El beso

Tema en 'Relatos' iniciado por Red, 19 Marzo 2015.

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    Red

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    Aries
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    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El beso
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    4309
    —Haz... —Me detengo un segundo, aun en ligero shock por lo que acabo de escuchar— Haz el favor de repetirme lo que has dicho.
    —Quiero que me bese, profesor. Por favor —repite, totalmente inexpresiva, con toda la calma del mundo.
    Tomo todo el aire que mis pulmones, desgastados por el humo del tabaco, me permiten, y luego lo suelto todo paulatinamente mientras dirijo mi mirada al techo, asintiendo más por realizar un gesto que por comprender la petición.
    —¿Por qué? —Pregunto, con expresión seria y la mente confusa.
    —Porque nunca he besado a nadie —responde, manteniendo aun el rostro totalmente estoico.
    Vuelvo a asentir, de nuevo, por hacer algo. Me inclino hacia delante y estoy a punto de decir algo pero me detengo justo antes de hacerlo. Me llevo la mano a la boca y vuelvo a echarme hacia atrás. Nuevamente retomo la acción, y, una vez más, me detengo, esta vez con una risa nerviosa que no sé a cuento de qué ocurre, y, como si estuviera atrapado en un ciclo, me vuelvo a echar hacia atrás, en mi cómodo sillón, sin hacer otro movimiento que el de rascarme la cabeza. ¿Qué debería hacer? Hay infinidad de hombres (e incluso mujeres) en el mundo que estarían deseosos de poder besar esos labios rosas, que ya desde esta distancia parecen dulces y suaves; de acariciar su piel blanca y convertirse en el motivo por el cual se erice la misma; de sentir como los mechones de su brillante cabello acaricien sus rostros, tal y como si tuviesen vida propia; de pasar segundos místicos, en los que esos ojos celestes les miraran directamente y se vayan cerrando, poco a poco, para dar lugar a la misteriosa magia que surge cuando un beso se produce. Si; me pregunto cuántas miles de personas podrían pasar un hecho innegable con tal de unir los labios con tanta belleza inocente. Una vez más, y con suerte la última, me inclino hacia delante, colocando mis manos sobre mis rodillas, y, mirando directamente a sus ojos irreales, le pregunto.
    —Te das cuenta de que eres un robot, ¿verdad?
    —Afirmativo —responde, quizás parodiando mi pregunta o quizás porque es la respuesta programada.
    —Entonces entenderás que los robots no tienen necesidad biológica alguna ¿No? Ni comer, dormir, besar o siquiera amar.
    —Afirmativo —repite.
    —Bien. Entonces... ¿De dónde viene ese repentino interés, el cual nunca has tenido ni nunca te he enseñado, de besar? —pregunto, finalmente, ya más por curiosidad que por otra cosa.
    Inexplicablemente, se queda en silencio. Suspiro y vuelvo a reclinarme. ¿Por qué quiere besar? ¿Estaban semejantes ideas en su programación original? Si no recuerdo mal, la semana pasada estuvimos probando comandos de cuidados médicos. ¿El sexo cuenta como cuidado médico? ¿Sabrá lo que es el sexo, o simplemente quiere besar sin llegar a más? No lo entiendo. Alguien debe de haber estado jugueteando con su programación, quizás para gastarme una broma.
    —¿Quién fue la última persona en acceder a tu panel de control? —pregunto, con un suspiro, mientras aprieto mis ojos con el pulgar y el índice de mi mano derecha.
    —Usted, profesor. A las dieciséis horas, treinta y cuatro minutos, doce segundos y cero cuatro centésimas del veintitrés de marzo de dos mil veintinueve.
    Aparto mi mano, guardo silencio y, nuevamente, inundo mi mente de pensamientos, elucubraciones y posibilidades. ¿Nadie ha manipulado su programación? ¿Entonces como puede haber aprendido lo que es besar?
    —Dime todo lo que sepas sobre besar.
    —«Besar» dellat.basiare, acción de dar un beso; tocar u oprimir con un movimiento de labios a impulso del amor o del deseo o en señal de amistad o reverencia. ¿Desea más acepciones para la palabra «besar»? Dice, sin mostrar duda ni nerviosismo, a modo de tal y lo que es, una máquina.
