Kuroshitsuji El Gran Hombre [Vincent] [One-Shot]

Él era en verdad un gran hombre.

Sentado frente a la chimenea de su despacho, meditando, llevaba una copa de brandy a sus labios. Sus ojos concentrados en el fuego en realidad estaban lejos, sumidos en recuerdos que se reproducían en su mente, recuerdos del pasado.

Escucha un ruido, baja la copa despacio.

Saca silenciosamente un arma de entre su chaleco marrón oscuro, prepara el gatillo para el disparo.

—¡BUUUU! —grita un pequeño, sobre su cabeza un blanco manto.

Él suspira. Rápidamente esconde el arma que más de una vez ha sido homicida.

—¿Qué haces despierto a esta hora? —pregunta sonriente, sacando aquella sábana del rostro de su primogénito.
—Quería asustar a papá, pero no lo he logrado —dice el pequeño con voz lastimera y el intento frustrado.
—No seas tonto —dice de nuevo, acariciando los negros cabellos del pequeño y alzándolo sobre sus rodillas—. Papá no se asusta con juegos así.
—¿Y con qué se asusta papá? —pregunta inocente, con los ojos azules llenos de destellos curiosos que miran directo a su padre.
—Papá se asustaría… Si lo alejan de mamá y de ti. El despertar y no encontrarlos sería el susto más grande en la vida de papá.
—Entonces convenceré a mamá para asustarte —responde el niño, ajeno a la verdad escondida detrás de las palabras de aquel que lo acurrucaba.
—Lo dudo. Mamá sabe que me causaría mucho pesar.
—Así es, mamá lo sabe —se escucha una voz fémina, una mujer parada frente a la puerta del despacho se acerca sonriente y toma al niño en sus brazos.
—Al parecer nuestro Ciel no tiene sueño —le dice él, mientras se acerca para besar la nívea frente del pequeño.
—Va pareciéndose a su padre, que en las noches nunca duerme porque siempre está pensando —responde ella, sus ojos azules brillan con los mismos destellos a la luz del fuego de la chimenea, su sonrisa era aún más brillante que cualquier luz que él conocía.
—En verdad te digo hijo mío que si no duermes apropiadamente, al llegar a mi edad no tendrás fuerza para asustar a nadie.
—Entonces, ¿qué esperas madre? ¡Debo dormir pronto y así ser más fuerte que papá cuando crezca!

Una risa en coro resuena. El niño, molesto, hace una mueca.

Un beso de despedida, para él y para ella. Y al final él vuelve a quedarse solo frente a la chimenea.

Sujetando la copa, meditando de nuevo.

El miedo siempre está presente cuando su mujer se duerme y el deber lo llama, cuando debe actuar como una espada. Cuando en las noches, sigiloso, se aleja de nuevo y va en busca de aquellos que viven al acecho.

¿Cuánta sangre se ha manchado en sus blancas manos? Y luego acaricia a su hijo con esas mismas manos manchadas en pecado.

¿Cuántas veces mintió a su esposa? Tratando de calmar su corazón que vivía cada día con el miedo de perder el hombre que más añora. Su querida Rachel siempre vive temerosa, así como él.

Ese miedo en verdad siempre está presente en su mente, inclusive ahora, que debe irse una vez más como alma perdida en las calles oscuras de Londres, en busca de aquellos sujetos que amenazan la vida de las personas.

¿Y quién cuida de la vida de su familia, ahora que debe irse?

Nunca está lo suficientemente satisfecho, nunca está lo suficientemente concentrado. El perro guardián de la reina, a su familia siempre queda atado.

Porque Vincent es un gran hombre de familia.

Y así baja la copa de brandy, se pone de nuevo el saco. Un sombrero alto en su cabeza, un bastón en una mano, y dejando atrás pesares y miedos se despide con una mirada que queda impregnada en la estancia.

Su corazón queda volcado, pero el deber lo llama y el acude sin mirar atrás, listo para volver a envolverse en aquel infinito pecado.