El chico de oro

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por El Gabini, 7 Diciembre 2014.

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    El Gabini

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    El chico de oro
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    El Chico de Oro

    Capítulo I: “¡Una oportunidad, por favor!”


    Era un 14 de Noviembre, una tarde algo fría, ya estaban todos listos para empezar el juego “América contra Tigres”, el partido de vuelta. Las “Águilas” ganaron el partido anterior con un contundente tres a cero, con hat-trick de Oribe Peralta. Las gradas parecían estar pintadas todas de amarillo, pero no era así, eran los aficionados que llenaron el estadio, también había varias manchitas naranjas, ellos eran los aficionados del equipo “Tigres”. La final se transmitía en canales como ESPN, Fox Sports, etc. De repente, los jugadores ya estaban listos para salir a la cancha; unos minutos después, salieron los jugadores en fila, a la par de tres árbitros, uno de ellos llevaba un llamativo balón que combinaba los colores blanco y un radiante azul.

    — ¡Vaya momento que se vive aquí, en el Coloso de Santa Úrsula! Es la final de la competitiva “Liga MX”. Tigres contra América, a continuación. — Explicaba un comentarista, de mediana edad, pelo corto y castaño. Iba de traje, con una corbata roja.

    —La verdad, yo pienso que es muy difícil para el equipo visitante derrotar tres a cero para empatarlos en el total, en mi opinión, casi imposible. ¿Qué pensás vos, Fernando? — Decía su acompañante, un hombre más viejo, algo canoso y con su pelo algo largo.

    —No es imposible si se esfuerzan, pero bueno Mario, yo pienso que si se puede remontar. Todo está por verse en este partido. — Opinaba Fernando.

    El silbato sonó, y el partido comenzó. El equipo América comenzó tocando el balón, con una estrategia de triangulación.

    —Mira Carlitos, yo creo que si nos proponemos jugar mejor, podemos llegar a ser titulares. — Le comentaba un joven de estatura mediana, cabello rubio y ojos verdes a su compañero de banca.

    —Creo que tienes razón Alfredo, pero bueno, compara a Oribe conmigo. Él es muy superior a mí. Sí, los dos tenemos talento, pero él tiene más que yo, y más experiencia. — Decía deprimido el otro chico; este era de la misma estatura, cabello castaño, ojos azules, y lucía una pequeña barba que casi ni se notaba.

    Para el minuto veinte, los “Tigres” anotaron un gol. La afición estalló en abucheos, y palabras altisonantes. El director técnico de las Águilas, miraba con decepción a los jugadores en la cancha, y observaba con desprecio a su portero, Moisés Muñoz. Las “Águilas” comenzaron a tocar de nuevo el balón, ahora con enojo. Muchas oportunidades de gol se presentaron, pero en todas esas oportunidades, los tiros salían desviados o simplemente, resultaban muy fáciles de tapar. En el minuto cuarenta y cinco, los Tigres marcaron otro gol, dejando el marcador dos a cero, perdiendo los locales. El pitazo del árbitro sonó, indicando que la primera parte del partido había terminado.

    — ¡Vaya sorpresa que nos llevamos! Dos a cero a favor de los Tigres. ¿Ven que si se puede muchachos? — Exclamaba Fernando.

    —No me esperaba este resultado, pero al final resultó ser que el conjunto visitante domina a su rival, de una manera brutal. — Comentaba Mario Kémpes.

    En los vestidores del equipo América, la charla del director técnico fue dura. Regañaba a su portero, a los defensas, a los medios centrales y a los delanteros, nadie se salvaba.

    — ¡Ahora, van a salir a remontarlos, y ganar de una manera más aplastante! No podemos estar perdiendo de esta manera, ahora, salgan a jugar como nunca. — Les indicaba su director.

    Nuevamente, los jugadores salían a la cancha, dispuestos a jugar la segunda parte del juego. Ahora era el turno del equipo “Tigres” de tocar la pelota desde el centro de la cancha. Así lo hicieron, y al parecer copiaban la táctica de sus rivales, confundiéndolos en algunas ocasiones. Al final, Oribe Peralta recuperó la pelota en un lateral, y ahí empezó a correr, dirigiéndose a la portería de sus contrincantes. Aceleró como nunca, y justo afuera del área, uno de los defensas se barrió, tocando de una manera horrible el pie de Oribe; el jugador cayó al suelo, adolorido y tomando su área afectada. Gritaba de dolor, se revolcaba en el suelo y sus compañeros estaban alarmados.