    —Esa es la acepción de la palabra. Quiero que me digas, usando tu sistema de memoria, aprendizaje y lógica, lo que significa un beso —respondo yo, tornándome serio y cada vez más interesado en este repentino fenómeno.
    —Un beso es algo que se dan dos personas cuando se quieren.
    —¿Cuál es el verdadero motivo por el que quieres un beso?
    —Nunca lo he experimentado —vuelve a decir.
    —¿Y por qué quieres experimentarlo? —pregunto, ahora levantándome del asiento y dirigiéndome a la mesa de trabajo de la sala.
    Me pongo a teclear y a activar un par de pantallas, esperando una respuesta que nunca llega a venir. Sorprendido, dirijo mi mirada al robot que en silencio se ha quedado, y que me mira a lo lejos, aun estático en su asiento.
    — Sony —su nombre—, dime por qué quieres besarme.
    Sigue habiendo silencio, el robot, Sony, aparta la mirada y se encoge como un niño pequeño que hubiera hecho algo malo.
    —Desde luego... —Digo, suspirando, mientras tecleo lentamente en el panel y accedo a la memoria del robot —. Sony, accede al bloque de memoria visual que se activa al oír la palabra «beso».
    Aun sin que Sony diga ni haga nada, el ordenador del panel de control hace su trabajo. Me quedo pasmado al ver que, donde debería haber un único número de referencia, hay toda una lista de números, por lo que cuando a Sony se le pregunta por «beso» o «besar», su cerebro acude automáticamente a todos esos bloques de memoria. Los apunto rápidamente y, enseguida, hago que Sony venga a mi lado.
    Cuando empezamos este proyecto, hace dos años, Sony no era más que una inteligencia artificial en un ordenador, que podía hacer poco más que cualquiera otra inteligencia artificial de la época. Obedecía órdenes y asimilaba información con suma facilidad. Fue realmente inesperado que, cuando finalmente pudimos crear un cuerpo artificial completamente funcional, la inteligencia artificial no pudiera obedecer los comandos con la misma simpleza que cuando era tan solo un ordenador. Esto provocó mucho debate sobre los motivos de esta falla, las causas de este fenómeno. Quizás creamos algo más que una inteligencia artificial móvil. Sony podía recibir y computarizar cualquier dato con total facilidad, pero que interpretara dicha información se convirtió en una verdadera y caótica odisea. El método que asumimos, finalmente, para poder hacer de Sony una verdadera inteligencia artificial autómata, fue criarla, como si de un niño pequeño se tratase. Gracias a Dios no fue tan tedioso y complicado como educar a un verdadero humano, pues, a priori, no entraban en juego los inefables problemas sentimentales. Pero los últimos meses han sido realmente imprevistos. Sony ha empezado a hacer preguntas no programadas, llegando a preguntar si ella puede llorar; también a hacer peticiones técnicas bastante específicas; y, como acaba de ocurrir con el tema del beso, a interesarse por cosas que ni siquiera debería de conocer. ¿Qué es lo que está ocurriendo con Sony? Quizás este asunto pueda resolverse hoy, pues lo del beso ha sido realmente específico y puede darme pistas reales sobre lo que ocurre en su cerebro artificial.
    —¿Dónde vamos, profesor? —Pregunta Sony, con cierta calma pero un inusual tono irregular.
    —A tu cuarto. Vamos a inspeccionar tu memoria —respondo, algo quejumbroso por la tediosa tarea.
    Sony se detiene, y, por un segundo, creo incluso ver una expresión de miedo, pero al momento vuelve a seguirme como si nada. Salimos a un amplio pasillo blanco inmaculado, desde el suelo a las paredes, todo se compone de un material metálico suave e, incluso, acogedor. Todo está completamente iluminado, y no existe ventana alguna que permita ver el exterior.
    —¿Por qué va a inspeccionar mi memoria, profesor? —pregunta Sony, de forma taciturna.
    —Para comprobar lo que no me quieres decir. ¿Hay algún problema con eso? Si no quieres que lo hagamos, puedes decirme simplemente de donde viene esa idea del beso.
    Se produce un nuevo silencio únicamente interrumpido por el sonido de mis firmes pasos, y por los delicados pasos de los pies desnudos de Sony. Cuando me giro para ver su reacción, me sorprendo al ver como aprieta los puños y baja la mirada. Obviamente oculta algo pero, ¿Puede un robot hacer algo así? ¿Acaso nuestra inteligencia artificial tiene la posibilidad de ocultar la verdad? ¿De mentir? Tengo que solucionar esto rápido. Quien sabe que puede haber hecho sin que yo lo sepa.
