asco; luego se dirigió a la salida.

    —¿A dónde vas? —le preguntó Joaquín acomodando sus lentes, calmado, acostumbrado a los acaloramientos de su amigo.

    —A casa, no estoy de humor para jugar. ¿Fabián? —Miró al rubio pidiendo permiso.

    —Está bien —concedió él—, pero mañana es un día importante, ni se te ocurra faltar.

    —Hecho —Cornelio alzó un pulgar y luego miró a Renata—. Eres nueva, ¿verdad? Pues bienvenida al club y no dejes que la diva haga de ti lo que quiera; estoy seguro de que vales mucho más que eso. ¿Estamos? Chao.

    Y sin más, desapareció de la vista de todos, dejándolos en un silencio algo extraño en el ambiente, especialmente para Renata, quien había esperado que el club fuera algo más normal. ¡Qué bienvenida tan rara y diversa había recibido!


    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer y hasta la próxima!
     
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    Sonia de Arnau

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    Esto es un gran y enorme paso para Renata. Bien por ella. Por fin se ánimo a entrar al club de ajedrez, ahora quiero saber como reaccionará ante la noticia cuando se entere Jasiel. Si yo fuera algún miembro de este (en especial Fabián por ser el presidente). Pero claro, no podía faltar los chidillos de Laura Sofía Robles de la Rosa para calmar la alegría de todos y además, más que recibirla como todos lo estaban haciendo, la recibió muy… mmm… típico de ella; con brusquedad y sin ningún tipo de tacto.
    Estoy de acuerdo con ella, hasta recibió un abrazo, hubo abrazos, hubo celos, hubo incomodidad, hubo alegría, hubo discusiones divertidas, y hubo de de todo un poco.
     
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  14. Threadmarks: Ronda 17: Saldando cuentas
     
    Borealis Spiral

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    @Sonia Vongola Pues sí, ya era hora de que Renata hiciera algo por su vida xD Y esa es la bienvenida que tuvo, muy, muy variada. Pero se hará buenos amigos de todos ellos, no hay duda. Ya veremos de cómo actúa Jasiel al enterarse. Muchas gracias por leer y por darme tu impresión siempre que puedes :D Lo aprecio mucho y más porque sé que ahortia el tiempo te es limitado, jejeje. ¡Gracias, carnala!

    A los demás que se pasan a leer, también se los agradezco mucho. Aquí dejo la siguiente ronda y aviso que es ¡el primer partido narrado en la historia! Yey. Me quedó muy pesado, creo xD Pero entiéndanme, fue la primera vez que escribía uno y pues eso, no esperen perfección. Sin más, el capítulo. ¡Disfruten!

    Décima séptima ronda:
    Saldando cuentas

    El ambiente en el club se había vuelto muy denso entre todos por lo que había pasado con Laura y Cornelio, pues a pesar de que iban habituándose a que ese par no se cayera para nada bien, esa había sido la primera vez que las cosas llegaban a tal extremo de tensión. Sin embargo, no podían quedarse sin hacer nada, así que quien habló para aligerar un poco las cosas fue el sereno Joaquín López al volverse a Renata y decir:

    —Lamento la actitud de mi amigo; si te asustó o algo. Cornelio puede ser algo... —Calló al no encontrar la palabra correcta.

    —¿Impulsivo? —Se atrevió a completar Renata, insegura, ganándose una sonrisa amistosa de parte del de anteojos.

    —Iba a decir idiota, pero lo que has dicho es más amable. De cualquier manera, no se lo tomes a mal; es un buen tipo dentro de lo que cabe.

    —Pues yo no le veo lo bueno —arguyó Laura, irritada.

    —Suficiente de pelas —expuso Fabián, serio y con voz autoritaria—. Este no es el club de debate ni el de luchas, es el de ajedrez, por lo que concentrémonos en él y dejemos las riñas de lado.

    —Muy bien, estoy de acuerdo. —Laura se acercó a Renata—. Si hay una manera correcta de arreglar cuentas pendientes en el ajedrez es con un partido y tú me debes uno, Renata. ¿No se te habrá olvidado o sí? Más te vale que no, pero si es así ya te lo recordé, así que anda. Juguemos.

    —¿No puedes esperar a...?

    —¡No! —la interrumpió, impaciente—. Llevo años esperando la revancha que me debes y no pienso esperar más, así que sienta tu trasero en una silla y juguemos.

    —Laura, deberías tranquilizarte un poco —aconsejó Enrique, estando muy cerca de ella para evitar algún disgusto en caso de que la chica perdiera la compostura otra vez.

    —Estoy tranquila. ¿Por qué no iba a estar tranquila? ¿Quién dice que no estoy tranquila?

    —Creo que le hace falta un poco de calcio —le susurró Rogelio a Fabián.

    —Toneladas —concordó Cuevas, también en voz baja, antes de intervenir para calmar los humos—. Laura, ¿no crees que te convendría que Renata practicara un poco antes de que se enfrente contigo? No parece que haya jugado mucho últimamente.

    —Ese no es mi problema, es de ella —se obstinó la rizada—. Si no quería oxidarse no debió dejarlo. Ahora debe enfrentarse a las consecuencias de su estancamiento y enfrentar a los que sí hemos practicado todo el tiempo y hemos mejorado.

    —¿Y no será que simplemente te aprovechas de su situación porque quieres ganarle a toda costa? —cuestionó Rogelio, inocente.

    —¿Qué has dicho, bola de grasa?

    Laura volvió a encenderse en ira dando unos pasos hacia el chico relleno, a quien el miedo lo hizo su presa, por lo que atinó a correr al lado opuesto de la habitación para refugiarse; en tanto, Enrique detenía a la revoltosa tomándola por los hombros con suavidad pero firmeza, estando detrás de ella.

    —Vamos, vamos, no te lo tomes tan personal —dijo para tranquilizarla.

    —Está bien, jugaré —dijo al final Renata, sorprendiendo a todos—. Entre más pronto salga de esto mejor, además, Lala tiene razón; si no muestro un buen nivel ante ustedes es por mi culpa, así que está bien. Pero Lala, ¿podrías hacerme un favor?

    —¿Y por qué debería hacerlo? —inquirió la aludida, altiva.

    —¿Por favor? —suplicó Renata.

    —¿Tanto le cuesta a tu orgullo aceptar hacerle el favor? —Quiso saber Joaquín, por demás decepcionado de su compañera.

    —¿Qué quieres? —preguntó Laura al fin, de mala gana.

    —¿Podrías intentar dejar de insultar a los demás? —pidió Renata con semblante sombrío, volviendo a sorprender a todos—. Palabras como “animal”, “bruto” “gordinflón” o “bola de grasa” son muy hirientes. Deberías dejar de usarlas, por consideración a los otros.

    —¿Qué dices? —Laura la miró con exasperación—. Esas palabras describen perfectamente la actitud y apariencia de algunos, ¿por qué debería dejar de usarlas?

    —Porque puedes.

    —No quiero —se negó la rizada, terca.

    —Entonces te reto. —Renata se acercó más a su rival—. Si gano, dejas de insultar a los demás; si pierdo, sigues haciendo lo que quieras.

    —¿Por qué debería aceptar tu reto?

    —¿Tienes miedo? —Renata la miró con incredulidad, como si no pudiera dar crédito a la simple idea.

    —Nunca. Acepto —declaró Laura, confiada.

    Renata asintió, sonriendo de medio lado; esa era la Laura que ella conocía. Las dos tomaron asiento en una de las mesas en lo que sus compañeros les alistaban el tablero de ajedrez. A los ojos de todos, la partida iba a tornarse en verdad interesante, por lo que en lugar de también practicar, decidieron reunirse alrededor de las chicas dispuestos a ver el juego entre ellas. Sabían que Laura tenía un nivel muy aceptable, pero querían conocer cómo era el nivel de Renata, especialmente Enrique, quien se mostraba excepcionalmente emocionado de ver a la castaña jugar, no importaba que hiciera mucho tiempo que no tocaba una pieza contra un gran oponente.

    Laura le dejó las piezas blancas a Renata, por lo que ella empezaría. Para muchos, esa podría considerarse una ofensa, pues se decía por allí que las blancas tenían cierta ventaja, así que el porcentaje de victorias con ellas era mayor que el de las negras. Eso significaba que tal vez Laura subestimara a Renata y la chica no lo tomó a mal; después de todo, en verdad estaba fuera de práctica. También significaba que Laura confiaba mucho en sus capacidades, algo que no era de extrañar, pero eso quería decir que debía ser extremadamente precavida, pues la realidad era que no tenía idea de la mejoría que había tenido su amiga y rival, la que sin duda podía ser mucha; fueron tres años, al fin y al cabo.

    Así y todo, lo que más molestaría a Renata de perder sería que Laura no cumpliría el reto que le había propuesto y eso sí la afectaba, ya que quería que en el club se respirara paz, que no hubiese peleas, que Laura controlara un poco mejor su temperamento, actitudes y palabras; de alguna forma, quería que también cambiara un poco su personalidad. Como sabía que su compañera era muy testaruda, no había mejor forma de “obligarla” que retándola en el ajedrez y claro, ganar; el primer paso estaba dado, lo complicado sería llegar hasta el final. No obstante, Renata tuvo bien claro en el momento en que el partido inició, abriéndolo con un típico movimiento al avanzar dos casillas uno de los peones del centro, fue que ya no había marcha atrás y que no le quedaba más que esforzarse.

