Explícito de Naruto - EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)

Tema en 'Fanfics de Naruto' iniciado por quem, 3 Febrero 2022.

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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    3150
    CAPITULO 17
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem

    —Deja de mirarme así —siseó Sasuke.

    —¿Cómo? —se encrespó Fugaku—. ¿Es que no se me permite mirar a mi propio hijo?

    —Me miras como si esperases que de pronto me salieran alas, una cola ahorquillada y pezuñas.

    El hecho de que él se sintiera como si realmente pudiera ocurrirle tal cosa carecía de importancia. Desde el momento en que había pasado de nuevo a través de las piedras, desde el momento en que los trece habían encontrado sus voces, Sasuke había sabido que la batalla que libraba con ellos acababa de trasladarse a una nueva y mucho más peligrosa arena. Los antiguos que llevaba dentro se habían visto alimentados con poder en estado puro cuando abrió el puente a través del tiempo.

    Con un inmenso esfuerzo de voluntad, Sasuke cerró, clausuró, se armó de valor y proyectó el fingimiento de que todo iba perfectamente. Utilizar la magia para ocultar su oscuridad era un tremendo error y él lo sabía, ya que alimentaba precisamente aquello que se esforzaba por esconder, pero tenía que hacerlo. Tal y como estaban las cosas en aquellos momentos, no se atrevía a permitir que Fugaku pudiera verlo con claridad. Necesitaba examinar la biblioteca de los Uchiha y si Fugaku percibía a Sasuke tal como estaba entonces, sólo Dios sabía qué haría. Ciertamente no invitarlo a que entrara en el centro secreto de la sabiduría de los Uchiha.

    Fugaku puso cara de sorpresa.

    —¿Cambiar de forma es una de tus artes? —inquirió, mostrando la más absoluta fascinación.

    Era muy típico de Fugaku, pensó Sasuke sombríamente, aquello de que la curiosidad se impusiera a la cautela. En algunos momentos lo había preocupado que un día Fugaku pudiera sentirse tentado de adentrarse en las artes negras, sin más razón para ello que su incontenible curiosidad. Su padre y Sakura compartían esa misma faceta del carácter, una insaciable necesidad de conocer.

    —No. Y todavía me estás mirando así —dijo Sasuke fríamente.

    —Es sólo que siento curiosidad por saber hasta dónde llega tu poder —resopló Fugaku al tiempo que adoptaba una expresión de modestia. Con un intelecto tan penetrante en su mirada, distaba mucho de resultar convincente.

    —Ya me lo imaginaba. Y déjalo estar de una vez.

    Sí, los antiguos que había dentro de él empezaban a mostrarse cada vez más agresivos. Al percibir el poder de Fugaku, trataban de llegar hasta ese poder. De hecho, trataban de llegar hasta el mismo Fugaku. Su padre era un alimento mucho más rico que Izuna, porque siempre había tenido un centro más fuerte que sus hijos.

    Su padre también dominaba el arte de escuchar en profundidad que Sasuke nunca había conseguido llegar a perfeccionar, una mirada meditativa que apartaba las mentiras hasta dejar al descubierto los huesos desnudos de la verdad. Esa era la razón de que lo hubiese inquietado tanto la falta de esperanza que Sasuke entrevió en la mirada de su padre la noche en que huyó. Había temido que Fugaku hubiera visto algo que él mismo no podía ni quería ver.

    Y ésa era la razón por la que ahora estaba utilizando toda su voluntad para mantener a los antiguos dentro de él, y a su padre fuera.

    —Lo percibo, muchacho —dijo Fugaku, con voz súbitamente cansada—. Has cambiado desde la última vez que te vi.

    Sasuke no dijo nada. Había conseguido evitar mirarlo directamente a los ojos desde el momento en que Sakura se desmayó, limitándose a breves miradas de soslayo. Entre la conciencia incrementada de los trece y la tormenta sexual que seguía rugiendo dentro de él sin haber descargado, no estaba dispuesto a mirarlo a los ojos.

    Cuando llevó a Sakura a su dormitorio en el piso de arriba, la acostó en la cama y susurró un suave hechizo de sueño sobre ella para que descansara tranquilamente durante la noche, Fugaku lo había seguido y Sasuke había sentido en su nuca el martilleo de la mirada con que lo mensuraba.

    Faltó muy poco para que no fuera capaz de separarse de Sakura. Y aunque no había mirado a su padre, agradeció su presencia, porque enseguida había disipado los oscuros pensamientos que había estado teniendo acerca de despertarla sólo en parte y...

    —Mírame, hijo —dijo Fugaku, su voz suave e implacable.

    Sasuke se volvió lentamente, asegurándose de que su mirada no se encontrara con la de Fugaku. Respiró muy despacio, una lenta inspiración tras otra.

    Su padre estaba de pie delante de la chimenea, las manos escondidas entre los pliegues de su túnica color cobalto. A la suave luz de docenas de velas y globos de aceite, sus blancos cabellos formaban un halo alrededor del rostro lleno de arrugas. Sasuke conocía el origen de cada una de aquellas líneas. Los surcos en sus mejillas habían aparecido poco después de que su madre hubiera muerto, cuando él e Izuna tenían quince años. Las rayas que recorrían su frente habían sido esculpidas en su piel por un constante alzar las cejas mientras meditaba sobre los misterios del mundo y las estrellas que había más allá. Las líneas que enmarcaban su boca eran el resultado de sonreír o fruncir el ceño, nunca de llorar. Bastardo estoico, pensó Sasuke de pronto. En el castillo Uchiha nadie lloraba. Nadie sabía cómo hacerlo. Excepto quizá Shizune, segunda esposa de Fugaku y madrastra de Sasuke.

    Las arrugas que circundaban los ojos de un intenso castaño oscuro de Fugaku, aquellas que se elevaban en los extremos exteriores, eran el resultado de mantener los párpados entornados con poca luz mientras se afanaba en su trabajo. Fugaku era un magnífico escribiente, poseedor de una mano envidiablemente firme, y se había dedicado a copiar, con páginas exquisitamente embellecidas, los tomos más antiguos, en los que la tinta se había ido desvaneciendo poco a poco con el paso del tiempo.

    Cuando era un muchacho, Sasuke pensaba que su padre tenía los ojos más sabios que hubiera visto nunca, llenos de un conocimiento secreto y especial. En ese momento se dio cuenta de que todavía lo pensaba. Su padre nunca había sido derribado de su pedestal.

    Sintió que se le hacía un nudo en las entrañas. Fugaku podía no haber caído nunca, pero no cabía duda de que él sí que lo había hecho.

    —Adelante, padre —dijo con la voz enronquecida por la tensión—. Rúgeme. Cuéntame cómo te he fallado. Cuéntame cómo no he sido más que una decepción para ti. Recuérdame mi juramento. Échame de aquí si decides que eso es lo que debes hacer, porque no tengo tiempo que perder.

    La cabeza de Fugaku osciló en una brusca negativa.

    —Cuéntamelo, padre. Cuéntame que Izuna nunca hubiese hecho tal cosa. Cuéntame cómo...

    —¿De verdad quieres que te diga que tu hermano es menos hombre que tú? —lo interrumpió Fugaku, con voz suave y en un tono que no podía ser más pausado—. ¿Necesitas oírme decir eso?

    Sasuke dejó de hablar y lo miró con la boca abierta.

    —¿Qué? —preguntó—. Mi hermano no es menos...

    —Tú diste tu vida por tu hermano, Sasuke. ¿Y ahora le pides a tu padre que te condene por eso?

    La voz de Fugaku se quebró con las últimas palabras.

    Para el inmenso horror de Sasuke, su padre no pudo seguir conteniéndose por más tiempo. Sus hombros descendieron y un violento estremecimiento sacudió su delgado cuerpo. De pronto sus ojos se llenaron con el brillo de las lágrimas.

    «Ay, Dios mío», maldijo Sasuke en silencio mientras trataba de no perder el control de sí mismo. No se atrevía a llorar. Nada de grietas. Las grietas podían convertirse en barrancos y los barrancos en desfiladeros. Desfiladeros dentro de los que un hombre podía perderse.

    —Pensé que nunca volvería a verte.

    Las palabras de Fugaku resonaron con oscuros ecos en la sala de piedra.

    —Padre —dijo Sasuke con voz quebrada—, chíllame. Repréndeme. Por el amor de Dios, grítame.

    —No puedo.

    Las mejillas llenas de arrugas de Fugaku estaban humedecidas por las lágrimas. Fue alrededor de la mesa y rodeó a Sasuke con los brazos, apretándolo contra él mientras le palmeaba la espalda. Y lloraba.

    Si Sasuke llegaba a vivir cien años, no quería volver a ver llorar a su padre. Fue algún tiempo más tarde, después de que hubiera aparecido Shizune y todo el horrible asunto de las lágrimas se repitiera, después de que ella hubiera estado muy ocupada preparando una cena ligera, después de que hubiera vuelto a retirarse para ir a ver cómo estaban los hermanos pequeños de Sasuke, cuando la conversación pasó a centrarse en el difícil propósito que era la razón de su regreso.

    Con voz seca y objetiva, Sasuke puso al corriente a Fugaku de todo lo que había ocurrido desde la última vez que lo vio. Le contó cómo había ido a América y había buscado los textos, sólo para finalmente admitir ante sí mismo que iba a tener que recurrir a la ayuda de Izuna. Le habló del extraño ataque sufrido por Sakura, y de los draghar. Le contó que habían descubierto que los textos referentes a los Tuatha de Danaan habían desaparecido, y que la desaparición parecía haber sido deliberada.

    Fugaku frunció el ceño al oírle decir aquello.

    —Cuéntame, muchacho, ¿miró Izuna debajo de la losa?

    —¿Debajo de la losa en la torre? ¿Aquella encima de la que dormía?

    —Sí —dijo Fugaku—. Aunque hasta la fecha sólo he puesto allí dos textos, he estado planeando encontrar todo lo que pudiera ser de alguna ayuda y sellarlo debajo de esa losa. En previsión de ello, dejé instrucciones muy claras dirigidas a Izuna para que buscara allí.

    Sasuke cerró los ojos y sacudió la cabeza. ¿Había sido innecesario aquel viaje?

    ¿Podría haberlo evitado por completo? Probablemente. Dentro de unos años, Fugaku seguramente ya habría reunido hasta el último de los tomos que andaba buscando para dejarlos a buen recaudo bajo la losa. De esa manera los tomos habrían estado allí durante todo el tiempo en el siglo XXI.

    —¿Dónde estaban esas instrucciones? ¿En la carta que dejaste para él?

    —Sí.

    —¿La misma carta en la que le contabas lo que había hecho yo?

    Fugaku volvió a asentir.

    —¿Le contabas sin más lo que tenía que hacer, o decías algo críptico, padre? —Conociendo a su padre, habría sido críptico.

    Fugaku frunció el ceño.

    —Le decía que había dejado algunas cosas para él debajo de la losa —dijo con voz malhumorada—. ¿Cuánto más claro tiene que ser un hombre?

    —Mucho más, porque al parecer Izuna nunca llegó a mirar debajo de la losa. Supongo que las noticias que contenían tu misiva lo dejaron tan preocupado que hizo una bola con la carta y la tiró. Debido a las palabras que utilizaste, lo más probable es que Izuna pensara que le habías dejado algunos recuerdos del pasado o cualquier otro objeto carente de importancia.

    Fugaku pareció sentirse un poco avergonzado.

    —No se me había ocurrido pensar en eso.

    —Has dicho que habías estado examinando los tomos. ¿Todavía no has descubierto nada?

    Una sombra de cautela cruzó rápidamente por las facciones de su padre.

    —Sí, he estado buscando, pero es una labor muy lenta. Los textos antiguos son mucho más difíciles de leer. No había ninguna uniformidad en la manera de redactar, y era frecuente que tuviesen muy poco dominio de la ortografía.

    —¿Qué hay de...?

    —Dejemos los textos por ahora —lo interrumpió Fugaku—. Ya habrá tiempo más que suficiente para ello mañana. Háblame de tu muchacha, hijo. He de confesar que me sorprendió un poco ver que te habías traído contigo a esa mujercita.

    El corazón de Sasuke empezó a latir más deprisa y sus venas se llenaron de aquel peculiar calor helado. Su muchacha. Suya.

    —Aunque parecía estar teniendo bastantes dificultades para entender la manera en que habías utilizado las piedras como un puente entre los siglos, percibí una fuerte voluntad y una mente muy despierta. Sospecho que no tardará demasiado en aceptarlo —dijo Fugaku con voz pensativa.

    —Eso creo yo también.

    —No le has contado qué es lo que va mal en ti, ¿verdad?

    —No. Y que no se te ocurra contárselo. Ya se lo contaré yo cuando llegue el momento apropiado.

    Como si alguna vez fuera a haber un momento apropiado. En aquella ocasión el tiempo era su enemigo como nunca lo había sido.

    Se hizo el silencio. Un silencio incómodo y pesado lleno de preguntas pero con muy pocas respuestas, repleto de temores que no llegaban a expresarse en voz alta.

    —Ay, hijo mío —dijo Fugaku finalmente—, no saber qué había sido de ti me estaba matando. Me alegro mucho de que hayas vuelto. Encontraremos una solución. Te lo prometo.

    .

    .

    .

    Más tarde, Fugaku se dedicó a reflexionar sobre esa promesa. Fue nerviosamente de un lado a otro, gruñó y soltó maldiciones.

    Sólo después de que se hubiera retirado al piso de arriba y las últimas horas de la madrugada hubieran llenado de desencanto sus cansados huesos —por Amergin, tenía sesenta y cinco años y ya estaba demasiado viejo para esas cosas— admitió que a aquellas alturas debería tener algo que enseñar como resultado de toda su labor.

    No había dejado de devorar los viejos textos desde la noche en que Sasuke confesó y huyó. Extrañamente, aunque poco había faltado para que no dejara piedra sobre piedra en el castillo, no pudo encontrar ningún documento anterior al siglo I. Y él sabía que hubo un tiempo en el que había muchos. Se hallaban referenciados en muchos de los textos guardados en la biblioteca de la torre.

    Sin embargo, ¡él no podía encontrar aquellos malditos documentos, y aunque el castillo fuera enorme lo lógico sería que uno pudiera encontrar las cosas en su propia biblioteca!

    Según las leyendas, incluso tenían El Pacto original que había sido sellado entre la raza del hombre y el pueblo mágico. En algún lugar. Sólo Dios sabía dónde. ¿Cómo era posible que no lo supieran ellos?

    «Porque —se respondió amargamente—, cuando transcurre tanto tiempo que una historia llega a quedar muy alejada de su origen, pierde una gran parte de su realidad.» Aunque había cumplido con su deber de contar las leyendas de los Uchiha a sus hijos, en su fuero interno Fugaku siempre había pensado que los relatos de hacía milenios sin duda tenían que estar un poco embellecidos, posiblemente incluso ser una especie de mito de la creación inventado para explicar las insólitas habilidades de los Uchiha. Aunque había obedecido sus juramentos, una parte de su mente nunca había llegado a creer del todo. Sus propósitos cotidianos le habían bastado: los rituales druídicos que marcaban la llegada de las estaciones, cuidar de los habitantes de Balanoch, la educación de sus hijos y sus propios estudios. Fugaku no había necesitado creer en el resto.

    La triste verdad era que ni siquiera él creía realmente que hubiera algún antiguo mal atrapado en el lugar intermedio.

    «Cuánto hemos olvidado y perdido», pensó con abatimiento. Fugaku apenas había dedicado un instante a pensar en la raza legendaria que se suponía había fijado el curso a seguir por los Uchiha. No hasta que su hijo había roto su juramento, violando así un supuesto pacto cuya existencia había llegado a ser mucho más mito que realidad.

    «Bueno —meditó sombríamente—, ahora al menos sabemos que las antiguas leyendas son ciertas.»

    Cosa que no representaba ningún gran consuelo.

    No, su búsqueda no había conseguido sacar a la luz ni una sola brizna de información útil. A decir verdad, Fugaku había empezado a sospechar que los Uchiha habían sido imperdonablemente descuidados en su labor de custodios de la antigua sabiduría, que el juramento roto por Sasuke no era sino un fracaso más en una larga lista de fracasos.

    Sospechaba que ya hacía siglos que habían dejado de creer, apartando de sí el pesado manto de un poder que había exigido un precio demasiado alto. Durante generaciones, los hombres del clan Uchiha se habían ido volviendo cada vez más descuidados, cansados de proteger el secreto de las piedras, cansados de esconderse en las colinas y ser mirados con miedo. Cansados de ser tan condenadamente diferentes.

    Y conforme las edades oscuras iban dando paso a tiempos más luminosos, también los Uchiha parecieron desear librarse de la carga de su pasado.

    Su hijo pensaba que él había fracasado, pero Fugaku sabía que eso sólo era una parte de la verdad. En realidad todos habían fracasado.

    Por la mañana se sentarían con los antiguos escritos y volverían a buscar. Fugaku no había tenido corazón para decirle a su hijo que ya casi había terminado su búsqueda, y que si había alguna respuesta en aquellos documentos, él carecía de la inteligencia necesaria para llegar a discernirla.

    Sus ojos se entornaron y sus pensamientos fueron hacia la jovencita que su hijo se había traído consigo. Cuando la tormenta lo despertó —una tormenta de una furia como pocas veces había oído antes—, Fugaku se apresuró a salir del castillo, rezando para que fuese Sasuke que regresaba.

    La niebla había tardado un tiempo en levantarse, y aunque Fugaku lo había llamado, Sasuke no respondió a sus gritos.

    Cuando la niebla por fin se hubo disipado, Fugaku había entendido el porqué.

    En su opinión, la muchacha podía llegar a revelarse como su mejor esperanza. Porque mientras su hijo la amara —y Sasuke la amaba, aunque él mismo no lo sabía—... Bueno, el mal no amaba. El mal intentaba seducir y poseer y conquistar, pero no sentía nada por el objeto de su deseo. Mientras el amor siguiera vivo dentro de Sasuke, tendrían algo a lo que aferrarse, por pequeño que fuese ese asidero.

    Fugaku decidió que su hijo y la muchacha llegarían a conocerse muy bien el uno al otro. Ella iba a saber muchas cosas del joven Sasuke que había recorrido aquellas colinas cubiertas de brezo, cuidando de la tierra y curando a las bestezuelas heridas, el Sasuke amable y cariñoso de corazón indómito y apasionado. Él y Shizune se asegurarían de que así fuera. Los dones de Sasuke siempre se habían inclinado hacia las artes curativas, y ahora él mismo estaba necesitado de un poco de curación.

    Si la muchacha no amaba todavía a su hijo —no había tenido suficiente ocasión de sondearla—, Fugaku haría cuanto estuviese en su poder para ganarla para él.

    «No busques dentro de ellos», le había advertido amargamente Sasuke, refiriéndose al antiguo mal que llevaba en su interior.

    Pero Fugaku había buscado. Fugaku siempre buscaba dentro de las cosas. Y a pesar de las barreras que había erigido su hijo, aislándolo un poco, el mal había respondido a su búsqueda y Fugaku había quedado sencillamente horrorizado por lo que estaba creciendo dentro de Sasuke.
     
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    5042
    CAPITULO 18

    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.
    NARUTO © M. Kishimoto.
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    —Sé que estoy soñando —anunció Sakura a la mañana siguiente cuando bajó por la escalera que llevaba a la gran sala.

    Se acomodó en un asiento, uniéndose a Fugaku, Sasuke y una mujer a la que todavía no había conocido (ejem, con la que todavía no había soñado) en el desayuno.

    Tres pares de ojos la miraron con interés y, alentada por la atención que se le prestaba, Sakura siguió hablando.

    —Sé que no acabo de utilizar el equivalente de un retrete dentro de un armario en el piso de arriba. —Con paja por papel higiénico, nada menos—. Y sé que en realidad no llevo un vestido de época, y ciertamente no calzo... —bajó la mirada hacía los dedos de sus pies— unas zapatillitas de satén adornadas con cintas. — Irguiéndose en su asiento, cogió una cucharada de mermelada del plato—. Y sé que esta mermelada de fresa no es más que un invento de mi... Puaaaaj... ¿Qué es esto? —preguntó, frunciendo los labios.

    —Es confitura de tomates, querida mía —replicó afablemente el hombre que le había sido presentado antes en su sueño como Fugaku, con una sonrisa reprimida.

    «No ha colado», pensó Sakura. En un sueño, la persona que soñaba controlaba el sabor que tenían las cosas. Ella había estado pensando en una dulce mermelada de fresas y había obtenido un vegetal muy desagradable y que no tenía nada de dulce. Una prueba más, pensó consternada, como si tuviera necesidad de ella. Recorrió la mesa con la mirada en busca de algo que beber.

    Sasuke empujó hacia ella una jarra llena de cremosa leche a través de la mesa. Sakura bebió ávidamente sin dejar de observarlo por encima del borde de la jarra.

    Había tenido sueños eróticos acerca de él durante toda la noche. Sueños aterradoramente intensos en los que él la tomaba de todas las maneras en que un hombre puede tomar a una mujer. Sakura había adorado cada minuto de la experiencia, y había despertado sintiéndose tan mimosa como una gatita, hasta el extremo de que casi ronroneaba. Sus negros cabellos estaban recogidos en una larga cola que los apartaba de su rostro cincelado. Llevaba una camisa de lino cuyas cintas sin atar revelaban una pecadora extensión de musculoso pecho dorado. Un hombre grande y hermoso, sexy y aterrador.

    Sakura no era estúpida. Sabía que no estaba soñando. Una parte de ella así lo había admitido la noche pasada, o de lo contrario no se habría desmayado. Eso, en cierto extraño modo, ya parecía una prueba por sí mismo: ¿una mente que sueña que se desmaya a causa de la realidad de su propio sueño? ¿Una mente ya inconsciente que se sumerge en la inconsciencia? Sakura sabía que si pasaba demasiado rato reflexionando, podía terminar quedando completamente enredada en sus pensamientos.

    Al despertar aquella mañana, se había dedicado a recorrer el piso de arriba. Caminó por los corredores, echó un vistazo dentro de las habitaciones y miró por las ventanas, reuniendo pequeños fragmentos de información. Había tocado, observado, sacudido y, como parte de su examen, incluso roto unas cuantas cositas que estimó que podían ser reemplazadas.

    Y en resumidas cuentas, las texturas y olores y sabores eran simplemente demasiado tangibles para que pudieran ser una creación de su mente inconsciente. Además, los sueños siempre se centraban en un escenario limitado; no incluían ningún cortejo periférico de guardias y sirvientes que iban y venían más allá de las ventanas, ocupados en toda una serie de obligaciones que ella nunca llegaría a concebir.

    Estaba en el castillo de Maggie Uchiha... pero no era del todo ese castillo. Faltaban adiciones, toda un ala que todavía no había sido construida. Muebles que no habían estado allí el día anterior y otros que faltaban aquel día, eso por no hablar de toda la gente nueva. Por muy imposible de entender que resultase, todo parecía indicar que aquello era el castillo de Maggie casi cinco siglos antes.

    —¿No vas a presentarme?

    Empujó la jarra de vuelta hacia Sasuke y miró con curiosidad a la mujer, que tendría unos cuarenta y tantos años de edad. No podía ser la madre de Sasuke, pensó, a menos que lo hubiera tenido increíblemente joven, incluso para lo que era habitual en los tiempos medievales. Lucía un vestido de color azul ultramar similar al que llevaba Sakura y su belleza, aunque ya un poco apagada, era de las que nunca llegarían a sucumbir del todo al paso del tiempo. Sus cabellos negros estaban recogidos hacia arriba en un complejo trenzado, con suaves guedejas flotando alrededor de su rostro en un peinado, pensó Sakura, bastante similar al de Sakurasou.

    —Es tu sueño, muchacha. Invéntate su nombre —dijo Sasuke, observándola con una expresión burlona.

    Él sabía que ella sabía. Maldito fuese aquel hombre.

    —Oh, Sasuke —suspiró Sakura, hundiéndose en su asiento—, ¿qué me has hecho? Pensaba que no eras más que un mujeriego rico y excéntrico. Bueno, durante un tiempo también pensé que eras un ladrón —musitó—, y un secuestrador, pero nunca se me ocurrió llegar a pensar que...

    —¿Te gustaría ver la biblioteca, muchacha? —le ofreció él con un destello en sus oscuros ojos.

    Sakura entornó los suyos.

    —¿Piensas que va a ser tan fácil? ¿Enséñale a la chica unos cuantos libros impresionantes y de pronto a ella le parecerá que no pasa nada porque la hayas hecho retroceder en el tiempo?

    Lamentablemente, pensó, él quizá no anduviera tan desencaminado, porque lo cierto era que se le había acelerado el pulso nada más oírle decir «biblioteca». Un trillón de preguntas esperaban en la punta de su lengua, pero todavía no conseguía decidirse a hablar de la realidad como si fuese real.

    —De acuerdo, entonces. Vayamos a las piedras. Te enviaré de regreso en este mismo instante.

    Se levantó de su asiento y Sakura tuvo la primera ocasión de verlo de cintura para abajo. Unos apretados calzones de cuero ceñían sus poderosas caderas y sus robustos muslos. Madre de Dios. Sakura sintió que se le quedaba la boca seca, porque dentro de aquellos calzones había un bulto que era completamente imposible de soslayar.

    —Espera un... —comenzó a decir Fugaku, pero la mirada de advertencia que le dirigió Sasuke hizo que se callara.

    —Sabes que no estás soñando —dijo Sasuke con voz átona.

    Sakura se obligó a apartar la mirada de la parte inferior de su cuerpo y frunció los labios.

    —Entonces ven. Te enviaré de vuelta —dijo Sasuke con un ademán lleno de impaciencia.

    Sakura siguió sentada. No iba a ir a ninguna parte.

    —¿Estás diciendo que podrías enviarme de regreso en cualquier momento?

    —Sí, muchacha. Esto no es más que un poco de física con la que tu siglo todavía no ha llegado a tropezarse. —Su tono no podía ser más indiferente, como si estuviesen hablando de algo que no tenía mayor importancia que la propia de cualquier nuevo producto de la tecnología del siglo XXI—. Aunque por lo que leí mientras estaba en tu tiempo —continuó—, apostaría a que no tardarán mucho en descubrirlo. —Cuando vio que ella guardaba silencio, le dijo—: Sakura, ya hace mucho tiempo que los druidas saben más que nadie sobre la arqueoastronomía y las matemáticas sagradas. ¿Realmente creías que la tuya era la civilización más avanzada que ha existido jamás? ¿Que no había habido ninguna antes? Piensa en los romanos y en las edades oscuras que vinieron después. ¿Piensas que Roma es la primera gran civilización que ha alcanzado grandes cimas para luego caer desde lo alto? El conocimiento ha sido repetidamente ganado y perdido, para luego ser vuelto a ganar un día. Los druidas meramente consiguieron conservar su sabiduría durante los tiempos oscuros.

    «Una posibilidad verosímil —concedió ella en silencio—, por mucho que la mente se niegue a aceptarla.» Ciertamente explicaba el propósito de todos aquellos misteriosos monumentos de piedra que todavía tenían perplejo al hombre moderno, muchos de ellos construidos en una fecha tan temprana como el año 3500 antes de Cristo. Los historiadores ni siquiera conseguían ponerse de acuerdo acerca de cómo habían sido edificados los antiguos monumentos.

    ¿Era concebible que miles de años antes hubiera vivido una raza o tribu que logró alcanzar una comprensión avanzada de la física, necesaria tanto para construir aquellos «artilugios» como para utilizarlos?

    Sí, reconoció Sakura sintiéndose bastante impresionada. Era concebible.

    Había dicho «druidas», en el mismo tono que había empleado cuando dijo que él era un druida. Así que, pensó Sakura con ironía, realmente el muy tramposo le había dicho la verdad allá en su ático de Manhattan. Sólo que ella no lo había creído.

    Sakura había estudiado a los druidas como parte de su trabajo de curso en el programa académico para obtener el máster. Se había abierto paso a través de los escasos hechos y las mucho más extrañas ficciones. ¿Qué era aquello que había escrito César en el siglo I de la era cristiana durante la guerra de las Galias? «Los druidas poseen un gran conocimiento de las estrellas y su movimiento, del tamaño del mundo y de la Tierra, de la filosofía natural, y de los poderes y esferas de acción de los dioses inmortales.» Eso lo había dicho nada menos que César, y Sakura no era quién para llevarle la contraria.

    Plinio, Tácito, Luciano y muchos otros escritores clásicos también habían escrito sobre los druidas. Los romanos habían perseguido a los druidas durante siglos (mientras sus emperadores hacían uso en privado de los servicios de sus profetisas), obligándolos a esconderse. El cristianismo había hecho que se vieran todavía más forzados a adaptarse o desaparecer. ¿Habría obrado de esa manera porque los cristianos temían el poder que poseían los druidas?

    ¿Eran los druidas quizá como los templarios? ¿Habrían tenido que esconderse a lo largo de los siglos, protegiendo fabulosos secretos?

    Sakura sintió que volvía a darle vueltas la cabeza, aturdida por la posibilidad de que todos aquellos mitos y leyendas minuciosamente recogidos en Irlanda hacía miles de años fueran ciertos. Cuando la verdad era tan fantástica, ¿por qué molestarse en ocultarla? ¿Quién podría creerla jamás? Nadie, aparte de una chica que se había visto repentinamente metida de cabeza en ella.

    Una chica que había estado de pie en un antiguo círculo de piedras y sentido cómo una puerta, o acceso o lo que quiera que fuese aquello, se abría súbitamente a su alrededor.

    —Ven, muchacha —dijo Sasuke, interrumpiendo el curso de sus pensamientos—. Te devolveré a tu tiempo y podrás olvidarlo todo acerca de mí. Puedes quedarte con tus piezas antiguas. Te libero de tus obligaciones. Vete a tu casa en Nueva York. Búscate la vida, y espero que lo pases bien —añadió fríamente.

    —¡Oh! —exclamó Sakura, poniéndose de pie—. Eres tan frío... Y no cabe duda de que has conseguido cogerle el truco a tu porción de coloquialismos modernos, ¿verdad? ¡Al diablo con eso de que me busque la vida! Supongo que ya te habrás dado cuenta de que ahora estoy metida en esto hasta las cejas. ¿De verdad piensas que si realmente estoy en la Escocia del siglo dieciséis voy a permitir que me mandes lejos de aquí?

    La sonrisa de él fue aterradoramente depredadora, carnal y posesiva.

    —¿De verdad piensas que te he traído hasta tan lejos para dejarte marchar, mi pequeña Sakura?

    Sakura sintió una súbita necesidad de abanicarse. Él la conocía, comprendió. Había llegado a averiguar algunas cosas acerca de cómo funcionaba su mente. Si, cuando bajó a desayunar haciendo ver que todo aquello era un sueño, él le hubiera seguido la corriente, ella podría haber vuelto al piso de arriba y tratado de convencerse de que si volvía a dormirse todo estaría bien.

    En lugar de ello, había amenazado con enviarla de regreso a su tiempo porque sabía que ella era tremendamente tozuda y haría todo lo que pudiese para permanecer allí.

    —¿Realmente estoy en el siglo dieciséis?

    Tres personas dijeron «sí» con una tranquila certeza.

    —¿Y no me he vuelto loca?

    Tres firmes negativas.

    —¿Y realmente podrías enviarme de vuelta así de fácil? ¿En el momento en que yo quiera?

    —Sí, muchacha. Eso es fácil. Aunque me esforzaría por convencerte de que no volvieras.

    Ella también había llegado a conocerlo un poco, y ahora tenía una cierta idea de cómo actuaba. Y por la engañosa dulzura de su voz y la expresión que había en su cara, supo que si trataba de irse no intentaría razonar con ella, sino que volvería a atarla a la cama. Lo miró fijamente. Él permanecía inmóvil. Implacable. Las manos apretadas en dos tensos puños sobre sus costados.

    Sasuke sentía algo por ella. Sakura no tenía ni idea de qué parte de ese sentimiento sólo era aquella devastadora atracción que existía entre ellos, pero era un comienzo. Y obviamente tenía muy buena opinión de ella, si pensaba que era capaz de llegar a asimilar aquello. Sintió un poco de orgullo. No, no iba a ir a ninguna parte. Sin embargo, él le debía unas cuantas explicaciones realmente serias.

    «Oh, por el amor del cielo —pensó con una burlona exasperación—. Esto ciertamente explica muchas cosas. No es de extrañar que haya sido incapaz de mantener mis manos alejadas de ese demonio de hombre desde el día en que lo conocí. ¡Sasuke Uchiha es una buena pieza! ¡Y céltica, además!»

    —Bueno, muchacha, siempre se puede pensar en mí de esa manera —ronroneó Sasuke, con un destello de satisfacción en sus oscuros ojos.

    —¡Decidme que no acabo de decir eso en voz alta! —Sakura estaba horrorizada.

    Fugaku se aclaró la garganta.

    —Lo hiciste. Sasuke es una pieza.

    Sakura gimió, deseando poder hundirse en el suelo y ser tragada por él.

    —Yo soy Shizune, por cierto, la esposa de Fugaku —dijo la hermosa cuarentona—. La segunda madre de Sasuke. ¿Te apetecen unas cuantas lonchas de tocino con arenques, muchacha?

    Sakura decidió que segunda madre debía de ser el equivalente medieval de segunda esposa.

    —Encantada de, ejem, conocerte. Y sí, me apetecerían —balbuceó mientras se encogía sobre su asiento.

    Sólo entonces volvió a ocupar Sasuke el suyo. La miraba intensamente, con los ojos llenos de sensuales promesas. Sakura se estremeció. La expresión de él no podía haber dicho con más claridad que Sakura Haruno ya había conservado su virginidad el tiempo suficiente.

    —Estás muy guapa esta mañana, muchacha —dijo él en un tono tan suave como la seda mientras le pasaba primero una fuente llena de patatas y huevos, y luego otra que contenía arenques y gruesas lonchas de tocino—. Me gusta verte llevando un vestido.

    Sus ojos le dijeron que sabía que no había encontrado nada que poner debajo de él cuando se vistió, dando a entender que era él quien escogió el vestido y lo llevó a su habitación mientras ella dormía.

    Su conciencia erótica de aquel hombre —un once en una escala de uno a diez— subió hasta el veinte. Sakura hizo una profunda inspiración, consiguió decir «gracias» y dirigió su atención hacia algo tangible a lo que hacer frente: la comida.

    .

    .

    .

    Daore Dōtonbori volvió a dejar el auricular en su sitio con expresión sombría.

    Oyashiro no había telefoneado en catorce horas. Daore llevaba desde muy temprano tratando de hablar con él por su móvil, sin ningún éxito. Y eso sólo podía significar una cosa.

    Daore frunció el ceño y mandó una silla al otro extremo de la habitación de una patada. A Oyashiro más le valía estar muerto, pensó.

    Fue hacia la puerta de su despacho y cerró con llave. Antes de bajar las persianas, miró la calle mojada por la lluvia. Con la excepción de un gato callejero que estaba extrayendo ruidosamente un poco de basura de un contenedor cercano, el área se hallaba desierta, con las farolas de la calle zumbando suavemente mientras se encendían. Siempre que iba al Edificio Belthew de Morgan Street, con su aspecto casi ruinoso en una zona bastante miserable de la periferia londinense, Daore se sentía más en casa que en la elegante mansión de piedra rojiza donde hacía veinte años que su esposa había dejado de esperarlo para la cena.

    El terreno sobre el que se alzaba el Edificio Belthew llevaba siglos perteneciendo a la secta druida de los draghar. Construido sobre antiguas criptas laberínticas, había servido como cuartel general de la secta durante casi un milenio, en distintas encarnaciones. En tiempos una botica, luego una librería especializada en libros raros, luego una carnicería, en una ocasión incluso un burdel, ahora alojaba una pequeña imprenta que pasaba casi completamente inadvertida, y no había ningún rastro de documentos escritos que la relacionara con la poderosa Triton Corporation.

    Sus miembros formaban parte de la élite, bien situados en la sociedad, muchos de ellos en el gobierno, todavía más en los niveles directivos de grandes empresas. Eran hombres ricos, cultos y de linaje impecable.