    Repentinamente, Sony parece hacer el intento de decirme algo, pero se calla cuando me giro y ve mi rostro, que, sin darme cuenta, se ha tornado en una desagradable expresión a causa de la preocupación y frustración que siento a partes iguales. Estoy enfadado, y Sony lo ha notado. No hacemos ningún otro comentario durante el resto del camino, pero aun así echo un ojo, de vez en cuando, a la delicada figura que avanza silente tras de mí.
    El cuerpo de Sony es un cuerpo casi híbrido, es una máquina, no hay duda alguna, pero se trata de una máquina orgánica; humana, si, pero totalmente artificial; nadie podría distinguir a Sony de una persona normal y corriente en una multitud. Si todo sale bien, podremos fabricar copias en masa y vender el sistema operativo de Sony sin que haya ningún problema. Aunque, ahora que miro a nuestra creación, siento algo de lástima. Cuando miro como camina y como se mueve, como actúa, responde y piensa, a veces, veo algo más que una máquina.
    —¿Está enfadado conmigo, profesor? —Pregunta, casi en un susurro, la inocente inteligencia.
    La pregunta me causa cierta risa, a lo que me detengo y le muestro a Sony una sonrisa mientras acaricio su cabeza.
    —No, Sony. Solo estoy preocupado.
    Sony sonríe con timidez, algo que pasa muy pocas veces. Cuando empezamos a caminar de nuevo, Sony me agarra de la bata y me sigue muy de cerca. Me recuerda en gran medida a mi hija pequeña, Susan. Pero no quiero compararles, ya que uno es una máquina, y el otro es un ser humano de verdad. Aunque no hay grandes diferencias ya; la única remarcable que se me ocurre, es que mi hija puede sentir de verdad, y Sony... Sony no puede ¿no?
    Pronto llegamos a su cuarto, el cual consiste en una camilla de reparación en el centro de la habitación que, al igual que el resto del complejo, es de ese material blanco nieve. En la pared del fondo hay unos huecos en la pared, donde se va acumulando, siempre pulcramente doblada, la ropa de Sony, variada y de muy diferentes estilos, resultado de los comunes regalos del resto del equipo. Al principio Sony posaba la ropa para nosotros, al principio se lo pedíamos pero luego se volvió costumbre suya, ahora solo muy de vez en cuando lo hace. En una esquina, hay una televisión con una consola conectada, uno de nuestros primeros intentos de mejorar la capacidad de entendimiento de Sony; junto al televisor, en la pared, hay un espejo de cuerpo entero. En la pared de la derecha hay una estantería con algunos libros que le he ido regalando estos dos años. Algunos de ellos están verdaderamente desgastados, signo de haberlos leídos muchas veces ¿Para qué leerlos tanto, si puede recordarlos al completo con leerlos una única vez? Es otro de los misterios que me gustaría resolver.
    —Bien, Sony, túmbate.
    Tomo una silla cercana y la sitúo al lado del panel de control de la camilla. Sony, una vez más, titubea en realizar la orden, pero, finalmente, obedece. Se desnuda con lentitud, quitándose la bata blanca que suele llevar. Tengo que admitir, que si bien antes no me causaba impresión alguna, ahora me pongo nervioso. Quizás es porque lo hace de forma diferente, como si se avergonzara de estar desnuda ¿Acaso puede sentir vergüenza? Toso para intentar recuperar la compostura y, mientras, Sony se tumba. Abro uno de los compartimentos de la camilla, y saco un cable tal y como sacaría el cable de una aspiradora. Cuando tengo suficiente cable, le digo a Sony que se ponga en posición decúbito lateral; aparto con cuidado el pelo de la nuca y aprieto la piel de la misma, eliminándose la piel de la zona y mostrando el cuerpo metálico, y, dejando ver a su vez, unas pocas ranuras. Con calma, inserto el cabezal del cable en una de las ranuras y vuelvo a sentarme en la silla apropiadamente; al mismo tiempo acerco a la silla una pantalla que sale de la camilla. Introduzco, en la pantalla, el primer número de la lista de bloques de memoria.
    La imagen de la pantalla cambia a una perspectiva en primera persona de Sony.