    — ¡Una falta horrenda sobre Peralta! Parece estar lesionado gravemente. Ciro Procuna ¿Sabes algo? — Preguntaba Fernando a su compañero que seguía el partido desde la cancha.

    —Al parecer se ha lesionado, un dedo del pie fracturado o tal vez un daño en el tobillo. Al parecer, tendrá que salir del campo. — Comentaba una voz masculina, que se empezó a oír por todos lados.

    El delantero salió en camilla, casi inconsciente del dolor, y el director técnico se fijaba en un jugador de la banca que se le quedaba viendo desesperado.

    — ¡Míster, déjeme entrar por Oribe! Se lo pido de la manera más atenta. ¡Una oportunidad, por favor! — Exclamaba Carlos, el delantero que se encontraba en la banca.

    —Está bien, entras por Peralta, pero debes de jugar con todas tus ganas, necesito que anotes ese gol de tiro libre. Confío en ti muchacho. — Decía el director técnico.

    Efectivamente, uno de los asistentes del árbitro, salió con un marcador electrónico, indicando que salía el número 24 y entraba el número 10, que era Carlos. El muchacho salió, dirigiéndose hacia el área donde se iba a cobrar el tiro libre. Miró el balón, y luego la portería. Dio cinco pasos atrás, y se preparaba, esperando el silbatazo del árbitro. Unos segundos después, el pitido se escuchó, el corrió hacia el balón y le dio un remate increíble, que pasó por debajo de la barrera, y el portero no pudo parar ese tiro; el momento ocurrió en cámara lenta para el joven, y cuando vio que el balón pasó de la línea de gol, corrió hacia una esquina a toda velocidad, besando su jersey y apuntando al público.

    — ¡GOOOOOL! ¡De Carlos Alvarado para su equipo! Esos son los zapatazos que nos gusta ver, manito. — Gritaba Fernando, alzando las manos al aire.

    Todos los jugadores fueron de nuevo a sus posiciones, y el equipo visitante iba a sacar de nuevo. Era el minuto setenta cuando ocurrió el golazo histórico. Los hinchas festejaban como locos, gritando de alegría; después de unos minutos, Carlos se encontró con el balón, corrió hacia la portería, y cuando dos defensas lo encajonaron, bailó sobre el balón una excelente bicicleta, quitándoselos de encima. Sin más pensarlo, tiró con la pierna derecha, viendo como el balón se dirigía hacia la portería. De nuevo, sintió como si estuviera en cámara lenta, su corazón palpitaba a toda velocidad, sus ojos se iluminaron, y de nuevo sintió esa alegría al ver que el balón entró en la portería. Se dirigió a toda velocidad con sus compañeros, abrazándolos y casi llorando de felicidad. Por segunda vez, el ruido era inmenso en el Coloso de Santa Úrsula. El marcador quedó dos a dos, empatándolos.

    Unos momentos más tarde, se oyó el pitazo final. Todos los integrantes del equipo local festejaban, habían ganado la copa, con un doblete de Carlos. Éste jugador recibió la copa, la alzó y todos comenzaron un festejo inolvidable. Los camarógrafos tomaban fotos sin parar, y los aficionados estaban más alegres que nunca, algunos hasta lloraban de alegría, al ver a su equipo con la copa. Era inmenso el sentimiento de Carlos, por fin jugó con su equipo, les había dado el empate, tenía la copa en sus manos, todos lo querían… Fue una noche inolvidable para el equipo y para los jugadores, especialmente para él.
     