    El contraataque de Laura fue el caballo, por lo que lo hizo saltar hasta la fila frente a los peones, en f4. Renata movió un peón más, otras dos casillas; Laura movió un peón para dejarlo al lado del caballo, por lo que Renata optó por sacar a su caballo también, ya que estas piezas eran de mejor valor en el centro del tablero que dejándolas en las orillas o esquinas y eran, después de los peones, las segundas piezas que debían desarrollarse al iniciar un partido; lo colocó en c3, detrás del segundo peón movido. Laura movió en eso su alfil, avanzando cuatro casillas de golpe, dejándolo justo a un lado del peón de Renata, por lo que su caballo estaba en peligro, sin embargo, si lo movía para que lo capturara, dejaría desprotegido al rey y sería un jaque mate inmediato, pero sacrificar una pieza tan importante como lo era un caballo y apenas habiendo empezado el partido era... frustrante.

    Laura sonrió triunfante al ver que Renata tardaba en hacer su siguiente movimiento; estaba demostrando sus años de entrenamiento haciéndole pasar un momento difícil. No podía perder esto, simplemente no podía. Renata visualizó el tablero una vez más y lo vio; aún si no movía su caballo, Laura no lo capturaría, no le convenía, pues quedaría a merced del peón en b2 y perder el alfil en un movimiento que no lograría ninguna ventaja no tendría sentido, por lo que decidió dejarlo allí y mover su otro caballo. De la Rosa notó que Renata había visto detrás de la jugada, por lo que chasqueando la lengua en disconformidad, movió un peón; Renata movió otro. Laura capturó la primera pieza del juego, un peón de Renata con otro, dándole más confianza. Para su desgracia, no vio que el peón que utilizó quedó en el terreno del segundo caballo de Renata, por lo que ella lo movió y lo capturó, haciendo que la rizada gruñera.

    Para garantizar la seguridad del rey, Laura hizo el movimiento llamado enroque, un movimiento especial en el que podía moverse a la torre y el rey al mismo tiempo. Para hacerlo, las casillas entre alguna de las torres y el rey debían estar desocupadas, y el rey tenía que avanzar dos casillas hacia alguna de las torres en la primera fila del jugador, luego, la torre iría a la casilla sobre la que el rey había cruzado, quedando a un lado de él. En este caso, Laura movió el rey a g8 y la torre a f8. Movimiento que sorprendió a Renata porque de ese sí que no tenía idea alguna. ¿Existía algo así? ¿Era legal? Miró fugazmente a sus compañeros, quienes las miraban detenidamente, aunque nadie dijo nada al respecto, hallándose bastante metidos en el partido, por lo que parecía que sí era totalmente permitido.

    Al ver la confusión en el rostro de Renata, Laura sonrió con autosuficiencia; eso le pasaba por haber abandonado el ajedrez, pues ahora no tenía idea de movimientos importantes. Renata no quiso ponerse nerviosa, pero de pronto le quedó claro que su nivel actual no era nada, no se comparaba ya al de Laura, causando que la idea de la derrota se plantara en su mente; iba a perder, estaba segura, ¿para qué seguir con aquello? Podía declarar su derrota allí mismo, diciéndolo o derrumbando su propio rey para darse por vencida y terminar de una vez en lugar de alargar tanto el sufrimiento; la cabeza comenzaba a dolerle de tanto pensar y eso que apenas era el inicio. Sí, tal vez eso debía hacer.

    Miró a su contrincante, quien mantenía su interés total en el tablero, atenta a su siguiente movimiento, pero al ver que se demoraba, Laura alzó la vista para clavar sus ojos en los suyos, por lo que Renata pudo descubrir una vez más el fuego intenso de ellos, la llama de pasión encendida al máximo; el deseo y el amor que Laura tenía por el juego, lo mucho que había esperado para ese encuentro. No podía dejarlo a medias, no podía dejarlo inconcluso, no podía dejar de darle lo mejor. Laura no merecía semejante falta de respeto, además, ella había establecido un reto y tampoco podía abandonarlo sin más al rendirse. Por ello, con un supremo esfuerzo, volvió su atención al juego; no debía alarmarse, el movimiento raro no había afectado mucho el juego, al parecer; al menos no estaba en amenaza de nada, por lo que podía defenderse.

    Movió su alfil izquierdo una casilla, Laura avanzó un peón; Renata retrocedió uno de los caballos no deseando arriesgarlo y Laura arriesgo el alfil que tenía en espera, por lo que capturó al peón que le estorbaba el paso para colocarse en jaque; también era la primea amenaza de la partida, pero procurando no inquietarse, Renata movió el peón que debía capturar al enemigo en caso de que fuera necesario. No estaba segura, pero a ella le había parecido un sacrificio innecesario, pues su rival pudo haber movido otras piezas, pero decidió no darle demasiada importancia al asunto, seguro que Laura sabía lo que hacía; tenía mucho más experiencia después de todo.

    A partir de allí, el partido continuó enfocándose especialmente en los ataques, sacrificando peones, moviendo caballos y capturando; empezando a desarrollar el resto de las piezas como las torres, las que trabajaban mejor en campos abiertos, por lo que al ir despejando el tablero de piezas para darles cabida, era esencial comenzar a moverlas. Lo mismo con la dama, la que en lugar de ser sacada desde al principio por ser la más poderosa, debía desarrollarse también cuando el medio juego estaba en su apogeo; además de procurar poner a salvo al rey en el caso de Renata. Laura presionaba mucho al invadir la mitad del tablero perteneciente a Renata con un caballo y y un alfil mientras que la castaña no pasaba de su zona de confort con ninguna pieza.

    Laura movió el alfil amenazante, por lo que quedó en rango para capturar el propio alfil de Renata, no obstante, dado que ahora era su turno, podía ser al revés y capturarlo ella. Movió la mano con la intención de hacerlo, pero la dejó suspendida en el aire, afortunadamente sin tocar la pieza, pues una de las reglas del ajedrez era que aquella pieza que se tocaba, forzosamente debía ser movida. Renata visualizó el tablero completo y detalló la posición de la dama de su contrincante; si capturaba el alfil, la reina capturaría el suyo y le daría paso a la única defensa que tenía para su rey, la que desafortunadamente podría no ser suficiente contra ella, lo que concluiría el juego. Le convenía terminarlo allí, pero una parte de ella, esa que la había esto molestando todo el día anterior reclamándole por haber dejado el juego, esa que le repetía que no odiaba el ajedrez, sí, aquella vocecilla interior no la dejó tirar la toalla, por lo que movió una torre. Si Laura capturaba su alfil, podría defenderse con la otra torre y eso fue exactamente lo que pasó.

    Siguió el juego, con una tensión por demás palpable entre ambas, que fue evidente para todos en el salón. Poco a poco, Renata empezó a espabilarse, por lo que fue ganando terreno con las torres, ya que el espacio del centro se había limpiado lo suficiente como para moverlas con libertad, así que ahora tenía una en el otro extremo del tablero, amenazando a Laura con un jaque, el segundo de la partida. Laura se defendió tragándose dicha torre con la suya que estaba en espera, en la esquina, en caso de que dicha agresión se hiciera presente. Siguieron moviendo piezas de aquí para allá, avanzando, retrocediendo, atacando y defendiendo.

    La siguiente jugada de amenaza la hizo Laura al adentrar su caballo restante hasta la primera fila de Renata, dejando al rey en su terreno de captura, en jaque, por lo que Renata tuvo que moverlo; pero Laura ahora movió su dama a 4d, dejando a la castaña en jaque otra vez, así que Renata lo movió de nuevo a otra posición a salvo. Luego, en un par de movimientos fue el turno de Valdés de poner en jaque al rey de la otra con su dama y aunque Laura hubiese querido capturarla, si lo hacía le daba la oportunidad de hacer jaque mate con la torre restante de Renata y que esperaba en la orilla el momento adecuado para atacar.

    A partir de aquí, en la parte final del juego, fue un constante ir y venir en cuanto a jaques; de hecho, las posibilidades de un empate aumentaron a la vista de todos los espectadores, mostrando que a pesar de todo, Renata tenía un nivel destacado, pues todo sea dicho, Laura era bastante buena y se esforzaba. Sin embargo, la idea de un empate no era admisible para de la Rosa, porque lo que ella buscaba era ganar, siempre debía ganar, especialmente si era contra su eterna rival; además, ella era muy superior en destreza y práctica. En contraste con Renata, los últimos tres años no se la había pasado haciendo nada sino que había practicado y entrenado muy duro para vencerla e iba a hacerlo; tenía que hacerlo.

    Los movimientos finales llegaron. En el tablero había tres piezas negras y cinco blancas; rey blanco en e3, rey negro en d7; el resto de las piezas eran: Ta8, Ta6, Cd8, a7, e5 y f4. Renata movió uno de los peones que tenía libre; si alcanzaba el extremo opuesto con alguno, podría obtener una promoción o coronación, por lo que tendría la ventaja de cambiarlo por cualquier otra piezas; ya fuera alfil, caballo, torre o la misma reina, la que ella deseara. Laura movió su caballo, no dispuesta a permitirle aquello. Renata movió el otro peón, poniendo en jaque al rey negro, por lo que Laura lo movió a la derecha. Valdés volvió a avanzar con el peón que pensaba coronar y viendo que el rey blanco quedaba desprotegido, Laura movió el caballo con la intención de acomodarlo y capturarlo cuando hiciera falta.

    Renata siguió en su empeño por promover y Laura, sabiendo que si lo conseguía su rey estaría en peligro, lo movió a la derecha una vez más, a b7, a un lado del peón obstruido de Renata, el que no podía hacerle nada en esa posición, amenazando a la torre bajo el peón, en lo que intentaba comprar tiempo para alcanzar a posicionar su caballo y tragarse al rey blanco. No obstante, Renata optó por mover esa torre a d6, para quitarla del peligro y antes de que Laura hiciera cualquier otra movida, Fabián exclamó a modo de árbitro:

    —Jaque mate. Renata gana.