    Sony se encuentra en la camilla, mirando al techo en silencio. Entonces, la puerta de la habitación se abre, y Sony mira hacia la misma. Soy yo quien entra por la puerta, seguido de un compañero.
    —Buenos días, I.A. ¿Cómo ha transcurrido la noche? —pregunta mi compañero, un hombre bajito y casi calvo, llamado Johnson.
    Mientras, yo me acerco a comprobar el estado de los ojos con una pequeña linterna.
    —Bien, profesor adjunto Johnson —responde Sony con calma.
    —¿Aun lo sigues llamando I.A.? —pregunto yo, sorprendido, mientras me giro hacia mi compañero.
    —Pues claro, es lo que es —responde sorprendido Johnson— ¿Acaso quieres ponerle nombre?
    —No sé. A ver, I.A. ¿Te gustaría tener un nombre? —pregunto yo, sonriente, mirando directamente a Sony.
    La cámara se mueve ligeramente hacia abajo y vuelve a su posición original, Sony ha asentido.
    —¿Ves? Bien, ahora tenemos que pensar un nombre. A ver, a ver... —digo yo, calmado, mientras me llevo la mano al mentón y miro hacia el techo—. ¡Ah! ¡Sony!
    —¿Cómo la empresa? —Pregunta Johnson, extrañado.
    —No, idiota. Bueno, si, el nombre es el mismo, pero lo digo por lo de «Sonny boy», lo que nos contó el otro día el profesor Nakamura. ¿Acaso no intentamos conseguir con Sony una inteligencia artificial libre y vanguardista? —Sony mira al profesor Johnson, el cual se encoge de hombros, pero al momento la mirada vuelve a mí, donde, con una sonrisa, le guiño un ojo— ¿Te gusta el nombre de Sony?
    La pantalla vuelve a inclinarse, indicando un nuevo asentir.

