Long-fic de Inuyasha - El Último [Sesshômaru x Kagome]

¡Soy muy mala! Perdónenme por tardarme así, pero el último año de prepa me trae un poco loquita. En fin, no voy a dejar este fanfic, es un hecho. ¡Se les AMA mucho!

CAPÍTULO DOCE: COMPLICACIONES​

Había pasado una semana. Siete días desde las terribles noticias que habían visto por televisor. Aparentemente, la investigación no había avanzado mucho; puesto que Kagome veía diario el noticiero, sólo para ver todo tipo de acontecimientos... Menos algo relativo al The Science Museum.
Por otra parte, su práctica de Biología estaba a punto de finalizar. Tres días más y regresaría a Tokio... Esto último representaba un gran problema, pues, ¿qué haría con Sesshômaru una vez que hubiese llegado a su casa? ¿Esconderlo en su habitación? Ridículo, pensó. No pudo evitar suspirar cuando recordó que había considerado dejarlo a su propia merced... Pero, finalmente, él era lo único que le quedaba de aquella época. Lo único que le decía que todo lo que había vivido había sido... Real.

Entró al cuarto de hotel. Había llegado tarde, debido a la necesidad de continuar su proyecto en un café de Internet. Se tumbó en el sofá y cerró los ojos.

— ¡Ya llegué, Sesshômaru!

Al no recibir respuesta alguna, se encogió de hombros. Sus pensamientos fueron dirigidos hacia su mejor amigo, el cual ya no le hablaba. Después del día en que Kino Houjo había faltado a clases, el chico había vuelto como si nada, con su alegría y buen humor... Con todos excepto con ella. Bueno, ¿qué podía esperar? Después de todas las malinerpretaciones que hubo por haber, a la joven no le sorprendía que él ya no le hablara. La verdad era que le importaba mucho, pero aún no hallaba una buena excusa para explicar la presencia desnuda de cierto youkai.

— Es tarde —se oyó una voz en tono barítono.

Kagome abrió los ojos, prácticamente saltando, sólo para encontrarse con el hermano de Inuyasha.

— Lo sé. Pero debía avanzar en mi informe de Ecología —le contestó.
— ¿Ecología?
— Quiere decir el cuidado al medio ambiente, Sesshômaru. A nuestro planeta. A los árboles...
— Sé lo que es el medio ambiente, humana —le interrumpió—. Mas no comprendo, el medio ambiente no necesita de ningún cuidado adicional al cultivo y otras prácticas similares.
— Lo que pasa es que hoy en día hay muchas construcciones y materiales contaminantes... Entonces la naturaleza está acabándose y tenemos que hacer cosas al respecto, en pocas palabras.
— En mi época había muchas edificaciones, también. Nunca afectarían a la naturaleza —dijo seguro de sí.
— Pues, aunque no me creas. En fin —dijo, cambiando el tema—, hace casi tres días que no sales. ¿Quieres ir por algo de comer? Te llevaré a que pruebes un helado.
— Bien.

Durante la semana transcurrida, Kagome había sacado a Sesshômaru al centro comercial y al parque. Como una vez hizo con Inuyasha, le había dado una gorra. Además, había conseguido un pantalón de mezclilla y una camisa en una rebaja... Era todo lo que él necesitaba. Si no salía, bastaba con que se pusiera su tradicional yukata, que ella lavaba a diario y secaba en la respectiva secadora (lo cual no le era nada agradable, pues el uso de secadoras contrubuía al calentamiento global... Pero tendría que comprarle más ropa, y primero debía de ahorrar).

El demonio salió con su ropa moderna puesta, luciendo como un completo alienígena en ropa humana.

— ¿Listo?
— Hn.

Ella se le acercó y le amarró el cabello en una cola. Fue cuidadosa de cubrirle sus puntiagudas orejas con los mechones platinados. Luego, le puso la gorra y se acercó a abrir la puerta.

— Recuerda que entre menos alces la cara, mejor. Aunque, quién sabe... Podrían pensar que tus marcas son tatuajes.

Él asintió y salieron de la habitación.