    Por ahora es todo. Gracias por leer ^u^
     
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    Sonia de Arnau

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    Si te cuento lo que me sucedió, ni me la creerías, me di tremendo spoiler del tamaño de Júpiter sobre el final del capítulo. Es gracioso (en realidad no T-T) pero al bajar la página, la bajé tan rápido (opino yo) que llegue al final y leí las últimas palabras de Fabián si querer, me sorprendí y por su puesto no tarde en leer el capítulo pues quería saber , ¿y sabes qué? ¿no, no sabes? Pues te cuento, mientras leía el el juego no comprendí ni mucho menos, números y letras, números y letras @-@ sin embrago, me emocioné en algunos momentos; especialmente en aquellos en donde hacían un movimiento y luego se miraban a los ojos, eso me gustó.
    Además, lograste algo increíble, Borealis, hiciste que en ciertos momentos, aun a pesar de saber quien iba a triunfar al final duda si en verdad lo lograría.

    Excelente capítulo. Renata vs Lala, por lo menos, De la Rosa pudo por fin volver a jugar contra Renata y, excelente que Renata no desistiera y continuara por lo menos por Laura.

    Luego lo cortaste en la mejor parte, la reacción de Laura.
     
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    Borealis Spiral

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    El nombre del Fracaso
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    @Sonia Vongola Hey, carnala. ¿Así que te diste spoiler de esa manera, eh? xD Me dio risa, jajaja. Pero al menos hice que dudaras del resultado que ya conocías; saber eso me emocionó, ¿sabes? Me hizo pensar que no hice tan peor trabajo al narrar el partido. Me alegra mucho que te gustara. ¡Gracias por tu apoyo a pesar de tu vida tan ocupada! Lo aprecio mucho y lo sabes. Se te quiere :D

    A los demás que se pasan a leer, también se los agradezco un montón. Aquí la ronda siguiente, pero antes aprovecho para hacerme spam a mí misma. He hecho una dicha de personajes en el foro de Literatura Experimental en Enlaces encantados. Les dejo el link por si alguien quiere verla. (Y yo me quejo de que la otra es copiona Dx)
    Ficha de personajes [El Nombre del Fracaso]

    Ahora sí dejo el capítulo. ¡Disfruten!

    Décima octava ronda:
    Avance

    Todos, incluyendo a la misma Renata, miraron a Fabián con estupefacción total. ¿Había ganado ya? ¿Pero si el partido no concluía todavía, o sí?

    —¡Qué! —gritó Laura por demás indignada de que decidieran eso si todavía no terminaban de jugar—. ¿Quién te crees para decirlo? ¿Qué no ves que todavía no acabamos?

    —Estás acorralada, Laura —le dijo Fabián—. Miren bien el tablero.

    —Oh, ya lo veo —dijo Enrique al ver a lo que se refería su amigo.

    —Es cierto, no hay escape —concordó Joaquín.

    —¿Quieren concluir el partido? Pues bien. Intenta hacer tu siguiente movimiento —animó el rubio a Laura.

    La rizada observó la posición de su rey, el que estaba amenazado si lo movía hacia adelante a cualquier casilla en 6 por la maldita torre; si regresaba a la primera fila, Renata promovería y seguramente querría la reina, por lo que otra vez estaría en peligro; si lo movía de vuelta a c7, Renata podría mover la torre, poniendo en riego a su rey otra vez, pero si intentaba capturar la torre en su siguiente turno, quedaría a merced del otro peón. No había manera de zafarse de esta, había perdido, se había encerrado ella misma. Apretó los puños, al tiempo que sentía que la ira la fulminaba. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser humillada una vez más contra esa fracasada y frente a tanta gente? ¿Por qué la vida era tan injusta con ella?

    —Pero debo decir que fue un partido por demás interesante e intenso —halagó Enrique, admirado y sonriente—. Ambas tienen mucho potencial. Las felicito por su esfuerzo.

    Los demás estuvieron de acuerdo y Renata les devolvió la sonrisa, agradecida.

    —¿Mucho potencial? ¿Esfuerzo? —Laura alzó la mirada para mirarlos a todos con disgusto absoluto—. ¡No me fastidien! Esta tipa no se esfuerza en nada y siempre gana.

    Señaló a Renata, mirándola iracunda, y la castaña simplemente pensó con horror: “No otra vez; no esta pelea otra vez.”

    —¡No es justo que después de haberme matado todo este tiempo en mejorar, llegues tú y me ganes así como así! ¡Siempre terminas llevándotelo todo! ¡Siempre me quitas lo que yo sí me merezco y me pertenece! ¡Te odio!

    Y por demás afectada, colérica y humillada, Laura se levantó de la silla con brusquedad, moviendo la mesa haciendo que todas las piezas se cayeran, en lo que lágrimas de frustración y amargura caían por sus mejillas, arruinándole el maquillaje; corrió fuera del aula.

    ¡No esta vez!”, gritó Renata en su mente al verla partir.

    —¡Laura, espe...!

    —¡Lala!

    Renata se puso de pie con una rapidez que no pensó tener, ganándole a Enrique en su intento por ir tras la rizada, por lo que también salió del salón a paso apremiante, no dispuesta dejar que su relación con Laura se viera mayormente despedazada de lo que de por sí ya estaba. Ese había su error aquel día que jugaron por última vez; no ir tras ella después de oír sus reclamos, no hablarle de frente, huir. Huir de los problemas siempre terminaba por costarle más inquietudes de las debidas y ya no las quería.

    —¡Renata! Oye... —Enrique hizo ademán de ir tras ella de igual forma, pero Fabián lo detuvo.

    —Aguarda, Enrique. Es mejor que las dejes solas un momento; me da la sensación de que necesitan aclarar un par de cosas.

    —¿Crees que estén bien? —indagó ahora Rogelio, intranquilo.

    —No lo sé, sinceramente no lo sé —confesó el presidente negando con la cabeza.

    Enrique tan sólo atinó a tomar asiento, tomando un alfil entre sus manos, ansioso; esperaba que Renata no saliera lastimada de ninguna forma.

    ************

    Renata fue al baño de chicas, donde seguramente se hallaría a Laura, pues no consideraba que se hubiese ido del instituto así nada más teniendo en cuenta que sus cosas seguían en el club; además de que era lo suficientemente orgullosa como para no dejar que nadie la viera en su estado actual y no había mejor lugar para desahogarse en secreto y en resguardo que el baño. Se detuvo en medio del cuarto de servicio, procurando agudizar su oído, esperando escuchar algún alarido que le diera indicio de que había acertado en su suposición. Efectivamente, de en uno de los cubículos, siendo el único ocupado, escuchó que sorbían por la nariz, por lo que se aproximó a este hasta quedar frente a la puerta.

    —Lala...

    —¡Lárgate! No quiero verte —la interrumpió groseramente.

    —No me estás viendo.

    —Pues tampoco quiero hablar contigo, así que vete. ¿No lo entiendes? Te odio; odio que todo te salga bien siempre y sin siquiera hacer el más mínimo esfuerzo. Detesto que seas tú quien haya nacido talentosa para el ajedrez; odio tener que estar siempre tras tu sombra ¡Aborrezco tener que envidiarte de esta forma tan deshonrosa! Si tuviera tu capacidad no la mandaría al traste cruzándome de brazos; si tuviera tu potencial haría todo lo que estuviera a en mi poder para explotarlo. ¡No sería una maldita holgazana y cobarde que se diera por vencida tan fácil!

    —¡Y eso es precisamente lo que yo envidio de de ti! —Renata alzó la voz, interviniendo en el discurso lamentable de Laura, al tiempo que cerraba los puños, frustrada, sintiendo que se le formaba un nudo en la garganta—. Yo soy consciente de mis defectos, todo el tiempo lo he sido. Por eso, cuando te conocí admiré tu valor, me asombró la pasión con la que hacías las cosas, me sentí celosa de tu entusiasmo y de tu espíritu de lucha como no te das una idea. ¿Talento? ¿Habilidad? ¿Capacidad? ¿De qué te sirve eso cuando no tienes aspiraciones, cuando no hay ambiciones de nada, cuando te da igual todo? Te lo diré: de nada sirven, no importan, simplemente estás vacío por dentro; eres como un robot sin sentimientos que fluye en la corriente de la vida, a su merced. Pero tú siempre has demostrado que con talento o sin él, si alcanzas la cima te sientes satisfecha y si no lo consigues, te lamentas, sí, pero nunca abandonas, sino que lo intentas y lo intentas hasta que lo logras. Eso es lo que más envidio de ti y lo que más admiro. Daría hasta la mitad de mi supuesto talento con tal de tener un espíritu tan perseverante como el tuyo. En verdad te admiro mucho, Lala.

    El ambiente quedó lleno de silencio en cuanto Renata terminó de exponer aquello que llevaba cargando todo ese tiempo, esperando que hiciera entrar en razón a la que realmente consideraba su amiga. Sentía el corazón acelerado, el rostro acalorado, temblaba ligeramente y sus ojos se vieron empañados por las lágrimas; no había sido sencillo decir aquello, más que nada debido a que no era buena expresando sus sentimientos más recónditos, sin contar que le resultaba tremendamente vergonzoso. Escuchó el pestillo de la puerta antes de ver que Laura emergía del cubículo manteniendo el ceño fruncido y con su maquillaje todo corrido, dándole un aspecto tenebroso, lo que obligó a Renata a retroceder hasta que chocó con la barra de los lavamanos frente a los servicios, temerosa. Laura bufó con irritación al ver la reacción de la otra, para después mover su larga melena rizada con la mano, tomando una pose de arrogancia.

    —Ja, no me sorprende que me admires, de hecho, tienes razón en hacerlo; después de todo, soy genial.

    —Lo eres —concedió Renata, sonriendo de medio lado; allí estaba una vez más la Laura de siempre.