    Y se pondrían furiosos en cuanto supieran que él había perdido el contacto con Oyashiro. Aunque Daore era el gran maestre de la orden, sin embargo se lo podía obligar a responder de sus actos. En aquel momento tan delicado, eso significaba que cargaba con una gran responsabilidad. Sus seguidores no habían invertido tanto dinero y tiempo en la secta para conformarse con algo menos que la promesa del poder absoluto. Todos poseían un cierto grado de crueldad que entraría en acción si pensaban que él era incapaz de controlar a sus esbirros.

    Daore apagó las luces y caminó por su despacho a oscuras dejándose guiar por la memoria. Quitó un cuadro montado encima de uno de los muchos paneles de madera incrustados en la pared y tecleó una secuencia de números. Después volvió a poner el cuadro en su sitio y, cuando se alzaron los paneles que había detrás de su escritorio, abrió una segunda puerta y fue por un estrecho pasillo.

    Varios minutos y varias complicadas claves de acceso después, Daore entró en un pasaje que descendía describiendo una pronunciada pendiente al final de la cual se encontraba un empinado tramo de gastados escalones de piedra. Cuando llegó al final de la escalera, Daore giró y bajó por el siguiente tramo de escalones, luego por un tercero, y después avanzó rápidamente por un laberinto de túneles húmedos y tenuemente iluminados.

    Tenía que enviar a alguien a Inverness para descubrir si Oyashiro había sido capturado con vida. Y en ese caso, para que hicieran limpieza. Eso requeriría a los hombres más leales y comprometidos con la causa de que disponía. Hombres que nunca se dejarían coger con vida. Hombres que morirían por él sin ninguna vacilación. Los mejores hombres con que contaba.

    Sus hijos estaban donde se los podía encontrar casi siempre, en el corazón electrónico de sus instalaciones, muy ocupados en el seguimiento de innumerables facetas de su negocio.

    Y estaban, como siempre, dispuestos a servirle.

    .

    .

    .

    Después del desayuno, Sasuke pidió a Shizune que se llevara consigo a Sakura y le encontrase una capa ligera apropiada para montar. Sakura, su mirada inquisitiva desplazándose rápidamente en todas direcciones, se dejó conducir fuera de la gran sala.

    Después de que las mujeres se hubieron ido, Fugaku arqueó una ceja inquiridora.

    —¿Quieres que empecemos con los textos, muchacho?

    Sasuke sacudió la cabeza.

    —Necesito este día. Necesito mostrarle a Sakura mi mundo, padre. Cómo era. Cómo era yo. Aunque sólo sea por un día.

    Eso no era del todo cierto. La verdad era que la noche había sido infernal y la mañana no mostraba ninguna señal de que fuera a ser mejor. Sasuke tenía los nervios tan tensos como la cuerda de un arco cuando está a punto de ser disparado, y no había podido dormir. Pasó el tiempo hasta el amanecer fantaseando acerca de Sakura y todas las maneras en que la seduciría, y luego a duras penas había conseguido mantener su fachada de calma durante el desayuno. Y cuando Sakura admitió la batalla que había tenido que librar para no tocarlo, Sasuke tuvo que recurrir a todas sus reservas de voluntad para no echársela al hombro y llevársela a la cama.

    Se había estudiado en un pequeño espejo aquella mañana, mientras se afeitaba con una mano que temblaba más de lo que era prudente cuando un hombre tenía una hoja abierta apoyada en su propio cuello. Había visto ojos de un castaño más oscuro, muy oscuros. Llevaba casi dos semanas sin una mujer. Demasiado tiempo. Sí, no cabía duda de que era demasiado.

    ¿Cuánto tiempo tendría que transcurrir, se preguntó casi ociosamente, para que sus ojos llegaran a volverse negros del todo?

    ¿Otro día, tal vez dos? ¿Y qué sucedería entonces?, pensó, una parte de él llena de miedo, otra muy consciente de que no estaba todo lo asustado que hubiese debido estar.

    Las voces del día anterior en las piedras lo habían cogido por sorpresa. Era la primera vez que había oído hablar a los seres presentes dentro de él, la primera vez que los había percibido como entidades individuales. Y aunque notarlos de un modo tan intenso había sido horripilante, porque le había hecho sentir como si se hubiera atragantado con algo muerto atrapado en su garganta que no conseguía escupir, también había sido... intrigante.

    Una parte de él sentía curiosidad y quería llegar a conocer su lengua y oír lo que pudieran decir. ¡Tenía a trece seres muy antiguos dentro de él! ¿Qué podían llegar a contarle acerca de la historia antigua? ¿De los Tuatha de Danaan, y de cómo había sido el mundo hacía cuatro mil años? ¿De cómo era tener tantísimo poder en tus manos...?

    «Cualquier invitación a mantener un diálogo con ellos sería tu primer paso a través de las puertas del infierno», susurró su honor.

    Sí, eso él ya lo sabía.

    «¡No puedes confiar en nada de lo que te digan!» Aun así...

    «Con esto no hay "aun así" que valga —se enfureció su honor—. Me da igual a quién te folles hoy, ¿de acuerdo? Tú limítate a follar.»

    Eso lo irritó un poco.

    Sería Sakura. Si acudía a otra mujer —aunque sólo fuese por deferencia hacia Sakura, para así ahorrarle su brutal necesidad— y luego ella llegaba a enterarse, ya nunca querría ser suya. Entonces las cosas podían ponerse muy mal, muy deprisa. Sasuke temía que si iba en su busca y Sakura lo rechazaba, pudiera llegar a forzarla. No quería hacerle eso a Sakura. No quería hacerle daño a Sakura.

    La antítesis de su honor se mofó de él: «¿Y qué? Si algo de lo que haces no le gusta, utiliza la Voz del Poder con ella. Dile que olvide lo que no le guste. Dile que te adora, que eres como un dios para ella. Bastará con que tú le digas que te ama para hacer que ella te ame. Es tan fácil... El mundo puede ser lo que tú quieras que sea...».

    —¡Sasuke! —gritó Fugaku al tiempo que dejaba caer los puños sobre la mesa delante de él.

    Sasuke dio un respingo y miró a su padre.

    —¿Dónde estabas? —exclamó Fugaku, asustado y furioso a la vez.

    —Aquí mismo —dijo Sasuke, sacudiendo la cabeza.

    Un rumor, un suave susurro se agitó dentro de él. Voces muy tenues murmuraron.

    —He gritado tu nombre tres veces, y ni siquiera has movido una pestaña —dijo Fugaku—. ¿Qué estabas haciendo?

    —Yo... sólo pensaba.

    Fugaku lo contempló en silencio durante un instante cargado de tensión.

    —La expresión que había en tu rostro no podía ser más extraña, hijo —dijo finalmente.

    Sasuke no quería saber a qué clase de expresión se refería.

    —Me encuentro bien, padre —dijo, levantándose de la mesa—. No sé cuánto tardaremos en volver. No nos esperéis a comer.

    La penetrante mirada de Fugaku lo siguió mientras se iba.

    .

    .

    Shizune puso dos tazones llenos de cacao (uno especialmente complementado con hierbas para un hombre muy distraído que solía olvidarse demasiado a menudo de comer) encima de una bandeja y fue en busca de su esposo.

    Su esposo. Las palabras nunca dejaban de hacer aparecer una sonrisa en sus labios. Cuando Fugaku la encontró yaciendo en el camino hacía casi quince años, al borde de la muerte, primero la llevó al castillo Uchiha y luego permaneció sentado junto a la cabecera de su cama, exigiéndole que luchara por su vida en un momento en el que no había nada que ella deseara más que morir.

    Antes de que Fugaku la encontrara, Shizune había sido la amante de un laird casado al que amaba con un amor tan profundo como poco sensato a causa del que incurrió en la ira y los celos de su esposa estéril. Mientras el laird vivió siempre estuvo allí para protegerla, pero cuando murió en un accidente de caza su esposa le robó los bebés a Shizune, la echó de la casa e hizo que le dieran una paliza y la dejaran por muerta.

    Una vez recuperada, durante los doce años siguientes Shizune había sido el ama de llaves de Fugaku, cuidando de él y sustituyendo a la madre que habían perdido sus jóvenes hijos. Pese a su firme resolución de no volver a tener una relación con un laird —casado o no—, Shizune se había enamorado de aquel hombre excéntrico, brillante y cariñoso. A decir verdad, el día en que abrió sus ojos manchados de barro y sangre seca para encontrárselo inclinado sobre ella allá en el camino, algo inexplicable volvió a avivarse en su interior. Shizune se había contentado con amarlo desde lejos, ocultando su amor detrás de palabras malhumoradas y cáusticos modales. Entonces, hacía tres años y medio, los acontecimientos con Sakurasou e Izuna se encargaron de unirlos al dar cuerpo a una pasión que, Shizune descubrió con inmenso júbilo, Fugaku había estado ocultando también, y a partir de entonces la vida había sido más dulce que cuanto ella hubiera conocido jamás. Aunque nada podía reemplazar a los pequeños que había perdido hacía tanto tiempo, el destino la había bendecido a su ya avanzada edad con una segunda oportunidad, y en aquellos momentos sus gemelos dormían en el cuarto de los niños bajo la atenta mirada de su aya, Maeve.

    Shizune amaba a Fugaku más que a su propia vida, aunque rara vez dejaba que él lo supiera. Había algo que todavía le dolía, una cosa con la que nunca conseguiría llegar a hacer las paces. Fugaku no había dado a su primera esposa los votos que ataban a los druidas cuando escogían a su pareja. Eso había llenado de esperanza a Shizune cuando Fugaku le pidió que se casara con él, pero en tres largos años y medio de matrimonio, tampoco se los había ofrecido a ella. Y mientras siguiera habiendo esa distancia entre ellos, Shizune nunca sería capaz de sentirse completamente dueña de su corazón. Siempre se preguntaría por qué, siempre se preguntaría cómo era que él no la amaba lo suficiente. Detestaba saber que amaba a su hombre más profundamente de lo que él la amaba a ella.

    Tal como Shizune esperaba, Fugaku estaba en su biblioteca de la torre, a ciento tres escalones por encima del castillo propiamente dicho.

    También estaba, tal como esperaba, visiblemente abatido.

    —Te he traído cacao —anunció mientras ponía la bandeja encima de una mesita.

    Él alzó la mirada y le sonrió, aunque lo hizo de la manera más distraída posible.

    Cosa rara, no había ningún libro en su regazo. Tampoco estaba sentado a su mesa, escribiendo sin parar. No, Fugaku se hallaba sentado junto a la ventana abierta mirando hacia el exterior con ojos que no veían nada.

    —Es por Sasuke, ¿verdad? —Shizune acercó un asiento al suyo y bebió un sorbo de su cacao. Fugaku tenía debilidad desde hacía mucho tiempo por la costosa bebida de chocolate, y Shizune también se había aficionado a ella durante su embarazo—. ¿Por qué no me lo cuentas todo, Fugaku? —lo animó cariñosamente.

    Sabía lo que estaba pensando, porque ella no paraba de preocuparse dándoles vueltas a las mismas cosas. Con su corazón apasionado y sus penas privadas, Sasuke siempre había sido su favorito entre los dos hermanos. Mientras lo contemplaba crecer y veía cómo el mundo lo endurecía, Shizune había rezado pidiendo que algún día pudiera llegar una muchacha especial para él, tal como lo había hecho Sakurasou para Izuna. (¡Sakurasou, que sí había recibido los condenados votos de unión de su esposo!).

    Los ojos castaños oscuros de Fugaku se aclararon y pasó una mano por su nívea melena.

    —Ay, Shizune, ¿qué voy a hacer? Lo que sentí en él hace seis lunas, antes de que se fuera, no era nada comparado con lo que siento ahora.

    —¿Y no hay nada en los tomos que has estado examinando que cuente cómo volver a aprisionarlos?

    Fugaku sacudió la cabeza y exhaló un suspiro lleno de consternación.

    —Absolutamente nada.

    —¿Has inspeccionado todos los tomos? —insistió ella.

    Desde el día en que Sasuke se fue del castillo, Fugaku había sido un hombre dominado por una obsesión. Trabajaba incesantemente en sus estudios desde el alba hasta el crepúsculo, determinado a encontrar algo que pudiera comunicar a Izuna acerca del lugar al que ambos sospechaban que había ido Sasuke.

    Fugaku replicó que ya había inspeccionado minuciosamente tanto la biblioteca de la torre como el estudio de abajo.

    —¿Has mirado en la cámara de la biblioteca? —preguntó Shizune, frunciendo el ceño.

    —Ya te he dicho que he revisado el estudio.

    —No he dicho el estudio. He dicho la cámara de la biblioteca.

    —¿Se puede saber de qué estás hablando, Shizune?

    —De la biblioteca que hay debajo del estudio.

    Fugaku se quedó completamente inmóvil.

    —¿Qué biblioteca debajo del estudio?

    —La que hay detrás del hogar —dijo ella con impaciencia.

    —¿Qué biblioteca detrás del hogar? —preguntó Fugaku.

    Shizune abrió mucho los ojos.

    —Ay, Fugaku, por el amor del cielo. ¿Es que no sabías de su existencia?

    Fugaku le cogió la mano y un oscuro destello relució en sus ojos castaños.

    —Enséñamela.


     
  3.  
    quem

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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    7197
    CAPITULO 19
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3

    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.

    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem

    Explicito <3


    Sakura se agarraba a las crines del corcel mientras galopaban a través de campos cubiertos de brezo en dirección a un frondoso bosque.​


    Cuando ella y Sasuke habían salido a caballo del castillo hacía media hora, Sakura había visto más evidencias de que realmente se hallaba en el pasado. Un muro circular que no había estado allí el día anterior, patrullado por guardias, circundaba el perímetro de la propiedad. Vestidos con auténtica armadura y atuendo medieval, los guardias empuñaban armas que habían hecho que los dedos de Sakura se curvaran ávidamente en cuanto las vio. Apenas había podido resistir la tentación de arrancárselas de las manos y guardarlas bajo llave en algún lugar donde estuvieran a buen recaudo.

    Mientras salían por las puertas, Sakura había mirado hacia abajo dentro del valle, llena de curiosidad y sin esperar ver la ciudad de Alborath. Descubrir el vasto valle, que veinticuatro horas antes había estado lleno de miles de hogares y comercios, actualmente ocupado por gordas ovejas que pacían tranquilamente, la había dejado completamente perpleja.

    «Afróntalo de una vez, Haruno. Sea cual sea el modo en que lo ha hecho (física, druidismo, arqueoastronomía), el caso es que te ha llevado al pasado.»

    Lo que significaba que el hombre sentado a la grupa del caballo detrás de ella, que no había dicho una palabra desde que salieron del castillo y que ahora los guiaba en un vertiginoso galope a campo traviesa, era poseedor de conocimientos que le permitían mandar sobre el tiempo.

    Eso no era exactamente lo que había esperado Sakura el día en que estuvo en su ático fantaseando acerca de la clase de hombre que podía ser Sasuke Uchiha. No, ni una sola vez se le había ocurrido pensar «druida capaz de viajar por el tiempo». Aquello estaba haciendo que reevaluara todo su concepto de la historia, y ahora veía lo poco que sabían realmente los historiadores. Se sentía como si se hubiera precipitado dentro de uno de los guiones televisivos de Joss Whedon, para caer a un mundo en el que nada era lo que parecía. Donde las chicas descubrían que eran unas cazavampiros y se enamoraban de hombres que no tenían alma. Sakura, que era adicta a Buffy hasta la médula, se preguntó a quién se parecería más Sasuke, si a Spike o a Angel.

    La respuesta llegó con una rápida certeza. Había algo en él mucho más propio de Spike que de Angel, una torturada dualidad, una oscuridad subyacente a la que no podía resistirse.

    La mano de Sasuke le sujetaba la cintura con una firmeza casi dolorosa, su cuerpo rígido detrás del de ella. Por sí sola su corpulencia ya bastaba para impresionar, y estar atrapada entre sus poderosos muslos mientras su mano la mantenía apretada contra su ancho pecho la hacía sentirse delicada y abrumada al mismo tiempo. Sasuke parecía diferente en su propio siglo, y Sakura se preguntó cómo podía haber pasado nunca por un hombre del siglo XXI. Todo él era guerrero e imperioso dominio. Por sus venas corría la sangre de la realeza céltica, caliente y apasionada. Sasuke era lo bastante hombre para blandir las enormes espadas que adornaban las paredes en Los Claustros; para sobrevivir, e incluso prosperar, en una tierra tan salvaje e indómita.

    Sakura apenas se había percatado de su silencio cuando iniciaron la galopada, demasiado fascinada por el paisaje, pero ahora lo sentía como un viento frío que soplaba detrás de ella y hacía que se le pusiera la piel de gallina.

    —¿Por qué nos detenemos aquí? —preguntó nerviosamente cuando él puso el caballo al trote cerca de un bosquecillo de serbales.

    La réplica de él consistió en una suave carcajada mientras cambiaba de postura en la silla de montar de tal manera que la gruesa dureza de su virilidad se restregó por un instante contra el trasero de Sakura. A pesar de lo nerviosa que la estaba poniendo, el deseo se adueñó de todo su ser con una súbita intensidad que casi la mareó. Había preguntas, trillones de preguntas que debería hacer, y de pronto no podía recordar ni una sola de ellas. La mente se le había quedado en blanco cuando él se restregó contra ella.

    Sasuke detuvo el corcel tirando de las riendas, saltó al suelo y la bajó de la grupa. Sakura perdió el equilibrio y cayó en sus brazos, y él le aplastó la boca con un beso salvaje y abrasador.

    Después la apartó de un empujón, y ella se quedó jadeando y tambaleante. Sakura se estabilizó y lo contempló con los ojos muy abiertos mientras él cogía un plaid que había estado doblado debajo de la silla. Sin decir palabra, Sasuke lo arrojó al suelo y lo extendió con la puntera de su bota. Después alejó al corcel con una ligera palmada en la grupa.

    —Pensaba que le habías dicho a Fugaku que me llevabas a ver una aldea medieval. ¿Qué estás haciendo, Sasuke? —consiguió preguntar.

    Sabía muy bien lo que estaba haciendo. Prácticamente podía olerlo en él: sexo y lujuria y una implacable determinación.

    Aunque estaba preparada para él, Sakura retrocedió unos cuantos pasos. No pudo evitar hacerlo. Luego retrocedió unos cuantos más. Diminutas inspiraciones chocaron entre sí y se atascaron en su garganta. Aquel peligro que tantas veces había percibido en él anteriormente se había incrementado de pronto hasta alcanzar una terrible intensidad.

    La mirada de Sasuke se burlaba de ella. Un extraño destello de impaciencia y mal genio cruzó velozmente por sus ojos.

    —Anoche tuviste la mano cerrada alrededor de mi polla, Sakura, ¿y quieres saber lo que estoy haciendo? ¿Qué piensas que estoy haciendo? —ronroneó con una forma de enseñar los dientes que sólo una estúpida habría calificado de sonrisa.

    Luego fue hacia Sakura con las ventanas de la nariz dilatadas y describió un lento círculo alrededor de ella. Tras quitarse la cinta de cuero de los cabellos, pasó las manos por su trenza y la liberó. Los cabellos fluyeron alrededor de su cuerpo en oleadas de medianoche. «La bestia anda suelta», pensó Sakura mientras se sentía recorrida por una súbita descarga de excitación que pareció derretirle los huesos. Giró lentamente para mantenerse de cara hacia él. Estaba demasiado nerviosa para permitir que se le colocara a la espalda.

    Sasuke puso la mano encima de su camisa debajo del cuello y, cerrándola en un apretado puño, se la sacó de un brusco tirón y la arrojó al suelo.

    El aire abandonó los pulmones de Sakura en una gran exhalación. Vestido únicamente con los calzones de cuero negro y los cabellos cayendo alrededor de su salvaje rostro, Sasuke era impresionantemente hermoso. Cuando se inclinó y se despojó de las botas, los músculos ondularon en su poderosa espalda y sus anchos hombros, recordándole a Sakura que él tenía dos veces su tamaño, que sus brazos eran bandas de acero y su cuerpo una máquina meticulosamente adiestrada.

    «Algo en él es distinto...»

    Tuvieron que transcurrir unos instantes para que Sakura entendiese de qué se trataba. Ahora estaba viendo por primera vez a Sasuke sin su eterna reserva y su gélido control. Sus gestos ya no eran ejecutados con una delicada fluidez. De pie ante ella, con las piernas separadas, Sasuke era pura agresión masculina, insolente y desencadenada.

    Sakura se sorprendió al darse cuenta de que había empezado a respirar con rápidos jadeos entrecortados. Aquel hombretón agresivo y tan duro como una roca que se desnudaba ante ella iba a hacerle el amor.

    Sasuke describió dos silenciosos círculos más alrededor de Sakura —oh, sí, había un descarado contoneo masculino en sus andares—, y luego fue hacia ella mientras su mano empezaba a desatar las cintas de sus calzones. La contemplaba con una diversión entre burlona y posesiva como si percibiera que ella estaba a punto de salir corriendo, supiera que podía correr más deprisa que ella, y más bien esperase que lo intentara.

    Mientras su enorme mano terminaba de desatar las cintas, la mirada de Sakura fue atraída hacia ese punto y bajó por su estómago ondulante hasta llegar a aquel bulto en sus pantalones que era... considerablemente grande. Y que pronto estaría dentro de ella.

    —Q-quizá deberíamos ir lo más despacio posible —tartamudeó—. Sasuke, me parece que...

    —Calla —dijo él en un tono muy seco mientras se libraba de sus calzones.

    Sakura cerró la boca y lo miró. El espectáculo de Sasuke, con sus pantalones de cuero a medio quitar, las piernas separadas y la musculosa firmeza de su cuerpo reluciendo bajo el sol con destellos dorados mientras su gruesa erección empujaba ávidamente hacia arriba, quedaría grabado para siempre en su memoria hasta el fin de los tiempos. No podía respirar, ni siquiera podía tragar saliva. También tenía muy claro que no iba a parpadear y perderse ni un solo instante de aquello. Casi dos metros de hombre palpitante en estado puro se hallaban de pie ante ella, recorriéndola con su mirada abrasadora como si estuviera pensando qué parte de su cuerpo iba a saborear primero. Sakura miró, sin decir nada, mientras sentía cómo el corazón le retumbaba dentro del pecho.

    —Ya sabes que no soy un hombre bueno —dijo él, encubriendo con la engañosa dulzura de su voz el acero que había debajo de ella—. No te he dado excusas. No te he contado hermosas mentiras. Viniste conmigo de todos modos. No finjas que no sabes lo que quiero y no se te ocurra pensar en negármelo. Ya has intentado echarte atrás en dos ocasiones. Conmigo no hay vuelta atrás, mi pequeña Sakura. —El silabeo con el que pronunció las últimas palabras hizo que sus dientes quedaran al descubierto—. Sabes lo que quiero, y tú también lo quieres. Lo quieres exactamente de la manera en que me dispongo a dártelo.

    A Sakura casi se le doblaron las rodillas. Una oleada de expectación estremeció su cuerpo. Él tenía razón. Sobre todos los puntos.

    Sasuke fue hacia ella.

    —Deprisa, con fuerza, profundamente. Cuando haya terminado, sabrás que eres mía. Y entonces ya nunca volverás a pensar en decirme que no.

    Otro paso depredatorio hacia ella.

    Sakura se dejó llevar por el instinto, sin ni siquiera pensar en ello: sus pies la hicieron volverse en redondo y echó a correr.

    Como si pudiera dejar atrás a Sasuke. Como si pudiera dejar atrás aquello a lo que había estado intentando dejar atrás desde que lo conoció, la incontenible y aterradora necesidad del deseo que sentía por él. Como si quisiera hacerlo. Deseaba a Sasuke más de lo que era prudente, más de lo que era racional, más de lo que era controlable. Aun así, corrió en una última resistencia simbólica, y —una parte de ella lo sabía— corrió porque quería que él la persiguiese. Llena de excitación por el hecho de saber que Sasuke Uchiha corría tras ella y cuando la alcanzara iba a enseñarle todas aquellas cosas que habían estado prometiendo sus ojos. Todas aquellas cosas que ella tan desesperadamente anhelaba conocer. Sakura corrió a través de la hierba alta y espesa y él la dejó correr durante un tiempo, como si él también disfrutara de la persecución. Luego lo tuvo encima, arrastrándola hacia el suelo boca abajo. Riendo mientras la hacía caer.

    La risa de Sasuke se convirtió en un áspero gruñido mientras estiraba su enorme y duro cuerpo encima del de ella, su erección como una barra de hierro que empujaba el trasero de Sakura a través de la tela de su vestido. Sakura se debatió, aterrorizada al sentir lo grande que era él, mas Sasuke no le dio cuartel y la rodeó con los brazos, atrapando los de ella contra los costados. Se restregó hacia arriba y hacia abajo entre la hendidura de su trasero, gruñendo en una lengua que ella no podía entender.

    Ciñéndole firmemente los brazos con uno de los suyos, Sasuke deslizó una mano entre su cuerpo y el suelo y la cerró sobre la uve de sus muslos. Sakura gritó ante aquel contacto de intimidad tan absoluta. Cada nervio de su cuerpo despertó brutalmente a un intenso y ávido vacío. Los músculos se tensaron rígidamente sobre la nada dentro de ella, impacientes por ser llenados y apaciguados. El extraño mal genio de Sasuke y su falta de miramientos alimentaban un deseo que Sakura ignoraba que tuviera dentro de ella. Ser tomada, consumida por el hombre. Deprisa, salvajemente y sin palabras. Tan animal como ella había sabido que era el día en que lo conoció.

    En ese momento Sakura comprendió que le gustaba el peligro que había en él. Avivaba una parte temeraria de ella misma que llevaba mucho tiempo negando, de la que siempre había tenido un poco de miedo. La parte de ella que a veces soñaba que estaba en Los Claustros durante la noche y los sistemas de alarma fallaban, dejando desprotegidas todas aquellas magníficas antigüedades.

    El peso del cuerpo de Sasuke encima del suyo era tan grande que apenas podía respirar. Cuando sus labios le rozaron la nuca, Sakura gimoteó. Cuando los dientes de él se cerraron sobre su piel en un pequeño mordisco amoroso, Sakura prácticamente gritó. Estaba vertiginosamente excitada, lo necesitaba y se sentía llena de un abrasador y doloroso anhelo. Entonces la gran mano de él se posó sobre su rostro y un dedo se deslizó entre sus labios, y Sakura lo chupó, queriendo tomarlo y saborear cualquier parte de Sasuke a la que pudiera llegar.

    Con la otra mano él le subió las faldas del vestido y sus dedos implacables exploraron los suaves pliegues que acababa de poner al descubierto, esparciendo la humedad a lo largo de ellos con cada deslizamiento. Mientras la dura masculinidad de su miembro se hincaba en el trasero de Sakura, Sasuke metió un dedo dentro de ella y lo introdujo profundamente. Sakura chilló y le empujó la mano con la cara. Sí, oh, sí..., ¡eso era lo que necesitaba! Pequeños sonidos entrecortados escaparon de los labios de Sakura mientras él deslizaba diestramente hacia dentro un segundo dedo hasta hacerlo llegar a su barrera virginal. Delicada, pero implacablemente, Sasuke se abrió paso a través de ella mientras cubría su cuello y sus hombros desnudos con abrasadores besos de boca abierta entre los que intercalaba minúsculos mordiscos. El dolor fue fugaz, apenas un pequeño desgarramiento que enseguida quedó sobrepasado por el placer de los dedos de Sasuke moviéndose dentro de ella y la sensación de su cálida boca sobre su piel, su poderoso cuerpo ondulando contra el suyo. Sasuke era su fantasía más privada hecha realidad. Sakura había soñado con aquello, con el momento en que él la tomaría como si no hubiera ninguna fuerza capaz de evitarlo sobre la faz de la Tierra.

    Y ninguna podía hacerlo, pensó vagamente. Desde el momento en que lo vio, ella había sabido que aquello terminaría ocurriendo. Nunca había sido una cuestión de «si», sólo había sido una cuestión de dónde y cuándo.

    Entonces él empezó a empujar, grueso y duro como el acero, contra aquellos suaves y delicados pliegues y ella no pudo evitar que se le escapara un ruidito de inquietud. Lo había visto. Sabía lo que vendría ahora, y no creía que fuera a poder darle cabida.

    —Chist —canturreó Sasuke junto a su oreja mientras avanzaba un poco más.

    —No puedo —medio sollozó Sakura cuando él empezó a empujar dentro de ella.

    La presión de Sasuke tratando de entrar era demasiado intensa.

    —Sí que puedes.

    —¡No!

    —Tranquila, muchacha —ronroneó él.

    Retrocedió la pequeña distancia que había ganado, se envolvió el miembro con la mano y volvió a intentarlo, ahora más despacio que antes. Aunque Sakura anhelaba desesperadamente tenerlo dentro, su cuerpo se resistía a la intrusión. Sasuke era demasiado grande y ella demasiado pequeña. Él volvió a detenerse con un juramento contenido a duras penas, y se puso a juntar los gruesos pliegues del vestido de Sakura en un improvisado cojín debajo de la pelvis de ella, haciendo que su trasero quedase colocado un poco más arriba y dispuesto en un ángulo adecuado.

    Todo el peso de su cuerpo volvió a estar encima de Sakura. Sasuke curvó un poderoso brazo alrededor de sus hombros y le rodeó las caderas con el otro. Empezó a restregarse contra sus piernas, subiendo y bajando a lo largo de ellas hasta que Sakura se encontró apretándose salvajemente contra su cuerpo. En aquel nuevo ángulo se sentía expuesta y vulnerable, pero sabía que de ese modo a él le resultaría más fácil entrar. Sakura ya había empezado a soltar gritos incoherentes cuando él se introdujo despacio, penetrando en ella con la respiración convertida en un silbido que se deslizaba entre sus dientes. Sakura jadeó y trató de dar acomodo al grosor con el que la empalaba Sasuke. Los minutos transcurrieron poco a poco mientras él seguía profundizando, tomando posesión de cada diminuta fracción que iba cediéndole el cuerpo de ella. Justo cuando Sakura estaba segura de que Sasuke se había enfundado hasta la empuñadura, de que ya lo tenía absolutamente todo dentro de ella, él embistió una última vez con un gruñido para profundizar todavía más, y Sakura no pudo reprimir una especie de maullido ahogado.

    —Estoy dentro de ti, muchacha. —La voz de él era un profundo rumor contra su oreja—. Ahora soy parte de ti.

    Dios, Sasuke había estado dentro de ella desde el momento en que lo vio. Era un ladrón que no conocía los escrúpulos, había irrumpido en su interior y reclamado la residencia justo debajo de su piel. ¿Cómo había sido capaz de vivir hasta entonces sin aquello?, se preguntó Sakura. ¿Sin aquella salvaje intimidad, sin aquel hombre tan grande e intenso dentro de ella?

    —Ahora voy a hacerte el amor, despacio y con mucha dulzura, pero cuando te corras, te follaré del modo en que necesito hacerlo. Del modo en el que no he dejado de soñar desde el instante en que te vi.

    Sakura le respondió con un gemido ahogado mientras sentía que toda ella ardía por dentro con un desesperado anhelo de que él empezara a moverse, de que hiciera lo que le prometía. Quería ambas cosas: ternura y salvajismo, hombre y animal.

    —Cuando te inclinaste dentro del coche de tu amigo aquel día, Sakura, quise estar detrás de ti, tal como estoy ahora. Quise levantarte la falda y llenarte de mí. Quise subirte en volandas hasta mi ático y tenerte en mi cama y no dejarte marchar nunca. —Gimió con un sonido que era como un ronroneo, suave y áspero al mismo tiempo—. Y, por Dios, cuando vi tus piernas sobresaliendo de debajo de mi cama...

    Se calló y pasó abruptamente a hablar en una lengua que Sakura no podía entender, pero el dialecto exótico en su voz llena de oscura pasión tejió un hechizo erótico alrededor de ella.

    Sasuke se retiró lentamente y luego volvió a llenarla, embistiéndola en una serie de largas y lentas acometidas que parecían rebuscar muy dentro de ella. Las dimensiones de su miembro despertaban terminales nerviosas en lugares que Sakura ni siquiera había sabido que existieran. Podía sentir cómo el clímax iba creciendo dentro de ella con cada firme embestida, mas en el preciso instante en que estaba a punto de alcanzarlo, Sasuke se retiraba para dejarla llena de anhelo y casi sollozando de deseo frustrado.

    Volvió a llenarla con un movimiento casi perezoso, sin dejar de ronronear en aquella extraña lengua. Después se retiró centímetro a centímetro, con una insoportable lentitud, hasta que Sakura se encontró agarrando la hierba en gruesos puñados que arrancaba del suelo. Hasta que con cada nueva acometida toda ella se debatía para arquearse contra Sasuke y tomar dentro de sí todavía un poco más de él, manteniéndolo en su interior para así poder alcanzar su liberación final. Durante un corto espacio de tiempo pensó que la culpa de que ésta siguiera eludiéndola tenía que ser suya, o quizás él simplemente era demasiado grande, y luego comprendió que Sasuke lo estaba posponiendo deliberadamente. Con sus grandes manos puestas encima de sus caderas, la empujaba hacia abajo cuando ella intentaba arquearse hacia arriba, impidiendo de ese modo que Sakura llegara a controlar el ritmo o pudiera tomar lo que necesitaba.

    —¡Sasuke ... por favor!

    —Por favor ¿qué? —ronroneó él contra su oreja.

    —Deja que me corra —gimoteó ella.

    Él rió roncamente y su mano, deslizándose entre la pelvis de ella y la tela doblada que había debajo, buscó entre los pliegues más íntimos de Sakura y puso al descubierto su tenso brote. Sasuke pasó un dedo por encima de él y ella casi gritó. Transcurrió el espacio de un latido, luego otro. Él volvió a rozarla ligeramente con el dedo.

    —¿Es esto lo que quieres? —preguntó sedosamente.

    Su manera de tocar era experta, torturante y provocativa, sin que nunca llegara a ser suficiente, e impartía las caricias con la segura habilidad de un hombre que conocía el cuerpo de una mujer tan bien como ella misma.

    —Sí —jadeó Sakura.

    —¿Me necesitas, Sakura? —Otra ligera pasada de su dedo.

    —¡Sí!

    —Pronto —ronroneó él— voy a saborearte aquí.

    Pasó la yema de su pulgar por encima del duro brote.

    Sakura golpeó el suelo con las palmas de las manos y cerró los ojos. Aquellas palabras tan simples casi — ¡pero no del todo, maldición!— la habían empujado más allá del dulce borde del abismo.

    Sasuke puso los labios en su oreja y le susurró, su voz llena de erótica pasión:

    —¿Sientes como si no pudieras respirar sin que yo esté dentro de ti?

    —Sí —sollozó ella, tenuemente consciente de que había algo de deja vu en sus palabras.

    —Ah, muchacha, eso es lo que yo necesitaba oír. Entonces es tuyo, todo aquello que quieres de mí.

    Cubriéndole la cara con su gran palma, le volvió la cabeza hacia un lado y puso su boca encima de la suya en el mismo momento en que la acometía con una profunda embestida y luego mantenía la postura, haciendo que sus caderas describieran círculos contra el trasero de ella mientras bombeaba en su interior. Ella se arqueó contra él y Sasuke le apretó la cintura con el brazo y profundizó todavía más el beso, su lengua sumergiéndose dentro de la boca de Sakura al mismo compás con el que acometía la parte inferior de su cuerpo. La tensión que había hecho presa en el cuerpo de Sakura explotó de repente, inundándola con la más exquisita sensación que hubiera experimentado jamás. Era distinto de lo que había sucedido en el avión; aquello era un terremoto más profundo e inmensamente más intenso que tenía lugar en el mismo núcleo de su ser, y Sakura gritó el nombre de él mientras se corría.

    Sasuke continuó con sus rítmicas acometidas hasta que ella se quedó inerte debajo de él, y entonces retiró las caderas hacia arriba, la incorporó sobre las rodillas y entró en ella, con el peso de sus testículos estrellándose suavemente contra su piel ardiente y dolorida. Sakura gimoteó con cada embestida, sin poder evitar que aquellos sonidos entrecortados se derramaran de sus labios.

    —Ay, muchacha, por Dios —musitó él.

    Haciéndola rodar consigo hasta dejarla tendida sobre el costado, la envolvió tan apretadamente con sus brazos que Sakura apenas si podía respirar, y volvió a embestir. Y luego embistió de nuevo, con sus caderas flexionándose poderosamente.

