Microrrelato El gran mal.

Un ser brillante sigue su curso, sin parar, desde su nacimiento. Vio nacer a sus hijos, cada uno de ellos, enormes unos, pequeños otros, pero ninguno siguió adelante. Solo una hija continuó, floreció, su cuerpo se inundó de azul, pero varias veces estuvo a punto de perecer, tornándose su faz blanquecina o gris como el polvo, mas sobrevivió.

Vivía bajo la atenta mirada de su padre durante el día y de su madre la observaba durante la noche. La pequeña fértil tuvo a su vez más vástagos, muchísimos; cada uno se alimentaba de su seno, pero a lo largo del tiempo algo creció en ella, una enfermedad, que poco a poco la consumiría. Comenzó a no poder retener el aliento, le costaba cada vez más respirar, el virus empezó a destruir sus pulmones, y sus preciados y queridos descendientes comenzaron a desaparecer a manos del mismo mal. Aunque ya había perdido mucho la madre inició su final, su seno sufrió la inagotable sed de su parásito, acabando con el.

Pero lo que sufría no era más que la traición de unos de sus hijos, que aprovechó su amor y la explotó hasta llevarla al borde de la muerte. Ahora esos descendientes luchan entre si, matándose unos a otros y haciendo con ese acto aun más daño a su progenitora. Ella cayó inconsciente, y sus hijos se vieron solos, ahora están condenados a desaparecer. Y así sucedió, pero cuando los bastardos murieron ella resurgió lentamente, ya se recupera, ya vuelve a florecer, cría nuevamente a sus recién nacidos. Nunca más volvió a sufrir, solo una vez, cuando sus padres perecieron y se vio sola.