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    Capítulo II: El Mundial de Clubes​


    Ya habían pasado unos cuantos días después del primer partido de Carlos con el equipo, y él seguía contento, aunque no hubiera jugado otros dos partidos anteriores. Una fría mañana de diciembre, recibió una llamada de su Director Técnico, en la que le comunicaba que formaba parte de los dieciocho jugadores convocados para jugar un partido del Mundial de Clubes, en Marruecos. Además de esto, le informó que lo iban a esperar en el aeropuerto, tenía hasta las nueve de la mañana para llegar.
    Carlos miró su reloj, y eran las ocho con cuarenta minutos; él se alarmó, se levantó de la cama a toda prisa y se dirigió hacia su guardarropa. De ahí sacó unos vaqueros azules, algo desgastados, y una playera de su equipo. Luego, vio una maleta que tenía guardada, así que la agarró y la abrió. En su maleta, guardó lo importante para él, que era ropa limpia, sus botines para los partidos, pasta dental, su cepillo de dientes, y demás cosas. Ya eran las ocho cincuenta y cinco cuando salió de su hogar. Corrió a su automóvil, echó la maleta en los asientos traseros y arrancó a toda prisa. Para su fortuna, el aeropuerto estaba a cinco minutos de su morada. Llegó al aeropuerto y encontró a sus compañeros.

    — ¡Al fin llegas, muchacho! — gritó su director técnico. Seguido de esto, todos se dirigieron hacia su avión y lo abordaron. Carlos tenía el mejor asiento de todos, junto a la ventana como a él le gusta. A su lado, estaba Oribe Peralta, que se iba quejando de su pie, todavía lastimado.

    — ¿Estás bien? — le preguntó Carlos a su acompañante.

    —No como desearía. Los médicos me dijeron que en cuatro días estaría bien, pero ya han pasado seis días y sigo mal. — respondió Oribe. Todavía faltaban quince horas para llegar a Marruecos, así que Carlos sacó su celular y comenzó a jugar un poco. Cuando se le terminó la batería a su teléfono, ya era de noche y casi todos sus colegas estaban dormidos, así que el también decidió descansar un poco.

    Cuando le despertaron, ya habían llegado a su destino, y era el último del avión. Se levantó de su asiento, tomó su maleta y salió del aeroplano. Miró a su alrededor, y habían muchos camarógrafos, que tomaban fotos sin parar.

    —Acostúmbrate mi chavo, así es la fama. — le decía Miguel Layún, mientras lo tomaba del hombro y se lo llevaba hacia dentro del aeródromo de Marruecos. Una vez ahí, tenían que volver a salir, para ser recogidos por unos cuantos autos; estos los iban a llevar al hotel más cercano.

    Después de unos cuantos minutos, llegaron al hotel llamado Royal Mansour. Solo con ver la recepción, se imaginaba como iban a ser los cuartos. Pasados unos momentos, se les asignaron las habitaciones a todos.

    — ¡Mira! Parece que vamos a estar juntos, Carlitos. — dijo su amigo Alfredo. A Carlos le alegraba estar junto a él, ya que fue su primer conocido en el club. Llegaron los dos a su lugar estipulado y entraron. Miraron todo lo que había y se llevaron una sorpresa. Dos camas de gran tamaño, una mesa de cristal puro, candelabros colgados del techo, un baño espacioso y una televisión de sesenta pulgadas. Carlos le echó un vistazo a su reloj y se dio cuenta de que eran las tres de la tarde. Memorizó a qué horas era su partido y se llevó una buena sorpresa; solo tenía una hora para disfrutar su entorno.

    —Oye, Alfredo. ¿Sabes contra quien jugamos? — preguntó Carlos a su amigo.

    — Oh, claro que sí. Jugamos contra el Real Madrid, así que prepárate bien. — le respondió.

    — ¿¡El Real Madrid!? — Exclamó Carlos, nervioso.

    —Sí, escuchaste bien. El conjunto merengue. — le repitió.

    — ¡Nos van a hacer trizas! Le ganaron al Cruz Azul, cuatro a cero Alfredo. — dijo Carlos, casi muriéndose de los nervios.

    — Tú tranquilo yo nervioso, Carlitos. Es el Cruz Azul, nosotros somos muy superiores a ellos. — comentó su compañero sin alterarse.

    — Está bien… Pero, nuestra defensa no podrá en contra de ellos. ¡Mira a Cristiano, a Bale, Benzema, “Chicharito”, James y todos ellos! — gritaba el delantero de las “Águilas”, más histérico que nunca.

    — Déjame decirte que el “Chícharo” no es nada para nosotros. Nuestro club ya ha vulnerado sus ataques antes. — decía Alfredo con tanta tranquilidad.