    Sasuke murmuró el nombre de ella cuando se corrió y la nota a medio quebrar que había en su voz, combinada con su mano moviéndose de aquella manera tan íntima entre sus piernas, llevó a Sakura a otro rápido clímax. Cuando alcanzó por segunda vez la cima del placer, éste fue tan intenso que los bordes de la oscuridad se plegaron delicadamente a su alrededor.

    Cuando Sakura salió de aquel estupor próximo al sueño, Sasuke todavía estaba dentro de ella. Y todavía la tenía dura.

    Mucho después Sasuke la llevó a la aldea de Balanoch, que en realidad era una concurrida pequeña ciudad. Comieron en la plaza central, lejos de los comercios del perímetro exterior que acogía las profesiones más ruidosas y malolientes, como los curtidores, los herreros y los carniceros. Sakura estaba famélica y comió con gran apetito tiras de buey en salazón y pan recién horneado, queso y una tarta hecha con alguna clase de fruta, todo ello acompañado por un vino con especias que se le subió directamente a la cabeza y le causó el grado justo de embriaguez para que le resultara imposible mantener las manos alejadas de Sasuke.

    En aquella aldea llena de gente, Sakura vio cosas que le confirmaron más allá de toda sombra de duda —aunque en realidad ya no le quedaba ninguna— que se encontraba en el pasado. Las casas estaban hechas de cañizo y argamasa, con diminutos patios en los que jugaban niños descalzos. Las tiendas estaban construidas de piedra, tenían techumbres de paja y sus grandes fachadas lucían contraventanas que se abrían en sentido horizontal, y la de abajo se usaba para exponer las mercancías. Junto a las cubas de la curtiduría, vio a mozos que afeitaban las pieles con los cuchillos de ancha hoja propios del oficio. En la fragua contempló con fascinación a un herrero imponente que batía un largo trozo de acero al rojo vivo, haciendo que las chispas volaran por los aires.

    Miró por la única ventana de la morada del orfebre y entrevió libros en el interior, momento en el que Sasuke amenazó con echársela al hombro si se entretenía demasiado rato allí.

    Cuando ella empezó a subir los escalones, él la apoyó contra la puerta y la besó hasta que Sakura no sólo perdió el aliento, sino toda memoria de adonde había querido ir.

    Había cereros, tejedores, alfareros, incluso un armero y varias iglesias.

    Sakura no podía evitar quedarse boquiabierta ante todo, y en una docena de ocasiones o más Sasuke le cerró suavemente la boca poniéndole un dedo debajo de la barbilla. Perdió la cuenta del número de veces que musitó alguna necedad del estilo de «¡Oh, Dios mío, realmente estoy aquí!».

    No pasaron mucho tiempo en Balanoch, sin embargo, nada que se aproximase ni de lejos a lo que hubiera necesitado Sakura para explorarlo a fondo; pero francamente, estaba más obsesionada con explorar a aquel hombre tan enorme y hermoso que le había hecho cosas que la hicieron sentir como si estuviera descosiéndose por dentro.

    Se detuvieron a varias «leguas», como las llamó él, de distancia de la aldea, cerca de un bosquecillo de robles y junto a un arroyo de rápida corriente que se ensanchaba hasta convertirse en una laguna de aguas rielantes.

    Cuando él la bajó del corcel esta vez, su mirada estaba llena de ternura y el mero hecho de tocarla fue una lánguida caricia, como si se disculpara sin palabras por su rudeza anterior (que a ella no le había importado en lo más mínimo). Y cuando volvió a tomarla fue dentro de la laguna de aguas calentadas por el sol, después de que le hubiera lavado delicadamente aquellas partes de su cuerpo que había dejado maltrechas. Esta vez Sasuke fue muy despacio; le daba docenas de perezosos, cálidos y húmedos besos, y obsequiaba a sus pechos con diminutos mordiscos y caricias. La acostó de espaldas junto a la laguna, se deslizó entre sus piernas y puso sus pantorrillas por encima de los hombros para así poder saborearla, tal como le había dicho antes que haría. La lamió dulcemente hasta que ella estuvo loca de deseo por él, y luego volvió a llevarla a la laguna y la alzó en vilo para ponérsela encima. Sakura se aferró a él y miró dentro de sus ojos mientras Sasuke la llenaba y volvía a convertirse en parte de ella.

    Y un segundo antes de que se quedara dormida entre sus brazos, completamente saciada, exhausta y dolorida en lugares que nunca habían sentido el dolor, supo que había hecho precisamente lo que tan decidida estaba a no hacer: se había enamorado locamente del extraño highlander oscuro.

    La luna plateaba los brezales cuando Sasuke finalmente salió de su sopor. Estaba tendido sobre el plaid con Sakura entre sus brazos, las sensuales curvas de su generoso trasero apretándose contra la parte delantera de su cuerpo, sus piernas entrelazadas juntas. Si Sasuke hubiera sido un hombre dado a llorar, en ese momento podría haber llorado de puro y simple placer.

    Ella lo había tomado tal como era. A todo él. Había estado a punto de enloquecer, con la oscuridad que lo incitaba a que prescindiese de toda bondad mientras sentía cómo su humanidad se le escurría de entre los dedos, y ella había hecho que volviera a ser él mismo. Sasuke había tratado de compensarla haciéndole el amor con mucha ternura, siendo más lento y delicado de lo que lo hubiera sido jamás anteriormente cuando tomaba a una mujer.

    Cualquiera que fuese el modo en que él la había tomado, Sakura lo acogió y supo estar a su altura. No se había equivocado con ella, porque Sakura era muy sensual y también tenía su parte salvaje e indómita. Había estado lista para perder la inocencia, impaciente por ser despertada y que se le hiciera aprender, y Sasuke había disfrutado con cada momento. Disfrutó con el hecho de saber que era su primer amante. El ultimo, también, pensó posesivamente. Sakura era una mujercita valiente y atrevida, y se mostró encantada con cada parte del sexo tal como él había sabido que haría.

    Después de que hubieran ido a Balanoch (que él apenas había visto, demasiado consumido por la mujercita que había entre sus muslos sobre la grupa del caballo), habían tomado el sol desnudos junto al arroyo de rápidas aguas que alimentaba la laguna. Cada uno había pasado las manos por encima del cuerpo desnudo del otro, aprendiéndose cada plano y cada curva. Saboreando todas las hendiduras y oquedades. Habían compartido más vino con especias y habían hablado.

    Habían hablado.

    Ella le habló de su infancia, de cómo había sido crecer sin padres. Lo hizo reír con historias de su abuelo, ya muy entrado en años, cuando la acompañó con temerosa cautela a comprar su primer sujetador (él se imaginó a Fugaku tratando de escoger prendas interiores femeninas. ¡Ah, eso sí que sería toda una visión!) y de cómo mantuvo con él «La Conversación» acerca de lo que ella llamó «los pájaros y las abejas». Sasuke lo intentó, pero a pesar de todos sus esfuerzos no consiguió llegar a entender ese coloquialismo. Lo que tenían que ver los pájaros y las abejas con el acto sexual era algo que rebasaba los límites de su entendimiento. A los caballos podía entenderlos. Pero ¿las abejas? Eso era un enigma insondable.

    Él había hablado un poco de su infancia; las mejores partes, el crecer con Izuna, antes de que llegara a ser lo bastante mayor para saber que los Uchiha eran temidos, durante aquellos años en los que todavía abrigaba los sueños y las fantasías de un muchacho. Le había cantado picantes tonadas escocesas mientras el sol corría velozmente a través del cielo, y ella había reído hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas. Él se asombraba ante cada una de las expresiones de ella, tan francas y abiertas. Se asombraba ante su capacidad para adaptarse a todo. Se asombraba de las emociones que ella hacía aparecer dentro de él, todos aquellos sentimientos que llevaban mucho tiempo olvidados.

    Ella le había hecho preguntas acerca del druidismo y él le había hablado de la miríada de obligaciones de los Uchiha: llevar acabo los rituales estacionales en Yule, Beltane, Samhain y Lughnassadh, cuidar de la tierra y de las pequeñas criaturas, preservar y guardar la sabiduría secreta, utilizar las piedras en ciertas ocasiones necesarias. También le había explicado, lo mejor que pudo, cómo operaban las piedras. La física teórica de la cuestión enseguida había demostrado ser demasiado para ella, y cuando sus ojos empezaron a vidriarse, él le ahorró una mayor instrucción al respecto. Le había contado lo poco que sabían acerca de los Tuatha de Danaan, y cómo los Uchiha habían formado una alianza con ellos hacía muchos miles de años; aunque evitó prudentemente el tema de los juramentos.

    —¿Así que los Tuatha de Danaan existieron realmente? —había exclamado ella—. ¿Una auténtica raza de gentes tecnológicamente avanzadas? ¿De dónde provenían? ¿Lo sabéis?

    —No, muchacha, no lo sabemos. Es muy poco lo que sabemos con certeza acerca de ellos.

    Sasuke había sabido con toda exactitud cuál fue el momento en que ella aceptó de verdad todo aquello; los ojos de Sakura habían brillado, sus mejillas se habían sonrojado, y él medio temió que echara a correr hacia las piedras para someterlas a un nuevo examen. Enseguida le había dado otras cosas para examinar.

    Oh, sí, su compañera era muy sensual...

    Extrañamente, Sakura no había sacado a relucir el tema de «la maldición», y tampoco había insistido en saber qué era lo que él estaba buscando, y Sasuke le estaba infinitamente agradecido por ello. No le cabía ninguna duda de que sólo se trataba de un respiro temporal y de que Sakura no tardaría mucho tiempo en coserlo a preguntas, pero se conformó con eso. Ya había percibido que ella estaba tan determinada como él a robar un día en el que no hubiera que preocuparse por el mañana. Era un regalo que nunca había esperado que ella llegara a hacerle, un regalo que aceptó con humildad. Aunque nunca más volviera a tener nada, habría tenido aquel día.

    Ella sabía que él era un druida, sabía lo antigua y extraña que era su estirpe, y no le había tenido miedo. Sasuke había disfrutado sin cortapisas de esa ausencia de miedo y se había complacido en la aceptación de Sakura.

    Ahora, mientras ella dormía en sus brazos, la apartó un poco de tal modo que la palma de su mano derecha pudiera deslizarse entre sus pechos para terminar deteniéndose sobre su corazón. Luego él también cambió de postura para que la palma de su mano izquierda descansara sobre la otra mano.

    Había ciertas palabras que llevaba toda su vida esperando decir, y no le serían vedadas. Fugaku siempre lo había acusado de querer demasiado. Si era cierto que lo hacía, no podía evitarlo. Una vez que su corazón había tomado la decisión, ya no se podía discutir con él. Sakura era su compañera y, durante el tiempo que quisieran concederle los dioses, él pertenecería por completo a aquella mujer.

    La besó hasta que ella se removió adormiladamente y murmuró su nombre. Decir los votos mientras ella dormía no le hubiese servido de nada, ya que su compañera tenía que escuchar las palabras. Empezó a hablar reverentemente, entregándose a ella para siempre, aunque el vínculo no llegaría a estar vivo a menos que algún día ella le devolviera las palabras.

    —Si algo debe perderse, será mi honor por el tuyo. Si algo debe quedar olvidado, será mi alma por la tuya. Si la muerte vuelve a venir, será mi vida por la tuya.

    Sasuke tensó los músculos del brazo con el que la rodeaba e hizo una profunda inspiración, sabiendo que lo que se disponía a completar era irrevocable. Ella no le había dirigido palabras de amor (aunque en un momento dado había utilizado la palabra «amor» allá en Balanoch, cuando dijo que le encantaba cómo hacía el amor, y casi consiguió que el corazón de Sasuke dejara de latir con ello). Completar el voto lo obligaría a amar a Sakura por toda la eternidad, y si había otras vidas más allá de aquélla, también tendría que amarla en ellas. Presa del tormento eterno, echándola de menos a cada momento, si ella nunca le devolviera su amor.

    —He sido entregado —murmuró, estrechándola contra su pecho.

    En el momento en que pronunció las palabras que ponían fin al juramento, una oleada de intensa emoción se adueñó de él. Sasuke no podía ni imaginar lo que sentiría si ella llegaba a devolverle alguna vez el voto, pero sospechaba que sería como si algo que siempre había estado incompleto por fin estuviese entero. Dos corazones que se fundirían en uno.

    Los antiguos retrocedieron con un rumor de furia en las profundidades de su interior. Aquello no les había gustado nada, pensó Sasuke sombríamente. Bien.

    —Eso ha sido precioso —murmuró Sakura—. ¿Qué era?

    Alzó la cabeza y lo miró por encima del hombro. Su piel rielaba con un translúcido resplandor bajo la claridad perlina de la luna y sus ojos verdes, todavía adormilados, relucían con un destello sensual. Sus labios, hinchados debido a los besos que le había dado él, eran tentadoramente carnosos. Sus rizos rosas despeinados caían alrededor de su rostro y Sasuke pudo sentir cómo se le volvía a poner dura, pero sabía que no podría volver a poseerla hasta el día siguiente como mínimo. Si él fuera un hombre paciente, le habría dado un par de semanas para que se recuperase. Pero tal como estaban las cosas, podría considerarse afortunado si conseguía esperar unas cuantas horas. Ahora que la había saboreado, que había probado lo dulce que era hacerle el amor a una mujer a la que amaba, Sasuke se moría por tener más.

    —Ay, muchacha, eres tan hermosa... Me dejas sin respiración.

    Palabras triviales, se reprochó a sí mismo, que no podían ser más insignificantes comparadas con lo que él sentía.

    Ella se sonrojó de placer.

    —¿Eso que has recitado era alguna clase de poema?

    —Sí, algo así —ronroneó Sasuke, haciéndola girar entre sus brazos para dejarla vuelta de cara a él.

    —Me ha gustado. Sonaba... romántico. —Lo miró con curiosidad y se mordisqueó el labio inferior—. ¿Cómo decía exactamente?

    Como él no lo repitió, ella reflexionó por un instante y luego dijo:

    —Ah, ya me acuerdo... Primero dijiste «si algo tiene que perderse...», y luego...

    —No, muchacha —gritó él, poniéndose rígido.

    Ay, Dios, ¿qué había hecho? No se atrevía a permitir que ella le devolviese los votos. Si le sucedía algo, entonces ella quedaría unida a él para siempre. Y si sucedía algo terrible, si —no lo quisiera Dios— se volvía oscuro, ¿estaría entonces ella unida a él, una bestia salida del infierno? ¡Sakura podía verse atada por toda la eternidad a la rabia y la furia que eran los draghar! No. Nunca.

    Sakura parpadeó, dolida.

    —Sólo quería repetirlo para poder recordarlo.

    Por alguna razón, aquel pequeño poema había hecho que se sintiera extrañamente obligada a recitarlo a su vez. Eran las palabras más dulces que él hubiera dicho jamás, aunque sólo fueran un pequeño poema de nada, y le habría gustado poder guardarlas a buen recaudo en su memoria. Sasuke no era un hombre que hablara porque sí. Quería decir algo con esas palabras. ¿Era así como Sasuke Uchiha hablaba de sus sentimientos? ¿Recitando un poema de unas cuantas líneas?

    Aunque todavía estaba medio dormida cuando él habló, Sakura se sentía bastante segura de que había dicho algo así como «mi vida por la tuya». ¡Ah, si él pudiera amarla de esa manera! Ya no quería meramente ser la mujer que consiguiera llegar a meterse dentro de Sasuke Uchiha, sino que ahora quería ser la que permaneciera en su interior. Para siempre. La última mujer a la que él le hiciera el amor en toda su vida. Sakura lo quería con tanto anhelo que el mero hecho de quererlo ya era una especie de dolor.

    Y por Dios, quería volver a oír aquellas palabras.

    Abrió la boca para insistir, pero en cuanto lo hizo, él puso la suya sobre sus labios separados y —¡oh, maldito fuese aquel hombre por ser capaz de besar a una mujer hasta convertirla en un enjambre de hormonas que zumbaban igual que abejitas borrachas!— en cuestión de segundos lo único en lo que pudo pensar fue el modo en que la estaba tocando.

    .

    .

    Fugaku no era un hombre dado a espiar. Bueno, no lo había sido hasta que sus hijos se buscaron compañeras, y entonces pareció que de pronto estaba haciendo toda clase de cosas que no había hecho antes. Como escuchar a escondidas una conversación embarazosamente intensa y personal entre Izuna y Sakurasou que había terminado con Fugaku llevándose a Shizune a la cama. Y casándose con ella poco tiempo después.

    Sonrió. Ella también era una mujer realmente magnífica. Shizune sabía más acerca de los Uchiha que los mismos Uchiha. En sus doce años como su ama de llaves, Shizune había aprendido prácticamente cada secreto que había en su castillo, incluido uno que ni siquiera él había conocido: la existencia de un lugar que había permanecido olvidado durante casi ocho siglos, según la última entrada que había leído en el registro que encontró allí.

    Shizune le dijo que había descubierto la cámara subterránea durante un zafarrancho de limpieza primaveral hacía diez años. No la había mencionado porque pensaba que él ya la conocía; «y además —había añadido en un tono bastante acerbo— eso fue cuando tú todavía no me hablabas». Fugaku resopló suavemente. Qué estúpido había sido al negar el deseo que sentía por ella. Tantos años desperdiciados.

    «¿Todavía estás desperdiciando más tiempo, anciano? —inquirió una cáustica voz interior—. ¿O es que acaso no sigue habiendo cosas que te niegas a decir?»

    Fugaku se apresuró a hacer desaparecer aquel pensamiento de su mente. No era el momento más apropiado para pensar en sí mismo. Lo que tenía que hacer ahora era concentrarse en encontrar una manera de salvar a su hijo.

    El contenido de la cámara era la razón por la que ahora acechaba entre las sombras de la gran sala esperando el regreso de Sasuke. Había textos y objetos, reliquias que Sasuke necesitaba ver. El volumen del material guardado en la cámara subterránea era abrumador. Podían tardar semanas sólo en catalogarlo.

    Fugaku percibió la proximidad de su hijo antes de que éste entrara en la gran sala y empezó a levantarse, pero en el último momento antes de que se abriera la puerta, oyó una suave carcajada femenina. Luego hubo un silencio que sólo podía ser llenado con besos. Luego se oyó otra carcajada. Muy tenue, pero perteneciente a Sasuke.

    Fugaku se quedó inmóvil con el cuerpo suspendido encima de la silla. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez en que oyó aquel sonido?

    Sí, la oscuridad seguía hallándose presente debajo de él, pero lo que fuera que había sucedido aquel día le había concedido un misericordioso respiro a Sasuke. Fugaku no necesitaba ver a su hijo para saber que ahora sus ojos serían, si no dorados, al menos más claros.

    Cuando su hijo abrió la puerta, Fugaku volvió a tomar asiento y reunió la penumbra a su alrededor mediante unas cuantas palabras murmuradas en voz baja.

    Sus nuevas podían esperar hasta mañana.
     
    Última edición: 21 Febrero 2022
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    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    4912
    CAPITULO 20
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.


    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem



    —Hay algo que no te he contado, mi pequeña Sakura —dijo Sasuke, saliendo de entre las sombras que llenaban el círculo de piedras.

    Sus ojos decían que quería contárselo. Sus ojos decían que temía contárselo. ¿De qué podía tener miedo un hombre semejante? Que Sasuke lo temiera hizo que ella también se asustara, y disminuyó su necesidad de saber. En lo que era toda una novedad para Sakura, su curiosidad se hizo un ovillo y fingió estar muerta.

    —No tienes por qué contármelo si no quieres —objetó, queriendo que el placer de ensueño de su recién encontrada intimidad no se viera manchado por verdades difíciles.

    A juzgar por la expresión que había en el rostro de él, difícil era una manera muy suave de describir lo que fuese que había estado ocultándole.

    Los tendones del robusto cuello de Sasuke se movieron y abrió y cerró la boca varias veces. Inspiró profundamente.

    —Tal vez deberías saber...

    Unos súbitos golpes en la puerta hicieron que Sakura despertara. Su sueño se esfumó entre una nube de diminutas partículas de polvo.

    Cuando la sintió removerse, los brazos de Sasuke se tensaron alrededor de ella.

    —¿Estáis despiertos ahí dentro? —llamó Shizune a través de la puerta—. Fugaku ya no cabe en sí de impaciencia. Quiere que los dos bajéis inmediatamente.

    —Estamos despiertos, Shizune —replicó Sasuke—. ¿Te importaría hacer que nos subieran un baño?

    —Sasuke, tu padre se subirá por las paredes. Lleva desde primera hora de la mañana de ayer esperando poder enseñarte lo que ha descubierto, y ya sabes que nunca ha sido el más paciente de los hombres.

    Sasuke exhaló ruidosamente.

    —Un cuarto de hora, Shizune —dijo, resignado—, y bajaremos.

    —Si de mí dependiera, no habría venido a molestaros.

    Una suave risa, y sus pasos se alejaron por el corredor.

    Sasuke le dio la vuelta a Sakura hasta dejarla de cara a él, capturó una de sus piernas entre las suyas y cerró posesivamente las manos sobre sus generosos senos.

    —Buenos días —dijo ella con voz somnolienta, y luego se sonrojó al acordarse de lo que le había hecho él aquella noche.

    Lo que ella le había alentado a hacer, llegando al extremo de suplicárselo. Sonrió. Estaba agotada, le dolía todo y se sentía maravillosamente bien. Había pasado la noche entera en los brazos de Sasuke. Curioso, pensó, de todas las cosas que resultaban tan difíciles de creer, las últimas veinticuatro horas con él parecían las más asombrosas. Desde que ella se le había entregado, Sasuke había sido un hombre completamente distinto. Sensual, juguetón, cariñoso. Oh, seguía siendo igual de dominante y bajamente sexual, pero ahora se mostraba mucho más abierto. Allí donde hasta entonces a veces parecía no estar del todo presente —con una parte de él situada en otro lugar—, en la cama se entregaba al cien por cien. Todo él permanecía firmemente centrado en lo que hacía.

    Ser el punto focal de un erotismo tan intenso e incesante era devastador. Sasuke Uchiha era todo lo que ella había fantaseado que podía ser en la cama y más. Salvaje y exigente, se abría paso como un ariete a través de todas las inhibiciones de Sakura.

    Justo cuando ella estaba pensando en lo agradable que sería verlo cuando no estuviera en tensión, su cuerpo tan relajado como el de un león mientras tomaba el sol, él le devolvió la sonrisa, pero ésta no llegó a sus ojos.

    —¡Ooooh! Deja de hacer eso. Cuando me sonríes de esa manera, quiero tenerlo todo.

    —¿Cómo? —Parecía confuso.

    Sakura le puso las manos encima de las costillas y se preguntó si un hombre tan fuerte y disciplinado podía tener cosquillas. Las tenía, y la deleitó descubrir que en cierta pequeña manera Sasuke era tan desvalido y humano como el resto del mundo. Siguió haciéndole cosquillas implacablemente hasta que, riendo, él capturó sus manos entre las suyas.

    —Yo siempre castigo a las jovencitas que me hacen cosquillas —ronroneó, subiéndole los brazos por encima de la cabeza.

    —¿Cómo? —preguntó ella con voz sofocada.

    Él bajó su oscura cabeza y tomó uno de los pezones de Sakura dentro de su boca, chupándolo delicadamente antes de liberarlo y deslizar la lengua sobre sus pechos para capturar el otro.

    —Tienes unos pechos perfectos, Sakura —gruñó después con voz enronquecida—. En cuanto al castigo, tendré que pensar en eso —ronroneó contra su piel—. Ninguna mujer me había hecho cosquillas antes.

    —Vaya, me pregunto por qué —consiguió decir ella. Cuando él trazó un círculo con la lengua alrededor de un pezón florecido, Sakura arqueó la espalda e inhaló bruscamente. Sentía los pechos hinchados, un poco irritados por el roce de la sombra de su barba, y exquisitamente sensibles—. ¿No podría ser debido a lo reservado y dueño de ti mismo que se te ve siempre? Probablemente tenían miedo de hacerlo —dijo con un jadeo entrecortado.

    Él le soltó el pezón y alzó la mirada hacia ella, visiblemente sobresaltado.

    —Pero tú no me tienes miedo, ¿verdad, Sakura?

    —Sonríe —jadeó ella, porque no quería responder a eso.

    No quería admitir que una parte de ella le tenía miedo a ese hombre tan intimidatorio que danzaba entre los siglos. No exactamente a él, sino más bien al poder que él ejercía sobre ella debido a los sentimientos tan intensos que le inspiraba. Con todas las cosas increíblemente íntimas y abrasadoras que le había llegado a hacer Sasuke, no había dicho ni una sola de las palabras que se dicen los amantes, esas palabras que permiten entrever un futuro juntos. Como le había dicho Sasuke el día anterior, él no daba excusas y no ofrecía hermosas mentiras. Tampoco hacía promesas. A ella no le importaría que le hiciera una o dos. O diez.

    Siguiendo el ejemplo de él, Sakura había guardado silencio acerca de sus sentimientos, resuelta a ser paciente; esperar y observar; tratar de captar alguna de aquellas pequeñas y sutiles señales que eran todo lo más que Sasuke llegaba a revelar jamás.

    Él arqueó una ceja y sonrió tal como ella le había pedido que hiciera.

    —Oh, ésa ha estado mucho mejor —dijo ella, devolviéndole la sonrisa.

    Cuando él sonreía de verdad, era imposible no sonreírle en respuesta. Cuando Sasuke bajó las manos por sus brazos y las dirigió hacia sus pechos primero, y hacia sus caderas después, ella sacudió cautelosamente la cabeza.

    —Oh, no. No puedo. No en este momento. —Luego jugó a fastidiarlo al añadir, de una manera que no podía ser más deliberada—: Quizá tenga que transcurrir una semana antes de que pueda volver a hacerlo.

    Remató la jugada con un púdico aleteo de sus pestañas.

    Él gruñó y sacudió la cabeza, haciendo que su negra melena se derramara sobre su piel como seda oscura.

    —Ah, no, muchacha, me parece que no. Un baño acelerará tu recuperación.

    Su miembro le presionó el muslo, endurecido y listo para volver a hacerlo. «¿Es que este hombre no se cansa nunca?», se preguntó ella, sintiéndose en el séptimo cielo.

    A pesar de lo dolorida que estaba, el deseo se inflamó de nuevo en su interior, ávido y abrasador, para hacer que todas aquellas maltrechas terminaciones nerviosas volvieran a cobrar vida. Sasuke hacía que se sintiese insaciable. Practicar el sexo con él hacía que sintiera como si estuviese haciendo algo prohibido y podía llegar a convertirse en una auténtica obsesión. Aunque se sentía dolorida y llena de morados, si dispusieran de tiempo para ello, Sakura volvería a tenerlo debajo de ella o, mejor dicho, Sasuke volvería a tenerla debajo de él, porque no cabía duda de que le gustaba adoptar la posición dominante.

    —Ya has oído a Shizune. No vamos a tener ningún baño. Fugaku quiere vernos.

    De pronto Sakura tuvo la sensación de que se encontraba en una situación bastante embarazosa. Se había acostado con el hijo de Fugaku en el castillo de Fugaku. Aunque no se había sentido nada incómoda por ello con Shizune en la puerta, por alguna razón ya no lo tenía tan claro cuando pensaba en Fugaku, quizá porque él tenía la edad suficiente para poder ser su abuelo.

    —No te preocupes, muchacha —la tranquilizó Sasuke, adivinando por su expresión lo que ella estaba pensando—. Fugaku ya nos vio ayer por la noche. No te va a tener en peor concepto. A decir verdad, se sentirá encantado. Yo nunca había tenido a una muchacha en mi cámara antes.

    —¿De veras? —preguntó ella, sintiendo que le faltaba un poco el aliento.

    Él asintió y Sakura respondió con una sonrisa radiante: al menos en su dormitorio, ella era la única. Aunque no era lo que hubiese preferido (como por ejemplo una declaración de amor imperecedero por su parte o la petición de que ella le diera hijos), ya era algo. Sus ojos se entornaron. El sol entraba a raudales por la ventana detrás de ellos y los ojos de Sasuke eran dorados, salpicados por motas más oscuras. Humeantes y sensuales, circundados por gruesas pestañas oscuras, pero dorados a pesar de todo.

    —¿Qué les ocurre a tus ojos? —exclamó—. ¿Es algo propio de los druidas?

    —¿De qué color son? —preguntó él cautelosamente.

    —Dorados.

    Él le dirigió otra sonrisa libre de toda reserva. Era como disfrutar del sol, pensó ella mientras pasaba los dedos a lo largo de su mandíbula ensombrecida por la barba, y no pudo evitar sonreír con él.

    Sasuke volvió a empujarla suavemente con la punta de su miembro.

    —Me haces mucho bien, muchacha. Y ahora levántate de una vez, mujer, si no quieres que empiece algo que tú te niegas a dejarme terminar.

    Se sentó en la cama, llevándola consigo con su movimiento, y la besó. Luego empezó a mordisquearle el labio inferior y el beso no tardó en volverse intenso y apasionado mientras él trataba de ponerse de pie y los dos se cayeron de la cama, de tal modo que ella aterrizó encima de él. Sasuke enseguida la puso debajo de él y la besó hasta que ella empezó a jadear en busca de aire.

    Unos instantes después, él le dirigió una sonrisa altanera mientras la ayudaba a levantarse del suelo.

    —Apostaría a que no te dolerá por mucho tiempo —ronroneó.

    «Decididamente no —pensó ella—, y maldito sea este hombre que me tortura provocándome de este modo.» Músculos que no había sabido que tuviera protestaron en las partes interiores de sus muslos cuando trató de caminar. Y aun así, quería más.

    Sólo mucho más tarde cayó en la cuenta de que él no había respondido a su pregunta.

    —Ya iba siendo hora —gruñó Fugaku cuando entraron en la sala.

    —Padre, ¿dónde está el quinto Libro de Manannán? —preguntó Sasuke sin ningún preámbulo.

    —No existe ningún quinto Libro de Manannán —dijo Sakura como si tal cosa—. Sólo hay tres. Eso lo sabe todo el mundo.

    Sasuke le dirigió una fría sonrisita.

    —Ah, ese nefasto «todo el mundo». Hace mucho que me pregunto quién forma ese grupo.

    Fugaku puso cara de diversión. Después inclinó la cabeza hacia un lado y dirigió una mirada inquisitiva a Sasuke.

    —¿Piensas que ella necesita una distracción? Creía que la habías estado distrayendo de una manera muy concienzuda.

    Sakura se ruborizó.

    —Está en la biblioteca de la torre —añadió Fugaku—. Pero no tardes mucho en volver, porque tenemos muchas cosas de las que hablar y Shizune me ha enseñado algo que no puede ser más asombroso.

    Cuando Sasuke hubo salido de la sala con rápidas zancadas, Fugaku dio unas palmaditas en el asiento junto a él.

    —Ven aquí, querida mía —dijo con una afable sonrisa—. Pasa un rato conmigo y háblame de ti. ¿Cómo conociste a mi hijo?

    ¿Cuándo conseguiría encontrar una respuesta apropiada para esa pregunta?, se preguntó Sakura melancólicamente. Apartó los ojos de la penetrante mirada del anciano, y se sonrojó un poco.

    —La verdad, querida mía —dijo Fugaku suavemente.

    Sakura lo miró, muy sorprendida.

    —¿Tan transparente soy?

    Él sonrió tranquilizadoramente.

    —Conociendo a mi hijo como lo conozco, no creo que fuese un encuentro ordinario.

    —No —admitió ella con un pequeño suspiro—. La verdad es que no se trató exactamente de un encuentro. Nosotros..., ejem, bueno, fue más bien como si colisionáramos...

    Su historia hizo que Fugaku riera a carcajadas y se muriese de ganas por contársela a Shizune, quien saborearía cada palabra de aquel increíble relato. La muchacha era una excelente narradora, lo bastante melodramática para que la acción no llegase a decaer nunca y muy hábil a la hora de sacar el máximo provecho a los mejores momentos. También era graciosa, con un sentido del humor lleno de modestia que resultaba de lo más atractivo.

    Aquella muchacha no tenía ni idea de lo poco corriente y maravillosa que era. Se consideraba «un poco empollona». Después de que ella hubiera definido la palabra, Fugaku decidió que eso era una de las mejores cosas que se podían llegar a ser. (El hecho de que él mismo estuviera incluido en la categoría de las personas que eran «muy dadas a lo intelectual, poco amantes de la vida social y tirando a patosas» pudo haber influido un poco sobre su opinión.) Sí, la narración de la historia fue una hermosa muestra de cómo había que urdir las palabras, y la historia propiamente dicha enseguida traía a la mente el encuentro predestinado de un Uchiha con su compañera.

    Mientras ella hablaba, Fugaku se dedicó a escucharla en profundidad. Percibió en ella un corazón puro, un corazón como el de Sasuke, más sensible que la mayoría, tremendamente dado a lo emocional y, debido a ello, celosamente custodiado. Fugaku oyó el amor que sentía por su hijo en el tono ligeramente grave de su voz. Aquel amor era tan fuerte que la tenía un poco preocupada, y todavía no estaba lista para hablar de ello.

    A Fugaku le bastaba con que estuviera ahí. Su hijo realmente había encontrado a su compañera. Fugaku pensó en lo irónico que era que la hubiese encontrado precisamente en aquel momento, aunque bendecía la ironía.

    Una cosa lo hizo reflexionar, sin embargo: ella todavía no sabía qué era lo que iba mal en Sasuke, y en su corazón había un pequeño brote de miedo recién florecido.

    Fugaku entendía muy bien eso. El instante en que un corazón se daba cuenta de que amaba, también era, paradójicamente, el instante en que aprendía a temer con el más profundo de los miedos. Ella quería saber qué era lo que le ocurría a Sasuke, y sin embargo no quería oír nada que pudiera echar a perder la alegría que sentía por estar con él, y Fugaku sospechaba que Sakura tendría que librar una pequeña batalla consigo misma antes de que finalmente se decidiera a preguntar.

    Cuando Sasuke entregó a Sakura el quinto Libro de Manannán, el anciano del clan de los Uchiha decidió que se había quedado prendado de ella. Sakura sostuvo el tomo con la mayor de las reverencias, tocando sólo las puntas de los bordes de las gruesas páginas mientras las contemplaba con unos ojos que el asombro había vuelto enormes. Y no paraba de hablar atropelladamente.

    —P-pero se s-supone que esto ni siquiera existe y... ¡oh, Dios, fue escrito utilizando el antiguo alfabeto l-latino! ¿Crees que podría cambiar una de mis reliquias por esto? —jadeó, volviendo hacia Sasuke una mirada a la que al mismo Fugaku le habría costado mucho responder con un no.

    Oh, sí, aquella muchacha podía pasar alegremente las horas haciendo lo mismo que le encantaba a él, que era estrujarse los sesos encima de los textos antiguos y deleitarse con las historias que contenían. Era una empollona, desde luego. Y Sasuke, bueno, Sasuke parecía haber quedado paralizado ante la perspectiva de negarle algo. Fugaku se apresuró a rescatar del apuro a su hijo.

    —Me temo que tiene que quedarse aquí, querida —dijo—. Existen razones por las que ciertos tomos nunca han sido puestos a disposición del mundo.

    —¡Oh, pero al menos tenéis que dejar que lo lea! —exclamó ella.

    Fugaku le aseguró que podría hacerlo, y luego pasó a centrar su atención en Sasuke. El descubrimiento de la cámara de la biblioteca lo había vigorizado, haciendo que se sintiera una veintena de años más joven y dándole todo un nuevo sentido de lo que significaba ser un Uchiha. Y dentro de aquella cámara, seguramente habría respuestas a sus problemas. Fugaku ardía en deseos de mostrársela a su hijo. Disfrutando del momento, dijo con una estudiada despreocupación:

    —Doy por sentado que no soy el único que no sabía nada acerca de la biblioteca que hay en la cámara de debajo del estudio, ¿verdad?

    Sasuke hizo un ruido estrangulado y su mirada llena de perplejidad voló hacia Fugaku.

    —¿Debajo del estudio?

    —Sí.

    Sasuke cogió de la mano a Sakura, la hizo levantar de su asiento, libró una pequeña batalla con ella para que dejara de aferrarse al texto, se lo quitó de las manos y lo depositó firmemente sobre la mesa, para luego arrastrarla en apresurada persecución de Fugaku.

