Todos las mañanas paso por la esquina y veo a Don Efraín barriendo la calle fuera de su almacén. Su bigote, rimbombante, y un saludo cortés al paso. A veces, mientras barre, canta tango con un aire melancólico que le raspa la garganta y baila con la escoba mientras cree que nadie lo ve. Hace unos días que no se aparece. No le he preguntado a su hija, que ahora atiende el almacén y que no canta ni saluda cuando barre. Compro, la miro y me retiro con un dolorcito en el pecho y ganas de escuchar un tango.
Ay, este pequeño escrito desprende una clase de melancolía que no sé explicar. Sólo sé que el final me deja con una cierta tristeza y ese sentimiento de añoranza por ver también a Don Efraín. Imagino el gran cambio en el panorama sin él barriendo la calle y cantando tango. Qué triste.