    — Alfredo, eso fue el pasado. En esos tiempos estaba Francisco Rodríguez. — explicaba Carlos.

    — ¿Y ese quién es? — preguntó su compinche.

    — ¡El “Maza” Rodríguez, mi chavo! — contestó Carlos.

    — ¡Oh, ya lo recuerdo! Pero te digo, no va a pasar nada, solo debemos de echarle muchas ganas y listo — repetía Alfredo.

    — Si tú lo dices… Bueno, ya veremos qué pasa. — susurró Carlos.

    — ¡Por cierto, carnal! Vas de titular, así que prepárate bien… ¡Porque si no, te van a dejar en banca otra vez! — le dijo.

    Pasaron los sesenta minutos, y todos llegaron al estadio. Mientras se dirigían hacia la entrada trasera, Carlos observó que todos los hinchas llevaban la jersey del Real Madrid. El equipo se abría paso, entre abucheos e insultos. A lo lejos, iban llegando unas cuantas personas con la camiseta de su equipo, América; Carlos logró ver que un individuo llevaba una pancarta, pero no supo que decía, ya que lo estaban apurando para entrar.

    Una vez dentro, se dirigieron hacia sus vestidores, donde encontraron su equipación completa, junto a dos pares de sus botines. Al parecer, el Director Técnico le quiso dar un pequeño regalo a Carlos, ya que este notó que no eran sus Nike Mercurial de siempre. Los colores azul y verde ya no se encontraban, si no que eran de color blanco, con el logo de la marca color rojo combinado con naranja. El chico se sintió bien, ya dejaría de usar sus antiguos y desgastados zapatos y ahora ocuparía los más nuevos; estos estaban bien cuidados y brillaban intensamente.

    — ¡Hombre, te han regalado la nueva colección de Nike! — exclamó Alfredo, emocionado.

    — Así es. Uhm… Oye ¿sabes dónde queda el baño? — preguntó Carlos.

    — Claro que sí. Mira, sales de nuestro vestidor y vas todo recto hasta toparte con una pared gris, luego giras a la derecha y ahí están. — respondió su amigo. Carlos salió del cubículo y se dirigió hacia el lugar, caminando y escuchando solo sus pasos, que resonaban y rompían el silencio en el establecimiento. Mientras iba de camino, se encontró a la estrella de la selección de Portugal y del equipo rival, Cristiano Ronaldo. Él iba mirando su celular y volteó a ver a Carlos; no lo podía creer, estaba en frente de uno de sus jugadores favoritos, haciendo contacto visual con este.

    — Tú eres Carlos Alvarado ¿No? — cuestionó el portugués, con su típico acento.

    — S-Sí, yo lo soy. — respondió el joven mexicano. Era increíble, Ronaldo sabía quién era. Carlos había soñado con esto durante años, desde que lo vio jugar en el Manchester United, junto a Wayne Rooney y Carlos Tévez.

    — Me gustó la bicicleta que hiciste en tu partido contra Tigres, por cierto. — le comentó.

    — ¿Viste ese partido? — preguntó Carlos.

    — Obvio que lo vi. Quería saber si tú y tu equipo serían una amenaza para nuestro reinado. — respondió la estrella madridista.

    — Oh, ya veo… Bueno, suerte en el partido. — dijo.

    — Igualmente… ¡Espera! Solo una última pregunta. — vociferó Cristiano.

    — Está bien, no hay problema. — aseguró Carlos.

    — ¿Estás en la banca o eres titular? — curioseó.

    — Afortunadamente, voy en el once inicial. — alegó.

    — Bueno, te veo en el partido. Por cierto, cuidado con Pepe, es algo… Violento. Solo evítalo y ya está. — comentó Cristiano, y se dirigió a su vestidor. Carlos siguió su camino, dirigiéndose hacia el baño. Cuando salió, fue corriendo con sus compañeros. Les relató lo que acababa de pasar, y les dio el mismo consejo que le dieron a él. Luego, se cambió rápidamente de ropa y vistió su uniforme, listo para saltar al campo de juego.

