Thriller El asesinato

Tema en 'Relatos' iniciado por Bettle Red, 22 Febrero 2023.

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    Bettle Red

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    21 Mayo 2011
    Mensajes:
    243
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    El asesinato
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    754
    Sí, estaba muerta, yo la había matado. Eran mis manos las que se habían encargado de infringirle heridas mortales.

    Nunca había logrado nada bueno en la vida, siempre viviendo con un perfil bajo y a la sombra de alguien mas; siempre la del segundo lugar, la segunda opción. Esa vez había sido diferente, me había armado de valor y terminé con la vida de la persona que había hecho miserable mi existencia.

    Antes de tomar la decisión que lo cambiaría todo la vi a los ojos y una perturbación enfermiza nació desde lo profundo de mi ser. Desde que recordaba, sus ojos parecían vacíos y fríos, sin embargo una asquerosa sonrisa aparecía a menudo en su rostro. Parecía como si estuviera tramando algo, una especie de conspiración en mi contra.

    El día que acabé con ella estaba lloviendo, recuerdo claramente como me molestaba el sonido de las gotas golpeando las ventanas, ¿lo haz sentido? Tenía un malestar lancinante en todo el cuerpo, justo es decir que mi simple existencia dolía.

    El ruido de la lluvia y las luces brillantes de la casa me parecían inhumanamente estresantes. Los nervios se apoderaron de mi; sudé, sudaba como las palmas de las manos de un adolescente y esa maldita serie de escalofríos que recorrían mi cuerpo me hacían temblar... ¿sabes la sensación a la que me refiero? Se siente casi igual que cuando estás por enfermarte solo que con una especie de "vacío", como si necesitaras algo pero sin saber con exactitud que.

    Recuerdo que mis manos y pies estaban fríos, en realidad siempre lo estaban, desde pequeña...

    La odiaba desde pequeña, a su repulsiva nariz gigante y en forma de bola de billar, sus dientes chuecos y encimados; esos colmillos deformes y gigantes que parecían un par de colosales granos de mazorca amarilla, su voz chillona y su cuerpo rechoncho, ¡era tan desagradable

    Nos miramos fijamente y supe que ella lo sabía, ella sabía que ese era su último día y que sería yo quien la mataría y aún así no hizo nada, ¿y qué iba a hacer? No tenía a quién llamar, ni amigos ni familia; ¿intentaría correr? No, era demasiado cobarde como para intentar evitar su muerte.

    Su mirada hizo que me pusiera incómoda, sentía como las venas de mi sien punzaban en sincronía con el sonido del viejo reloj que colgaba en la pared de la sala. El silencio dentro de esa casa era tal que podía escuchar como mi sangre recorría todo mi cuerpo.

    ¡Esos malditos escalofríos no se iban!

    Sentí una ola de fuego golpear mi estómago y extenderse hasta mi garganta; esa maldita gastritis también era su culpa, desde joven tomaba pastillas para el dolor de cabeza, ¡dolor de cabeza que ella me causaba! La tortura era tanta que cerré los ojos un momento y masajee mi cuero cabelludo en un intento desesperado por disminuir el suplicio pero la desesperación me consumió cuando, en el silencio mortal, logré distinguir el sonido de su corazón palpitando.

    ¡Quería que se callara, quería que se fuera!

    Comencé a arrancarme cabello por cabello y mi mano izquierda cobró vida para lastimarse a si misma. Desde pequeña, en momentos de ansiedad, con mi dedo índice despellejaba mi dedo pulgar desde la piel en la que se pega la uña, ¡eso también era culpa de ella! Todo lo malo en mi era su culpa...

    Mis jaquecas, mi gastritis, mi ansiedad, ¡todo era su culpa!

    Cuando abrí los ojos y vi los suyos la rabia que nacía en mi interior “explotó”. Lágrimas caían por sus mejillas dejándolas mojadas e hinchadas, ¡¿por qué estaba llorando?! Era ella quien me había arruinado la vida, ¡yo era la que debía llorar, solo yo tenía ese derecho!

    Rompí el espejo, tomé uno de los cristales y lo clavé en su pecho. La muerte no fue inmediata; luchaba por cada bocanada de aire y ya no solo sus manos y pies estaban fríos, ahora todo su cuerpo lo estaba. La sangre fue cubriendo el piso blanco del baño y manchando todo a su paso, era un desastre pero al menos no había mas escalofríos ni migrañas.

    El pedazo de espejo aún yacía en mi mano y volví a ver sus ojos, por primera vez en mucho tiempo me reconocí nuevamente en ellos.

    Sentí como me quedaba sin aire y la vista se me fue nublando.

    Había muerto, sí, pero también había acabado con mi único enemigo, con la persona que había arruinado mi vida. Ese día saldé la deuda que tenía conmigo.
     
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