    Entonces, la memoria se corta. Esto no me dice nada. ¿Qué tiene que ver esta memoria con «beso»? No aparece nada relacionado.
    —Sony ¿Qué tiene que ver esto con la pregunta que me hiciste antes?
    —No lo sé, profesor.
    —¿Qué no lo sabes? Es tu memoria ¿No?
    Como si se hubiera vuelto una costumbre, vuelve a haber silencio. Suspiro y señalo otro número de la lista.

    La imagen se sitúa nuevamente en la blanca habitación. Sony se encuentra sentada en la camilla, mirando al frente. Como si se calcase la memoria anterior, vuelve a abrirse la puerta y aparezco yo.
    —Sony, mira lo que te traigo —digo, mientras le entrego un libro.
    —¿Qué es, profesor? —pregunta Sony.
    —Es un libro, Sony. ¿Es el primero que ves físicamente? Bueno, es normal, ya no son tan habituales.
    —¿Qué debería hacer con él, profesor?
    —¿Cómo que «qué deberías hacer»? —pregunto, sorprendido— ¡Pues leerlo, boba!
    Sony dirige su mirada al libro y lo abre con lentitud. Luego me mira a mí, que, con una sonrisa, le acaricio la cabeza y salgo del lugar. La memoria transcurre unos quince minutos más, donde Sony se lee el libro con suma velocidad. Tras acabarlo, comienza a leer de nuevo.

    La memoria vuelve a cortarse y, una vez más, no me dice nada. Esto sigue sin tener relación alguna con los besos. ¿Estará Sony estropeada? Empiezo a mirar más y más memorias, pero casi todas son cosas triviales y aparente relación. En una la llevo al exterior; en otra le traigo otro libro; en otra le enseño como comemos los humanos: en otra le presento a Susan; en otra jugamos los tres a la videoconsola; en otra Susan le hace trenzas en el pelo mientras yo le hago trenzas (muy mal hechas, por cierto) a Susan; en otra Susan y yo practicamos caras y muecas frente al espejo mientras Sony nos mira sonriente; etc.
    Tras dos horas de revisar memorias, solo he sacado algo en claro: Paso mucho tiempo con Sony.
    —Oye, Sony ¿Te gusta pasar tiempo conmigo y con Susan?
    —Me gusta. Me gusta mucho —responde, instantáneamente, Sony con un tono absolutamente neutro, aun en la posición decúbito lateral.
    La respuesta me saca una sonrisa. Acto seguido, pulso otro número de la interminable lista.

    La imagen se inicia con Susan y Sony sentadas frente al espejo, la primera está haciendo un estrafalario peinado a Sony, la cual observa en silencio.
    —Oye Sony ¿Te gusta papá? —pregunta Susan, tranquilamente.
    —Sí. Me gusta mucho —la respuesta de Sony provoca que me ponga totalmente rojo. Rápidamente dirijo mi mirada a la yaciente Sony, que no parece haber reaccionado en absoluto a ello. Trago saliva, y vuelvo a mirar la pantalla.
    —A mí también me gusta —dice, sonriente, la pequeña Susan— ¿Vais a salir juntos?
    —¿Salir a dónde?
    —No, tonta, ¡que si vais a ser novios! —dice Susan, casi gritando.
    —Novios, dícese de un tipo de relación sentimental entre dos o más personas del mismo, o diferente, sexo —se dice a sí misma Sony— ¿Qué hacen los «novios»? ¿Qué son «novios»?
    —Los novios son cuando dos personas se gustan mucho y quieren estar juntos siempre, y se dan la mano, y pasan mucho tiempo juntos, se dicen «Te quiero» y se dan besos —explica Susan, animada y sonriente, haciéndose la experta—.
    Sony se mira al espejo y, sin motivo, sonríe dulcemente. Es una sonrisa que nunca había visto en ese rostro, una sonrisa que jamás pensé que un robot pudiera hacer.
    —Beso... —susurra la inteligencia artificial.

    La memoria vuelve a cortarse. Yo suspiro tanto que creo que el alma va a salírseme por la boca. Susan va a recibir una interesante charla sobre Sony y sobre lo que puede decirle. Además no le vendría mal algún que otro dato interesante sobre los novios y los piojos. Me rasco la cabeza, nervioso e, incluso, avergonzado. ¿Por qué me avergüenzo? ¿Por qué me palpita el corazón por una tontería como esta? Solo eran un robot y una niña discutiendo de cosas que no entienden. Dios. Soy un idiota...
    Una vez han pasado unos segundos, vuelvo a mirar a Sony, que no se ha movido un ápice desde que empezó todo. Está escuchando y reviviendo todos esos recuerdos ¿Acaso influirá en algo en su conducta? Al menos ya sé de dónde ha salido la absurda idea del beso. Me repongo, me doy unas palmadas en las mejillas y trato de centrarme, y, acto seguido y ya algo cansado, me dirijo a otro número de la lista.