    —Y tienes razón en que nunca tiro la toalla tan fácilmente, así que prepárate, porque el partido de hoy fue una simple prueba de lo que pienso hacerte pasar hasta que obtenga la victoria que merezco, ¿entiendes? —advirtió de la Rosa con severidad.

    —Ah, ya. —Renata rio con nerviosismo; sabía que esto pasaría, no debía sorprenderse—. Me haré a la idea desde ahora.

    —Más te vale. —Laura se concentró en mirar su reflejo en el espejo frente a ella—. ¡Maldición! Mira nada más, he quedado horrible y todo por tu culpa. —Volvió a bufar, disgustada—. No puedo dejar que me vean de esta manera. Anda, ve a traerme mi estuche de maquillaje. Necesito retocarme urgentemente.

    —¿Dónde está?

    —En la bolsa de mero enfrente de mi mochila.

    Renata asintió saliendo del baño para traerle lo que necesitaba. Tal vez no pareciera diferente el trato habitual que había entre ellas, pero en realidad esa confesión de ambas había dejado marcado algo en las dos; un algo que quizás no fuera muy visible o que no terminaría por cambiar su relación abruptamente. Sin embargo, era un avance y para Renata eso era más que suficiente... al menos de momento; al fin y al cabo, tampoco quería apresurar ni presionar las cosas, más bien las dejaría fluir a su ritmo, paciente. Llegó al club y al instante, Enrique dejó su lugar de espera para ir a su encuentro, tomándola de los hombros.

    —¿Estás bien? ¿Pasó algo malo? ¿Laura está bien? —la bombardeó con preguntas, preocupado, haciendo que parpadeara confundida.

    —Las dos estamos bien, gracias —respondió con simpleza, zafándose del agarre y pasando de largo al pelinegro, ubicando la mochila de Laura.

    —¿Dónde está Laura? ¿No estalló contra ti o algo? —inquirió a su vez Rogelio, curioso.

    —No, todo está bien, gracias por el interés. —Renata tomó el estuche de cosméticos—. Lala está en el baño y debe retocarse el maquillaje. Lamento la espera, pero ahorita regresamos.

    Y tal como vino, se fue, dejando mayormente pasmados a los cuatro varones, aunque visiblemente también más aliviados. No sabían qué había pasado entre ambas ni qué antecedentes tenían, pero si habían arreglado las cosas sería perfecto para todos ellos. Mientras aguardaban, Joaquín y Rogelio se trenzaron en un partido; al poco rato arribaron las dos chicas del club, quienes había estado conversando acerca del reto que habían acordado y el que Laura debía cumplir sí o sí dado que perdió. La mayor parte del trayecto, de la Rosa se la pasó quejándose por su mala suerte y reclamando por las injusticias que siempre le tocaba vivir. No obstante, era una mujer de palabra e iba a cumplir lo que había prometido, así se le fuera la vida en ello. El orgullo podía tener sus cosas buenas.

    —Muy bien, Renata. —Fabián se dirigió a ella lo más pronto posible, cumpliendo su función como encargado—. Como miembro oficial del club que eres ahora hay que ver qué nivel tienes entre todos nosotros, por lo que deberás jugar contra cada uno de los integrantes; imagina que estás participando en un torneo de liga, un todos contra todos. Como sabrás, si ganas se te concede un punto, si quedas en tablas o empate, se te da medio punto y si pierdes, no se te da ninguno. Al sumar los puntos totales veremos tu puntuación general. Todos lo hicimos durante la semana pasada y sólo faltas tú.

    —¿Todos? —Renata miró a Laura, interesada—. ¿Qué puntuación sacó Lala?

    —Tres puntos; dos victorias, dos tablas y una derrota —contestó la chica con resentimiento.

    —De hecho —intervino Rogelio, inseguro—, ahora tienes dos derrotas con la de Renata.

    —¿Qué? Yo no sabía que ese partido contaría para la puntuación —reclamó disgustada.

    —Fue el primer partido contra ella y siempre es el primero el que contamos al empezar cada año —informó a su vez Enrique, amable—. Fue tal y como nuestro primer partido, Laura; fue directo a la puntuación, es la norma del club y no hay excepciones.

    —Pero... Yo... ¡Bah! Hagan lo que quieran. —Laura su cruzó de brazos, descontenta.

    —Yo creo que es un buen puntaje —siguió animándola Enrique, sonriente—. Eres nuestra tercer mejor jugadora junto a Cornelio.

    —Ah, no me recuerdes a ese imb...

    —¡Lala! —la reprendió Renata mirándola intensamente, recordándole la apuesta, por lo que la otra no tuvo más opción que hacer un supremo esfuerzo por tragarse el insulto que quería brotar de sus labios. Al ver que no habría peligro inminente, Renata volvió su atención a Fabián—. ¿Él también consiguió tres puntos?

    —¿Te refieres a Cornelio? —Renata asintió—. Así es. Cuatro tablas y una victoria, tres puntos; están empatados.

    —No lo estamos. Yo soy mejor que él y con diferencia —se exaltó la rizada.

    —¿Lo derrotaste cuando te enfrentaste a él? —Quiso saber Renata.

    —No, quedamos en tablas —murmuró la otra, renuente.

    —Entonces es un empate —declaró la castaña en un tono de voz que no dio cabida a discusión—. ¿Quién tiene el mejor puntaje?

    —Oh, soy yo, soy yo. —Enrique alzó la mano en totalidad, risueño y entusiasmado de tener la atención de Renata sobre su persona—. Cuatro puntos con tres victorias y dos tablas.

    Renata abrió los ojos sorprendida; debía ser en verdad bueno. Los puntos podían oírse pocos, pero eran tan sólo seis personas, bueno, siete con ella ahora; que sacara cuatro puntos en verdad demostraba que dominaba bien el juego.

    —Y el señor silencioso de aquí —Fabián se dirigió al reservado Joaquín, quien no había hablado demasiado todo este rato, apretándole el hombro con camaradería—, es el segundo mejor del club.

    —Oh, vamos. —López se acomodó los anteojos, algo tímido por los halagos—. No es para tanto; es sólo medio punto más que Cornelio y Laura.

    —Medio punto es medio punto, Joaquín —lo animó Rogelio, sonriente—. Con medio punto alcanzas a Enrique y te coronas el nuevo as.

    —No gracias —declaró no deseando semejante carga en sus hombros; no sabía cómo Enrique lograba soportarla, pero él no estaría hecho para llevarla.

    —El caso es que él es el segundo con mejor puntaje —siguió informando el presidente—. Tres puntos y medio con dos victorias y tres tablas.

    —¿Y cuántos puntos tienes tú? —indagó Renata observando al rubio, incauta.

    —¿Yo? —Fabián se sonrojó visiblemente, mientras se llevaba un mano a la nuca y bajaba la mirada, abochornado en gran medida—. Bueno, siendo honesto, no es un puntaje digno de alguien que sea llamado el presidente del club de ajedrez. Es sólo de un punto con dos tablas.

    Renata continuó con sus ojos sobre él, pero Cuevas no pudo descifrar la clase de mirada que le dirigía, lo que lo avergonzó todavía más; debía pensar que en verdad no merecía el cargo que tenía. No era que fuera malo tal cual, en realidad, como analista de partidos era bastante bueno; como espectador podía ver con claridad los movimientos posibles y distinguía los mejores a llevar a cabo. Tenía el ojo preciso para ello, por eso había visualizado el jaque mate en el partido de Laura y Renta antes que cualquiera. Sin embargo, cuando le tocaba practicarlo, todo ese saber se reducía de forma significativa; era como si de pronto la mente le quedara en blanco. En pocas palabras, a la hora de cualquier partido los nervios lo traicionaban inmensamente y aunque había intentado controlarlos, parecía ser que éstos no formaban parte de su dominio.

    Pudo haberle explicado a Renata eso para que no se llevara una mala impresión de él, pero quizás se oiría como una excusa barata, por lo que prefirió dejar que pensara lo que quisiera. No obstante, lejos de que Renata tuviera un mal concepto de Fabián, le pareció admirable, así como extraordinario e increíble. ¿Cómo era capaz de continuar con algo que se le daba tan mal? ¿Cómo podía seguir adelante a pesar de las innumerables derrotas que seguramente sufría constantemente? ¿Tan grande era su gusto por el juego? Era asombroso sin duda. A ella le faltaba tanto por recorrer en ese aspecto que de pronto sintió que por más que lo intentara, jamás llegaría al nivel de él o de Laura.

    —Oigan, no se olviden de mí que también soy parte del club —se metió Rogelio en los pensamientos de Fabián y Renata, por lo que ambos así como el resto, enfocó su visión en el regordete, quien sonreía con ánimo—. Y no tienes mucho de qué quejarte, Fabián. Al menos tú tienes un dígito completo, no como yo que apenas alcanzo el medio punto por el empate que tuve contra ti.

    —Tienes razón, lo siento —se disculpó Cuevas, sintiéndose culpable.

    —No importa —lo tranquilizó Montero, luego se dirigió a Renata—. ¿Sabes? A diferencia de todos aquí que conocen el ajedrez desde que eran niños y lo han practicado por años, yo empecé con él apenas el año pasado.

    Saber aquello anonadó en gran manera a Renata; no lo hubiese imaginado. Rogelio se divirtió por la reacción de ella, así que lanzó una pequeña risa nasal.

    —Es cierto; Enrique me invitó. Nos conocemos desde secundaria y aunque sólo nos conocíamos de nombre y de lejos, no sé, siempre me pareció cool, así cuando me invitó a unirme al club simplemente acepté. Nunca había jugado ajedrez y no tenía idea de nada, pero él me ayudó; me explicó todo lo que necesitaba saber y fue muy paciente conmigo. No puedo decir que hoy día soy una máquina en el juego, pero he aprendido a tenerle cariño; después de todo, gracias a él es que ahora tengo tan buenos amigos. Es cierto, me derrotan muy fácilmente y quizás no sea el mejor oponente, pero es el proceso de aprender, ¿no? Perder significa que aún hay margen de crecimiento y mejoría, ¿no crees?