    Minutos más tarde, ya estaban formados los jugadores tanto del América como del Real Madrid. Carlos volteó a su derecha y vio de nuevo a Cristiano; este le dirigió una sonrisa y rápidamente, los dos voltearon hacia enfrente para avanzar hacia el terreno. El delantero mexicano observó a sus alrededores y distinguió que la tribuna estaba pintada de blanco. De vez en cuando se veían pequeñas manchas amarillas entre toda la multitud. Carlos vio a la misma persona que llevaba la pancarta la cual decía: “Yo vine a ver a Carlos Alvarado”. Esto lo llenó de alegría, ya que por lo menos, tenía a alguien de su lado. Se formaron de nuevo y comenzaron a saludarse entre ellos; el único que no saludó a Carlos fue el defensa Pepe, que lo echaba una mirada mortal.

    Después de esto, todos estaban en sus puestos, listos para empezar el partido. En todo el estadio se escuchó el agudo pitido del silbato del árbitro, y comenzó el encuentro. Carlos tocó el balón y se lo entregó al otro delantero, llamado Luis Gabriel Rey. Este mandó el balón dirigido hacia el mediocampista y capitán, Rubens Sambueza. Él intentó entregarlo al lateral derecho Paul Aguilar, pero un veloz Gareth Bale recuperó el esférico. En poco tiempo, alcanzó una velocidad increíble, desplazándose por un lateral. Llegó al área chica y mandó un pase filtrado hacia Karim Benzema, el cual remató con furia. El portero Moisés Muñoz, paró ese balón con solo poner las manos. Rápidamente despejó y ahora, la pelota estaba en posesión de Carlos.

    — Aquí tenemos a Carlitos Alvarado, el número diez. Corre con la pelota pegadita al pie, se quita a Sergio Ramos con un increíble regate. A este le encanta la gambeta, le encanta el firulete. — narraba Fernando Palomo, prestando mucha atención a lo sucedido. Cuando llegó el momento de tirar, Carlos sintió un dolor punzante en su tobillo izquierdo; era Pepe, que hizo una entrada salvaje. El joven perteneciente al conjunto de las “Águilas”, cayó al suelo, gritando de dolor y revolcándose en el pasto.

    — ¿¡Pero qué es esto!? Señores, por favor, esto es fútbol, no se supone que deba de ser así de violento. — exclamaba Mario Kémpes, indignado. El árbitro hizo sonar su silbato y se dirigió a Pepe; de su bolsillo sacó una tarjeta amarilla solamente. Carlos se levantó y le reclamó al réferi, explicándole que debía de ser tarjeta roja. El defensa portugués se le encaró a Carlos, insultándolo. Luego, lo empujó con enojo, y el atacante del equipo mexicano le devolvió el empujón; las cosas se tornaron aún más cruentas, cuando Pepe golpeó a Carlos en la cara, y el agredido hizo lo mismo.

    — ¡Calma, calma! ¡Señor árbitro, haga algo para controlar a los jugadores, que esto se puso feo! — gritaba Palomo. Finalmente, el arbitrante calmó las cosas. Expulsó a Pepe, pero también le puso una amarilla a Carlos, por devolver el golpe. Las cosas se calmaron y se tomó la decisión de cobrar un penalti a favor de las “Águilas”. Carlos era el elegido para cobrarlo, así que se dirigió hacia el punto penal; colocó al balón y retrocedió tres pasos. De nuevo, retumbó el chillido del silbato, que indicaba que ya se podía tirar. Carlos agarró impulso, y golpeó con fuerza el balón, que salió con dirección hacia la derecha. Ese sentimiento de emoción volvió a Carlos, y miró que el balón entró en la portería. El atacante celebró su gol, dando una voltereta hacia adelante.

    — ¡GOOOL! ¡Carlitos Alvarado lo ha hecho de nuevo, ha anotado su tercer gol para el equipo, en el minuto catorce! — hablaba Fernando, más eufórico que nunca. Los siguientes treinta y un minutos no tuvieron emociones, más que la falta cometida hacia Cristiano, cortesía de Miguel Layún, saliendo este amonestado. El árbitro reveló que ya se habían acabado los primeros cuarenta y cinco minutos y que los jugadores volvieran a sus vestidores. Cinco minutos de descanso tuvieron todos y pasados esos momentos, volvieron a la cancha. Ahora, el Real Madrid iba a sacar la pelota en la mitad del terreno de juego. El réferi miró su reloj y dio comienzo al segundo tiempo.