Y ahí estaba, una escena casi inimaginable: la chica que había cruzado la barrera del tiempo y el letal demonio, sentado en una banca, con un cono de helado. Sesshômaru lo miró con extrañeza y le dio un mordisco a la bola de helado encima del cono. Sintió una punzada aguda en los dientes y parpadeó, conteniéndose.

— ¡No, tonto, así no se come! —Kagome no pudo evitar reír.
— No te atrevas a insultarme.
— Perdona, fue sólo una broma —adquirió seriedad—. Mira, debes lamerlo, así —le indicó, mientras acataba lo que acababa de decir.
— Qué estúpida manera de comer algo —se quejó. Pero no importó, puesto que no pasó ni un minuto cuando su seria lengua rozó una y otra vez al helado.

Pronto, el último pedazo de cono se encontraba viajando por su esófago. Volteó a ver a la chica, a quien le faltaba una buena porción para acabarse la fría golosina. Observó cómo sus ojos recorrían el parque y luego se situaban en lo que estaba comiendo.

— Lames el helado como si fueses un felino, humana.

Ella sonrió.

— Bueno, no todos podemos acabárnoslo en tres mordidas, ¿eh? —Rió.

Un cómodo silencio reinó el ambiente durante cinco minutos, aproximadamente. Tras los cuales, Sesshômaru se atrevió a hablar de algo que lo desconcertaba.

— Mencionaste que los demonios no eran usuales aquí.
— Ajá —susurró ella, moridiéndose el labio inferior.
— Apreciaría encontrarme con uno. Vayamos mañana, que no asistes a tu práctica.

A Kagome se le atoró el pedazo de cono que estaba masticando. ¿Acaso él no había entendido lo que ella había querido decirle? Lo más probable era que no. ¿Cómo le re-plantearía todo?

— Bueno, yo... No, no conozco a ninguno, para serte franca —bajó la cabeza, esperando que él comprendiese.
— Hn. Entonces explícame en qué te basas para afirmar que "no son tan comunes". ¿Estás segura de lo que aclaras?

Ella se mordió el labio. No podía sentirse peor.

Decidió tratar de evadir el tema en la manera más factible. Ella podía entender cómo se sentiría si le ocurriese lo mismo que a Sesshômaru, si le dijesen que los humanos habían desaparecido de la faz de la tierra. Sin pensarlo mucho, se levantó en menos de un segundo, lo que dejó perplejo al youkai. Él creía en todo sentido literal de lo que la humana le decía, pues no le quedaba de otra. Él tenía muchas dudas sobre los momentos en los que ella callaba, lo que no significaba que fuera estúpido. Sesshômaru sabía que, al no tener referencias por lo que decía, algo andaba mal; y no sólo algo... Sino que sabía perfectamente hacia donde iba el asunto.

— Dímelo —musitó él, tragando ásperamente. La chica lo miró con angustia—. Dime que todos han partido... Que fueron exterminados.
— Sesshômaru, yo no...
— Sí lo sabes. Dime que soy el único. Habla —su oración pretendía ser demandante, como siempre; pero terminó más como algo similar a una súplica, alienándolo de su fría personalidad.

Kagome tragó el último pedazo que quedaba de su bocadillo y cerró los ojos con fuerza. Cuando volvió a abrirlos, estaban llenos de lágrimas. Y era porque, justamente, así como todos los youkais de mundo se habían ido... Todos sus amigos estaban muertos, también.

— Lo siento —sollozó.

El youkai ya se esperaba la respuesta, incluso él le había "ordenado" que se la dijese... Pero eso no evitó que sintiera como si lo atravesasen con una espada. La confirmación de la verdad era mucho peor que la suposición de ella.

Súbitamente, Sesshômaru empezó a sentir un dolor agudo en el pecho; se contrajo levemente y jadeó casi inaudiblemente. La chica a su lado se alarmó. ¿Qué le pasaba? El youkai continuó con su agonía y ella estaba paralizada. ¡Tenía que llevarlo a algún lugar para que lo atendiesen! Pero temía que estuiviese más en peligro si se exponía en forma médica.

— Vamos al hospital —dijo, tartamudeando, pero decidida.
— No —gimió él.
— ¡Tenemos que hacerlo!