    Renata volvió a abrir los ojos, impresionada por las palabras de Rogelio, pues no podía negar la razón y la sabiduría en ellas. Estaba rodeada de personas fenomenales; sentía que no encajaba para nada allí.

    —Además —siguió diciendo Rogelio, sacándola de sus cavilaciones—, también me esfuerzo por mejorar para agradecerle de alguna manera a Enrique todo el apoyo que me ha dado. Ya sabes, él ha estado dándome la mano siempre que me ha hecho falta, sin esperar nada, como un verdadero amigo; me ha dado mucho, incluyendo el ajedrez. Supongo que dar lo máximo de mí en esto es una forma de corresponderle. No sé si me entiendas.

    Lo hacía, definitivamente lo hacía. Renata recordó a Jasiel. Él también había cumplido un papel parecido para con ella; le había otorgado muchas alegrías durante el tiempo en el que fue al club de su abuelo, pero al abandonarlo todo había olvidado darle las gracias de la forma que Rogelio lo hacía; tenía que cambiar eso. Sin duda, de todos allí iba a prender algo valioso, muy, muy valioso y por primera vez en mucho tiempo se sintió anhelante por el porvenir.


    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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  17.  
    Sonia de Arnau

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    Veme aquí, señorita, de nuevo, algo -mucho- tarde, pero llegando para comentar.

    Debo decir que ahora comprendo cuando me dijiste que si ya había leído este capítulo cuando te informé que sentía que a Lala le desagradaba (de alguna forma) Renata, o una descripción mejor sería, que no la soportaba, la odiaba o algo así. Ahora entiendo que esa relación amistad-rivalidad/amor-odio que tienen ambas las hace verdaderas amigas. Así que Renata siempre la ha tenido envidia a Lala porque ella, a pesar de caer y volver a caer es una persona persistente y sigue luchando, cosa que Renata definitivamente no tiene. Que adorable. Pero entiendo y aunque es bueno tener alta auto-estima, pienso que la autoestima que Lala tiene hace que muchos (Cornelio) no sea de su agrado. Desde un principio, De la Rosa nunca me cayó mal, al contrario, cuando la leí me fascinó el personaje, su presentación, su actitud y, aunque a veces algo desquiciante, su personalidad.

    Me apreció un muy buen capítulo, explotando los sentimientos de ambas. Es bueno que ambas tengas eso bien claro. Además, leer que Laura en realidad es sentimental, y a tenido muy arraigado en el corazón el ver como Renata, una persona que no se esfuerza, gané con aquella facilidad y que ella, a pesar de seguir trabajando duro para mejorar no ha logrado ganarle, me gustó mucho. Apreciando aún más ese personaje porque yo he llegado a caer en esos pensamientos.; la he llegado a comprender.

    Bueno, a perdido, así que señorita De la Rosa, debe cumplir su promesa y evitar herir a las personas con esos adjetivos tan fuertes que sueles utilizar para referirte a alguien. Y Renata, para ti, bueno, has conseguido a personas que te estarán apoyando así que ánimo mujer que sigue esforzándote ante tu negatividad y pereza . Sigo esperando la reacción de Jasiel cuando se entere que Renata volvió al juego.
     
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  18. Threadmarks: Ronda 19: Derrota
     
    Borealis Spiral

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    El nombre del Fracaso
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    2744
    Rodriguez Varia Qué va, si llegaste justo a tiempo, la verdad y en realidad me gustó mucho tu comentario. El análisis que hiciste de Laura es el correcto, sí señor. Lau es un muy buen personaje; no es mi favorito, no me agrada mucho su tipo de personalidad, pero reconozco que es un muy buen personaje, muy completo como puedes darte cuenta, pues pese a la dureza que muestra, allí se ve que tiene sentimientos y que puede ponerse down como todos. Jeje, curioso que los personajes que menos me gustan son los que mejor me salen xD (Laura, Demian, Anahí, etc.) Pero en fin, espero que la historia siga gustándote y mil gracias por tu apoyo. Lo aprecio mucho, mucho.

    A los demás que se pasan a leer, también se los agradezco de corazón; valen oro. Y nada más, aquí dejo la siguiente ronda, espero les guste. ¡Disfruten!

    Décima novena ronda:
    Derrota

    —De cualquier manera —Fabián tomó la palabra nuevamente—, necesitamos saber tu puntuación, Renata, por lo que te aconsejaría que jugaras contra alguien más de inmediato. ¿Quién...?

    —¡Yo, yo, yo! —Enrique se apresuró a alzar el brazo, apuntándose a ser su siguiente oponente, ilusionado y ansioso—. Yo quiero jugar contra ti, Renata.

    —Está bien —aceptó la chica tomando asiento mientras Enrique hacía lo mismo.

    —Derrótala, Enrique —lo presionó Laura—. Véngate por mí. Sé que puedes.

    —¿No deberías apoyar a tu amiga? —cuestionó Rogelio, extrañado, pero no obtuvo respuesta por parte de su compañera—. Bueno, no es que quiera ser malo con Renata, pero también creo que Enrique la vencerá.

    —Vamos, Renata nos ha mostrado un excelente partido —intervino Enrique, no deseando que los comentarios a su favor desanimaran a la chica—. Yo creo que podría vencerme si se lo propone.

    —Muy bien, le daré el beneficio de la duda —concedió Joaquín, acomodándose sus anteojos—. Esfuérzate, Renata, tienes mi apoyo.

    —Sí, gracias. —Ella le sonrió agradecida.

    —Aquí vamos —dijo el as Acosta, animado.

    El partido comenzó. El color de las piezas en cada partido debían intercalarse, por lo que un jugador normalmente jugaba con el color contrario del que había jugado antes; en ocasiones podían jugar dos veces con el mismo color, pero una tercera vez ya no era admisible. De allí que ahora a Renata le tocara mover las negras, por lo que Enrique daría inicio con las blancas; movió uno de los peones del centro dos casillas, siendo la forma más adecuada de comenzar. Renata también avanzó uno de sus peones una casilla y el pelinegro avanzó el otro peón del centro, también dos casillas, en lo que Renata movía otro de los suyos a d5 para bloquearle uno.

    Enrique podría haber comido el peón que la castaña había movido al tenerlo bajo su merced, pero lo vio contraproducente teniendo en cuenta que también habría entrado en territorio del otro peón de Renata, por lo que decidió pasar al desarrollo de los caballos, moviendo el de la izquierda a c3, esperando ahora el movimiento de su contrincante. Y Renata hizo lo que pensó que haría; como él no aprovechó a capturar su pieza, ella sí sacó ventaja de la situación y se comió al peón del pelinegro. Un movimiento apresurado, pensó Acosta, cuando ahora él movió el mismo caballo que había movido con anterioridad para comerse el peón de Valdés. La expresión de la chica se tornó sorpresiva; no había visto ese movimiento.

    —No te apresures a capturar piezas simplemente porque sí —le aconsejó él, amable—. Ve más allá de las posibles oportunidades.

    Renata asintió, volviendo su atención al juego, pensando que sería buena idea que también empezara a desarrollar sus caballos, por lo que movió el de la derecha. Enrique había estado abriéndole paso a su alfil derecho, por lo que al verlo libre, lo movió un par de casillas. Renata movió su caballo izquierdo, dejándolo a merced de uno de los caballos de su oponente; si mordía el anzuelo y lo capturaba, ella podría contraatacar con un peón, pero no, Enrique no cayó en la trampa, por lo que sacó a su caballo del terreno peligroso, moviéndolo a g5, totalmente a salvo. La chica movió un peón a h6, amenazando una vez más el caballo del pelinegro, por lo que él volvió a moverlo, ahora a e6, entrando de lleno a la zona de defensa de ella y por ende, amenazando a la dama.

    Desde sus lugares como espectadores, Fabián, Joaquín y Laura negaron con la cabeza al ver que Renata movía su dama para ponerla a salvo; se había puesto nerviosa. Apenas empezaba el juego y aunque Enrique presionaba bastante bien con los caballos, no era el momento de sacar a la reina tan descuidadamente; después de todo, Renata pudo haber capturado el caballo blanco con alguno de los peones, mas parecía ser que los olvidó por un momento.

    Al ver que su movimiento arriesgado había valido la pena y no terminó siendo capturado, Enrique movió una vez más su caballo, no comiéndose a la dama porque ya no estaba en su rango, pero sí al alfil izquierdo de Renata, que seguía inmóvil en su lugar, lo que provocó que la joven se pusiera mayormente inquieta. Apenas iban unas cuantas jugadas y ya Enrique había pasado al otro lado del tablero; ¡había derrumbado todas sus defensas como si nada! No debía preocuparse por el rey pese a que el caballo estuviera a su lado, pues no entraba en su rango, pero de igual forma era increíble. ¿Acaso no estaba tomando en serio el juego? No, sí que intentaba pensar. ¿Entonces era que estaba cansada del anterior partido con Laura? Eso podría ser; después de todo, estaba muy desacostumbrada a jugar repetidas veces y con oponentes tan dignos.

    Renata capturó el caballo intruso con su torre, en lo que Enrique avanzaba con su caballo restante. ¿Era su imaginación o a él le gustaba mucho desarrollarse con estas piezas en concreto?, se preguntó la chica. Viendo a su dama demasiado desprotegida para tan temprana etapa del juego, Renata la retrocedió una casilla, adentrándola a su zona de confort; estaba poniéndose excepcionalmente defensiva en este partido. Enrique movió otro peón y ella igual; luego él movió su dama una casilla en diagonal, a e2 y después ambos movieron un peón en su respectivo turno. En verdad el juego parecía más defensivo en este caso, ya que ninguno dejaba la mitad de su tablero, un contraste total con el de Laura en el que las capturas y ataques estuvieron a la orden del día.