    Cuando Fugaku aplicó presión sobre el puntal izquierdo debajo de la repisa de la chimenea, todo aquel lado del hogar giró hacia fuera, revelando un pasaje oculto detrás de ella. Explicó cómo un día Shizune, en un enérgico ataque de limpieza, lo había descubierto por pura casualidad mientras barría telarañas de debajo de la repisa y quitaba las negras costras de hollín de la superficie de piedra de la chimenea. Se había agarrado al puntal mientras frotaba y lo siguiente que supo fue que toda la chimenea había empezado a moverse, con Shizune aferrándose a ella.

    —¿Y por qué no nos lo contó? —dijo Sasuke, que no se lo podía creer.

    Fugaku soltó un bufido.

    —Pensó que ya lo sabíamos y creyó que no se suponía que ella debiera saberlo.

    Sasuke sacudió la cabeza.

    —¿Y esto es otra biblioteca?

    —Sí, hijo mío. Al parecer contiene toda nuestra historia, inalterada durante siglos.

    Atónita, y sospechaba que un poco olvidada momentáneamente por los dos hombres del clan Uchiha, Sakura siguió a Sasuke y Fugaku al interior de aquel oscuro vacío, bajando los empinados escalones de piedra que llevaban a una cámara, parecida a una caverna, que tendría unos cinco metros de ancho y el doble de largo. La cámara estaba iluminada por docenas de velas colocadas en hornacinas de las paredes; largas estanterías cubrían sus paredes desde el suelo hasta el techo, y había mesas, sillas y arcones esparcidos por ella.

    La cabeza de Sakura giró rápidamente en todas direcciones, moviéndose con una vertiginosa celeridad.

    «Intenta centrarte un poco, Haruno. Vas a conseguir que te dé un mareo de pura emoción.»

    Ningún arqueólogo que entrara en una tumba olvidada que hubiera permanecido sellada hasta aquel momento se habría sentido más emocionado que ella. El corazón le latía a toda velocidad, tenía las palmas sudorosas, y por mucho que lo intentara no conseguía respirar profundamente. Sakura echó a andar y dejó atrás a los dos hombres, resuelta a ver todo lo que pudiera antes de que se acordaran de ella y quizá lo pensaran otra vez antes de dejárselo ver. Se hallaba en una antigua cámara subterránea, rodeada por sus cosas favoritas: reliquias polvorientas de tiempos pasados. Reliquias que hubieran causado paroxismos de alegría en los estudiosos de su siglo, dándoles temas que roer y sobre los que discutir alegremente durante el resto de sus vidas.

    Había tablillas de piedra cubiertas de inscripciones oghámicas irlandesas. Más piedras con lo que parecía la escritura ogham de los pictos, un alfabeto que los estudiosos modernos nunca habían conseguido traducir, dado que los pictos habían adoptado el ogham irlandés pero no habían sido capaces de adaptarlo a su propia lengua porque el picto y el gaélico no eran compatibles fonéticamente. ¡Ellos quizá podrían enseñarle cómo leerlo!, pensó, sintiéndose mareada por la posibilidad.

    Había volúmenes encuadernados en tela, protegidos y atados con trozos de paño descoloridos, volúmenes encuadernados en cuero y pergaminos, placas esmaltadas, códices cosidos a mano, secciones de armaduras y armas, y —cielos— ¡incluso ese frasco de vino olvidado desde hacía mucho tiempo era una reliquia!

    Después de unos instantes de asombrada inspección, Sakura miró por encima del hombro a Sasuke y Fugaku, quienes se habían detenido después de cruzar el umbral de la cámara y permanecían inmóviles con la cabeza inclinada sobre una pequeña columna de piedra encima de la que reposaba una lámina de oro.

    —Padre, ¿esto es lo que yo creo que es? —La voz de Sasuke sonó estrangulada.

    —Sí, es El Pacto, tal como decía la leyenda, esculpido sobre una lámina de oro puro.

    —No me parece una elección muy inteligente —fue la reflexión de Sakura con un hilo de voz—. Es demasiado maleable. El oro puro es blando y se daña con facilidad. Ésa es la razón por la que muchos de los torques de la Antigüedad tenían núcleos de hierro debajo del oro. Bueno, eso y para ayudar a desviar cualquier espada que pudiera llegar a golpearlos. ¿Qué pacto, de todos modos?

    —Precisamente ése era su propósito —murmuró Fugaku mientras recorría el borde de la lámina de oro con las puntas de los dedos—. Se decía que lo hicieron así para simbolizar lo frágil que era El Pacto. Para hacer hincapié en el hecho de que debía ser tratado con mucha delicadeza.

    —¿Qué pacto? —volvió a preguntar Sakura, pasando con mucho cuidado entre una pila de volúmenes encuadernados en cuero y un escudo oxidado que ya le había robado el corazón y escrutando los rincones llenos de sombras de la cámara.

    Se preguntó si le permitirían vivir allí abajo durante un tiempo. Otra mirada a Sasuke enseguida hizo que se olvidara de la idea. A menos que él viviera allí abajo con ella.

    —El pacto entre los Tuatha de Danaan y el hombre.

    Sakura se dejó caer pesadamente sobre el trasero.

    —¡Encima de los tomos no! —jadeó Fugaku.

    Sakura, sobresaltada, perdió el equilibrio y terminó cayendo sobre el suelo de piedra lleno de polvo, sin poder creer que acabara de plantar sus nalgas encima de una pila de textos inapreciables.

    —Lo siento —farfulló—. Es que estoy un poco sobreexcitada. ¿Cuánto tiempo se supone que tiene? ¿En qué lengua está escrito? ¿Podéis traducirlo? ¿Qué dice?

    Fugaku ya había empezado a rebuscar dentro de una urna llena de rollos de pergamino.

    Sasuke se encogió de hombros.

    —No tengo ni idea de en qué lengua está escrito.

    —¿No puedes leerlo?

    —No —murmuró Sasuke.

    Fugaku carraspeó.

    Sakura entornó los ojos, pero decidió dejarlo estar por el momento. Volvía a sentir que le daba vueltas la cabeza y no quería ir demasiado deprisa.

    Necesitaba asimilar poco a poco aquella nueva perspectiva de la historia, que incluía tanto druidas con el poder de manipular el tiempo como la existencia de una antigua civilización que había poseído unos conocimientos y una tecnología que iban mucho más allá de cuanto el hombre hubiera logrado jamás.

    El abuelo tenía razón: ¡los Tuatha de Danaan habían existido, y no sólo en el mito!

    «Respira, Haruno», se dijo mientras se arrodillaba en el suelo y extendía la mano hacia el tomo más próximo.

    Muchas horas después, Sakura apoyó la cabeza en el frío muro de piedra y cerró los ojos mientras escuchaba a Fugaku y Sasuke. Lenguas que ella no podía traducir, escritas en alfabetos que llevaban mucho tiempo sin ser utilizados, danzaban en el interior de sus párpados.

    Tenía polvo en los cabellos, en la cara y en la nariz, y llevaba un vestido medieval cubierto de polvo en un castillo que carecía de duchas o cañerías, y no podría haber sido más feliz. Bueno, a menos que la hubieran hecho retroceder en el tiempo enviándola a la Biblioteca de Alejandría justo después de que Antonio hubiera hecho entrega a Cleopatra de la Biblioteca de Pérgamo, elevando así el total estimado de volúmenes depositados en aquélla hasta cerca de un millón, si se podía confiar en lo que aseguraban los historiadores.

    —¿Así que, según el diario que has encontrado, nuestros antepasados rara vez utilizaban esta cámara porque habían optado por transmitir el conocimiento del lugar únicamente del laird al hijo mayor? —estaba diciendo Sasuke. Su grave voz masculina hizo nacer dentro de Sakura pequeños estremecimientos de conciencia sexual.

    —Sí —replicó Fugaku—. Ayer dediqué un poco de tiempo a hojearlo. La entrada más reciente fue hecha en el año ochocientos setenta y dos. Supongo que el laird de aquel entonces murió de manera inesperada y, muy probablemente, siendo todavía bastante joven, y la cámara fue olvidada.

    —Toda esta historia —dijo Sasuke, sacudiendo la cabeza—. Toda esta sabiduría, y ni siquiera sabíamos de ella.

    —Cierto. De haberlo sabido, las cosas podrían haber sido muy distintas. Entonces las elecciones de algunos de nosotros tal vez habrían sido diferentes.

    Sakura abrió los ojos una rendija. Había captado una nota extraña en la voz de Fugaku cuando hizo el último comentario. Estudió el perfil cincelado de Sasuke, que la luz de las velas volvía de color bronce, y se preguntó qué era lo que no le estaba contando. No se había olvidado de la maldición ni de su incesante búsqueda de los viejos tomos. Aunque el día anterior había tenido sobrada ocasión de preguntarle al respecto, no quiso que nada echara a perder el prodigio de su día juntos.

    Y a decir verdad, tampoco quería que nada echara a perder el prodigio de aquel día. Sakura lo defendería celosamente del más pequeño atisbo de oscuridad. Nunca se había sentido tan llena de vida, y no quería que terminara. Ella —que siempre trataba de averiguar algo más, que nunca aceptaba un «no lo sé» por respuesta— de pronto no sentía ningún deseo de formular ni tan siquiera la más pequeña de las preguntas.

    «Mañana —se prometió a sí misma—. Mañana se lo preguntaré.»

    Por el momento, entre encontrarse de pronto en el pasado, experimentando la pasión con un hombre tan intenso, y descubrir tantos tesoros, ya tenía más que suficiente. Sakura estaba pasando serios apuros para no quedarse atrás. El mero hecho de reflexionar sobre la innegable realidad de que se hallaba en el siglo XVI ya era lo bastante abrumador.

    Como si hubiera sentido su mirada fija en él, Sasuke volvió la cabeza súbitamente y la miró a los ojos.

    Las ventanas de su nariz se dilataron y sus ojos se entornaron para dirigirle una mirada posesiva y abrasadora.

    —Padre, Sakura necesita un baño —dijo, sin apartar su mirada de la de ella. Se apretó el labio inferior con los dientes y todos los músculos de la parte inferior del cuerpo de Sakura se tensaron—. Ahora mismo.

    —Yo también me he llenado de polvo —convino Fugaku después de una breve e incómoda pausa—. Sospecho que a todos nos iría bien descansar un poco y comer algo.

    Sasuke se levantó, parecía aún más grande que de costumbre dentro de los confines de aquella cámara de techo no muy alto. Extendió la mano hacia ella.

    —Ven, muchacha.

    Sakura fue.

    .

    .

    —¿Tenemos que encadenarlo de esa manera? —preguntó Sakurasou, frunciendo el ceño.

    —Sí, amor mío —replicó Izuna—. Se matará antes que hablar, si soy lo bastante estúpido como para darle la oportunidad de que lo haga.

    Retrocedieron y miraron por entre los barrotes de la celda, donde un hombre delgado y con el pelo castaño muy corto estaba encadenado a la pared, los brazos y las piernas extendidos. El hombre les gritó algo a través de los barrotes, pero el sonido fue ahogado por su mordaza.

    —¿Y tienes que amordazarlo?

    —Antes de que lo hiciera estaba murmurando algo que sonaba sospechosamente parecido a un cántico. A menos que lo interrogue, permanecerá amordazado. No bajes aquí sin que yo te acompañe, muchacha.

    —Es que parece tan... bárbaro, Izuna. ¿Y si ni siquiera está involucrado en esto?

    Izuna recogió las posesiones personales que había sacado de los bolsillos del hombre antes de encadenarlo. Lo había despojado de dos dagas mortíferamente afiladas, un teléfono móvil, un trozo de cuerda, una considerable cantidad de dinero en efectivo, y unos cuantos caramelos. El hombre no llevaba encima cartera, identificación ni ninguna clase de documentos. Izuna se guardó en el bolsillo el móvil, la cuerda y los caramelos, cogió las dagas y, pasando el brazo por los hombros de Sakurasou, la sacó de la celda para ir hacia la escalera.

    —Lo está. Lo sorprendí merodeando junto a las puertas del estudio. Cuando me vio, pareció como si me reconociera. Luego puso cara de no entender nada y se quedó atónito. Estoy casi seguro de que pensó que yo era Sasuke y que no sabía que Sasuke tenía un gemelo. Además, Sasuke me dijo que Sakura le contó que su atacante tenía un tatuaje en el cuello. Aunque Sasuke no tenía ni idea de qué clase de tatuaje era, que nuestro intruso también tenga un tatuaje en el cuello es una coincidencia excesiva. Sí, está involucrado. Y aunque de momento no habla, lo hará —juró con una sombría determinación.

    —Yo no le encuentro ningún sentido a todo esto. ¿Por qué alguien iba a querer hacerle daño a Sasuke o a Sakura? ¿Qué podían querer?

    —No lo sé —gruñó Izuna—. Pero puedes estar segura de que lo averiguaremos.
     
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    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    4160
    CAPITULO 21
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.


    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem


    Dentro de la cámara de la biblioteca hacía calor y Sasuke se removió nerviosamente en su asiento; y luego se dejó caer sentado en el suelo y apoyó la espalda en la fresca pared de piedra. Miró a Sakura y sonrió irónicamente. Su mera presencia allí hacía que le resultara condenadamente difícil concentrarse en la labor que tenía entre manos.

    Sakura estaba sentada con las piernas cruzadas sobre una pila de almohadones en un rincón de la cámara subterránea, absorta, como llevaba desde hacía ya algún tiempo, en el cuarto Libro de Manannán. Días atrás, él se lo había cambiado por el quinto volumen, para así poder examinar aquel tomo por sí mismo, dado que ella traducía más despacio que él. Para la extrema y frecuentemente expresada en voz alta consternación de Sakura, era incapaz de leer la mayor parte de la sabiduría que había acumulada dentro de la cámara. Escritos en dialectos olvidados, utilizando alfabetos arcaicos que las continuas incoherencias en la ortografía volvían todavía más difíciles de entender, la mayoría de aquellos tomos le resultaban imposibles de descifrar.

    La mirada llena de pasión de Sasuke recorrió a Sakura desde la cabeza hasta los pies, y se tragó un pequeño gruñido de aquel deseo que siempre se hallaba presente en él. Ataviada con un vestido de una tela color lila muy delgada que realzaba las curvas de su cuerpo —uno de los varios que Shizune había modificado para ella, y que Sasuke sospechaba estaba eligiendo deliberadamente para hacer que a él le resultara imposible concentrarse en nada—, con un gran escote y un corpiño muy ceñido, Sakura era toda una visión. Sus rizos rosas siempre despeinados caían alrededor de su rostro y se pellizcaba el carnoso labio inferior con un par de dedos, absorta en profundas cavilaciones. Sakura se entregaba en cuerpo y alma a las antiguas historias con la misma pasión con que lo hacía el padre de Sasuke, dejándose absorber por ellas hasta el punto de la sordera.

    Cuando ella cambió de posición tendiéndose de lado sobre los mullidos almohadones, sus pechos fueron empujados hacia arriba por encima de la línea del escote y la lujuria se agitó dentro de Sasuke. Aunque le había hecho el amor nada más despertar, como lo hacía cada mañana, ahora ardía nuevamente en deseos de enterrar su rostro en aquel magnífico valle para besar, lamer y mordisquear hasta que ella jadeara y gritase su nombre.

    Los últimos diez días habían transcurrido con demasiada rapidez para lo que le habría gustado a Sasuke. Quería detener el tiempo, prolongar cada día, estirarlo hasta la longitud de un año. Quería incrustar una vida entera en el ahora, bebiendo hasta la extenuación la alegría entre dulce y amarga de tener una pareja.

    Dulce porque tenía a su mujer.

    Amarga porque tenía que guardar silencio y no hacer las promesas que tanto deseaba formular. Promesas que no era dueño de hacer porque su futuro era incierto. Para su inmensa frustración, Sasuke tampoco podía ofrecer las pequeñas verdades que poseía, porque Sakura todavía no le había preguntado acerca de la maldición.

    Sasuke quería contárselo. Necesitaba contárselo. Necesitaba saber si ella sabía lo que era él y podía aceptarlo. Ya había tanteado el terreno en tres ocasiones: una en el sueño de Sakura; otra más tarde, mientras paseaba con ella por los jardines bajo una media luna plateada. En el sueño, ella se había acobardado y rehuyó la cuestión. En el estado de vigilia, había hecho lo mismo. La tercera vez que Sasuke había empezado a hablar de ello, Sakura tiró suavemente de su cabeza hacia abajo y utilizó una de las tácticas de él. Lo había silenciado con un beso y le hizo olvidar no sólo lo que se disponía a decir, sino incluso en qué siglo se hallaba.

    Sasuke no era la clase de hombre que rehúye enfrentarse a una situación difícil, pero había cedido de mala gana ante su resistencia y lo había dejado correr por el momento.

    No le cabía ninguna duda de que, tarde o temprano, ella se lo preguntaría. Si había algo que caracterizara a Sakura, era su tenaz curiosidad. Sasuke sabía que la había obligado a cargar con una gran cantidad de cosas nuevas en muy poco tiempo: viaje a través de los siglos, druidas, razas legendarias, nuevas reliquias, las exigencias de sus insaciables apetitos. Sakura había demostrado tener una capacidad de resistencia realmente notable. Si ahora necesitaba un poco de tiempo para decidirse a empezar a hacer preguntas de nuevo, ciertamente él no le negaría ese respiro.

    Así que durante los diez últimos días había centrado toda su atención en la mitad dulce de lo agridulce, encontrando apoyo en el reconfortante optimismo y el inacabable entusiasmo de Sakura. Sasuke se sentía un poco más fascinado por ella a cada día que transcurría. Había sabido que era inteligente, fuerte, y que tenía un gran corazón, pero lo que realmente le encantaba eran las pequeñas cosas de su manera de ser. El modo en que abría mucho los ojos y éstos se llenaban de emoción cuando Fugaku leía un fragmento seleccionado de uno de los textos. El modo en que era capaz de pasar media hora inclinada sobre El Pacto, con las manos apretadas, pero negándose a tocarlo porque no quería correr el riesgo de echar a perder la blandura del oro aunque sólo fuese con la huella de un dedo. El modo en que de noche perseguía por toda la sala a sus medio hermanos después de la cena, fingiendo ser «una bestezuela salvaje» hasta que ellos chillaban de entusiasmo y fingido temor. El modo en que le tomaba el pelo al cascarrabias de su padre, flirteando alegremente con él hasta que conseguía hacer aparecer el rubor en sus arrugadas mejillas y una sonrisa en sus labios, disipando así un poco de la preocupación de sus sombríos ojos castaños.

    Sasuke estaba orgulloso de su mujer, y se sentía salvajemente posesivo. Se alegraba inmensamente de haber sido él quien la despertó a la intimidad, de que fuera a él a quien ella había confiado una pequeña parte de su corazón.

    Sí, sabía que había logrado conmoverle el corazón. Sakura no era una muchacha que pudiera ocultar sus sentimientos, porque sencillamente no poseía salvaguardas. Aunque no había llegado a decir las palabras, él podía verlas en sus ojos y sentirlas en sus caricias. Ninguna mujer lo había tocado jamás del modo en que lo hacía ella. A veces, parecía como si Sakura lo estuviera tocando con algo que se aproximaba a la reverencia, como si ella se sintiera tan impresionada como lo estaba él por el hecho de que encajaran tan perfectamente el uno en el otro, dos trozos de madera tallada del mismo árbol que se fundían como si fueran uno solo.

    Sakura no tenía ni idea de lo que significaba para él verla vestida con los colores de su clan, paseando por el hogar de su infancia. Hacía que todo él se sintiera guerrero elemental y amante, un hombre de feroces necesidades y leyes primitivas. Lo único que hubiera podido hacerlo todavía más dulce sería que él, también, pudiera volver a lucir los colores de los Uchiha.

    Pero eso era una pérdida soportable. En un momento en el que Sasuke ya esperaba muy poco de la vida, ella se lo había dado todo, incluido un nuevo despertar de la sensación de maravilla y esperanza que él había perdido hacía mucho tiempo. Los campos llenos de brezo parecían haber vuelto a ser fértiles y llenarse con el florecer de la vida. Dónde quiera que mirase, Sasuke veía algo de belleza: una marta cibelina olisqueando el viento; un águila dorada surcando las alturas, majestuosa y coronada de oro; quizá simplemente un gran roble junto al cual había pasado un centenar de veces pero que nunca había llegado a ver en realidad. El cielo nocturno tachonado de estrellas parecía volver a estar lleno de secretos y milagros.

    Sakura era un haz de sol que había atravesado las nubes de tormenta bajo las que Sasuke había vivido durante tanto tiempo, iluminando su mundo.

    Ella se había entregado a su intimidad por completo y sin reservas. Le encantaba tocar y, de hecho, parecía estar ávida de hacerlo. Siempre estaba deslizando su manecita en la suya, o enterrándolas en sus cabellos para arañarle suavemente el cuero cabelludo con las uñas. Como un gato salvaje que hubiera disfrutado de una libertad absoluta, pero que no había conocido ningún sitio al cual pudiese llamar hogar, Sasuke saboreaba la delicada constancia del contacto cotidiano de unas manos familiares.

    Había estado en lo cierto al pensar que con ella hacer el amor podía llegar a producir algún resultado indefinible que él nunca había experimentado con anterioridad. El sexo siempre lo había calmado y llenado de paz, relajaba su tensión mental y distendía sus músculos, pero ahora, cuando se sentía saciado y tenía a Sakura junto a él, su corazón también se hallaba en paz.

    Pero si su presente era un vasto y soleado cielo azul, su futuro estaba lleno del ominoso rodar de los nubarrones de tormenta. Y Sasuke no se atrevía a olvidar eso.

    Apartó la mirada de Sakura e inhaló profundamente, obligando a sus pensamientos a que volvieran a centrarse en cuestiones menos deleitosas.

    En los últimos diez días, aunque él y Fugaku habían descubierto todo un acervo de información largamente olvidada acerca de su clan en la cámara de la biblioteca, y averiguado más respecto a su propósito como druidas de lo que hubieran sabido jamás, seguían sin haber encontrado ninguna mención a los trece y muy poca información concerniente a sus benefactores. Fugaku abrigaba la esperanza de que podrían encontrar alguna manera de contactar con los Tuatha de Danaan, pero Sasuke no compartía el optimismo de su padre en lo tocante a esa cuestión. Ni siquiera estaba convencido de que la antigua raza todavía se hallara en el mundo. Y si estaban, ¿por qué iban a molestarse en aparecerse ante un Uchiha que había perdido la gracia, cuando nunca se habían molestado en aparecerse ante ningún otro Uchiha? No le sorprendería nada descubrir que los Tuatha de Danaan hubieran colocado sus trampas en el lugar intermedio y luego se hubiesen ido hacía miles de años, para no regresar jamás.

    La búsqueda estaba consumiendo demasiado tiempo. En el siglo XXI había habido una gran escasez de información, pero en cambio ahora había demasiada, y abrirse paso a través de ella era una empresa épica.

    Eso no lo habría asustado de no ser porque recientemente había reparado en algo que le hizo comprender que el tiempo era vital: sus ojos ya no estaban volviendo al color dorado, a pesar de que hacía el amor sin cesar. No, ahora sus ojos eran del color del cobre bruñido, y se oscurecían un poco más con cada día que transcurría.

    Aunque no estaba utilizando ninguna magia, aunque no paraba de hacer el amor, aunque los antiguos no habían vuelto a hablar, la oscuridad que había dentro de él lo estaba cambiando de todos modos, de la misma manera en que el vino empapaba y permeaba inevitablemente el barril que lo contenía.

    Sasuke podía sentir cómo los trece iban volviéndose más fuertes, y él mismo iba sintiéndose cada vez más cómodo con ellos. Llevaban tanto tiempo siendo una parte de él que empezaba a sentirlos como un miembro añadido, y ¿por qué no iba a utilizar una mano extra? Ahora, en vez de sorprenderse a sí mismo dos o tres veces al día disponiéndose a utilizar la magia para algo tan simple como llenar la bañera, aquello le ocurría una veintena de veces o más.

    Al menos todavía era capaz de controlarse. Pero sabía que llegaría un momento en el que ya no podría hacerlo. Y con todavía un poco más de tiempo, no le importaría. Aquella fina línea que nunca debía llegar a cruzar iba volviéndose cada vez más difícil de distinguir con claridad.

    Frotándose la mandíbula sin afeitar, Sasuke se preguntó si no sería posible llegar a alguna clase de trato con los trece.

    «¿Hacer un trato con el diablo? —dijo su honor—. ¿Cómo cuál? ¿Cederles el derecho a utilizar tu cuerpo durante una parte del tiempo? ¡El diablo siempre hace trampas, estúpido!»

    Sí, ése era el problema. Los seres que Sasuke llevaba dentro no tenían nada de honorables y no se podía confiar en ellos. El mero hecho de que empezara a pensar en llegar a un acuerdo con ellos probaba que le quedaba muy poco tiempo.

    Y probaba la desesperada necesidad que tenía de encontrar un modo de asegurar alguna clase de futuro para Sakura.

    Con un suspiro, Sasuke volvió a concentrar su atención en el texto. Ahora más que nunca era imperativo que ejerciera la máxima disciplina. Aunque hubiese preferido tomar en brazos a Sakura, sacarla de la cámara y enseñarle algo más de su mundo, vivir únicamente en el momento, Sasuke sabía que tenía que volver a seguir el programa por el que se había regido cuando estaba en Manhattan.

    Trabajar desde el amanecer hasta el crepúsculo, amar a Sakura sólo por la noche, y luego volver a trabajar mientras ella dormía.

    Sasuke tenía puestos los ojos en mucho más que unas cuantas lunas con su pareja. Estaba decidido a poder disfrutar de toda una vida con ella.

    Cuando Sakura se levantó del suelo y salió de la cámara sin hacer ruido, Sasuke mantuvo la vista firmemente clavada en el tomo que tenía sobre el regazo.

    Sakura paseaba por los jardines, llena de felicidad mientras se asombraba de que ya hubiera transcurrido una semana y media. Habían sido los mejores días de su vida.

    Su tiempo se había dividido principalmente entre explorar el contenido de la cámara de la biblioteca y explorar el recién encontrado placer de la pasión. La pasión explosiva que había entre ella y Sasuke era lo suficientemente palpable como para que en varias ocasiones Fugaku les hubiera ordenado en un tono muy seco que fueran a «dar un paseo o... cualquier actividad similar. Sois como un par de teteras que no paran de silbar alrededor de mis tomos».

    La primera vez que el anciano había dicho tal cosa, Sakura se había puesto más roja que un tomate, pero entonces Sasuke le había lanzado lo que ella ya se había acostumbrado a llamar La Mirada y enseguida se había olvidado de su embarazo. Sasuke tenía una manera de bajar la cabeza ladeándola un poco mientras alzaba los ojos hacia ella, con su oscura mirada llena de un intenso anhelo, que nunca dejaba de hacer que a Sakura le flaquearan las rodillas de puro deseo al pensar en todas las cosas que le iba a hacer él.

    Debido a que era incapaz de leer una gran parte de lo que había guardado dentro de la cámara y a que sentía una insaciable curiosidad acerca del siglo XVI, mientras los hombres trabajaban Sakura solía hacer sus escapadas. Había explorado concienzudamente todo el castillo, sin olvidar ninguna parte de él: la bodega, las despensas, las cocinas, la capilla, la armería, los excusados (aunque eran limpiados escrupulosamente cada día, Sakura podría haber pasado sin ellos); incluso la biblioteca de la torre de Fugaku, donde agradeció descubrir que podía traducir algunas de las obras más recientes. En sus meticulosamente organizadas estanterías el anciano tenía copias de cada tratado filosófico, ético, matemático y cosmológico dotado de alguna significación histórica.

    Durante aquellas horas pasadas lejos de Sasuke, también había llegado a conocer a Shizune y tenido ocasión de ver a los medios hermanos de Sasuke, Inabi y Naka, dos preciosos niños de dos años y medio con los cabellos oscuros y rostros tan radiantes como el sol. Sakura apenas podía mirarlos sin pensar en qué bebés tan hermosos engendraría Sasuke. Y en lo mucho que le gustaría ser la mujer con la que los hiciera.

    Un delicioso estremecimiento corrió por su piel cuando pensó en crear una familia con él, edificar un futuro.

    Durante los últimos diez días lo había observado con mucha atención y había llegado a la conclusión de que decididamente sentía algo por ella. Sasuke la trataba del mismo modo en que Izuna había tratado aquel día a Sakurasou en el castillo de Maggie, previendo continuamente sus deseos: saliendo de la cámara de la biblioteca para traerle una taza de té o algo de comer, o un paño humedecido con el que limpiarse el polvo de la mejilla. Desapareciendo en los jardines y regresando con los brazos llenos de flores recién cortadas, llevándola a la cama y cubriendo su cuerpo desnudo con ellas. Bañándola perezosa, tiernamente ante un fuego de turba por las noches, ayudándola a trenzarse los cabellos de la misma manera en que los llevaba Shizune. Sakura se sentía cuidada, infinitamente valorada y, aunque él no lo decía, amada.

    Había caído en la cuenta, mientras lo observaba y reflexionaba sobre todo lo que sabía acerca de él, de que Sasuke Uchiha probablemente nunca hablaría de amor, a menos que alguien le hablara acerca de ello primero. Era lo que en esencia le había contado Sakurasou allá en las piedras.

    «Sasuke no busca el amor de una mujer porque nunca se le ha dado ninguna razón para hacerlo.»

    Bueno, pues Sakura Haruno iba a dársela. Aquella noche. Durante una cena romántica en su dormitorio, que ella había llenado de urnas de brezo recién cortado y docenas de globos de aceite que cogió a escondidas de otras habitaciones en el castillo.

    Había preparado la escena, embelleciéndola con toques románticos. Shizune se había encargado de escoger el menú, y lo único que tenía que hacer ahora Sakura era dejar hablar a su corazón.

    «¿Y si él no deja hablar al suyo?», replicó una pequeña duda que se negaba a guardar silencio e intentaba salir a la superficie.

    Sakura la apartó a un lado. No se permitiría abrigar dudas o temores. Hacía unos días, ella y Shizune habían mantenido una larga conversación en la cocina mientras tomaban un tazón de cacao. Shizune le refirió abiertamente su experiencia con Fugaku, y le habló de los doce años que desperdiciaron. Sakura no podía imaginarse amando en silencio durante tanto tiempo. ¡Doce años! Dios, no iba a ser capaz de esperar ni doce horas.

    Cuando era una adolescente y no sabía nada acerca de besar, Sakura había practicado con una almohada. Se había sentido tremendamente ridícula mientras lo hacía, pero ¿cómo iba a pillarle el truco si no? Había leído libros, y visto ávidamente películas para averiguar cómo se encontraban los labios y hacia dónde iban las narices, pero no era lo mismo que tratar de pegar los labios a algo. (Personalmente, Sakura abrigaba la firme convicción de que no había una sola persona viva en el mundo que no hubiera practicado los besos con algún objeto. Un espejo, una almohada, el dorso de su mano).

    Dado que su primer beso había sido razonablemente satisfactorio, Sakura decidió que practicar el decir «te amo» no era una idea completamente estúpida.

    Como no se podía decir que el castillo contara con una gran abundancia de espejos, tras abandonar los jardines Sakura entró en la gran sala y espió el reluciente escudo que colgaba de la pared cerca de la chimenea. Dejándose llevar por el impulso, arrastró un asiento hasta el escudo y se subió a él para contemplar su reflejo.

    Quería que aquella noche el momento fuera simplemente perfecto. No quería tartamudear o tener que luchar con las palabras.

    —Te amo —le dijo suavemente al escudo.

    No le había salido del todo bien. Era una suerte que hubiera decidido practicar. Sakura se humedeció los labios y volvió a intentarlo.

    —Te amo —dijo tiernamente.

    »Te amo —dijo firmemente.

    »Te amo —dijo, probando con una voz sexy.

    Después de haber reflexionado por unos instantes, decidió que probablemente sería mejor que hablara de manera normal. Las voces cargadas de pasión no se le daban demasiado bien.

    Sakura contempló su reflejo y pensó que la sensación de decirlo en voz alta resultaba muy agradable. Lo había mantenido tan rígidamente atrapado en su interior que había empezado a sentirse como una olla a presión a la que estuviera a punto de saltarle la tapa. Nunca sería capaz de guardarse sus sentimientos para sí misma. Eso era algo tan ajeno a su manera de ser como lo habría sido practicar el sexo libre.

    Le dedicó una sonrisa radiante al escudo, imaginándose que era Sasuke. Aquellas dos palabras tan simples no parecían suficientes. El amor era mucho más grande que las palabras.

    —Te amo, te amo, te amo. Te amo más que al chocolate. Mi amor es más grande que el mundo entero. —Hizo una pausa y se puso a pensar, buscando una manera de explicar lo que sentía—. Te amo más que a las antigüedades. Te amo tanto que se me curvan los dedos de los pies sólo de pensar en ello.

    Sakura se apartó los cabellos de la cara y adoptó su expresión más sincera.

    —Te amo.

    —Oye, muchacha, si tanto amas a ese condenado escudo ya te lo puedes quedar —dijo Sasuke, completamente perplejo.

    Sakura sintió que toda la sangre huía de su rostro.

    Tragó saliva penosamente. Varias veces. «Oh, Dios —pensó consternada—, ¿es humanamente posible sentirse más estúpida?»

    Cambió de postura torpemente encima del asiento, se aclaró la garganta y clavó la mirada en el suelo mientras pensaba frenéticamente, intentando encontrar alguna excusa para lo que había estado haciendo. Con la espalda rígidamente vuelta hacia él, empezó a balbucear.

    —Es..., ejem, no es el escudo, hum, ¿sabes? En realidad no le estaba hablando al escudo. Es sólo que no conseguía encontrar un espejo, y esto no es más que una práctica del refuerzo positivo que utilizo algunas veces. Leí en no sé qué libro que desarrollaba la confianza en uno mismo y..., esto, engendraba una sensación de bienestar general, y la verdad es que funciona, deberías probarlo en alguna ocasión —concluyó alegremente.

    Se dio cuenta de que estaba hablando con las manos y había empezado a gesticular, así que las juntó firmemente a la espalda.

    Que Sasuke guardase silencio detrás de ella le creó una tensión tal que se apresuró a seguir hablando.

    —Lo que quiero decir es que en realidad no amo al escudo. Es decir que, bueno, me parece que ya me has dado piezas antiguas más que suficientes, y no podía pedir nada más, así que si te vas reanudaré mis ejercicios. Es importante hacerlos a solas.

    Más silencio.

    ¿Qué demonios estaba pensando él? ¿Iba a echarse a reír? ¿Estaba sonriendo? Trató de espiarle en el escudo pero, como estaba subida al asiento, Sasuke quedaba a cosa de medio metro por debajo de ella y no podía verlo.

    —¿Sasuke? —preguntó cautelosamente, negándose a darse la vuelta. Si lo miraba ahora, podía echarse a llorar. ¡Había tenido tantas ganas de que el momento de aquella noche fuese tierno y romántico, y maldito fuese todo, ahora, si se lo decía a Sasuke aquella noche, él sabría que había estado practicando y pensaría que era una boba!

    —¿Sí, muchacha? —preguntó él finalmente, hablando muy despacio.

    —¿Por qué no te vas? —preguntó ella con voz tensa.

    Una larga pausa, y luego un cauteloso:

    —Si no te importa, muchacha, me gusta mirar.

    Sakura cerró los ojos.

    ¿Se estaba burlando de ella?

    —Rotundamente no.

    —Con todas las cosas que hemos hecho juntos, ¿hay algo que no quieras dejarme ver? Me parece que ya es un poco tarde para que ahora empieces a sentirte cohibida por mi presencia —dijo él.

    Sakura no consiguió decidir si estaba percibiendo una sombra de lánguida diversión en su voz o no.

    —Vete. De. Aquí —dijo apretando los dientes.

    Él no lo hizo. Sakura podía sentirlo de pie allí, su mirada ejercía una intensa presión sobre la parte de atrás de su cráneo.

    —Mi pequeña Sakura —dijo él entonces, suavemente. Con mucha ternura—. Date la vuelta, cariño.

    Sasuke lo sabía, pensó Sakura, completamente mortificada. Nadie se tragaría aquella patética excusa que había inventado.

    Pero aquél no era el momento que ella había escogido. ¡Lo tenía todo planeado y ahora él se lo estaba echando a perder!

    —Sakura —repitió él suavemente.