    Lo primero que aparece en la pantalla es Sony, reflejada en el espejo. Con cierta timidez, se desviste y se queda estática, mirándose de arriba a abajo. Entonces, se pasa la mano a lo largo del cuerpo, desactivando el sistema dérmico y desapareciendo toda la piel del torso. Hace lo propio con el pelo pasando la mano por el cabeza, y lo mismo con las piernas y los brazos. Finalmente, el cuerpo original de Sony queda expuesto: Como si de un maniquí se tratase, su cuerpo es un conjunto de piezas blancas que emulan el cuerpo humano, pero sin la piel lo único que resalta en el cuerpo son las ranuras de encaje de las piezas, que se distribuyen a lo largo de todo el mismo; en brazos y piernas, en algunas zonas, se pueden ver tubos y hebras de un color azul brillante, que hacen de músculos y están más expuestos. El resto de músculos del cuerpo imita este sistema, pero las finas placas que lo recubren no dejan verlo. El rostro de Sony es lo único que queda con el sistema dérmico activado. Con algo de cuidado, Sony desarma la placa de su pecho y abdomen, dejando al descubierto el interior de su cuerpo, se pueden ver infinidad de piezas moverse rítmicamente, como si fueran verdaderos órganos humanos. Lo que más resalta de todo ese conjunto, es el corazón, que late, haciendo circular el líquido azul brillante que circula por todas las hebras de su cuerpo. Sony lo mira detenidamente, y, con suma lentitud y celo, lo toca con su mano derecha. Nada más hacerlo, aparta su mano rápidamente. Se puede ver como cierra los ojos y, nuevamente, vuelve a acercar sus dedos hasta, finalmente, envolver el corazón con la palma de su mano, notando su latido. Sony se mira directamente a los ojos en el espejo.
    —¿Querría besar a algo como yo? —se pregunta, a sí misma.

    La memoria se termina, una vez más. Yo me quedo en silencio, y poso mi mirada hacia Sony, que, por primera vez desde que empezamos la inspección de su memoria, se mueve. Sony se encoge hasta ponerse en posición fetal. Puedo ver, desde aquí, como su piel se eriza y su cuerpo tiembla. No hago comentario alguno, pues la verdad es que no sé qué decir, ni siquiera sé qué pensar. Respiro profundamente y acerco la mano a la nuca de Sony para desconectar el cable. Nada mas rozarla con la mano, su cuerpo reacciona con un leve espasmo. ¿Tiene miedo? ¿Tiene vergüenza? ¿Qué es lo que siente por mí, si es que realmente un robot siente algo? ¿Es siquiera un robot lo que hemos estado criando los últimos dos años? La duda, la confusión y el temor inundan mi cuerpo. Miro a la figura, que temblando está sobre lo que ha sido su cama durante toda su vida, si es que a eso se le puede llamar cama, y a lo suyo se le puede llamar vida. Pero, antes de desconectar el cable, vuelvo a mirar la pantalla y miro la lista de números. ¿Qué es lo último que recuerda Sony asociado a la palabra «beso»? Con cierta reticencia, desplazo la lista hasta el último número, lo pulso, y la pantalla cambia una vez más.