    Ahora, los dos pasaron a desarrollar sus alfiles, por lo que ella movió el de la derecha siendo el único que le quedaba, colocándolo en b7, en lo que él avanzaba el de la izquierda a f4, amenazando una vez más la dama de Renata, quien podía capturar el alfil enemigo en su turno con dicha pieza si no fuera porque si lo hacía, uno de los peones de Enrique la capturaría y perder a la dama tan pronto no era aceptable, por lo que de nuevo, Renata retrocedió a la posición original de la dama. Y viendo la gran brecha en la línea defensiva de Valdés, el joven movió el alfil que tenía en f4 y lo pasó hasta d6, asombrando a Renata mayormente, sobre todo porque justo en esa posición y como estaban el resto de sus piezas, ese alfil estaba libre de cualquier peligro, en contraste con su torre izquierda, la que sería capturada por el mismo si no la movía, por que lo hizo, avanzando una casilla a la izquierda. Finalmente, Enrique movió su dama hasta e6, capturando al peón que ocupaba esa casilla.

    —Jaque mate —anunció él al terminar de capturar el peón negro.

    Atónita e incapaz de creérselo, Renata analizó el tablero, notando que efectivamente estaba acorralada a más no poder. Su rey sólo era capaz de moverse dos casillas pues las otras estaban ocupadas por sus propias piezas y en ambas casillas libres, había una pieza de Enrique en espera de dar el mate, por lo que no había duda; había perdido y de una manera increíblemente rápida. ¿Este era el nivel de Enrique? Pues tenía que decir que era en verdad bueno, muy, muy bueno.

    —No te preocupes, lo hiciste realmente bien —la animó el pelinegro, sonriente, al ver que su expresión seguía llena de desconcierto—. Tan sólo recuerda lo que te dije de no capturar piezas simplemente porque sí y seguro que te irá mejor la próxima vez. Si tienes cualquier duda, puedes contar conmigo para lo que sea; estaré encantado de ayudarte.

    —Sí, gracias —agradeció la castaña desganada, pues a pesar de todo el tiempo transcurrido, perder seguía siendo feo y algo que no le gustaba nada.

    —Es cierto, lo hiciste muy bien —estuvo de acuerdo Joaquín—. Pero si hubieses usado el enroque, quizás habrías dado mejor pelea.

    —¿Qué es el enroque? —inquirió Renata, confundida.

    —¿No sabes lo que es el enroque? —preguntaron todos excepto Laura, sorprendidos; luego, Enrique siguió—. ¿Quieres decir que jugabas sin conocer ese movimiento tan importante?

    Renata asintió, extrañada. ¿En verdad era la gran cosa?

    —¿Te fijaste en el movimiento que hizo Laura con la torre y el rey mientras jugaban? —averiguó Fabián, cruzándose de brazos.

    —Sí. —Renata asintió, recordando el movimiento raro que pensó que era ilegal.

    —Pues ese es el enroque —explicó el rubio—. Es un movimiento especial de defensa; el único en el que el rey se mueve más de una casilla, el único en el que se mueve más de una pieza a la vez y el único en el que la torre puede saltar por encima de otra pieza. Su principal función es la de poner al rey a salvo detrás de los peones o, de manera ofensiva, poner la torre en una mejor posición de ataque.

    —¿Hay condiciones en la que puedas hacerlo? —se interesó la castaña.

    —Sí —contestó ahora Enrique, deseando serle de ayuda—. Debes cuidar que el rey no haya hecho ningún movimiento previo, así como la torre con la que desees intercambiar lugares; tampoco debe haber ninguna pieza entre el rey y la torre, y el rey no puede estar en jaque ni puede pasar a través de casillas que estén bajo ataque y si quieres usarlo pero pones al rey en jaque, entonces es inadmisible; no puedes hacerlo.

    —Es complicado —aceptó la chica, rascándose la cabeza.

    —Ay, no te quejes, es cuestión de que lo practiques tú misma para que lo aprendas —la reprendió Laura.

    —¿Quieres jugar otro partido e intentarlo, Renata? —interrogó Fabián, amable.

    —La verdad, estoy cansada mentalmente y creo que hasta me duele la cabeza —se sinceró ella, agotada; en serio estaba fuera de práctica.

    —Uff, debilucha —bufó Laura.

    —Bueno, es obvio que terminara así teniendo en cuenta que lleva mucho sin jugar —la defendió Enrique.

    —Es cierto. —Rogelio cabeceó con energía—. Además, sus oponentes de hoy no eran fáciles.

    —Dime, Renata, ¿te gustaría aprender el enroque viéndolo tú misma? Si quieres, puedo jugar contra alguien para mostrártelo —ofreció el as, atento.

    —¿En serio? Estaría bien. —A la nueva integrante le pareció una gran idea, por lo que aceptó sonriente.

    —Es buena idea —concedió el presidente—. Sirve que practicas, Enrique; te necesitamos en tu mejor forma para lo de mañana.

    —¿Qué pasa mañana? —curioseó Renata.

    —Uno de los integrantes del club vespertino me desafió a un partido —informó Enrique.

    —¿Quién? —De pronto, Renata sintió que el asunto le concernía más de lo que debería.

    —Jasiel. —Laura escupió el nombre con nada de amabilidad.

    —¿Él? —La castaña abrió los ojos, impactada.

    —¿Lo conoces? —preguntaron Rogelio y Enrique al unísono.

    —Claro que lo conoce —respondió de la Rosa antes de que ella misma pudiera hacerlo—. Por él y el club de su abuelo es que nos traicionó a mi tío y a mí.

    —Yo no traicioné a nadie, Lala —se defendió Renata, ofendida por esa acusación.

    —¿Así que estuviste en el club de su abuelo? —Joaquín se vio atraído a la conversación—. ¿Sabes que su abuelo tuvo el título nacional?

    —Sí, lo sé.

    —¿Y qué tan bueno es él? —inquirió Rogelio, indiscreto—. Digo, si es nieto de un gran maestro ajedrecista debe ser muy bueno, ¿cierto?

    —Supongo. —Renata desvió la mirada de todos, no estando segura de qué responder a eso.

    —Laura asegura que Enrique puede vencerlo —comentó otra vez el de anteojos.

    —Por supuesto que puede —se metió la rizada, confiada—. Enrique tiene la capacidad suficiente, yo lo sé.

    —Yo también digo eso —convino Rogelio, orgulloso de su amigo—. No por nada es nuestro as y el mejor del equipo. ¡Él puede con todos!

    —Vamos, tampoco alardeen tanto de mí, soy un aficionado igual que todos. —El aludido se apresuró a calmar los humos, sintiéndose nervioso de recibir tantas alabanzas delante de Renata; esperaba que no pensara que era un presuntuoso.

    —Allí lo tienes, Renata. —Fabián se acercó a ella en lo que los otros tres seguían a su rollo—. Ellos creen que Enrique puede derrotarlo. Tú que lo conoces y lo has visto jugar, ¿qué opinas?

    —Lala también lo ha visto jugar —dijo haciéndose la desentendida.

    —Cierto, pero algo me dice que no le tiene muy buena estima a Jasiel, por lo que siento que su opinión es más subjetiva que otra cosa. Lo mismo pasa con Rogelio; tiene a Enrique en un pedestal tan alto y lo quiere tanto que no puede evitar irse por su lado. Tú pareces ser alguien más objetiva en ese aspecto, así que me ha dado curiosidad.

    Renata se cruzó de brazos y clavó su mirada al suelo. Creía que era objetiva, ¿eh? Pues no del todo. En realidad, no tenía idea de quién podría ganar y si era sincera con ella misma, la gran parte de su persona deseaba que fuera el cobrizo quien saliera vencedor; después de todo, él también había estado practicando los últimos tres años, incansable, por lo que se merecía cualquier victoria. No era que dudara del talento de Enrique ni de su empeño, ni tampoco era que deseara verlo perder por la derrota que le había dado ese día; no, simplemente era que estaba igual que Rogelio. Lo que había vivido con Jasiel y lo que sentía por él la hacían inclinarse más hacia su balanza, era inevitable. Pero sabía que su pensar no era justo ni apropiado para estas buenas personas que la habían acogido con tanta amabilidad, por lo que se limitó a encogerse de hombros y declarar:

    —Tal vez sea un empate.

    —Un empate, ¿eh? —Fabián miró el techo del aula, meditativo—. Supongo que podría ser, sí.

    Y no hablaron nada más respecto a Jasiel, al partido de mañana y quién creían que ganaría, por lo que el resto del tiempo que les quedaba del club lo pasaron normal y ameno, en lo que Enrique y Joaquín jugaban un partido en el que ambos procurarían usar el enroque para que Renata lo viera, explicándole detalle a detalle cómo era que debía ser llevado a cabo este especial movimiento. De aquella manera, llegó la hora de que todos se fueran a casa, así que Renata se despidió de sus compañeros, en lo que ella y Laura se encaminaban a su hogar juntas, pues debían tomar el mismo trayecto hacia el centro para llegar a cierta calle donde cada quien partiría por su propio rumbo.