    —¡Oh! —Algo se partió de pronto dentro de ella, y dio media vuelta sobre el asiento para encararse con él. Poniéndose los puños en las caderas, gritó—: ¡Te amo! ¿Vale? Pero no quería decirlo de esa manera, quería decirlo como es debido y tú lo has echado a perder.

    Frunciendo el ceño, saltó del asiento y salió de la sala hecha una furia.
     
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    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    1685
    CAPITULO 22

    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.
    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem


    Sasuke se quedó inmóvil en la gran sala.

    Aquél había sido sin duda el momento más inolvidable de toda su vida.

    Cuando tuviera la edad de su padre —en el caso de que conociera el lujo de llegar a vivir tanto tiempo—, no le cabía ninguna duda de que todavía estaría haciendo volver a su mente la visión de Sakura encaramada a aquel asiento delante del escudo, practicando cómo decirle que lo amaba de la manera exacta en que había que decirlo.

    Cuando bajó del piso de arriba en busca de velas nuevas para la cámara de la biblioteca y entró en la sala, lo que estaba haciendo Sakura no tuvo al principio ningún sentido para Sasuke. Había pensado de todo corazón que se limitaba a extasiarse ante el escudo.

    Se burló afablemente de ella, y sólo entonces había percibido la tensión y la desdicha que emanaban de su persona. Sakura había empezado a balbucear, lo que siempre era una señal infalible de que se encontraba muy afectada por algo. Cuando le soltó aquel ridículo discurso sobre el refuerzo positivo o alguna insensatez parecida, Sasuke comprendió.

    Sakura había estado practicando cómo decirle que lo amaba. Cuán completamente adorable era.

    Ella lo amaba. Lo había dicho. Claro que se lo había gritado, pero un hombre podía aceptar eso sin problemas cuando el amor que la mujer sentía por él era más grande que el mundo.

    Sasuke rió exultante, giró sobre sus talones y se apresuró a ir en pos de Sakura. Para decirle que, dado que él era más grande que ella, podía estar segura de que la amaba más.

    Pero la cosa no llegó a salir del todo como esperaba, porque no consiguió alcanzarla hasta que ella ya casi había llegado al dormitorio.

    Y cuando por fin la alcanzó, al agarrar la falda ondulante de su vestido Sasuke tiró de ella con más fuerza de lo que pretendía y la tenue y sedosa tela se rompió. Toda la espalda del vestido quedó rasgada. Y Sakura no llevaba nada debajo. Sólo aquellas magníficas piernas y las redondas curvas de su hermoso trasero. La tela se rasgó hasta su nuca y los pensamientos de Sasuke enseguida se volvieron salvajes y primitivos.

    Sakura lo miró, un poco asustada, y aunque él sospechó que debería asegurarle que no había tenido intención de hacer aquello, no pudo pronunciar una sola palabra. La declaración de amor de ella combinada con toda aquella desnuda piel rosada lo habían puesto fuera de sí.

    Con un gruñido ahogado, Sasuke la tomó en sus brazos y plantó firmemente su boca sobre la suya.

    Al principio ella se mantuvo rígida, pero en cuestión de momentos ya estaba devolviéndole apasionadamente el beso.

    —No hacía falta que me rompieras el vestido —dijo con voz quejumbrosa cuando él la dejó respirar—. Lo encuentro adorable. Shizune estuvo trabajando en él durante varios días.

    —Lo siento, muchacha —dijo él sombríamente—. Fue un accidente. A veces me olvido de mi fuerza. Tengo la intención de ser amable y delicado, pero no me sale de esa manera. ¿Podrás perdonarme?

    Ella suspiró, pero asintió y volvió a besarlo, juntando los brazos por detrás de su cuello mientras él la llevaba hacia su dormitorio.

    —Tienes, sin lugar a dudas, el trasero más hermoso que he visto jamás —ronroneó él, cambiándola de postura en sus brazos para extender su gran palma por encima de las curvas gemelas de la zona que acababa de mencionar.

    —¡Oh! —Ella se retorció entre sus brazos—. ¿Te digo que te amo y eso es lo único que dices?

    Él la redujo al silencio con otro beso y abrió de una patada la puerta del dormitorio.

    —Y yo te amaría incluso si tú no me amaras —le dijo con voz llena de dulzura.

    Ella se derritió en sus brazos.

    —Y me parece que a ningún hombre se le ha dicho jamás de una manera tan memorable que era amado, y siempre guardaré ese recuerdo como un tesoro.

    Sakura sonrió beatíficamente.

    —¿De verdad? ¿No piensas que soy la mema más grande que hay en el mundo?

    Él la depositó encima de la cama y sacó un puñal de su bota.

    —Pienso —dijo con voz sedosa, mientras tomaba en sus manos el corpiño de su vestido echado a perder y lo rasgaba por la parte de delante, dejando el vestido limpiamente dividido en dos mitades— que eres perfecta exactamente tal como eres y no cambiaría ni una sola cosa de ti.

    Arrojó lejos de la cama el vestido rasgado y se pasó la camisa por la cabeza. Ella lo miró con los ojos muy abiertos, y luego se echó a reír.

    —Shizune va a preguntarse qué le ha ocurrido a mi vestido.

    —Estoy casi completamente seguro de que Shizune nunca preguntará por el vestido —dijo él con voz enronquecida mientras extendía su cuerpo sobre el de ella—. He visto uno o dos vestidos suyos tirados en el montón de los trapos.

    —¿De veras?

    Sakura parpadeó, porque de pronto veía a Fugaku bajo una nueva luz. Era un hombre apuesto, y era de sus genes de donde habían salido Sasuke e Izuna. Detrás de sus maneras de erudito, comprendió de pronto, Fugaku Uchiha probablemente ocultaba un montón de cosas.

    —Sí. De veras.

    —Llevas demasiada ropa encima —se quejó Sakura con voz entrecortada unos instantes después.

    Entonces, él le ofreció su puñal para que la cortara, pero ella echó una mirada a aquellos calzones de cuero que le quedaban tan apretados y decidió que ni en sueños iba a permitir que una hoja muy afilada se aproximase a lo que había dentro de ellos.

    Así que tomó prestada otra de las deliciosas tácticas de Sasuke y lo desnudó con su boca.

    Sakura casi deliraba de puro contento. Hecha un ovillo con la espalda pegada a la parte delantera del cuerpo de Sasuke y sus fuertes brazos rodeándola, se sentía deliciosamente saciada.

    Él la amaba. No sólo se lo había dicho, sino que además se lo había mostrado con su cuerpo. El amor se hallaba presente en su manera de acariciarle la mejilla o apartarle suavemente los rizos de los ojos. Se hallaba presente en sus largos y lentos besos. Se hallaba presente en su manera de mantenerla abrazada después del acto sexual.

    Con eso aclarado, Sakura estaba impaciente por disipar de una vez por todas sus preocupaciones. Con semejante amor entre ellos, sabía que podían hacer frente a cualquier cosa juntos.

    Cambiando de postura dentro de su abrazo, se dio la vuelta hasta quedar de cara a él. Sasuke le sonrió, con una de aquellas lentas sonrisas que parecían derretirla y que él tan raramente otorgaba, y la besó.

    Con un suspiro de placer, y antes de que él pudiera volver a distraerla, Sakura interrumpió el beso echando la cabeza hacia atrás.

    —Sasuke, ahora ya estoy preparada para saber acerca de la maldición. Cuéntame en qué consiste, y qué es lo que estás buscando.

    Él volvió a besarla, tomándose su tiempo y chupándole el labio.

    —Por favor —insistió ella—. Necesito saberlo.

    Él sonrió levemente, y luego suspiró.

    —Lo comprendo. Yo quería contártelo, pero tú parecías necesitar un poco más de tiempo.

    —Sí, lo necesitaba. Ocurrieron tantas cosas tan deprisa que me sentía como si tuviera que recuperar el aliento. Pero ahora ya estoy preparada —le aseguró.

    Él la contempló en silencio durante unos instantes, con los ojos entornados.

    —Muchacha —dijo en voz baja—, si intentaras dejarme, me temo que no te lo permitiría. Temo que haría cualquier cosa, sin importar lo implacable y cruel que fuera, para mantenerte a mi lado.

    —Me considero advertida —dijo ella animadamente—. Confía en mí, no voy a ir a ninguna parte. Y ahora cuéntamelo.

    Él le sostuvo la mirada durante unos momentos, evaluándola en silencio. Luego, tomando sus manos, entrelazó sus dedos con los de Sakura y empezó a hablar.

    —Vamos a ver si lo he entendido bien —intentó aclarar las cosas una Sakura de ojos muy abiertos un rato después—. Utilizaste las piedras para ir hacia atrás en el tiempo y... ¡oh! ¡Eso era lo que quería decir aquel pasaje del Códice Midhe en el que se hablaba del hombre que entra en el puente que engaña a la muerte! El puente es el Ban Drochaid, «el puente blanco», porque puedes usarlo para retroceder en el tiempo y deshacer la muerte de una persona. Esa cita se refería a ti.

    —Sí, muchacha.

    —¿Así que le salvaste la vida a Izuna, pero debido a que rompiste un juramento sagrado que les habías hecho a los Tuatha de Danaan, terminaste liberando un antiguo mal?

    Él asintió cautelosamente.

    —Bueno, ¿dónde está ese antiguo mal? —preguntó ella, perpleja—. ¿Lo estás persiguiendo a través de los siglos o algo por el estilo?

    Él emitió un sonido de seca y oscura diversión.

    —Algo así —musitó.

    —¿Y bien? —lo animó a seguir ella.

    —O más bien, es ese antiguo mal quien me está persiguiendo a mí —dijo él, con voz casi inaudible.

    —No lo entiendo —insistió ella, y parpadeó.

    —¿Por qué no lo dejas estar por ahora, Sakura? Ya sabes lo suficiente para ayudarnos a buscar. Si, mientras estás leyendo, encuentras cualquier cosa acerca de los Tuatha de Danaan o los draghar, comunícanoslo enseguida a mí o a Fugaku.

    —¿Dónde está ese antiguo mal, Sasuke? —repitió ella sin perder la calma.

    Cuando él trató de volver la cara, ella se la tomó entre las manos y se negó a permitir que apartase la mirada.

    —Cuéntamelo. Prometiste contármelo todo. Ahora cuéntame dónde está esa maldita cosa y, lo más importante, cómo podemos destruirla.

    Clavando su oscura mirada en los ojos de Sakura, él se humedeció los labios y murmuró:

    —Está dentro de mí.
     
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    CAPITULO 23
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.


    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem

    Sakura volvió delicadamente una gruesa página de pergamino del tomo que sostenía encima de su regazo, aunque en realidad no lo estaba leyendo porque se hallaba demasiado absorta en sus pensamientos.

    «Está dentro de mí», había dicho Sasuke, y muchas cosas finalmente habían adquirido sentido para ella. Las briznas y los fragmentos encajaron limpiamente en su lugar, proporcionándole su primer vislumbre real de la totalidad del hombre.

    Él se lo había contado todo aquella noche, hacía varios días, cuando yacían en la cama, los rostros muy próximos y los dedos entrelazados. Le había hablado acerca de Izuna y de Sakurasou (¡no era de extrañar que Sakurasou hubiera estado tratando de prepararla!), y acerca de cómo Izuna había sido encantado y puesto en la torre. Le contó cómo él se había enfrascado en los trabajos para preparar el futuro hogar de Izuna (y ahora Sakura sabía por qué su voz sonaba tan llena de orgullo cuando hablaba del castillo), y acerca del incendio en el que había muerto Izuna. Le habló de la noche en que había librado una terrible batalla consigo mismo, para luego ir a las piedras y romper su juramento. Le contó que nunca había creído realmente en las viejas leyendas hasta que el antiguo mal se abalanzó sobre él en el lugar intermedio, y entonces había sido demasiado tarde.

    Le contó cómo le afectaba el uso de la magia, y que hacer el amor lo ayudaba. Cómo había ido al futuro a través de las piedras, para asegurarse de que Izuna realmente se había reunido con Sakurasou, porque necesitaba saber que su sacrificio no había sido en vano. Y cómo se había quedado allí, porque no se sentía capaz de comparecer ante su clan en su estado actual, con la esperanza de encontrar un modo de salvarse a sí mismo.

    Le contó que desde entonces no había vuelto a llevar el plaid de los Uchiha, aunque no mencionó la tira arrancada de un viejo plaid que ella había encontrado debajo de su almohada, así que ella tampoco lo sacó a colación. Sakura sabía lo que significaba eso. Podía imaginarse a Sasuke yaciendo solo en su cama en aquel ático que había convertido en un museo, en un mundo que tenía que haberle parecido tan extraño, mirándolo. Aquel trozo de tela desgastada por el uso había simbolizado todas sus esperanzas.

    Y cuando lo conoció ¡ella lo había tomado por un ocioso mujeriego, a aquel hombre que era tanto más que eso!

    Por fin entendía la sensación de una antigua presencia maligna que había experimentado en varias ocasiones: siempre había ocurrido cuando Sasuke había utilizado la magia recientemente. Ahora entendía cómo se había abierto paso él a través de tan impenetrables sistemas de seguridad: con un poco de ayuda sobrenatural. Entendía la naturaleza romántica de sus ojos. Se oscurecían a medida que él se oscurecía. Tenía una apreciación completamente nueva de la disciplina y el control de Sasuke. Sospechaba que sólo había entrevisto la punta del iceberg, y no podía ni empezar a imaginar la batalla que libraba durante cada momento que pasaba despierto. Aunque Sasuke se condenaba a sí mismo por llevar semejante mal dentro de sí, por haberlo dejado libre en primer lugar, Sakura no podía verlo del todo así.

    Sasuke había hecho lo que hizo impulsado por el amor que le profesaba a su hermano. ¿Debería haber engañado a la muerte de semejante manera? Quizá no. Aquello parecía ir contra el orden natural de las cosas; con todo, si el poder para hacerlo existía, bueno... ¿no formaba entonces parte de ese mismo orden natural de las cosas? En el aspecto ético, la cuestión era explosiva, no debido al acto en sí mismo sino a causa del potencial que le ofrecía a un hombre para que abusara de semejante poder, para que hiciera trampa a cada momento.

    Sin embargo, Sasuke no había vuelto a hacer trampa. Desde que rompió su juramento se había convertido en el recipiente que contenía el poder absoluto, y no había abusado de él ni una sola vez. En lugar de eso, lo que hizo fue dedicar cada momento de su existencia a tratar de encontrar un modo de conseguir que ese poder volviera a quedar inactivo.

    ¿Cuál era su auténtica transgresión? Amar tanto que lo había arriesgado todo. Y que el cielo la ayudara, pero Sakura lo amaba todavía más por eso. Porque sus motivos tenían que ser considerados en cierta medida como un atenuante de su acto. Incluso en un tribunal humano, el castigo para un crimen era impartido en distintos grados de acuerdo con la intención.

    —Después de todo, ninguno de vosotros pidió que se le concediese un poder semejante —dijo con irritación.

    Tanto Fugaku como Sasuke levantaron la vista de sus textos. Desde que Sasuke lo había confesado todo hacía dos noches, pasaban prácticamente todos los minutos de vigilia en aquella cámara llena de polvo, resueltos a encontrar respuestas.

    —Bueno, no lo hicisteis —se enfureció ella.

    Llevaba días hirviendo calladamente por dentro, y como le ocurría con cada una de las emociones que sentía, Sakura sólo podía mantenerla a raya durante cierto tiempo.

    —A decir verdad, querida mía, pienso que ningún hombre debería poseer el poder de las piedras —dijo Fugaku suavemente—. No sabría decirte cuántas veces he querido derribarlas, destruir las tablillas y las fórmulas.

    —Hazlo, padre —dijo Sasuke con súbita vehemencia—. Después de que nos hayamos vuelto a ir, hazlo.

    —Ya sabes que eso sería un claro acto de desafío dirigido hacia ellos —observó Fugaku—. ¿Y qué pasaría si el mundo...?

    —El mundo debería tener el derecho a prosperar o destruirse a sí mismo, por propia elección —dijo Sasuke sin levantar la voz.

    —Estoy de acuerdo con Sasuke —dijo Sakura, extendiendo la mano hacia su taza de té que ya se había enfriado—. No creo que el hombre deba tener un poder que no es capaz de entender y descubrir por sí solo. No puedo evitar pensar que cuando hayamos llegado a evolucionar lo suficiente para saber cómo manipular el tiempo, seremos lo bastante sabios como para no hacerlo. Además, ¿quién puede decir realmente que alguna de las veces que fueron utilizadas las piedras, después las cosas fueron mejor de lo que habrían ido si no se las hubiera usado?

    Sasuke le había explicado cuáles eran las únicas condiciones bajo las que tenían permitido utilizar las piedras: si su linaje corría peligro de extinción o si el mundo corría un gran peligro. Le había hablado de las escasas ocasiones en que abrieron una puerta a través del tiempo: una vez para llevar a otro lugar objetos sagrados de un gran poder que habían pertenecido a los templarios, para así evitar que cayeran en manos del rey ávido de poder que había destruido la orden. Sin embargo, ¿quién podía asegurar que, si el hombre sólo hubiera podido contar con sus propios recursos, no habría encontrado otra solución igual de eficaz?

    Los ojos de Sasuke se encontraron con los suyos y los dos compartieron una larga mirada llena de intimidad. La pasión que había en los ojos de él era tan intensa que Sakura la sintió como una caricia ardiente sobre su piel.

    «No sé cómo puede terminar esto, Sakura», le había dicho él aquella noche.

    «Cuando termine —había replicado ella firmemente—, terminará conmigo a tu lado y te habremos liberado.»

    «Te amo», le dijeron en silencio los labios de él a través de la cámara.

    Sakura sonrió, radiante. Ella ya lo sabía. Lo sabía más completamente de lo que nunca hubiera pensado que podía llegar a saberlo una mujer. Desde que supo en qué consistía realmente la maldición de Sasuke, lo que sentía por él no había desfallecido ni siquiera por un instante. Lo que había dentro de Sasuke no era él, y Sakura se negaba a creer que fuera a serlo nunca. Un hombre que era capaz de soportar algo semejante durante tanto tiempo era un hombre bueno hasta la médula.

    «Yo también te amo», articularon sus labios sin producir ningún sonido.

    Volvieron a quedarse en silencio y se concentraron nuevamente en su labor con una callada urgencia. Aunque Sasuke no había admitido que su estado estuviese empeorando, tanto ella como Fugaku se habían dado cuenta de que sus ojos ya no regresaban a su color natural. Habían hablado de ello antes, cuando Sasuke salió de la cámara para traerle un poco de té a Sakura, y sabían lo que significaba.

    Se tomaron un breve descanso cuando Shizune trajo a la cámara la comida del mediodía. Poco después de que Shizune se hubiera llevado los platos, Sasuke se irguió abruptamente en su asiento.

    —¡Ya era hora, maldita sea!

    El corazón de Sakura empezó a palpitarle dentro del pecho.

    —¿Qué? ¿Qué has encontrado?

    —Sí, muchacho, habla, ¿qué es? —lo instó Fugaku.

    Sasuke recorrió la página con la mirada, traduciendo en silencio durante unos instantes.

    —Habla de los Tuatha de Danaan. Cuenta lo que sucedió cuando los trece fueron... —Luego se calló y siguió leyendo para sí mismo.

    —Léelo en voz alta —gruñó Fugaku.

    Sasuke levantó los ojos del quinto Libro de Manannán.

    —Sí, pero dame un momento.

    Sakura y Fugaku esperaron, conteniendo la respiración mientras lo hacían. Sasuke terminó de leer la página y pasó a la siguiente.

    —Muy bien —dijo finalmente—. El cronista cuenta que en los primeros días de Irlanda, los Tuatha de Danaan llegaron a la isla descendiendo de entre una niebla tan espesa que oscureció la salida de tres soles. Eran poseedores de muchos y grandes poderes. No eran de la tribu del hombre, aunque su forma era similar. Altos, esbeltos y cautivadores (el cronista los describe como «resplandeciendo con una empírea claridad»), eran un pueblo de artistas llenos de gracia que aseguró que sólo buscaba un lugar en el cual pudiera vivir en paz. La humanidad los proclamó dioses y trató de adorarlos como tales, pero los gobernantes de los Tuatha de Danaan prohibieron semejante práctica. Se instalaron entre los hombres, compartiendo su conocimiento y sus artes con ellos, y así fue como llegó una edad de oro distinta de todas las que la habían precedido. La instrucción alcanzó nuevas cimas, el lenguaje se convirtió en algo lleno de poder y belleza, la canción y la poesía desarrollaron el poder de sanar.

    —Hasta ahí es bastante similar a lo que cuentan los mitos —observó Sakura cuando Sasuke hizo una pausa.

    —Cierto —convino Sasuke—. Como ambas razas parecían prosperar con la unión, a su debido tiempo los Tuatha de Danaan seleccionaron y entrenaron a mortales en calidad de druidas: como promulgadores de leyes, custodios de la sabiduría, bardos, videntes y consejeros de los reyes mortales. Dotaron a esos druidas con el conocimiento de las estrellas y del universo, de las matemáticas sagradas y las leyes que gobiernan la naturaleza, e incluso llegaron a iniciarlos en algunos de los misterios del tiempo.

    »Pero conforme pasaban los años y los druidas veían cómo sus compañeros ultraterrenos nunca enfermaban o envejecían, la envidia echó raíces dentro de sus corazones mortales. Allí fue pudriéndose y creciendo, hasta que un día trece de los druidas más poderosos presentaron una lista de demandas a los Tuatha de Danaan, entre las que figuraba el secreto de su longevidad.

    »Se les dijo que el hombre todavía no estaba preparado para poseer tales cosas.

    Frotándose el mentón, Sasuke se quedó callado y siguió traduciendo en silencio.

    Justo cuando Sakura empezaba a tener ganas de gritar, siguió hablando.

    —Los Tuatha de Danaan decidieron que ya no podían seguir morando entre la humanidad. Esa misma noche, se esfumaron. Se dijo que durante tres días después de que se fueran, el sol fue eclipsado por nubes oscuras, los océanos permanecieron inmóviles sobre las orillas, y todos los frutos de la tierra se marchitaron en sus ramas.

    »En su furia, los trece druidas volvieron los ojos hacia las enseñanzas de un antiguo dios prohibido, "uno cuyo nombre más vale olvidar, de ahí que no esté escrito aquí". El dios al que dirigieron sus súplicas aquellos druidas era un demiurgo primitivo, engendrado en las primeras nieblas de Gea. Invocando al más oscuro de los poderes y armados con el conocimiento que les habían dado los Tuatha de Danaan, los druidas trataron de seguir a los inmortales, adueñarse de su sabiduría y robar el secreto de la vida eterna.

    —¿Así que realmente eran..., ejem, son inmortales? —preguntó Sakura con un hilo de voz.

    —Eso parece, muchacha —dijo Sasuke. Volvió a concentrarse en el texto—. Dadme un momento, porque no hay palabras equivalentes para algunas de las cosas que se dicen aquí. —Otra larga pausa—. Bueno, creo que más o menos lo que quiere decir es esto: lo que los trece no sabían es que los reinos..., no se me ocurre una palabra mejor, los reinos que existen dentro de los reinos son impenetrables mediante la fuerza. Viajar al interior de ellos es un delicado proceso que consiste en..., eh, tamizar o forzar el tiempo y el lugar. En su intento por abrir un camino entre los reinos mediante el uso de la violencia, los trece druidas estuvieron a punto de hacerlos pedazos. Los Tuatha de Danaan, percibiendo la agitación que había en la... urdimbre del mundo, regresaron para evitar la catástrofe.

    »La furia de los Tuatha de Danaan fue inmensa. Dispersaron a sus antiguos amigos, ahora acérrimos enemigos, por los confines más alejados del mundo. Castigaron a los malvados, los druidas que habían escogido la codicia por encima del honor, que habían amado el poder más de lo que valoraban la santidad de la vida; no matándolos, sino encerrándolos en un lugar situado entre los reinos, otorgándoles así la inmortalidad que tanto anhelaban. Les dieron la eternidad en la nada, carente de forma y que no cesaría jamás.

    —Por Amergin, ¿acaso eso no sería el infierno? —jadeó Fugaku.

    Sakura asintió con los ojos muy abiertos.

    Sasuke hizo un ruido estrangulado.

    —¡Dios, con que eso es lo que son los draghar!

    —¿Qué son? —dijeron Sakura y Fugaku como una sola voz.

    Sasuke frunció el ceño.

    —El cronista cuenta que incluso antes de que surgiera el desacuerdo con los Tuatha de Danaan, los trece druidas ya habían formado una secta secreta dentro de la congregación de sus hermanas, que existía con independencia de ella y tenía su propio talismán y su propio nombre. Su símbolo era una serpiente alada, y se llamaban a sí mismos los draghar.

    Esta vez le tocó el turno a Sakura de emitir un sonido estrangulado.

    —¿Una serpiente a-alada?

    Sasuke la miró.

    —Sí. ¿Significa eso algo para ti, muchacha? —preguntó rápidamente.

    —Sasuke, aquel hombre que me atacó en tu ático... ¿no viste su tatuaje?

    Él sacudió la cabeza.

    —Lo vi, pero no tuve ocasión de fijarme bien en él. No sé qué era.

    —¡Era una serpiente alada! Pude verlo de cerca cuando lo tenía encima de mí en la cocina.

    —¡Por todos los infiernos! —estalló Sasuke—. Empieza a tener sentido. —Saltó de su asiento tan abruptamente que el Libro de Manannán cayó al suelo—. Pero... —Se calló—. ¿Cómo pudo ser? —musitó después, perplejo.

    Sakura se disponía a preguntar qué era lo que tenía sentido y cómo había podido ser, cuando Fugaku se levantó y recogió el tomo caído. Mientras Sasuke recorría la cámara a grandes zancadas sin dejar de mascullar en voz baja, Fugaku reanudó la lectura allí donde la había interrumpido Sasuke.

    —Se dijo que algún tiempo después de que los druidas hubieran sido dispersados, y los trece hubieran quedado encerrados en su prisión, un pequeño número de aquellos que sobrevivieron se reagrupó en un esfuerzo por reclamar su sabiduría perdida. Oh, escuchad esto: entonces surgió una orden, basada en la adivinación de un vidente que aseguraba que un día, muy lejano en el futuro, los draghar regresarían y reclamarían los poderes que les habían arrebatado los Tuatha de Danaan. Al parecer ese vidente escribió una profecía muy detallada en la que describía las circunstancias por las que regresarían los antiguos, y así fue como se formó la secta druida de los draghar para observar y esperar los acontecimientos que significarían que la profecía iba a hacerse realidad... —Entonces se calló, leyó en silencio durante unos instantes y luego pasó la página. Después examinó rápidamente las últimas hojas que quedaban del texto—. Ya está. Eso es todo lo que se llegó a escribir acerca de ello.

    Masculló un juramento y releyó con rapidez las páginas siguientes. Luego cerró el tomo con un seco chasquido y lo dejó a un lado.

    La mente de Sakura era un torbellino de pensamientos encontrados mientras contemplaba pasear a Sasuke. Ella y Fugaku intercambiaron miradas llenas de preocupación.

    Finalmente, Sasuke se detuvo y miró a su padre.

    —Bueno, no hay más que hablar. Sakura y yo tenemos que regresar a su siglo.

    —No vayas demasiado deprisa, muchacho —protestó Fugaku—. Antes necesitamos reflexionar sobre esto...

    —No, padre —dijo él, la mirada oscura y las facciones tensas—. Es evidente que el hombre que atacó a Sakura era un miembro de esta secta de los draghar. Su profecía tiene que haberlos conducido hasta mí. Por lo que acabamos de leer, está claro que no cuentan con el poder de las piedras, así que no pueden venir a por mí a través del tiempo. No sé cómo encontrar la secta en este siglo, pero en el de Sakura, ellos saben dónde estoy.

    —¿Quieres que ellos te encuentren? —exclamó Fugaku—. ¿Por qué?

    —¿Qué otras personas pueden poseer información más detallada acerca de esos seres que moran dentro de mí, que los miembros de la orden de druidas que ha preservado su profecía durante todos estos milenios? —Barrió el contenido de la cámara con la mirada—. Podríamos desperdiciar muchas lunas buscando aquí, sin llegar a conseguir nada con ello, y yo... Bueno, digamos que tengo el presentimiento de que el tiempo se me está agotando rápidamente.

    Sakura respiró hondo y se decidió a hablar.

    —Me parece que Sasuke tiene razón, Fugaku —dijo—. Los Uchiha disponen de todos estos conocimientos acerca de su historia, por lo que es lógico suponer que los draghar cuentan con una colección igual de grande de obras acerca de los draghar. Además, tú puedes seguir investigando aquí, y transmitirnos la información en el caso de que descubras algo. Si he entendido correctamente todo este asunto del viaje en el tiempo, cualquier cosa que descubras nos estará esperando cuando lleguemos.

    —Esto no me gusta nada —dijo Fugaku rígidamente.

    —Padre, incluso si hoy no hubiéramos descubierto esta información, yo no habría podido permanecer aquí durante mucho más tiempo y tú lo sabes. Por si no te has dado cuenta de ello, mis ojos...

    —Nos hemos dado cuenta —dijeron Sakura y Fugaku al unísono.

    —Entonces —dijo Sasuke firmemente—, sabéis que estoy en lo cierto. Aunque no sea para nada más, tengo que devolver a Sakura a su tiempo antes de que me resulte demasiado arriesgado utilizar la magia para volver a abrir el puente blanco. Tenemos que regresar, y más vale que lo hagamos sin tardanza.

    .

    .

    .

    Pasaron su última noche en el siglo XVI disfrutando de una magnífica cena en la gran sala, y luego se quedaron el resto del crepúsculo en la terraza. Sakura estaba sentada en los adoquines con Fugaku y Shizune y contemplaba cómo Sasuke jugaba con sus medios hermanos, persiguiéndolos por el césped bajo el ocaso teñido de escarlata.

    Costaba creer que fueran a regresar, pensó Sakura mientras saboreaba el suave ulular de los búhos y el zumbido de los grillos. Había echado de menos aquellos sonidos tan llenos de paz desde que dejó Kansas, y había disfrutado enormemente quedándose dormida cada noche a los sones de una música tan dulce entre los fuertes brazos de su highlander. Entonces se le ocurrió pensar que aunque llevaba semanas en el pasado, no había llegado a ver gran cosa de él, aparte del castillo y una cámara llena de polvo. Había tenido muchas ganas de volver a la población de Balanoch y explorarla más a fondo, y si hubiera dispuesto del tiempo suficiente habría suplicado ir a Edimburgo para poderle echar una buena mirada a la vida medieval. Lamentaba especialmente tener que dejar allí a Fugaku y Shizune, sabiendo que nunca volvería a verlos, excepto en retratos colgados de los muros del castillo de Maggie.

    Pero entendía la insistencia de Sasuke en que regresaran inmediatamente, y sabía que, incluso si él se hubiera mostrado dispuesto a quedarse, ella no habría sido capaz de disfrutar de la estancia. Hasta que encontraran lo que necesitaban para salvarlo, Sakura dudaba de que fuera a disfrutar mucho de nada.

    —Cuidarás de él, ¿verdad? —dijo Shizune suavemente.

    Sakura levantó la vista para encontrarse con que tanto Shizune como Fugaku tenían la mirada clavada en ella.

    Sonrió.

    —Lo amo. Estaré a su lado durante cada paso del camino —juró firmemente—. No te preocupes, Fugaku —añadió en tono de broma, esperando que eso ayudaría a que su expresión dejara de ser tan sombría—. Cuidaré de tu hijo. Te lo prometo.

    Su mirada se dirigió nuevamente hacia Sasuke. Ahora llevaba en brazos a Naka mientras perseguía a Inabi, y ambos chillaban y reían de puro deleite. Sus oscuros cabellos estaban sueltos, y su rostro de facciones cinceladas casi llameaba de amor.

    —Si de mí depende, y te aseguro que en eso puedes creerme —añadió Sakura fervientemente—, pondré a mis propios bebés en los brazos de ese hombre.

    Shizune rió con deleite.

    —He aquí a una muchacha como es debido —aprobó, chasqueando la lengua.

    Fugaku fue de la misma opinión.
     
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    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
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    Romance/Amor
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    29
     
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    CAPITULO 24
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.​

    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem



    Sasuke terminó de trazar la penúltima de las fórmulas necesarias para abrir el puente blanco. Aunque habían pasado varias semanas en el siglo XVI, ahora regresarían a un momento del siglo XXI en el que sólo habrían transcurrido tres días desde la fecha en la que partieron de allí. Trazaría la última y compleja serie de símbolos cuando estuvieran listos para irse.

    Fuera del círculo de imponentes megalitos, su padre y Shizune esperaban de pie con sus hermanos pequeños en los brazos. Ya hacía un buen rato que se había despedido de ellos. Ahora Sakura los abrazaba y besaba, y tanto sus ojos como los de Shizune relucían con un brillo sospechoso. Con qué facilidad, se maravilló Sasuke, hacían frente las mujeres a esos desfiladeros de pena que los hombres preferían evitar dando un rodeo lo más amplio posible. Se preguntó si las mujeres eran, de alguna manera intangible, más fuertes por hacer tal cosa.

    Mientras Fugaku y Shizune daban a Sakura mensajes para Izuna y Sakurasou, Sasuke se puso a pensar en lo que había descubierto la noche anterior, después de que Sakura se hubiera quedado dormida. Cuando todavía faltaba un poco para que amaneciera, había regresado a la cámara de la biblioteca. Sasuke no era idiota, y sabía que su astuto padre se había callado demasiado abruptamente cuando estaba leyendo el último pasaje del quinto Libro de Manannán.

    Y ciertamente, allí estaba. Un fragmento crucial de información que Fugaku había optado por guardarse para sí. Sasuke no necesitaba preguntarle por qué lo había hecho para entender cuál fue la razón por la que su padre omitió aquellas palabras tan reveladoras. Fugaku argumentaría que una profecía no era más que un pronóstico de un posible futuro. Sin embargo, Sasuke sabía (¿y acaso la experiencia de Izuna con la vidente Chiyo no lo había demostrado?) que el futuro pronosticado era el futuro más probable, lo cual significaba que iba a ser condenadamente difícil evitarlo.

    Inscrito en el quinto Libro de Manannán, en grandes letras mayúsculas suavemente inclinadas, estaba el futuro más probable de Sasuke:

    Los trece serán hechos uno, y el mundo se sumirá en una época de oscuridad más brutal de lo que jamás haya conocido la humanidad. Atrocidades indecibles serán cometidas en nombre de los draghar. La civilización caerá y antiguos males volverán a alzarse, mientras los draghar prosiguen su incesante búsqueda de venganza.

    Él nunca permitiría que un futuro semejante llegara a hacerse realidad. El amor de Sakura le había dado nuevas fuerzas y la esperanza ardía como un faro en su corazón. Aunque la oscuridad seguía creciendo dentro de él, la determinación y el propósito de Sasuke nunca habían sido más fuertes.

    La miró, bebiendo ávidamente aquella visión. Para su regreso, se habían puesto la ropa que llevaban en el siglo XXI, y ahora Sakura estaba de pie allí con sus finos calzones azules y su suéter de color crema, sus rizos siempre despeinados cayéndole sobre la espalda. El deseo se agitó en las venas de Sasuke. No tardaría en volver a hacerle el amor, y cada minuto que se interpusiese entre el presente y aquel momento era un minuto de más.

    Ya había advertido a Sakura de cómo lo afectaría el acto de abrir el puente:

    —No seré... del todo yo mismo, Sakura. ¿Te acuerdas de cómo era yo cuando pasamos por él la primera vez?

    —Lo sé —dijo ella firmemente—. Sé lo que necesitarás.

    Él había apretado los dientes.

    —Puede que me muestre... un poco áspero, amor mío.

    —Soy más dura de lo que piensas. —Una pausa, y luego aquellas palabras que él nunca se cansaría de oír—: Te amo, Sasuke. Nada cambiará eso.

    Era tan diminuta, y aun así tan fuerte y decidida... Era, de manera sencilla, todo lo que él había querido jamás.

    —Hijo —la voz de Fugaku hizo añicos sus pensamientos—, quiero hablar contigo antes de que te vayas.

    Sasuke asintió y fue hacia Fugaku, quien lo condujo en dirección al castillo. Ya se había despedido de su padre, de Shizune y de sus hermanos, y estaba impaciente por irse, no fuera que alguien se echara a llorar de nuevo y le partiera el corazón.

