Érase una vez un niño con ojos saltones y rosas que vivía en una casa de piruletas. Un día un conejo amarillo gigante apareció en su casa y le dijo con una gran sonrisa: —¿No te sientes solo en este lugar? ¡Ven conmigo y te enseñaré los lugares más exóticos y fantásticos! El niño nunca había experimentado el sentimiento de estar solo, pero la oferta del conejo de viajar a otros lugares le apasionaba, así que acepto. —¡Chachi!—exclamó el conejo cogiendo el brazo del niño— ¡Nos lo pasaremos genial! Y así fue. El conejo y el niño viajaron a los lugares más hermosos e impresionantes que te puedas imaginar; como las cascadas de caramelo, la montaña de 3 chocolates, la granja abandonada de manzanas salvajes, el bosque de los monos colgantes de agua… El niño no había visto nada igual en su vida, por lo que quedó maravillado. Llegó un día en el que ya no les quedaba nada nuevo por ver, y el niño quería volver a su casa. En algunos momentos de su travesía había echado de menos su hogar, pero como estaba descubriendo tantas cosas pensaba que no era buena idea volver. Ahora que ya lo había visto todo se sentía preparado para acabar su aventura. —¡Espera compañero!—le dijo el conejo antes de que se pudiera ir a su casa— ¡Vamos a la gran ciudad! —¿Por qué? —Porque es un lugar al que no fuimos nunca. —Pero la gran ciudad está cerca y puedo ir allí cuando quiera. Ahora quiero ir a mi casa. —Confía en mí—le dijo el conejo—. Tenemos que ir. Si te vas te quedarás solo, y estar solo no es algo chachi. El niño no quería llegar a sentir lo que era la soledad, así que aceptó. La gran ciudad también era un sitio impresionante con sus grandes edificios y su multitud, pero el niño no paraba de pensar en su casa. Miró al conejo para preguntarle qué iban a hacer, pero el conejo no estaba. Confundido, miró a los lados por si el conejo se había alejado. No estaba por ninguna parte. Había desaparecido. El niño pensó que entonces podría volver a casa. Sabía que entonces se quedaría solo, pero si ese era el precio a pagar por volver a su hogar, estaba conforme. Lo malo es que no podía recordar donde se encontraba su casa. Entonces se dio cuenta de que no podía hacer nada. No tenía al conejo para que lo guiara, y tampoco podía volver a casa. Estaba atrapado en esa gran ciudad. No sabía que hacer o cómo actuar. Miró a toda la gente que se movía por las calles. Andaban deprisa y pensando en sus asuntos. En ese momento se sentía más solo allí entre la multitud que en todos los años que estuvo solo en su casa. Y así fue como descubrió la soledad, y no fue de la forma en la que lo había esperado.
Me sentí identificado con aquel pequeño, sobre todo cuando se sintió solo estando en la gran ciudad, rodeado de de gente. Porque a veces uno puede sentirse más solo estando con mucha gente. Quizá porque uno siente que no pertenece ahí, como este niño. Es que a veces el hogar es más reconfortante, aunque este uno solo, que estar con mucha gente. Lindo relato. Me gustó. Me gusta mucho tu imaginación. Te invito a que continúes escribiendo.
Me alegra que te haya gustado y que hayas podido ver la soledad que siente el niño al estar solo entre la gente, ya que ese era el mensaje que quería transmitir. Esa contradicción que nos ha pasado a muchos de sentirse solo cuando estás rodeado de gente. Si es que lo importante es sentirte cómodo, ya sea con gente o solo. Normalmente solo escribo cuando me siento inspirada (lo cual puede ser una vez cada mil años) y cuando hay algún reto o actividad en el que hay que escribir algo. Igualmente me alegra que quieras seguir leyendo mis historias cuando las publique (porque si me invitas a que continúe escribiendo también será porque querrás leerlo xd).
La historia es muy triste, señorita sectaria del cirulito: Pippia ;w; El niño no solamente descubrió la soledad, encontró también la pérdida de su propio ser. En ningún momento se demuestra que en verdad haya estado tan maravillado como para olvidar su amada casa, y pensando que lo correcto era hacer cosas “geniales” decidió seguir al resto, abandonando parte de su identidad que era justamente, ser hogareño. El conejo cual mal viviente le lavó el cerebro para que hiciera lo que él quiso, y el niño pago muy caro su inocencia de confiar en un extraño… lo perdió todo.
¡Qué triste! Una vez leía a Casona y decía que la verdadera soledad, el hambre y la miseria se siente de verdad, en la ciudad. Y es que es la indiferencia de las personas las que causa que estos sentimientos se intensifiquen realmente. Me gustó mucho el mensaje y aunque el conejo me cayó muy bien al principio, alguien tiene que hacerlo estofado (?) mira que ser tan vil para dejarlo solo y el niño confiado que quedó perdido por seguirlo. Me encantó. Ha sido muy grato leerte. ¡Un abrazo!