    En el camino, Laura habló y habló de todos los supuestos disgustos que le había hecho pasar este tiempo que no aceptó su desafío y cómo era que ella practicaría no sólo en el club de la escuela sino que también en el de su tío para derrotarla, así fuera lo último que hiciera en su vida. Renata la escuchó pacientemente y en silencio, sin poder evitar que sus labios se curvaran hacia arriba en una genuina y sincera sonrisa, no sólo por el avance que había hecho con su amiga y rival, sino también por el progreso que había hecho en el ajedrez. Se lo había pasado muy bien con todos en el club y el gozo que revoloteaba en su interior era prueba de ello. Además, realmente deseaba que llegara el día de mañana, no sólo para seguir con su evolución, sino para verlo; volvería a ver a Jasiel jugar y aquello la emocionaba enormemente, pues ahora sabría qué tanto había mejorado él y qué tanto le hacía falta recorrer a ella para alcanzarlo.

    Su lucha apenas empezaba.


    Por ahora es todo. Gracias por leer.
     
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    Borealis Spiral

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    El nombre del Fracaso
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    ¡Hola gente! Pues nada, aquí otra vez yo, haciendo entrega de la próxima ronda de esta historia. Agradezco a las personas que se toman su tiempo de pasar a leer. No hay mucho que decir por lo que simplemente dejaré el capítulo. ¡Disfruten!

    Vigésima ronda:
    Perdón

    La noche había caído aquel día miércoles, por lo que los estudiantes del turno vespertino empezaban a abandonar las instalaciones escolares al finalizar las clases, para dirigirse a su respectivo hogar bajo la indiscreta mirada de las estrellas que salpicaban el manto nocturno. Entre ellos se encontraba Jasiel Romero, quien había estado excepcionalmente distraído desde el día anterior; no obstante, la razón de su poca atención se debía a lo que había pasado anoche con la llamada de Camila. Después de que su temperamento se hubo calmado a base de ejercicio físico —y para desgracia de su pobre mochila—, le había quedado más que claro que su actuar para con ella había estado terriblemente mal y el remordimiento se había encargado de carcomerlo por dentro como un suplicio intenso, por lo que debía disculparse de inmediato.

    Sin embargo, ese “de inmediato” se había alargado varias horas que para él no fueron más que tortura pura e inquietud malsana; después de todo, Camila estaba ocupada durante el día con las clases y él no tenía tiempo durante la tarde por lo mismo, así que la llamada urgente que había deseado hacerle tuvo que posponerse hasta esta hora y una vez más, deseó de corazón haberse inscrito en la mañana. Con la ansiedad a flor de piel, el cobrizo sacó su celular del bolsillo del pantalón del uniforme deportivo, yendo a la lista de contactos favoritos, la que era encabezada por el nombre de Camila Oviedo, y marcó. El repiqueteo del otro lado de la línea se repitió unas tres veces, logrando que con agobio enfermizo, Jasiel pensara que quizás su amiga no contestaría.

    Ante la idea, una terrible culpa y malestar lo invadieron, especialmente por el hecho de reconocer que si Camila decidía ignorarlo de plano sería por justas razones dada su actitud infantil; al fin y al cabo se lo merecía. No obstante, la mayor parte de él se negó rotundamente a aceptar aquello. No quería que Camila estuviera molesta con él; de todas las personas posibles, de Camila era de quien menos deseaba tener cualquier tipo de roce o malentendido. ¡Le importaba un bledo caerle mal a medio mundo con tal de que con ella estuviera bien! Por eso se prometió a sí mismo que si la chica se negaba a contestarle, por Dios que se haría la pinta el día siguiente con tal de ir hasta su hogar en su poblado rural y rogaría su perdón de rodillas si era necesario; vaya que lo haría. Afortunadamente, ella respondió.

    ¿Bueno?

    La voz de la joven estuvo cargada de tal sequedad y resentimiento, que abrieron una gran herida en el corazón de Jasiel. Nunca antes había oído la voz tan dulce y noble de Camila llena de semejantes tonos despectivos, y mucho menos si dichas muestras de emoción eran dirigidas a él, provocando que se sintiera fatal, peor de lo que ya se sentía. Además, la muchacha no lo había saludado con su manera habitual y familiar de siempre, sino que había usado una frase que bien podía decirle a cualquier desconocido, afectándolo mayormente. ¿Significaba que la confianza entre ambos se había dañado? Pensar que sí lo sumió en mayor abatimiento.

    —Cami —la nombró con toda la aflicción que sentía en ese momento, su voz cargada de pesar.

    ¿Sí? —Esta vez, ella suavizó su son al notar la pesadumbre de él.

    —Lo siento tanto, Cami —se disculpó él por demás arrepentido, notándose en sus palabras temblorosas—. Soy un idiota... ¡No! Soy el rey de los idiotas. No debí decirte todas esas tonterías que te dije ayer. Lo lamento mucho de verdad, perdóname por favor. Lo único que querías era ayudarme, hacerme entrar en razón y yo te rechacé de la manera más estúpida y engreída posible. Discúlpame por favor.

    No pasa nada —Camila habló también con algo de dificultad, conmovida por escucharlo abrirse de esa manera hacia ella, con tanta humildad—. Creo que en serio no debí apresurarme a conjeturar cosas que...

    —¡No, no, no! —La interrumpió él, sacudiendo la cabeza con ímpetu, importándole un soberano cacahuate batirse el cerebro y dejarlo inútil—. Ha sido completamente mi culpa. Me sumí tanto en mí mismo y mi padecer que no vi nada más allá de mis narices; fui un egoísta, ciego y testarudo que terminó juzgando tus motivos. Fui yo quien hizo conjeturas apresuradas por hallarme tan absurdamente a la defensiva. Te suplico que me perdones, Cami, por favor.

    No creo que haya nada que perdonar, Jasiel —lo tranquilizó ella—. Yo fui demasiado delicada ese aspecto y no debió ser así, lo siento.

    —No te disculpes, estabas en tu derecho —rebatió él, firme—. Lidiar conmigo no siempre es fácil.

    Tampoco es sencillo lidiar conmigo, Jasiel, y tú has hecho un trabajo admirable, he de confesar. Te lo agradezco y no te preocupes más, no estoy molesta ni te guardo rencor ni nada. Será mejor que olvidemos esto, ¿te parece? —animó ella, pacífica.

    —Tienes razón, es lo mejor. Gracias, Cami.

    Es mi placer, Jasiel.

    Jasiel soltó un suspiro de alivio, sintiendo que una enorme carga era sacada de sus hombros y que le volvía el aliento al cuerpo, al tiempo que sonreía ampliamente. En verdad había estado muy intranquilo por todo este asunto; ni siquiera había conseguido conciliar bien el sueño, ya que su conciencia lo carcomía inmisericorde. Se alegraba mucho de que todo hubiese quedado zanjado, de que Camila lo hubiese perdonado y estaba muy agradecido con ella por eso. En realidad, se sentía muy afortunado de haberla conocido, pues Camila era de las personas más maravillosas que conocía; era atenta, amable, una gran amiga y lo que más le gustaba de ella era que siempre se esforzaba por dar lo mejor de sí a pesar de las dificultades, los golpes de la vida o las limitaciones. Era como una preciosa luz en medio de un mundo de penumbras y él no podía evitar adorar su brillo.

    ¿Tú estás bien? —indagó la chica, insegura, pero evidentemente preocupada.

    —Claro, ¿por qué no iba a estarlo? —Jasiel frunció el ceño, extrañado por la pregunta repentina. Ella lo había perdonado, así que no podría estar mal ahora.

    No, por nada. Eh... —Hizo una pausa, como si pensara en continuar o no; al final optó por seguir—. Es sólo que creí que, bueno, que seguirías decaído por lo de Renata.

    No era un tema que realmente Camila quisiera sacar a colación, sobre todo si al hacerlo ella terminaba entristeciéndose sin causa. Pero consideraba que en esos precisos instantes, Jasiel necesitaba su ayuda con respecto a este asunto por lo que quería dársela; en verdad deseaba ser un apoyo para él y claro, no quería que dejara de lado su bella cualidad de auxiliar a las personas, especialmente a quienes apreciaba y a quienes admiraba; era la naturaleza de Jasiel después de todo. Además, no sabía si era menester que Renata recibiera el estímulo de él para seguir adelante y si era así, ¿cómo podía entrometerse teniendo en cuenta que ella misma había salido de su propia melancolía y soledad con la ayuda de Jasiel? Aun así, no podía evitar experimentar amargura y celos por cualquier posible futuro escenario de una reconciliación entre el cobrizo y Renata. A tal grado era su sentir, que la parte más recóndita y profunda de su mente hasta se atrevía a pensar que era mejor que él no insistiera en el asunto. Se sentía una hipócrita.

    En cambio, Jasiel no había pensado en la cuestión con Renata desde que su prioridad había sido la de pedirle perdón a Camila. Ahora que se lo recordaban, no estaba seguro de cómo sentirse. Había exagerado en su reacción ante lo que ella le había dicho, eso le quedaba más claro que el agua, pero no pudo evitarlo. Siempre había soñado con enfrentarse a ella en algún duelo, en el torneo regional especialmente; nunca dudó que algún día ella se presentaría. Supuso que de algún modo, su interior había albergado la confianza suficiente de que lo que hicieron él y su abuelo por Renata había sido lo necesario como para que ella volara por su cuenta, mas parecía ser que no. Nuevamente, era su culpa por albergar semejantes esperanzas.

    ¿En serio piensas abandonarla? —inquirió una vez más Camila al ver que él no decía nada; no deseaba presionarlo, pero quería conocer sus pensamientos.

    —No puedo obligarla a hacer algo que no quiere, Cami —arguyó él, derrotado—. Y por lo que veo, Renata no quiere jugar ajedrez nuevamente.

    Pero tú me dijiste que antes lo disfrutaba mucho.

    —Antes, tú lo has dicho —Jasiel recitó las mismas palabras que la joven Valdés le había expuesto—. La realidad es que esta Renata no es la que yo conocí hace años, Cami; esta es mucho más negativa.