    —Cuando regreses, hijo, debes hablarle a Izuna de la cámara de la biblioteca.

    Sasuke parpadeó, perplejo.

    —Pero él ya sabrá acerca de ella. Hemos vuelto a abrirla, y tú le transmitirás el conocimiento a Inabi y...

    —No haré tal cosa —dijo Fugaku tranquilamente.

    —Pero ¿por qué?

    —Anoche pasé algún tiempo meditando en las posibilidades. Si la existencia de la cámara de la biblioteca llega a ser puesta en conocimiento de los Uchiha, esa revelación podría afectar a demasiadas otras cosas durante los próximos siglos. La cámara tiene que ser olvidada. Devolver semejante riqueza de conocimientos a las generaciones sucesivas y pensar que ninguna otra cosa podría cambiar sería correr un riesgo demasiado grande. Planeo sellarla esta misma noche y no volver a entrar en ella nunca.

    Sasuke asintió, viendo inmediatamente la sabiduría de aquella decisión.

    —Sabio como siempre, padre. No se me había ocurrido pensar en ello, pero tienes razón. Ciertamente podría causar daños irreparables.

    Tenía suerte, comprendió entonces, de que él y Sakura no fueran a permanecer en el pasado por más tiempo. Podía confiar en su padre para que se encargara de atar cualquier cabo suelto, si es que se presentaba alguno.

    Incapaz de soportar una prolongada despedida, se volvió hacia Sakura y las piedras.

    —Hijo —dijo Fugaku con voz baja y apremiante.

    Sasuke permaneció de espaldas a él.

    —¿Sí? —dijo tensamente.

    Hubo una larga pausa.

    —Si pudiera estar allí contigo, lo haría. Un padre debería estar con su hijo en semejantes momentos. —Tragó saliva audiblemente—. Muchacho —dijo después—, dales recuerdos de mi parte a Izuna y Sakurasou y diles que los quiero mucho, pero hazlo sabiendo que te llevas contigo la parte más grande de mi amor. —Otra pausa—. Supongo que un padre no debería tener favoritos, pero..., ay, Sasuke, hijo mío, tú siempre has sido mi favorito.

    Cuando, unos instantes después, Sasuke volvió a la losa de piedra y empezó a trazar los últimos símbolos, reparó en que Sakura lo miraba de una manera muy extraña. Sus ojos volvieron a velarse y su labio inferior tembló levemente.

    Sasuke no lo entendió hasta que ella atrajo su cabeza hacia la suya y besó la lágrima de su mejilla.

    Entonces, mientras el puente blanco se abría, Sakura se lanzó a sus brazos, juntó las manos detrás de su cuello y lo besó apasionadamente. Sasuke le cogió las piernas, se las puso alrededor de la cintura y la estrechó entre sus brazos. A partir de ese momento para él la experiencia pasó a convertirse en una batalla de voluntades: era él contra la devastadora tormenta dimensional que cambiaba de forma incesantemente. Sasuke sintió como si —sólo con que pudiera atravesar el caos del puente blanco sin que sus brazos dejaran de rodear a Sakura— pudiera abrirse paso a través de cualquier cosa.

    Se aferró a ella con todas sus fuerzas.

    .

    .

    .

    —¡Uuuuf! —jadeó Sakura cuando se estrellaron contra el suelo helado, cada uno todavía en brazos del otro.

    Una sonrisita triunfal curvó sus labios: ¡habían conseguido hacer el viaje sin soltarse el uno del otro! Sakura no sabía por qué aquello le parecía tan importante, pero lo era, como si de algún modo demostrara que nada podría llegar a separarlos jamás.

    Un gruñido ahogado, un áspero rumor más animal que humano, fue el único sonido que emitió Sasuke mientras la ponía debajo de él y plantaba su boca sobre la suya. Su cuerpo estaba duro como la roca contra la suavidad del de Sakura y sus caderas se incrustaban en la cuna de sus muslos, y en un abrir y cerrar de ojos la lujuria ya la había dejado sin aliento. A aquel hombre le bastaba con mirarla para hacerla desfallecer de deseo, pero cuando la gruesa dureza caliente de su miembro se abrió paso entre sus piernas, la necesidad hizo que Sakura dejara de pensar. En cada una de las ocasiones, se le secaba la boca y sentía cómo todo su cuerpo temblaba de pies a cabeza mientras adivinaba todas las cosas deliciosas que le haría él. Todas aquellas formas de tocar y saborear, todas aquellas exigencias tan precisas que le presentaba él y que a ella tanto le encantaba satisfacer.

    Sakura se entregó, lo acogió con avidez y en su totalidad, y tensó los brazos alrededor de su robusto cuello mientras enterraba los dedos en sus cabellos mojados. Rodaron por el suelo cubierto de granizo mientras la lluvia caía a torrentes y el viento aullaba de forma ensordecedora, insensibles a cuanto había a su alrededor y conscientes únicamente de la abrasadora intensidad de su pasión.

    Con la boca sellada contra la de Sakura, el beso de Sasuke era imperioso y al mismo tiempo absolutamente seductor, exigente y sin embargo persuasivo. Cuando deslizó las manos debajo de su suéter mojado, abrió el cierre de su sujetador y curvó los dedos sobre sus pechos, Sakura jadeó contra sus labios. «Ahí —pensó vagamente—, oh, sí.» Sasuke jugó con sus pezones, haciéndolos girar entre sus dedos al tiempo que tiraba ligeramente de ellos, y Sakura pudo sentir cómo sus pechos se hinchaban bajo las manos de Sasuke, y su sensibilidad aumentaba hasta hacerse insoportable.

    Cuando Sasuke se apartó abruptamente, ella gritó y extendió las manos hacia él, en un intento de tirar de su cuerpo para así poder volver a tenerlo encima. Pero Sasuke se mantuvo fuera de su alcance, y se sentó sobre los talones, a sus pies. Sakura arqueó la espalda y alzó los ojos hacia él, su mirada negra bajo el rielar de la luna.

    —Por favor —jadeó.

    Él le dirigió una sonrisa de fiera.

    —Por favor ¿qué?

    Ella se lo contó. Muy detalladamente.

    Con un intenso destello en sus negros ojos, él rió mientras Sakura hacía la lista de sus muchas y variadas peticiones, y ella pudo ver que su atrevimiento estaba haciendo que la excitación de Sasuke no conociera límites. Un mes antes, Sakura nunca hubiera sido capaz de decir semejantes cosas, pero qué demonios, pensó, él la había vuelto así.

    La risa de Sasuke fue de corta duración. Mientras la escuchaba, el deseo entornó sus ojos y la lujuria tensó aquellas facciones talladas a cincel. Le quitó los tejanos y el suéter y la despojó de las bragas y del sujetador, dejándola desnuda bajo su hambrienta mirada. Luego la alzó en vilo y, echándosela al hombro, recorrió posesivamente su trasero desnudo con la palma de la mano. Saliendo del círculo de piedras, Sasuke fue a través de la noche con ella al hombro y se adentró en los jardines. Se detuvo delante de un banco de piedra donde la depositó de pie, abrió de un tirón la cremallera de sus tejanos y se los quitó. En cuestión de segundos estuvo gloriosamente desnudo.

    Y entonces el robusto y apasionado highlander de los salvajes ojos negros que estaba claro hervía de impaciencia por hallarse dentro de Sakura, la sorprendió arrodillándose ante ella. Plantó lánguidos besos con la boca abierta sobre la delgada y sensible piel de las caderas de Sakura, y a través de sus muslos. Agarrándole el trasero con ambas manos, tiró de sus caderas llevándolas hacia delante y su lengua suave como el terciopelo se deslizó profundamente dentro de ella, pasando por encima de su tenso brote y yendo todavía más hacia dentro.

    Sakura sintió que le fallaban las piernas y gritó el nombre de Sasuke. Él no la dejó bajar sino que sostuvo su peso, y la obligó a permanecer de pie, con su oscura cabeza entre los muslos de Sakura y sus largos cabellos como seda en su piel. Lentamente, la hizo girar entre sus brazos y fue derramando besos abrasadores sobre cada centímetro de su trasero, lamiendo y excitando, mientras sus dedos se deslizaban dentro de la humedad que había entre los muslos de Sakura. Desesperada por tenerlo dentro de ella, en cuanto la presa con que la sujetaba se aflojó un poco, Sakura se dejó caer hacia delante para quedar a cuatro patas en el suelo, y luego miró invitadoramente a Sasuke por encima del hombro mientras se humedecía los labios.

    Él dejó escapar un sonido estrangulado, el aliento siseándole entre los dientes.

    —Ay, muchacha —la riñó—, he intentado ser delicado.

    Y un instante después ya lo tenía encima, cubriéndola con su cuerpo grande y duro mientras se incrustaba en ella.

    —Ya serás delicado más tarde —jadeó Sakura—. Ahora, deprisa y con fuerza.

    Como siempre, su irresistible highlander se mostró más que dispuesto a hacer lo que ella le pedía.

    .

    .

    .

    Mucho después, con las cabezas juntas y las manos entrelazadas, tomaron prestado el jeep de Maggie y fueron hasta el castillo de Izuna y Sakurasou. Una vez allí entraron sigilosamente por la puerta de atrás, tan silenciosos como dos ratones para no despertar a nadie, y una vez dentro se dejaron caer sobre la cama y empezaron nuevamente a hacer el amor.

    .

    .

    .

    Ya era casi mediodía cuando Sasuke y Sakura se aventuraron a bajar, y cuando lo hicieron —para gran irritación de Izuna— fueron directamente a las cocinas, evidentemente muertos de hambre. No tardó en oír en el interior a una cuadrilla entera de McFarleys haciendo ruido mientras preparaban a toda prisa una mezcla de almuerzo y desayuno tardío.

    Izuna sacudió la cabeza y reanudó sus nerviosos paseos por la biblioteca, apenas capaz de contener su impaciencia. El anciano McFarley entró, tratando de encontrar algo que pudiera traerle a «su señoría», pero lo único que quería su señoría era la atención de su dichoso hermano.

    Llevaba levantado desde el amanecer, y ya se había encaminado una docena de veces hacia la escalera aquella mañana, pero en cada ocasión Sakurasou le había salido al encuentro al final de ésta y lo había dirigido firmemente de regreso a la biblioteca.

    La noche anterior Izuna los había oído entrar (¿cómo hubiera podido conciliar el sueño la noche en que iba a regresar Sasuke?) y había empezado a levantarse de la cama para ir a su encuentro, pero Sakurasou le puso la mano en el brazo. «Deja que dispongan de esta noche, amor mío», le había dicho. Izuna gruñó, frustrado e impaciente por compartir sus noticias y descubrir lo que habían averiguado ellos, pero entonces Sakurasou había empezado a besarlo y la mente de Izuna había empezado a tartamudear del modo en que lo hacía siempre cuando ella aplicaba aquella maravillosa boca suya sobre cualquier parte de él. ¡Oh, y las partes sobre las que la había utilizado la noche anterior!

    Izuna la miró. Sakurasou estaba acomodada en el asiento que había debajo de uno de los ventanales de la biblioteca. La lluvia repiqueteaba suavemente sobre el cristal.

    Durante la última hora había estado leyendo, pero ahora miraba por el ventanal con expresión ensoñadora. Su piel tenía ese peculiar resplandor translúcido propio de una mujer embarazada, sus pechos habían adquirido una tensa opulencia, y su estómago se curvaba por el peso de los hijos de ambos. Izuna se sintió invadido por un gran júbilo mezclado con un intenso deseo de protegerla y, acompañando a ambas emociones, esa necesidad de abrazarla y tocarla que no cesaba nunca. Como si hubiera percibido su mirada posada en ella, Sakurasou se volvió bajo el ventanal y le sonrió. Izuna se dejó caer en un sillón próximo al fuego y se palmeó el muslo.

    —Trae tu precioso trasero para aquí, mi pequeña inglesa.

    La sonrisa de Sakurasou se hizo más profunda y sus ojos chispearon. Mientras bajaba del asiento del ventanal, le advirtió:

    —Podría aplastarte.

    Él soltó un resoplido.

    —No creo que haya ningún peligro de eso, muchacha.

    Con sólo unos cuantos centímetros por encima del metro cincuenta de estatura e incluso con el embarazo tan avanzado, Izuna nunca podría pensar en su esposa más que como una muchachita minúscula. Se la subió al regazo y puso las manos a su alrededor, sosteniéndola junto a su cuerpo.

    El día estaba encapotado, frío y lluvioso, un día ideal para un buen fuego de turba, y pasado un rato, con la combinación de la mujer en sus brazos y las comodidades del hogar, Izuna fue relajándose poco a poco. Ya casi se había quedado adormilado cuando Sasuke y Sakura finalmente terminaron de comer y se reunieron con ellos.

    Sakurasou se levantó del regazo de Izuna y se intercambiaron saludos y abrazos.

    —Fugaku y Shizune nos encargaron que os diéramos muchos recuerdos —les dijo Sakura.

    Izuna sonrió mientras reparaba en que Sakura todavía tenía los cabellos ligeramente mojados a causa de la ducha. Los de su hermano estaban igual, así que no era de extrañar que hubiesen tardado tanto en bajar. Los hombres del clan Uchiha tenían una decidida inclinación a hacer el amor en la ducha o en la bañera. La fontanería interior era uno de los muchos lujos del siglo XXI que Izuna todavía no entendía cómo había podido estar ausente de su existencia anterior. ¿Una ducha? Deliciosa. ¿Sexo en la ducha? Oh, no podía haber nada mejor en la vida.

    Sakurasou estaba radiante.

    —¿Verdad que Fugaku y Shizune son un encanto? No sabes la envidia que me dio no poder ir con vosotros y volver a verlos.

    —Shizune me dio una carta para ti, Sakurasou —dijo Sakura—. Está arriba. ¿Quieres que vaya a buscarla?

    Sakurasou sacudió la cabeza.

    —Izuna podría morir de impaciencia si permitiese que salieras de la habitación. Tenemos noticias...

    —Pero primero —intervino Izuna firmemente—, oigamos las vuestras.

    Estudió con gran atención a Sasuke. Aunque sus ojos eran del color del cobre bruñido, con los bordes exteriores de sus iris ribeteados de negro, había en él una sensación de paz que no estaba presente allí antes. «Oh, sí —pensó Izuna—, no cabe duda de que el amor ciertamente puede obrar milagros.» No tenía ni idea de cuánto tiempo habían permanecido en el pasado, pero había sido el suficiente para que se hubieran enamorado locamente el uno del otro. El suficiente para que ahora estuvieran unidos como un solo ser frente al incierto futuro.

    Escuchó pacientemente mientras Sasuke los ponía al corriente de lo que habían descubierto. Cuando Sasuke habló de la cámara de la biblioteca debajo del estudio en el castillo de Maggie y Daisuke, tuvo que estrujar los brazos de su sillón para no levantarse de un salto y correr a explorarla. Para tocar y leer el legendario Pacto, para redescubrir su historia perdida.

    —Esos miembros de la secta druida de los draghar de los que has hablado... —empezó a decir Izuna.

    —¿Sí? —lo animó a seguir Sasuke cuando su hermano se calló.

    —Tenemos a uno de ellos en nuestra mazmorra.

    Sasuke se levantó de un salto.

    —¿Cómo ha llegado allí? ¿Lo has interrogado? ¿Qué te contó? —quiso saber.

    —Cálmate, hermano. Me lo ha contado todo. La base de la organización de su orden está en Londres, en un lugar llamado Edificio Belthew, en la parte sur del West Side. Eran él y su compañero quienes iban detrás de Sakura en Manhattan, y fue su compañero el que saltó de tu terraza. Él os siguió hasta aquí, con la esperanza de tener otra ocasión con Sakura. Intentaban provocarte para que utilizaras la magia y así forzaras la transformación.

    —¡Mataré a ese hijo de perra! —rugió Sasuke, y empezó a caminar hacia la puerta de la biblioteca.

    —Siéntate —dijo Sakura, yendo detrás de él y tirándole firmemente de la manga—. Oigamos el resto. Puedes matarlo después.

    Hirviendo de furia, Sasuke se negó a moverse por un instante y luego soltó un bufido y siguió a Sakura de regreso al sofá. «Puedes matarlo después», había dicho ella, de un modo casi ausente. Cuando Sasuke se dejó caer a su lado en el sofá, Sakura se acurrucó en sus brazos y le dio palmaditas del modo en que uno podría tratar de calmar a un mastín enfurecido. Sasuke sacudió la cabeza, sintiéndose un poco disgustado mientras pensaba en lo agradable que resultaría que de vez en cuando Sakura se sintiera un poquito intimidada por él.

    Pero su pareja nunca haría eso. Ella no le tenía miedo a nada.

    —Admitió —Izuna sonrió con una hosca satisfacción—, bajo una cierta coacción...

    —Bien —dijo Sasuke secamente—. Espero que fuera tremendamente dolorosa.

    —... que el edificio fue construido sobre un laberinto de catacumbas, y esas criptas son el lugar donde guardan todos sus archivos. Que él sepa, actualmente el edificio se encuentra ocupado por no más de tres o cuatro hombres, y de noche lo más habitual es que sólo haya dos, en el corazón de la estructura. El edificio dispone de un sistema de seguridad, pero creo que éste no supondrá ningún desafío para alguien dotado de tus incomparables habilidades, hermano —añadió secamente—. Hay toda una compleja serie de protecciones, y para gran consternación suya, tuvo que describirme minuciosamente qué es lo que debemos hacer para superarlas. A juzgar por la información de que dispone, ellos siguen creyendo que tú no tienes ni idea de que existan, y que no sabes nada acerca de la Profecía.

    —Perfecto. Entrar allí a altas horas de la noche y examinar sus registros e historias no debería ser demasiado complicado. ¿Le preguntaste si sabía de algún modo de librarse de los trece?

    Izuna frunció el ceño.

    —Sí. Puedes estar seguro de que lo hice. Fue una de las primeras cosas que le pregunté. Me indicó que había un modo, pero no sabía en qué consistía. Había oído al maestre de su orden, un hombre llamado Daore Dōtonbori, expresar su preocupación ante la posibilidad de que lo descubrieras. Te aseguro que lo sondeé a conciencia, pero el hombre no tenía ni idea de en qué consiste ese método.

    —Entonces necesitamos encontrar a ese Daore Dōtonbori, y me importa un comino el daño que tengamos que hacerle para descubrir lo que sabe.

    Sakura y Sakurasou asintieron para indicar que estaban completamente de acuerdo con él.

    —Bien, ¿cuándo nos vamos? —preguntó Sakurasou como si tal cosa.

    Tanto Sasuke como Izuna la atravesaron con la mirada.

    —Nada de «nos vamos» —dijo Sasuke firmemente.

    —Oh, sí, claro que nos vamos —lo contradijo Sakura inmediatamente.

    Sasuke puso mala cara.

    —Ni se os ocurra soñar con que vamos a llevaros ahí dentro...

    —Entonces limitaos a llevarnos a Londres con vosotros —dijo Sakurasou, consiguiendo sonar conciliadora y sin embargo terca—. Nos quedaremos en un hotel cercano, pero no permaneceremos aquí mientras vosotros dos os metéis alegremente en las fauces del peligro. Esto no es negociable.

    Izuna sacudió la cabeza.

    —Sakurasou, no permitiré que arriesgues tu vida o la de los pequeños, muchacha —dijo, con su profunda voz enronquecida por la tensión.

    —Y deberías estar seguro de que no haré ninguna de las dos cosas —dijo Sakurasou sin inmutarse—. No voy a permitir que les ocurra nada a nuestros bebés. Sakura y yo nos quedaremos en el hotel, Izuna. No somos idiotas. Ya sé que no hay gran cosa que una mujer embarazada como yo pueda hacer cuando se trata de entrar sin ser descubierta en un lugar y registrarlo. Pero no podéis dejarnos aquí. Si lo intentarais, sólo conseguiríais que os siguiéramos. Llevadnos con vosotros y dejadnos instaladas en el hotel, donde estaremos a salvo. No podéis mantenernos fuera de esto. Nosotras también somos parte de ello. Las dos nos volveríamos locas sentadas aquí esperando.

    El debate se prolongó durante más de media hora. Pero al final, las mujeres prevalecieron y los hombres accedieron de mala gana a llevárselas consigo a Londres al día siguiente.

    .

    .

    .

    —Ha vuelto, padre, al igual que la mujer —informó Hugh Dōtonbori a Daore, hablando en voz baja por su móvil—. Los vimos regresar ayer ya bastante entrada la noche.

    —¿Alguna idea de dónde estuvieron? —preguntó Daore.

    —Ninguna.

    —¿Y sigue sin saberse nada de Oyashiro?

    —No. Pero no podemos entrar en el castillo. Aunque no estuviera protegido, no estoy seguro de que fuese prudente intentarlo —dijo en un suave murmullo.

    No había ninguna necesidad de hablar en voz baja, dado lo lejos del castillo que se encontraban él y su hermano mientras lo observaban a través de binoculares, pero Sasuke Uchiha lo ponía nervioso. Aquel castillo de los Uchiha, a diferencia del otro que se alzaba en la cima de la montaña, estaba ubicado en un gran valle, y las colinas cubiertas de bosques que lo rodeaban proporcionaban una cobertura excelente. Aun así, Hugh se sentía expuesto. Su hermano se había quejado de la misma sensación.

    —Infórmame cada dos horas. Quiero estar al corriente de cada movimiento que hagan —dijo Daore.
     
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    4806
    CAPITULO 25
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.
    NARUTO © M. Kishimoto.
    ADAPTACION © Quem.


    Ya era noche cerrada, y hacía un buen rato que todos se habían quedado dormidos, cuando Sasuke salió sigilosamente del castillo.

    El día se había hecho interminable mientras él se esforzaba por ocultar a los ojos de aquellos a los que amaba lo que planeaba hacer. El esfuerzo de mantener la mirada apacible y refrenar su impaciencia lo había dejado agotado, porque tenía que comportarse como si estuviera completamente de acuerdo, sin mostrar ninguna señal delatora, por insignificante que fuese, a aquel hermano que lo conocía demasiado bien, de que no tenía la menor intención de seguir el plan que habían estado diseñando meticulosamente durante aquella tarde lluviosa.

    El plan que haría que todos fueran a Londres y todos corrieran peligro.

    Durante la última parte de la tarde, mientras Sakura y Sakurasou hacían el equipaje para su viaje a Londres —el viaje que nunca iba a tener lugar—, Sasuke bajó a la mazmorra e interrogó al hombre de la secta de los draghar. Utilizó la magia para arrancar implacablemente la información de su mente, pero tal como le había asegurado Izuna, aunque el hombre sabía que existía una manera de volver a aprisionar a los trece y evitar la transformación, no conocía los detalles de ésta.

    Que no hubiera duda de que existía una manera bastó para llenar a Sasuke de una nerviosa emoción, y una furiosa impaciencia por ver sus deseos realizados sin perder un instante.

    Los cuatro se reunieron a cenar en la gran sala, y poco después de que hubieran terminado, Sasuke se llevó a Sakura a la cama, donde le hizo el amor hasta que ella quedó fuera de combate, saciada, en sus brazos.

    Sasuke la había mantenido estrechamente abrazada, paladeando la sensación de tenerla entre sus brazos, durante casi otra hora antes de que finalmente dejara su cama.

    Y ahora, mientras salía a la noche, estaba preparado. Ya iba siendo hora de enfrentarse al enemigo y poner fin a las cosas de una vez y para siempre.

    Solo.

    Sasuke nunca permitiría que ninguna de las personas a las que amaba corriera aquel riesgo con él. Era él quien había creado todo aquel embrollo y sería él quien lo resolviera. Siempre daba lo mejor de sí mismo cuando actuaba en solitario, libre de toda carga —nuevamente el Fantasma Galo, un espectro oscuro y elegante que apenas si era visible al ojo humano— y que no tenía ninguna necesidad de mirar por encima de su hombro para proteger a alguien más.

    No había salvado una vez a Izuna para Sakurasou sólo para ahora perder a uno de ellos o a ambos. Y nunca perdería a Sakura.

    Sabía que se pondrían furiosos, pero con un poco de suerte todo habría terminado antes de que despertaran o, en el peor de los casos, poco después de que lo hubiesen hecho. Sasuke necesitaba actuar de aquella manera, sabiendo que ellos estaban a salvo dentro del castillo, para así poder mantener su mente concentrada en su objetivo sin ninguna clase de distracciones.

    Entraría en los cuarteles generales de la secta de los draghar, examinaría sus archivos, localizaría la dirección de Daore Dōtonbori, caería sobre él y extraería de su mente la información que necesitaba. El pensamiento de que, dentro de poco, podía verse liberado de la agotadora batalla que llevaba tanto tiempo librando se le hacía casi inconcebible. La idea de que, por la mañana, podía regresar junto a Sakura siendo nada más que un druida y un hombre parecía un sueño demasiado maravilloso para que pudiera ser cierto.

    Pero podía llegar a hacerse realidad. Según Oyashiro —y una mente que había sido violada con semejante crueldad era incapaz de mentir—, Daore Dōtonbori sabía cómo devolver a los antiguos a aquella prisión de la que habían venido.

    El vuelo hasta Londres fue corto, aunque luego Sasuke necesitó varias horas llenas de frustración para localizar el Edificio Belthew. No había estado en Londres con anterioridad, a excepción del aeropuerto, y la ciudad lo confundía. Se quedó un rato de pie ante el edificio a oscuras, estudiándolo desde todos los ángulos. Era un gran almacén construido de piedra y acero, con cuatro pisos, pero a juzgar por lo que había confesado Oyashiro, aquello que buscaba se encontraba debajo del nivel del suelo. Sasuke inspiró lenta y profundamente hasta llenarse los pulmones con el frío aire nocturno impregnado de neblina. Después fue hacia el edificio con rápidas y silenciosas zancadas y accionó la cerradura mediante una frase suavemente murmurada. Con aquélla ya eran dos las veces que había utilizado la magia aquel día, y de ahora en adelante procuraría recurrir lo menos posible a ella.

    Los seres que llevaba en su interior ya habían empezado a agitarse. Sasuke podía percibir sus tanteos, como si estuvieran tratando de percibir lo que los rodeaba.

    Abrió la puerta, metió medio cuerpo por el hueco y tecleó el código. Sasuke estaba preparado; había extraído todo el conocimiento que necesitaba de la mente de Oyashiro y se lo había grabado en la memoria. Conocía cada secuencia de números, cada alarma a esquivar, cada clave de acceso.

    Cruzó el umbral y de pronto sintió un súbito pinchazo de dolor en el pecho, en las profundidades de la masa muscular. Encogió el hombro, tratando de disipar la molestia, pero ésta se negó a desaparecer y Sasuke, perplejo, bajó la vista.

    Por un instante la visión del dardo plateado que se estremecía en su pecho simplemente lo dejó atónito. Entonces su visión sufrió una alarmante oscilación y se encogió hasta quedar convertida en un túnel lleno de penumbra. Parpadeando, Sasuke escrutó la habitación sumida en la oscuridad.

    —Es un tranquilizante —le informó educadamente una voz masculina con acento de clase alta.

    Unos instantes después, maldiciendo salvajemente, Sasuke se desplomó sobre el suelo.

    Sasuke volvió en sí —no tenía ni idea de cuánto tiempo después— para sentir el frío contacto de la piedra en su espalda. A medida que el estupor inducido por la droga iba disipándose lentamente, fue consciente de que lo habían atado.

    Se sentía raro, pero no podía determinar en qué consistía exactamente aquella sensación. Algo era diferente dentro de él. Tal vez fuesen los efectos residuales del tranquilizante, decidió.

    Sin abrir los ojos, Sasuke flexionó los músculos en una serie de ínfimos movimientos para poner a prueba sus ataduras. Se hallaba encadenado a una columna de piedra que tendría medio metro de diámetro. Cadenas de gruesos eslabones le mantenían los brazos inmovilizados sobre la espalda, alrededor de la circunferencia de la columna. Sus tobillos también habían sido encadenados, dejándolos atrapados contra la base de la columna. A menos que recurriese a la magia, lo único que podía mover era la cabeza.

    Manteniendo los ojos cerrados, escuchó y fue percibiendo las distintas voces que hablaron durante los momentos siguientes, haciendo así el recuento de sus enemigos. Media docena, no más. Si no lo hubieran drogado nunca habrían podido capturarlo, y si lograba liberarse, no tendría ningún problema para escapar. Sasuke desplegó sus sentidos de druida para comprobar la solidez de sus cadenas.

    «Por todos los infiernos», pensó sombríamente. Había un hechizo de sujeción en las cadenas. Sasuke lo sondeó suavemente, poniendo a prueba su fuerza mediante la magia sin querer utilizar más de la estrictamente necesaria. Pero en vez de un tanteo sutil y bien dirigido, un súbito torrente de poder incontrolado recorrió todo su cuerpo, mucho más intenso de lo que había tenido intención de emplear y más de lo que nunca hubiera utilizado de una sola vez antes. Sintió la respuesta instantánea de los trece; empezaron a murmurar en su lenguaje incomprensible, sus voces zumbando como insectos dentro de su cráneo. Sasuke se vio bombardeado con sensaciones...

    Gélida oscuridad. Inacabables discusiones y enfrentamientos entre ellos. Estar obligados a permanecer eternamente juntos sin ninguna escapatoria. Períodos de lucidez, períodos más largos de locura, hasta que finalmente lo único que quedaba era rabia y odio y una abrumadora sed de venganza.

    Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Sasuke. Era la percepción más intensa de ellos que había tenido hasta el momento y resultaba tan repugnante que, si sus manos hubieran estado libres, sospechó que se habría desgarrado la cabeza en un fútil esfuerzo por arrancárselos del cráneo.

    Entonces comprendió dos cosas: la secta de los draghar tenía que estar más avanzada en el druidismo de lo que él había pensado para ser capaz de urdir un hechizo tan poderoso en el frío hierro, y le habían administrado algo más aparte de un mero tranquilizante. Le habían dado alguna clase de droga que reducía su capacidad para controlar el poder que llevaba dentro. Ahora Sasuke era como un hombre que al haber consumido demasiado whisky podía, pretendiendo hacer una suave caricia, llegar a descargar un golpe mortífero, por pura torpeza y aturdimiento.

    Y no le cabía ninguna duda de que un golpe semejante lo volvería completamente oscuro.

    Con una profunda inhalación, Sasuke obligó a sus sentidos a desplegarse hacia el exterior para alejarse del caos que zumbaba dentro de su mente. Saboreó el aire y trató de visualizar la forma de la sala a partir del eco de la conversación. Parecía tener el techo bastante bajo y ser larga, y había un tenue olor a musgo sobre la piedra. Sasuke no tenía ni idea de durante cuánto tiempo había permanecido inconsciente. Estaba bastante seguro de que se encontraba en las catacumbas que había debajo del edificio.

    ¡Qué estúpido había sido al irrumpir allí, subestimando a su enemigo! Había actuado de una manera irreflexiva y temeraria, impulsado por la impaciencia y una desesperada necesidad de proteger a las personas que amaba. No se le había ocurrido pensar ni por un solo instante que la secta de los draghar podía tener a alguien que lo observaba e informaba de cada uno de sus movimientos. Aparentemente lo mantenían vigilado, porque no cabía duda de que habían estado preparados para su llegada.

    ¿Cuál era su plan? ¿Pretenderían utilizar aquella droga mortífera para causar su transformación?

    —Está volviendo en sí —dijo alguien.

    Sasuke habría preferido que siguieran creyéndolo inconsciente, ganando así un tiempo precioso para que los efectos de la droga fueran disminuyendo, pero evidentemente, aunque había permanecido inmóvil, se había delatado de alguna manera. Su pecho quizás estuviera subiendo y bajando con unos movimientos más marcados. Abrió los ojos.

    —Ah, hete aquí —dijo un hombre alto y delgado de pelo canoso, dando un paso adelante y deteniéndose ante él. Después lo contempló en silencio durante unos instantes—. Soy Daore Dōtonbori, el maestre de la secta. Éste no es el modo en que esperaba llegar a conocerte. Te pido disculpas por las cadenas, pero, por el momento, son necesarias. Supongo que Oyashiro está muerto, ¿verdad? —inquirió educadamente.

    —Oyashiro vive —dijo Sasuke, teniendo mucho cuidado en modular su voz. No mostraría señal alguna de su conflicto interior ante aquel hombre—. A diferencia de vuestra orden, los Uchiha no quitan la vida sin tener una causa para ello. —Y no importaba lo mucho que le hubiera gustado hacerlo.

    Daore caminó alrededor de la columna de piedra.

    —Nosotros tampoco lo hacemos. Todo lo que hemos hecho era necesario para servir al propósito de recuperar los poderes a los que tenemos derecho. Para cumplir nuestro destino.

    —Esos poderes nunca os pertenecieron por derecho propio. Fueron dados por los Tuatha de Danaan, y los Tuatha de Danaan tenían todo el derecho a reclamarlos cuando se hizo evidente que el hombre abusaría de ellos.

    Daore soltó una seca carcajada que más parecía un ladrido.

    —Así es como habla el hombre que rompió sus propios juramentos. Míralo como quieras. Da igual, nos guiarás.

    —Nunca permitiré que se cumpla la Profecía.

    —Ah, así que sabes de ella. Me preguntaba si estarías al corriente. ¿Cuándo lo descubriste? ¿Te lo contó Oyashiro? No es que lo culpe, porque sé de lo que eres capaz. Está todo aquí. —Extendió un brazo hacia atrás para abarcar con él las pilas de manuscritos y textos cuidadosamente repartidas en docenas de estantes—. Todo lo que los draghar pueden hacer. Todo lo que nos enseñarán. El poder para desplazarse a través del espacio y el tiempo, el poder para abrir los reinos.

    —Los draghar a los que rendís culto casi destruyeron el mundo en una ocasión cuando trataron de abrir los reinos. ¿Qué te hace pensar que no volverán a hacerlo en cuanto estén libres?

    —¿Por qué destruir el mundo cuando pueden gobernarlo? —replicó Daore—. Creo que podemos determinar qué fue lo que salió mal la última vez que intentaron ir en pos de los Tuatha de Danaan. Ahora nuestro mundo se encuentra mucho más avanzado de lo que lo estaba entonces. Y hay tantos fieles seguidores que esperan el momento de poder darles la bienvenida...

    —¿Qué te hace pensar que los draghar tienen intención de pasar a formar parte de tu pequeña orden? ¿Por qué iban a quedarse aquí con vosotros? —se mofó Sasuke.

    —¿Qué quieres decir?

    Una sombra de inquietud cruzó velozmente por el delgado rostro del hombre.

    —Si pueden viajar a través del tiempo, ¿qué va a impedirles regresar a su propio siglo? ¿Qué piensas tú que anhelan por encima de todo?

    —Recuperar su poder. Una oportunidad de volver a vivir, de gobernar de nuevo. De ocupar el lugar al que tienen derecho en el mundo.

    Sasuke chasqueó la lengua burlonamente. Aunque él no podía entender su lenguaje y no sabía cuáles eran las intenciones de los draghar, eso Daore lo ignoraba. Sembrar dudas podía ser un arma muy útil. Si conseguía hacer que siguiera hablando durante un tiempo lo bastante largo, quizá los efectos de la droga llegarían a disiparse lo suficiente para que pudiera arriesgarse a sondear la mente de Daore.

    —Ellos quieren cuerpos, Daore, y tendrán el poder para regresar a los suyos. Una vez que los hayas liberado, ¿cómo impedirás que vuelvan? No serás capaz de controlarlos. Los draghar pueden destruir a tu orden en el momento en que yo cambie. ¿De qué les vais a servir? Regresarán a su siglo, evitarán que la guerra llegue a tener lugar, y reescribirán los últimos cuatro mil años de historia. —Sasuke rió—. Y para cuando ellos hayan terminado de cambiar las cosas, puedes estar seguro de que ninguno de nosotros habrá nacido jamás.

    Oh, sí, los hombres que había en la sala parecían estar cada vez más nerviosos. El nerviosismo era bueno. La disensión violenta sería todavía mejor.

    —Liberarás un poder que no puedes entender y que no tienes ninguna esperanza de dominar. —Sasuke le dirigió una sonrisa aterradora.

    Después de un tenso silencio, Daore agitó la mano en un gesto despectivo.