    — Y… ¡Empieza el segundo tiempo! — dijo Kémpes. El esférico quedó en propiedad de Cristiano Ronaldo; Carlos llegó a recuperarlo, haciendo una entrada limpia y efectivamente, logró que el balón fuera suyo. Corrió hacia la portería, evitando todas las amenazas de falta. Estaba fuera del área cuando Sergio Ramos llegó a tratar de quitarle la pelota, pero no lo pudo conseguir. Carlos lo burló con otra bicicleta y avanzó, mirando a Casillas. Estaba esperando que saliera un poco, para tirar. Y para fortuna de Carlos, el portero español salió, para tratar de bloquear algún remate, pero no pudo hacerlo ya que Carlos mandó un tiro bombeado, que tomó altura y entró en la portería, haciendo un contacto mínimo con la red.

    — ¡GOOOOL! ¡Carlitos con un doblete ahora, minuto cuarenta y siete! — gritó Palomo.

    — Se ve que este muchacho sabe lo que hace. — comentó Kémpes. Carlos de nuevo celebró con una voltereta, mirando a sus compañeros y escuchando al público entero abuchearlo. Estaba feliz hasta que una botella de agua lo golpeó en la cabeza. El atacante se tiró al suelo, doliéndose del impacto. Sintió que un líquido estaba saliendo lentamente del área afectada. Pidió un pañuelo, y los médicos se lo entregaron; Carlos puso el papel en la herida, y este se cubrió con un poco de sangre. Luego, le dio la vuelta y se limpió la cara, que también tenía algo de aquel líquido rojo. Se levantó mirando a la tribuna, y unos cuantos se reían de él, y otros hasta estaban felices por el accidente. Volvió a su puesto, listo para que el conjunto merengue sacara de nuevo la pelota.

    — Está bien enojarse por ir perdiendo, pero hacerle daño a un jugador es algo extremista, manito. — narró Fernando.

    — Yo pienso que no había necesidad en agredirlo de esa manera. — comentaba Kémpes.

    El Real Madrid sacó la pelota y Bale avanzó hacia el área del América. Fue impresionante ver a Gareth correr y tirar a gol; lamentablemente, el balón entró en la portería y el marcador indicaba que el juego ahora era un dos a uno. Los hinchas se emocionaron más que nunca, saltaban y gritaban de alegría, porque se acercaron un poco más al empate. Las “Águilas” ahora iban a tocar la pelota desde la mitad de la cancha. El otro atacante, Luis Gabriel Rey, le dio un toque suave al balón, para que llegara a Carlos. Este lo dirigió hacia atrás, recibiéndolo Paul Aguilar. Él se encargó de llevar el esférico por el lateral, generando peligro. Mandó el centro y Carlos cabeceó el balón, esperando que fuera gol, pero este, en cambio, salió de la cancha, rosando el palo de la portería. Fueron otros veinte minutos sin emociones grandes, solo un contragolpe por parte del Madrid. Era el minuto noventa, y el América se preparaba para un tiro de esquina.

    — Ahí se viene, Gabriel Rey para cobrar este córner. — dijo Fernando. Gabriel tiró y Carlos, se tiró de chilena y fue un auténtico golazo.

    — ¡GOOOOL! ¡Hat-trick de Carlitos, y de chilena! — gritó Kémpes, sorpresivamente. El delantero celebró con sus compañeros, y el estadio, de nuevo, se llenó de abucheos. Se escuchó el pitazo final y no quedaba nada más que posar para la foto, con otra copa en sus manos.

    — ¡Este muchacho es de buena suerte! ¡Dos partidos, dos finales y dos copas, manito! — exclamaba Fernando, abrazando a su compañero. De nuevo, Carlos levantó la copa, viendo a su alrededor que había pirotecnia y papeles de color amarillo y negro cayendo sobre ellos, así como listones de esos mismos colores. Otra profunda alegría se apoderaba de Carlos, ya que con sus tres goles habían logrado ganar el Mundial de Clubes, y esta era otra noche que jamás iba a olvidar.​
     

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