Dicho esto, Kagome intentó arrastrar al demonio, pero sus esfuerzos fueron inútiles.

— ¡Sesshômaru, muévete! —Le gritó, desesperada.

Y, en efecto, él se movió; pero no como ella lo esperaba. Sesshômaru se contrajo una vez más y se tiró al piso, su cuerpo entero describiendo movimientos similares a las convulsiones. Sus ojos parecían fijos en un lugar, revelando el intenso dolor que estaba sufriendo. Al borde de las lágrimas, Kagome se olvidó de la naturaleza de él, y pidió ayuda a gritos desgarradores. Le gente que pasaba era fría e insensible, nadie se acercaba a ellos. De pronto, una joven de cabello castaño se aproximó.

— Por favor, ¡ayúdeme...! No puedo arrastrarlo... —Pronunció Kagome, el líquido salino saliendo a borbotones de sus ojos.
— Mi auto está en frente —le sugirió la chica, rápidamente—. La ayudo a cargarlo —declaró, tomando a Sesshômaru de un brazo, Kagome imitándola.
— Gracias.

Juntas, lograron llevar a Sesshômaru al automóvil. La castaña se colocó en el asiento del piloto y la chica de cabello negro subió atrás, sosteniendo al demonio; el cual parecía estar disminuyendo en cuanto a los temblores.

— Aguanta, por favor —le rogó, sollozando. Se aterrorizó al ver que él luchaba por mantener los ojos abiertos—. ¡No! Tienes que estar despierto, por favor.

Él no respondió.

— ¡Ya llegamos! —Dijo la mujer que conducía—. Vamos.

Kagome no tardó más de un segundo en ponerse de pie y empezar a sacar a Sesshômaru del coche. Los paramédicos llegaron a ponerlo en una camilla y lo trasladarlon adentro. Las chicas corrieron detrás de los médicos.

— ¡Sólo estábamos comiendo helado! Y de pronto, comenzó a retorcerse... Y a temblar.
— Entiendo, señorita —le aclaró el doctor—. ¡Necesito dos mil miligramos de Gabapentina! Canalícenlo.

Dicho esto, una enfermera corrió. Perforó la mano izquierda de Sesshômaru con una aguja, mientras que otra le colocaba una solución valorada que contenía el anticonvulsivo recetado.
La camilla desapareció ante la vista de Kagome. Esperaba que pudieran detener las convulsiones, pero tenía tanto miedo que ella misma empezó a temblar. La chica al lado de ella la hizo sentarse y le acarició la espalda, tratando de confortarla. Una vez que las lágrimas de la pelinegra parecían haber cedido un poco, decidió intentar hablarle.

— Él se pondrá bien, ya verás.
— Muchísimas gracias, en serio —reflejó una sonrisa diminuta—. Sin ti, no sé qué hubiera pasado. Perdona las molestias.
— Tranquila, lo hice de buena voluntad.

Ahora que Kagome podía observarla más atentamente, aquella chica parecía asiática. Sus rasgos, ciertamente, no eran ingleses. Entonces pensó, le recordaba a...

— ¿Cómo te llamas? Soy Kagome.
— Un gusto. Me llamo Haika —se presentó.

Kagome asintió con la cabeza.

Tan sólo unos minutos más tarde, la recepcionista mandó a llamar a las chicas.

— El paciente albino que acaba de entrar —dijo, con tono cansado—. ¿Ustedes son sus familiares?
— Eh, yo —atinó a decir la pelinegra—. Bueno, yo soy su... Soy su novia.
— Lo siento, señorita. Necesitamos a alguien con poder de decisión legal sobre el paciente.
— ¡Sí, lo siento! —Reaccionó ella—. Es mi esposo. Nos acabamos de casar, por eso todavía no me acostumbro a decirle así —mintió.

La recepcionista frunció el ceño. Sería muy obvio que estuviesen en su luna de miel.

— Bien. ¿Nombre del paciente?

A la interpelada la cabeza le dio una y mil vueltas. Tenía que pensar en algo, y rápido.

— Ken. Ken Takahashi.