    —Basta. No me dejaré engañar por tus ardides. Los draghar no intentarán regresar porque correrían el riesgo de volver a ser aprisionados. Ellos nunca se arriesgarán a eso.

    —Eso es lo que tú dices, cuando en realidad no sabes nada acerca de ellos. Yo sí.

    Daore apretó las mandíbulas y les hizo una seña a dos de los hombres que esperaban de pie cerca de él.

    —No permitiré que nada me aparte del curso de la Profecía. He jurado hacer que se cumpla. Y puede que no sepa tanto como me gustaría acerca de los draghar, pero sé mucho acerca de ti. —Miró a los hombres—. Traedla —ordenó.

    Los hombres se apresuraron a salir de la sala.

    Sasuke se puso rígido. Traedla... ¿A quién? , casi rugió. No podía ser, se dijo. Sakura estaba a salvo y dormida entre los muros bien protegidos del castillo. Estaba terriblemente equivocado.

    Cuando volvieron unos instantes después, Sasuke sintió que se le hacía un nudo en las entrañas.

    —No —susurró, sin que sus labios se movieran apenas—. Oh, no, muchacha.

    —Oh, sí, Uchiha —se burló Daore—. Una mujer preciosa, ¿verdad? Intentamos llegar hasta ella en Manhattan. Pero no temas, podrás tener todo lo que quieras de ella una vez que te hayas inclinado ante lo inevitable. Sospecho que los draghar estarán muy hambrientos de mujer después de cuatro mil años.

    Los hombres hicieron avanzar a Sakura, mitad a empujones y mitad a rastras. Sus manos y sus pies estaban atados, y tenía el rostro ceniciento y manchado de lágrimas.

    —Lo siento tanto, Sasuke ... —boqueó—. Desperté cuando oí cerrarse la puerta del coche y salí corriendo del castillo, tratando de alcanzarte...

    Uno de los hombres la hizo callar de un manotazo, y cada músculo del cuerpo de Sasuke gritó. Cerró los ojos e hizo frente a la oscura tormenta que crecía dentro de él.

    «Soy un hombre y un Uchiha. No golpearé a ciegas», se repitió a sí mismo una y otra vez. Transcurrieron varios instantes antes de que consiguiera volver a abrirlos, y cuando lo hizo, sus miradas se encontraron.

    «Te amo —articuló Sakura moviendo los labios silenciosamente—. ¡Lo siento tanto!»

    Él sacudió la cabeza, rechazando su disculpa con la esperanza de que ella entendiese que le estaba diciendo que no había necesidad de ninguna disculpa. La culpa era suya, no de ella. «Yo también te amo, muchacha», articuló en silencio.

    —Qué conmovedor —dijo Daore secamente. Ordenó con un ademán a los hombres que sostenían a Sakura que la hicieran avanzar, y luego los detuvo a media docena de pasos de la columna a la que estaba encadenado Sasuke—. Disponer de un avión privado tiene sus ventajas —dijo con una sonrisa—. Ella ya se encontraba aquí antes de que tú tomaras tierra en Londres, y ahora mis hombres la matarán a menos que tú tengas a bien impedirlo. Estar encadenado no debería suponer ningún obstáculo para un hombre con semejante poder.

    —Hijo de perra.

    Sasuke tensó los músculos en un feroz esfuerzo dirigido contra las cadenas, pero no le sirvió de nada. Sin magia, no iría a ninguna parte.

    La rabia lo consumió, acompañada por la feroz tentación de usar el poder más horripilante que tenía a su disposición. Podía paladear la potencia de los antiguos mientras ésta se acumulaba dentro de su garganta y rogaba ser liberada. Las palabras que traían la muerte se enroscaron en la punta de su lengua. Sasuke quería sangre, y los seres que llevaba en su interior anhelaban derramarla.

    Daore había planeado bien su estrategia. Había drogado a Sasuke para que no fuera capaz de controlar la cantidad de magia que utilizaba, había hecho cautiva a la mujer que amaba y ahora se disponía a matarla, a menos que Sasuke utilizara la magia para impedirlo.

    Y si Sasuke utilizaba la magia para salvarla, se transformaría.

    Era inevitable, comprendió con un peculiar distanciamiento. El momento por fin había llegado. Estaba acorralado en un rincón y no tenía escapatoria. No permitiría que le hicieran ningún daño a Sakura. Nunca. Ella era su compañera, tenía su selvar. La vida de él era su escudo.

    Por una fracción de segundo, un instante curiosamente suspendido en el tiempo, fue como si estuviera allí en las catacumbas y sin embargo no se hallara allí. Su mente se retiró a un lugar tranquilo donde los recuerdos se sucedieron unos a otros en una rápida conjunción.

    Estaba viendo a Sakura por primera vez, de pie bajo la llovizna en una calle de Manhattan llena de gente. Estaba descubriéndola debajo de su cama. Estaba sintiendo la plenitud de sus labios cuando le había robado aquel primer beso.

    Le daba a comer trocitos de salmón. Escuchaba cómo ella no paraba de hablar acerca de algún oscuro tomo que hacía brillar sus ojos. Veía cómo le daba caladas a un grueso puro.

    Estaba viendo sus ojos adormilados y llenos de sensualidad cuando la había llevado a su primer clímax a bordo del avión. Le hacía el amor en una piscina de límpidas aguas bajo un interminable cielo azul en sus amadas Highlands. Se derramaba en su interior, convirtiéndose en parte de ella. Miraba, mientras ella estaba subida a una silla y practicaba cómo decirle que lo amaba hablándole a un escudo, para luego volverse hacia él y gritarle. Para más tarde volver a decirlo, después de que él le hubiera contado su más oscuro secreto. Permaneciendo resueltamente a su lado.

    Y en aquel extraño momento de calma, Sasuke comprendió que si no hubiese roto su juramento y no hubiera pasado a través de las piedras para salvar a Izuna, nunca habría conocido a Sakura.

    Irónico, pensó, su destino había requerido su propia caída para conducirlo hasta la mujer que había sido su salvación de tantas maneras distintas. Si se le hubiera dado a elegir entre retroceder en el tiempo y optar por no romper su juramento y no conocer nunca a Sakura Haruno, hubiese entrado en el círculo de piedras sin pensarlo dos veces y habría vuelto a hacerlo todo, siendo plenamente consciente de que a aquel momento terminaría llegando.

    Simplemente para tener la alegría de amar a Sakura durante el tiempo que le quedara.

    Desde aquel lugar lleno de calma, su mente se deslizó rápidamente hacia otro: a aquella noche tan fría en la que había bailado sobre el resbaladizo muro de la terraza. Lo hizo porque siempre había sabido que podía poner fin a todo aquello muriendo. Una solución muy simple, realmente. Si no había recipiente, no habría resurrección. Jaque mate, y final de la partida. Una parte de él había estado tan cansada de luchar...

    Pero aquella noche había decidido que seguiría luchando, y relegó los pensamientos de suicidio a su arsenal del último recurso, porque la mera idea le resultaba aborrecible.

    Entonces había conocido a Sakura, que le había dado un millar de razones para vivir.

    Sasuke sonrió amargamente. No podía invocar la magia necesaria para liberarla y ponerla a salvo sin dejar sueltos también a los draghar, lo cual lo colocaba en una posición imposible.

    Nunca abriría las puertas a aquella «época de una oscuridad más brutal que cuanto la humanidad haya conocido jamás» de la que hablaba la Profecía. No había forma de saber cuántos millones de personas podían morir. ¿Qué ocurriría si aquellas palabras con las que había inquietado a Daore realmente expresaran lo que planeaban hacer los trece? ¿Y si de verdad tenían intención de retroceder en el tiempo? ¿Quizá para volver a librar la guerra? ¿Quizá para, esta vez, ganarla?

    Eso cambiaría por completo cuatro mil años de historia de la humanidad. Cuando los trece hubieran terminado, el hombre quizá ya ni siquiera llegara a existir en los tiempos presentes.

    No. Sus opciones, sus posibilidades, todo había sido agotado.

    «Ay, amor mío —se lamentó—, no se suponía que fuese a terminar de esta manera.»

    Cuando abrió los ojos, fue para descubrir que habían metido una mordaza en la boca de Sakura. Sus ojos color de las esmeraldas relucían con el brillo de las lágrimas.

    —Cortadla —dijo Daore suavemente—. Mostradle su sangre.

    Sasuke se mordió la lengua, llenándose la boca con un amargo sabor metálico. Sabía que tenía que calcular el momento a la perfección. Tenía que asegurarse de que se infligía una herida lo suficientemente letal como para morir antes de que la transformación fuera completa, pero no antes de que los miembros de la secta estuvieran muertos y Sakura hubiera quedado libre. Armándose de valor, se preparó para actuar con una impecable resolución. Un solo momento de titubeo podía ser su perdición. Tenía que estar comprometido al cien por cien con la muerte.

    Y aquello era algo que resultaba tremendamente difícil cuando se estaba mirando a Sakura.

    Uno de los hombres pasó la hoja de un cuchillo por encima de la piel de su cuello, y afloraron gotitas escarlata. Sakura se retorció entre los brazos de los hombres que la sujetaban, debatiéndose y forcejeando.

    «Ahora», se dijo Sasuke a sí mismo al mismo tiempo que le susurraba un tenue «adiós» a su compañera. La pena que sintió en ese momento fue tan desgarradoramente intensa que echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un aullido que salía de las mismísimas profundidades de su alma.

    Entonces, por primera vez desde la noche en que habían tomado posesión de él, Sasuke bajó la guardia y dejó de resistirse a los trece. Se abrió a ellos. Los invitó. Les dio la bienvenida.

    La respuesta fue instantánea. El poder, la astucia y la locura inundaron todo su ser. Sasuke se vio súbitamente bombardeado con partículas y fragmentos de trece vidas, llenado con la fuerza fenomenal de doce hombres y una mujer cuya pasión por la vida había sido tan intensa que querían vivir para siempre. Pero sobrepasando con mucho cualquier sensación de ellos en tanto que individuos estaba el odio y la rabia que los trece sentían como uno solo hacia sus carceleros, una incesante e incontenible determinación de ver destruidos a los Tuatha de Danaan, incluso si para ello tenían que destruir todos los reinos durante el proceso.

    Mientras los trece bullían en su interior como un enjambre, Sasuke se abrió paso dentro de la mente de Daore para sondearla brutalmente. Aunque ahora la respuesta ya no le sería de ninguna utilidad, seguía queriendo saber. Quería saber cómo podrían haber llegado a cambiar las cosas si él hubiera actuado de una manera menos temeraria y hubiese sido más sensato.

    La respuesta que descubrió lo hizo reír. La ironía que encerraba era magnífica: aquella noche él había ido allí con tanta esperanza, y sin embargo ahora sabía que, incluso si Sakura no hubiera sido capturada, aquélla siempre había sido su única alternativa.

    Daore, en efecto, conocía el modo de volver a aprisionar a los trece. Sasuke tenía que morir.

    .

    .

    .

    Sakura se debatía entre los brazos de los hombres que la sujetaban y trataba de no echarse a llorar. ¡Qué estúpida había sido al salir corriendo del castillo, pero maldito fuese Sasuke por haber tratado de hacerlo solo! ¿Cómo iba a saber ella que unos hombres surgirían de entre las sombras en cuanto saliese fuera? Ni siquiera había tenido la oportunidad de gritar y advertir a Izuna y Sakurasou de que se la estaban llevando de allí.

    Masticó desesperadamente su mordaza, pero no sirvió de nada. Seguía sin poder emitir aunque sólo fuese un gimoteo. «Oh, Sasuke», pensó mientras lo miraba, impotente y desvalida. Él la miró y sus labios se movieron, pero Sakura no pudo oír lo que había dicho.

    De pronto Sasuke emitió un sonido de la más pura agonía, y su oscura cabeza se estrelló contra la columna de piedra con una fuerza tal que Sakura casi dejó de respirar y gritó silenciosamente por dentro. El cuello de Sasuke se arqueó, y su cuerpo se tensó como si estuviera siendo desmembrado en un potro de tortura.

    El hombre llamado Daore gritó, cayó al suelo y se llevó las manos a la cabeza.

    Sasuke rió, y el sonido le heló la sangre a Sakura. Sasuke nunca había emitido un sonido tan oscuro y deforme como aquél, impropio de él por completo. Temblando violentamente, Sakura contempló cómo su cabeza descendía muy despacio. Cuando vio sus ojos, se atragantó con la mordaza.

    Eran casi completamente negros.

    Un finísimo cerco de plata los rodeaba, tan tenue que apenas se percibía. Paralizada por el horror, Sakura dejó de debatirse.

    Una galerna helada irrumpió en la sala, haciendo caer los libros de los estantes, volcando sillas y mesas, esparciendo por los aires hojas de papel y de pergamino.

    De pronto los dos hombres que la sujetaban ya no estaban allí. El cuchillo que le apretaba el cuello salió disparado a través del aire, y Sakura lo perdió de vista entre los objetos que volaban. Las cuerdas que le ataban las muñecas y los tobillos se partieron, y la mordaza fue abruptamente arrancada de su boca.

    Como desde una gran distancia, oyó la voz de Sasuke —pero no era del todo su voz, sino más bien como docenas de voces superpuestas unas encima de otras— diciéndole que cerrara los ojos, diciéndole que no vería y oiría nada hasta que él le ordenara otra cosa. Y un instante después supo que Sasuke le había hecho algo, utilizado alguna magia sobre ella, porque de pronto estaba ciega y sorda. Aterrada por la pérdida de sus sentidos, Sakura se dejó caer al suelo y se mantuvo completamente inmóvil.

    Se quedó acurrucada, negándose a pensar en lo que podía estar ocurriendo. Negándose a creer en lo que creía haber visto antes de que el caos se adueñara de todo. Ella conocía a Sasuke, y él nunca haría algo semejante. Ni siquiera por ella. Tenía demasiado sentido del honor. Sasuke nunca escogería la vida de ella por encima del destino del mundo.

    Entonces, ¿por qué había parecido como si se estuviera convirtiendo en un draghar?
     
    Última edición: 6 Marzo 2022
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    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    340
    CAPITULO 26
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.
    NARUTO © M. Kishimoto.

    ADAPTACION © Quem.

    Silencio fue todo lo que oyó Sakura cuando pudo volver a oír, aunque no era exactamente silencio, porque, a diferencia del vacío absoluto de la sordera, el silencio era un revoltijo de estática: el tenue zumbido de la iluminación fluorescente, el delicado empujón del aire que salía de los deshumidificadores instalados para proteger los textos antiguos. Sakura nunca había agradecido tanto aquellos sonidos tan simples y reconfortantes. Estar desprovista de la capacidad de ver y oír había sido aterrador.

    Pero seguía sin poder ver, y sufrió otro momento de pánico absoluto antes de darse cuenta de que sus ojos se hallaban cerrados. Los abrió y se incorporó temblorosamente hasta quedar sentada en el suelo. Su mirada voló hacia la columna de piedra, pero Sasuke ya no estaba encadenado a ella. Sakura recorrió frenéticamente la sala con la mirada.

    Una, dos, tres veces buscó entre la confusión de objetos esparcidos por todas partes. Y sacudió la cabeza en una horrorizada negativa.

    Había sangre por todas partes. Charcos de sangre. Más sangre esparcida sobre las mesas y las sillas, y en el caos de libros y papeles en el suelo.

    Todavía más sangre en la columna de piedra. Y no había ni una sola persona más —ni siquiera un cadáver— en la sala con ella.


    .

    .

    .

    El tiempo es un compañero que va con nosotros en un viaje.

    Nos recuerda que debemos saber apreciar cada momento, porque nunca volverá.

    Lo que dejamos atrás no es tan importante como la manera en que hemos vivido.

    JEAN LUC PICARD,
    capitan del Enterprise
     
  11. Threadmarks: Capitulo 27
     
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    3719
    CAPITULO 27
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.
    NARUTO © M. Kishimoto.


    ADAPTACION © Quem.
    —No quiero que te vayas —dijo Sakurasou por, según la impresión de Sakura, centésima vez—. Por favor, Sakura, quédate con nosotros.

    Sakura sacudió la cabeza con cansancio. Durante las últimas dos semanas, ella y Sakurasou habían llegado a estar muy cerca la una de la otra, algo que la consolaba al tiempo que la llenaba de un nuevo dolor, porque le hacía pensar en lo increíble que habría podido ser la vida si las cosas hubieran salido de otra manera. No le cabía ninguna duda de que ella y Sasuke se hubieran casado, y después se habrían quedado en Escocia y comprado una casa cerca de Sakurasou e Izuna. Ella y Sakurasou se parecían en muchos aspectos, y con el tiempo Sakurasou habría llegado a ser la hermana que nunca había tenido.

    ¡Qué sueño tan perfecto y lleno de felicidad habría sido ése! Vivir en las Highlands, rodeada por una familia y casada con el hombre al que amaba.

    Pero todo había salido tan condenadamente mal y ahora aquellas cosas nunca llegarían a existir, y su creciente afecto por aquella mujer tan brillante y llena de amor que había permanecido incansablemente a su lado desde aquella terrible noche había empezado a hacerle más daño que a ayudarla.

    —Me he quedado todo el tiempo que he podido, Sakurasou —dijo Sakura, prosiguiendo su sombría y decidida marcha hacia la puerta de embarque.

    Se hallaban en el aeropuerto, y estaba impaciente por encontrarse en el aire para poder escapar a tantos recuerdos dolorosos. Si no salía de allí pronto, temía que se pondría a gritar y no pararía nunca de hacerlo. No podía mirar una sola vez más a Izuna. No podía soportar estar en el castillo que había construido Sasuke.

    No podía soportar estar en Escocia sin él aunque fuera un solo segundo más.

    Habían transcurrido dos semanas desde la horrible noche en que la despertó el sonido de la puerta de un coche al ser cerrada. Dos semanas desde que salió corriendo del castillo en pos de Sasuke, sólo para ser tomada como rehén por miembros de la secta que habían estado esperando a que se presentara una oportunidad así.

    Dos semanas desde que huyó, sollozando, del corazón de las catacumbas, y salió dando traspiés del Edificio Belthew para llamar a Sakurasou e Izuna desde un teléfono público.

    Dos semanas desde que Sakurasou e Izuna se reunieron con ella en Londres y registraron cada centímetro de aquel maldito edificio.

    Al principio, cuando Sakurasou e Izuna la habían llevado de regreso al castillo Uchiha, Sakura se hallaba en estado de shock y no podía hablar. Permanecía acurrucada en un dormitorio con las luces apagadas, tenuemente consciente de que ellos estaban cerca. Pasado un tiempo, consiguió contarles lo que había ocurrido —la parte que había visto— y luego se hizo un ovillo en la cama, repasándolo una y otra vez en su mente en un desesperado intento de llegar a entender lo que había sucedido realmente.

    Para comprender que nunca lo sabrían con certeza.

    Lo único que sabían sin lugar a dudas era que Sasuke se había ido.

    Durante dos semanas, Sakura vivió en una especie de suspensión insoportable, un fardo de tensión y pena... y traicionera esperanza. Después de todo, no había llegado a ver el cuerpo muerto de Sasuke. Así que, quizá... Así que nada.

    Dos semanas de aguardar, rezar y esperar contra toda esperanza.

    Y ver juntos cada día a Sakurasou e Izuna había sido la más pura clase de infierno imaginable. Izuna tocaba a Sakurasou con las manos de Sasuke. Bajaba el rostro de Sasuke para besar el de Sakurasou. Hablaba con la voz profunda y sensual de Sasuke.

    Y no era Sasuke. No era suyo para que Sakura pudiera tenerlo entre sus brazos, aunque parecía como si debiera serlo. Izuna pertenecía a Sakurasou, y Sakurasou estaba embarazada, y Sakura no. Lo sabía, porque hacía unos días Sakurasou la había convencido de que se sometiera a un examen ginecológico, argumentando que si daba positivo le proporcionaría algo a lo que aferrarse. Desgraciadamente, Sakura no había recibido las alegres noticias que le habían dado a Sakurasou hacía unos meses.

    Sus análisis habían dado negativo.

    Al igual que su vida. Todo había quedado reducido a un enorme resultado negativo.

    —Me parece que no deberías estar sola —protestó Sakurasou.

    Sakura intentó sonreír tranquilizadoramente, pero por la expresión que vio en el rostro de Sakurasou, sospechó que sólo había conseguido llevar a cabo una horrible exhibición de dientes.

    —Estaré bien, Sakurasou. No puedo quedarme aquí más tiempo. No puedo soportar ver...

    Se calló, no queriendo herir los sentimientos de Sakurasou.

    —Lo entiendo —dijo Sakurasou con una mueca.

    Ella había sentido algo muy parecido cuando pensó que había perdido a Izuna para siempre y había conocido a sus descendientes. Podía imaginar lo que tenía que sentir Sakura cada vez que miraba al gemelo de Sasuke. Y Sakura no tenía la promesa de sus bebés a la que aferrarse, como había tenido ella.

    Lo peor de todo era que no había respuestas. Sasuke simplemente se había ido. Sakurasou también se había aferrado a la esperanza, durante aquellos primeros días, hasta que Izuna le confesó que desde la noche en que desapareció su hermano no había podido volver a sentir aquel vínculo único entre los gemelos que él y Sasuke siempre habían compartido.

    Decidieron que por el momento no se lo contarían a Sakura. Sakurasou todavía no estaba segura de que hubieran tomado la decisión correcta. Sabía que una parte de Sakura seguía abrigando esperanzas.

    —Dentro de unas semanas iremos a Manhattan, Sakura —le dijo Sakurasou, abrazándola con fuerza.

    Permanecieron estrechamente aferradas durante unos momentos, y luego Sakura puso fin al abrazo y prácticamente corrió hacia la puerta de embarque, como si no pudiera irse lo bastante deprisa de Escocia.

    Sakurasou lloró por ella mientras la veía marchar.

    Sakura advirtió rápidamente que el Juego del Quizás era el juego más cruel de todos, peor que el Juego del Lo-Que-Podría-Haber-Sido.

    El Juego del Quizás eran padres que salían a cenar y ver una película y nunca volvían a casa. El Juego del Quizás era un funeral con los féretros cerrados y la imaginación de una niña de cuatro años cuando se veía ante unas relucientes cajas de madera y los incomprensibles rituales de la muerte que las acompañaban.

    El Juego del Quizás era una aterradora sala vacía llena de sangre y sin ninguna respuesta.

    Sasuke había utilizado los poderes de los draghar para liberarla, matar a los miembros de la secta y luego transportar mágicamente sus cuerpos a otro lugar para que ella no tuviera que hacer frente al horror, y en ese otro lugar se había dado muerte a sí mismo para asegurar que la Profecía nunca llegaría a hacerse realidad.

    Eso era lo que creía Izuna. Y en el fondo de su corazón, eso era también lo que creía Sakura. Ella sabía que Sasuke nunca se arriesgaría a liberar el antiguo mal para que volviera a andar sobre la Tierra. Ni siquiera por ella. Aquello no tenía nada que ver con el amor, y sí todo que ver con el destino y el futuro del mundo entero.

    Sakura había vuelto a revivir una y otra vez dentro de su mente aquel momento en que el cuchillo se apartó bruscamente de su cuello y salió disparado a través del aire.

    Había ido en dirección a Sasuke.

    Pero quizá, no paraba de insistir otra vocecita insidiosa, él y la secta de los draghar se habían desvanecido mutuamente..., ejem, sin darse cuenta, y... todos regresarían..., ejem, sin darse cuenta. Pasado algún tiempo. Cosas más extrañas podían ocurrir. Cosas más extrañas ocurrían continuamente en los episodios de Buffy. Quizás ahora estaban atrapados en algún lugar librando un combate a muerte.

    «Quizá —la torturaba su mente— Sasuke todavía está vivo en algún lugar, de alguna manera.» Ese era el quizá más insoportable de todos.

    ¿Cuántos años había creído ella que un día sus padres volverían a entrar por la puerta principal? Cuando el abuelo vino para llevarla a Kansas, saber que tenía que marcharse de allí la llenó de terror. Todavía se acordaba de cómo le había chillado que no podía irse porque «¡cuando mamá y papá vengan a casa no sabrán dónde encontrarme!».

    Sakura había pasado años aferrándose a aquella angustiosa esperanza, hasta que finalmente llegó a ser lo bastante mayor para entender qué era la muerte.

    —Oh, Haruno —murmuró—. No puedes jugar al Juego del Quizá. Ya sabes lo que te hace.

    .

    .

    No tenía ni idea de cuántos días llevaba refugiada en su minúsculo apartamento, completamente retirada del mundo. No contestaba al teléfono, no leía su correo electrónico ni miraba lo que le traía el cartero, y rara vez llegaba a levantarse de la cama. Pasaba su tiempo reviviendo mentalmente cada uno de los preciosos momentos durante los que ella y Sasuke habían estado juntos.

    Sakura había vivido el mes más increíble de su vida, había conocido al hombre de sus sueños y se había enamorado locamente de él. Había tenido la promesa de un futuro lleno de felicidad. Había tenido en las palmas de sus manos todo aquello que hubiera llegado a desear jamás, y ahora no tenía nada.

    ¿Cómo se suponía que iba a seguir adelante con su vida? ¿Cómo se suponía que debía hacer frente al mundo? ¿Vestirse, quizá cepillarse el pelo, salir a la acera y ver a las parejas de enamorados riendo y hablando el uno con el otro?

    Imposible.

    Y así fueron transcurriendo lentamente los días entre una pálida neblina hasta que despertó obsesionada con el súbito deseo de tener los objetos antiguos que él le había dado allí, en su apartamento. Necesitaba tener en sus manos el skean dhu, rodearlo con sus dedos para ponerlos en los mismos lugares donde habían descansado los de Sasuke.

    Lo cual significaba dejar su apartamento. Sakura trató de pensar en alguna otra manera de hacerse con ellos, pero no había ninguna. Sólo ella podía acceder a la caja de seguridad del banco.

    Se obligó a ir a la ducha, se mojó más o menos y se secó más o menos, y fue con pasos tambaleantes hacia la maleta que ni siquiera había deshecho. Se puso unas cuantas prendas arrugadas que podían hacer juego o no hacerlo —francamente, le daba igual, al menos no estaba desnuda y no la arrestarían, cosa que la habría obligado a dirigirle la palabra a otras personas, algo que no tenía ningún deseo de hacer— y cogió un taxi que la llevó al banco.

    Poco después fue conducida a una habitación privada junto con su caja de seguridad. La contempló durante un buen rato, de pie ante ella y mirándola fijamente mientras intentaba reunir la inmensa energía necesaria para hurgar dentro de su bolso en busca de su cartera. Finalmente, sacó la llave y abrió la larga caja metálica.

    La abrió y se quedó paralizada, sin poder apartar los ojos de ella. Encima de su espada de hoja corta, el skean dhu, el broche de los Uchiha y el brazalete del siglo I intrincadamente tallado, había un sobre con su nombre en él. Escrito con la letra de Sasuke.

    Sakura se apresuró a cerrar los ojos en un frenético esfuerzo por no verlo. ¡No estaba preparada para aquello! La mera visión de la escritura de Sasuke hizo que sintiera como si su corazón estuviera volviendo a romperse en mil pedazos.

    Inspiró lenta y profundamente unas cuantas veces mientras trataba de calmarse.

    Finalmente abrió los ojos y cogió el sobre con manos temblorosas.

    ¿Qué podía haberle escrito Sasuke tantas semanas atrás? ¡Antes de que ella partiera hacia Escocia con él sólo hacía cinco días que se conocían!

    Sakura levantó la solapa y sacó del sobre una solitaria hoja de papel.

    Mi pequeña Sakura:

    Si ahora no estoy aquí contigo, es que me encuentro más allá de esta vida, porque ésa es la única manera en que te dejaré marchar jamás.

    Sakura se encogió y sintió que todo su cuerpo empezaba a temblar. Transcurrieron varios largos momentos antes de que se obligara a seguir leyendo.

    Espero haberte amado bien, cariño mío, porque incluso ahora sé que eres la estrella que más brilla en mi firmamento. Lo supe en el momento en que te vi. Ah, muchacha, tú adoras tanto tus antigüedades...
    Este ladrón sólo codicia un tesoro que no tiene precio: tú.
    SASUKE


    Sakura apretó los párpados con todas sus fuerzas mientras una nueva punzada de dolor recorría su cuerpo. El nudo que había en su garganta creció, y el fuego abrasador que ardía detrás de sus ojos se volvió insoportable; aun así, se negó a llorar. Había una razón perfectamente válida por la que no había llorado desde la noche en que Sasuke desapareció. Sabía que si lloraba, eso significaría que él realmente se había ido.

    Lo cual también parecía implicar, de una manera que distaba mucho de ser lógica, que mientras ella no llorase, había esperanza.

    ¡Oh, Dios, pero sí podía verlo con los ojos de su imaginación! Podía verlos a ambos, de pie en la orilla aquel día. Él era alto, moreno y demasiado hermoso para ser descrito con meras palabras. Ella estaba emocionada, nerviosa y excitada. Muy fascinada por él.

    Tan llena de desconfianza, también, hacia el taimado e increíblemente atractivo Fantasma Galo. Sakura había observado cada uno de los movimientos que hacía él, para estar segura de que realmente ponía sus preciadas antigüedades dentro de la caja antes de cerrarla y darle la llave.

    Y aun así, él se las había arreglado para meter la carta en el último instante sin que ella la viera.

    Ya entonces. Él ya la quería entonces. Había dicho, ya entonces, que nunca la dejaría marchar.

    —¿Señora? —la interrumpió una enérgica voz masculina—. Le pido disculpas por molestarla, pero acaban de informarme de que había llegado. ¿El señor Uchiha está con usted?

    Sakura abrió lentamente los ojos. El director de la sucursal bancaria estaba de pie en el hueco de la puerta. Sakura todavía no se encontraba preparada para hablar con nadie, así que sacudió la cabeza.

    —Bueno, entonces, me pidió que le diera esto en el caso de que usted viniera a recoger el contenido de la caja sin él. —Le tendió un juego de llaves—. Dijo que quería que tuviera... —se encogió de hombros al tiempo que la miraba con una abierta curiosidad— lo que sea que abren estas llaves. Dijo que ya estaba pagado, que si no deseaba conservar su propiedad, podía venderlo. Expresó su convicción de que eso le permitiría llevar una existencia muy cómoda durante el resto de su vida. —La sometió a un intenso escrutinio—. El señor Uchiha tiene depositada una considerable cantidad de acciones en nuestro banco. ¿Puedo preguntarle qué tiene usted intención de hacer con respecto a ellas?

    Sakura cogió las llaves con una mano que temblaba. Eran las llaves del ático de Sasuke. Se encogió de hombros, para indicar que no tenía ni idea.

    —¿Se encuentra bien, señora? Está usted pálida. ¿Se siente enferma? ¿Quiere que le traiga un vaso de agua o un refresco?

    Sakura volvió a sacudir la cabeza. Se guardó la carta en el bolsillo y metió dentro de su bolso el skean dhu cuidadosamente envuelto. El resto de los objetos los dejaría en el banco hasta que dispusiera de un lugar que le pareciera seguro para guardarlos.

    Nunca serían vendidos. Sakura no se desprendería ni de un solo precioso recuerdo.

    Contempló las llaves, sintiéndose extrañamente vacía. Con cuánta minuciosidad él lo había planeado todo, qué lejos en el futuro había mirado, incluso entonces. Dejándole su ático en Manhattan, como si ella fuera a poder soportar jamás vivir allí. O venderlo. O ni siquiera pensar en él.

    —Señora, me he dado cuenta de que no tenemos relacionado a ningún familiar en los expedientes del señor Uchiha...

    —Oh, cállese, sólo cállese, ¿quiere? —consiguió decir Sakura finalmente mientras pasaba junto a él.

    Se estaba muriendo por dentro, y a él lo único que le importaba era si su banco podía llegar a perder el dinero de Sasuke. Era más de lo que ella podía soportar. Dejó tanto la caja de seguridad como al director de la sucursal sin mirar atrás.

    .

    .

    .

    Luego estuvo vagando por la ciudad durante un tiempo, abriéndose paso a través de las masas de gente sin verlas y sin tener idea de hacia dónde iba. Con la cabeza baja, siguió caminando mientras el sol dejaba atrás la hora del mediodía, descendía tras los rascacielos y se deslizaba hacia el horizonte.

    Siguió caminando hasta que estuvo demasiado cansada para dar otro paso, y entonces se dejó caer en un banco. No podía soportar la idea de regresar a su apartamento, no podía soportar la idea de ir al ático de Sasuke. No podía soportar la idea de estar en ninguna parte y, de hecho, ni siquiera la de seguir existiendo.

    Con todo, reflexionó, eso quizá la ayudaría en algo. Quizás el mero hecho de estar rodeada de las cosas de él, de volver a olerlo en sus almohadas, de tocar sus ropas...

    Sería una auténtica agonía.

    Sin saber qué hacer, Sakura se levantó del banco y reanudó sus vagabundeos sin rumbo.

    .

    .

    La noche ya había caído y una luna llena engalanaba el cielo cuando Sakura se encontró entrando en el elegante vestíbulo del edificio de Sasuke. No era exactamente que hubiera tomado la decisión de ir hasta allí, sino que simplemente había seguido andando hasta que sus pies la habían llevado a algún sitio.

    «Bien —pensó con abatimiento—, aquí estoy. Lista o no.»

    Pasó junto al escritorio del servicio de seguridad con un vago agitar de llaves dirigido a los guardias. Estos se encogieron de hombros y mientras pulsaba el botón del ascensor que la llevaría hasta el piso cuarenta y tres, Sakura pensó que realmente deberían despedirlos.

    Las piernas le empezaron a temblar nada más entrar en la antesala, y de pronto se encontró volviendo a revivirlo todo en su mente. El primer día cuando se detuvo ante la puerta de Sasuke, con el tercer Libro de Manannán firmemente apretado entre sus manos, llamando todas las cosas feas que se le venían a la cabeza al hombre al cual tenía que entregárselo. Preocupada porque alguna idiota despampanante pudiera dañar el tomo. Mofándose desdeñosamente de las bisagras recubiertas de oro. Entrando en su hogar y viendo la gran espada que colgaba sobre la chimenea, el objeto que había servido como señuelo para llevarla hacia su destino.

    Ser sorprendida debajo de su cama. Fingir que era una doncella francesa. Ser besada por él aquella primera vez.

    ¡Oh, qué no hubiese dado por poder viajar hacia atrás en el tiempo y volver a vivirlo todo! Se habría conformado con cualquiera de esos días. Y si tuviera que volver a hacerlo todo, nunca se habría resistido a la seducción de que la hizo objeto Sasuke. Habría bebido ávidamente cada uno de los momentos.

    Pero un deseo semejante no podía ser más fútil. Ni ella ni ninguna otra persona iban a volver a retroceder jamás en el tiempo.

    Izuna le había contado que la noche en que desapareció Sasuke, él había sentido cómo el puente dentro del círculo de piedras quedaba muerto de pronto. Le había dicho que fue como si una energía que había percibido durante toda su vida simplemente se hubiera ido. Al día siguiente, él y Daisuke habían descubierto que las tablillas que contenían las fórmulas sagradas también se habían ido, al igual que todo recuerdo de las que se habían grabado en la memoria como parte de su adiestramiento.

    Fuera lo que fuera lo que había hecho Sasuke aquella noche, había conseguido una cosa que quería. Los Uchiha ya no tenían la obligación de custodiar el secreto del viaje en el tiempo. Finalmente habían quedado liberados de aquella inmensa responsabilidad y de la tentación que la acompañaba. Ahora por fin eran capaces de vivir vidas más sencillas.

    Cómo le habría gustado eso a Sasuke, pensó Sakura con una sonrisa llena de tristeza. Lo que más deseaba en el mundo era ser un hombre sencillo. Poder volver a llevar los colores de su clan. Y aunque Sasuke nunca lo había dicho, Sakura había sabido que él quería niños. Él quería tener una familia propia tanto como lo había querido ella.

    «¿Cómo ha podido la vida llegar a estafarme de esta manera?», quiso gritar.

    Armándose de valor para hacer frente al nuevo alud de todavía más recuerdos dolorosos que no tardaría en caer sobre ella, abrió la puerta (prodigio de prodigios, él la había cerrado con llave cuando se fueron) y la empujó con la mano. Fue directamente a la chimenea y pasó los dedos por el frío metal de la gran espada.