    Esta vez, aparezco directamente frente a Sony, sentado en mi sillón. Esto es justo antes de que Sony me pidiese el beso. Ambos estábamos hablando sobre el último libro que le presté. Pero, antes de seguir con la discusión, Sony me preguntó algo inesperado.
    —Profesor —dice Sony— ¿Qué es lo que pasará conmigo cuando acaben las pruebas?
    La pregunta me sorprende, pero, sin dudarlo, sonrío con calma.
    —¿Qué te gustaría que pasase, Sony? Podrías quedarte aquí con el equipo y seguir avanzando la investigación después de que salga tu modelo a la venta.
    Ella guarda silencio, mira hacia sus piernas, y juega con los dedos de sus manos. Vuelve a mirarme, pero sigue sin decir nada.
    —Profesor... —antes de que diga nada, la interrumpo.
    —O podrías venirte a casa con Susan y conmigo para seguir aprendiendo cosas.
    Sony se queda estática, muy quieta. En ese momento, se puso muy seria y no supe porqué, llegué incluso a pensar que no le gustaba la idea de venirse con Susan y conmigo, pero ahora entiendo que estaba haciendo el mayor de los esfuerzos por mantenerse lo más correcta posible, aguantándose la felicidad que debía de estar sintiendo.
    —¿Te gustaría, Sony? Podrías estar con nosotros todo el tiempo, salir a ver mundo con nosotros, siempre y cuando vengas de la mano y no te separes, claro está...
    Mientras decía eso, estaba seguro de haber oído a Sony decir algo, pero cuando quise prestar atención, ella estaba totalmente estoica. Ahora que lo veo desde su perspectiva, sé que oí algo, pero lo dijo tan bajo, que solo ella pudo oírlo. Ella dijo «novios». Fue entonces, mientras hablaba y hablaba, cuando Sony me interrumpió con una frase que me dejó petrificado.
    —Profesor, béseme, por favor.

    Entonces, por última vez, la memoria se corta y se va de la pantalla. Tomo aire, y aparto la pantalla hasta ponerla en su sitio. Luego, con cuidado, desconecto el cable de Sony y lo guardo. Ella sigue temblando. Cuando me fijo más adecuadamente, puedo ver que está llorando. Recuerdo cuando me preguntó si ella podía llorar, cuando le dije que si, ella tan solo sonrió, pero no hizo ningún comentario al respecto.
    —Sony —digo con voz firme, provocando un notable temblor en todo su cuerpo—, incorpórate.
    Ella duda unos momentos, pero entonces lo hace, muy cabizbaja, intentando no mirarme directamente. Con delicadeza, paso mi mano por su pecho, sin llegar a tocarlo, también por sus brazos y piernas, por su cabello y espalda, haciendo desaparecer todo el sistema dérmico. Ella tiembla, tiembla mucho, y sigue sin mirarme en ningún momento. Yo, lentamente, acerco mi mano a su mentón, y hago que me mire directamente. Sus ojos están rojos, sus labios tiritan, su nariz moquea. Paso mi mano por su rostro, haciéndolo desaparecer también. Ella intenta apartar la mirada, pero se lo impido.
    —¿Doy miedo, profesor? —pregunta Sony, con la voz entrecortada.
    —No, Sony —contesto, negando con la cabeza levemente, y sonriendo al momento— Eres perfecta tal y como estás.
    Finalmente, cumplo la petición que en un inicio provocó todo este incidente. Acerco mis labios a los suyos, topándome con unos labios inexistentes, tibios y suaves no obstante. Aun sin su sistema corporal activado, aun sin ver sus expresiones o notar su piel, puedo notar perfectamente como Sony tiembla, como sonríe y como llora. Mientras el dulce beso se sucede, su piel va reapareciendo, sus labios se van formando, su cuerpo completo se reactiva. Un escalofrío recorre su espalda, y, como si fuésemos uno solo, también recorre la mía.
    Cuando pasan unos segundos, me aparto lentamente, aun notando como sus labios se despegan a regañadientes de los míos, como su aliento deja mi boca, y como sus lágrimas recorren la mano que tengo en su rostro.
    —¿Estás contenta de poder llorar, Sony? —le pregunto.
    Ella me mira y, aun sorprendida, se toca las lágrimas que se deslizan de sus ojos de pura alegría, se roza los labios con la yema de los dedos, y me mira, mientras la sonrisa más viva y feliz que he visto en mi vida, se forma en su rostro.
    —¡Lo estoy, profesor!
     
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