    ¿Y cómo sabes si esa supuesta negación no es un simple escudo? —insistió ella, intentando ver las posibilidades, poniéndose en los zapatos de Renata—. ¿Qué tal si ese supuesto disgusto no es más que un grito silencioso de socorro? Si es cierto que no la conoces más, ya no puedes saber por lo que pasa, ya no sabes lo que piensa ni lo que siente, ¿verdad? ¿Entonces por qué no te esfuerzas por conocerla otra vez? Como a cualquier persona nueva que esté desanimada, sin los recuerdos anteriores de ella; sólo desde cero, justo como sabes hacerle.

    —Es que sinceramente no estoy seguro de querer conocerla —reconoció Jasiel, abrumado.

    En ese caso, ya no puedes decir que el problema sea completamente de Renata, ¿o sí? —sentenció Camila, directa.

    Las palabras de Camila fueron como una fuerte bofetada para Jasiel, una que le dolió de muchas maneras, pero que al mismo tiempo le hizo abrir los ojos, le devolvió el raciocinio. Tenía razón, Camila tenía razón. Que él no quisiera conocer a la Renata que se le presentaba en la actualidad no era problema de nadie más que suyo. ¿Acaso le daba miedo conocerla otra vez? ¿Temía decepcionarse más? ¿Y desde cuándo había resultado tan cobarde? Él no era así, para nada; él era normalmente el alentador no el alentado, ¿entonces cuándo se habían intercambiado los papeles? ¿Desde cuándo Camila había tomado esa fortaleza por su cuenta para ser capaz de zarandearlo como se merecía? ¿Desde cuándo ella había dejado de necesitarlo para ser él quien terminara necesitándola? ¡Era patético! Empezaba a sentir lástima de él mismo; de hecho, se rio de su persona por adoptar semejante actitud defensiva cuando no había ni la más remota necesidad.

    Sin embargo, aquella risa irónica interior se exteriorizó en una ahora mucho más amena que brotó al pensar en Camila. Ella sabía que él tenía la habilidad... No, era más que eso; lo suyo era una necesidad innata de coadyuvar, de impulsar a los que lo rodeaban; era su carácter y ella lo sabía. Camila confiaba plenamente en esa faceta suya y sabía lo que podía hacer gracias a ella, lo que era capaz de lograr; por lo que allí estaba, exhortándolo a usarla como debía, con todo lo que podía. Fue al analizar todo eso que lo asaltaron las terribles ganas de viajar a través de la llamada telefónica con tal de materializarse frente a la chica y estrecharla fuertemente entre sus brazos, no sólo en sincera muestra de agradecimiento por ser como era, sino por el mero deseo de hacerlo, por el loco impulso que le nació. ¿Es que cómo podía existir alguien tan adorable?

    —Cami —la llamó con voz risueña intentando contener su carcajeo repentino.

    ¿Dime? —Camila se había callado al escuchar la risotada de él, de pronto dudosa de decir algo, sin saber si se burlaba de ella, o si por el contrario había perdido la cabeza por lo que le dijo.

    —No te haces ni una idea de las inmensas ganas que tengo de abrazarte en este momento —admitió el cobrizo, honesto, sin ser consciente de la tremenda turbación que provocó en su interlocutora, quien sintió el rostro enrojecer y que el corazón le palpitaba desbocado en su pecho.

    Eh... Ah, yo... Uh... —Camila balbuceó infinidad de incoherencias, en verdad azorada—. Qué malo eres. Tú sí que me vacilas; juegas con mis sentimientos.

    —No lo hago, sabes que sería incapaz de hacer tal cosa —rectificó Jasiel, seguro—. Lo digo muy, muy en serio. Tengo un montón de ganas de verte, Cami —volvió a confesar con voz tenue, cargada de un ligero bochorno pero no por eso menos firme.

    Pues qué pena por ti —declaró ella intentando no parecer afectada, disfrazándolo con picardía—. Tendrás que esperar hasta mayo del próximo año en el torneo regional para hacerlo, así que pon en lista de espera todos esos abrazos que se te ocurran querer darme hasta entonces.

    —¿Te imaginas? Si se acumulan todos voy a terminar matándote de asfixia —repuso él, divertido.

    Ah, conque esa es la forma con la que finalmente te desharás de mí, ¿eh? —continuó ella con el juego.

    —Es bonita, ¿no crees? Muy cariñosa —Jasiel rio, animado y mucho más al oír que ella también reía, alegre; simplemente era imposible no estar de mejor humor con su risa contagiosa—. Pero hablando en serio, muchas gracias por el apoyo, Cami; por tus palabras, por tenerme tanta paciencia, por... En fin, gracias por todo. Eres la mejor.

    No lo soy, pero me esfuerzo —replicó ella, orgullosa de ser halagada por él—. ¿Entonces todo está bien ahora? ¿O piensas dejar que los ideales de Renata le ganen a los tuyos?

    —¡Jamás! Esta batalla apenas empieza, Cami. Que al cabo es verdad, tengo que defender mis ideas como sea; pero tampoco quiero obligarla a nada ni abrumarla sobremanera. Ya ha pasado por una etapa en la que fue forzada a jugar ajedrez y no deseo formar parte de eso haciéndole lo mismo. Lo que quiero es que su gusto por el juego vuelva a ella, así que debo ingeniármelas de alguna forma; debo hacer que Renata se dé cuenta de que sigue amando el ajedrez como antes y que sólo está pasando por una etapa de desgana. ¿Alguna sugerencia, Cami?

    ¿Eh? Bueno no, no realmente. Ah... —Camila meditó un poco. Si ella estuviera en la posición de Renata, ¿cómo podrían sonsacarle su pasión por el ajedrez? ¿A ella qué la animaría a volver a jugar?—. Tal vez sea bueno que te vea jugar, Jasiel.

    —¿A mí? —El cobrizo enarcó la cejas ligeramente sorprendido—. ¿Y eso?

    No sé si funcione con ella, pero es lo que a mí me funcionaría. Ver jugar a quien me derrotó haría que deseara seguir practicando yo misma con tal de enfrentarme a él nuevamente para derrotarlo. Quizás no sea la motivación correcta, pero algo es algo, ¿no?

    —Es una buena motivación... o al menos es suficiente —declaró Jasiel, serio. Pues ¿cómo podría decir que se trataba un mal motivo si ese era el que lo movía a él a esforzarse para derrotar al campeón estatal y vengar a Camila?

    Es lo único que se me ocurre por el momento.

    —No importa, Cami, es buena idea. Por desgracia no creo que pueda ser en el partido de mañana. Tenemos que empezar rápido antes de que empiecen las clases, así que no tendría tiempo de ir a buscarla e invitarla a verlo. Sería en otra ocasión, pero es un buen plan; veré cómo lo llevo.

    Me alegra oír eso. Será mejor que te deje entonces.

    —¿Ya? —Como siempre, a Jasiel le pareció que el tiempo pasaba absurdamente veloz cada que conversaba con Camila.

    Sí. Por lo que sé, tienes algunas cosas que pensar y debes concentrarte para el partido de mañana; es importante para tu club. Te estaré animando desde la distancia. Espero que ganes, ¿eh? Así que nada de decirme que empataste o perdiste o ya verás —bromeó en lo último.

    —Ah, conque ahora me amenazas. No, pues ahora para que se te quite, perderé a propósito. Soy un rebelde sin causa, ¿cómo te quedas? —siguió él con el juego, haciéndola reír.

    No, pero en serio, esfuérzate mucho, Jasiel. Te deseo lo mejor.

    —Gracias, Cami, lo haré.

    Adiós.

    —Hasta mañana.

    Colgaron y Jasiel inhaló profundamente, para después soltar el aire contenido lentamente, en lo que una sonrisa volvía a apoderarse de su rostro y sacudía la cabeza ligeramente. ¿Qué sería de él sin su Camila querida? Continuó con su trayecto a casa, pues no le quedaba mucho por llegar; comería algo e iría directamente a dormir, ya que en sus pensamientos no había más inquietud que le robara el sueño. Mañana sería un día importante para él y su club, por lo que debía estar recuperado al cien por ciento y aprovechar al máximo su energía. Sin duda, siempre le sería emocionante jugar ajedrez contra alguien, fuera quien fuera, especialmente si tenía algún título importante como el del as del equipo. Sí, su partido contra Enrique sería interesante.


    Por ahora es todo. Gracias por leer ^u^
     
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  20.  
    Zurel

    Zurel —Vuestras historias han terminado.

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    Bueno, por fin terminé de leer esta historia, al menos por el momento.

    Debo decirlo, no sé nada del ajedrez, no me gusta, y es un juego muy complicado a mí parecer. Pero está muy bien la historia, y lo que más me sorprende es que todo sea mera investigación sobre éste deporte, porque es uno más de todos los que existen.

    Me gusta mucho la actitud de Renata, desde el inicio hasta estos últimos capítulos ha ido cambiado de a poquitos, eso es algo de lo que no soy muy bueno al desarrollar algún personaje en particular.

    Me alegro que la amistad entre Renata y Lala vuelva a surgir, y que la rivalidad sea algo sano y divertido, no todo lo contrario.

    También me alegra que Jasiel y Camila se perdonaran, ese sentimiento de desesperación cuando hieres a alguien muy especial, la conosco perfectamente. Y es algo que no deseo que ningún enemigo mío lo llegue a sentir.

    Por otro lado me tienes en ascuas con Camila, me entran ganas de saber más de ella y ojalá pueda reunirse nuevamente con Jasiel, eso es algo que espero con ansias desde que apareció.

    Será interesante cuando Jasiel se entere que Renata forma parte del Club de Ajedrez.

    Espero la actualización, saludos y buenas vibras.
     
    Última edición: 4 Abril 2017
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