    No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba ella allí, en la oscuridad, iluminada tan sólo por la pálida luz de la luna llena que se derramaba sobre las paredes, pero finalmente arrojó su bolsa al suelo y se tendió en el sofá. Luego, haría frente al resto del ático. Después, se obligaría a ir hasta la magnífica cama de Sasuke y se quedaría dormida en ella, envuelta en el olor de él.

    «Mi pequeña Sakura: si ahora no estoy aquí contigo, es que me encuentro más allá de esta vida, porque ésa es la única manera en que te dejaré marchar jamás.»

    Y no había que darle más vueltas. Él mismo lo había dicho en la carta que le dejó. Sakura no pudo evitar que se le escapara un ruidito ahogado.

    Y finalmente las lágrimas llegaron en un torrente abrasador. Sasuke estaba muerto.

    Realmente se había ido.

    Sakura se hizo un ovillo en el sofá y lloró.
     
  12.  
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    Escritora
    Título:
    EL HIGHLANDER OSCURO(Adaptación)
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    29
     
    Palabras:
    5781
    CAPITULO 28
    Disclaimer: Esta historia no me pertenece es una adaptación para el fandom Naruto sin fines de lucro o ganar algo solo me gusta escribir aprender mas, y entretener al fandom, perdón por la faltas ortográficas que encuentren <3
    EL HIGHLANDER OSCURO © Karen M. Moning.
    NARUTO © M. Kishimoto.


    ADAPTACION © Quem.

    Poco después Sakura fue despertada por un ruido persistente que no le era familiar. Necesitó unos momentos para localizar su fuente, para entender que aquel sonido de arañazos provenía de la puerta del ático.

    Frotándose los ojos, se incorporó hasta quedar sentada en el sofá. Había llorado hasta que se quedó dormida, y tenía los ojos hinchados y el rostro manchado de lágrimas. Su mirada fue hacia la puerta a través de la oscuridad y escuchó atentamente.

    ¡Oh, Dios, pensó horrorizada, sonaba como si alguien estuviera intentando forzar la puerta!

    Siguió escuchando durante unos momentos más. Sí, eso era. Podía oír el rechinar metálico causado por alguien que trataba de forzar la cerradura. Sakura dio gracias al cielo de que hubiera podido salir del estupor de la pena el tiempo suficiente para accionar el cerrojo interior cuando entró por la puerta.

    «Oh, por el amor de Dios —pensó, súbitamente exasperada—, ¿que es esto? ¿Mi año de miseria? ¿Es que todas las cosas malas que podrían llegar a ocurrirme van a ocurrir una detrás de otra?»

    No iba a permitir que volvieran a hacer de ella una víctima, y punto. Sakura Haruno ya había tenido suficiente. La capacidad de aguante de una chica tenía su límite. De pronto se sintió peligrosamente furiosa con quienquiera que estuviese al otro lado de aquella puerta, atreviéndose a complicarle todavía más la vida.

    ¿Cómo podía alguien atreverse a darle más motivos para llorar?

    Vagamente consciente de que quizá no estuviera actuando de una manera del todo racional, pero demasiado harta de todo para que eso pudiera importarle, Sakura se levantó del sofá, descolgó la gran espada de los soportes que la mantenían suspendida encima de la chimenea y fue hacia la puerta sin hacer ningún ruido.

    Primero pensó en golpear la puerta con la hoja de la espada, esperando que eso asustaría lo suficiente al intruso como para hacerlo huir, pero enseguida decidió que con lo aislado que quedaba el ático, el intruso podía terminar forzando la puerta de todas maneras y entonces ella habría sacrificado la ventaja de la sorpresa.

    Así que se quedó inmóvil detrás de la puerta y esperó en silencio. No tardó mucho en oír unos chasquidos metálicos cuando los cilindros se movieron y el cerrojo giró. Tragando aire con un jadeo entrecortado, Sakura se irguió sobre las puntas de los pies, inclinó el cuerpo hacia delante para adoptar una postura lo más sólida posible, y alzó la pesada espada empuñándola con ambas manos.

    La puerta se abrió muy lentamente y una silueta oscura entró en el ático.

    Rápidamente, y quizá con más fuerza de lo que había pretendido, Sakura impulsó la hoja de la espada en dirección a la garganta de la silueta. Oyó un rápido ruido de tragar aire y sospechó, con lo afilada que era la hoja, que le había hecho un corte al intruso.

    «Mejor», pensó.

    —Por Dios, mi pequeña Sakura, haz el favor de bajar esa espada —dijo Sasuke en voz baja.

    Sakura gritó.

    .

    .

    .

    A las compañeras de los Uchiha nunca les resulta fácil reunirse con sus hombres. Algunas cruzan distancias demasiado vastas y extrañas para que la mente pueda llegar a asimilarlas; otras recorren un corto sendero, aunque la distancia es mucho más grande dentro de sus corazones. Lo habitual es que se resistan a cada paso del trayecto, mas para cada Uchiha siempre habrá una mujer que hará ese viaje. Reclamarla es cosa del Uchiha.

    Fugaku dejó sobre su regazo el diminuto tomo que había encontrado en la cámara de la biblioteca. Era el único tomo que se había arriesgado a sacar de la cámara antes de sellarla. Ahora, solo en lo que antaño había sido su dormitorio y su santuario privado —la biblioteca de la torre a ciento tres escalones por encima del castillo propiamente dicho—, había terminado de leerlo. El libro no mencionaba a quién lo escribió, como hacían la mayoría de ellos al pedir una bendición para la persona que había escrito las palabras que contenía, y se limitaba a unas cuantas docenas de páginas de pergamino. Sin embargo aquellas páginas, un compendio sobre el emparejamiento de los varones del clan Uchiha, habían sido fascinantes.

    «¿Y tú por qué no has reclamado a tu compañera, anciano?»

    La respuesta a aquella pregunta era complicada, reflexionó Fugaku mientras paseaba la mirada por la cámara de la torre.

    Gruesos pilares de velas dispersos por varias mesitas ardían brillantemente con sus llamas oscilando bajo la cálida brisa nocturna, y Fugaku sonrió mientras paseaba la mirada por su refugio lleno de paz. De joven, había encontrado delicioso todo lo que guardaba relación con la torre, los escalones que subían en espiral, los muros de piedra con su miríada de grietas y sus hendiduras cubiertas por gruesos tapices, y la impresionante belleza del paisaje que se divisaba desde el ventanal en la espaciosa estancia circular. De viejo, la encontraba igual de encantadora.

    Había estado sentado en el mismo asiento contemplando la noche primero como un hombre que sólo tenía una veintena de años, luego como uno que tenía dos veintenas y, ahora, como uno que tenía más de tres veintenas con unos cuantos años de propina. Conocía cada irregularidad y elevación del terreno más allá de sus ventanas. Con todo y lo que la amaba, no obstante, la soledad que había buscado como su salvación con el tiempo terminó convirtiéndose en su prisión, y hacía unos años no le costó nada abandonarla cuando contrajo matrimonio con Shizune y se trasladó al castillo propiamente dicho.

    Aun así, había anocheceres, como aquél, en los que anhelaba las majestuosas alturas y un lugar tranquilo donde pensar. Sasuke y Sakura se habían ido hacía ya casi una luna, y Fugaku se preguntó cuánto tiempo tendría que transcurrir antes de que terminara aceptando que nunca llegaría a saber qué había sido de su hijo. Aunque creía que Sasuke haría lo que tuviera que hacerse, no saber cómo había terminado todo lo obsesionaría hasta el fin de sus días. Y a Shizune también. La atmósfera en el castillo había sido ciertamente sombría desde que se fueron.

    Shizune. Cómo había bendecido su vida. Sin ella, habría perdido a sus dos hijos y ahora estaría viviendo solo en lo alto de la montaña de los Uchiha.

    Dentro de un rato, soplaría las velas y bajaría por el tortuoso tramo de escalones. Primero iría al cuarto de los niños, donde para aquel entonces sus hijos ya estarían profundamente dormidos. Fugaku se sentaría junto a ellos como hacía cada noche, y se asombraría de verlos allí. Todo su ser se maravillaría ante aquella segunda oportunidad en la vida que le había llegado cuando menos se lo esperaba.

    Abrió el tomo por la página donde su dedo mantenía el pasaje en el que había interrumpido la lectura.

    El intercambio de los votos de unión sellará juntos sus corazones para toda la eternidad, y una vez unidos, nunca podrán amar a otro.

    Y ése era el quid de su problema. Fugaku no había llegado a reclamar del todo a su compañera debido a la diferencia de edad que existía entre ambos. Sabía que él moriría antes que ella. Probablemente bastante antes que ella.

    Y entonces, ¿qué? ¿Shizune no volvería a casarse porque él se había ido? ¿Pasaría los siguientes veinte o cuarenta años sola? Pensar en ella yaciendo con otro hombre casi lo hacía enloquecer, pero pensar en ella sola en su cama durante tantos años hacía que se sintiera igualmente fuera de sí. Shizune debería ser amada, cuidada, mimada y acariciada. Debería ser saboreada y... y... y... ¡oh, Dios mío! ¡Era como un acertijo imposible de resolver!

    «La elección debería corresponderle a ella», intervino su conciencia.

    —Pensaré en ello —gruñó él.

    «¿Y si mueres antes de que hayas terminado de pensar en ello?»

    Frunciendo el ceño, Fugaku metió el tomo en uno de los bolsillos secretos que Shizune había cosido para él en todas las túnicas azules que eran su prenda favorita y ya se disponía a levantarse cuando reparó en que había una presencia en la estancia, de pie justo detrás de su hombro.

    Se quedó completamente inmóvil y desplegó sus sentidos de druida para identificar al intruso, pero quienquiera o lo que quiera que se hallaba de pie detrás de él, desafiaba su comprensión.

    —Sigue sentado, Uchiha —dijo una voz que hablaba con la suave música de unas campanillas de plata.

    Fugaku así lo hizo. No estaba seguro de si había optado por obedecer, o si la voz lo había despojado de su voluntad.

    Mientras esperaba en una tensa inmovilidad, una mujer salió de entre las sombras detrás de él. No, una mujer no, sino un..., oh, un ser. Lleno de asombro, Fugaku ladeó la cabeza y alzó los ojos hacia ella. La criatura resplandecía de tal manera y era tan hermosa que apenas podía soportar mirarla. Sus ojos llenos de matices iridiscentes brillaban con un sinfín de colores imposibles de nombrar. Cabellos rojos que parecían haber sido tejidos con hilos de plata, un rostro delicado e inhumanamente hermoso. De pronto Fugaku se preguntó si no habría algún trozo echado a perder en el buey que había cenado y ahora estaba padeciendo alguna inestabilidad de la mente inducida por un envenenamiento de la digestión. Después fue presa de un miedo mucho peor, que hizo que sintiera la cabeza alarmantemente ligera y que la sangre palpitase con demasiada fuerza dentro de su pecho: quizás había llegado su momento, y aquélla era la Muerte, pues ciertamente era lo bastante hermosa como para hacer que cualquier hombre la siguiera hasta aquel gran país desconocido que se extendía más allá de la vida. Fugaku podía oír su propia respiración, que se había vuelto rápida y entrecortada; podía sentir el curioso cosquilleo que se adueñaba de sus manos, como si estuvieran a punto de quedarse insensibles. Un sudor frío cubrió su piel.

    «No puedo morir ahora —pensó vagamente—. No he reclamado a Shizune.» No sería capaz de soportarlo, pensó mientras cerraba y volvía a abrir unos párpados que se habían vuelto enormemente pesados. Quizá nunca volvieran a encontrarse, con lo que se vería obligado a padecer un centenar de vidas sin ella. ¡Eso sería el más puro infierno!

    —Mito, reina de los Tuatha de Danaan, pide que le des la bienvenida, Uchiha.

    La visión de Fugaku se volvió borrosa, y su último pensamiento antes de que..., ejem, antes de que el estrés del momento lo privase temporalmente de toda capacidad de pensar, fue de alivio al saber que no se estaba muriendo, y de furia dirigida contra sí mismo por perderse aunque sólo fuese un segundo de lo que sin duda era el acontecimiento más emocionante de toda su vida.

    ¡Los legendarios Tuatha de Danaan habían venido! ¿Y qué fue lo que hizo el gran laird de los Uchiha?

    Desmayarse como una gallinita asustada.

    .

    .

    .

    Unos minutos después, Sakura estaba sentada en el sofá con la cabeza entre las rodillas mientras hacía desesperados intentos por respirar.

    Sasuke estaba sentado a sus pies y le rodeaba las pantorrillas con las manos.

    —Estás hiperventilando, muchacha. Deja que te traiga una bolsa de papel.

    —¡No te... —jadeo, jadeo— ATREVAS —jadeo, jadeo— a dejarme sola! —chilló ella al tiempo que lo agarraba por los hombros.

    —No planeo volver a dejarte nunca, amor mío —dijo él con voz tranquilizadora mientras le acariciaba los cabellos—. Sólo voy a la cocina a coger una bolsa de papel. Trata de relajarte, cariño.

    Sakura casi volvió a gritar de pura frustración. ¿Relajarse? Como si eso fuera tan fácil. Necesitaba tener a Sasuke entre sus brazos, besarlo, exigir que se le contara qué demonios estaba pasando. Pero no conseguía llegar a respirar con inspiraciones lo bastante profundas para que le fuese posible hacer nada.

    De pie allí en la puerta, cuando oyó la voz de Sasuke deslizarse a través de la oscuridad, casi se había desmayado. La espada había caído con un gran estrépito de sus manos súbitamente carentes de vida, las rodillas se le habían convertido en mantequilla, y sus pulmones habían dejado de funcionar como era debido. Sakura siempre había pensado que los ataques de hipo eran horribles, pero ahora sabía que eran mil veces preferibles a hiperventilar.

    ¡Y además lo había cortado! Había una delgada línea de sangre en su cuello. Sakura trató de limpiarla, pero él tomó sus manos en una de las suyas, se las bajó suavemente sobre el regazo, y luego echó a andar hacia la cocina. Ella estiró el cuello en esa dirección y lo vio marchar. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo era posible que Sasuke estuviese vivo? ¡Oh, Dios, estaba vivo!

    No podía quitarle los ojos de encima y fue volviendo el cuello de un lado a otro, siguiendo sus movimientos sin perderlo de vista ni por un solo instante. Sasuke estaba allí. Estaba allí de verdad. Era real. Ella lo había tocado.

    Sabía, por el color ceniciento que había aparecido en el rostro de Sasuke, que su incapacidad para respirar profundamente había empezado a asustarlo. También la estaba asustando a ella, así que se obligó a concentrarse en deshacer todos los nudos de tensión que le oprimían las entrañas.

    Cuando Sasuke regresó con la bolsa de papel, y aunque todavía temblaba visiblemente, Sakura ya había conseguido que su respiración volviera a la normalidad. Alzó la mirada hacia él mientras las lágrimas de alegría corrían por sus mejillas.

    —¿Cómo? ¿Cómo puede ser? —chilló mientras se lanzaba a sus brazos.

    —Ay, muchacha —ronroneó él, recibiéndola en su abrazo. Bajó la cabeza y rozó los labios de ella con los suyos. Una vez, dos, una docena de veces—. Pensaba que te había perdido para siempre, Sakura —gimió.

    —¿Tú? ¡Eso mismo pensaba yo!

    Más besos frenéticos, profundos y llenos de avidez. Sakura entrelazó las manos detrás del cuello de él, saboreando la solidez de su presencia y la cálida presión de su cuerpo; algo que había creído que nunca volvería a sentir.

    Finalmente, Sasuke murmuró junto a sus labios:

    —¿Cómo has llegado aquí, muchacha? ¿Cómo te las arreglaste para regresar tan deprisa de Escocia?

    —¿Deprisa? —Sakura retrocedió y se quedó mirándolo con la boca abierta—. Sasuke, han transcurrido tres semanas y media desde que desapareciste.

    Pensar en aquellas semanas espantosas bastó para hacer que volviera a echarse a llorar. Él bajó la mirada hacia ella, perplejo.

    —Tres semanas y media... ¡Ah! Con que era a eso a lo que se refería la reina —exclamó.

    —¿La reina? ¿Qué reina? ¿Dónde has estado? ¿Y por qué estabas tratando de forzar la cerradura? ¿Por qué no te limitaste a...? ¡Oh!

    Se calló y miró dentro de sus exóticos y sensuales ojos dorados. Dorados.

    —Oh, Sasuke —jadeó después—. Se han ido, ¿verdad? No sólo estás vivo, sino que además..., además eres libre, ¿verdad?

    Él le dirigió una sonrisa deslumbrante y rió con una carcajada exultante.

    —Sí, muchacha. Se han ido. Para siempre. Y en cuanto a lo de forzar la cerradura, dado que ellos se han ido, ahora ya no conozco sus hechizos. Me temo que mis días de ladrón han terminado, muchacha. ¿Seguirás queriendo tenerme junto a ti como poco más que un hombre? ¿Un simple druida de los Uchiha, nada más?

    —Oh, te aceptaré, Sasuke Uchiha —dijo Sakura fervientemente—. Te aceptaré de cualquier manera en la que pueda tenerte.

    Hicieron falta docenas de besos antes de que ella volviera a estar lo suficientemente calmada —y lo bastante convencida de que Sasuke era real— como para permitir que él la sentara encima de su regazo en el sofá y le contara lo que había sucedido.

    .

    .

    .

    Cuando Fugaku recuperó el conocimiento y empezó a removerse en su asiento, la reina estaba sentada enfrente de él, observándolo atentamente.

    —Sois reales —consiguió decir Fugaku.

    Ella pareció levemente divertida.

    —No hace mucho se me hizo reparar en que quizá no deberíamos haberos dejado tan completamente desprovistos de una guía. Que quizás habíais empezado a pensar que no éramos reales. No quedé convencida. Ahora lo estoy.

    —¿Qué sois, exactamente?—preguntó Fugaku, humilde y fascinado.

    —Eso sería muy difícil de explicar en vuestro lenguaje. Podría mostrártelo, pero no te ha ido demasiado bien con esta forma, así que me parece que no lo haré.

    Fugaku la miró, tratando de grabarse cada uno de sus detalles en la memoria.

    —Tu hijo ha quedado libre, Uchiha.

    Fugaku sintió que le daba un vuelco el corazón.

    —¿Sasuke triunfó sobre los draghar? ¿Consiguió volver a aprisionarlos?

    —En cierta manera. Baste con decir que supo estar a la altura del reto al que se enfrentaba.

    —¿Y vive? —insistió Fugaku—. ¿Está con Sakura?

    —Lo devolví a la mujer que él había escogido como su consorte. Nunca podrá regresar a este siglo. El tiempo ya ha sido alterado más de lo que es prudente.

    La boca de Fugaku se abrió y se cerró varias veces mientras intentaba decidir qué decir. No se le ocurrió nada remotamente inteligente, así que al final se conformó con un simple: «Os agradezco que hayáis venido a decirme esto». Que la reina de la raza legendaria se hubiera molestado en venir a contárselo todavía lo tenía completamente atónito.

    —No he venido a contarte esto. Al despertar parecías encontrarte bastante débil, así que pensé que podía darte nuevas fuerzas con unas buenas noticias. Tenemos trabajo que hacer.

    —¿Tenemos? —Fugaku abrió mucho los ojos.

    —Está la pequeña cuestión de un Pacto roto. Roto en este siglo por parte de los Uchiha. Tiene que volver a ser sellado, aquí y ahora.

    —Ah —dijo él.

    .

    .

    .

    —Así que hiciste que el cuchillo se apartara de mi cuello —dijo Sakura, sonriendo mientras se secaba los ojos con un pañuelo de papel.

    Sasuke se lo había contado todo: cómo la secta de los draghar lo había drogado con una poción que hacía que le resultara imposible controlar el uso de la magia, cómo cuando la llevaron a ella a aquella sala había comprendido que sólo le quedaba una opción.

    Tal y como habían sospechado ella e Izuna, Sasuke fue honorable hasta el final: había tratado de quitarse la vida.

    —Ibas a morir y dejarme —le reprochó ella mientras le golpeaba el pecho con el puño—. Casi podría odiarte por eso.

    Luego suspiró ruidosamente, sabiendo que también lo amaba por ello. El honor de Sasuke era una parte integral de él, y Sakura nunca querría que fuese de ninguna otra manera.

    —Créeme, muchacha, fue la cosa más difícil que me he forzado a hacer jamás. Decirte adiós casi me hizo pedazos el corazón. Pero la alternativa era liberar algo que podía terminar destruyendo no sólo el mundo, sino también a ti. ¿Acaso piensas que no sufrí un millar de muertes temiendo lo que podían hacerte los draghar si yo no conseguía morir antes de que ellos hubieran tomado posesión de mí? Te juro que no quiero tener que volver a soportar nunca semejantes temores. —Subió las manos por sus brazos, las sumergió en sus cabellos y la besó con una exigente firmeza, deslizando profundamente su lengua dentro de la boca de Sakura.

    Cuando los dos se hubieron quedado sin aliento, ella dijo:

    —¿Y qué sucedió entonces?

    Resiguió los contornos de su cara con los dedos, paladeando el áspero contacto de su mandíbula sin afeitar y la suavidad de sus labios pecaminosamente sensuales. Y oh... ¡la visión de aquellos dorados ojos de tigre, tan límpidos y libres de sombras!

    Sasuke le contó que había utilizado la magia para arrebatarle la vista y el oído de modo que no se viera obligada a verlo cambiar y morir. Un mero instante después de que él se hubiera clavado el cuchillo en el corazón, un hombre y una mujer —por llamarlos de alguna manera— habían aparecido. Eran los Tuatha de Danaan.

    —¿Los Tuatha de Danaan vinieron? ¿Llegaste a conocerlos? —casi gritó Sakura.

    —Sí. —Sasuke sonrió ante la expresión de curiosidad insaciable que había en el rostro de Sakura. Sospechó que se vería obligado a repetir docenas de veces aquella parte de su historia durante las dos semanas siguientes para que ella pudiera estar segura de que no se le había escapado un solo detalle—. Le hicieron algo a los miembros caídos de la secta que los hizo desaparecer. No tengo ni idea de dónde fueron a parar. Mis cadenas cayeron, y después supe que me habían llevado a algún otro... lugar. Fui tenuemente consciente de que yacía en una playa cerca de un océano en un sitio que no se parecía a ninguno de los lugares en los que he estado. Los colores que había a mi alrededor eran brillantes...

    —¿Qué hay de ellos? —exclamó Sakura impacientemente—. ¿Cómo eran los Tuatha de Danaan?

    —No eran humanos, de eso puedes estar segura. Sospecho que en realidad no se parecen en nada a nosotros, aunque eligen un aspecto similar al nuestro cuando se nos aparecen. Son muy parecidos a como los describen las leyendas: altos, esbeltos, de imagen cautivadora. A decir verdad, resulta muy difícil mirarlos directamente. Si yo no hubiera estado sangrando y en semejante estado de debilidad, lo más probable es que su apariencia me hubiera impresionado mucho más de lo que lo hizo. Eran inmensamente poderosos. Pude sentirlo en el aire alrededor de ellos. Yo pensaba que los antiguos druidas poseían un gran poder, pero eran meras motas de polvo comparados con los Tuatha de Danaan.

    —¿Y? ¿Qué ocurrió?

    —Me curaron.

    Después Sasuke le explicó lo que habían hecho y por qué.

    La mujer se había identificado como la reina de los Tuatha de Danaan. Le había dicho que, aunque rompió su juramento y utilizó las piedras por motivos personales, luego se había ganado la absolución al estar dispuesto a quitarse la vida para evitar que la Profecía llegara a hacerse realidad. Le había dicho que con sus acciones había demostrado ser digno de llevar el nombre de los Uchiha, y que debido a eso se le estaba dando una segunda oportunidad.

    Sasuke sonrió maliciosamente.

    —Tendrías que haberme visto, mi pequeña Sakura, tendido allí y creyendo que me estaba muriendo y que nunca volvería a verte, para luego comprender que la reina no sólo iba a liberarme, sino que además planeaba curarme y devolverme a ti.

    Hizo una pausa mientras pensaba en las otras cosas que habían sucedido, sin que se le ocurriera ninguna manera de explicarlas porque no habían acabado de quedarle demasiado claras.

    Sospechaba que nunca llegaría a entenderlas del todo. Había existido una clara tensión entre la reina y el otro Tuatha de Danaan, al que ella llamaba Neji. Mientras él yacía allí, la reina había dado instrucciones a Neji de que lo curase, pero Neji había protestado diciendo que Sasuke se encontraba demasiado cerca de la muerte. Neji había argumentado que le costaría demasiado salvar la vida del mortal.

    La reina replicó que aquél era el precio que reclamaba a cambio de la súplica formal que había presentado Neji, sin que quedara muy claro lo que significaba exactamente eso.

    El Tuatha de Danaan no se había mostrado nada complacido. A decir verdad, y con todo lo ultraterrena que era aquella criatura, la orden de la reina pareció llenarlo de horror.

    —¿Qué? ¿Qué es lo que no me estás contando? —dijo Sakura con impaciencia mientras le tomaba el rostro entre las manos.

    —Oh, muchacha, no se trata de nada importante. Es sólo que me pareció que había ciertas cuentas pendientes entre los dos Tuatha de Danaan que escapaban a mi comprensión. En cualquier caso, Neji me curó y luego la reina hizo salir de mi cuerpo las almas de los draghar y las destruyó.

    Sakura dejó escapar un suspiro de felicidad.

    —¿Fue entonces cuando cerró las piedras?

    —Sí. Mito dijo que había estado pensando en ello y finalmente decidió que el poder de desplazarse a través del tiempo no era algo que el hombre debiera poseer.

    —Y entonces, ¿por qué se tardó tanto tiempo en traerte de regreso hasta aquí?

    —Amor mío, para mí sólo han transcurrido unas cuantas horas desde ese momento en las catacumbas. Sólo cuando me dijiste que ha pasado casi un mes entendí a qué se refería la reina cuando dijo que el tiempo no discurría del mismo modo en nuestros reinos.

    —¡Así que esa parte de la leyenda también es cierta! —exclamó Sakura—. Los antiguos relatos aseguran que un solo año en el reino de los Tuatha de Danaan equivale a aproximadamente un siglo en el mundo mortal.

    —Sí. La suya es una dimensión distinta. —Hizo una pausa, y la miró con ojos llenos de una súbita preocupación. Contempló sus ojos hinchados y su nariz enrojecida—. Ay, muchacha, has pasado mucho tiempo llorándome —dijo con tristeza—. Si hubiera estado en mis manos, habría hecho cualquier cosa por evitarlo. ¿Qué hiciste?

    —Esperé con Sakurasou e Izuna y... ¡Oh! ¡Tenemos que llamarlos!

    Trató de levantarse del regazo de Sasuke para ir al teléfono, pero él la estrechó entre sus brazos, negándose a dejarla marchar.

    —Luego, amor mío. Siento tanto que tuvieras que sufrir... Si hubiera sabido...

    —¿Si hubieras sabido qué? Si esto es lo que tenía que suceder para volver a tenerte conmigo, entonces no tengo nada que lamentar. Deja de preocuparte por ello. Ahora estás aquí, y eso es lo único que importa. No hubiera podido pedir nada más.

    —Yo sí —dijo Sasuke en voz baja.

    Sakura parpadeó, pareciendo confusa y un poco dolida. Sasuke la besó tiernamente.

    —Llevo mucho tiempo queriendo preguntártelo, pero temía que quizá no fuera a tener un futuro que prometerte. Ahora lo tengo. ¿Te casarás conmigo, mi pequeña Sakura? ¿Aquí, en este momento, a la manera de los druidas?

    .

    .

    .

    Y así fue como dio comienzo una de las horas más emocionantes de la vida de Fugaku Uchiha. Ahora estaba sentado enfrente de la reina de los Tuatha de Danaan y renegociaba los términos. Era fascinante; era frustrante porque ella se negaba a contarle nada acerca de sí misma; era vivificante. Mito era inteligente, e inmensamente poderosa, diez veces más de lo que Fugaku había llegado a percibir en los draghar.

    No había ninguna necesidad de pedir que el poder de las piedras fuera eliminado de sus obligaciones, porque Fugaku las había sentido cerrarse poco después de que Sasuke se hubiera ido. De pronto el antiguo círculo de piedras había pasado a estar completamente muerto. Vacío de energía, con una mera sombra de permanencia que hacía que pareciese ligeramente más presente que el paisaje que los rodeaba. Cuando preguntó al respecto, la reina se limitó a decir que había reconsiderado los deberes de los Uchiha.

    Discutieron un poco —¡él había discutido con la reina!— acerca de unos cuantos puntos menores. Más que nada porque aquello se parecía bastante a una partida de ajedrez y el tratar de obtener la máxima ventaja posible era tan propio de la naturaleza de la reina como de la de Fugaku.

    Haría falta oro, la cantidad carecía de importancia, le dijo la reina, dado que se trataría de un gesto simbólico, para fundirlo y añadirlo al Pacto original. No había otra cosa a mano, así que Fugaku entregó el anillo que le había dado Shizune el día de su boda.

    Aunque la reina se había negado resueltamente a responder a ninguna de las preguntas acerca de su raza que le hizo Fugaku, le dijo que a partir de aquel momento asistiría personalmente a los Uchiha en cada generación para que nunca volvieran a perder de vista el lugar que les correspondía dentro del orden de las cosas.

    Y así El Pacto volvió a ser jurado y la responsabilidad de las piedras fue despedida con un agradecido adiós, para volver a ser padecida únicamente el día —y Fugaku esperaba que no llegara en mucho, mucho tiempo— en que el hombre descubriera por sus propios medios tan peligrosos secretos.

    Cuando todo estuvo hecho y la reina se hubo desvanecido, Fugaku fue en busca de Shizune.

    Tenía tanto que contarle, pero primero, había una cuestión enteramente distinta que le oprimía la mente con un gran peso. En el momento en que pensó que se estaba muriendo, comprendió lo estúpido que había sido. Tenía que intentarlo. Al menos tenía que ofrecérselo, y dejar que Shizune escogiera si quería tenerlo junto a ella o no.

    La encontró en su dormitorio, poniendo bien las almohadas mientras se preparaba para acostarse. A los ojos de Fugaku, no había mujer más hermosa que ella. En su corazón, ninguna mujer era más perfecta.

    —Shizune —le dijo suavemente.

    Ella levantó la vista y sonrió. Era una sonrisa que decía que lo amaba, una sonrisa que lo invitaba a reunirse con ella en la cama de ambos.

    Apresurándose a ir hacia ella, Fugaku cogió la almohada de su mano y la arrojó a un lado. Quería que Shizune le prestara toda su atención.

    Y ahora que por fin contaba con ella, se encontró con que estaba inexplicablemente nervioso. Se aclaró la garganta. Se había preparado, había ensayado una docena de veces lo que iba a decir, pero ahora que el momento había llegado, ahora que estaba mirando dentro de los hermosos ojos de Shizune, todo parecía haber huido de su mente. Terminó empezando de una manera no muy afortunada.

    —Voy a morir antes que tú —dijo con voz átona.

    Shizune soltó una risita y le dio unas palmaditas en el brazo como para tranquilizarlo.

    —Ay, Fugaku, ¿de dónde has sacado semejante...?

    —Calla.

    Shizune abrió mucho los ojos y lo interrogó con la mirada.

    —Las probabilidades de que yo muera antes que tú, Shizune, son significativas. No quiero que tengas que llorarme. Nunca llegué a ofrecerle los votos de unión a mi primera esposa porque ella no era mi compañera, y yo lo sabía. Nunca te los he ofrecido a ti porque eres mi compañera, y lo sabía.

    Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas. Ella lo miraba con ojos como platos y se había quedado muy quieta.

    —Sin duda éste es el razonamiento más disparatado que ha salido jamás de tus labios, Fugaku —susurró finalmente contra el dedo de él.

    —No podía soportar la idea de dejarte sola, atada a mí.

    Ella tomó su dedo de los labios y puso su mano en la suya.

    —Podría soportar cualquier número de años, Fugaku, si supiera que volveríamos a encontrarnos.

    —¿Lo dices en serio? ¿De verdad?

    —¿Cómo has podido dudarlo? ¿Acaso no te he mostrado el amor que siento por ti?

    Oh, sí, pensó él sintiéndose lleno de júbilo, y de tantas maneras. Y ya iba siendo hora de que él le mostrara el suyo. Fugaku puso delicadamente la mano entre los pechos de Shizune, encima de su corazón, y luego puso la otra mano encima del suyo.

    —Pon tus manos encima de las mías.

    Ella bajó la mirada hacia su mano y sus ojos se entornaron.

    —¿Qué le ha sucedido a tu anillo?

    —Lo que nos mantiene juntos no es un simple aro de metal, Shizune. Es algo mucho más grande que eso. En cuanto a lo que le ha sucedido a mi anillo, se lo di a la reina de los Tuatha de Danaan cuando vino y me dijo que Sasuke estaba vivo y a salvo, y que por fin era libre.

    —¿Qué? —jadeó Shizune.

    —Ya te lo contaré luego —dijo Fugaku, impaciente. Ahora que había tomado la decisión de hacer los votos de unión, ardía en deseos de tener la respuesta de ella. No quería desperdiciar ni un solo instante. Sólo podía pensar en reclamar a Shizune, no fuera que ocurriese algo horrible, como por ejemplo que su corazón finalmente se diera por vencido antes de que él hubiera podido llegar a completar los votos—. ¿Dirás las palabras después de mí, muchacha?

    —Ay, la vida nunca es simple, ¿verdad? —exclamó ella. Luego sonrió, radiante—. Sí, Fugaku. Diré las palabras.

    Fugaku empezó a hablar con voz firme y profunda.

    —Si algo tiene que perderse...

    .

    .

    .

    —Bueno, ¿cómo se casa una con un druida? —preguntó Sakura con voz entrecortada.

    No podía dejar de tocarlo, no podía creer que él estuviera vivo, que volviera a tenerlo a su lado y todo hubiera salido bien.

    Poniéndole un dedo debajo de la barbilla, Sasuke le alzó la cara para un suave beso.

    —Es bastante sencillo, en realidad. En una ocasión casi lo hiciste —dijo él, dirigiéndole una gran sonrisa.

    Una sonrisa que llegó por completo a sus ojos dorados, llenándolos con una suave calidez. Una sonrisa que prometía un apasionado hacer el amor en el momento en que hubieran terminado con sus ritos druídicos. Y Sakura tenía muy claro que necesitaba hacer apasionadamente el amor, porque se sentía tan feliz que temía estallar en cualquier instante.

    —¿Lo hice?

    —Sí. —Él puso una mano sobre su corazón y la otra encima del de ella—. Pon tus manos encima de las mías, muchacha.

    Cuando Sakura hubo hecho lo que le pedía, Sasuke volvió a besarla, esta vez muy despacio y con una inmensa dulzura, tomando como rehén a su labio inferior durante un largo y delicioso momento. Luego dijo:

    —Repite después de mí, amor mío.

    Ella asintió. Le brillaban los ojos.

    —Si algo tiene que perderse, será mi honor por el tuyo...

    .

    .

    .

    —He sido entregada —dijo Shizune, parpadeando para contener las lágrimas.

    La emoción creció en su interior para romper dentro de su ser con la fuerza incontenible de una ola del océano, y habría podido caer de rodillas si Fugaku no la hubiera tomado entre sus brazos.

    —Sí, muchacha, ahora realmente eres mía —dijo apasionadamente—. Para siempre.

    .

    .

    .

    —¿Te casaste conmigo ese día en los brezales? —gritó Sakura—. ¿Y no me lo dijiste? ¡Oooh! ¡Tú y yo vamos a tener que hablar muy en serio acerca de cómo nos comunicamos! —Lo miró con el ceño fruncido—. ¡Y ya que hemos abordado el tema, todavía no hemos hablado de aquella noche en la que te fuiste sin decirme nada!

    —Después de hacer el amor, muchacha —ronroneó Sasuke, inclinando su oscura cabeza sobre la de ella—. Entonces habrá tiempo de sobra para hablar de esas cosas.

    Y esta vez el acto de hacer el amor, se juró mientras le quitaba el suéter pasándoselo por la cabeza, iba a durar mucho, mucho tiempo.

    Él ya no era oscuro; el tiempo ya no era su enemigo. Había reclamado a su compañera, y el futuro se alzaba ante ellos, resplandeciente de promesas.

    FIN.
     
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